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Editorial - Parques y zonas protegidas

Siempre ha habido zonas protegidas a lo largo de la historia y en todas las regiones del mundo. De hecho, se considera por definición zona protegida cualquier zona sujeta a controles legales, administrativos o tradicionales concretos y a procedimientos de ordenación para mantener atributos determinados. Con el tiempo, las zonas protegidas han pasado a constituir un medio adoptado universalmente para conservar ecosistemas naturales con una amplia gama de valores. Actualmente, son más de 20000 las zonas protegidas establecidas en más de 130 países, las cuales abarcan casi el 5 por ciento de la superficie terrestre del planeta.

Por lo general, las zonas protegidas fueron en el pasado zonas cuyo aprovechamiento se había restringido sólo a una parte limitada de sus múltiples recursos. Pero, progresivamente, surgió la tendencia a interpretar las zonas protegidas como una zona en que un determinado elemento presente en ella tenía tanta importancia que era necesario que toda la zona fuera protegida de todas las actividades humanas. Esta tendencia se formalizó con la creación, en 1872, de Yellowstone, el primer parque nacional de los Estados Unidos. Un elemento fundamental en el concepto de los parques nacionales era que estas zonas no debían ser alteradas por la explotación y la ocupación humanas, es decir, parques igual a ausencia de población. Otros países del mundo fueron adoptando, progresivamente primero, y luego con creciente rapidez, el modelo americano; hacia el decenio de 1990, la mayoría de las zonas protegidas se basaban en el principio de que la presencia de población debía ser limitada o nula.

Sin embargo, esta tendencia ha resultado ser contraproducente para la realización de los objetivos generales de las zonas protegidas. En primer lugar, muchas de las zonas protegidas, en el momento de su creación, ya contaban con núcleos importantes de población humana. Por otra parte, el aumento de la presión demográfica hizo que fuera poco realista suponer que grandes zonas adicionales se podían reservar como hábitats naturales sacrosantos. El desafío que se nos plantea es conservar paisajes, ecosistemas y diversidad biológica valiosos obteniendo de ellos al mismo tiempo los mayores beneficios posibles para el bienestar de las poblaciones que viven en estas zonas y en sus alrededores, así como para el público en general.

Hay otras dos limitaciones básicas que condicionan el éxito de las zonas protegidas: la inseguridad y escasez de los financiamientos, y la ordenación insuficiente. La mayoría de las zonas protegidas suelen producir beneficios que son difíciles de cuantificar desde el punto de vista monetario, por lo cual resulta igualmente difícil justificar las necesidades presupuestarias en un período de restricciones económicas generales. Además, si bien algunos parques son importantes fuentes de ingresos, sólo una pequeña porción de dichos fondos suele destinarse directamente a la ordenación de los parques. Desde el punto de vista administrativo, la mayoría de los directores de zonas protegidas han considerado que el desafío que deben enfrentar es principalmente de orden ecológico, más que social, económico o político; por otra parte, han desatendido la necesidad de adoptar una visión más amplia que incluya las interacciones entre las zonas protegidas y el territorio circundante. En muchos casos, prestar una atención específica al potencial y a las necesidades de desarrollo de las zonas circundantes de los parques se está demostrando una condición sine qua non para el éxito de la ordenación de las zonas protegidas.

En los artículos del presente número de Unasylva se estudian diversas facetas de los desafíos que plantea la ordenación de zonas protegidas. En el primero, J.A. McNeely, Oficial Jefe de Biodiversidad de la Unión Mundial para la Naturaleza (UICN), examina los desafíos que deberán enfrentarse en lo que respecta a las zonas protegidas a medida que nos acercamos al siglo XXI. R. Burkart presenta un análisis del desarrollo histórico de la ordenación de zonas protegidas en Argentina y expone las dificultades con que se tropieza en el camino hacia la conservación y el uso múltiple y sostenible de los recursos. N.N. Phuong y S.A. Dembner examinan los intentos por mejorar el estilo de vida de las poblaciones que habitan en las zonas protegidas del Viet Nam, principalmente mediante el desarrollo de prácticas agrosilvícolas sostenibles. T.K. Tchamie, refiriéndose a Togo, ofrece una aguda descripción de los peligros que conlleva no considerar suficientemente las necesidades de la población local en la administración de las zonas protegidas. M. Hadley, del Programa de la Unesco sobre el Hombre y la Biosfera, examina las iniciativas emprendidas para relacionar la conservación, el desarrollo y la investigación en las reservas de biosfera del Africa tropical húmeda. M. Sulayem y E. Joubert analizan la ordenación de las zonas protegidas en Arabia Saudita como ejemplo de los esfuerzos realizados en Africa del Norte y el Cercano Oriente. Para terminar, en dos artículos breves, escritos respectivamente por P. Dabrowski y G. de Hartingh-Boca, se estudia la relación entre turismo y conservación de la naturaleza.

No cabe hacerse ilusiones acerca de las graves dificultades con que se enfrentan y deberán enfrentarse en el futuro quienes administran las zonas protegidas. Pero no cabe duda tampoco de la importancia, constante y creciente, de la función que desempeñan para asegurar un futuro sostenible y productivo para la humanidad.


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