Household agriculture and regional development
The urban growth model with which Brazil has been experimenting over the past 15 years could provide a good occasion to revive the rural sector. The success of policies to strengthen or establish new households in the rural sector will depend on the opportunities they are given to enhance dynamic and diversified relations with the towns. The author of this article believes that the debate on the development potential arising from enhancement of the local features and characteristics of different regions is still in its early stages. It is a very promising area of research and offers considerable scope for framing policies: links between the towns and the countryside are capable of providing income-generating opportunities and can be discovered locally. For this reason rural environment can be approached positively, on the basis of projects that are capable of creating new opportunities at the local and regional levels.
As a result of recent urban growth, new demands are being placed on the rural environment which now has an income-generating potential far exceeding that historically associated with farming. At the same time, as a result of the continuing magnitude of the rural exodus which involves mainly the young, the towns no longer have the capacity to absorb the influx of people from the rural areas.
Agriculture familiale et mise en valeur du terroir
Le mod�le de croissance urbaine que le Br�sil a exp�riment� ces 15 derni�res ann�es pourrait constituer un facteur positif pour la revitalisation de son secteur rural. Les politiques visant � renforcer et � cr�er de nouvelles unit�s familiales dans le secteur rural seront d'autant plus efficaces que les occasions d'intensifier les relations dynamiques et diversifi�es avec les grandes villes seront nombreuses. Selon l'auteur, la r�flexion sur les avantages que la valorisation des attributs territoriaux des diverses r�gions peut comporter pour le d�veloppement n'en est qu'� ses d�buts. Il s'agit d'une piste fertile pour la recherche et l'�laboration de politiques: c'est en effet autour des terroirs qu'on pourra d�couvrir de nouvelles configurations entre villes et campagnes, capables d'offrir des possibilit�s de cr�ation de revenus. C'est en ce sens que le milieu rural peut �tre �tudi� de mani�re positive, comme la base de projets capables de susciter l'�mergence locale et r�gionale de nouvelles possibilit�s. La croissance urbaine r�cente impose au milieu rural de nouvelles obligations, dont le potentiel de cr�ation de revenus va bien au-del� de celui historiquement li� aux activit�s agricoles. En m�me temps et � cause de l'ampleur de l'exode rural qui touche surtout les jeunes, la capacit� des noyaux urbains d'absorber de mani�re productive l'exode rural est d�sormais �puis�e.
Ricardo Abramovay *
El modelo de crecimiento urbano que Brasil est� experimentando en los �ltimos quince a�os podr�a constituir un momento positivo para reactivar su sector rural. Las pol�ticas dirigidas al fortalecimiento y a la creaci�n de nuevas unidades familiares en el sector rural tendr�n tanto m�s �xito cuanto m�s importantes sean las oportunidades de intensificaci�n de sus relaciones din�micas y diversificadas con las ciudades. Seg�n el autor, la reflexi�n sobre el potencial que la valorizaci�n de los atributos territoriales de las distintas regiones pueden comportar para el desarrollo es todav�a incipiente. Se trata de un camino f�rtil de investigaci�n y de proposici�n de pol�ticas y es en torno a los territorios que podr�n ser descubiertas nuevas configuraciones entre ciudad y campo, capaces de propiciar oportunidades de generaci�n de ingresos. Es en este sentido que el medio rural puede ser enfrentado de manera positiva, como base de proyectos capaces de motivar la aparici�n local y regional de nuevas oportunidades. El crecimiento urbano impone al medio rural nuevas exigencias cuyo potencial de generaci�n de ingresos va mucho m�s all� de las ligadas hist�ricamente a las actividades agropecuarias. Al mismo tiempo -y a pesar de la magnitud de un �xodo rural que toca sobre todo a los j�venes- los n�cleos urbanos ya no tienen la capacidad de absorber de manera productiva a las personas que provienen del campo.
El modelo de crecimiento urbano que Brasil est� experimentando en los �ltimos quince a�os podr�a constituir un triunfo para reactivar su sector rural. Las pol�ticas dirigidas al fortalecimiento y a la creaci�n de nuevas unidades familiares en el sector rural tendr�n tanto m�s �xito cuanto m�s importantes sean las oportunidades de intensificaci�n de sus relaciones din�micas y diversificadas con las ciudades.
La consolidaci�n de un sistema brasile�o de ciudades (Faria, 1991) es actualmente una condici�n necesaria, pero no suficiente, para permitir esta integraci�n; es fundamental que la poblaci�n rural est� dotada de los medios de las prerrogativas (Sen, 1981-1984) que le permitan sacar provecho del dinamismo que las ciudades tienden a propagar a su alrededor1. La descentralizaci�n del propio proceso de inversiones industriales (Rodrigues, 1998), de las inversiones p�blicas en nuevas rutas, asociada a la ampliaci�n de las posibilidades abiertas por la privatizaci�n del sistema de telecomunicaciones constituyen la base objetiva de la formulaci�n de un ambicioso proyecto de desarrollo rural para el pa�s.
La dotaci�n de activos de la mayor�a de la poblaci�n rural brasile�a es tan precaria que se expone a quedar al margen del proceso -lento, pero real- de interiorizaci�n del crecimiento econ�mico por el cual va pasando el pa�s. Esto es lo que justifica una pol�tica activa por parte de la sociedad y del Estado destinada a alterar la matriz de la inserci�n social de los individuos, de manera que puedan vencer la pobreza, o sea, ampliar sus �elecciones y oportunidades para vivir una vida aceptable� (PNUD, 1997). El acceso a la tierra es una de las condiciones b�sicas para este cambio: sin embargo, esto tiene sentido solamente si fuera acompa�ado del acceso a un conjunto de condiciones que alteren el ambiente institucional local y regional y permitan la revelaci�n de los potenciales con que cada territorio puede participar en el proceso de desarrollo. Esto no depende de la iniciativa y de la transferencia de recursos por parte del Estado, sino de la movilizaci�n de las propias fuerzas sociales interesadas en la valorizaci�n del medio rural: es de all� que podr�n nacer las nuevas instituciones capaces de empujar el desarrollo de regiones consideradas socialmente como condenadas al atraso y al abandono.
Cuanto mayor sea el dinamismo y la diversificaci�n de las ciudades empujadas por la interiorizaci�n del proceso de crecimiento econ�mico, m�s significativas ser�n tambi�n las oportunidades de que la poblaci�n rural realice un conjunto variado de funciones para la sociedad y deje de ser considerada como una �reserva de mano de obra sobrante�. El desarrollo brasile�o, debido a la diversificaci�n de su sistema urbano, requiere una nueva din�mica territorial, donde el papel de las unidades familiares puede ser decisivo.
Tal como est� ocurriendo en los mayores pa�ses capitalistas, el desarrollo rural debe ser concebido en un marco territorial, mucho m�s que sectorial (Ray, 1997; Von Meyer, 1998): nuestro desaf�o no ser� tanto c�mo integrar el agricultor a la industria sino, c�mo crear las condiciones para que una poblaci�n valorice un cierto territorio en un conjunto mucho m�s variado de actividades y de mercados.
Un estudio reciente de la OCDE de 1996 muestra que el �xito de ciertas regiones
rurales de los pa�ses desarrollados en generar ocupaciones productivas se debe a una
composici�n sectorial favorable.
Los buenos desempe�os en la creaci�n de empleos son el resultado de una din�mica territorial
espec�fica que todav�a no es bien comprendida, ya que comporta probablemente
aspectos como la identidad regional, un clima favorable al esp�ritu empresarial, la
existencia de redes p�blicas y privadas o la atracci�n del medio ambiente cultural y
natural.
La exploraci�n de esta nueva din�mica territorial supone pol�ticas p�blicas que estimulen la formulaci�n descentralizada de proyectos capaces de valorizar los atributos locales y regionales en el proceso de desarrollo.
El objetivo de este texto es exponer los principales argumentos en favor de una
pol�tica de desarrollo rural en Brasil.
El desarrollo rural no acontecer� espont�neamente como resultado de la din�mica de las
fuerzas de mercado. Sin embargo, en la elaboraci�n de las pol�ticas capaces de
promoverlo es necesario, ante todo, que se transformen las expectativas que las elites
brasile�as tienen respecto a su medio rural, cuyo vaciamiento social, cultural y
demogr�fico es visto casi siempre como el corolario propio del desarrollo. Las funciones
positivas que el medio rural puede desempe�ar para la sociedad brasile�a se basan en el
proceso de descentralizaci�n del crecimiento econ�mico y en el fortalecimiento de las
ciudades de dimensiones intermedias.
Si es verdad que el �xodo rural brasile�o es muy significativo -centrado en los procesos migratorios recientes por sexo, edad y regi�n-, la contrapartida es la precariedad con que los n�cleos urbanos absorben a sus inmigrantes rurales: los que se van del campo, en particular los j�venes, son los que mayores dificultades est�n encontrando en su integraci�n a los mercados urbanos de trabajo.
La �ltima parte del art�culo destaca las razones y algunas de las condiciones necesarias para que el sector rural represente una alternativa de desarrollo para las poblaciones que viven en dicho sector y tienen dificultades de integrarse de manera constructiva a la vida urbana.
Vilmar Faria (1991) sostiene la tesis que Brasil no conoce el proceso llamado de hiperurbanizaci�n por la literatura internacional, hip�tesis que sorprende en el marco social de las ciudades brasile�as. La idea es que, a diferencia de otros pa�ses en desarrollo (principalmente en el �frica subsahariana), la urbanizaci�n brasile�a, a partir de 1970, no se limitaba a pocas aglomeraciones para los refugiados en condiciones de vida absolutamente miserables, sino que se diversificaba nacionalmente y ejerc�a un fuerte poder de atracci�n sobre la poblaci�n rural por su din�mica propia y por su capacidad de generaci�n de ingresos.
En 1970, nada menos que el 43,5 por ciento de la poblaci�n urbana brasile�a se concentraba en 10 n�cleos con m�s de 500 000 habitantes. En 1991, esta proporci�n cay� -a pesar del avance de la urbanizaci�n- al 33,6 por ciento dividida en 24 n�cleos de poblaci�n. Pero las aglomeraciones que m�s crecieron entre 1970 y 1991 fueron las llamadas ciudades de dimensiones intermedias, que poseen entre 250 000 y 500 000 habitantes. En 1970 eran apenas 6 las ciudades en esta faja de poblaci�n y reun�an solamente el 3,5 por ciento de la poblaci�n urbana: en 1991 ya hab�a 33 ciudades de estas dimensiones donde resid�a m�s del 10 por ciento de los habitantes urbanos. De manera general, �las ciudades de dimensiones intermedias (entre 50 y 500 000 habitantes) en las cuales en 1970 viv�a el 19,1 por ciento de la poblaci�n urbana nacional, pasaron a agrupar en 1991 casi un tercio de esta misma poblaci�n�. (Andrade y Serra, 1998).
Entretanto, esta relativa desconcentraci�n poblacional no se difundi� de manera homog�nea por todo el territorio. El Sudeste y el Sur agregan en 1991 casi el 70 por ciento de los municipios de entre 100 000 y 500 000 habitantes. El Noreste tiene 19,7 por ciento de estos municipios, el Norte 6,8 y el Centro-oeste 4,3 por ciento (Andrade y Serra, 1998). Los especialistas asocian este modelo de crecimiento urbano a lo que est� siendo llamado en Brasil la �desconcentraci�n concentrada�2 de una industria que sale de las regiones metropolitanas para atender un �rea que le es bastante pr�xima. Diniz y Crocco (1996) apuntan a un pol�gono que se extiende de la regi�n central de Minas Gerais al Noreste de Rio Grande do Sul.
El reciente trabajo de Denise Andrade Rodrigues, muestra una t�mida ampliaci�n de este pol�gono de inversiones brasile�as, sobre todo en direcci�n de Cear�, Bah�a y algunas regiones del Sur. �Las inversiones alrededor de Salvador, Recife, Fortaleza y Natal podr�an garantizar una trayectoria de absorci�n de la mano de obra superior a la media. M�s all�, un nuevo tipo de industria se estar�a interesando por la regi�n y estar�a aprovechando su potencial tur�stico y de mercado consumidor� (Rodrigues, 1998). Lo que impresiona en esta investigaci�n del BNDES es la diversidad de las inversiones3 y sus presumibles efectos multiplicadores locales que deber�an repercutir de manera contradictoria en el ambiente rural. Por un lado, atrayendo parte de la poblaci�n rural y sobre todo sus segmentos m�s j�venes; por otro lado, se viene diversificando el tejido econ�mico de estas ciudades intermedias; sus demandas con relaci�n al medio rural tambi�n tienden a ampliarse, lo que abre un camino para la formaci�n de una red territorial que puede estimular actividades variadas en el propio campo.
Es importante a�adir que el crecimiento industrial y la ampliaci�n de las ciudades intermedias no llevan necesariamente a una mejor distribuci�n del ingreso, ni siquiera a la reducci�n del nivel de pobreza urbana. Esto es lo que hace m�s actual a�n la idea de que, en el campo, existen oportunidades de generaci�n de ingresos capaces de promover una mejor integraci�n de las poblaciones que all� viven la din�mica urbana y que esto ser�a m�s beneficioso que la simple migraci�n a las ciudades.
Transformar esta posibilidad en realidad depende de la capacidad que no solamente el Estado sino el conjunto de las fuerzas interesadas en la valorizaci�n del medio rural tendr�n para elaborar y ejecutar proyectos que fortalezcan y hagan m�s din�micas las relaciones rural-urbanas.
Las ciudades brasile�as contin�an atrayendo fuertemente a la poblaci�n rural: sobre todo a los m�s j�venes y, entre �stos, cada vez m�s a las mujeres. A diferencia del per�odo que va hasta el comienzo de los a�os 1980, son cada vez menos las posibilidades de que esta poblaci�n consiga realmente integrarse en la vida urbana, como veremos a continuaci�n.
Es cierto que el �xodo rural de los a�os 1990 parece mostrar una cierta reducci�n respecto a las d�cadas anteriores, tal como lo muestra el trabajo de Camarano y Abramovay (1997). Sin embargo, no se puede hablar, de forma general, de una inversi�n de la tendencia observada desde 1940: a partir de esa �poca m�s de un tercio de la poblaci�n residente en el medio rural migraba hacia las ciudades. Durante los a�os 1980 fueron m�s de 12 millones de personas y en la primera mitad de la d�cada de 1990 el �xodo ya hab�a llegado a 5,6 millones. Manteniendo el mismo ritmo hasta el final de la d�cada obtendr�amos una migraci�n del 29,3 por ciento de la poblaci�n residente al inicio del per�odo (Cuadro 1).
CUADRO 1
Estimaciones del saldo migratorio rural-urbano y tasas de
migraci�n por 1 000 habitantes en Brasil: 1950-1995)
Total |
||
Per�odo |
Poblaci�n inmigrante |
Tasa de migraci�n (%)1 |
1950-1960 |
-10 824 |
-33,0 |
1960-1970 |
-11 464 |
-29,9 |
1970-1980 |
-14 413 |
-34,1 |
1980-1990 |
-12 135 |
-31,4 |
1990-1995 2 |
-5 654,4 |
-29,3 |
Fuente: (datos brutos): IBGE, varios censos demogr�ficos.
Estimaciones del autor.
1 El denominador es la poblaci�n del comienzo del
per�odo. La tasa ha sido calculada para la d�cada para permitir la comparaci�n.
Lo que llama m�s la atenci�n en las migraciones rural-urbanas de los a�os 1990, a parte de su magnitud global, son otras tres caracter�sticas. Proviene desde el Noreste casi el 55 por ciento de los inmigrantes rurales brasile�os en los a�os 1990: de los 5,8 millones de inmigrantes rurales, nada menos que 3,1 millones vienen del Noreste (Cuadro 2).
CUADRO 2
Estimaciones del saldo migratorio por regiones y su distribuci�n
proporcional (1950-1995)
1950-60 |
1960-70 |
1970-80 |
1980-90 |
1990-95 |
||||||
en 1000 |
% | en 1000 |
% | en 1000 |
% | en 1000 |
% | en 1000 |
% | |
Norte |
-297,2 |
2,7 |
-362,7 |
3,2 |
125,1 |
-0,9 |
271,6 |
2,2 |
-467,1 |
8,1 |
Noreste |
-5 009,9 |
46,3 |
-3 083,9 |
27,0 |
-4 912,0 |
34,1 |
-5 419,5 |
44,6 |
-3 154,10 |
54,6 |
Sudeste |
-3 895,0 |
36,0 |
-6 011,4 |
52,7 |
-4 512,2 |
31,3 |
-3 126,5 |
25,7 |
-1 043,10 |
18,0 |
Sur |
-1 397,5 |
12,9 |
-1 624,3 |
14,2 |
-4 184,8 |
29,0 |
-2 695,0 |
22,2 |
-808,4 |
14,0 |
Centro-oeste |
-224,5 |
2,1 |
-329,9 |
2,9 |
-929,1 |
6,4 |
-1 175,1 |
9,7 |
-308,6 |
5,3 |
Brasil |
-10 824,1 |
100 |
-11 412,2 |
100 |
-14 413,0 |
100 |
-12 144,5 |
104 |
-5 781,30 |
100 |
Fuente: (datos brutos): IBGE, varios censos demogr�ficos.
CUADRO 3
Tasa migratoria 1950-1995
1950-60 |
1960-70 |
1970-80 |
1980-90 |
1990/951 |
|
(%) |
|||||
Norte |
-18,5 |
-22,6 |
6,3 |
9,6 |
-21,5 |
Noreste |
-30,8 |
-14,9 |
-20,1 |
-22,4 |
-31,1 |
Sudeste |
-30,6 |
-46,5 |
-40,6 |
-35,2 |
-25,9 |
Sur |
-18,9 |
-22,0 |
-45,5 |
-37,7 |
-30,2 |
Centro-oeste |
-11,6 |
-17,0 |
-35,2 |
-48,8 |
-38,5 |
Brasil |
-25,4 |
-26,5 |
-31,6 |
-28,4 |
-29,3 |
Fuente: Cuadro 2.
1 Tasas decenales.
Cuando se relacionan los inmigrantes rurales con la poblaci�n residente al comienzo de la d�cada en cada regi�n, se observa una significativa baja en el Sudeste y en el Sur durante la primera mitad de los a�os 1990, en relaci�n con las dos d�cadas anteriores. El 37,7 por ciento por ciento de los habitantes rurales del Sur y el 35,2 por ciento de los habitantes del Sudeste al comienzo de los a�os 1980 dejaron el campo en el transcurso de la d�cada. Durante los a�os 1990 esta proporci�n cay� respectivamente al 30,2 y al 25,9 por ciento, en el caso de que se mantenga hasta el final de la d�cada el ritmo verificado hasta 19964. Ya en el Noreste y Centro-Oeste, el proceso de desruralizaci�n se mantiene muy acentuado en los a�os 1990. Es bastante probable que esta situaci�n se haya agravado con la sequ�a reciente. Los a�os 1990 marcan ciertamente un punto de inflexi�n en el proceso de �xodo rural de las regiones del Sudeste y del Sur. Resultados diversos se registran en el Noreste.
Los inmigrantes rurales brasile�os son cada vez m�s j�venes y entre ellos el n�mero de mujeres es superior al de los hombres. En la d�cada de 1960, predominaban las migraciones de la faja de edad de 40 a 49 a�os. En cada d�cada, la concentraci�n de edad de las migraciones fue disminuyendo hasta llegar al grupo de entre 15 y 19 a�os (Camarano y Abramovay, 1997). Al mismo tiempo, las mujeres migran m�s que los varones -fen�meno que toca en los a�os 1990, por primera vez, tambi�n al Noreste. En 1950, hab�a m�s mujeres que hombres en el medio rural brasile�o. En 1960 la proporci�n entre los sexos era pr�cticamente la misma, y fue aumentando en cada d�cada el predominio de los hombres en la poblaci�n. En 1991, el n�mero de hombres de 15 a 19 a�os era superior en un 13 por ciento al n�mero de las mujeres, y en la faja de 20 a 24 a�os era un 12 por ciento superior. M�s recientemente, este proceso de �masculinizaci�n del medio rural� est� tocando no solamente el medio rural, sino tambi�n a los peque�os municipios del interior 5. Estos datos adquieren mayor significado cuando se sabe que el 19 por ciento de la mano de obra femenina urbana est� ocupada en trabajos dom�sticos y que el empleo dom�stico es uno de los �subsectores econ�micos de peor remuneraci�n para la clase trabajadora� (Melo, 1998).
No existen informaciones seguras sobre la manera como esta poblaci�n inmigrante rural, cada vez m�s joven, se integra en el ambiente urbano.
Hay una diferencia clara con relaci�n a lo que ocurri� durante la d�cada de 1970, cuando el crecimiento econ�mico permiti� que el �xodo rural fuese, de facto, un medio para reducir la pobreza. Las familias con ingresos per c�pita inferiores a un cuarto del sueldo m�nimo eran nada menos que el 43,9 por ciento del total en 1970. En 1980, este valor cay� en un 17,7 por ciento. Es de notar que entre las familias que trabajan en el sector primario (b�sicamente en la agricultura), esta baja es irrisoria, como muestra el trabajo de Pastore et al. (1983). En otras palabras, incluso de manera precaria, el crecimiento urbano y metropolitano de los a�os 1970 ofrec�a una posibilidad real de mejoramiento de vida a un vasto contingente de pobladores que sal�an del campo, m�s a�n considerando que las condiciones de vida en el interior no ofrec�an las oportunidades presentadas en las ciudades por una econom�a en fuerte expansi�n.
Este horizonte se invierte a partir dos a�os 1980, cuando se acaban �los mecanismos de crecimiento r�pido y se bloquea la movilidad que aseguraba la incorporaci�n de masas crecientes de trabajadores� (Pacheco, 1992). El IPEA (1997) habla de un �nuevo modelo de desarrollo que se delinea para las pr�ximas d�cadas� cuyo rasgo esencial es la desaceleraci�n del empleo en los sectores econ�micos m�s din�micos. Es claro que la generaci�n de ingresos no puede ser confundida con el empleo formal y que no puede ser reducida a los sectores m�s din�micos de la econom�a. Seg�n las proyecciones del IPEA (1997), un crecimiento econ�mico anual del 3 por ciento llevar�a al pa�s a un d�ficit en la generaci�n de empleos correspondiente a 6,1 millones de puestos de trabajo para el a�o 2005. Las proyecciones m�s recientes de crecimiento econ�mico (hasta 1999) indican posibilidades muy limitadas de crecimiento del mercado urbano de trabajo.
A pesar de que la tasa de crecimiento prevista para la poblaci�n econ�micamente activa con m�s de 8 a�os de estudio (que IPEA llama �cualificada�) sea superior a la de la poblaci�n no cualificada (con menos de 8 a�os de estudio), el hecho es que de un conjunto de 90 millones de brasile�os activos, nada menos que 60 millones, en 2005, tendr�n todav�a un precario nivel educacional. En todas las proyecciones de IPEA la poblaci�n no cualificada tendr� un nivel de desocupaci�n mayor y ganancias salariales menores que la poblaci�n cualificada.
En los sectores industriales, el saldo l�quido de creaci�n de empleos fue positivo en los a�os 1996 y 1997 entre los j�venes de 10 a 24 a�os contrariamente a lo que ocurri� con la poblaci�n de m�s de 24 a�os. Al mismo tiempo, el saldo fue negativo para los no cualificados, seg�n muestra una investigaci�n reciente del PNUD/BNDES6. El aumento del empleo joven en la industria, entretanto, no llega a contrabalancear la p�rdida conjunta de puestos de trabajo para los que est�n en esta faja de edad, seg�n la investigaci�n de M�rcio Pochmann. En 1997, de cada 10 j�venes ocupados, 4 eran aut�nomos y 6 asalariados, de los cuales apenas 2 estaban registrados7.
Actualmente la formaci�n escolar de los j�venes rurales contribuye decididamente a su inserci�n subalterna en el mercado de trabajo urbano. A pesar de que la frecuentaci�n escolar de las mujeres sea superior a la de los hombres, Brasil est� entre los pa�ses latinoamericanos con los peores indicadores en materia de educaci�n rural y nada indica que este marco est� sufriendo un cambio significativo. En 1995, en Chile, el 5 por ciento de los j�venes y el 4 por ciento de las j�venes ten�an menos de cuatro a�os de estudio. En M�xico, esta situaci�n tocaba el 27 por ciento de los j�venes y el 21 por ciento de las j�venes. En Brasil, nada menos que el 55 por ciento de los j�venes y el 42 por ciento de las j�venes en el sector rural estudiaban menos de cuatro a�os, seg�n datos de la CEPAL (Durston, 1997). El nivel con que, la mayor�a de las veces, llegan al mercado de trabajo urbano contribuye a que se inserten en los segmentos de m�s baja remuneraci�n8.
La existencia de una gran subocupaci�n de mano de obra, sobre todo en la agricultura familiar9 hace que migren justamente aquellos con mayores posibilidades de encontrar trabajo en las ciudades, aun en condiciones precarias, o sea, los m�s j�venes. Se trata de una situaci�n pr�xima a la descrita por Jerzy Tepicht (1973) para Polonia, cuando hablaba de las �fuerzas marginales y no transferibles� en la agricultura familiar, aquellas cuyo trabajo no encuentra valorizaci�n mercantil fuera de la unidad familiar. La diferencia es que, en la Europa de la d�cada de 1970 analizada por Tepicht, estas fuerzas no transferibles eran constituidas por �trabajo parcial de mujeres, j�venes y viejos�, mientras que en Brasil est�n formadas por hombres y mujeres en plena edad activa.
Todos los datos parecer�an apuntar en la misma direcci�n: cuanto mayor sea su dinamismo, las ciudades brasile�as ser�n cada vez menos propicias para recibir a los inmigrantes con formaci�n escolar y profesional precaria. No se debe olvidar tampoco que, para las ciudades, estos inmigrantes representan un costo social y ambiental sin contrapartida en el uso productivo que otrora se hac�a de su trabajo barato. La inmigraci�n es una de las razones por las cuales las zonas de mayor precariedad ambiental en la ciudad de S�o Paulo crecen m�s que el total urbano10. La situaci�n actual, en este sentido, es bien distinta de la que conocieron los mayores pa�ses capitalistas en su per�odo de �xodo rural m�s acelerado -de cierta forma tambi�n Brasil entre 1950 y la mitad de los a�os 1970- cuando las ciudades representaban una perspectiva de ascenso social para los inmigrantes rurales.
Es en este marco de restricciones que puede ser formulada la cuesti�n de la oportunidad de una ambiciosa pol�tica de desarrollo rural para el pa�s. �Cu�l es el destino de la poblaci�n y de los espacios no densamente poblados en Brasil, y cu�les pueden ser las funciones realizadas por la agricultura familiar? (v�ase el Recuadro 1).
Recuadro 1
|
Grupos |
1940 |
1950 |
1960 |
1970 |
1980 |
1991 |
1996 |
Urbana |
31,2 |
36,2 |
45,4 |
55,9 |
67,7 |
74,8 |
78,0 |
500 y m�s |
10,8 |
14,2 |
21,4 |
26,7 |
32,3 |
35,2 |
35,7 |
100-499 |
5,1 |
4,9 |
4,4 |
6,5 |
9,6 |
10,7 |
11,3 |
50-99 |
1,7 |
2,2 |
2,6 |
3,2 |
4,1 |
5,4 |
9,1 |
20-49 |
1,9 |
3,0 |
4,3 |
5,1 |
6,3 |
7,6 |
10,4 |
< 20 |
11,7 |
11,9 |
12,7 |
14,0 |
15,5 |
16,4 |
11,8 |
Rural |
68,8 |
62,8 |
54,6 |
44,1 |
32,4 |
24,5 |
22,0 |
Fuente: Camarano, 1998, basado en los censos demogr�ficos del IBGE.
Este declive de los municipios
menores ocurri� tambi�n en los Estados Unidos durante los a�os 1980:
�...las tendencias recientes de la poblaci�n rural est�n inversamente
relacionadas con el tama�o de la comunidad. Las ciudades menores fueron
las m�s seriamente interesadas y las de dimensiones intermedias
consiguieron mantener su posici�n. En el estado de Iowa, por ejemplo, las
680 peque�as ciudades con poblaci�n inferior a 1 000 habitantes perdieron
cerca del 35 por ciento de su comercio durante los a�os 1980 y su p�rdida
de poblaci�n estuvo mayormente concentrada entre los j�venes. En total, el
72 por ciento de las ciudades con menos de 2 500 habitantes perdieron
poblaci�n durante los a�os 1980� (Galston y Baehler,
1996).
Existen dos concepciones en la sociedad a este respecto.
La primera pretende que las localidades de peque�a concentraci�n de poblaci�n est�n fatalmente condenadas a la desertificaci�n social, econ�mica y cultural. Seg�n esta visi�n, el �xodo rural no es solamente irreversible sino deseable y las inversiones p�blicas deben concentrarse en las regiones hacia las cuales los inmigrantes se est�n dirigiendo, debido a que las posibilidades de generaci�n de ingresos son muy precarias en sus localidades de origen11. A esta visi�n los especialistas le dan el nombre de sesgo urbano del desarrollo. No es dif�cil percibir que en la historia brasile�a reciente tiene todav�a una clara influencia tanto en la opini�n p�blica en general como entre los intelectuales.
La pol�tica nacional de asentamientos y el PRONAF -Programa nacional de fortalecimiento de la agricultura familiar- expresan las fuerzas que se oponen a esta visi�n hasta aqu� dominante respecto de las relaciones entre ciudad y campo en el proceso de desarrollo. Su hip�tesis b�sica es que existe un potencial de generaci�n de ingresos en el medio rural y en los municipios relacionados que la sociedad no ha sido capaz de valorizar.
Los principales argumentos en este sentido se presentan a continuaci�n con siete propuestas b�sicas:
Recuadro 2Una experiencia de construcci�n del capital socialLa Gaceta Mercantil public� recientemente un reportaje 1 que describe algunos de los resultados del programa conjunto entre el Gobierno de Pernambuco y la Sociedad Alemana de Cooperaci�n T�cnica (GTZ) junto a 30 comunidades en el interior del estado. A pesar de ser de monto reducido, los financiamientos obtenidos por cada familia permitieron que adquiriesen tierra y equipo de bajo costo para la producci�n. Por ejemplo, en el Ingenio Moscou (en Bonito, a 137 km de Recife), un agricultor compr� 10 ha tierras por R$ 1 100, lo que le permiti� una producci�n suficiente para acabar con la vida de asalariado que llevaba hasta ese momento (�deb�a levantarme a las tres de la ma�ana y viajar una hora en un cami�n para llegar a tiempo para encontrar ca�a para cortar�). Sus hijos van a la escuela y �l puede hasta hacer modificaciones en su casa. Los recursos forman parte de un fondo rotativo y son prestados a una tasa del 15 por ciento al a�o, superior a la que prevalec�a, por ejemplo, en el PRONAF. Asimismo no hay incumplimiento, lo que constituye un fuerte indicador de que el acceso al cr�dito, incluso para actividades econ�micas tradicionales y aparentemente poco prometedoras, permite una generaci�n de ingreso que, para las poblaciones involucradas en los proyectos, representa mejoras de condici�n de vida: en este caso, el ingreso de las familias beneficiadas por el programa se triplic�. Lo importante de todas estas experiencias de generaci�n de ingreso basadas en peque�as inversiones es la organizaci�n de la comunidad, que permite la reducci�n de los costos de transacci�n en los negocios, la implantaci�n de un ambiente de confianza y el aumento del �mbito de acci�n social de los agricultores. M�s que eso, el aumento del ingreso y el acceso a instituciones con las cuales los habitantes no se relacionaban anteriormente (bancos, asistencia t�cnica, comerciantes) los libera de la dependencia clientelista con relaci�n a intermediarios que disminuyen el precio de lo que venden. Ciento cincuenta pescadores beneficiados por el programa del Gobierno de Pernambuco y de la GTZ aumentaron sus ingresos desde un salario m�nimo de R$ 500 por mes gracias al cambio de embarcaciones de madera por otras de fibra de vidrio. La obtenci�n del capital de operaciones fue lo que permiti� que los pescadores se liberaran de los intermediarios tradicionales y pudiesen aumentar sus ganancias en base a la actividad econ�mica que ven�an practicando. Lo importante es que pudieron cambiar el ambiente institucional donde se encontraban y su c�rculo de relaciones sociales ahora incluye no solamente los t�cnicos del convenio, sino la industria que les fabric� la nueva embarcaci�n, los comerciantes con los cuales pudieron diversificar sus compras y sobre todo la propia comunidad organizada alrededor de un proyecto. 1 �Esp�ritu emprendedor llega a la regi�n del Noreste� por Patr�cia Raposo, Gazeta Mercantil (20-8-1998). |
La reflexi�n sobre el potencial que la valorizaci�n de los atributos territoriales de las distintas regiones puede tener para el desarrollo es todav�a incipiente en Brasil. Se trata de un camino f�rtil de investigaci�n y de proposici�n de pol�ticas: es alrededor de los territorios que podr�n ser descubiertas nuevas configuraciones entre ciudad y campo, capaces de propiciar oportunidades de generaci�n de ingreso hasta ahora insuficiente. El medio rural puede considerarse de manera positiva no como el lugar donde se espera el momento para integrarse en la vida urbana, sino como la base de proyectos capaces de motivar la aparici�n local y regional de nuevas oportunidades. El crecimiento urbano reciente, como se demuestra en el presente trabajo, plantea al medio rural nuevas exigencias cuyo potencial de generaci�n de ingreso va mucho m�s all� de las que estuvieron hist�ricamente ligadas a las actividades agropecuarias en su gran mayor�a. A pesar de la magnitud del �xodo rural, que alcanza en particular a los j�venes, los n�cleos urbanos ya no tienen la capacidad de absorber de manera productiva a los que llegan del campo.
El bajo costo de oportunidad del trabajo rural permite que proyectos modestos como el del Ingenio Moscou mejoren el nivel de vida de poblaciones que hasta entonces viv�an en situaci�n de miseria absoluta. Es cierto que los mercados agr�colas convencionales son poco propicios a esta ascensi�n social. Pero esta desventaja puede ser por lo menos contrabalanceada por la construcci�n de nuevas relaciones entre agricultores y mercado. La organizaci�n local, la ampliaci�n del c�rculo con el cual se relacionan los agricultores, la presi�n para que aumente su acceso al cr�dito y a las inversiones p�blicas en infraestructura y servicios (y sobre todo las inversiones en educaci�n y formaci�n), son factores que tienen el poder de alterar el ambiente institucional del medio rural para que deje de ser asimilado autom�ticamente al atraso y al abandono. Es en este sentido que el capital social substituye, en parte, al capital f�sico: es esta la base a partir de la cual los agricultores adquieren las prerrogativas necesarias de su participaci�n en el proceso de desarrollo.
* FEA y PROCAM/USP.
1 Este dinamismo es propio de las ciudades que se convierten en centros regionales, como muestra Jacobs (1984-1986) y no de aquellas que pueden ser enfrentadas como �enclaves�. Es justamente este potencial de irradiaci�n regional que est� muy presente en las ciudades de dimensiones intermedias brasile�as.
2Este termino fue empleado en el informe brasile�o en la Conferencia de Rio, en base a los trabajos de George Martine.
3A pesar de que Rodrigues ha estudiado apenas las inversiones industriales.
4Las tasas de los a�os 1991-1995 est�n proyectadas al per�odo de diez a�os para permitir su comparaci�n con las d�cadas anteriores. No hay que extrapolar de esos datos ninguna presunci�n respecto al comportamiento demogr�fico real para la segunda mitad de la d�cada.
5El tema fue tratado por el Jornal Nacional del 1� de agosto de 1998 y recientemente por la revista Veja.
6Citada por Delfim Netto en la Folha de S�o Paulo (5/8/1998).
7Datos de la investigaci�n de M�rcio Pochmann transcritos en reportajes de Andr�a Hafez, Gazeta Mercantil (2/9/1998).
8 En nueve d�as de funcionamento, durante el mes de julio, el Centro de Solidaridad con el Trabajador de la Fuerza Sindical registr� 21 040 desempleados para una oferta de 1 689 puestos ofrecidos por empresas en S�o Paulo. Lo m�s impresionante es que el Centro solamente consigui� emplear a 135 trabajadores en virtud de su baja cualificaci�n. La construcci�n civil, reducto reservado tradicionalmente a la mano de obra poco cualificada, solo ofrec�a un 4 por ciento de los puestos. La industria respond�a con un 10 por ciento, el comercio con un 22 por ciento y los servicios con un 41 por ciento del total, seg�n un art�culo de Jos� N�unane en el Estado de S�o Paulo (5/8/1998).
9 Un trabajo reciente de �ngela Kageyama (1997) estim� esta subocupaci�n en el 35 por ciento de la poblaci�n econ�micamente activa. Evidentemente el fenomeno de la subocupaci�n aparece de manera m�s n�tida en el interior de las unidades familiares.
10Entre 1980 y 1991, el n�mero de residencias situadas en las �reas a m�s de 20 km de la Pra�a da S� y a menos de 100 metros de cursos de agua (�reas particularmente sujetas a inundaciones) creci� solo un 6,7 por ciento por a�o (Torres, 1997). A pesar de que la poblaci�n metropolitana en su total haya pr�cticamente dejado de crecer, en estas �reas de alto riesgo la expansi�n es impresionante. Y es all� que se instalan los reci�n llegados.
11Hay un interesante debate sobre este tema (�d�nde deben concentrarse las inversiones en el combate contra la pobreza rural: en las regiones de emisi�n o de recepci�n del �xodo rural?) en la geograf�a econ�mica del inicio de los a�os 1990. V�anse en este sentido, el resumen del debate presentado en el excelente art�culo de Schejtman (1997) y los n�meros especiales de la International Regional Science Review (vol. 14, No 3 y vol.15, No 1, ambos de 1992).
12 No es f�cil definir de manera precisa cu�l es la parte de agricultores familiares para los cuales la producci�n de granos b�sicos tiene una importancia decisiva. En Paran� el 47 por ciento de los financiamientos del costo del PRONAF fueron para la soja y 13 por ciento para el ma�z en 1997. En Rio Grande do Sul la soja cubri� el 28 por ciento del costo y el ma�z el 19 por ciento. Para una profundizaci�n sobre el tema, v�ase Abramovay y Veiga, 1998.
13 Seg�n reportaje de L�via Ferrari en la Gazeta Mercantil (5/7/1998).
14 Tomas Okuda en el Suplemento Agr�cola del Estado de S�o Paulo (3/6/1998).
15El sector agropecuario es el segundo sector, despu�s del de art�culos de vestuario, cuyo empleo aumenta con el crecimiento de la demanda. Como era de esperar, los �ltimos lugares de la lista son ocupados por los equipos electr�nicos y por el refinamiento del petr�leo, o sea, por sectores poco intensivos de mano de obra. Las actividades agropecuarias conllevan una ventaja adicional: su expansi�n es poco exigente en productos importados.
16 No existe un balance respecto del pago por parte de los asentados del cr�dito recibido al momento de su instalaci�n. El �ndice de incumplimiento es muy elevado, no por inviabilidad econ�mica de los asentamientos sino por las dificultades administrativas por parte de los agentes financieros.
17 Reportaje de Ari Cipola en la Folha de S�o Paulo ( 8/9/1998).
18 Seg�n noticia publicada en Zero Hora (20/8/1998).
19 Agropecu�ria cresce em Una�, Mauro Zanata (10/8/1998).
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