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INTRODUCCION

La pérdida de biodiversidad preocupa cada vez más en todo el mundo. La atención se ha centrado especialmente en los entornos terrestres y particularmente en los bosques tropicales, en los que tanto la destrucción del hábitat como el número de especies son elevados. En el medio acuático la conservación se ha dirigido especialmente a las aguas dulces, algunas de las cuales han sufrido cambios espectaculares e irreversibles (Micklin, 1988; White, 1988). En Norteamérica 27 especies de peces de agua dulce pertenecientes a tres géneros han quedado extinguidas en el pasado siglo (Miller et al., 1989). En cuanto al medio marino, la lista de las especies extinguidas se reduce a los mamíferos y a las aves mientras que la lista de especies amenazadas o en peligro está dominada por los mamíferos y las aves, así como algunos peces anádromos (Meffe, 1987; Upton, 1992). Los peces marinos de lento crecimiento y baja fecundidad son vulnerables a la pesca excesiva : de no reducirse los actuales niveles de explotación varias especies de tiburones pueden verse pronto en peligro de extinción (Manire y Gruber, 1990), mientras que la raya común se encuentra al borde de la extinción debido a la pesca comercial (Brander, 1981).

La biodiversidad ha sido definida a grandes rasgos como “el grado de variedad de la naturaleza” (McNeeley, 1988) y como “la variedad de la vida y sus procesos” (Hughes y Noss, 1992) y abarca todas las especies de plantas, animales y microorganismos, junto con sus ecosistemas (Kapoor-Vijay, 1992). La biodiversidad se manifiesta en cuatro niveles:

  1. diversidad genética : la suma total de información contenida en los genes de los distintos organismos de una especie;
  2. diversidad de especies: el número y frecuencia de los organismos en una determinada zona;
  3. diversidad de ecosistemas: la variedad de los procesos ecológicos, comunidades y hábitats dentro de una región, y
  4. diversidad del paisaje: la heterogeneidad espacial de los distintos ordenamientos territoriales y ecosistemas dentro de una región comprendida en un cuadrado de 100 a 10 000 000 km de lado de lado (Noss, 1983; Norse et al., 1986; OTA, 1987).

En el medio marino la diversidad de las especies y de los ecosistemas es muy grande y posee más filas y clases que el medio terrestre ya que sus organismos oscilan desde las plantas y animales unicelulares hasta las ballenas. El número de especies de teleósteos asciende a 20 000 y representa casi la mitad de las especies de vertebrados. Se explotan unas 9 000 especies de teleósteos y la captura correspondiente a 22 de ellas supera las 100 000 toneladas anuales. Alrededor del 58 por ciento de los peces son marinos, y aunque los océanos cubren los dos tercios del planeta la mayor parte de los peces marinos se encuentran an aguas costeras, que representan al menos el 10 por ciento de la superficie mundial.

Se ha dicho que la zona costera está siendo alterada con tanta rapidez como los bosques tropicales, y saber qué ecosistema tiene más o menos especies puede inducir a error (Ray, 1988). La relativa falta de conocimiento sobre la pérdida de la diversidad marina se debe en parte al alejamiento y a la dificultad de vigilar los hábitats marinos. La pérdida de la diversidad forestal se produce por simplificación, fragmentación y destrucción selectiva (Norse, 1990), especialmente cuando la ordenación se centra en unas pocas especies (Cairns y Lackey, 1992). La transformación de zonas marinas en terrestres, la contaminación y la pesca excesiva producen efectos parecidos en las zonas costeras. La productividad de la agricultura terrestre alcanza sus valores más altos cuando los sistemas se han simplificado y están surgiendo tendencias parecidas en los medios costeros con el desarrollo de la acuicultura y del mejoramiento de las poblaciones (Ray, 1988).

La conservación genética de los recursos acuáticos se ha centrado en los recursos de agua dulce y anádromos, en los que los problemas de la modificación del hábitat, las introducciones, y la sobrepesca son más agudos y urgentes (Ryman, 1981, 1991 ; Meffe, 1987; Skaala et al., 1990; Hindar et al., 1991; Mickley y Deacon, 1991; Nyman, 1991; Moyle y Leidy, 1992, Cloud y Thorgaard, 1993). Cada vez se presta más atención a la pérdida de la diversidad genética en el medio marino y se han presentado estudios al respecto por parte de la FAO, 1981, 1993; Polunin, 1983; Nelson y Soule, 1987; Ray, 1988; Carlton, 1989; PDT, 1990; Upton, 1992; Munro, 1993; Policansky, 1993.

El tema principal del presente documento es la diversidad genética en el medio marino y las posibles repercusiones de la pesca. Las variaciones genéticas debidas a la explotación se han observado en una serie de pesquerías, desde el Océano Artico hasta los lagos tropicales de Africa. Los primeros informes sobre las respuestas genéticas a la explotación se presentaron por primera vez en los años setenta, antes de que se hubieran obtenido los métodos directos para medir la diversidad genética, tales como la electroforesis de las alozimas. Gran parte de las pruebas de las variaciones genéticas en las poblaciones de peces se basan en los caracteres del ciclo biológico, tales como las tasas de crecimiento, la talla por edades, y la talla o edad al llegar a la madurez. Dichos caracteres se ven influidos tanto por factores genéticos como por el medio ambiente. Las complejas, y mal comprendidas, relaciones entre los componentes genéticos de los caracteres del ciclo biológico y las respuestas no genéticas de dichas características a las variaciones de la densidad de la población y de los parámetros ambientales, hacen que sea difícil separar las repercusiones genéticas y no genéticas de la pesca sobre las poblaciones naturales. Por ello es necesario describir los principales factores que ocasionan cambios en las poblaciones de peces, antes de examinar la diversidad genética y las pruebas de las repercusiones que tiene la pesca.


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