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El cultivo arbóreo en los Estados Unidos

HENRY CLEPPER

HENRY CLEPPER es director del Proyecto do Historia de la Silvicultura en los Estados Unidos, patrocinado por la Sociedad de Historia Forestal, filial de la Universidad de Yale.

GIFFORD PINCHOT, primer forestal profesional de los Estados Unidos, fue quien dirigió el movimiento de conservación de los montes en los primeros años de este siglo. El Sr. Pinchot, principal creador del sistema de bosques nacionales que actualmente ocupan una superficie de 74 millones de ha en 43 Estados, sostenía que en estos bosques radica la seguridad del país contra la escasez de madera.

FIGURA 1. - Las pequeñas propiedades, como este bosque de granja de Louisiana, constituyen la mayoría de las granjas arboristas certificadas de los Estados Unidos. Este propietario ha cercado su pinar para impedir que el ganado penetre en él para pastar. (Todas las fotografías han sido amablemente facilitadas por la American Forest Products Industries, Inc.)

Hace 60 años, el temor de una escasez de madera fue expresado en el Congreso de los Estados Unidos, en las legislaturas de los Estados, en los círculos científicos, en la prensa y en las revistas del país y en toda clase de reuniones donde se analizaban los acontecimientos del momento. En la Conferencia de Gobernadores, celebrada en la Casa Blanca en 1908, el Presidente Teodoro Roosevelt conmovió al auditorio al declarar: «Estamos cerca de una época de escasez de madera en este país, y es imperdonable que la Nación o los Estados permitan toda ulterior tala de nuestros recursos madereros, a no ser que dicha tala se haga de conformidad con un sistema que asegure a la generación siguiente ver aumentados, en vez de disminuidos, estos recursos».

A la explotación destructiva llevada a cabo por las componías madereras era imputable gran parte de la devastación de los bosques, pero esta causa no era la única. Las pérdidas por incendios y, casi en igual cuantía, por enfermedades y ataques de insectos que siguen generalmente a las operaciones de explotación, cobraban un tributo terrible.

El año 1910, por ejemplo, hubo incendios desastrosos, que se extendieron por los bosques de la nación, alcanzando su máxima intensidad en los Estados centro-septentrionales y occidentales. En Minnesota, en aquel terrible verano murieron 42 personas, centenares de ellas quedaron sin hogar y ardieron 120.000 ha de bosque. En los bosques de Idaho y Montana perecieron en los incendios 85 personas entre bomberos, granjeros y exploradores. Poblados enteros desaparecieron. Se quemaron 1,5 millones de ha de bosque y se perdieron 36 millones de m3 de madera.

Estos desastres se venían repitiendo desde hacía un siglo, pero ahora la conciencia pública sufrió una sacudida. Se conmovieron publicistas, legisladores y educadores que, a su vez, hicieron ver al país la enormidad de la pérdida de un valioso recurso natural, pues cl fuego no sólo estaba destruyendo la riqueza forestal de la nación, sino que causaba condiciones propicias para la erosión del suelo, el aterramiento de los cursos de agua y las inundaciones.

En aquella época, los bosques nacionales contaban n la más eficaz, protección entonces existente contra los incendios. Varios Estados, especialmente los de Nueva York, Pensilvania y algunos otros, disponían de servicios organizados para descubrir y combatir los incendios forestales. Pero los montes de la nación estaban en su mayor parte criminalmente descuidados, inadecuadamente protegidos y malamente ordenados.

Indudablemente, la repoblación forestal como medida de conservación había penetrado en la mente pública; millones de plantitas, cultivadas en su mayoría en viveros regentados por organismos públicos, se plantaron todos los años en los bosques quemados y talados y en las granjas abandonadas. Pero el azote de la explotación destructiva y del fuego seguía arruinando la tierra.

Después de la primera guerra mundial, varias compañías madereras, ferroviarias y mineras comenzaron a emplear forestales en la dirección de la explotación de sus bosques. En general, los esfuerzos de estas compañías, considerados en el marco de las necesidades nacionales, eran esporádicos y dispersos. Aunque hubo notables excepciones, ni los Estados ni las industrias forestales cumplían la función que les correspondía en la renovación de los recursos madereros que se explotaban en detrimento del bienestar social y económico.

Resurgimiento del sector forestal

Con la elección de Franklin D. Roosevelt a Presidente, cobraron nuevo impulso los programas de conservación. Ejemplo de ellos fue la creación del Cuerpo Civil de Conservación y la legislación aprobada por el Congreso, que estipulaba la mejora de la cooperación entre los gobiernos de los Estados y el gobierno federal, especialmente en lo relativo a la lucha contra los incendios, la repoblación forestal y la adquisición de montes por los Estados. Aunque durante los años 30 las industrias de los productos forestales atravesaron una mala situación económica, comenzaron gradualmente a mejorar la explotación de sus propiedades.

Como la aplicación de los métodos forestales científicos por los particulares era tan vacilante e infrecuente, un reducido aunque influyente sector de la opinión pública comenzó a solicitar la fiscalización oficial de las explotaciones forestales privadas. En esta propuesta, F. A. Silcox, entonces jefe del Servicio Forestal de los Estados Unidos, fue apoyado por Pinchot y otros influyentes portavoces, tales como Henry S. Graves, Decano de la Escuela de Montes de la Universidad de Yale. Estas personalidades propusieron que el gobierno federal, o éste y los gobiernos de los Estados conjuntamente, ejerciesen la reglamentación forestal de los montes privados explotados industrialmente. Según las propuestas de reglamentación, el país, para protegerse a sí mismo, tenía la obligación de prohibir legalmente las cortas destructivas.

A la promulgación esta reglamentación forestal siguió una tempestad de controversias. De momento los resultados fueron malos; dividió a los forestales tradicionales y contundió a los profanos partidarios de la conservación. Pero, a la larga, tales resultados fueron beneficiosos, pues el gran consumo de madera a que obligó la guerra hizo que, tanto la industria como el gobierno, comprendiesen que la aplicación de la silvicultura moderna a los montes comerciales del país era fundamental, si se quería que este recurso contribuyese a la prosperidad y la defensa del mismo.

A la amenaza de que el Congreso promulgara una legislación restrictiva, se unió el nacimiento en el seno de la industria de la idea de que una buena silvicultura es financieramente provechosa. Así pues, los propietarios privados fueron obligados a emprender nuevos programas para hacer productivos de nuevo los bosques agotados y talados, con el mínimo de desperdicio de las masas destinadas a la explotación. Siguiendo el ejemplo de las grandes compañías papeleras, la industria comenzó a adquirir tierras desboscadas para repoblarlas. Los árboles destinados a la obtención de madera para pasta, que podrían crecer provechosamente en 20 ó 30 años en el sur del país, fueron designados por algunos propietarios como «oro verde».

FIGURA 2. - En 1911 se habían talarlo los árboles y quemado los despojos de la corta en la granja arborista de Clemons y el bosque comenzaba a regenerarse por sí solo.

NOTA: Las figuras 2, 3 y 4 son de áreas idénticas en la granja arborista de Clemons, fiel Estado de Washington.

Repercusiones del cultivo arbóreo

Más tarde, en 1941, se produjo un acontecimiento que iba a ser decisivo en el curso de la silvicultura americana. Este acontecimiento es, nada menos, que la máxima empresa forestal jamás emprendida por terratenientes privados de cualesquiera nación, tiempo o parte del mundo.

Conocido con el nombre de «American Tree Farm Program» (Programa estadounidense de granjas arboristas), su finalidad es tan sencilla como directa: cultivar árboles en tierras de propiedad privada dedicadas a este objeto. Una granja arborista es, simplemente, una propiedad sujeta a contribución, destinada a la producción continua de árboles y protegida contra los incendios, los insectos y las enfermedades.

El Estado de Wáshington, al noroeste del país en la costa del Pacífico, fue el primero que estableció granjas arboristas de este tipo en 1941. El año siguiente Alabama, Arkansas, California y Oregón se adhirieron al programa. De una extensión de 48.500 ha de granjas arboristas en 1941, el movimiento se extendió a 3.500 explotaciones de esta índole, que abarcaron 10 millones de ha en 34 Estados diez anos más tarde.

Actualmente, 28 millones de ha están reconocidos como granjas arboristas por la American Forest Products Industries, Inc., de Wáshington, D.C., que fomenta este movimiento voluntario. El número de poseedores de explotaciones de este tipo pasa de 31.000. En el programa toman parte 48 Estados, es decir, todos, excepto Alaska y Hawaii.

Mississippi cuenta con 3.700 granjas arboristas, siguiéndole Alabama con 2.600, Georgia con 2.400, Louisiana con 1.800 y Texas, con 1.700. Estas cifras reflejan el interés existente en todos los Estados meridionales por la arboricultura como fuente de beneficios. En decenas de millares de hectáreas de las tierras al sur, el cultivo de pinos produce hoy día más que el del algodón.

En superficie de granjas arboristas van a la cabeza Georgia y Alabama, con más de 2,8 millones de ha cada una. Florida tiene 2 millones de ha; Oregón, 2 millones de ha, y Arkansas, Louisiana y Wáshington, más de 1,6 millones de ha cada uno.

Cómo y dónde se inició el cultivo arbóreo

Hace más de un siglo, Alexis de Tocqueville, el autor francés de la obra Democracy in America, escribía: «Frecuentemente he admirado la extrema maestría con que los habitantes de los Estados Unidos consiguen proponer una finalidad común a los esfuerzos de un gran número de personas e inducir las a perseguirla voluntariamente». Así ha ocurrido con el movimiento de las granjas arboristas, fenómeno típicamente norteamericano cuyo origen está profundamente arraigado en las tradiciones de la libre empresa.

Como ya se ha dicho, cl gobierno se puso prontamente a la cabeza de la conservación, pues reconocía en ella un deber público. No menos importancia tuvo, si bien el hecho se produjo tardíamente, el que la industria afrontase su responsabilidad de hacer frente a arria situación nacional de emergencia. La forma en que nació y se extendió el movimiento del cultivo arbóreo constituye un acontecimiento extraordinario, que resulta más interesante todavía porque se produjo sin cl apoyo del gobierno.

La historia se inició en el penúltimo decenio del siglo pasado. Por aquella época, los madereros comenzaron a talar las masas vírgenes de abeto de Douglas, abeto de Menziés, pino de Alaska y tuya roja en el condado Grays Harbor, Wáshington. Costó 50 años talar el bosque original. A medida que los madereros avanzaban con el hacha y la sierra y pasaban adelante, la naturaleza reconstituía tras de ellos el bosque mediante los brinzales que formaban nuevas masas de segundo crecimiento.

Hacia 1939, el bosque de Clemons, por ejemplo, había sido talado. Perteneciente a la Weyerhaeuser Company, esta propiedad de 48.500 ha mostraba tan favorables perspectivas de regeneración que la compañía decidió aprovecharla para investigaciones intensivas sobre reproducción y crecimiento de los árboles. En pocas palabras, iba a ser un proyecto experimental cuyos resultados servirían de norma en la futura explotación de todas las vastas propiedades de la compañía.

Una cosa era destinar la propiedad a un tipo nuevo y especial de aprovechamiento de la tierra, y otra muy distinta obtener la comprensión pública para un cambio radical en la orientación de la empresa. El apoyo público era esencial para el buen éxito del plan, porque un bosque de segunda regeneración es vulnerable al fuego. El poco cuidado que tienen los cazadores y pescadores respecto al fuego y los incendios de bosques ocasionados deliberada o accidentalmente por los forestales serían siempre una amenaza que comprometería el éxito del experimento.

La compañía se enfrentaba con el problema de cómo informar a los dueños de las propiedades vecinas y al público que este bosque talado no era un erial inútil, en el que lo más que podía surgir era un matorral sin valor alguno, sino un bosque ordenado con arreglo a la silvicultura científica. La compañía invirtió sumas considerables en la construcción de torres de vigilancia y de líneas telefónicas para la localización de incendios y dar la alarma rápidamente, en la construcción de carreteras y pistas de acceso para los vehículos anti-incendio, en la plantación de árboles y en la instalación de bocas de agua para combatir el fuego. Dado que era necesario el apoyo público para prevenir los incendios y como la prevención de éstos era precisa para el buen éxito del proyecto, se necesitaba un nombre que atrajese la consideración y el apoyo populares.

Do acuerdo con esto, se adoptó la denominación de granja arborista, porque el público imaginaría instintivamente un terreno donde los árboles crecen como otro cultivo cualquiera, y tendría por dicho terreno el mismo respeto que suele tener por los campos dedicados al cultivo agrícola corriente.

De este modo se estableció en junio de 1941 la granja arborista de Clemons, la primera de los Estados Unidos.

FIGURA 3. - En 1951, la granja arborista de Clemons, con la debida protección contra los incendios, se cubrió de un denso repoblado de abetos de Douglas.

FIGURA 4. - En 1966 el paisaje era casi irreconocible, comparándolo con la fotografía del mismo 15 años antes. El bosque podrá cortarse de nuevo dentro de medio siglo.

Administración del programa

Aunque la American Forest Products Industries, Inc.1 fomenta el programa en el plano nacional, su dirección en cada Estado está en manos de un comité estatal representativo de las industrias y de los intereses forestales. Por consiguiente, el sistema se administra localmente, estableciendo cada comité normas relativas a la certificación para que se cumplan los requisitos particulares referentes al cultivo, protección y aorta de los árboles en el Estado o región de que se trate.

1 La dirección de esta entidad es: 1835 K Street, N.W., Wáshington, D.C. 20006 (Estados Unidos do América). Puede obtenerse información acarea del cultivo arbóreo solicitándola directamente a esta dirección.

Un propietario puede convertirse de dos maneras en cultivador arborista certificado. Puede dirigirse al comité estatal para que éste examine su propiedad y le conceda un certificado, en el caso de que la misma cumpla los requisitos pertinentes. o, cuando su propiedad sea ya conocida por el inspector forestal local como propiedad explotada de acuerdo con las normas que rigen las granjas arboristas, el propietario podrá ser invitado a solicitar la inspección conducente a la certificación.

Todo tramo de bosque es inspeccionado por un forestal antes de la certificación, y la inspección se repite periódicamente para ver si se cumplen las normas. Centenares de propietarios han visto anulados sus certificados por haber efectuado cortas inadecuadas o por dejar de proteger las masas contra el fuego, los insectos, las enfermedades o el pastoreo del ganado vacuno.

El autor puede confirmar, por su propia experiencia del movimiento, adquirida por haber estado asociado a él durante el último cuarto de siglo, que la gran mayoría de cultivadores de árboles procuran honradamente practicar una correcta explotación forestal, y el movimiento sigue desarrollándose con una media de más de 1 millón de ha agregadas cada ario.

De hecho, la intensidad de la silvicultura que actualmente se aplica a millones de hectáreas de explotaciones arboristas industriales es igual en calidad a la que se aplica a los montes nacionales.

El actual jefe del servicio forestal, Edward P. Cliff, ha declarado que «El sistema estadounidense de granjas arboristas, patrocinado por las industrias forestales, ha contribuido considerablemente a satisfacer la gran necesidad de estimular el interés de los propietarios particulares de montes en una mejor ordenación de sus propios montes».

Samuel T. Dana, decano jubilado de la Escuela de Recursos Naturales de la Universidad de Michigan, es también el decano de la profesión forestal y una autoridad en cuestiones de política forestal en los Estados Unidos. Es pertinente recordar su evaluación del desarrollo de la silvicultura privada, de que es ejemplo el sistema de granjas arboristas: «Es a la conveniencia, debidamente ilustrada, más bien que a la presión pública o al altruismo privado, a la que cabe principalmente atribuir el mérito de este despertar de interés por parte de los propietarios privados que anteriormente lo consideraban impracticable. El cambio se debe primordialmente a un clima económico más favorable, derivado de la existencia de precios mejores para la madera en pie, y de una mejor tecnología en el aprovechamiento de la madera».

La prueba de que el sector forestal privado ha progresado verdaderamente puede hallarse también en las estadísticas del empleo de forestales profesionales en los Estados Unidos En el servicio federal hay 8.000 de ellos. El número de los mismos en la industria y en las actividades privadas afines es más o menos el mismo.

FIGURA 5. - El emblema de las granjas arboristas es un indicador de buena silvicultura en tierras de propiedad privada. Unos 31.000 emblemas como éste están esparcidos por todo el país. Un cultivador de árboles (a la izquierda) escucha los consejos de un forestal.

Su importancia como recurso maderero

En las estadísticas de los recursos madereros de los Estados Unidos se admiten dos clases de tierras favorables: comerciales y no comerciales. Las tierras no comerciales tienen poca o ninguna posibilidad para la producción de madera. Se trata de tierras que, o bien son inadecuadas por razón del clima o de la naturaleza del terreno para el crecimiento de árboles comercializables, o bien son reservas, como los parques nacionales y los cotos de caza. Tres cuartas partes de las tierras forestales del país se clasifican como comerciales y una cuarta parte como no comerciales.

Según el Servicio Forestal, las tierras forestales comerciales de los Estados Unidos, incluida la Costa de Alaska, abarcan en total 206 millones de ha. Estas son las tierras madereras donde los Estados Unidos deben buscar sus futuros abastecimientos de productos forestales.

De este patrimonio de valor incalculable, 148,5 millones de ha son de propiedad privada. Los restantes 57,4 millones de ha son de propiedad pública, principalmente los bosques nacionales y de los Estados y otros montes puestos bajo la jurisdicción de organismos forestales, estatales o de los condados.

Anteriormente se ha dicho que el sistema de granjas arboristas comprende en total 28 millones de ha. Una cierta idea de la magnitud de esta superficie se puede tener considerando que, de todas las tierras forestales comerciales de propiedad privada, casi cl 19 por ciento lo constituyen granjas arboristas. Como éstas tienen capacidad para producir cosechas permanentes de madera y además están dedicadas a esta producción, son de incalculable importancia económica para el bienestar y la seguridad de la nación.

Beneficios económicos

Volviendo por un momento al bosque de Clemons, en Wáshington, se recordará que fue la primera granja arborista certificada de los Estados Unidos. Los brinzales de abeto de Douglas, que nacieron después de las cortas de los años 30, alcanzan actualmente una altura de unos 30 m. Estos árboles, cuya madera es de calidad para aserrío, podrán cortarse dentro de diez anos. Las cortas proseguirán, por lo menos, hasta el año 2000.

La producción de madera, sin embargo, no es el único beneficio que reporta esta granja arbolista y otras semejantes. Corno es sabido de todos los forestales, la silvicultura es una técnica que puedo aprovecharse para aumentar el caudal de agua de las cuencas hidrográficas. Un amplio sistema de carreteras, construidas para facilitar las operaciones forestales y para hacer fácilmente accesibles todos los lugares de un monte a los servicios contra incendios, abre también el bosque para fines recreativos, con lo que se aumentan las posibilidades de recreación y las oportunidades de vida al aire libre. Las operaciones de apeo producen claros en la cubierta de las copas. El aumento de la iluminación solar en los calveros estimula el desarrollo de las plantas de que se alimentan los ciervos, lo que hace que el número de éstos hoy día sea mayor que nunca. En general, las especies salvajes de casi todas las clases se benefician de las claras y entresacas, porque con ello se beneficia su habitat, lo que contribuye a una mayor abundancia de alimentos y a un mejor abrigo.

FIGURA 6. Repoblación forestal en una granja arborista industrial. Un par de hombres que manejan este tractor y la máquina plantadora de árboles pueden establecer 15.000 plantas jóvenes al día repoblando así de 4 a 6 hectáreas.

Clases de propietarios de granjas arboristas

La diversidad de tipos de propiedad de las granjas arboristas es exponente del creciente interés por el aumento de la productividad de la tierra mediante el cultivo arbóreo. Indudablemente, una parte considerable de la superficie dedicada a este tipo de cultivos, está en manos de corporaciones: compañías madereras, mínelas, papeletas, de contrachapados, de abastecimiento de aguas y ferroviarias. Esta participación, conviene observarlo, es prueba de que la industria ha pasado de su actitud imprevisora, tan ásperamente criticada por Pinchot, a una política de ordenación permanente y rendimientos sostenidos.

Es muy significativo que la mayoría de las granjas arboristas pertenezcan a pequeños propietarios: agricultores, ganaderos, cultivadores de árboles de Navidad y habitantes de las ciudades quienes, a través de sus granjas arboristas, contribuyen materialmente al bienestar del país. Algunas de estas explotaciones son parcelas recién adquiridas para este fin, por ejemplo, por médicos, banqueros y abogados.

Otras son propiedades que pertenecen a una misma familia desde varias generaciones. La primera granja arborista de Massachusetts, por ejemplo, dedicada a este tipo de explotación en 1948, es el bosque Robert H. Lawton, en el condado de Worcester, en el Valle del río Connecticut, de 300 ha, en su mayoría de pino de Weymouth y tsuga, y pertenece a la familia desde hace 200 años.

Las condiciones necesarias para la certificación pueden satisfacerlas propiedades muy diversas como, por ejemplo, una cortina protectora de 1,2 ha, en que se obtienen postes para cercas, en Dakota del Norte; un bosque de arce de azúcar de 8 ha en Vermont; un bosque de 90 ha en una granja de Tennessee; una plantación de árboles para Navidad de 400 ha en Minnesota; o una plantación industrial de 200.000 ha. También puede ser una plantación de coníferas jóvenes protegidas para futuro aprovechamiento. O, asimismo, puede ser un monte en explotación, perteneciente a una compañía papelera, sometido a una extracción cuidadosamente planeada por el sistema de entresacas, seguida de resiembra natural o de repoblación artificial, o de ambas cosas.

FIGURA 7. - Madera pasta de álamo temblón extraída de una granja arborista de Minnesota. En los Estados de los Lagos (Michigan, Minnesota y Wisconsin) el álamo temblón, que antes era una especie de poco valor comercial proporciona actualmente una tercera parte de la madera para pasta que se obtiene cada año en esta región.

Resumen de los resultados

De cualquier modo que se considere, una evaluación moderada del programa de granjas arboristas muestra que éste está logrando su objetivo principal, es decir, estimular a los propietarios de bosques, gracias al reconocimiento público de su labor, a que practiquen una mejor ordenación. El buen éxito del programa se atestigua por el constante aumento del número de certificaciones.

Aunque el programa se financia y administra privadamente, merece el reconocimiento público porque se lleva a cabo también en interés de todos. He aquí un ejemplo.

En ninguna parte de los Estados Unidos disminuye la superficie forestal por la invasión de los centros urbanos con tanta rapidez como en Nueva Inglaterra y en los Estados atlánticos centrales. Por consiguiente, a medida que crece la presión de la población, aumenta la demanda de productos y servicios forestales: no sólo de madera, contrachapados, papel y productos a base de papel, sino también de pasea y caza, espacios libres para recreo y agua - sobre todo, agua. Las granjas arboristas contribuyen a satisfacer parte de estas necesidades del consumo y las satisfarán cada vez más a medida que su número y extensión aumenten.

Aunque este movimiento no tuviese otros méritos, seguiría constituyendo una notable contribución a la conservación de los recursos forestales del país, pues ha sido un impulso considerable en la restauración de los bosques de la nación hasta un estado de productividad en el que actualmente se obtiene más madera y fibra de madera que la que se pierde por la acción del fuego, los insectos y las enfermedades. Además, casi todas las granjas arboristas están sujetas a una ordenación con objetivos múltiples; esto es, proporcionan un mejor habitat para la fauna silvestre, protegen las cuencas hidrográficas y sirven de lugar de esparcimiento, a la vez que de fuente de madera.

En verdad, la enseña verde y blanca de las granjas arboristas, que con tanta frecuencia se ve a lo largo de las carreteras, es hoy día el símbolo de otro avance histórico realizado en este siglo en la conservación de un inapreciable recurso natural.

Posibilidades mundiales del cultivo arbóreo

Como ya se ha dicho, el cultivo arbóreo en los Estados Unidos es un movimiento impulsado por una organización central de las industrias de productos forestales. Pero, aunque de concepción norteamericana, esta idea tiene posibilidades internacionales.

Podría ponerse en práctica un programa de granjas arboristas en casi todos los países que cuentan con una política forestal en desarrollo o desarrollada, que podría ser patrocinado por la industria, como en los Estados Unidos; pero también podría serlo, con probabilidades de éxito, por el gobierno, por una asociación comercial o una sociedad forestal, trabajando independiente o conjuntamente.


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