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Oído en los bosques del Himalaya

N. Rasaily, R. Pokharel y D. Messerschmidt

Narendra Rasaily y Ridish Pokharel son instructores del Instituto Forestal de Pokhara, Nepal. Don Messerschmidt es asesor de investigaciones en materia de silvicultura social de ese Instituto.

Casi todo el mundo coincide en que para lograr el desarrollo sostenido, es esencial la participación de la población rural. Dada la creciente preocupación por la conservación y explotación a perpetuidad de los recursos naturales, y entre ellos los bosques, es importante darse cuenta de cuáles son los sentimientos y las preferencias de la gente del campo con respecto a su medio ambiente.

En Nepal, el Instituto Forestal de Pokhara procura inculcar a profesores y alumnos ciertos conceptos sociales de desarrollo forestal, incorporándolos a los programas de enseñanza. Con ayuda de la FAO y de la Escuela de Estudios Forestales y del Medio Ambiente de la Universidad de Yale, y contando con un subsidio de la Agencia para el Desarrollo Internacional de los Estados Unidos, el citado Instituto ha iniciado un programa de investigación social. El presente artículo recoge comentarios de algunos campesinos, grabados durante una excursión a pie realizada el 16 y el 17 de enero de 1990 por los alrededores de Lahchowk y Ghachowk, aldeas del distrito de Kaski, situado en las estribaciones del Himalaya, en Nepal.

REUNION MATINAL EN LA CASA DE TE DE GHACHOWK, DISTRITO DE KASKI, NEPAL

El comité de bosques de Ghachowk - todos sentados con las piernas cruzadas en esteras extendidas ante la casa de téha acudido a «hablar de árboles con nosotros». Bhakta Bahadur, el presidente, es un vejete de más de 70 años que se protege la cabeza del frío matinal con un turbante. Se viste con un chaquetón pardo encima de una camisa andrajosa y un manto blanco, enrollado a modo de falda hasta la rodilla, sujeto en la cintura con un ancho cinturón nepalés. El turbante y la barba rala enmarcan su rostro, arrugado por la edad. Ojos bondadosos y un bigote blanco le confieren un aire de sabiduría e infinita paciencia. Está enfermo, dice, pero se levantó y vino por lo interesado que está en lo que digamos de Shyal Phe Ban, «el bosque de los chacales».

También está Padam Bahadur, secretario del comité (sachib), y Kashinath, maestro de escuela y portavoz del grupo. Alrededor, una pequeña multitud; varias docenas de campesinos que miran y escuchan curiosos. Hay hombres de las castas Brahmín y Chhetri, y un par de Gurungs. Todos son hombres; las mujeres están en casa, cocinando. Aún no es hora del arroz matinal.

Sentados junto a aldeanos nepaleses, para « hablar sobre árboles»

Invitamos a té caliente con leche: 50 vasos, a 50 rupias cada uno, una inversión que merece la pena. Han venido, nos hacen saber, porque el bosque es importante, vital para ellos. Lo suficiente como para venir a sorber té en esta mañana de invierno, aquí con nosotros, charlando y escuchando lo que se dice acerca de este recurso que les proporciona combustible para la cocina, pienso para los animales, madera y postes para las casas y multitud de productos de valor nutritivo y medicinal.

La reunión representa la culminación de dos días de caminata por los alrededores de Ghachowk y Lahchowk. Hemos estado observando y haciendo preguntas: ¿Qué se hace con los árboles y con los bosques? ¿A quién pertenecen? ¿Quién los reglamenta? ¿A quién corresponde proteger los recursos forestales? ¿Qué papel desempeñan las mujeres? ¿Cuáles son los productos más importantes? ¿Cuáles son los más abundantes? ¿Cuáles escasean? ¿Qué ayuda se recibe del Gobierno? Hemos venido, les explicamos, porque nos interesa la historia y la ordenación de los bosques de esta aldea. Queremos que nos digan todo lo que se les ocurra de esos bosques y esos árboles.

Empieza a hablar Kashinath, en nepalés. A su alrededor se apagan las conversaciones. Describe los varios tipos de bosque que hay en los contornos: «Tenemos a nuestro cargo la gestión del bosque comunal y del vivero forestal que hemos construido con ayuda del Gobierno. También tenemos bosques sagrados, tan sagrados que a los hindúes no nos está permitido cortar ni una pequeña ramita. Y allá arriba - continúa señalando las montañas que se alzan detrás de la aldea - está el bosque del Gobierno. Está protegido, pero a veces tenemos que subir a cortar postes y leña o a apacentar las vacas y las ovejas. Por supuesto» - prosigue Kashinath también tenemos árboles de propiedad particular. Plantamos en nuestra tierra los que necesitamos, más que nada para pienso del ganado.»

«Hace tiempo» - evoca - «talamos los bosques y nos quedamos sin árboles que dieran leña y piensos. Entonces plantamos muchos árboles en nuestras fincas. Ahora, gracias a esos árboles y a otros que están creciendo en el recién plantado bosque comunal, las mujeres y los niños no tienen que ir tan lejos para acarrear leña y las vacas, los bueyes y los búfalos pueden comer más y rinden más. »

Se muestra orgulloso de lo que él y sus paisanos, y los guardias forestales (todos hombres) y la encargada del vivero (una joven) hacen para recuperar el bosque y contar siempre con abundantes plantines para repoblar.

El viejo Bhakta Bahadur se impacienta. Cuando preguntamos cómo solía ser el bosque, se pone en cuclillas y gesticulando con viveza, interrumpe a Kashinath. La edad le confiere ese privilegio y Kashinath se calla. Silencio general cuando Bhakla Bahadur toma la palabra, en nepalés:

«Hace 57 años, en 1933,» dice - «el bosque se encontraba en muy mal estado. Había tal miseria que todo el mundo cortaba y pronto quedaron desnudas todas las laderas circundantes. Nuestros padres, nuestros tíos, nuestras hermanas, nuestras esposas y todos nuestros vecinos, y sus parientes, tuvieron que ir al bosque a cortar, para sobrevivir. Los ancianos estaban muy preocupados y celebraron reuniones para discutir qué convenía hacer. Decidieron proteger el bosque y restringir la corta en algunas partes, para que volviera a poblarse de árboles.»

«Sin que lo supiéramos, los hambres de 13 de las 42 familias, arteramente, como verdaderos chacales, pidieron al Gobierno todo el bosque en propiedad para ellos solos. Tal vez sobornaran a alguien, pero eso no lo sabemos. El caso es que obtuvieron un documento secreto que les daba la propiedad. Las otras 29 familias no se enteraron de nada hasta que ocho años más tarde se decidió abrir a la corta el bosque que habíamos declarado protegido. Entonces, aquellos 13, pretendieron tener todos los derechos. No querían que ningún otro sacara hojas o hierba o madera o leña. El bosque era suyo, decían.»

«Todos los demás - mi padre, mis tíos, y otros - se enojaron.» Bhakta Bahadur estaba muy emocionado. «Lo recuerdo bien. Yo mismo participé en la protesta contra los 13. «¿Qué derecho tienen a considerar suyo ese bosque?» decíamos. Entonces nos mostraron aquel documento secreto, con todos sus sellos y firmas. Casi ninguno de nosotros sabía leer, pero impresionante sí lo era. De todos modos, protestamos. «¿A poco no es el bosque para todos?» «¿No tenemos todos el mismo derecho?»

«Yo me junté a los ancianos sólo dos estamos todavía vivos - y conjuntamente llevamos a juicio a los 13. El juez nos dio la razón y, desde entonces, el bosque pertenece a todos, a todas las familias. Desde entonces el Bosque de los Chacales es de todos.»

Un aldeano señala con el dedo la zona forestal disputada

«Nombramos un comité», prosiguió, «Yo, el más viejo, soy el presidente; además hay un secretario y diez miembros por elección. Al maestro de escuela lo hemos puesto en el comité, por su instrucción. Es el que mejor habla en nombre de todos cuando hay que ir al Gobierno. Sabe leer y escribir. El guardia forestal nos asesora. Todos nos esforzamos por proteger el bosque y por plantar árboles forrajeros, que también den madera y le la en las tierras baldías y distribuimos los productos lo más equitativamente posible.»

«Ahora hay 80 familias que aprovechan el Bosque de los Chacales. Pero, a medida que la aldea crece, el bosque resulta cada vez más insuficiente para nuestras necesidades. Lo aprovechamos igual que antes, sólo que ahora tenemos que obedecer a lo que dispone el Departamento Forestal, como por ejemplo, pedir permiso a la oficina competente cada vez que queremos cortar un árbol.»

La reunión dura casi dos horas y acaba disolviéndose en grupos, alrededor de cada uno de nosotros, para contestar las preguntas que les hacemos. «¿Les basta con estos bosques?», preguntamos. «¿Les bastaron alguna vez?». La respuesta es unánime. «No, necesitamos mucho más bosque; somos muchas más familias de las que este pequeño bosque puede mantener.»

«¿No tienen pleitos con el vecino pueblo de Lahchowk?» Alguien contesta. «Sí, dicen que una parte de nuestro bosque es suya.» Varios se alzan y, de pie, apuntan con el dedo donde está el límite disputado, allá en la ladera de enfrente.

Durante toda la conversación, la convicción de los campesinos, demostrada por la intensidad de sus respuestas, es prueba de la importancia crítica que tienen los bosques en esta parte del distrito de Kaski, en que es grande el desequilibrio de la población y los recursos. La demanda de productos forestales es mucho mayor de lo que alcanza a satisfacer el bosque.

«¿Y entonces, para el futuro?», preguntamos. Uno de los miembros más jóvenes del comité, ostentosamente vestido con una brillante camisa azul y tocado con una gorra de colorines, dice: «Mucho se ha hecho con ayuda del Gobierno, pero queremos y necesitamos mucho más.»

El guardia forestal que nos acompaña en nuestra excursión explica que dentro de muy poco tiempo encargará oficialmente a los aldeanos la gestión del recién plantado bosque comunal. El continuará ayudándolos a elegir las especies que deban plantarse y les dará consejos técnicos en el vivero, pero el pueblo tendrá que pagar un vigilante que obligue a respetar el reglamento.

«No nos gustan particularmente algunas de las especies nuevas, como ipil-ipil (Leucaena leucocephala)», sigue diciendo el joven. «Crecen demasiado y se gastan enseguida. Preferimos menos crecimiento, árboles más fuertes, árboles que ya conozcamos, árboles que nos den leña y forraje y madera durante mucho tiempo, mientras vivamos nosotros, y nuestros hijos, y nuestros nietos.»

ESCUELA PRIMARIA JUNTO AL CAMINO DE GHACHOWK, CUANDO LA CAMPANA ANUNCIA LA HORA DE ENTRAR

Pasamos por delante de la escuela primaria justamente cuando están llegando los alumnos. Hay grupos de ambos sexos alrededor de una docena de arbolitos recién plantados. Nos acercamos para observar:

«¿Qué árboles son esos?» Contesta un muchacho: «Champ (Michelia champaca).» Las niñas, más tímidas, se quedan detrás del grupo y no hablan. Otro de los más atrevidos dice: «El cuidado de los árboles forma parte de las lecciones.»

El maestro: «Les enseño ciencias y agricultura; la plantación de árboles y su cuidado es una de las materias prácticas. Cada clase se encarga de una tarea; a una corresponde excavar los hoyos; a otra, retirar los plantines del vivero oficial más cercano; a otra, regarlos, y, en fin, a otra, proteger todos los arbolitos plantados para que las cabras o niños juguetones no los puedan dañar. Todos los niños y niñas participan, cualquiera que sea su casta o clase social. Así aprenden a cooperar y a servirse de los árboles en la naturaleza, en la agricultura o en la construcción. Pero, sobre todo, aprenden lo importante que es el bosque. Incluso los niños más pequeños participan. Ellos se encargan de limpiar el patio de la escuela y de hacer composte para abonar los arbolitos.»

Preguntamos: «¿Por qué han plantado árboles de esta especie (champ)?» El maestro contesta que esos árboles dan muy buena madera. «Dentro de diez años esta plantita reportará 7000 rupias. Si hubiéramos plantado árboles frutales, ni siquiera tendríamos la fruta, porque nos la robarían enseguida. Las especies que dan buena madera son más provechosas.»

Un niño chico, recién lavado y con su pelo muy negro peinado para atrás, hace notar que estos árboles crecen mucho y proporcionarán madera para construir los bancos y muebles que necesite la escuela. Otro muchacho afirma que, hace años, «gente muy estúpida», cortó de mala manera los bosques del entorno. «No nuestros padres, por supuesto», aclara respetuoso, «sino gente que no sabía lo que hacía.»

«A veces también plantamos arbolitos en las laderas, donde antes había bosques», agrega un tercer niño. «¿Por qué?» «Por el agua; los bosques nos dan agua, y leña, y pienso para el ganado.» El maestro está radiante por lo bien que esta generación de jóvenes nepaleses aprendió sus lecciones.

PROSIGUE EL DESCENSO HACIA LAHCHOWK, EL PUEBLECITO QUE HAY MAS ABAJO DEL BOSQUE

Por encima, la ladera está desnuda, salvo por algunos matorrales y yerbajos recomidos por las cabras. Todavía más arriba empieza el monte alto, en continua retirada ante el exceso de población. Por debajo de nosotros, rastrojos en que todavía se observan los restos de la pasada cosecha de arroz, que se escalonan hasta dar en una torrentera medio obstruida por grandes peñascos. Algunos arbustos resecos y árboles recomidos completan el pardo panorama invernal.

Dos jóvenes descalzas se hacen a un lado para dejarnos paso en el sendero. Una no tiene ni veinte años; la otra, pocos más. Se visten con saris estampados en rojo y cada una lleva una hoz y un cesto vacío. Por la tarde regresan por aquí mismo, encorvadas bajo el peso del pasto que han cortado. Tienen claramente curiosidad por saber qué hacemos nosotros en este rincón perdido de la montaña. «¿Dónde vais, hermanitas?», les pregunta alguien. «Vamos al bosque, hermano, a cortar hierba y hojas para el ganado, y a recoger leña.» La más joven y tímida mantiene la mirada fija en el suelo. «¿Se permite entrar en el bosque?», preguntamos. «Todos pueden recoger forraje y leña seca, pero no se permite a nadie cortar árboles.» «¿Siempre fue así?». Contesta: «No, cuando mi madre era joven, no era tan difícil conseguir forraje y leña. Ahora han puesto trabas porque hay mucha más gente, y más ganado, y cada |vez menos bosque. Además, ahora está el Gobierno.»

Cartel sobre reforestación dirigido a los escolares

Las jóvenes se impacientan y reanudan su marcha cuesta arriba. Tienen por delante una pesada jornada, antes de regresar a la caída de la tarde cargadas de pasto y leña. Y n mañana, otro tanto. Y también pasado mañana, y el siguiente a pasado mañana. Les decimos adiós y continuamos nuestra caminata. Nos alcanzan unos pastorcillos arreando vacas y búfalos. Nos hacemos a un lado para dejarlos pasar y, al doblar un recodo, nos tropezamos con una muchachito y su abuela, la esposa del sastre del pueblo. Cuando le preguntamos donde van y qué hacen, la vieja dice perpleja «¡Qué preguntas! Somos ignorantes. Somos mujeres. No hacemos más que trabajar, comer, ir y venir. ¡Qué vamos a saber!» Explicamos una vez más que queremos conocer lo que, sin duda, ella sabe del bosque, tal como es ahora y como era antes. Después de bromear un poco, como es costumbre en Nepal al iniciar una conversación con extraños, nos confía: «La situación del agua es mucho más difícil que cuando yo era tan joven como esta niña. Se ha secado el manantial. Tenemos que ir ahora mucho más lejos y cada vez encontramos menos agua. El problema del agua es el problema del bosque.» La vieja se vuelve bruscamente y continúa trepando, camino del bosque. No puede gastar más tiempo en apagar nuestra curiosidad.

Más adelante, un anciano que custodia varias vacas y bueyes mientras ramonean los hierbajos secos que bordean el sendero, nos cuenta que este bosque siempre perteneció a las 14 familias de su casta. Le preocupa que el Gobierno lo declare accesible a todo el mundo y se queja amargamente del progreso y del abandono de la tradición. «Antes no era así», insiste apasionadamente. «Tenemos un papel que dice que es sólo nuestro.» El guardia forestal lo corrige: «Esos papelotes ya no sirven para nada. El bosque es de todos.» El viejo, no queriendo antagonizar a la autoridad, se vuelve y de cara al bosque, sigue hablando con emoción: «Amo al bosque», dice gesticulando como para abrazarlo. «Lo amo como a un hijo, y cada vez que corto algo, me parece que estoy cortándole el cuello a un hijo. Todos lo queremos tanto que no cortamos ni una ramita que no necesitemos. Lo adoramos. Es para nuestros hijos. Nadie lo cuidará tan bien como nosotros. Lo cuidamos desde hace muchas generaciones. Lo hemos protegido y vigilado desde hace tantísimo tiempo! Lo mismo harán nuestros hijos.»

CONCLUSION

¿Qué nos enseña esta serie de breves pero sustanciosas conversaciones? Que, sin duda, esta gente tiene muy arraigadas convicciones acerca de la necesidad de conservar y aprovechar juiciosamente el bosque, tanto por el propio bien como por el del medio ambiente. Escuchándolos se perciben, por lo menos, tres posibilidades distintas, pero íntimamente relacionadas, de introducir mejoras en la manera de hacer uso de los bosques sin que su rendimiento decaiga. La primera, la oportunidad de conocer de primera mano la situación, la eficacia de las políticas y programas actuales, así como lo apropiados que son para la gente del campo. La segunda, la posibilidad de determinar qué métodos de conservación y ordenación de los recursos locales y qué estrategias para la participación local son susceptibles de adaptación para aplicarlos a mayor escala. La tercera, la posibilidad de darse cuenta de la existencia de malentendidos técnicos y de los antagonismos locales que indiquen la necesidad de mejorar los programas nacionales y de incrementar la diseminación de información y la prestación de asistencia técnica.


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