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BOLIVIA - BOLIVIE

Excmo Sr. Don Walter Félix Nuñez Rodríguez, Ministro de Agricultura, Ganaderia y Desarrollo rural de la República de Bolivia


En las pasadas horas desde el inicio de esta importante Cumbre, hemos escuchado que los esfuerzos por doblegar los niveles de pobreza en el mundo y por ende disminuir el hambre han sido poco menos que satisfactorios. El nuevo escenario mundial, transformado aceleradamente en la última década, muestra la generación de grandes oportunidades comerciales pero también se observa que las desigualdades se han profundizado. Si reconocemos este hecho, es posible que el momento sea útil para proyectar soluciones verdaderas a los problemas de la pobreza y el hambre que afligen a la gran mayoría de los países en desarrollo.

Entre otras razones, las desigualdades entre pobres y ricos han aumentado, no solamente porque han sido insuficientes las inversiones en educación, salud y productividad, sino porque los adelantos tecnológicos en los últimos años, generando a su vez otras oportunidades de comercio, han sido escasamente aprovechados por los países en desarrollo.

A pesar del crecimiento del comercio agrícola mundial, es cada día menor el porcentaje de volúmenes y valores transados provenientes de estos países y esto genera una amargura mayor cuando conocemos que es justamente del área agrícola de donde provienen sus principales ingresos.

Desde una perspectiva general, es positivo que la informática, el comercio electrónico y la integración de los mercados financieros, hayan contribuido al crecimiento del comercio. Es innegable, sin embargo, que todos estos adelantos apenas han generado soluciones reales a los problemas del hambre, pues ahora vemos que todavía en el segundo año del Tercer Milenio una gran cantidad de la humanidad se encuentra en situación de hambre. La FAO ha calculado en más de 800 millones de personas que están subnutridas y más de un 90 por ciento de éstas viven en países en desarrollo.

Esta situación de hambre y miseria en muchos lugares del mundo tiene lugar muy a pesar de que la globalización pregona las ventajas de las economías abiertas, suponiendo que una ampliación del comercio generará a su vez mayores ingresos a quienes participan del mismo.

Pero ¿Qué es lo que ha pasado? ¿Por qué de la teoría del libre mercado y el comercio abierto no hemos transitado hacia la prosperidad general? ¿Donde se ha fallado? Nosotros consideramos que el problema radica en haber privilegiado el interés individual por encima del interés colectivo. Esto no sería malo en términos relativos si no fuera que quienes pregonan el libre comercio y predican con la liberalización de las economías, quienes nos imponen condicionalidades para la cooperación internacional, quienes dirigen los organismos multilaterales, son justamente aquellos que distorsionan con sus malas prácticas el comercio internacional.

Por eso el intercambio agrícola mundial está plagado de aranceles, de barreras para-arancelarias y absolutamente saturado de subsidios a la exportación. Por eso la teoría del libre mercado no funciona, pues se encuentra distorsionada por mecanismos que nada tienen que ver absolutamente con la eficiencia y la productividad. Esta situación es dañina para los países en desarrollo que mantienen una estrecha relación entre su producción y exportaciones agrícolas y el desempeño de sus economías y de manera particular para un país como Bolivia, que genera por sus exportaciones agrícolas el 30 por ciento del total de su ingreso de divisas.

El resultado de aquello que para nosotros es una olimpiada de subsidios entre los países integrantes de la OSD, es que podemos perder nuestros mercados de exportación frente a productos artificial y adicionalmente más baratos debido a los subsidios. Cabe preguntarse entonces ¿qué país, en su sano juicio, comprará productos de otras partes si puede adquirir los productos más baratos y subsidiados? En el contexto de lo actuado por mi país durante los últimos años, el tema del limitado y casi imposible acceso a los mercados adquiere dimensiones dramáticas. Bolivia ha hecho esfuerzos extraordinarios para mejorar su desempeño como sociedad y Estado.

Somos orgullosos de nuestros continuos 20 años de democracia: hemos ordenado nuestras finanzas públicas responsablemente manejando el gasto fiscal al priorizar la inversión social y productiva; hemos descentralizado el país sin desarticular el manejo integral de la economía y del Estado; hemos liberalizado nuestra economía hasta convertirla en la economía más abierta de Latino América; y hemos avanzado irreversiblemente en la erradicación de los cultivos ilegales de coca destinados anteriormente a la fabricación de cocaína. Esto ha significado eliminar de la economía y del círculo económico del país cerca de 500 millones de dólares EE.UU. con los consiguientes problemas que semejante reducción ha traído consigo. En todo hemos actuado con la convicción de mejorarnos a nosotros mismos por elementales principios de ética y responsabilidad y convencidos de que al hacerlo nos convertimos en miembros respetables de la comunidad internacional.

En este esfuerzo de lucha abierta contra las drogas, hemos esperado que los mercados para nuestros productos agrícolas, con los cuales se han sustituido los cultivos ilegales, se hayan abierto casi incondicionalmente, pero esto no ha sucedido, lo cual, además de triste e injusto, llama la atención pues la guerra contra el narcotráfico demanda responsabilidades compartidas por todos los miembros de la comunidad internacional.

En este orden, acceder a los mercados es crucial. Mientras más oportunidades de mercados dispongan nuestros productos de exportación, más y mejores oportunidades de crecimiento y prosperidad social y económica tendrán las naciones en desarrollo, permitiéndoles así también superar los niveles de hambre y desnutrición de sus poblaciones.

Es indudable que, pese a estos esfuerzos, el desafío de eliminar la pobreza rural y disminuir así radicalmente el hambre se hace poco menos que imposible debido a los miles de millones que se destinan para subsidiar el comercio agrícola mundial. Y en esto debemos todos ser sinceros: los 400 000 millones de dólares de subsidios a la agricultura provistos por los países desarrollados del orbe infligen un daño a la humanidad que, más que económico, es un daño moral que perturba la conciencia, genera injusticia y elimina cualquier vestigio de solidaridad. Los conceptos de equidad, solidaridad, justicia y racionalidad adquieren por lo tanto, y en esta Cumbre sobre la Alimentación, una importancia que la hora presente no puede evitar más.

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