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Las demandas antagónicas de tierras

K. F. S. KING

K. F. S. KING desempeña actualmente una misión de la FAO como Profesor de Política y Legislación Forestales en el Departamento Forestal de la Universidad de Ibadán (Nigeria). (Proyecto del Fondo Especial de las Naciones Unidas.)

Los factores económicos en su conciliación

SE RECONOCE en general que una clasificación racional de los posibles usos de la tierra debe constituir la base de todo plan de su aprovechamiento. Sin embargo, tales clasificaciones revisten un carácter fundamentalmente negativo en algunos aspectos. Por ejemplo, cabe calificar de improductivas algunas categorías de tierras debido a condiciones climáticas desfavorables; otras pueden clasificarse de aptas sólo para montes (dada la probabilidad de que sufran erosión si se dedican a otros cultivos, o bien por la pobreza del suelo), pero gran parte de las tierras de todo el mundo son aptas para montes, el pastoreo o la agricultura o para los tres usos. El presente estudio se ocupa de estas clases de tierras que pueden ser objeto de distintos aprovechamientos y no de la destinada sólo a montes por razones de protección o conservación.

Consideraciones económicas

¿Cuáles son los factores que deben tenerse en cuenta para decidir de un modo racional sobre el aprovechamiento de las tierras que pueden dedicarse a varios usos? ¿Qué criterios deben seguirse para que la asignación de capital a cada sector usuario proteja y aumente el bienestar de la nación? La tesis es que las consideraciones fundamentales han de ser de orden económico, término este último que no se emplea aquí en el sentido de simple rentabilidad, sino en un concepto más amplio que abarca, entre otras cosas, la rentabilidad, número de personas que puede emplearse mediante determinado uso de la tierra, posible aportación a la balanza de pagos y la posibilidad de aprovechar los productos de la tierra para la industrialización.

Gran número de técnicos forestales parecen reacios a aceptar esta proposición. Son muy pocos los dispuestos a conceder que las consideraciones económicas deben ser capitales, cuando la tierra es objeto de disputas, o son objeto de éstas los recursos para explotarla. Esta intransigencia parece deberse a tres razones. La primera es ese punto de vista «naturalista» que se rebela cuando la naturaleza (racionalizada en forma de monte) es amenazada de destrucción; la segunda es el temor, profundamente arraigado en la mayoría de los forestales, de que la explotación de montes no puede competir económicamente con la agricultura; y la tercera se basa en la experiencia de que, cuando se establecen comparaciones entre la silvicultura y la agricultura, se concede a esta última una ventaja injusta. Rebasa el marco del presente artículo al tratar de convencer a los que creen que la naturaleza debe ser inviolable el que esto no siempre redunda en beneficio de la comunidad, ni siquiera a la larga. Trataremos sin embargo, de examinar gradualmente, fase por fase, los factores económicos que deben sopesarse para resolver a qué aplicación debe destinarse la tierra, confiando en que quedará demostrado que la aplicación de criterios económicos desemboca en una solución que reporta un beneficio general.

Planteamiento no económico

En primer lugar, se enunciará la tesis de los que abogan por el enfoque no económico, que expresa vigorosamente Eggeling (1949). «La asignación de tierras no puede basarse exclusivamente en consideraciones económicas», manifiesta. «No se trata simplemente de determinar qué es lo que rinde los mayores beneficios: montes, agricultura o pastoreo; cada caso es distinto y habrá de juzgarse con arreglo a las circunstancias que en él concurran. Cabe incluso imaginar situaciones en que, si ha de haber alguna esperanza de producir árboles, quizá se imponga asignar a los montes los mejores suelos de que se disponga y no... los peores. Lo más probable es que esta situación se dé en zonas de pastoreo desprovistas de árboles en que, evidentemente, no se trata sin más de calibrar el valor en numerario de un cultivo arbóreo frente al valor del ganado o de la cosecha agrícola que la misma tierra pueda producir Lo que en este caso hay que tener en cuenta es que sin árboles no puede obtenerse un abastecimiento constante de leña ni un suministro permanente de postes para construcciones. Si no hay postes para construcciones, resultará difícil que se afinque una población errante; si no se tiene leña para la cocción de alimentos, quizá haya que emplear a tal efecto el estiércol del ganado vacuno, situación que no puede tolerarse, ya que en todo sistema equilibrado de aprovechamiento de la tierra el estiércol debe revertir a la tierra para restablecer y mantener la fertilidad de ésta.»

¿Tienen validez estos argumentos? ¿Prueban satisfactoriamente que los factores económicos no revisten importancia capital? Examinemos la situación hipotética que el autor plantea. Una parcela es apta para el pastoreo de ganado vacuno, pero en la zona no existen árboles que proporcionen postes para la construcción y leña para combustible. Se da por supuesto que el ganado vacuno procuraría ingresos mayores que un cultivo arbóreo. Como no hay leña, el forestal afirma categóricamente que la zona debe plantarse no sólo para obtener productos madereros, sino también porque, gracias al uso combinado de la tierra, se mantendría la fertilidad del suelo. En cambio, se sugiere que el enfoque debe ser distinto. Se impone estimar el margen de rentabilidad que correspondería al usuario de la tierra en el caso de que su aprovechamiento fuera el pastoreo de ganado vacuno en vez de la plantación de árboles. A continuación habría que evaluar las necesidades de postes y combustible de la población dedicada a la ganadería. Si el margen de rentabilidad fuera tal que con él pudieran adquirirse los postes y el combustible, dejando además un superávit en efectivo, en tal caso lo oportuno sería dedicar la tierra al pastoreo de ganado vacuno. Entonces se atendería al mantenimiento de la fertilidad del suelo con el estiércol que no se necesitara ya para combustible. Puede muy bien ocurrir que, aunque el margen de beneficio sea bastante elevado, los ganaderos no dispongan de leña económica; el coste de transporte a la zona de que se trate podría ser tan alto, que hiciera antieconómico el traslado de la leña. En este caso, como cabe determinar el valor de los distintos productos, se puede aplicar la técnica del análisis de las curvas de indiferencia estadística para determinar la combinación óptima de la producción conjunta de madera y ganado vacuno (Gregory, 1955). En todos los casos, el enfoque es racional y se trata de medir económicamente los distintos resultados que dan determinadas modalidades de aprovechamiento de la tierra.

Factores que influyen en la elección del aprovechamiento de la tierra

¿Cuáles son, pues, los factores que deben tenerse en cuenta para decidir el uso a que debe dedicarse la tierra? Desde el primer momento debe subrayarse la dificultad de establecer proyecciones económicas. A causa del gran número y las distintas relaciones que han de tenerse en cuenta, es casi imposible construir un modelo totalmente cuantitativo. En rigor, algunas de las variables importantes no son susceptibles de medición y los aspectos humano, institucional y tecnológico han de basarse en hipótesis atendiendo al fondo social e histórico del país o región con respecto al cual se adopta tal decisión. Los factores que influyen en esta decisión son:

a) proporción costo/beneficio de los distintos usos de la tierra;
b) localización económica de los cultivos, oferta y demanda de los productos competidores;
c) diferentes escalas cronológicas, necesidades de mano de obra;
d) posibilidad de emplear los productos para la industrialización;
e) ventaja relativa en el comercio internacional de producir los distintos productos;
f) su posible contribución a la balanza de pagos.

Si los propietarios de un determinado recurso creen que reportaría mayores ventajas dedicarlo a otro aprovechamiento, tal recurso pasaría del aprovechamiento menos ventajoso al más ventajoso. En este contexto, la palabra «ventajas» comprende los beneficios tanto monetarios como no monetarios. En una economía libre, el cambio de asignación de recursos se registra casi diariamente, toda vez que el equilibrio en la distribución de los recursos económicos constituye un ideal que no suele alcanzarse, de no tratarse de los sistemas más sencillos. Sin embargo, el objetivo que persigue el planificador del aprovechamiento de la tierra es cerciorarse de que se proceda a la asignación de ésta de modo que se obtengan beneficios no monetarios y monetarios y que se logre un acercamiento al estado de equilibrio.

RENTABILIDAD RELATIVA

Los beneficios no monetarios pueden conseguirse en parte mediante una clasificación de las potencialidades físicas de la tierra; los monetarios, llevando a cabo un análisis, fase por fase, de los aspectos económicos de los usos competidores. Se examinará la primera fase, la rentabilidad relativa de estos aprovechamientos. Los métodos empleados para calcular la rentabilidad de distintos cultivos agrícolas cuando éstos se disputan una determinada extensión de terreno son directos; los que emplean los forestales cuando quieren comparar la rentabilidad de distintos cultivos arbóreos son algo distintos, pero, en general, se recurre a la conocida fórmula de Faustmann. Cuando se trata de comparar los cultivos agrícolas con los forestales, la situación se complica por alguna razón que se desconoce.

Al informar sobre una investigación acerca de los posibles beneficios que reportaría a Nigeria occidental dedicar 12.000 ha de reservas forestales al establecimiento de grandes plantaciones de palmeras oleaginosas, McFarquhar (1957) adaptó, entre otros, el siguiente procedimiento:

1. Siguió la fórmula de Faustmann para calcular el valor de la tierra dedicada a montes en el momento de la explotación.

2. Supuso un precio por unidad de madera en forma de troza, pero no consideró los posibles ingresos si las trozas se elaboraban de otro modo.

3. En cambio, al calcular los beneficios de las palmas oleaginosas, tuvo en cuenta el valor de los productos elaborados.

4. Capitalizó los costos de establecimiento de las palmas oleaginosas al terminar el período de éste y cargó interés simple en el supuesto de que estos costos de capital se producían en plazos iguales durante todo el período de establecimiento.

Aquí debemos examinar dos puntos. El primero es si al comparar la rentabilidad de distintos usos de la tierra no conviene basar los cálculos en los productos finales de ésta: o sea, comparar la madera aserrada o los productos madereros elaborados con el café elaborado, aceite de palma, nueces, etc. Huelga advertir que la dificultad estriba en determinar en qué momento deben darse por terminados los cálculos. Para citar un caso extremo: ¿se impone que, al considerar una cosecha forestal que pueda emplearse para construcción de viviendas, calculemos el costo de cultivar los árboles, convertir los troncos en madera de construcción y construir la casa, así como los ingresos que allegue la venta de esta última? ¿Hemos de estimar el costo del cultivo del cacao, de elaboración de almendras, de envasado del producto y el precio del cacao ya envasado? Este enfoque puede entrar en pugna con nuestro sentido de la proporción y acaso resulte excesivamente complicado en la práctica. Pero el método seguido por McFarquhar también está expuesto a serias críticas. La comparación entre un producto semielaborado y otro no elaborado carece de validez.

Se sugiere la conveniencia de emplear otros procedimientos. En primer lugar, cabe establecer comparaciones directas entre la rentabilidad del producto no elaborado, lo cual presenta la ventaja no sólo de comparar magnitudes homogéneas, sino también de poner de relieve los ingresos que obtiene un agricultor o pequeño leñador que emplea la tierra y produce el cultivo, pero no se preocupa de los procesos industriales siguientes. En la segunda alternativa se tiene en cuenta el producto elaborado y se recomienda que, al comparar la rentabilidad de distintos cultivos, se calculen los gastos e ingresos a partir de la fecha de la primera operación hasta el momento, inclusive, en que el producto sea utilizable para la finalidad perseguida. Así, si la finalidad de la plantación es producir leña, el cálculo debe partir del momento del establecimiento y darse por terminado cuando los árboles apeados queden convertidos en madera de dimensiones aptas para leña; si el objeto perseguido es madera para aserrar, los cálculos deben darse por terminados cuando la madera haya sido ya elaborada; si la finalidad que interesa es producir papel, los cálculos deben suspenderse cuando la madera haya quedado reducida a pasta. Del mismo modo, si el cultivo agrícola es el arroz, los cálculos deben proseguirse hasta que se haya procedido a la elaboración de éste. Debe subrayarse que la fase en que se suspendan los cálculos dependerá de la finalidad que se pretenda alcanzar levantando el cultivo. Esto, aunque es fácil de determinar tratándose de cultivos agrícolas, resulta difícil con frecuencia en el caso de los arbóreos.

Las razones de esta flexibilidad en los objetivos de la ordenación forestal son el largo plazo que la informa y la multiplicidad de aplicaciones a que cabe destinar la madera. Cuando el monte es natural, la finalidad suele ser elevar la productividad de las especies económicas, pero casi nunca se indica el uso concreto a que estas especies económicas se destinarán. Si el monte es artificial, es posible que los objetivos se definan con menos vaguedad, pero frecuentemente distan mucho de ser específicos. El planificador ha de tener presentes los posibles usos; quizá le resulte necesario suponer distintos productos finales y estimar la rentabilidad de cada uno de ellos, pero no es acertado utilizar el valor del árbol recientemente apeado y no convertido como ingreso potencial en todos los casos, ya que con frecuencia tal valor lo aumenta considerablemente el más insignificante proceso de conversión.

El segundo punto de los cálculos de la rentabilidad que requiere examen es de naturaleza doble. El primer aspecto es el tipo de interés que debe cargarse. Aunque en todos estos cálculos debe emplearse una gama de tipos de interés que permita formarse una imagen lo más amplia posible, en último término se impondrá elegir un determinado tipo de interés, aunque sólo sea con fines de comparación. Grayson (1962) ha afirmado que la Comisión Forestal Británica adopta el 3,5 por ciento, basado en parte en los tipos hipotéticos que se cargan sobre los fondos anticipados, pero Duerr (1960) ha demostrado que el tipo de interés puede determinarse no sólo por los gastos por concepto de deudas, sino también por las alternativas de inversión o gastos. Los gastos por concepto de deudas parecen sugerir el tipo mínimo que debe aplicarse, pues pocos serían los hombres de negocios que desearan obtener una utilidad que sólo fuera igual al costo de la cantidad tomada en préstamo. Grant y otros (1960) han abogado por la aplicación de una atractiva tasa de utilidad mínima obtenido de las obras públicas, que muy bien puede aplicarse a todas las empresas usuarias de tierras. Por lo común, ésta sería mayor que el tipo de interés por las siguientes razones:

1. Aunque puede haber buenas oportunidades para la inversión productiva en actividades estatales, quizá sea limitada la cantidad de fondos disponibles; en tal caso, la tasa de descuento debe ser el tipo de oportunidad marginal (el rendimiento que prometen otras inversiones) y éste será superior al tipo de interés del préstamo.

2. Las oportunidades de inversión a que renuncian los contribuyentes deben tenerse en cuenta al fijar una tasa de utilidad mínima atractiva. Hishleifer y otros (1963) han apoyado los argumentos de Grant.

El otro aspecto concierne a las comparaciones entre los cultivos agrícolas y la producción forestal. Como ya se ha dicho, McFarquhar (1957) empleó la fórmula de Faustmann en sus cálculos sobre montes, pero, al parecer, capitalizó los gastos de establecimiento al término del período de establecimiento de la palma aceitera y cargó tipos de interés simple en el supuesto de que estos costos de capital se efectuaban en plazos iguales durante todo el período de establecimiento. Si los montes y la agricultura se disputan la tierra para producir cosechas forestales o cultivos agrícolas que requieren un período de establecimiento durante el cual no se obtienen utilidades, entonces, independientemente de la brevedad del período de gestación, si éste es superior a un año, la inversión deberá calcularse agregándole o descontándole la suma correspondiente, a interés compuesto, en ambos casos.

ESCALAS CRONOLÓGICAS

Ocurre a veces que, a pesar de la rentabilidad de una determinada forma de aprovechamiento de la tierra los planificadores aconsejan que el capital se invierta en proyectos que, aunque de rendimiento menor, sea mucho más rápido. Por tanto, en la planificación del aprovechamiento de la tierra importa tener en cuenta la escala cronológica. ES evidente que una inversión que empiece a rendir antes es objetivamente superior a otra, igual en los demás aspectos, que suponga un período de gestación más largo. El producto de la inversión que rinde rápidamente puede a su vez invertirse, siendo posible una producción más cuantiosa en la fecha en que la inversión de rendimiento lento madura, sin que mientras tanto se registre pérdida de consumo. Esto quizá pueda aplicarse también ano en los casos en que la inversión de rendimiento más lento procure utilidades mayores.

Huelga advertir que el período de espera es mayor en la producción maderera que en los cultivos agrícolas, lo que ha movido a rechazar propuestas de aprovechamiento de la tierra que, al parecer, ofrecían perspectivas bastante prometedoras. Así, en el Informe anual del Departamento Forestal de Honduras Británico, correspondiente al año 1959, se citan las siguientes afirmaciones de un economista visitante, el Sr. J. Downie: «Admito... que el rendimiento que en último término se obtiene de los montes es muy cuantioso. Pero existe prima facie una fuerte prevención a que un país pobre invierta una gran proporción de su capital en un proyecto que sólo empieza a rendir después de transcurrido un período tan prolongado....No creo que (Honduras Británico) pueda permitirse esperar de 40 a 100 años para sacar producto a su dinero. Como los montes disputan el capital a otras necesidades urgentes - muchas de las cuales brindan una utilidad mucho más rápida - el porcentaje de interés a que puede tomarse prestada una cantidad reducida no afecta a la cuestión1 y, medida por este patrón, la explotación de montes no es rentable. Esta conclusión se aplica todavía más a las coníferas, ya que, en este caso, el período de inversión es mucho más largo y el verdadero rendimiento económico es proporcionalmente menor».

1 Se mostró que los fondos podían tomarse prestados al 6 por ciento. Si esas cantidades se invirtieran en plantaciones de pinos, el rendimiento sería del 8 por ciento.

A pesar de los argumentos de Downie, se sugiere la conveniencia de que, si las utilidades del proyecto son suficientemente cuantiosas para compensar lo prolongado de la espera, debe realizarse; es decir, si los ingresos de un proyecto de rendimiento menor, aunque se reinviertan, no rinden cumulativamente lo que un proyecto de rendimiento mayor, la decisión acertada es hacer la inversión en este último. El coeficiente que resulte «suficientemente elevado» puede ponderarse para tener en cuenta el mayor grado de incertidumbre del mercado para los beneficios retardados en relación con los más rápidos. El cálculo puede efectuarse empleando un procedimiento bien conocido. Se supone un tipo, o una serie de tipos, de interés y se determinan los períodos de gestación de los proyectos. En términos económicos, estos tipos de interés son el coeficiente de eficiencia marginal que se espera rija durante toda la rotación del cultivo arbóreo, por ejemplo. Esta eficiencia marginal de la inversión puede utilizarse como medida del costo de la espera, y expresarse como descuento que ha de aplicarse a todos los costos y utilidades futuros. Sobre esta base, cabe calcular y comparar el valor presente descontado de los usos de la tierra competidores.

Otra sugerencia es escalonar las inversiones, es decir, que el capital disponible se distribuya de tal modo que el aprovechamiento de gran rendimiento, pero de maduración lenta, se realice por etapas, con lo que el capital liberado a causa de este desarrollo escalonado del proyecto de utilidades elevadas podrá invertirse en el proyecto de rendimiento bajo y maduración rápida.

LOCALIZACIÓN ECONÓMICA DEL CULTIVO

La localización económica del cultivo afectará también a la rentabilidad. No es necesario extenderse sobre este punto. Los factores que deben tenerse en cuenta son: renta por unidad de superficie, rendimiento por unidad de superficie, precio de mercado por unidad de producto, distancia al mercado, tarifa de transporte por unidad de distancia y desarrollo infraestructuras del país o región. Sin embargo, la localización económica no cabe tratarla aisladamente, toda vez que es parte integrante del cálculo de la rentabilidad, siendo la suma total de los factores antes mencionados lo que decidirá la localización de una determinada modalidad de aprovechamiento de la tierra.

OFERTA Y DEMANDA

La producción forestal, como la agricultura y la ganadería, es, naturalmente, un negocio. Por tanto, es menester tener en cuenta la oferta y la demanda relativas de sus productos. Para los fines del presente trabajo no creemos necesario dedicar mucho espacio a los principios en que se basan estos conceptos. Sin embargo, se examinarán algunos regímenes del consumo de madera y productos forestales que pueden presentarse en los países en desarrollo, algunos de los cuales no parecen haberse estudiado mucho. Parece suponerse, en general que un aumento de la población y de los ingresos por persona llevaría consigo una intensificación del consumo de madera por persona. Hummel y Grayson (1962) han indicado, refiriéndose al Reino Unido, que «todo pronóstico de la demanda es incompleto si no se tiene en cuenta el efecto del precio»; pero son contados los pronósticos de la demanda, sobre todo en los trópicos, en que realmente se haya tenido en cuenta este aspecto. Aparte de la dificultad de pronosticar las tendencias de los precios, el no tener en cuenta posibles cambios de éstos puede deberse a la manifiesta falta de correlación entre la demanda de madera y las fluctuaciones de precios en los países en desarrollo. Cuando se observan cambios en la demanda, parecen guardar relación con variaciones en el nivel de ingresos que son independientes de los precios.

Aunque este campo sigue siendo susceptible de investigaciones fecundas, se han observado ya determinadas tendencias. Está ya bastante bien comprobado que, al producirse un aumento en los ingresos por persona (incluso dado un nivel de renta relativamente bajo), la demanda de leña desciende (King, 1963). Los testimonios recogidos en los Estados Unidos y en Australia, por ejemplo, indican que un ulterior aumento de los ingresos (pero a un nivel muy superior al de la mayoría de los países en desarrollo) puede hacer que la demanda de madera de construcción descienda. En cambio, (a) la intensificación del consumo de papel tableros de fibra, contrachapados y tableros de partículas parece presentar una fuerte correlación con la elevación de los ingresos por persona, y (b) el aumento del consumo de estos productos rebasa el descenso de la demanda de los de carácter más tradicional. Con frecuencia, la demanda de leña y madera de construcción, a algunos niveles de renta, es indirectamente proporcional a la demanda de sucedáneos de leña (v. gr., queroseno) y de madera de construcción (v. gr., cemento).

Por tanto, quien se ocupe de pronosticar la demanda deberá tener siempre en cuenta productos alternos y poner en relación con las tendencias que observe la posibilidad de que sean sustituidos. Esto es importante.

No debe suponerse que la elevación en los ingresos por persona va acompañada automáticamente por una intensificación de la demanda de todas las clases de madera. El consumidor se hace más selectivo al elevarse sus ingresos, y también a medida que se familiariza más con los productos. Es, pues, muy posible que en los países en desarrollo la demanda de los productos más refinados se registre a niveles de ingresos inferiores a los que hasta ahora se ha registrado en tales regiones. Estos aspectos de la predicción de la demanda se aplican asimismo a los cultivos agrícolas. La diferencia evidente es que el pronóstico de la demanda en la esfera forestal abarca forzosamente períodos más largos, por lo que es tanto más importante, aunque sea más aventurado.

NECESIDADES DE MANO DE OBRA

El problema de la conciliación de aprovechamientos antagónicos lo complica el rápido aumento del subempleo y desempleo que impera en la mayoría de los países en desarrollo. Si los usos antagónicos resultan rentables en medida más o menos igual, conviene que se haga una evaluación del personal necesario para el aprovechamiento de la tierra. Es evidente que si una determinada modalidad de aprovechamiento de la tierra no ha de reportar ganancia monetaria, en tal caso deba recomendarse la forma de aprovechamiento que absorba mayores efectivos de mano de obra. Por desgracia, la elección no suele ser tan sencilla y habría que idear algún sistema de ponderación para atender a los casos en que la rentabilidad es relativamente grande, pero la absorción de mano de obra resulta reducida.

Se ha afirmado, por supuesto, que uno de los principales obstáculos que se oponen al progreso de los países en desarrollo lo constituye la falta de un «excedente económico» suficiente (véase Baran, 1952) y que el numerario debe encauzarse hacia las empresas que rindan el superávit necesario. En cambio, los teóricos de la economía del bienestar (véase Pigou, 1962) podrían admitir la conveniencia de conceder algún poso al empleo. Quizá no sea una petición de principio decir que se trata de una de esas cuestiones de política que en último término vienen determinadas por la orientación o ideología de quienes adoptan las decisiones.

En este orden de ideas, Zivnuska (1952) ha afirmado que las actuales ideas económicas y políticas demuestran claramente que uno de los objetivos últimos, ampliamente aceptado, de la política interior de los Estados Unidos es el desarrollo de una economía estable con pleno empleo y un alto nivel de producción.

POSIBILIDADES INDUSTRIALES DEL CULTIVO

Este apartado plantea la cuestión de la planificación del aprovechamiento de la tierra en el vacío. Todo plan de aprovechamiento de la tierra debe formar parte de un programa más amplio que abarque todas las actividades de desarrollo, es decir, debe tenerse en cuenta el desarrollo global de la zona objeto de planificación. Un supuesto básico de la planificación económica en los países en desarrollo es que resulta indispensable una gran transformación estructural, lo que requiere algo de desarrollo industrial. El sector industrial entraña interés especial en los planes nacionales de desarrollo. En la formulación de planes de aprovechamiento de la tierra se ha atendido muy poco a las posibilidades de industrialización de las zonas boscosas de los trópicos.

En la mayoría de los planes estudiados, el hincapié se ha hecho en el sector agrícola. En los contados casos en que se intentaban comparaciones económicas, los cálculos se detenían en la producción de las materias primas, no considerándose ni las utilidades que ya revertían a las fábricas elaboradoras existentes ni la posibilidad de desarrollar una economía industrial a partir de los frutos de la tierra. Sin embargo, no sólo es grande el potencial de los bosques tropicales del mundo, sino que existe ya la necesidad de productos industriales, que, al parecer, va aumentando rápidamente. Westoby (1963) 10 ha demostrado con claridad. Se encarece, pues, que al considerar los distintos aprovechamientos antagónicos de la tierra se proceda a una evaluación de las posibilidades de industrialización que podrían derivarse de una determinada modalidad de aprovechamiento y se estimen sus efectos multiplicadores.

CONTRIBUCIÓN A LA BALANZA DE PAGOS

Otros factores que han de tenerse en cuenta al planificar el aprovechamiento de la tierra son las ventajas relativas que un país posee para una determinada forma de aprovechamiento y qué contribución a la balanza de pagos pueden aportar los cultivos a que la tierra se destine. Estas consideraciones suponen una evaluación de las disponibilidades de suministros internacionales de productos que pueden rechazarse por ser más rentable producir otro cultivo en el país propio y una estimación del precio que habrá que pagar para importarlo del extranjero; tienen en cuenta los beneficios relativos que se conseguirían si se rechazara la plantación de determinados cultivos y se levantaran otros y, quizá lo más importante, en ellas influyen las posibles contribuciones a la balanza de pagos. Para el desenvolvimiento de su infraestructura, los países en desarrollo han de depender (y durante prolongado tiempo) de la importación de equipo y material que no pueden producir por sus propios medios. Por tanto, se impone fomentar la producción de bienes que reduzcan la sangría de los fondos locales y alleguen divisas.

La conciliación de las demandas antagónicas de recursos constituye uno de los problemas importantes con que actualmente se enfrentan los países en desarrollo. Tierras hasta ahora reservadas a montes se pasan frecuentemente a la agricultura, se niegan fondos oficiales a un sector de la economía que emplea tierras para concederlos a otros y se adoptan decisiones a base de datos insuficientes o de un asesoramiento inadecuado. A veces, los forestales se muestran tan reacios a servirse de los instrumentos del economista que la causa de la silvicultura se pierde por falta de defensor. El principal objeto de este artículo es, pues, convencer a los forestales de que un estudio más detenido de los aspectos económicos de la producción maderera y otros usos de la tierra se traduciría en una distribución más racional de los recursos.

Bibliografía

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