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Hacia una gestión integrada


Foto 27. La gestión integrada de esta ripisilva de fresnos en los Cévennes, Francia, aporta a los cultivadores muchas ventajas. (© Bellefontaine/Cirad)

Si bien los conocimientos locales y tradicionales sobre la gestión del medio ambiente natural no son todavía suficientemente considerados como conocimientos beneficiosos y explotados como conocimientos útiles, en cambio las presiones económicas constituyen una medida de apreciación de la gestión sostenible de los recursos naturales en general, y de las especies arbóreas en particular. No es raro, por tanto, ver que la pobreza y la explotación abusiva de los recursos se relacionan naturalmente. Ahora bien, conviene distinguir las prácticas de las diferentes partes que intervienen en las relaciones comerciales, introducidas hasta las tierras más alejadas, y que son importantes responsables de las nuevas formas de explotación de los recursos. Los efectos sobre los equilibrios ecológicos pueden ser catastróficos para unas poblaciones que sabían gestionar hasta entonces los recursos para asegurar su subsistencia (Dufumier, 1996; Dupré, 1996).

Entre la racionalidad local y las iniciativas técnicas: ¿divergencia o compatibilidad?

Las estrategias de los diferentes países en desarrollo se han centrado, a partir de los años 60, en las exigencias de productividad a través de grandes programas, de los que la "Revolución verde" ha sido uno de los más notables. De forma general, las estrategias de estos programas tenían muy pocas veces en cuenta "las consecuencias, potencialmente negativas para el medio ambiente, de la tala de árboles, del desmonte que tenía por objeto la introducción del cultivo con arado, de la utilización intensiva de abonos en caso de lluvias insuficientes y de la modificación de los sistemas de producción tradicionales" (Gellar, 1997). Tenían la tendencia a encerrar a los campesinos en una lógica de asistencia exterior que les obligaba a adoptar paquetes tecnológicos costosos y a veces inadecuados: abonos, aportes diferentes de producción, mecanización. Numerosos estudios han tenido en cuenta estas inadaptaciones, no solamente en términos de coste, sino también en términos de interiorización cultural y degradación ecológica. Además, los proyectos de valorización del árbol en el medio rural daban preferencia a las especies exóticas en detrimento de las locales, a pesar de que estaban ya integradas en los sistemas agrarios cuyo interés, en particular en situaciones climáticas difíciles, es indiscutible.

Ciertas iniciativas agronómicas modernas, a través de sus intervenciones sectoriales, han contribuido a veces a romper la relación que existía entre el árbol, los campos y las poblaciones. Sin embargo, aunque las representaciones mentales y las racionalidades locales han sido muchas veces ignoradas, han sabido aparecer en ciertos casos, e incluso imponerse (Recuadro 29). De estas experiencias se desprende que las prácticas silvícolas de los campesinos se basan en una racionalidad técnica y socioeconómica. Los campesinos están dispuestos a adoptar una nueva técnica si es económicamente ventajosa, si responde a una demanda y a un mercado y si, sobre todo, se armoniza con la gestión local de las tierras.

Entre las prácticas de los campesinos y las exigencias económicas: ¿disfunción o equilibrio?

Recuadro 29 .

Desinterés por los cultivos en corredores

El cultivo en corredores (o cultivo intercalar) es una técnica que tiene por objeto intercalar los cultivos anuales y los árboles en una misma parcela con el fin de asegurar la fertilidad de los suelos, sin pasar por una fase de barbecho, y aumentar en definitiva las producciones. Los árboles preferidos en este sistema son los de raíz profunda, que desempeñan el papel de bombas de alimentación de nutrientes. Sugerido a finales de los años 70 por el Instituto Internacional para la Agricultura Tropical (IITA), en Ibadan, Nigeria, este sistema de cultivo en corredores fue ensayado, en primer lugar, en una estación experimental, y después introducido en el medio real, donde se han trastornado las prácticas y sistemas de gestión local. En primer lugar, los productos de las especies forrajeras leñosas (Leucaena leucocephala y Gliricidia sepium) que había que intercalar no tenían valor comercial, mientras que los campesinos tenían la costumbre de recoger cacao, cola o aceite de palma. Asimismo, los beneficios de las plantaciones forrajeras estaban previstos a un plazo de tres a cuatro años, lo que estaba en contradicción con las normas de uso de la tierra basadas en la asignación anual de parcelas a las familias. Éstas no podían beneficiarse entonces de las inversiones realizadas los años anteriores. Además, se exigía una poda periódica de los árboles para no disminuir las producciones de los cultivos, poda que debía efectuarse en un momento en el que los trabajos agrícolas ocupaban toda la mano de obra. Se ha demostrado que el sistema era de una eficacia menor que la conseguida en la estación experimental: las cosechas han disminuido con la introducción de los árboles. Las dos especies forrajeras utilizadas soportaban mal los suelos ácidos y resistían poco la sequía. El cultivo en corredores podía ser interesante sólo en tierras cultivadas que tuvieran subsuelos fértiles y en laderas de pendiente suave (Whittome, 1994). Por esto, en Benin y Nigeria, la mayoría de los campesinos han abandonado el cultivo intercalar (ibid.), comprobando que no respondía a sus necesidades. La Cajanus cajan, leguminosa fijadora de nitrógeno reconocida por los campesinos como mejoradora de la fertilidad, habría sido más adecuada, independientemente de su corta duración de vida.

Las prácticas locales, a menudo dirigidas hacia el autoconsumo, no son desgraciadamente objeto de atención suficiente por parte de los investigadores y los proyectos de desarrollo. Ahora bien, sería interesante que estos sistemas potencialmente sostenibles pudieran perpetuarse (Recuadro 30), pero no interesan a los tecnócratas más que en la medida en que entran en la lógica mercantil dirigida hacia imperativos económicos nacionales e internacionales. Éste es el caso de las especies seleccionadas por su alto valor añadido: goma, mango, karité, teca y eucalipto, donde se planta y valoriza el árbol. Estas orientaciones con objetivos de rentabilidad engendran a veces, por su carácter monoespecífico, una pérdida segura de diversidad biológica, mientras que ésta ser considerada como un capital legado por los antepasados, gestionado por las poblaciones actuales en función de sus necesidades y de su historia y en beneficio de las generaciones futuras" (Walter, 1996). Además, aun cuando estas orientaciones generan divisas indispensables para las economías nacionales, tienden a trastornar los modos de gestión tradicionales, tanto para el acceso a la tierra como para el uso de los productos forestales, lo que puede crear conflictos. Así, en Chad, la valorización y la comercialización de la producción de goma arábiga han dado lugar a unos mecanismos de apropiación que agravan los choques entre ganaderos y agricultores.


Foto 28: Parque agroforestal de karités y nerés en el norte de Costa de Marfil. (© Louppe/Cirad)

Recuadro 30 .

Integración del árbol en los campos

En Nepal, en las pendientes del sur del Himalaya (entre 500 y 2.500 metros), las prácticas agroforestales cubren hasta el 50 por ciento del territorio. Consisten en un sistema de preservación, selección y protección de los árboles alrededor de los campos y en fajas de tierra perpendiculares a la pendiente; son muestra de un intenso trabajo de integración de los árboles y los campos. Cuanto más escarpada es la pendiente, más árboles se preservan y más abundantes son las precipitaciones y la actividad agrícola productiva. Ni que decir tiene que en estas circunstancias el árbol desempeña un papel múltiple: lucha contra la erosión, mantenimiento de la fertilidad y proveedor de leña, forraje, materiales para cercas y alimentos. No menos de 55 especies de árboles y arbustos han sido enumeradas con sus usos múltiples (Fonzen y Oberholzer, 1984). El sistema es viable a pesar de las fuertes densidades demográficas, pero sigue siendo frágil. Concierne a unas poblaciones numerosas cuyo crecimiento anual es del orden del 2,5 por ciento, está esencialmente orientado al autoconsumo (90 por ciento de la población vive de él) y no entra en las producciones comerciales dirigidas a las ciudades o al exterior.

Paralelamente, las investigaciones agronómicas han hecho muchas veces hincapié en las prácticas consideradas como degradantes para el medio ambiente, como el cultivo de corta y quema, las quemas de matorral y el sobrepastoreo. Con mucha frecuencia, "el análisis de los fenómenos de degradación (Recuadro 31), está orientado (...) casi exclusivamente al medio físico, sin que se establezca la relación con los sistemas de producción, salvo para invocar sus efectos negativos en el medio" (Jaubert, 1997). Por otra parte, si bien los trabajos agrícolas de corta y quema dan lugar a desmontes espectaculares en territorios anteriormente boscosos, ciertos estudios han demostrado la viabilidad de algunos de estos sistemas.

A partir de los años 70, la comunidad internacional, consciente del proceso de degradación de los espacios arbóreos en las zonas intertropicales, ha buscado soluciones para frenar este proceso. Como resultado de ello, se ha llegado a un Convenio de las Naciones Unidas sobre la lucha contra la desertificación, para la que los países industrializados, enfrentados a un período de recesión económica, han aportado muy poca participación financiera (Jaubert, 1997). Se ha hecho más hincapié en los proyectos de desarrollo urbano. Anteriormente, se consideraba que el concepto de Revolución verde aportaba soluciones a los problemas de autosuficiencia alimentaria. Esta experiencia, esencialmente centrada en la especialización de los cultivos y la monoespecificidad de las variedades, impulsaba el aporte de medios de producción y suponía un control artificial del medio ecológico. Estaba sostenida por políticas de subvenciones y medidas de estabilización de los precios agrícolas (Griffon, 1997). Esta intensificación ha engendrado graves problemas en ciertas regiones con ecosistemas frágiles, como los desmontes importantes, una pérdida de fertilidad de los suelos, la erosión, el agotamiento de las capas freáticas y la contaminación de las aguas pluviales.

Estas disfunciones de los sistemas tradicionales tienen su origen en gran parte en la extroversión de las economías agrícolas, y en la aparición de nuevas necesidades de las aglomeraciones urbanas (Le Roy et al., 1996). El crecimiento demográfico de las ciudades en los países en desarrollo es uno de los más fuertes del planeta; entre 1950 y 1985, ha llegado en África al 4,1 por ciento de media anual (Gendreau, 1993) y hoy para ciertas capitales, por ejemplo Dakar (Ribot, 1990) o N'Djamena (BCR, 1995), esta tasa puede alcanzar el 7 por ciento. Las disfunciones de los sistemas agrarios del mundo rural son más visibles en las zonas próximas a los centros urbanos, como en África y Asia, donde disminuye la diversidad biológica y cae la fertilidad. Se establece entonces un proceso de "sabanización" (Dufumier, 1996). Además, la degradación de los bosques debida a la sequía y a las extracciones de madera para suministrar combustible a las ciudades pesa gravemente, de forma general, sobre los recursos naturales del mundo rural.

Recuadro 31 .

Relación entre la conservación de los ecosistemas y las prácticas de corta y quema

En las montañas y mesetas de mediana altitud de Laos, la técnica de corta y quema no parece comprometer el equilibrio ecológico, pues el período de barbecho es largo. En efecto, a partir del segundo año de cultivo después de la quema, al tender a disminuir los rendimientos y a multiplicarse las plantas adventicias, lo que exige un trabajo de escarda importante, las tierras se dejan de nuevo en barbecho surgiendo rápidamente un renuevo arbóreo. Estos árboles "dejan enseguida lugar a un verdadero bosque secundario en el que crecen a veces los árboles de benjuí (Styrax benjoin), de los que se explota la resina" (Vidal, 1972, citado por Dufumier, 1996). Parece pues que el sistema de cultivo después de la corta y quema es perfectamente viable y se puede reproducir sin dañar al ecosistema. Exige no obstante espacio, dicho de otra forma, densidades de población bastante escasas, del orden de 23 habitantes por kilómetro cuadrado en este ejemplo. Los campesinos prefieren cultivar en tierras en que el bosque secundario ha reconquistado ya el espacio y cuyos suelos están reconstituidos, en lugar de desmontar el bosque primario, trabajo penoso, largo y exigente. "Es injusto, por tanto, que algunos autores asimilen las superficies dedicadas a corta quema con superficies de bosque en vías de desaparición" (Dufumier, 1996).

Entre el campo y la ciudad: ¿oposición o fusión de los imperativos ecológicos?

Una paradoja entre los países industrializados del Norte y los países del Sur caracteriza la situación agrícola y forestal. En efecto, desde la puesta en marcha de la Política Agrícola Común (PAC) en los años 60, los países europeos tienen problemas de utilización de los espacios en otro tiempo aprovechados y hoy día abandonados como consecuencia de la depresión agrícola. Estos mismos países son grandes consumidores de madera por habitante e importadores directos. Por el contrario, los países del Sur tienen todavía un consumo por habitante muy bajo, exportan su producción y sus espacios forestales son fuertemente codiciados. Por ello, en cualquier caso es necesaria una gestión sostenible de los recursos arbóreos. Europa no está libre del alcance de la degradación de sus ecosistemas, especialmente en su parte sur: es en las zonas de "baldíos y expansiones naturales", vinculadas a la regresión de los sistemas agrícolas tradicionales, donde se declaran con frecuencia incendios espectaculares que asolan inmensas superficies (Morin, 1991).

En los países en desarrollo, la evolución del valor económico de los árboles fuera del bosque está estrechamente vinculada al desarrollo de la demanda urbana de productos leñosos para las actividades de construcción, artesanía y sobre todo para leña. Si bien en Europa, y en Francia particularmente, la utilización energética de la madera no atiende más que a un 4 por ciento aproximadamente del consumo energético total, en los países del Sur, en cambio, la madera sigue siendo la única fuente de energía movilizable. Pocas familias urbanas disponen de renta suficiente para preparar los alimentos con gas u otra fuente de energía. Estas necesidades de energía han evolucionado igualmente. En el mundo rural o urbano, la relación entre el consumo de leña y el del carbón vegetal se invierte (Madon, 1987, citado por Ribot, 1990).

El árbol y las formaciones arbóreas siguen siendo así, en gran parte, un elemento crucial en las relaciones entre el campo y la ciudad. Ahora bien, es en estas zonas rurales de los países en desarrollo donde el nivel de vida depende muy estrechamente de la abundancia de los recursos naturales, respecto a las cuales persiste la idea de que los campesinos destruyen los bosques. Esta percepción proviene a veces de una confusión entre los campesinos usuarios de madera muerta y los carboneros que explotan con fines esencialmente económicos los árboles vivos (Bergeret, 1995). No se debería atribuir sólo a las poblaciones campesinas la responsabilidad de la deforestación. Los campesinos son los primeros en considerarse como expoliados por los carboneros que destruyen el bosque. Toleran mal que estos explotadores, sin ningún apego con el medio, vengan, realicen talas de árboles y después desaparezcan. Los campesinos, que saben muy bien que las cadenas de producción del carbón vegetal son altamente lucrativas, se sienten impotentes ante esta situación, salvo contadas excepciones. Éste es el panorama que origina que las poblaciones arbóreas estén gravemente amenazadas.


Foto 29. Cultivos en terrazas en la región de Byumba, Ruanda, con plataneros y algunos árboles dispersos en la concesión. (© Odoul/FAO)

Los lugares de recogida solicitados afectan tanto a las poblaciones de agricultores como a las poblaciones de ganaderos. Las especies más útiles en cuanto a madera para energía o aquellas cuyos frutos y hojas se consumen durante todo el año, están en vías de desaparición. Esto genera otros desequilibrios y perturbaciones. Los recursos cinegéticos, las setas, la miel o algunos tubérculos, como el ñame silvestre (Dioscorea praehensilis), se hacen cada vez más raros (Bergeret y Ribot, 1990).

Las áreas de desertificación que rodean a muchas aglomeraciones urbanas son elocuentes. Si en 1950 el aprovisionamiento de madera a Dakar se efectuaba en un radio de 70 a 200 km., en 1987 el radio era de 300 a 450 km. (Ribot, 1990). Además, estos espacios se explotan por encima de su capacidad de regeneración (Bertrand, 1987; Bellefontaine et al., 1997). En todas partes, en África Occidental, el "precio de mercado del árbol" es anárquico y está sujeto a libre competencia (Bertrand, 1991). En algunos países, cuya estructuración de los poderes políticos locales permite a las comunidades rurales cierta autonomía de gestión, como en Ruanda, se han puesto en marcha proyectos de reforestación con voluntarios para regenerar las formaciones leñosas a fin de suministrar combustible a las ciudades. En Madagascar, las necesidades de la capital se satisfacen con frecuencia a través de plantaciones privadas de Eucalyptus (ibid.). Sin embargo, el suministro de combustible a las ciudades sigue estando con frecuencia incontrolado o ligado al acceso libre a los recursos forestales, donde el árbol en pie tiene un valor escaso o nulo.

La producción de leña y carbón vegetal para las ciudades es sin duda un elemento importante en este proceso de explotación de los recursos leñosos, pero no es el único, pues el proceso de urbanización moviliza todo un conjunto de prácticas que influyen en los recursos naturales. Sin control social y político, los conflictos entre las partes interesadas tenderán a intensificarse. Las sequías y las explotaciones abusivas de los recursos arbóreos han forzado a las poblaciones a emigrar, especialmente hacia las ciudades, agravando los procesos de empobrecimiento tanto rural como urbano.

Todo esto exige una mejor gestión de los recursos de árboles y bosques alrededor de las grandes aglomeraciones urbanas para asegurar el suministro de combustible doméstico, responder a las demandas diversificadas de las poblaciones urbanas y proporcionar oportunidades de ingresos a las comunidades rurales. Esto requiere también la organización de los mercados y un marco institucional adecuado.

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