Indice Página siguiente


Bosque, medio ambiente y necesidades del hombre

Frank Fraser Darling

Sir Frank Fraser Darling, uno de los ecólogos de primera fila del mundo, pronunció este discurso en septiembre de 1974 en Oxford, ante la Décima Conferencia Forestal de la Commonwealth. El texto ha sido ligeramente reducido.

El forestal es uno de los guardianes primordiales de las condiciones necesarias pare continuar viviendo en este planeta, no sólo por cuanto se refiere a aquellas existencias sumidas en la pobreza, sino al tipo de calidad ambiental necesario pare la civilización.

Habéis concedido a alguien que no es forestal el honor de pronunciar el discurso de apertura ante esta conferencia que abarca una gran parte del planeta, desde los trópicos al Artico. ¿Qué es voy a decir que no sepáis ya mejor que yo? Por supuesto, que no será mucho lo que pueda expresar sobre los montes, aunque tuviese la osadía de hablar sobre ello. Sin embargo, podéis creerme, el bosque como idea y como presencia física y penetrante ha estado siempre conmigo en toda mi vida consciente. Es posible que, en un principio, proviniéramos de las aguas, pero por espacio de muchos millones de años, los antepasados del hombre se han interesado en el bosque como hogar nuestro, medio que ha constituido un refugio, una protección, un lugar de reunión de alimentos y un mundo cuatridimensional que durante largo tiempo hemos debido considerar satisfactorio. El bosque poseía un elemento de integridad que ya hemos perdido, si bien hemos ganado una mayor plenitud al explorar los ambientes situados fuera de él. En este momento, no vemos que nuestros parientes, el orangután, el gorila y el chimpancé sientan una curiosidad excesiva por el mundo exterior, y aquellos allegados más lejanos aún, los lémures, tan identificados están con su forestal sierra natal, que no logran sobrevivir con sólo que se intervenga un poco en su hábitat.

Seguramente que parte del progreso del hombre lo constituye su aparición pare ser la especie capaz de ocupar casi todos los medios ambientes que es capaz de brindar el planeta. Por decirlo así, se lo ha separado del bosque, y sin embargo yo sigo pensando, tras de mucho profundizar filosófico y físico, que el bosque continúa siendo parte importante de nosotros, o mejor dicho, que nosotros seguimos formando parte del bosque. Los esquimales de la costa podrán no tener bosques, pero son nómadas de los hielos y sus canales, mas no olvidéis que muchos esquimales tienen acceso al bosque y lo utilizan. E incluso pueden obtener de él algo que no logran forjar sus vidas pragmáticas y su idioma. No trace tanto que los esquimales de Groenlandia contaban con sus bosques de abedules, y en la Cordillera de Brooks de Alaska, donde vive el Nunamiut, he visto alamedas de nueve metros de altura. Y a ese otro nómada de las llanuras del Asia Central, Gengis Khan, cuyos antecesores y descendientes utilizaban el caballo, ese animal que ama las planicies, sólo una imaginación ignorante ha podido convertirlo en el hombre de los llanos infinitos. Era el suyo un mundo de valles amplios y muy superficiales, relativamente sin árboles, con cadenas de cerros arbolados. Según mis lecturas sobre esas admirables gentes y sus caballos, también ellas amaban a sus bosques. Y con frecuencia, el bosque venía a ser un hogar estacional.

Algunos hay que han visto en el bosque un antagonista y casi un enemigo. La civilización Khmer de Camboya acabó sucumbiendo ante el bosque, y ahora, al contemplar el Bayon con sus sofocantes higueras que se abren paso a través de las exquisitas obras de mampostería, se siente temor. Y asimismo en Yucatán, aunque en realidad el bosque se muestra tan tierno al asalto del hombre. En Europa, la población de los bosques germánicos se sintió a veces tan aprisionada por el bosque que padeció del horror sylvanum como quien sufre de una especie de neurosis. Ciertamente, es ésta una de las paradojas con la que tan íntimamente relacionados estamos en esta conferencia, sobre todo con los grandes árboles de los bosques tropicales y de algunos, muy pocos, situados en las zonas templadas. El bosque es poderoso e inspire temor, y sin embargo es tan tierno y frágil que podríamos preguntarnos si en realidad será posible mantener vivos los grandes bosques.

¿Ha causado el hombre su última herida ya, o podremos curar al bosque y volverlo a una vida, frente a la cual seis u ocho decenios de la vida del hombre no significan nada?

Ese ecólogo tropical, de impecable espíritu científico, que es Paul Richards, y que escribió The tropical rain forest, obra de gran erudición, prevé que de aquí a una generación los bosques tropicales habrán desaparecido. Pensábamos algunos que quizás se tardase un siglo o más, y que durante ese tiempo habríamos aprendido a conservarlo, pero Richards, que tiene muchos más conocimientos que casi todos nosotros, opina que serán sólo de veinte a treinta años. Lo cierto es que una de las grandes fortalezas del bosque es la inmensidad, y nosotros hemos visto fragmentarse los bosques tropicales. Las lindes de un bosque, su orla, como en algún otro sitio la he llamado, son su protección, pero son muchos los elementos que pueden rasgar esa orla, y cuando la destroza el fuego, el pastoreo, el cultivo progresivo de la margen del bosque que puede convertirse en un auténtico cultivo humano, la construcción de caminos que viene a ser casi una actividad humana paranoica, el bosque se ve troceado de tal manera que los bordes, medidos en longitud, son relativamente tan extensos que el superorganismo central del bosque queda tan mutilado que es imposible en cierto modo la regeneración secular. Fácilmente lo podréis advertir así en la Meseta de Nyika, entre Zambia y Malawi. Allí el agente ha sido la furia del fuego que corrió vertiente abajo. Los pequeños trozos de bosque, deleitoso aún, son como muertos en pie.

Los obreros mexicanos, a quienes me he de referir de nuevo muy pronto, advierten que con los modernos métodos de beneficio por corta única que se aplican en los trópicos, pueden perderse por completo las especies secundarias, que tienen una importancia inmensa en la regeneración. La limpia de una pequeña población pare el laboreo con residuos de desrame-y-quema puede incluso contribuir a mantener vivo el bosque, al crear condiciones pare el crecimiento de especies secundarias en el palimpsesto general de la regeneración. El resultado de mis observaciones personales en esta cuestión es que la geología es un factor importante de ciertas clases de terreno. He visto trozos de terreno de desrame-y-quema en las escarpadas laderas de piedra caliza de la Sierra Madre incapaces de regenerar porque el índice de oxidación de la nueva materia orgánica es tan elevado que no se forma el humus suficiente pare que el bosque pueda rehabilitarse. Surgen en el paisaje una profusión de rocas desnudas de piedra caliza, mientras que en los empinados cerros vecinos de esquistos no calcáreos, sigue su curve una lenta regeneración.

Lo que en Africa se denomina complejo de base es una roca muy pobre pare la nutrición arbórea, pero en los lugares ribereños lisos puede crecer un rico bosque tropical, alimentándose a sí mismo, por así decirlo, y no necesariamente en una base de aluvión. El sol lo mismo puede ser un enemigo que un amigo, si se limpia el terreno y el suelo se torna laterítico.

Ninguno de los agentes de influencia puede ser considerado aisladamente. El bosque tropical, como el bioma quizás más antiguo sobre la sierra, es un conjunto de simbiosis, de sutiles procesos de cooperación, del que por desgracia poco conocemos, aun comprendiendo que se extienden ante nosotros campos como éste aptos pare el descubrimiento. Esta sospecha de conocimiento que ha de preceder al entendimiento, también inspire temor, igual que la visión física que ya teníamos ante nosotros. Sin embargo, la tecnología y una población humane que aumenta enormemente, han permitido lanzar un fuerte ataque contra el bosque, y vivimos en un mundo de poder comercial y político que exige toda la potencia tecnológica que podamos imaginar pare ponernos en condiciones de contar con monedas fuertes, que son el capataz más inflexible que jamás tuvo el hombre. Un árbol que trace cincuenta años se necesitaba una semana pare apearlo, ahora puede cortarse en un día, y hasta su potente tronco llegarán raíles que lo expidan lejos antes de que sepamos cómo creció o qué intrincada comunidad dependía de su presencia en el bosque. Tanto tardó en crecer, que su aura madera quedará pronto lo bastante curada pare convertirse en una oficina climatizada del Estado, en la que podrán adoptarse decisiones trascendentes.

El bosque habla el idioma de los complejos ecológicos

Se nos educa pare el firme hecho de que la política es un factor potente en la ecología forestal, sobre todo ante una tecnología en marcha de la que puede disponerse en situaciones políticas que se preocupan poco por la persistencia del bosque, si es capaz de producir dinero efectivo en el momento. A una isla de las Indias Occidentales, que acaba de lograr su independencia, un explotador en competencia puede ofrecerle un contrato pare talar el bosque y aprovechar incluso la leña de copes hasta dejar la superficie desnuda, ¿pare qué? Quedará a merced de un gobierno recién elegido que la isla se convierta en un desierto o siga siendo un paisaje en moderada producción constante. Encarecidamente propongo que las Naciones Unidas, mediante esa innovación suya de un departamento del medio ambiente establecido en Estocolmo el año 1972, forje algún plan en virtud del cual los estados jóvenes puedan obtener préstamos sin interés con destino al desarrollo fundamental, de manera que se evite toda aparente necesidad de explotar el medio fundándose en principios y métodos crematísticos. No existe ninguna parte del mundo que pueda permitirse la pérdida de sus recursos seculares ni los métodos naturales para restablecerlos.

Uno de los conceptos más esclarecedores de la mitad del pasado siglo ha sido el conocimiento cada vez mayor de la complejidad del bioma del bosque.

El bosque tropical sigue derrotándonos. Muchos especialistas se han conformado con tratar de catalogar las especies, y podemos agradecerles esta laboriosidad porque hasta que no se ha determinado con exactitud la taxonomía, es relativamente escasa la ecología efectiva que puede existir. Las investigaciones malayas han registrado 227 especies leñosas de más de 4 pulgadas (10 centímetros) de diámetro en 2,5 acres (1 hectárea). Esta cifra es de árboles solamente, y no de arbustos, epífitos y otras hierbas existentes. Esta catalogación necesaria no es más que preliminar al conocimiento del todo orgánico, sin embargo, ha sido causa de que algunos especialistas hayan hecho la desatinada sugerencia antropocéntrica de que lo que necesitamos es reducir las especies «adventicias» y dedicarnos a obtener una masa más pura entre las que tienen valor económico. Semejante idea parece olvidar por completo el principio de la función ecológica así como el de la sucesión. No se trata aquí del Robinsón Suizo - para quien todo tiene un valor - sino de reconocer que las especies evolucionaron estableciendo diferencias, aunque fueran ligeras, en cuanto a sus exigencias sobre el medio total. Nos falta mucho para saber las exigencias que determinan y los nichos en conversión que llenan, sólo una décima parte de esas 227 especies.

¿Y qué decir de la fauna del bosque, lo mismo de vertebrados que de invertebrados? A nuestra taxonomía le queda por recorrer mucho camino aún, y nuestra ecología es fragmentaria. No obstante, es éste el gran recurso natural que probablemente va a desaparecer dentro de una generación aproximadamente. Jamás nos pondremos al día en los conocimientos si no establecemos reservas vastísimas que no sean colecciones de márgenes, vulnerables. Las grandes selvas que circundan el Ecuador tienen más antigüedad que las hormigas que ahora constituyen factores ambientales tan importantes del bosque y que consideramos una de las más viejas especies vivientes de la tierra. Aún conservamos con nosotros algunos bosques, pero acaso la mayoría de los que aquí se hallan se ocupan de ellos para su explotación y muy pocos en la inmensa tarea de su conservación. Quisiera confiar, no obstante, en que ambos aspectos de la silvicultura se han de mantener estrechamente unidos, sin considerar a la ecología forestal - pese a tener tantas facetas aparentemente sin importancia - como algo académico, campo de expediciones universitarias o del erudito independiente.

Me he detenido en estos profundos fenómenos del crecimiento y desarrollo final porque estimo que probablemente los bosques tropicales ejercen cierta función de custodia de las especies de fuera de los trópicos, incluido el hombre. Dos especialistas de la India, Jagannathan y Bhalme (1973) han vinculado la incidencia de las lluvias monzónicas al ciclo de las manchas solares. La variación es grande, y aunque no podamos influir en ese ciclo, podemos darnos cuenta de que la selva tropical puede actuar de amortiguador en el comportamiento de las lluvias monzónicas. Esta variación en los monzones es una indicación cierta de que no deberemos prescindir del bosque hasta estar más seguros de su importancia planetaria en el ciclo del tiempo. El tiempo tropical no es independiente del que gozamos o sufrimos en otros lugares. Richards, en su reciente trabajo publicado en Scientific American, ha puesto de relieve la lucha contra el escurrimiento del bosque higrofítico tropical y las distintas temperaturas y humedades que se mantienen en diferentes capes del bosque. Richards termina su trabajo con la viva y elocuente súplica de que se protejan y conserven superficies suficientes de bosque higrofítico tropical en tanto adquirimos un conocimiento más profundo de los procesos que constituyen el fundamento de la evolución.

La misma edad de los bosques tropicales, varios millones de años, significa que no sabemos nada de la anatomía o fisiología de su establecimiento, de su embriología, pudiéramos decir. Observamos una sucesión secundaria en zonas relativamente pequeñas, pero poco sabemos de su acción sobre una región. Los especialistas mexicanos Gómez-Pompa, Vásquez-Yanes y Guevara (1972) indican que la regeneración es un sistema sumamente complejo que actúa en momentos diferentes y en sentidos distintos, según la situación local y las plantas que entran en juego. El crecimiento de trepadoras y epífitos tiene también importancia en el comportamiento y supervivencia de los plantones que, en último término, sustituyan al bosque existente.

El bosque es poderoso e inspira temor, y sin embargo es tan tierno y frágil que podríamos preguntarnos si en realidad será posible mantener vivos los grandes bosques

1

2

3

4

Hace algunos años el Oficial Forestal Regional de la FAO en América Latina utilizó este grupo de fotografías para ilustrar a los ministros y otros funcionarios gubernamentales interesados en problemas de aprovechamiento de sierras lo que sucede cuando en el medio ambiente hay presiones demográficas, incendios y erosiones. En la Figura 1 puede verse un bosque natural y no ordenado, con el retraimiento de su lindero. En la Figura 2 se reproduce una visión más amplia del mismo bosque, pudiéndose apreciar la forma en la que se propaga la erosión por las laderas escarpadas. La Figura 3 reproduce el mismo lugar cinco años después. En la Figura 4 puede apreciarse una zona adyacente, con suelo similar; cabía predecir un proceso, que ya ha comenzado, de transformación en desierto.

Podría seguir hablando de los problemas del medio del bosque tropical, pero lo que singularmente nos interesa en esta conferencia es el medio forestal en el que el hombre está provocando un cambio, y el lugar que ocupa el bosque, actualmente y en lo futuro, en el medio global. Quizás opinéis como yo, que, pues somos una especie que espera sobrevivir, antes de que sea demasiado tarde debemos poner diligentemente nuestra atención en esa fisiología de la comunidad que denominamos ecología. Puede que haya que plantar algunas especies exóticas para sustituir al bosque higrofítico, como en el Plan Jari del Estuario del Amazonas, en el que se utilizan el pino del Caribe y el árbol del Himalaya, del género verbena, bosque concebido de tal modo que todos los árboles serán utilizados por una eficaz tecnología industrial. Se desprecia la sabiduría que encierra todavía el viejo bosque higrofítico.

Es un hecho que algunos conocemos ya que los antiguos bosques que no sufrieron perturbación alguna, representan una imagen vigorosa de la luz solar, las temperaturas y las aguas que vertidas fueron sobre el medio, y que la geología primaria es algo que ahora tiene menor entidad. El vasto caudal aparente de materia orgánica puede desaparecer «como la nieve sobre el rostro polvoriento del desierto», y entonces, lo que queda, en verdad, es el desierto. Hay que establecer una verdadera comparación con los bosques de los climas templados, en los que la actividad puede ser casi igual en relación con el sol y el agua disponibles, pero la variedad es mucho menor en las zonas templadas. Si somos experimentadores nos gustará exponer nuestras investigaciones de la forma más sencilla posible, a fin de que nuestras conclusiones sean más convincentes. Por ello, y puesto que soy oriundo de la zona templada, quisiera citar singularmente la labor que se ha venido realizando desde hace cerca de cuarenta años en el Bosque de Wytham, tan próximo a esta misma ciudad de Oxford. Iréis, sin duda, a contemplar este viejo monte inglés de árboles caducifolios, en donde, por inspiración y dedicación intensa de Charles Elton, originariamente, se ha venido llevando a cabo un conjunto de estudios ecológicos e investigaciones con un grupo de colegas pertenecientes a distintas disciplinas. Algunos de vosotros, acostumbrados al bosque tropical, quizás piense que es éste un medio ambiente sencillo; sin embargo, merece citarse que, en un espacio de 3 ó 4 millas cuadradas (8 ó 10 kilómetros cuadrados) más o menos, viven probablemente 5 000 especies de animales y que el bosque no es uniforme sino que presenta muchos hábitats en un lugar que pare algunos no es más que un terreno arbolado. El hecho mismo de la variabilidad de hábitats en el estricto sentido científico, quiere decir que hay muchas superficies de separación, en las que han de buscarse los «efectos marginales». En estos cuarenta años en que se ha contado con la presencia de Elton, muchas generaciones de estudiantes, licenciados y personal científico, así como un cambio en la jefatura, han desempeñado su papel en una elucidación que aún hoy es sólo parcial. Han contribuido a ella famosos ornitólogos, entomólogos, biólogos del suelo y las aguas dulces, y botánicos. La tecnología de la instrumentación científica está procurando ya una ayuda que antes parecía increíble pare el registro exacto de microsituaciones.

Los estudios del bosque adulto, de la sabana y de los lugares casi desiertos han venido a afirmar nuestros conocimientos de los ambientes británicos en general, lo que, a su vez, puede auxiliarnos hasta ahora a ordenarlos, a repararlos cuando están deteriorados, y a recrearlos cuando se han perdido y quizás a darles nueva forma y variedad. Si aprendemos con más rapidez es porque nuestra complejidad no es tan grande como la de los bosques tropicales en donde, como digo, contamos con un extenso ambiente que tiene importancia en sentido planetario. No hay bosque, ni siquiera ninguna de nuestras plantaciones de simple monocultivo, que pueda considerarse realmente como unas colecciones de pies de madera, ni en la imaginación ni sobre el terreno. El forestal no se ha de convertir en esa especie de criatura arbórea.

Corresponde a la naturaleza del monte ser el hogar de muchos animales, que influyen todos ellos, de una u otra forma, en los ambientes externos. Como ha indicado el ecólogo forestal sueco Romell (1932 y 35), el éxito del sistema «ing» (de prados) de la Suecia meridional, depende de la minuciosa distribución de los terrenos forestales y los roturados. Los montes proporcionan abrigo y caída de hojas, y las criaturas del bosque gozan de la presencia de herbazales, como aquellos que los monarcas medievales llamaban a praderas» en sus bosques de caza. Derrick Ovington, que perteneció en un tiempo a la Comisión Forestal, luego a la Conservación de la Naturaleza y es ahora Catedrático de Silvicultura en Canberra, ha venido mejorando durante muchos años los métodos pare estudiar los efectos de la caída de la hoja y la recogida del barrujo y de sus fenómenos asociados, como la lluvia de heces de los insectos arbóreos en sus formas larvales, y en rigor, de todo lo que cae como el maná sobre el piso de bosque y sus alrededores. En el transcurso de las investigaciones del Bosque de Wyntham, H.N. Southern hizo un estudio cabal y en agotador detalle del ave rapaz que es la lechuza vulgar: ese trabajo sirve de base pare poder estudiar la mayor complejidad, pero los mismos principios, que son aplicables a los bosques de tipo tropical.

No pueden perderse los recursos seculares ni los métodos naturales pare restablecerlos

Durante el pasado decenio, son muchos los individuos y las naciones que han adquirido conciencia de los valores ambientales que residen en las vidas de los seres humanos. Por haber sido observador periférico más que trabajador activo en este ámbito, quisiera detenerme a observar las grandes diferencias que existen en cuanto a grados de consecuencias de interés ambiental. Lo que caracteriza al cuidado del medio ambiente, diferenciado de una primitiva armonía del hombre con lo que lo rodea regido por la ley natural, es un fenómeno intelectual que ha venido a articularse con la decadencia de la selva y la expoliación de los alrededores inmediatos de la población urbanizadora. No es la reacción general al deterioro, pues que hay tantos que parecen indiferentes e incluso existen grupos de personas a quienes les gusta su mundo de calles desarboladas. Pero, no obstante, la visión intelectual fue objeto de una amplia reacción de gentes que pensaban en el lugar que es su hogar inmediato, pero no en un mundo mayor: una visión de la vida más bien esférica que lineal.

El culto no es patrimonio de una élite ni tampoco de los intelectuales sino de las gentes comunes. Rápidamente se desarrolla en ellos el aprecio por la naturaleza no deteriorada y los lugares de belleza natural que tienen valor en general pare todo el mundo. Sin embargo, como decía trace unos instantes, las consecuencias de interés ambiental pueden tener calidad muy distinta. Lamento tener la sensación de que hay algunas grandes organizaciones, con verdaderas inteligencias en sus filas, que advierten los peligros que se ciernen y se dan cuenta de que es éste un cambio de la opinión pública que no deben despreciar, sobre todo si quieren superarlo y asistir al incremento de sus beneficios. Esos grupos de personas, de labios pare afuera se muestran partidarios de la conservación e incluso contribuyen a los esfuerzos en pro de ella, pero detrás de eso sus verdaderas intenciones son impedir que se contenga la expansión comercial o la definitiva contaminación, invocando el sagrado nombre del desarrollo. Existen además los ardorosos grupos sumamente intelectuales y sentimentales, que constituyen sociedades y dirigen cartas a la prensa, pero que ordinariamente andan escasos de dinero. Sienten éstos el impulso por la asistencia y la conservación pero con frecuencia resultan un tanto cándidos, a no ser que se los aconseje con perfecto conocimiento.

En último término, me duele ver a algunos políticos considerar la conservación del medio como actividad de una élite. Si así es, confío poder llegar a ser tan buen a elitista» como los poetas campesinos del siglo XVIII, John Clare y Robert Burns, que conocían la belleza de las cosas sencillas.

Los Trusts Nacionales han prosperado, están bien dirigidos y cada vez mejor protegidos. Ciertamente, uno de sus problemas principales en lo que respecta a lugares y parques, montes y villas del mar, es el del exceso de popularidad. Por último, en mi época, he visto cómo el Gobierno actuaba pare comprar reserves naturales, ejerciendo un control de la planificación y, lo que no es menos importante por considerarlo en último lugar, estableciendo en Inglaterra una Comisión Forestal. Recuerdo ese momento en 1919, pero como era joven, pensaba simplemente: a vaya, eso está bien», porque todo escolar comprendía de qué modo la supremacía naval y la expansión industrial significaban la desaparición de los bosques y, como ya he dicho, desde un principio sentí amor por el bosque, pero sin bastante espíritu crítico.

A medida que fui creciendo, fui observando que la Comisión Forestal hacía algunas cosas extrañas en cuanto a plantación; anelación de los abedules; tale de mesas de abedules y robledales enteros; y mostrándose un propietario bastante distante y huraño. Pero cuando fui un hombre con conocimientos cada vez mayores del aprovechamiento de la sierra, surgió ante mí una nueva Comisión Forestal que había llegado a establecer los Parques Forestales Nacionales mucho antes de que se crearan los llamados Parques Nacionales. De modo vacilante al principio, callada y acertadamente en el período posterior a la segunda guerra mundial, y luego, de pronto, todos nosotros nos enteramos de que la Comisión Forestal ejercía una doble función y estaba convirtiéndose rápidamente en una organización de servicio social en un país que necesitaba de manera perentoria aquello que precisamente se había enseñado a dar. Lo que ahora facilita es capacidad pare proporcionar solaz, un medio tranquilo y hermoso pare gentes que están hartas de tanta agitación. Además, es un ambiente en el que hay cosas en crecimiento y la correspondiente vida silvestre. Los bosques de Inglaterra no son ya cotos lejanos guardados por hombres nerviosos, sino sitios en los que se invite al público a participar de un medio que creo sinceramente que influyó con su magia sobre aquellos que lo plantaron y cuidaron durante medio siglo de enseñanzas. Los bosques educan a las gentes constantemente y la Comisión tome una loable parte active en esa educación.

Me duele oír las críticas que de la Comisión hacen organismos como los que rigen a esos trepadores que no son vegetales. Bien está que se estimule a los seres humanos a que paseen, pero, ¿por qué se ha de pensar que gran parte de esos correteos se han de hacer por los pelados cerros? Inglaterra era un país que tenía menos bosques que los demás de Europa, porque los talaron sin piedad. ¿Cómo volver a instalar el bosque en el campo talado trace tiempo? En 1919 nadie lo sabía y a la Comisión no se la nombró concretamente pare averiguarlo. La idea consistía en obtener madera pare las necesidades del país. Entonces, la ambición máxima era casi cultivar cada vez más coníferas, al estilo alemán, con muchos conocimientos silvícolas. Pero esa clase de plantaciones no han de ser forzosamente bosque. Eso sucedía cuando el grupo antiforestal comenzó a funcionar, pero ahora, que se obra sobre la idea mejor entendida del bosque, ¿cómo se obtiene el bosque? El abeto de Menziés y el arado Cuthbertson son una merced divina, se quiera o no. Ellos nos permiten mantener una cubierta en la que después puede crecer un auténtico bosque. Esto es obra de un siglo por lo menos, y habrán de aceptar este lapso los vagabundos y las gentes de igual espíritu, pues que esos espectáculos que ofenden a la vista, de los que ahora se quejan, son una fase desagradable por la que forzosamente hemos de pasar pare llegar a la nueva creación de un bosque finalmente vario, que esperamos pueda llevar el gozo a los ojos de nuestros nietos.

El conocimiento del bosque requiere reserves vastísimas ... no colecciones vulnerables y marginales

La Comisión Forestal se ha convertido en uno de los organismos más activos y bien informados sobre el medio del país, y ejerce su influencia más allá de nuestras costas. Hay ciertos aspectos de la plantación de árboles que no puede abarcar hoy en día el propietario particular y quisiera citar dos ejemplos de esta suerte de silvicultura inmediatamente improductiva pero que es absolutamente necesario que aborde un país civilizado.

Sin dude, las Arenas Culbin, en la villa sur del golfo de Moray, eran un ejemplo de mal aprovechamiento medieval, y aún posterior, de la sierra, efectuándose el cultivo y el pastoreo demasiado cerca de un litoral ventoso y arenoso. Por eso, con su culminación en 1965, llegaron los grandes vendavales, que arrasaron granjas y convirtieron a varios miles de hectáreas en un paisaje de volubles dunas. Tal vez fuese hermoso el desierto pero también era peligroso. ¿Cómo se lo había de domeñar? Es bella la historia de la creación del Bosque Culbin de pino de Córcega, pino albar, pino Lodgepole y pino ponderosa. El terreno mismo se sujetó laboriosamente con alambre y maleza, y se plantaron las coníferas. A la misma costa se le pusieron diques y contrafuertes con pies cortados de otros bosques. Al ver este modesto desarrollo conseguido con los abedules, los fresnos y los sauces que crecen de modo natural y creando diversidad y hojas caídas, se siente gratitud por ese medio siglo de tiempo y dedicación del hombre. Ha llegado la fauna y los líquenes son tan extraordinarios que se ha organizado como acontecimiento especial una visita de la sociedad liquenológica. La Comisión no puede permitir que el Bosque Culbin y las arenas que lo circundan se conviertan en un campo de recreo nacional, pero es generosa y consiente las visitas autorizadas. No puede hacer más en un hábitat tan tierno.

El segundo ejemplo es lo que está sucediendo en Clamorgan, Sur de Gales. He aquí otro paisaje mal aprovechado de la irreflexiva era de las minas del carbón. Un proyecto cooperativo con las autoridades locales y la Junta del Carbón están luchando con una perspectiva de vertederos, desagües obstruidos y terrenos abandonados. Este tipo de cooperación es actualmente característico de la Comisión; se ha desarrollado con el éxito de la plantación de árboles.

Unos 70 000 acres (28 000 hectáreas) de las plantaciones efectuadas por la Comisión Forestal en Gales se hallan situados entre las escarpadas vertientes de los valles de la región carbonífera del Sur de Gales, que actualmente es una zona cada vez más residencial o utilizada por la industria ligera, a medida que la industria pesada se traslada a lugares más próximos a la costa. La compra del terreno se vio facilitada en primer lugar por la situación ruinosa de la explotación agrícola, como consecuencia de que las sierras bajas se utilizaban pare minería y viviendas, unido esto a la extensa población. Estas circunstancias, además del libre pastoreo de ovejas y otro ganado, han dificultado la silvicultura, sobre todo porque la vegetación y la habitual sequía de primavera han creado el máximo peligro de incendio en cualquier parte de Inglaterra. No obstante, las plantaciones se han convertido en bosques importantes que producen ahora unas 40000 toneladas de madera al año.

Además de en los bosques productivos, la Comisión ha participado también intensamente en la plantación «ambiental» desde trace muchos años, bien dentro de los bosques o como agentes de las autoridades locales; de la industria; y más recientemente, con arreglo al programa sobre terrenos abandonados de la Oficina de Gales. Los tipos de plantación pueden resumirse come sigue:

- Terrenos de la industria carbonífera: Plantación en vertederos in situ, en vertederos allanados; y en lugares restaurados de mines a cielo abierto.

- Residuos industriales y urbanos: Zonas degradadas por los metales pesados transportados por el aire; montones de sierras de excavación; basuras caseras; escorias de hornos y escombros.

- Protección y contención: Zonas industriales; zonas abandonadas; lechos peligrosos de camera; autopistas y carreteras principales.

Especies secundarias importantísimas en la regeneración pueden perderse en los trópicos por la corta única

Bien, me parece que en esta parte de mi discurso, he cantado las alabanzas de la Comisión Forestal. Creo honradamente que ha sido una fuerza ambiental constructiva de este país, aunque me apenan algunas de las cosas que se han hecho, como por ejemplo la tale de las superficies de roble albar en Gales Central, y la corta de algunos de los viejos árboles del Bosque Nuevo. Esta fragmentación puede limitar gravemente la vida silvestre, sobre todo en lo que se refiere a algunos insectos y flores raras, y desde luego a las aves. La fauna tiene necesidad de contar con santuarios suficientemente amplios.

Al mismo tiempo, quisiera enfrentarme con esos críticos acerbos de las coníferas. ¿Hablan con sentido común o son tan puros y poco prácticos que les gustaría ver un desierto en todas partes? Personalmente, me gustaría contemplar una Inglaterra en su estado salvaje, y no quisiera que se derribase ni un árbol si, vivo o muerto, ha de proporcionar una guarida al pájaro carpintero o, ya apeado, ha de ser abrigo de los colémbolos, que son grandes elaboradores o forjadores del suelo. Todo árbol muerto sobre la sierra inicia una nueva vida. Pero nuestro país encierra 55 millones de personas y pare fines de siglo, habrá en él 5 millones más. Hace cuarenta años que estoy en contra del aumento demográfico, pero ese aumento se ha producido y yo nada puedo hacer. Este es el mundo en que vivimos y con él tenemos que habérnoslas. Sustento, pues, la firme opinión de que tanto la Comisión Forestal como los montes particulares de Inglaterra, están realizando una labor favorable pare el medio ambiente de este país.

Muchos de los que me escuchan proceden de países que todavía poseen bosques naturales de gran belleza. Yo es ruego que una vez más volváis a considerarlo como un valioso bien que vale más que la madera. Al igual que Kenia ha encontrado en su fauna uno de los principales elementos económicos del turismo, otras naciones de la Commonwealth pueden obtener moneda fuerte de sus bosques, de otras formas que con trozas aserradas.

En tal sentido, yo pediría que se considerase al arquitecto del paisaje como un miembro activo de todo equipo económico o de planificación. Inglaterra está disfrutando aún de los frutos de sus arquitectos del paisaje del siglo XVIII, que, a su vez, aprendieron de un pasado más remoto. El jardín arbolado o el más vasto paisaje le debe mucho a la acertada disposición de los árboles. Los chinos solían tener jardines muy pequeños; pero merced a su habilidad en la plantación podían conduciros por plácidos paseos y calveros que ocupaban uno o dos acres, hasta llegar al momento de saborear una taza de té. El beneficioso producto de tanta plantación económica puede ser la belleza.

Finalmente, como forestales que sois es he de rogar que no olvidéis jamás la importancia planetaria de la fotosíntesis, con la que tan relacionados estáis, y de la que sois uno de los árbitros. Un cultivo de cebada es también fotosintético, pero desaparece en breve tiempo y no acumula carbono como el bosque. El forestal es uno de los principales guardianes primordiales de las condiciones necesarias pare continuar viviendo en este planeta, no sólo por cuanto se refiere a aquellas existencias sumidas en la pobreza, sino pare lograr ese ambiente placentero que es el ornato de la vida civilizada. La reciente aparición del hombre en gran número con su movilidad y su fuerza pare levantar pesos, verdaderamente no ha necesitado consultar al bosque. O bien el bosque es harto silencioso o bien el hombre no ha aprendido su idioma, el idioma de los complejos ecológicos. Existe cierto control ambiental que el bosque ejerce y ahora se tiene un control invencible sobre el bosque que, si se ejerce con arrogancia, puede hacernos perder el control sobre muchas más cosas. Es menester que reconozcamos y compartamos el control planetario con el bosque, ya sea en los trópicos ya en la zona subártica. Existe luego el especial servicio recreativo del bosque pare el hombre urbano, y también la tendencia general al vivir urbano. El bosque y hasta los viejos setos vivos contribuyen a civilizar al hombre y a aliviar su carga de ser humano. No he pretendido, con lo que he dicho, brindar soluciones, porque ninguna tengo; todo cuanto espero pediros es que es deis cuenta de la riqueza natural que aún poseemos y del consiguiente deseo de que no caigamos en el recurso de la política.

Observamos una sucesión secundaria en zonas pequeñas, pero poco sabemos de su acción sobre una región

Es la vuestra, señores, una de las más honorables profesiones. Desempeñadla con el orgullo del árbol que no puede hablar por sí.

Referencias bibliográficas

RICHARDS, PAUL W. 1952 The tropical rain forest. London, Cambridge University Press.

GÓMEZ POMPA, A., VÁSQUEZ-YANES, C. & GUEVARA, S. 1972 The tropical rain forest: a non-renewable resource. Science, 177:762-765.

GÓMEZ-POMPA, A., VÁSQUEZ-YANES, C. & GUEVARA, S. 1973 Letter in Science, 7 September: 895.

JAGANNATHAN, P. & BHALME, H.N. 1973 Monthly Weather Review (India), 101:691 (Resumen en el Times, de Londres, 8 marzo 1974).


Inicìo de página Página siguiente