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El equilibrio
de intereses
y la solución
de los conflictos



Desnivel entre pobres y ricos

Una parte enorme de la población mundial sigue marginada. El desnivel entre los más pobres y los más ricos sigue aumentando. Las naciones más pobres del mundo apenas si han sentido el impacto del mercado mundial. Incluso muchos países industrializados sufren ahora un desempleo creciente y desigualdades de ingresos nunca vistas desde el siglo XIX.

La distancia entre las sociedades más pobres y las más prósperas está aumentando.

- C. TONINI

Las proporciones sumamente pequeñas del PIB dedicadas a asistencia exterior evidencian la «fatiga de la ayuda» que se da en la mayoría de los países ricos. Por otro lado, la asistencia exterior no ha sido tan eficaz como pudiera haberlo sido. La beneficencia, ya sea a favor de individuos o de países, responde a necesidades a corto plazo, pero no crea condiciones indispensables de autoestima y dignidad. Los países pobres tienen que tener la capacidad de determinar su propio futuro, y no dejar que su futuro lo marquen los donantes en su nombre. De modo análogo, dentro de los países los ciudadanos pobres deben ser los arquitectos de su propio destino. La auténtica seguridad nacional no puede estar garantizada por medios militares; sólo puede serlo dando a todos los ciudadanos los medios necesarios para vivir sus vidas con dignidad y justicia.

Tampoco se puede crear un mundo que sea equitativo, justo, legítimo y democrático recurriendo al propio interés. Los mercados son instituciones humanas. Crean individuos que se mueven por sus propios intereses y que compiten en condiciones muy restringidas. De ese modo pueden tratar de aislarse de objetivos básicos de la sociedad en general. Sin embargo, aunque se acojan con entusiasmo los mercados, han de arbitrarse instituciones con el fin de crear una competencia más libre y más justa. Unos mercados eficaces exigen organización, planificación, derechos de propiedad perfectamente definidos, reglas de intercambio y una distinción clara y forzosa entre los sectores público y lo privado.

La caridad, o la ayuda, sólo responde a necesidades a corto plazo, y no consigue fomentar la dignidad.

- FAO/19673/G. BIZZARRI

Además, los mercados son simplemente un medio para distribuir bienes. Todas las sociedades convienen en que algunas cosas no deben comprarse ni venderse en el mercado, por ejemplo, los seres humanos, los votos, la justicia y la gracia divina. Estos y otros bienes y servicios, como la garantía de supervivencia, deben ser proporcionados de modo diferente. Todas las sociedades reconocen las diversas necesidades de sus ciudadanos (por ejemplo, la necesidad de las personas pobres y hambrientas de recibir alimentos gratuitos). De modo parecido, todas las sociedades reconocen que algunas personas merecen determinados bienes (como medallas y premios) o «males» (como la prisión para los asesinos). Todas las sociedades tienen una idea de qué se entiende por «bienes públicos»; se determinan en función de lo que los miembros de una comunidad o sociedad consideran comúnmente como deseable. Las personas pueden verse afectadas de distinta forma por las políticas a través de las cuales las sociedades procuran asegurar la disponibilidad de suficientes bienes públicos. Lo que se considera bueno en el ámbito de la salud no lo es necesariamente en el de la producción agrícola. Son las contradicciones entre los distintos ámbitos las que constituyen una fuente de conflictos negociaciones y compromisos interminables en todas las sociedades. Por lo tanto, las soluciones a los conflictos no deben buscarse tratando de forzar la conformidad a un concepto singular de justicia, sino mediando entre muchos conceptos distintos. Esos conflictos quizá no puedan ser evitados, pero pueden arbitrarse instituciones para frenarlos y limitarlos.

Disparidad entre los que tienen seguridad alimentaria y los que no la tienen

Aunque el derecho a los alimentos se ha reafirmado reiteradamente como derecho humano fundamental (por ejemplo, por la Declaración de Roma sobre la Seguridad Alimentaria Mundial, 1996), hay un desacuerdo considerable sobre la forma de hacer realidad ese derecho en la práctica. Por otra parte, aunque la estrategia para garantizar la seguridad alimentaria está enunciada en el Plan de Acción de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación, el grado en que el plan se está aplicando varía considerablemente entre los países.

Para conseguir una seguridad alimentaria hace falta: i) abundancia de alimentos; ii) acceso a esos alimentos por parte de todo el mundo; iii) suficiencia nutricional; y iv) inocuidad de los alimentos. A nivel mundial existen alimentos suficientes, pero hay problemas de distribución y acceso, lo que da lugar a que unas 800 millones personas no tengan alimentos suficientes. Para algunos, el acceso a los alimentos puede estar asegurado proporcionándoles acceso directo a la tierra. Para las crecientes poblaciones urbanas, el acceso depende también de buenas carreteras entre el campo y los mercados, de una producción agrícola cuyos rendimientos estén bastante por encima de los niveles de subsistencia, estructuras de precios que proporcionen incentivos para producir para el mercado, información comercial exacta para los productores, industrias de elaboración para transformar productos brutos en alimentos almacenables y empleo que permita a la gente ganar lo suficiente para adquirir alimentos. En los sitios donde falta pleno empleo, los subsidios al consumo (bien sea a través de donaciones de alimentos o mediante subvenciones monetarias para comprarlos) son también un aspecto esencial del acceso a los alimentos. Para garantizar suficientes suministros alimentarios para una población cada vez mayor en el futuro, se necesitan inversiones en investigación (labor interminable, pues está cambiando continuamente el entorno agrícola), así como para la conservación de los recursos de tierras agrícolas y forestales e hídricos.

FIGURA 7
Déficit de alimentos promedio de las personas desnutridas del mundo

Fuente: FAO. El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo 2000.

Los alimentos deben proporcionar también una dieta nutricionalmente apropiada. En la actualidad mueren unos 12 millones de niños al año por enfermedades relacionadas con la nutrición. No cabe duda de que hay muchos más que son enfermos crónicos. Las necesidades nutricionales deben, pues, ser objeto de atención tanto en los programas de investigación agrícola como en los de asistencia alimentaria. Por último, los alimentos deben ser inocuos. Aunque huelga decir esto, el hecho es que las enfermedades transmitidas por los alimentos siguen siendo un fenómeno frecuente en todo el mundo. Especialmente en las zonas urbanas, donde los alimentos han de recorrer largas distancias antes de su consumo, son comunes los contaminantes microbianos de los alimentos. Los más pobres son las víctimas más probables pero, a medida que se expande el comercio alimentario en el mundo, los consumidores de los países ricos se están viendo también afectados por enfermedades transmitidas por los alimentos.

Brecha entre los vencedores de la globalización y sus perdedores

La globalización de los mercados y el desarrollo tecnológico han hecho aumentar la interdependencia entre países y culturas. El tiempo y el espacio se han contraído; se han caído las barreras entre países. Ahora bien, la interdependencia no implica equidad, igualdad de oportunidades, justicia o incluso compasión. No es un proceso automático por el cual los mercados pueden asegurar la consecución de esos valores ampliamente sostenibles. Tampoco los mercados pueden ser la solución universal, que concilie todos los valores por obra de medios económicos. Los mercados no se interesan por los valores compartidos de las personas ni por los derechos y deberes colectivos de los ciudadanos; en cambio, se ocupan de las funciones de productores y consumidores. En otros términos, las obligaciones éticas han de elaborarse a través de procesos políticos y no pueden reducirse a una mera administración comercial.

Por lo tanto, el desafío mundial está en preparar medios institucionales para conseguir que las pérdidas sufridas como resultado de las fuerzas del mercado no violen los derechos fundamentales, no traigan un hambre general o causen la reducción a la miseria de individuos, familias, comunidades o Estados. Aunque ha habido propuestas para reparar las quejas de los perdedores, éstas raramente, en el mejor de los casos, han fructificado. Una solución alternativa podría ser la expansión de la sociedad civil más allá del Estado, en cuyo caso todos los ciudadanos se sentirían responsables de toda la población, así como de la tierra en su conjunto, y participarían en el control democrático del mercado.

Al propio tiempo, los miembros de una sociedad civil mundial se enfrascarían en la construcción de un mundo mejor, invirtiendo mejores medios mediante la solución pacífica de las controversias, asegurando una estabilidad financiera global, cuidando del medio ambiente mundial, administrando los mercados mundiales, estableciendo normas mundiales y promoviendo un desarrollo sostenible. La consecución de esos objetivos resulta a menudo obstaculizada por falta de jurisdicción, participación e incentivos. Aun cuando puedan superarse esos obstáculos, los objetivos deben conseguirse sin crear burocracias abotargadas; en realidad, esas burocracias destruirían los procesos mismos que están llamadas a fomentar. Tampoco los avances para conseguir los objetivos mundiales tienen por qué exigir el descartar la soberanía nacional.

La economía mundial estará justificada a largo plazo sólo si es un medio para fomentar valores humanos fundamentales. Los Estados no pueden ser responsables exclusivos de los inversores extranjeros, de los administradores de fondos y de los exportadores nacionales. Los valores fundamentales no pueden ser autorizados por una élite o por decreto: puesto que son a veces contradictorios, requieren una deliberación democrática, diálogo y discurso. Por consiguiente, todos los Estados tienen que desarrollar nuevos medios de participación democrática en las decisiones fundamentales que afectan a las vidas de las personas.

La globalización subraya la importancia de la diversidad de los lugares. Afirmar que un proceso es mundial no quiere decir que se verifique en una forma exactamente igual en todas partes. Más bien, equivale a afirmar que actúa a distancia. Por ejemplo, la FAO es mundial sólo en la medida en que puede actuar a distancia; es decir, una decisión tomada en Roma, que es un sitio definido y local, puede afectar a personas que viven a 10 000 km de distancia. El sitio sigue siendo local, con una cultura, una ecología y una economía. De ahí que tanto perdedores como vencedores se hallen ubicados siempre geográfica y socialmente; no se trata de quiénes son mundiales y cosmopolitas frente a los que son locales y pueblerinos. Más bien es cuestión de los que, por diversas razones, pueden actuar a distancia y los que no pueden hacerlo.

Los conflictos sobre el acceso a los recursos naturales no son causados por disputas entre fuerzas mundiales y locales. Se derivan de controversias entre los que pueden actuar a distancia y los que no pueden hacerlo. A menudo, esos intereses externos pueden hacer irrupción en comunidades más débiles y originan empobrecimiento y marginación. Mientras que en el Principio 2 de la Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (1992) se reafirma la soberanía de los Estados, éstos no siempre han sido buenos administradores de esos recursos. Con frecuencia se han servido de ellos las élites en connivencia con agentes externos para aplastar la oposición de la comunidad. Es menester actuar para potenciar la capacidad de las comunidades más débiles a fin de defender sus derechos frente a su invasión por su propio Estado o por otros agentes exteriores. Para ello hará falta institucionalizar los mecanismos de autocontrol por parte de los Estados y de las compañías transnacionales a fin de asegurar que se reconozcan y respeten los derechos de los grupos más débiles. Habrá que dar mayor voz a las comunidades más débiles mediante la administración participativa de los recursos naturales. Las políticas mundiales de desarrollo tienen poco sentido si no se contemplan a través del prisma de las políticas nacionales y locales de desarrollo. Más que un gran plan de desarrollo bien expuesto que cubra la exigencia de racionalidad sobre el papel pero que falle sobre el terreno, lo que se necesita es crear mecanismos sociales que permitan el desarrollo de planes mucho más completos que consigan su racionalidad empleando la inteligencia y la creatividad que surjen de la participación democrática. La gestión participativa no puede ser un recurso de última hora, del que se echa mano después de que se ha perfilado una política o un proyecto, que está a punto de ser ejecutado. Debe ser un elemento central desde el mismo comienzo de un proyecto. Una forma de lograr ese objetivo es con una «gestión en colaboración», por la que los respectivos interesados se involucren a fondo en las actividades de gestión. Un sistema así sería flexible y se adaptaría a las diferencias de lugares y tiempo. Entrañaría una asociación entre las comunidades afectadas, los distintos países y el sector privado, la sociedad civil y las organizaciones internacionales.

Diferencia entre las culturas

La Comisión Mundial sobre Cultura y Desarrollo (1995) ha señalado que la cultura se ignora a menudo en la teoría y en la práctica del desarrollo. Sin embargo, el desarrollo económico no tiene lugar en el vacío. Transforma y es transformado por las culturas, a menudo para mejor, pero a veces en perjuicio de uno o de otro. La globalización homogeniza simultáneamente las culturas y también las fragmenta. El problema está en distinguir entre las funciones que hemos de cumplir como parte del pueblo llano y la probabilidad de opiniones y prácticas que son indispensables para el pleno desarrollo de la capacidad humana, tanto individual como colectiva.

No tenemos que seguir todos las mismas rutas para llegar al desarrollo. No tenemos que disponer nuestros valores de la misma forma en todas partes y para siempre. No hemos de tratar la diversidad cultural como un obstáculo que hay que superar. La homogeneidad no asegura la solidaridad social, como tampoco la heterogeneidad es garantía de conflictos. Lo mismo que necesitamos una división del trabajo para crear una sociedad compleja, así necesitamos también perspectivas y prácticas múltiples para construir una sociedad mundial. El desafío está en asegurar el respeto de las diferencias sin fragmentación ni aislamiento, promover el consenso sobre valores y prácticas sin imponer una uniformidad agobiante a todos. Para superar ese reto, hay que intensificar el respeto del pluralismo entre las naciones, así como en su seno y en las instituciones; el diálogo y el debate hay que practicarlos dentro de las culturas para que hagan posible su evolución.

Diferencia entre generaciones

En el preámbulo de la Declaración de Estocolmo sobre el Medio Humano (1972) se reconocía la toma de conciencia de los signatarios de que «la defensa y el mejoramiento del medio humano para las generaciones presentes y futuras se ha convertido en meta imperiosa de la humanidad». La Carta Mundial de la Naturaleza (1982) y la Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (1992) reafirman ese compromiso.

Hemos de conservar las opciones que las generaciones futuras deseen llevar adelante.

- FAO/20717/A. PROTO

No se trata de un compromiso para determinadas personas que todavía no existen. Antes bien, consiste en la obligación de no hacer nada que imponga deberes interminables y onerosos a las generaciones futuras. En otros términos, tenemos que i) mantener opciones que quienes nos vayan a suceder tal vez quieran aplicar; ii) asegurar que el planeta no quede en una situación peor de la que tenía cuando lo heredamos; y iii) conservar el legado del pasado, de suerte que las generaciones futuras puedan tener acceso a él.

Uno de los medios por los que podrían salvaguardarse los derechos de las generaciones futuras es utilizando el criterio de cautela que se enuncia en numerosos documentos, sobre todo en la Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (1992), la Carta de la Tierra (2000), el Convenio sobre la diversidad biológica (1992) y el Protocolo de Cartagena sobre la Bioseguridad (2000). El criterio de cautela, expresado en palabras simples, afirma que en las zonas donde falte el conocimiento científico y/o donde los niveles de incertidumbre con respecto a los efectos dañinos sea elevado, hay que proceder con extremada precaución:

«... donde hay peligro de daño grave o irreversible, la falta de una certeza científica absoluta no debe utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas eficaces en función de los costos para impedir la degradación del medio ambiente».

Declaración de Río sobre el Medio Ambiente, Principio 15

Esto vale sobre todo para los casos donde las decisiones son irreversibles. Nuestro deber para con las generaciones futuras puede también examinarse a través del prisma de la sostenibilidad. Sin embargo, la sostenibilidad tiene muchas definiciones. Los ambientalistas la definen a menudo como «evitar el uso», mientras que los que están involucrados en la agricultura la definen como «producir sin que merme la feracidad de los suelos». A menudo la sostenibilidad se interpreta en sentido tan amplio o estrecho que apenas sirve de guía en la práctica. Es más, algunos sistemas con una explotación muy elevada podrían ser sostenibles durante siglos. Siguiendo un criterio más equilibrado podría definirse la sostenibilidad agrícola como una forma de gestión que trata de respetar la naturaleza, conservar los recursos, dedicarse a la agricultura y conseguir la equidad y la justicia. Según este criterio, también se reconocería que ninguna práctica agrícola es perfecta.

Independientemente de cuál sea el criterio, hay pocas dudas de que nos hallamos en vías de recapacitar sobre nuestras relaciones con el mundo natural y renegociarlas. Nuestro deber para con las generaciones futuras está ligado inseparablemente al cuidado con el que tratemos la naturaleza.

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