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Household agriculture and regional development

The urban growth model with which Brazil has been experimenting over the past 15 years could provide a good occasion to revive the rural sector. The success of policies to strengthen or establish new households in the rural sector will depend on the opportunities they are given to enhance dynamic and diversified relations with the towns. The author of this article believes that the debate on the development potential arising from enhancement of the local features and characteristics of different regions is still in its early stages. It is a very promising area of research and offers considerable scope for framing policies: links between the towns and the countryside are capable of providing income-generating opportunities and can be discovered locally. For this reason rural environment can be approached positively, on the basis of projects that are capable of creating new opportunities at the local and regional levels.

As a result of recent urban growth, new demands are being placed on the rural environment which now has an income-generating potential far exceeding that historically associated with farming. At the same time, as a result of the continuing magnitude of the rural exodus which involves mainly the young, the towns no longer have the capacity to absorb the influx of people from the rural areas.

Agriculture familiale et mise en valeur du terroir

Le mod�le de croissance urbaine que le Br�sil a exp�riment� ces 15 derni�res ann�es pourrait constituer un facteur positif pour la revitalisation de son secteur rural. Les politiques visant � renforcer et � cr�er de nouvelles unit�s familiales dans le secteur rural seront d'autant plus efficaces que les occasions d'intensifier les relations dynamiques et diversifi�es avec les grandes villes seront nombreuses. Selon l'auteur, la r�flexion sur les avantages que la valorisation des attributs territoriaux des diverses r�gions peut comporter pour le d�veloppement n'en est qu'� ses d�buts. Il s'agit d'une piste fertile pour la recherche et l'�laboration de politiques: c'est en effet autour des terroirs qu'on pourra d�couvrir de nouvelles configurations entre villes et campagnes, capables d'offrir des possibilit�s de cr�ation de revenus. C'est en ce sens que le milieu rural peut �tre �tudi� de mani�re positive, comme la base de projets capables de susciter l'�mergence locale et r�gionale de nouvelles possibilit�s. La croissance urbaine r�cente impose au milieu rural de nouvelles obligations, dont le potentiel de cr�ation de revenus va bien au-del� de celui historiquement li� aux activit�s agricoles. En m�me temps et � cause de l'ampleur de l'exode rural qui touche surtout les jeunes, la capacit� des noyaux urbains d'absorber de mani�re productive l'exode rural est d�sormais �puis�e.

Agricultura familiar y desarrollo territorial

Ricardo Abramovay *

El modelo de crecimiento urbano que Brasil est� experimentando en los �ltimos quince a�os podr�a constituir un momento positivo para reactivar su sector rural. Las pol�ticas dirigidas al fortalecimiento y a la creaci�n de nuevas unidades familiares en el sector rural tendr�n tanto m�s �xito cuanto m�s importantes sean las oportunidades de intensificaci�n de sus relaciones din�micas y diversificadas con las ciudades. Seg�n el autor, la reflexi�n sobre el potencial que la valorizaci�n de los atributos territoriales de las distintas regiones pueden comportar para el desarrollo es todav�a incipiente. Se trata de un camino f�rtil de investigaci�n y de proposici�n de pol�ticas y es en torno a los territorios que podr�n ser descubiertas nuevas configuraciones entre ciudad y campo, capaces de propiciar oportunidades de generaci�n de ingresos. Es en este sentido que el medio rural puede ser enfrentado de manera positiva, como base de proyectos capaces de motivar la aparici�n local y regional de nuevas oportunidades. El crecimiento urbano impone al medio rural nuevas exigencias cuyo potencial de generaci�n de ingresos va mucho m�s all� de las ligadas hist�ricamente a las actividades agropecuarias. Al mismo tiempo -y a pesar de la magnitud de un �xodo rural que toca sobre todo a los j�venes- los n�cleos urbanos ya no tienen la capacidad de absorber de manera productiva a las personas que provienen del campo.

El modelo de crecimiento urbano que Brasil est� experimentando en los �ltimos quince a�os podr�a constituir un triunfo para reactivar su sector rural. Las pol�ticas dirigidas al fortalecimiento y a la creaci�n de nuevas unidades familiares en el sector rural tendr�n tanto m�s �xito cuanto m�s importantes sean las oportunidades de intensificaci�n de sus relaciones din�micas y diversificadas con las ciudades.

La consolidaci�n de un sistema brasile�o de ciudades (Faria, 1991) es actualmente una condici�n necesaria, pero no suficiente, para permitir esta integraci�n; es fundamental que la poblaci�n rural est� dotada de los medios de las prerrogativas (Sen, 1981-1984) que le permitan sacar provecho del dinamismo que las ciudades tienden a propagar a su alrededor1. La descentralizaci�n del propio proceso de inversiones industriales (Rodrigues, 1998), de las inversiones p�blicas en nuevas rutas, asociada a la ampliaci�n de las posibilidades abiertas por la privatizaci�n del sistema de telecomunicaciones constituyen la base objetiva de la formulaci�n de un ambicioso proyecto de desarrollo rural para el pa�s.

La dotaci�n de activos de la mayor�a de la poblaci�n rural brasile�a es tan precaria que se expone a quedar al margen del proceso -lento, pero real- de interiorizaci�n del crecimiento econ�mico por el cual va pasando el pa�s. Esto es lo que justifica una pol�tica activa por parte de la sociedad y del Estado destinada a alterar la matriz de la inserci�n social de los individuos, de manera que puedan vencer la pobreza, o sea, ampliar sus �elecciones y oportunidades para vivir una vida aceptable� (PNUD, 1997). El acceso a la tierra es una de las condiciones b�sicas para este cambio: sin embargo, esto tiene sentido solamente si fuera acompa�ado del acceso a un conjunto de condiciones que alteren el ambiente institucional local y regional y permitan la revelaci�n de los potenciales con que cada territorio puede participar en el proceso de desarrollo. Esto no depende de la iniciativa y de la transferencia de recursos por parte del Estado, sino de la movilizaci�n de las propias fuerzas sociales interesadas en la valorizaci�n del medio rural: es de all� que podr�n nacer las nuevas instituciones capaces de empujar el desarrollo de regiones consideradas socialmente como condenadas al atraso y al abandono.

Cuanto mayor sea el dinamismo y la diversificaci�n de las ciudades empujadas por la interiorizaci�n del proceso de crecimiento econ�mico, m�s significativas ser�n tambi�n las oportunidades de que la poblaci�n rural realice un conjunto variado de funciones para la sociedad y deje de ser considerada como una �reserva de mano de obra sobrante�. El desarrollo brasile�o, debido a la diversificaci�n de su sistema urbano, requiere una nueva din�mica territorial, donde el papel de las unidades familiares puede ser decisivo.

Tal como est� ocurriendo en los mayores pa�ses capitalistas, el desarrollo rural debe ser concebido en un marco territorial, mucho m�s que sectorial (Ray, 1997; Von Meyer, 1998): nuestro desaf�o no ser� tanto c�mo integrar el agricultor a la industria sino, c�mo crear las condiciones para que una poblaci�n valorice un cierto territorio en un conjunto mucho m�s variado de actividades y de mercados.

Un estudio reciente de la OCDE de 1996 muestra que el �xito de ciertas regiones rurales de los pa�ses desarrollados en generar ocupaciones productivas se debe a una composici�n sectorial favorable.
Los buenos desempe�os en la creaci�n de empleos son el resultado de una din�mica territorial espec�fica que todav�a no es bien comprendida, ya que comporta probablemente aspectos como la identidad regional, un clima favorable al esp�ritu empresarial, la existencia de redes p�blicas y privadas o la atracci�n del medio ambiente cultural y natural.

La exploraci�n de esta nueva din�mica territorial supone pol�ticas p�blicas que estimulen la formulaci�n descentralizada de proyectos capaces de valorizar los atributos locales y regionales en el proceso de desarrollo.

El objetivo de este texto es exponer los principales argumentos en favor de una pol�tica de desarrollo rural en Brasil.
El desarrollo rural no acontecer� espont�neamente como resultado de la din�mica de las fuerzas de mercado. Sin embargo, en la elaboraci�n de las pol�ticas capaces de promoverlo es necesario, ante todo, que se transformen las expectativas que las elites brasile�as tienen respecto a su medio rural, cuyo vaciamiento social, cultural y demogr�fico es visto casi siempre como el corolario propio del desarrollo. Las funciones positivas que el medio rural puede desempe�ar para la sociedad brasile�a se basan en el proceso de descentralizaci�n del crecimiento econ�mico y en el fortalecimiento de las ciudades de dimensiones intermedias.

Si es verdad que el �xodo rural brasile�o es muy significativo -centrado en los procesos migratorios recientes por sexo, edad y regi�n-, la contrapartida es la precariedad con que los n�cleos urbanos absorben a sus inmigrantes rurales: los que se van del campo, en particular los j�venes, son los que mayores dificultades est�n encontrando en su integraci�n a los mercados urbanos de trabajo.

La �ltima parte del art�culo destaca las razones y algunas de las condiciones necesarias para que el sector rural represente una alternativa de desarrollo para las poblaciones que viven en dicho sector y tienen dificultades de integrarse de manera constructiva a la vida urbana.

EL CRECIMIENTO DE LAS CIUDADES DE DIMENSIONES INTERMEDIAS

Vilmar Faria (1991) sostiene la tesis que Brasil no conoce el proceso llamado de hiperurbanizaci�n por la literatura internacional, hip�tesis que sorprende en el marco social de las ciudades brasile�as. La idea es que, a diferencia de otros pa�ses en desarrollo (principalmente en el �frica subsahariana), la urbanizaci�n brasile�a, a partir de 1970, no se limitaba a pocas aglomeraciones para los refugiados en condiciones de vida absolutamente miserables, sino que se diversificaba nacionalmente y ejerc�a un fuerte poder de atracci�n sobre la poblaci�n rural por su din�mica propia y por su capacidad de generaci�n de ingresos.

En 1970, nada menos que el 43,5 por ciento de la poblaci�n urbana brasile�a se concentraba en 10 n�cleos con m�s de 500 000 habitantes. En 1991, esta proporci�n cay� -a pesar del avance de la urbanizaci�n- al 33,6 por ciento dividida en 24 n�cleos de poblaci�n. Pero las aglomeraciones que m�s crecieron entre 1970 y 1991 fueron las llamadas ciudades de dimensiones intermedias, que poseen entre 250 000 y 500 000 habitantes. En 1970 eran apenas 6 las ciudades en esta faja de poblaci�n y reun�an solamente el 3,5 por ciento de la poblaci�n urbana: en 1991 ya hab�a 33 ciudades de estas dimensiones donde resid�a m�s del 10 por ciento de los habitantes urbanos. De manera general, �las ciudades de dimensiones intermedias (entre 50 y 500 000 habitantes) en las cuales en 1970 viv�a el 19,1 por ciento de la poblaci�n urbana nacional, pasaron a agrupar en 1991 casi un tercio de esta misma poblaci�n�. (Andrade y Serra, 1998).

Entretanto, esta relativa desconcentraci�n poblacional no se difundi� de manera homog�nea por todo el territorio. El Sudeste y el Sur agregan en 1991 casi el 70 por ciento de los municipios de entre 100 000 y 500 000 habitantes. El Noreste tiene 19,7 por ciento de estos municipios, el Norte 6,8 y el Centro-oeste 4,3 por ciento (Andrade y Serra, 1998). Los especialistas asocian este modelo de crecimiento urbano a lo que est� siendo llamado en Brasil la �desconcentraci�n concentrada�2 de una industria que sale de las regiones metropolitanas para atender un �rea que le es bastante pr�xima. Diniz y Crocco (1996) apuntan a un pol�gono que se extiende de la regi�n central de Minas Gerais al Noreste de Rio Grande do Sul.

El reciente trabajo de Denise Andrade Rodrigues, muestra una t�mida ampliaci�n de este pol�gono de inversiones brasile�as, sobre todo en direcci�n de Cear�, Bah�a y algunas regiones del Sur. �Las inversiones alrededor de Salvador, Recife, Fortaleza y Natal podr�an garantizar una trayectoria de absorci�n de la mano de obra superior a la media. M�s all�, un nuevo tipo de industria se estar�a interesando por la regi�n y estar�a aprovechando su potencial tur�stico y de mercado consumidor� (Rodrigues, 1998). Lo que impresiona en esta investigaci�n del BNDES es la diversidad de las inversiones3 y sus presumibles efectos multiplicadores locales que deber�an repercutir de manera contradictoria en el ambiente rural. Por un lado, atrayendo parte de la poblaci�n rural y sobre todo sus segmentos m�s j�venes; por otro lado, se viene diversificando el tejido econ�mico de estas ciudades intermedias; sus demandas con relaci�n al medio rural tambi�n tienden a ampliarse, lo que abre un camino para la formaci�n de una red territorial que puede estimular actividades variadas en el propio campo.

Es importante a�adir que el crecimiento industrial y la ampliaci�n de las ciudades intermedias no llevan necesariamente a una mejor distribuci�n del ingreso, ni siquiera a la reducci�n del nivel de pobreza urbana. Esto es lo que hace m�s actual a�n la idea de que, en el campo, existen oportunidades de generaci�n de ingresos capaces de promover una mejor integraci�n de las poblaciones que all� viven la din�mica urbana y que esto ser�a m�s beneficioso que la simple migraci�n a las ciudades.

Transformar esta posibilidad en realidad depende de la capacidad que no solamente el Estado sino el conjunto de las fuerzas interesadas en la valorizaci�n del medio rural tendr�n para elaborar y ejecutar proyectos que fortalezcan y hagan m�s din�micas las relaciones rural-urbanas.

Las ciudades brasile�as contin�an atrayendo fuertemente a la poblaci�n rural: sobre todo a los m�s j�venes y, entre �stos, cada vez m�s a las mujeres. A diferencia del per�odo que va hasta el comienzo de los a�os 1980, son cada vez menos las posibilidades de que esta poblaci�n consiga realmente integrarse en la vida urbana, como veremos a continuaci�n.

EL �XODO RURAL DE LOS A�OS 1990

Es cierto que el �xodo rural de los a�os 1990 parece mostrar una cierta reducci�n respecto a las d�cadas anteriores, tal como lo muestra el trabajo de Camarano y Abramovay (1997). Sin embargo, no se puede hablar, de forma general, de una inversi�n de la tendencia observada desde 1940: a partir de esa �poca m�s de un tercio de la poblaci�n residente en el medio rural migraba hacia las ciudades. Durante los a�os 1980 fueron m�s de 12 millones de personas y en la primera mitad de la d�cada de 1990 el �xodo ya hab�a llegado a 5,6 millones. Manteniendo el mismo ritmo hasta el final de la d�cada obtendr�amos una migraci�n del 29,3 por ciento de la poblaci�n residente al inicio del per�odo (Cuadro 1).

CUADRO 1
Estimaciones del saldo migratorio rural-urbano y tasas de migraci�n por 1 000 habitantes en Brasil: 1950-1995)

 

Total

Per�odo

Poblaci�n inmigrante

Tasa de migraci�n (%)1

1950-1960

-10 824

-33,0

1960-1970

-11 464

-29,9

1970-1980

-14 413

-34,1

1980-1990

-12 135

-31,4

1990-1995 2

-5 654,4

-29,3

Fuente: (datos brutos): IBGE, varios censos demogr�ficos. Estimaciones del autor.
1 El denominador es la poblaci�n del comienzo del per�odo. La tasa ha sido calculada para la d�cada para permitir la comparaci�n.


Lo que llama m�s la atenci�n en las migraciones rural-urbanas de los a�os 1990, a parte de su magnitud global, son otras tres caracter�sticas. Proviene desde el Noreste casi el 55 por ciento de los inmigrantes rurales brasile�os en los a�os 1990: de los 5,8 millones de inmigrantes rurales, nada menos que 3,1 millones vienen del Noreste (Cuadro 2).


CUADRO 2
Estimaciones del saldo migratorio por regiones y su distribuci�n proporcional (1950-1995)

 

1950-60

1960-70

1970-80

1980-90

1990-95

 

en 1000

%

en 1000

%

en 1000

%

en 1000

%

en 1000

%

Norte

-297,2

2,7

-362,7

3,2

125,1

-0,9

271,6

2,2

-467,1

8,1

Noreste

-5 009,9

46,3

-3 083,9

27,0

-4 912,0

34,1

-5 419,5

44,6

-3 154,10

54,6

Sudeste

-3 895,0

36,0

-6 011,4

52,7

-4 512,2

31,3

-3 126,5

25,7

-1 043,10

18,0

Sur

-1 397,5

12,9

-1 624,3

14,2

-4 184,8

29,0

-2 695,0

22,2

-808,4

14,0

Centro-oeste

-224,5

2,1

-329,9

2,9

-929,1

6,4

-1 175,1

9,7

-308,6

5,3

Brasil

-10 824,1

100

-11 412,2

100

-14 413,0

100

-12 144,5

104

-5 781,30

100

Fuente: (datos brutos): IBGE, varios censos demogr�ficos.


CUADRO 3
Tasa migratoria 1950-1995

 

1950-60

1960-70

1970-80

1980-90

1990/951

(%)

Norte

-18,5

-22,6

6,3

9,6

-21,5

Noreste

-30,8

-14,9

-20,1

-22,4

-31,1

Sudeste

-30,6

-46,5

-40,6

-35,2

-25,9

Sur

-18,9

-22,0

-45,5

-37,7

-30,2

Centro-oeste

-11,6

-17,0

-35,2

-48,8

-38,5

Brasil

-25,4

-26,5

-31,6

-28,4

-29,3

Fuente: Cuadro 2.
1 Tasas decenales.


Cuando se relacionan los inmigrantes rurales con la poblaci�n residente al comienzo de la d�cada en cada regi�n, se observa una significativa baja en el Sudeste y en el Sur durante la primera mitad de los a�os 1990, en relaci�n con las dos d�cadas anteriores. El 37,7 por ciento por ciento de los habitantes rurales del Sur y el 35,2 por ciento de los habitantes del Sudeste al comienzo de los a�os 1980 dejaron el campo en el transcurso de la d�cada. Durante los a�os 1990 esta proporci�n cay� respectivamente al 30,2 y al 25,9 por ciento, en el caso de que se mantenga hasta el final de la d�cada el ritmo verificado hasta 19964. Ya en el Noreste y Centro-Oeste, el proceso de desruralizaci�n se mantiene muy acentuado en los a�os 1990. Es bastante probable que esta situaci�n se haya agravado con la sequ�a reciente. Los a�os 1990 marcan ciertamente un punto de inflexi�n en el proceso de �xodo rural de las regiones del Sudeste y del Sur. Resultados diversos se registran en el Noreste.

Los inmigrantes rurales brasile�os son cada vez m�s j�venes y entre ellos el n�mero de mujeres es superior al de los hombres. En la d�cada de 1960, predominaban las migraciones de la faja de edad de 40 a 49 a�os. En cada d�cada, la concentraci�n de edad de las migraciones fue disminuyendo hasta llegar al grupo de entre 15 y 19 a�os (Camarano y Abramovay, 1997). Al mismo tiempo, las mujeres migran m�s que los varones -fen�meno que toca en los a�os 1990, por primera vez, tambi�n al Noreste. En 1950, hab�a m�s mujeres que hombres en el medio rural brasile�o. En 1960 la proporci�n entre los sexos era pr�cticamente la misma, y fue aumentando en cada d�cada el predominio de los hombres en la poblaci�n. En 1991, el n�mero de hombres de 15 a 19 a�os era superior en un 13 por ciento al n�mero de las mujeres, y en la faja de 20 a 24 a�os era un 12 por ciento superior. M�s recientemente, este proceso de �masculinizaci�n del medio rural� est� tocando no solamente el medio rural, sino tambi�n a los peque�os municipios del interior 5. Estos datos adquieren mayor significado cuando se sabe que el 19 por ciento de la mano de obra femenina urbana est� ocupada en trabajos dom�sticos y que el empleo dom�stico es uno de los �subsectores econ�micos de peor remuneraci�n para la clase trabajadora� (Melo, 1998).

No existen informaciones seguras sobre la manera como esta poblaci�n inmigrante rural, cada vez m�s joven, se integra en el ambiente urbano.

Hay una diferencia clara con relaci�n a lo que ocurri� durante la d�cada de 1970, cuando el crecimiento econ�mico permiti� que el �xodo rural fuese, de facto, un medio para reducir la pobreza. Las familias con ingresos per c�pita inferiores a un cuarto del sueldo m�nimo eran nada menos que el 43,9 por ciento del total en 1970. En 1980, este valor cay� en un 17,7 por ciento. Es de notar que entre las familias que trabajan en el sector primario (b�sicamente en la agricultura), esta baja es irrisoria, como muestra el trabajo de Pastore et al. (1983). En otras palabras, incluso de manera precaria, el crecimiento urbano y metropolitano de los a�os 1970 ofrec�a una posibilidad real de mejoramiento de vida a un vasto contingente de pobladores que sal�an del campo, m�s a�n considerando que las condiciones de vida en el interior no ofrec�an las oportunidades presentadas en las ciudades por una econom�a en fuerte expansi�n.

Este horizonte se invierte a partir dos a�os 1980, cuando se acaban �los mecanismos de crecimiento r�pido y se bloquea la movilidad que aseguraba la incorporaci�n de masas crecientes de trabajadores� (Pacheco, 1992). El IPEA (1997) habla de un �nuevo modelo de desarrollo que se delinea para las pr�ximas d�cadas� cuyo rasgo esencial es la desaceleraci�n del empleo en los sectores econ�micos m�s din�micos. Es claro que la generaci�n de ingresos no puede ser confundida con el empleo formal y que no puede ser reducida a los sectores m�s din�micos de la econom�a. Seg�n las proyecciones del IPEA (1997), un crecimiento econ�mico anual del 3 por ciento llevar�a al pa�s a un d�ficit en la generaci�n de empleos correspondiente a 6,1 millones de puestos de trabajo para el a�o 2005. Las proyecciones m�s recientes de crecimiento econ�mico (hasta 1999) indican posibilidades muy limitadas de crecimiento del mercado urbano de trabajo.

A pesar de que la tasa de crecimiento prevista para la poblaci�n econ�micamente activa con m�s de 8 a�os de estudio (que IPEA llama �cualificada�) sea superior a la de la poblaci�n no cualificada (con menos de 8 a�os de estudio), el hecho es que de un conjunto de 90 millones de brasile�os activos, nada menos que 60 millones, en 2005, tendr�n todav�a un precario nivel educacional. En todas las proyecciones de IPEA la poblaci�n no cualificada tendr� un nivel de desocupaci�n mayor y ganancias salariales menores que la poblaci�n cualificada.

En los sectores industriales, el saldo l�quido de creaci�n de empleos fue positivo en los a�os 1996 y 1997 entre los j�venes de 10 a 24 a�os contrariamente a lo que ocurri� con la poblaci�n de m�s de 24 a�os. Al mismo tiempo, el saldo fue negativo para los no cualificados, seg�n muestra una investigaci�n reciente del PNUD/BNDES6. El aumento del empleo joven en la industria, entretanto, no llega a contrabalancear la p�rdida conjunta de puestos de trabajo para los que est�n en esta faja de edad, seg�n la investigaci�n de M�rcio Pochmann. En 1997, de cada 10 j�venes ocupados, 4 eran aut�nomos y 6 asalariados, de los cuales apenas 2 estaban registrados7.

Actualmente la formaci�n escolar de los j�venes rurales contribuye decididamente a su inserci�n subalterna en el mercado de trabajo urbano. A pesar de que la frecuentaci�n escolar de las mujeres sea superior a la de los hombres, Brasil est� entre los pa�ses latinoamericanos con los peores indicadores en materia de educaci�n rural y nada indica que este marco est� sufriendo un cambio significativo. En 1995, en Chile, el 5 por ciento de los j�venes y el 4 por ciento de las j�venes ten�an menos de cuatro a�os de estudio. En M�xico, esta situaci�n tocaba el 27 por ciento de los j�venes y el 21 por ciento de las j�venes. En Brasil, nada menos que el 55 por ciento de los j�venes y el 42 por ciento de las j�venes en el sector rural estudiaban menos de cuatro a�os, seg�n datos de la CEPAL (Durston, 1997). El nivel con que, la mayor�a de las veces, llegan al mercado de trabajo urbano contribuye a que se inserten en los segmentos de m�s baja remuneraci�n8.

La existencia de una gran subocupaci�n de mano de obra, sobre todo en la agricultura familiar9 hace que migren justamente aquellos con mayores posibilidades de encontrar trabajo en las ciudades, aun en condiciones precarias, o sea, los m�s j�venes. Se trata de una situaci�n pr�xima a la descrita por Jerzy Tepicht (1973) para Polonia, cuando hablaba de las �fuerzas marginales y no transferibles� en la agricultura familiar, aquellas cuyo trabajo no encuentra valorizaci�n mercantil fuera de la unidad familiar. La diferencia es que, en la Europa de la d�cada de 1970 analizada por Tepicht, estas fuerzas no transferibles eran constituidas por �trabajo parcial de mujeres, j�venes y viejos�, mientras que en Brasil est�n formadas por hombres y mujeres en plena edad activa.

Todos los datos parecer�an apuntar en la misma direcci�n: cuanto mayor sea su dinamismo, las ciudades brasile�as ser�n cada vez menos propicias para recibir a los inmigrantes con formaci�n escolar y profesional precaria. No se debe olvidar tampoco que, para las ciudades, estos inmigrantes representan un costo social y ambiental sin contrapartida en el uso productivo que otrora se hac�a de su trabajo barato. La inmigraci�n es una de las razones por las cuales las zonas de mayor precariedad ambiental en la ciudad de S�o Paulo crecen m�s que el total urbano10. La situaci�n actual, en este sentido, es bien distinta de la que conocieron los mayores pa�ses capitalistas en su per�odo de �xodo rural m�s acelerado -de cierta forma tambi�n Brasil entre 1950 y la mitad de los a�os 1970- cuando las ciudades representaban una perspectiva de ascenso social para los inmigrantes rurales.

 

CONSECUENCIAS PARA EL DESARROLLO RURAL

Es en este marco de restricciones que puede ser formulada la cuesti�n de la oportunidad de una ambiciosa pol�tica de desarrollo rural para el pa�s. �Cu�l es el destino de la poblaci�n y de los espacios no densamente poblados en Brasil, y cu�les pueden ser las funciones realizadas por la agricultura familiar? (v�ase el Recuadro 1).

Recuadro 1
Espacios no densamente poblados

Entre 1991 y 1996 el peso demogr�fico de los peque�os municipios cay� de manera significativa: representaban el 16 por ciento de la poblaci�n urbana y pasaron a ser apenas el 11 por ciento en cinco a�os (Camarano, 1998). La reducci�n fue a�n mayor que la registrada para la poblaci�n rural en este mismo per�odo. Aun as�, si sumamos a la poblaci�n definida como estrictamente rural la que vive en municipios con menos de 20 000 habitantes, veremos que all� vive casi un tercio de la poblaci�n brasile�a, 50 millones de personas en 1996.

Distribuci�n de la poblaci�n brasile�a por grupo de tama�o demogr�fico
(porcentaje de la poblaci�n total)

Grupos

1940

1950

1960

1970

1980

1991

1996

Urbana

31,2

36,2

45,4

55,9

67,7

74,8

78,0

500 y m�s

10,8

14,2

21,4

26,7

32,3

35,2

35,7

100-499

5,1

4,9

4,4

6,5

9,6

10,7

11,3

50-99

1,7

2,2

2,6

3,2

4,1

5,4

9,1

20-49

1,9

3,0

4,3

5,1

6,3

7,6

10,4

< 20

11,7

11,9

12,7

14,0

15,5

16,4

11,8

Rural

68,8

62,8

54,6

44,1

32,4

24,5

22,0

Fuente: Camarano, 1998, basado en los censos demogr�ficos del IBGE.

Este declive de los municipios menores ocurri� tambi�n en los Estados Unidos durante los a�os 1980: �...las tendencias recientes de la poblaci�n rural est�n inversamente relacionadas con el tama�o de la comunidad. Las ciudades menores fueron las m�s seriamente interesadas y las de dimensiones intermedias consiguieron mantener su posici�n. En el estado de Iowa, por ejemplo, las 680 peque�as ciudades con poblaci�n inferior a 1 000 habitantes perdieron cerca del 35 por ciento de su comercio durante los a�os 1980 y su p�rdida de poblaci�n estuvo mayormente concentrada entre los j�venes. En total, el 72 por ciento de las ciudades con menos de 2 500 habitantes perdieron poblaci�n durante los a�os 1980� (Galston y Baehler, 1996).


Existen dos concepciones en la sociedad a este respecto.

La primera pretende que las localidades de peque�a concentraci�n de poblaci�n est�n fatalmente condenadas a la desertificaci�n social, econ�mica y cultural. Seg�n esta visi�n, el �xodo rural no es solamente irreversible sino deseable y las inversiones p�blicas deben concentrarse en las regiones hacia las cuales los inmigrantes se est�n dirigiendo, debido a que las posibilidades de generaci�n de ingresos son muy precarias en sus localidades de origen11. A esta visi�n los especialistas le dan el nombre de sesgo urbano del desarrollo. No es dif�cil percibir que en la historia brasile�a reciente tiene todav�a una clara influencia tanto en la opini�n p�blica en general como entre los intelectuales.

La pol�tica nacional de asentamientos y el PRONAF -Programa nacional de fortalecimiento de la agricultura familiar- expresan las fuerzas que se oponen a esta visi�n hasta aqu� dominante respecto de las relaciones entre ciudad y campo en el proceso de desarrollo. Su hip�tesis b�sica es que existe un potencial de generaci�n de ingresos en el medio rural y en los municipios relacionados que la sociedad no ha sido capaz de valorizar.

Los principales argumentos en este sentido se presentan a continuaci�n con siete propuestas b�sicas:

  1. El bajo costo de oportunidad del trabajo en la mayor parte de las regiones rurales brasile�as debe ser considerado como un problema. En las situaciones de pobreza, la productividad del trabajo puede ser ampliada en base a inversiones relativamente modestas, tal como muestra el importante estudio del FIDA (Jazairy et al., 1992). Esperar que los beneficios del crecimiento econ�mico lleguen a las poblaciones m�s pobres a trav�s de la simple expansi�n de la demanda de trabajo es un camino bastante m�s incierto que dotarlas de los medios que les permitir�n convertirse en las protagonistas del proceso de crecimiento econ�mico en las regiones donde habitan. El an�lisis de 100 proyectos de desarrollo financiados por el FIDA desde 1985 muestra una tasa de retorno m�s alta de lo esperado en proyectos convencionales de inversi�n y tambi�n de costo de oportunidad del capital en los pa�ses en desarrollo. La experiencia brasile�a reciente se est� demostrando m�s diversificada en este sentido. La rentabilidad de las inversiones en los ambientes donde predomina la pobreza rural depende fundamentalmente de la capacidad que tendr�n las organizaciones locales y el poder p�blico de alterar la manera que los beneficiarios de los proyectos tienen de relacionarse con el resto de la sociedad. M�s importante que el monto de estas inversiones son los nuevos modos de inserci�n social que ellas estimulan (v�ase el Recuadro 2).

     

    Recuadro 2

    Una experiencia de construcci�n del capital social

    La Gaceta Mercantil public� recientemente un reportaje 1 que describe algunos de los resultados del programa conjunto entre el Gobierno de Pernambuco y la Sociedad Alemana de Cooperaci�n T�cnica (GTZ) junto a 30 comunidades en el interior del estado. A pesar de ser de monto reducido, los financiamientos obtenidos por cada familia permitieron que adquiriesen tierra y equipo de bajo costo para la producci�n. Por ejemplo, en el Ingenio Moscou (en Bonito, a 137 km de Recife), un agricultor compr� 10 ha tierras por R$ 1 100, lo que le permiti� una producci�n suficiente para acabar con la vida de asalariado que llevaba hasta ese momento (�deb�a levantarme a las tres de la ma�ana y viajar una hora en un cami�n para llegar a tiempo para encontrar ca�a para cortar�). Sus hijos van a la escuela y �l puede hasta hacer modificaciones en su casa. Los recursos forman parte de un fondo rotativo y son prestados a una tasa del 15 por ciento al a�o, superior a la que prevalec�a, por ejemplo, en el PRONAF. Asimismo no hay incumplimiento, lo que constituye un fuerte indicador de que el acceso al cr�dito, incluso para actividades econ�micas tradicionales y aparentemente poco prometedoras, permite una generaci�n de ingreso que, para las poblaciones involucradas en los proyectos, representa mejoras de condici�n de vida: en este caso, el ingreso de las familias beneficiadas por el programa se triplic�. Lo importante de todas estas experiencias de generaci�n de ingreso basadas en peque�as inversiones es la organizaci�n de la comunidad, que permite la reducci�n de los costos de transacci�n en los negocios, la implantaci�n de un ambiente de confianza y el aumento del �mbito de acci�n social de los agricultores. M�s que eso, el aumento del ingreso y el acceso a instituciones con las cuales los habitantes no se relacionaban anteriormente (bancos, asistencia t�cnica, comerciantes) los libera de la dependencia clientelista con relaci�n a intermediarios que disminuyen el precio de lo que venden. Ciento cincuenta pescadores beneficiados por el programa del Gobierno de Pernambuco y de la GTZ aumentaron sus ingresos desde un salario m�nimo de R$ 500 por mes gracias al cambio de embarcaciones de madera por otras de fibra de vidrio. La obtenci�n del capital de operaciones fue lo que permiti� que los pescadores se liberaran de los intermediarios tradicionales y pudiesen aumentar sus ganancias en base a la actividad econ�mica que ven�an practicando. Lo importante es que pudieron cambiar el ambiente institucional donde se encontraban y su c�rculo de relaciones sociales ahora incluye no solamente los t�cnicos del convenio, sino la industria que les fabric� la nueva embarcaci�n, los comerciantes con los cuales pudieron diversificar sus compras y sobre todo la propia comunidad organizada alrededor de un proyecto.

    1 �Esp�ritu emprendedor llega a la regi�n del Noreste� por Patr�cia Raposo, Gazeta Mercantil (20-8-1998).

     

  2. El principal desaf�o para que las unidades familiares de producci�n agropecuaria se conviertan en la base del desarrollo rural est� en que ellas puedan dotarse de los medios que les permitan participar en mercados din�micos, competitivos y exigentes en innovaciones. En este sentido, los segmentos donde se concentran actualmente son muy problem�ticos: en la producci�n de granos b�sicos12, hay una tendencia bastante uniforme hacia la baja de los precios. Seg�n un estudio reciente del Centro de Econom�a Agr�cola de la Fundaci�n Get�lio Vargas, el valor de la producci�n bruta del sector productor de granos tuvo una reducci�n del 50 por ciento entre 1980 y 1997, no solamente en virtud de la abertura comercial, sino tambi�n como resultado del propio aumento de la productividad, que creci� de 430 a 1 300 kg por hect�rea en el caso del algod�n, de 1 500 para 2 700 kg por hect�rea en el de arroz, de 1 750 a 2 300 kg por hect�rea en el de la soja y de 1 600 a 2 600 kg en el del ma�z13. Tambi�n en el caso de la leche, el crecimiento del 41 por ciento en la oferta entre 1990 y 1998 fue acompa�ado con una reducci�n significativa en los precios14. Tendencias semejantes se observan tambi�n en la producci�n de peque�os animales as� como en el tabaco (Frozza et al.), 1998. Estas informaciones son corroboradas por los resultados de una investigaci�n del PNUD/BNDES (Najberg y Vieira, 1996), basada en la matriz insumo-producto, seg�n la cual a pesar de que la ocupaci�n agr�cola aumente mucho con la expansi�n de la demanda sectorial15 los puestos de trabajo creados de esa manera est�n entre los de peor remuneraci�n en toda la econom�a. Se trata de un sector cuyo crecimiento tiene un t�mido efecto multiplicador sobre la expansi�n de la econom�a en su conjunto.
    Por estas razones, el desarrollo rural no puede ser concebido como simple expansi�n de las actividades agropecuarias. Al mismo tiempo, dado el peso de estas actividades en el sector rural, ellas tendr�n durante mucho tiempo a�n -por mayor que sea la tendencia al crecimiento de las actividades no agr�colas en el campo (Graziano da Silva, 1997)- un peso determinante. Esta es la cuadratura del c�rculo del desarrollo rural brasile�o, la cual ser� resuelta no por el abandono prematuro de las actividades agr�colas, que hoy ocupan a la mayor parte de la poblaci�n rural, sino por un cambio decisivo en sus formas de organizaci�n: est� en la construcci�n de nuevos mercados -tanto para los productos hasta aqu� predominantes, como, sobre todo, para las actividades que apenas empiezan a desarrollarse- el m�s importante desaf�o del desarrollo rural. Esta construcci�n no va resultar de la acci�n espont�nea de los agentes privados, sino de la organizaci�n de los productores apoyada de manera decisiva por los movimientos sociales y por el poder p�blico.
  3. Hay un vasto segmento de la agricultura familiar brasile�a que no consigue afirmarse econ�micamente en virtud del ambiente social que la vincula al mercado. Es lo que ocurre en las �reas m�s pobres del Noreste, donde todav�a los mecanismos de comercializaci�n como los de �venta anticipada� son importantes y vinculan las familias a un comerciante que pasa a ser el destinatario natural de los resultados del trabajo agr�cola (Abramovay, 1992). Esto es lo que ocurre siempre cuando en el ambiente local y regional las familias tienen reducidos m�rgenes de elecci�n en la comercializaci�n de sus productos, en la obtenci�n de financiamientos, en la compra de insumos y en el acceso a la informaci�n.
    En los pocos casos en que el cr�dito agr�cola formal llega a estas familias, no solamente la respuesta en t�rminos de producci�n es inmediata, sino tambi�n en los productos convencionales es n�tido el aumento de ingreso: en este caso la familia consigue emanciparse del c�rculo de dependencia clientelista al cual est� ligada y se abre camino para insertarse en mercados competitivos para los productos que estaba produciendo hasta entonces.
    Las tentativas de promover el acceso al cr�dito para las poblaciones pobres presentan dos obst�culos b�sicos.
    En el caso de los asentamientos, la casi completa eliminaci�n de los riesgos por parte del sistema financiero y para el proprio agricultor constituye uno de los l�mites fundamentales para que el cr�dito se vuelva un instrumento de desarrollo. Los financiamientos dejan de integrarse a proyectos econ�micamente sostenibles y tienden a convertirse en formas complementarias del ingreso, perpetuando la situaci�n de pobreza en que se encuentran las familias. Por m�s que haya situaciones que escapan a este modelo, esto actualmente tiene un peso muy importante en los asentamientos16.
    En el caso del PRONAF, el problema es al rev�s: una vez que existe riesgo para el sistema bancario y para los agricultores, los criterios de selecci�n tienden a eliminar a los agricultores imposibilitados de ofrecer garant�as y contrapartidas para proyectos econ�micamente viables (Abramovay y Veiga, 1998). Un ejemplo de esta situaci�n es el n�mero irrisorio de agricultores de bajos ingresos agr�colas que consiguieron concretamente un financiamiento, a pesar de la existencia de una l�nea espec�fica del PRONAF dirigida a este objetivo p�blico.
    La soluci�n para este problema no est� en la creaci�n de un sistema de cr�dito estatal paralelo al sistema bancario, que suprima la propia noci�n de riesgo, sino en una organizaci�n social que pueda presionar al sistema bancario para que �ste conceda cr�ditos, y en las formas colectivas de reducci�n de los riesgos como los fondos de aval o el aval solidario a los pr�stamos. Las cooperativas de cr�dito que est�n creciendo en el Sur del pa�s constituyen tambi�n un medio para contrabalancear los costos de transacci�n bancaria para la organizaci�n local.
    Lo importante es que en los mercados convencionales de productos agr�colas, existe un espacio significativo que puede ser ocupado por la agricultura familiar cuyo desempe�o depender� fundamentalmente de su capacidad de organizaci�n local y de presi�n sobre las instituciones p�blicas y privadas para cambiar la matriz de su inserci�n social.
    Por otro lado, es claro que este cambio no depende solamente del cr�dito. Es dif�cil imaginar que los padres de los j�venes frecuenten las 16 000 escuelas de la zona rural del Noreste17, que no poseen abastecimiento de agua, cisterna, o caja de agua (71,05 por ciento del total de las escuelas de la zona rural de la regi�n) y puedan tener acceso al cr�dito, a la asistencia t�cnica y a proyectos productivos generadores de ingreso. En otras palabras, o la transformaci�n del ambiente social y econ�mico que determina condiciones de vida sucede de manera org�nicamente articulada o los recursos ser�n in�tiles.
  4. La b�squeda de nuevos mercados pasa tambi�n por la comprensi�n de los cambios en las funciones que el ambiente rural cumple para la sociedad. Por m�s importante que sea la producci�n a precios baratos de alimentos considerados b�sicos (arroz, frijol, ma�z, mandioca), pasa a ser cada vez m�s significativa la demanda por g�neros diferenciados, correspondientes a lo que se puede llamar mercados de calidad, que van desde champi�ones y caracoles hasta productos que no contengan insumos qu�micos en su composici�n o art�culos destinados a la industria farmac�utica.
    Tambi�n los g�neros donde se concentra el grueso de la oferta agr�cola (soja, ma�z, trigo, caf�, o peque�os animales, por ejemplo), tienden a sufrir un proceso intenso de diferenciaci�n de la demanda, de la cual va depender una parte creciente del ingreso de los productores: la calidad y las caracter�sticas espec�ficas de los productos se van sobreponiendo al criterio casi exclusivo de la cantidad y del precio. Es en este tipo de producto, destinado no a una clientela indiferenciada sino a compradores espec�ficos, que se encuentran las mayores potencialidades del mercado actual. Hasta poco tiempo, los agricultores eran profesionales de la producci�n, pero no de la venta, de la cual se encargaban grandes organizaciones, como las cooperativas y las agencias p�blicas, las cuales eran con frecuencia destinatarios de sus productos. Actualmente es al contrario, los agricultores y sus organizaciones necesitan saber cada vez m�s qui�n es su cliente, en qu� mercado van a colocar sus productos, y a qu� demanda de la sociedad ser�n capaces de responder. En suma, su afirmaci�n econ�mica ya no est� �de la puerta para dentro�, sino que supone un profundo conocimiento del mercado con el cual se relacionan. La idea de que los agricultores producen y de que los mecanismos de la pol�tica agr�cola garantizan su ingreso, tan arraigada hasta ahora en la conciencia de los l�deres rurales brasile�os, est� definitivamente superada.
    No se trata de apostar por actividades rurales llamadas no agr�colas. En la misma agricultura hay un vasto campo de construcci�n de mercados de calidad donde los atributos ambientales de los productos pueden ser factores decisivos para el aumento de los ingresos. La exportaci�n de la soja con la garant�a de que es org�nica y no contiene productos transg�nicos -que cuenta con el apoyo de algunas organizaciones no gubernamentales18- puede aumentar su valor en hasta un 80 por ciento. Lo mismo ocurre con el caf� org�nico en el sur del estado de Minas Gerais, exportado a Alemania a un precio doble del caf� producido convencionalmente.
  5. Adem�s de este nuevo perfil que tiende a asumir a la producci�n agr�cola -m�s dirigida hacia mercados espec�ficos y segmentados-, el ambiente rural es cada vez menos visto por la sociedad como un espacio estrictamente productivo. Sus funciones de preservaci�n ambiental, de creaci�n de un marco favorable al esparcimiento, al contacto con la naturaleza y con un estilo de vida diferente al de las ciudades son cada vez m�s valorizadas. Hasta ahora, estas nuevas oportunidades que se traducen en los hoteles-hacienda y en el turismo ecol�gico (Graziano da Silva et al., 1998) est�n beneficiando a los m�s dotados en medios necesarios a su aprovechamiento econ�mico. A diferencia de lo que ocurre en los pa�ses europeos, la participaci�n de los peque�os agricultores brasile�os en las actividades de turismo rural y ambiental es irrisoria. No hay ninguna raz�n t�cnica que aleje a los agricultores familiares del inmenso potencial representado por los mercados de calidad y por las nuevas funciones de preservaci�n ambiental y diversi�n que el medio rural ofrece a la sociedad. Adem�s es importante recordar que la democratizaci�n del acceso a los modernos medios de comunicaci�n que el reciente proceso de privatizaci�n podr� acelerar as� como la relativa descentralizaci�n de las inversiones y la construcci�n de nuevas rutas de transporte en el pa�s ser�n ben�ficas no solamente para los productos agr�colas tradicionales, sino tambi�n para permitir una ampliaci�n de estas nuevas actividades rurales.
  6. Estas observaciones son importantes porque chocan con la visi�n frecuente de que los peque�os agricultores ser�n fatalmente marginalizados por el proceso de globalizaci�n. Nada es menos evidente. La globalizaci�n es correlativa para todos los sectores de la sociedad -desde las telecomunicaciones hasta la agricultura- a la mayor segmentaci�n y a la diferenciaci�n de los mercados: por eso los sectores sociales que supieron valorizar los atributos de su localizaci�n tienen m�s posibilidades de desarrollo que los ligados a mercados an�nimos e indiferenciados. Estos atributos no son fundamentalmente naturales. Lo m�s importante es la formaci�n de lo que se llama en las instituciones internacionales el desarrollo del capital social: �...por analog�a con las nociones de capital f�sico y humano, instrumentos y capacitaci�n que estimulan la productividad individual, el capital social se refiere a caracter�sticas de la organizaci�n social, como redes, normas y confianza que facilitan la coordinaci�n y la cooperaci�n para un beneficio mutuo. El capital social estimula los beneficios de la inversi�n en capital f�sico y humano� (Putnam, 1993).
    Los trabajos m�s recientes en este sentido, ampliamente confirmados por la experiencia brasile�a tanto del PRONAF (Abramovay y Veiga, 1998), de los asentamientos (Schmidt et al., 1998), como de varias organizaciones no gubernamentales muestran que el capital social no es solamente una herencia, sino que puede ser acumulado como respuesta a situaciones de crisis (Durston, 1998). Y es en este sentido que el desarrollo rural pasa por la construcci�n de nuevos territorios, o sea, por la capacidad que tendr�n los actores econ�micos locales de manejar y valorizar activos espec�ficos a las regiones en que viven. De la misma forma que en los distritos industriales estudiados por Marshall al comienzo de este siglo, la literatura contempor�nea viene acumulando ejemplos como el de la �tercera Italia�, donde el fortalecimiento de los v�nculos territoriales invita al nacimiento de potencialidades hasta entonces durmientes en la cultura local y en procedimientos productivos y de comercializaci�n abandonados (Bagnasco, 1996). Los territorios con m�s posibilidades de una inserci�n positiva en el proceso de globalizaci�n no son los que cuentan con recursos gen�ricos (tierra, energ�a, trabajo barato) cuyo valor tiende a caer con la reducci�n de los costos de los transportes, de las comunicaciones y de las materias primas. Es la capacidad de valorizar los recursos locales y de crear sobre todo un ambiente propicio para la colaboraci�n entre los diversos segmentos productivos, y entre el campo y la ciudad, lo que va a decidir el destino de cada regi�n (Resquier-Desjardins).
  7. La hip�tesis b�sica para que las intervenciones del Estado y de las organizaciones de la sociedad civil produzcan un desarrollo rural es que el acceso a la tierra est� garantizado. En las regiones m�s desarrolladas del pa�s, la dependencia del trabajo agr�cola asalariado es sistem�ticamente sin�nimo de las peores condiciones de vida, como lo demuestra el trabajo de Leone (1995) en el estado de S�o Paulo. Un ejemplo ilustrativo y reciente proviene de Minas Gerais. El sector agroindustrial de Una�, que est� actualmente en manos de 200 medias y grandes empresas, da se�ales de progreso al aumentar la cosecha de algod�n y la instalaci�n de plantas beneficiadoras. En contrapartida19, en esta regi�n donde �se encuentran 15 000 trabajadores agr�colas� las condiciones sociales son extremadamente precarias, la criminalidad y el tr�fico de drogas son preocupantes. Probablemente la riqueza generada en Una� es superior a la producida en el Ingenio Moscou (Recuadro 2). La diferencia entre los dos casos es que, en el Ingenio Moscou -as� como en muchas otras experiencias brasile�as e internacionales- el acceso a la tierra, al cr�dito, a la organizaci�n, a la informaci�n, o sea, a la formaci�n del capital social hace que los individuos puedan beneficiarse, en el plano local, de los resultados econ�micos del proceso del cual son protagonistas directos, por m�s modestos que sean estos resultados. El contraste entre Una� y el Ingenio Moscou es un ejemplo emblem�tico de la diferencia entre crecimiento econ�mico y desarrollo.

    CONCLUSIONES

    La reflexi�n sobre el potencial que la valorizaci�n de los atributos territoriales de las distintas regiones puede tener para el desarrollo es todav�a incipiente en Brasil. Se trata de un camino f�rtil de investigaci�n y de proposici�n de pol�ticas: es alrededor de los territorios que podr�n ser descubiertas nuevas configuraciones entre ciudad y campo, capaces de propiciar oportunidades de generaci�n de ingreso hasta ahora insuficiente. El medio rural puede considerarse de manera positiva no como el lugar donde se espera el momento para integrarse en la vida urbana, sino como la base de proyectos capaces de motivar la aparici�n local y regional de nuevas oportunidades. El crecimiento urbano reciente, como se demuestra en el presente trabajo, plantea al medio rural nuevas exigencias cuyo potencial de generaci�n de ingreso va mucho m�s all� de las que estuvieron hist�ricamente ligadas a las actividades agropecuarias en su gran mayor�a. A pesar de la magnitud del �xodo rural, que alcanza en particular a los j�venes, los n�cleos urbanos ya no tienen la capacidad de absorber de manera productiva a los que llegan del campo.

    El bajo costo de oportunidad del trabajo rural permite que proyectos modestos como el del Ingenio Moscou mejoren el nivel de vida de poblaciones que hasta entonces viv�an en situaci�n de miseria absoluta. Es cierto que los mercados agr�colas convencionales son poco propicios a esta ascensi�n social. Pero esta desventaja puede ser por lo menos contrabalanceada por la construcci�n de nuevas relaciones entre agricultores y mercado. La organizaci�n local, la ampliaci�n del c�rculo con el cual se relacionan los agricultores, la presi�n para que aumente su acceso al cr�dito y a las inversiones p�blicas en infraestructura y servicios (y sobre todo las inversiones en educaci�n y formaci�n), son factores que tienen el poder de alterar el ambiente institucional del medio rural para que deje de ser asimilado autom�ticamente al atraso y al abandono. Es en este sentido que el capital social substituye, en parte, al capital f�sico: es esta la base a partir de la cual los agricultores adquieren las prerrogativas necesarias de su participaci�n en el proceso de desarrollo.

     


    * FEA y PROCAM/USP.

    1 Este dinamismo es propio de las ciudades que se convierten en centros regionales, como muestra Jacobs (1984-1986) y no de aquellas que pueden ser enfrentadas como �enclaves�. Es justamente este potencial de irradiaci�n regional que est� muy presente en las ciudades de dimensiones intermedias brasile�as.

    2Este termino fue empleado en el informe brasile�o en la Conferencia de Rio, en base a los trabajos de George Martine.

    3A pesar de que Rodrigues ha estudiado apenas las inversiones industriales.

    4Las tasas de los a�os 1991-1995 est�n proyectadas al per�odo de diez a�os para permitir su comparaci�n con las d�cadas anteriores. No hay que extrapolar de esos datos ninguna presunci�n respecto al comportamiento demogr�fico real para la segunda mitad de la d�cada.

    5El tema fue tratado por el Jornal Nacional del 1� de agosto de 1998 y recientemente por la revista Veja.

    6Citada por Delfim Netto en la Folha de S�o Paulo (5/8/1998).

    7Datos de la investigaci�n de M�rcio Pochmann transcritos en reportajes de Andr�a Hafez, Gazeta Mercantil (2/9/1998).

    8 En nueve d�as de funcionamento, durante el mes de julio, el Centro de Solidaridad con el Trabajador de la Fuerza Sindical registr� 21 040 desempleados para una oferta de 1 689 puestos ofrecidos por empresas en S�o Paulo. Lo m�s impresionante es que el Centro solamente consigui� emplear a 135 trabajadores en virtud de su baja cualificaci�n. La construcci�n civil, reducto reservado tradicionalmente a la mano de obra poco cualificada, solo ofrec�a un 4 por ciento de los puestos. La industria respond�a con un 10 por ciento, el comercio con un 22 por ciento y los servicios con un 41 por ciento del total, seg�n un art�culo de Jos� N�unane en el Estado de S�o Paulo (5/8/1998).

    9 Un trabajo reciente de �ngela Kageyama (1997) estim� esta subocupaci�n en el 35 por ciento de la poblaci�n econ�micamente activa. Evidentemente el fenomeno de la subocupaci�n aparece de manera m�s n�tida en el interior de las unidades familiares.

    10Entre 1980 y 1991, el n�mero de residencias situadas en las �reas a m�s de 20 km de la Pra�a da S� y a menos de 100 metros de cursos de agua (�reas particularmente sujetas a inundaciones) creci� solo un 6,7 por ciento por a�o (Torres, 1997). A pesar de que la poblaci�n metropolitana en su total haya pr�cticamente dejado de crecer, en estas �reas de alto riesgo la expansi�n es impresionante. Y es all� que se instalan los reci�n llegados.

    11Hay un interesante debate sobre este tema (�d�nde deben concentrarse las inversiones en el combate contra la pobreza rural: en las regiones de emisi�n o de recepci�n del �xodo rural?) en la geograf�a econ�mica del inicio de los a�os 1990. V�anse en este sentido, el resumen del debate presentado en el excelente art�culo de Schejtman (1997) y los n�meros especiales de la International Regional Science Review (vol. 14, No 3 y vol.15, No 1, ambos de 1992).

    12 No es f�cil definir de manera precisa cu�l es la parte de agricultores familiares para los cuales la producci�n de granos b�sicos tiene una importancia decisiva. En Paran� el 47 por ciento de los financiamientos del costo del PRONAF fueron para la soja y 13 por ciento para el ma�z en 1997. En Rio Grande do Sul la soja cubri� el 28 por ciento del costo y el ma�z el 19 por ciento. Para una profundizaci�n sobre el tema, v�ase Abramovay y Veiga, 1998.

    13 Seg�n reportaje de L�via Ferrari en la Gazeta Mercantil (5/7/1998).

    14 Tomas Okuda en el Suplemento Agr�cola del Estado de S�o Paulo (3/6/1998).

    15El sector agropecuario es el segundo sector, despu�s del de art�culos de vestuario, cuyo empleo aumenta con el crecimiento de la demanda. Como era de esperar, los �ltimos lugares de la lista son ocupados por los equipos electr�nicos y por el refinamiento del petr�leo, o sea, por sectores poco intensivos de mano de obra. Las actividades agropecuarias conllevan una ventaja adicional: su expansi�n es poco exigente en productos importados.

    16 No existe un balance respecto del pago por parte de los asentados del cr�dito recibido al momento de su instalaci�n. El �ndice de incumplimiento es muy elevado, no por inviabilidad econ�mica de los asentamientos sino por las dificultades administrativas por parte de los agentes financieros.

    17 Reportaje de Ari Cipola en la Folha de S�o Paulo ( 8/9/1998).

    18 Seg�n noticia publicada en Zero Hora (20/8/1998).

    19 Agropecu�ria cresce em Una�, Mauro Zanata (10/8/1998).

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