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Cuento
HUAPAPA. LA PESCADORA DEL AMAZONAS
Roger Rumrill

En los ríos del Amazonas, Huapapa tiene la fama de ser una de las mejores pescadoras, quizá la mejor, aunque otros digan lo contrario. Otros pescadores como la señora Garza y el señor Martín Pescador, hablan mal de ella.

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  Huapapa usa malas artes para pescar. Además envenena las aguas, critica Garza.

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 No me gusta cómo pesca ensuciando las aguas y engañando a los peces -sentencia Martín Pescador de pie sobre una rama, sacudiéndose el pico después de haberse casi atragantado con una sardina. Huapapa, cuando escucha estos comentarios por boca de sus amigos y vecinos, responde:

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 Es por envidia que Garza y Martín Pescador me critican. Ya quisieran ellos tener las habilidades que yo tengo para pescar -diciendo esto, vuela entre la fronda de los grandes árboles que crecen en la orilla de los lagos donde hay pesca en abundancia. Busca su árbol favorito: la catahua, que es un árbol alto y grueso protegido por espinas muy fuertes como púas. Nadie lo puede subir, ni siquiera los monos. Huapapa ama a este árbol. Cuando llega a él, salta de rama en rama de alegría; luego elige el lugar donde hará su trabajo. Su trabajo consiste en picotear fuertemente en la corteza del árbol hasta que fluya un líquido denso y blanco.

Huapapa se cubre el pico ancho y fuerte con este líquido pegajoso, como si hubiera tomado un helado de leche, para luego volar sobre los arroyos y los lagos, buscando un lugar tranquilo, apacible y con abundancia de peces para pescar.

Huapapa elige generalmente para pescar la orilla de los lagos de aguas más o menos claras, pero de aguas tranquilas. De pie sobre una rama, espera pacientemente. Sabe que los peces salen muy temprano en la mañana a buscar su comida, como todo el mundo, o como ella misma que ha salido con las luces del amanecer a pescar para sus bebés, las huapapitas, que esperan su ración de pescado para desayunar.

Cuando tiene suerte, no tiene que esperar mucho. De repente, mientras mira fija y atentamente el agua, se da cuenta que decenas y centenares de peces siguen en fila india a su madre. Huapapa se prepara. Antes de que la fila india de peces termine de pasar, hace un movimiento y arroja su deyección al agua. Los peces, que creen que acaba de caer maná del cielo, se detienen para verificar y comprobar si la materia blanquecina que tienen delante es comida. Es el momento en que Huapapa desciende de la rama hasta el agua sin ser vista por los peces y traza un círculo grande en el agua con el pico blanco de la resina tóxica. Los peces quedan entonces encerrados en un círculo de agua envenenada que en cuestión de minutos se va cerrando. Los peces advierten el peligro y huyen en desbandada, rompiendo el círculo de agua envenenada. Pero algunos, cogidos de sorpresa, curiosos por ver qué está pasando o sordos a los gritos de su madre que les pide que escapen, son atrapados en el círculo. Cuando el agua envenenada con la resina blanca penetra por sus branquias, sienten primero un mareo, luego una especie de sueño pesado los domina y finalmente pierden el conocimiento.

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La escena dura sólo pocos minutos. Cuando termina, Huapapa recoge tranquilamente los peces desmayados, los guarda en el pico ancho y fuerte y levanta vuelo con dirección a su casa. En el lugar donde ha ocurrido la pesca, el veneno se dispersa muy rápidamente y pierde todo su poder tóxico y luego de algunos minutos más todo vuelve a ser como antes. Como si nada hubiera pasado en la naturaleza.

A la distancia, Huapapa escucha las voces de sus hijos que piden comida.

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¡Ya llego muchachos, con buena comida! -se anuncia. 

Las huapapitas sacuden las alas de alegría. Los ojos les brillan de apetito al ver los pescaditos de escamas brillantes v de ojitos muertos. Son tres y empiezan a disputar.

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Tranquilos, chicos. Hay para todos -dice Huapapa y agrega:- Papá también está pescando y pronto llegará con mas alimento. 

Después de algunos minutos, en efecto, llega papá Huapapa. Trae un solo pescado en el pico. Pero de buen tamaño. Los niños al ver el pescado, expresan su alegría:

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¡Hua, hua, hua!

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 Las cosas se están poniendo más difíciles cada día -explica papá Huapapa. Le cuenta seguidamente lo que esta misma mañana ha escuchado hablar en el bosque. Según el señor Camunguy, que reside desde hace varios años en el lago más grande de esa parte de la selva del Amazonas, nuevos aves han llegado en las últimas semanas, Están abandonando sus antiguas residencias porque en varios de esos lagos los hombres han comenzado a cavar la tierra con máquinas de fierro que parecen insectos gigantes, Esas máquinas provocan un enorme ruido y estruendo en el bosque, tanto, que algunas aves ancianas han comenzado a sufrir dolores de cabeza por el ruido.

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 Pero eso no es lo peor -dice papá Huapapa-. Lo peor es que un líquido negro que extraen del vientre de la tierra o del fondo de los lagos está matando a los peces y también a nuestras amigas las aves -comenta preocupado.

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 Entre algunas aves que han muerto -sigue contando papá Huapapa- están Tanrilla, Tímelo y el pato Cushuri. Tanrilla, cuyo plumaje negro, rojo y azulado se parece al de algunas mariposas, vive en la orilla de los lagos, caminando como en el aire sobre las plantas acuáticas. Hasta allí ha llegado el líquido negro. Tímelo ha muerto después de hundir su pico en las aguas sucias del líquido negro. Cushuri murió de frío, porque el líquido negro le ensució el cuerpo y le quitó su protección natural de sus plumas; éstas que nunca se mojan, se mojaron y murió de frío.

La mamá Huapapa escucha preocupada estas versiones. Son malas noticias. Está pensando precisamente en el futuro de sus hijos. Desde hace muchos años vive en este lugar de la selva. Sus padres y los padres de sus padres también vivieron en estos bosques, ríos y lagos. Y piensa que sus hijos, que muy pronto serán buenos pescadores, vivirán también en estos parajes de las selvas del Amazonas, compartiendo la vida con otros seres.

Está pensando que ella y papá Huapapa tendrán que enseñar a los niños a ser buenos pescadores. Les enseñarán los mejores lugares para pescar, las orillas de lagos arroyos apacibles, con abundancia de frutos; porque sólo así los peces se imaginarán que cuando ellos arrojan sus deyecciones, están cayendo frutos del cielo Les enseñarán que la mejor hora para pescar es la mañana o la tarde. La mañana, porque los peces amanecen hambrientos y sueñan con frutos y gusanillos. La tarde, antes de que el sol se ponga, porque comen antes de ir a dormir.

En cuanto los niños puedan valerse de sus alas, -piensa mamá Huapapa- tendremos que mostrarles los árboles de catahua. Tienen que aprender a picotear la corteza, a bañarse el pico con la resina blanca, pero evitando que una gota de veneno salpique a los ojos. Puede provocar la ceguera.

Mamá Huapapa les enseñará también a sus hijos -junto con papá Huapapa- por qué algunos lagos, arroyos y ríos tienen aguas negras y otras blancas y les dirán que hasta el sabor de los peces es diferente de acuerdo al tipo de agua donde viven. El boquichico que nace y vive en un lago tiene una carne y un sabor diferente al que vive en el río de aguas blancas, porque sus alimentos y el agua que toma y donde vive no son iguales.

Les enseñarán que la pesca en el verano no es igual que en el invierno. El invierno trae algunas dificultades. Los ríos crecen y los lagos también y los peces cambian sus hábitos. En el verano, cuando el caudal de los ríos disminuye y el volumen de las aguas de los lagos también, están mis a la vista porque tienen menos lugares para esconderse. El verano cambia sus hábitos. Son más confiados y alegres.

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 Bueno, voy al bosque a explorar y ubicar catahuas -dice papá Huapapa.

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 Yo me quedaré aquí cuidando a los chicos -contesta ella. Mientras ellos juegan dándose suaves picotazos con sus picos anchos pero todavía no muy duros, ella piensa otra vez en las noticias del líquido negro. Una sombra de preocupación le nubla los ojos.

Se terminó de imprimir en Noviembre de 1999, en
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