PANAMA

Excmo. Sr. Tomás Gabriel Altamirano Duque, Primer Vicepresidente de la República de Panamá


Permítame expresarle, señor Presidente, la complacencia de la delegación de Panamá por su escogimiento para presidir nuestros debates. Una Cumbre Mundial de la Alimentación, con tantas expectativas en torno a sí, no podía haber quedado en mejores manos para conducirla.

Como es de conocimiento de los delegados, el Presidente de mi país, Ernesto Pérez Balladares, apoyó desde el inicio la idea de celebrar esta reunión, consciente como es de la importancia de centrar la atención del mundo en un aspecto tan esencial, pero a veces olvidado, de la vida y del desarrollo. La intención del Presidente Pérez Balladares era la de asistir, e incluso asistió a principios de este año a una sesión especial de la FAO, donde reiteró su apoyo incondicional a esta Cumbre. Compromisos impostergables lo retienen hoy en Panamá, por lo que solicitó que trajera yo su saludo y su mensaje a esta Cumbre.

Llevo muchos años vinculado a la política de mi país, pero aún más a la producción agropecuaria. Las responsabilidades que cumplo como Vicepresidente me han alejado parcialmente de la que ha sido, desde siempre mi vocación y en donde encuentro mayores satisfacciones. Soy un convencido de que la carencia de alimentos, o la mala distribución de ellos, constituyen una de las causas más evidentes del atraso en que viven muchos de nuestros países, y en algunos casos, una de las aberraciones más bochornosas que la historia haya conocido.

La humanidad no puede preciarse de los avances casi increíbles que ha experimentado en tecnología y en informática si al mismo tiempo 840 millones de personas no cuentan siquiera con la alimentación para cubrir sus necesidades mínimas.

La pobreza y la carencia de alimentos son dos males que van de la mano, y que se ayudan a crecer uno al otro. La pobreza genera carencia de alimentos y la mala alimentación agrava la pobreza.

Estamos ante un círculo vicioso, pero no insoluble. Normalmente, para romper el círculo hay que comenzar por decidir cuál se ataca primero, con independencia de qué dio origen a qué.

Nuestros gobiernos, por ejemplo, han decidido atacar por todos los frentes el problema de las drogas, olvidándose de las discusiones teóricas sobre si es la oferta la que origina la demanda o viceversa.

Pues bien, en el caso de los alimentos y la pobreza, la prioridad salta a la vista: hay que procurar la seguridad alimentaria como prerrequisito para derrotar a la pobreza.

Un país que en términos de medición económica sea rico y padezca de limitaciones alimentarias va en camino de volver a la pobreza; por el contrario, el país que tenga sus necesidades alimentarias mínimas satisfechas va, si es que no ha llegado ya, camino a ser rico. Por eso yo celebro que nos hayamos propuesto el objetivo de alcanzar una seguridad alimentaria a nivel individual, familiar, nacional, regional y mundial.

No se trata aquí de exponer que con un crecimiento extraordinario y espectacular de la oferta mundial de alimentos, el problema se resuelve solo. No. De lo que se trata es que todos los países y todas la familias, y todas las personas tengan una oportunidad, un acceso a los alimentos mínimos. De nada sirve que unos cuantos países produzcan todos los alimentos si a la larga los demás no van a poder adquirirlos. A ese callejón se llega cuando la producción de alimentos, mediante colosales economías de escala y con muy avanzadas tecnologías, termina por desincentivar la producción interna de los países más pobres.

Quiero dejar muy claro que no estoy añorando modelos económicos ya superados y que demostraron no ser eficientes ni viables. Lo que llamo la atención es que la desproporción entre los países industrializados y la inmensa mayoría de las naciones aquí representadas es tan abismal que una innovación, o un nuevo descubrimiento adecuadamente explotado, pueden llevar a la ruina, y por tanto a la pobreza, a miles de productores en todas partes. Ello nos obliga a desarrollar el concepto de seguridad alimentaria, considerando todas sus aristas y todos sus niveles. El menor precio al que se pueden adquirir alimentos en los grandes centros de producción puede significar un ahorro efímero y convertirse muy pronto en verdaderas catástrofes nacionales.

Al interno de los países la situación es idéntica: la seguridad alimentaria no es sólo un asunto de menor precio para que algunos puedan adquirir a menor precio, cuando otros quedan condenados a no poder adquirir a ningún precio, porque carecen de los recursos mínimos precisamente porque han dejado de producir, debido a pasajeras distorsiones del mercado.

Hay verdaderos y grandes motivos para celebrar la realización de esta Cumbre Mundial de la Alimentación. Uno de ellos, sin lugar a dudas, es la manera tan comprensiva como se ha abordado el tema, con principios generales aplicables en todos los países. Los gobiernos no pueden asumir solos la responsabilidad de asegurar los alimentos: el sector privado debe encontrar suficientes incentivos y la sociedad civil debe tener la suficiente participación para que las decisiones que van a afectar a la totalidad de las poblaciones sean posibles de ejecutar.

A los gobiernos les corresponde, sí, un ineludible deber: propiciar el entorno adecuado y dictar las reglas claras de acuerdo con las cuales la seguridad alimentaria y el desarrollo sostenible sean dos realidades complementarias y no dos ilusiones contradictorias. Para ello, no basta con respetar las libertades ciudadanas. Se requiere que todos los componentes de la sociedad y todas las naciones del mundo sean escuchados y tomados en cuenta, de suerte que las volátiles venturas de unos no signifiquen los permanentes infortunios de otros; que la casi insuperable desproporción existente entre unos países y otros no se traduzca en abismos de dependencia; y que podamos entrar a un nuevo milenio con la esperanza bien fundada de que vamos a derrotar el pronóstico desolador que nos indica que para el año 2010, si no hacemos algo, 700 millones de personas vivirán en la pobreza crónica.

Panamá asiste a esta Cumbre optimista y convencida de que todo es posible, y que si la humanidad ha encontrado la manera de vivir intercomunicada y ha superado en la realidad lo que antes ni siquiera nos atrevíamos a imaginar, también va a ser capaz de asegurarles a todos los habitantes de esta aldea global la alimentación que le garantice su supervivencia.


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