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Prefacio


Los Objetivos de Desarrollo del Milenio han atraído, una vez más, la atención mundial sobre el ilusionante y abrumador desafío de reducir drásticamente la pobreza y la inseguridad alimentaria. Esto implica garantizar que unos seiscientos millones de personas (sólo la mitad de quienes viven en la pobreza absoluta) puedan tener medios de vida dignos y estables en 2015. Pero, ¿cómo se explica que en un mundo de abundancia, en el que muchos viven rodeados de lujo, desde el que podemos enviar gente al espacio, o analizar el ADN y trasplantar corazones o rodillas, una de cada cinco personas viva en una desesperante situación de pobreza? Sabemos que una fuerte voluntad política, inversiones adecuadas y condiciones de comercio justas serían cruciales. Al mismo tiempo, sabemos que los gobiernos, la sociedad civil y las organizaciones internacionales han emprendido esfuerzos concretos en el terreno para apoyar a los más pobres y ayudarles a cambiar sus vidas utilizando estrategias prácticas y poco costosas que no requieren competencias de escritura o contabilidad para seguir complejas instrucciones ni realizar registros de entradas y salidas. Mientras que algunas de estas actividades tienen objetivos modestos, otras, apoyadas por instituciones financieras, pueden conllevar grandes inversiones. En cualquier caso, los beneficios para los pobres no dependen tanto del tamaño de la inversión cuanto de su adecuación a cada contexto.

Aun así, ¿cómo es que todos estos esfuerzos bienintencionados fracasan tan a menudo y no logran el impacto esperado? Un factor clave es que su enfoque tecnológico ignora las realidades del mundo rural: la heterogeneidad de los hogares rurales; sus distintas estrategias en materia de medios de vida, que cambian con el tiempo para responder a nuevas oportunidades, así como a las demandas y problemas que surgen en las distintas fases de sus ciclos vitales; su necesidad de minimizar el riesgo ante desastres naturales, enfermedades, muertes, precios cambiantes de los activos o insumos insuficientes; y su apego a valores culturales o sociales que dan tanta importancia a la dignidad humana, a los derechos del hombre, al empoderamiento y a la apropiación de los procesos de desarrollo como al progreso material.

Este enfoque tecnológico desconoce también la crucial importancia que tienen instituciones locales como las organizaciones de campesinos, cooperativas, cámaras agrícolas o partidos políticos a través de los cuales la población rural consigue atraer hacia sus necesidades la atención de quienes toman las decisiones, mediante el diálogo y la presión política. Las instituciones locales son también los medios por los cuales los campesinos pobres se unen para poner en marcha inversiones económicas, comercializar sus productos y construir y mantener infraestructuras como caminos, puentes o sistemas de riego. Instituciones informales como el matrimonio, el parentesco y la religión proveen a menudo medios clave para organizar el trabajo recíproco en las tierras de los demás durante los momentos críticos, ayudando a las familias en el cuidado de los enfermos o discapacitados o incapacitados para que éstas trabajen en los tiempos difíciles, facilitando alimento u otro tipo de apoyo durante inundaciones, sequías, epidemias animales, terremotos, etcétera.

Son muchos los diseños de proyectos que incluyen especialistas en sociología rural o instituciones, pero sus informes, normalmente basados en procesos participativos, son utilizados a menudo sólo como anexos, y sus conclusiones no quedan realmente integradas en el proyecto. Este hecho demuestra una falta de compromiso hacia un trabajo verdaderamente interdisciplinar que reúna las aportaciones de los distintos sectores en un todo coherente capaz de garantizar un enfoque basado en las personas que aborde de una manera eficaz las necesidades del mundo rural. Esta guía ha sido concebida para estimular el enfoque del que hablamos entre aquellos trabajadores de nuestras misiones que no son expertos en sociología ni instituciones rurales. Intenta facilitarles algunas herramientas sencillas para ayudarles a identificar mejor y a apreciar los diferentes tipos de instituciones locales formales e informales que de otra manera permanecen invisibles a los ojos de quienes no son especialistas, y para incorporar, en la formulación de proyectos, una visión de los medios de vida basada en instituciones locales reforzadas. Esta guía no pretende ser exhaustiva, sino un buen punto de partida para ayudar a que los miembros de una misión adquieran una nueva perspectiva sobre el trabajo de desarrollo con los más pobres, así como para que el diseño de su proyecto se asiente de mejor forma en la realidad.


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