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Recursos forestales mundiales: situación y perspectivas

J.-P. Lanly

Jean-Paul Lanly trabaja para el Consejo General del Cuerpo de Ingenieros Rural de Aguas y Bosques del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, París, Francia.

Adaptación de la memoria general preparada para el XI Congreso Forestal Mundial sobre el tema «Recursos forestales y arbóreos».

Este asunto principal del programa del Congreso puede parecer a primera vista algo heterogéneo. En efecto, es el único que reagrupa dos de los grandes criterios universalmente reconocidos de la gestión forestal sostenible -a saber, el de la importancia de los recursos y el de la salud y vitalidad de los ecosistemas forestales-, mientras que los otros asuntos principales corresponden cada uno a uno solo, o a una parte, de los otros cinco criterios (conservación de la diversidad biológica, funciones protectoras, funciones productivas, contribución en los campos económico y social, y herramientas de la gestión forestal sostenible). Sin embargo, estos dos criterios, y el conjunto de los seis temas del asunto principal, se refieren a la situación tanto cuantitativa como cualitativa de los bosques y a sus relaciones con las otras ocupaciones de los suelos. Se trata, pues, de la evaluación y del seguimiento de la situación de los bosques y de los árboles, y de las amenazas bióticas y abióticas que pesan sobre ellos (incluida su relación con el cambio del clima), así como de su integración o competencia con las otras dos utilizaciones más importantes de las tierras, que son la agricultura y las ciudades y sus alrededores.

Esta memoria general consta de dos partes principales. La primera, titulada «La comprobación de los hechos», proporciona algunas indicaciones sobre la situación y las tendencias actuales en los seis campos y presenta ciertos problemas y cuestiones importantes que se relacionan con ellas. La segunda, bajo el título de «Elementos de respuesta», da algunas indicaciones sobre las soluciones que los agentes forestales interesados podrían aportar, a su nivel respectivo, tanto en los programas de acción como en materia de investigación. Puede tratarse del reforzamiento de acciones ya concebidas o puestas en marcha, o bien de inflexiones a aportar a las políticas y programas existentes, o incluso de prioridades nuevas.

El contenido de esta comunicación proviene, en su mayor parte, de las diferentes memorias especiales disponibles en el momento de la redacción, así como de ciertas contribuciones voluntarias sobre los seis temas tratados. Por supuesto que se ha utilizado también el excelente informe de síntesis de la FAO, Estado de los bosques del mundo 1997, especialmente para la elaboración de la primera parte. Igualmente se han utilizado otros diferentes documentos, en particular algunos de los redactados para o por el Grupo Intergubernamental sobre los Bosques de la Comisión para el Desarrollo Sostenible. Finalmente, se han tenido en cuenta las memorias especiales disponibles sobre los otros temas del Congreso.

Medición de la biomasa de coníferas en Cabo Verde

El empleo de la informática en la evaluación forestal adquiere cada vez más importancia En la fotografía, trabajadores forestales consultan una base de datos de ordenador en S. Felice, Cabo Verde

La comprobación de los hechos

El contexto actual de la conservación y del aprovechamiento de los bosques

La opinión pública mundial nunca ha sido tan meticulosa con el destino de los árboles y de los bosques, al menos desde el comienzo de la edad de la agricultura. Esta preocupación, según los países, comunidades e individuos, toma formas y grados diversos que dependen de la naturaleza de los bienes y servicios que esperan prioritariamente de ellos. Esto explica la intensidad de los debates sobre la conservación y la utilización de los bosques a los niveles local, nacional e internacional, y la atención más acentuada que en el pasado que parecen otorgarles los responsables, muchas veces en palabras, pero también a veces en actos y en medios institucionales y financieros.

Igualmente, nunca han sido tan fuertes las demandas de bienes y servicios hechas a los árboles y a los bosques en un mundo en crecimiento demográfico continuo: necesidad de tierras forestales para la agricultura y de madera y otros productos forestales para el desarrollo por parte de los países más pobres; necesidad de producción también para los países ricos, exigiendo además sus ciudadanos cada vez más a los bosques en materia de recreación, distracción, paisaje y conservación de la diversidad biológica (habiéndose extendido esta última exigencia a los bosques del mundo entero). A esto hay que añadir el malestar creciente de las personas en todas partes ante una artificialización creciente de su medio ambiente y su búsqueda de un mundo más próximo a la naturaleza, que les lleva a poner en cuestión las formas intensivas de aprovechamiento forestal, tales como las plantaciones monoespecíficas de crecimiento rápido.

Otro componente importante del contexto actual: el acento puesto sobre la iniciativa privada y la privatización de los organismos de gestión forestal (cuando no es la de las tierras forestales), así como sobre la reducción sistemática de los gastos públicos. No es posible predecir cuál será el balance de las correspondientes políticas y medidas para el futuro a medio y largo plazo de los bosques, pero no podemos dejar de pensar que no es fácil conciliarlas con el mantenimiento de la multifuncionalidad de los bosques, con la prioridad que hay que dar a los servicios no comerciales de estos y, más generalmente, con el necesario largo plazo de la gestión forestal.

El estado de los bosques del mundo

Se estima que en 1995 los bosques (naturales, «seminaturales» y plantados) ocupaban una superficie de 3 454 millones de hectáreas, o sea el 26,6 por ciento de la totalidad de las tierras emergidas (excluidas Groenlandia y la Antártida); cubriendo (en 1990) las «otras tierras de monte» (formaciones arbustivas, monte bajo, matorral, eriales, etc.) una superficie adicional de unos 1 680 millones de ha. Los países en desarrollo poseían cerca del 57 por ciento de los bosques del mundo (1 961 millones de ha) y su tasa de cobertura forestal era globalmente la misma que la del conjunto de los países industrializados (con sus 1 493 millones de ha) y, por tanto, que la del mundo. Los bosques de las zonas templadas y boreales eran algo menos extensos (48,5 por ciento del total) que los de los trópicos húmedos y secos. Casi dos tercios de los bosques se encontraban en siete países (Rusia, Brasil, Canadá, Estados Unidos, China, Indonesia y Zaire por orden decreciente). En 29 países (de ellos 21 tropicales), los bosques cubrían más de la mitad de las tierras; la tasa de cobertura forestal era por el contrario inferior al 10 por ciento en otros 49 países (además de numerosos pequeños Estados y territorios insulares no cubiertos con bosques), y en varias subregiones enteras, entre ellas Africa saheliana (7,5 por ciento), Africa austral no tropical (6,8 por ciento), Oriente Próximo (1,9 por ciento) y Africa del Norte (1,2 por ciento).

Los bosques naturales, no modificados por la explotación o la silvicultura (a diferencia de los bosques denominados «seminaturales») y caracterizados en general por una estructura espacial compleja, una composición y una distribución de las especies propias del lugar, un amplia gama de edades y la presencia de árboles muertos o deteriorados, cubren una superficie despreciable en Europa, unas superficies importantes en el resto de los países industrializados y son mayoritarios en los países de los trópicos húmedos (bosques densos).

Aunque es difícil distinguir en muchos casos las plantaciones de los otros bosques en los países industrializados, se puede estimar muy groseramente que ocupan un total de 80 a 100 millones de ha. Su superficie neta total en los países en desarrollo se estimaba en 1995 en unos 81 millones de ha, de las que más del 80 por ciento estaban en la región Asia Oceanía y más del 40 por ciento en China (seguida de India, Indonesia, Brasil, Vietnam, República de Corea y Chile, poseyendo todos estos países más de un millón de ha de plantaciones). En el conjunto de los países tropicales, la proporción de las grandes plantaciones industriales ha disminuido en favor de las plantaciones forestales de ciudades, granjas y explotaciones agroforestales, especialmente en la región Asia-Pacífico (alimentando algunas de estas plantaciones forestales los mercados de madera industrial); y tres géneros (eucaliptos, pinos y acacias) y una especie (teca) corresponden a casi la mitad de las plantaciones. Para completar el capítulo de los árboles plantados, convendría mencionar todas las plantaciones arbóreas no forestales, tales como las de heveas, palmeras de aceite y cocoteros en los países tropicales, los árboles en línea de los setos y los de los bordes de las vías de comunicación, jardines, ciudades y sus alrededores, todas ellas plantaciones poco o nada inventariadas, pero que contribuyen de forma más o menos significativa según la región a la producción de los bienes y servicios propios del bosque.

Durante el período 1990-95, la superficie de los bosques (incluidas las plantaciones) de los países industrializados (exceptuada la Federación de Rusia) ha aumentado anualmente en 1,75 millones de ha aproximadamente (de las cuales 0,39 corresponden a Europa y 0,76 a América del Norte). Al mismo tiempo, la superficie de los bosques naturales y seminaturales de los países en desarrollo se reducía cada año en 13,7 millones de ha (12,9 en los países tropicales), reducción compensada por una superficie plantada neta anual de unos 0,7 millones de ha (0,3 en los países tropicales), o sea una disminución neta anual de 13,0 millones de ha. En total, el planeta ha perdido cada año durante este período una superficie de 56,3 millones de ha de bosques (equivalente a la superficie total de Francia), es decir 0,33 por ciento de su cubierta forestal (un 1 por ciento cada 3 años), siendo esta tasa anual de reducción el 0,65 por ciento para el mundo en desarrollo.

El estudio de la FAO sobre la evolución de la cubierta forestal tropical en los años ochenta ha permitido delimitar mejor los procesos y factores de deforestación en esta parte del mundo. Ha mostrado, por ejemplo, que los bosques densos tropicales convertidos estaban roturados completamente en un 40 por ciento, sobre todo para la agricultura y la ganadería, en un 10 por ciento roturados en parcelas o «fragmentados», sin duda por las mismas razones, en un 26 por ciento transformados en formaciones arbustivas y agricultura itinerante de barbecho corto, en un 20 por ciento transformados en bosques claros o mosaicos de cultivo itinerante de barbecho largo y en un 4 por ciento convertidos en plantaciones agrícolas o forestales. Evidentemente, las diferentes formas de agricultura - permanente con cultivos anuales o plantaciones perennes, itinerante de corto y largo barbecho - constituyen los principales factores de deforestación en los países tropicales, donde ésta es con mucho la más importante (12,9 de los 13,7 millones de ha deforestadas cada año en los países en desarrollo). El interfaz bosque-agricultura está en el fondo del problema de la deforestación y las soluciones a este problema hay que buscarlas, en primer lugar, en una mejor integración de la conservación y el aprovechamiento de los bosques en el desarrollo rural.

Transformación de tierras forestales en tierras de cultivo en el Japón

La quema controlada puede ser un instrumento útil en la ordenación forestal. En la fotografía, la quema controlada es una técnica de caza en la República Centroafricana

Si se consideran ahora no la disminución (o el crecimiento) de las superficies ocupadas por los ecosistemas forestales, sino más bien su estado de salud, o de degradación, la situación parece también llena de contrastes. Aunque la superficie total de los bosques del mundo industrializado progresa lentamente, persisten los factores de degradación y las amenazas que pesan sobre su salud. Así en Europa, aunque las emisiones de azufre y óxido de nitrógeno han decrecido estos últimos años, la degradación de los bosques no disminuye a pesar de las mejoras en ciertas zonas.

Aunque parece que hay una ligera reducción de la superficie total incendiada en el conjunto del mundo industrializado (más de 4 millones de ha de bosques y otras tierras de monte al principio de los años noventa), gracias a la mejora general de los sistemas de prevención, detección y lucha, y aunque la superficie incendiada media por fuego ha disminuido, los fuegos se han hecho cada vez más frecuentes. Finalmente, las enfermedades (del olmo o del plátano, por ejemplo) y las plagas de insectos siguen siendo una amenaza permanente, agravada muchas veces por una variabilidad genética limitada.

Las formas y los factores de degradación de los bosques de los países en desarrollo difieren según las regiones y las zonas ecológicas. Las formaciones mixtas forestales y agrícolas de las zonas secas tropicales y subtropicales están sujetas a las tres formas principales de degradación, que son los fuegos repetidos de maleza -tanto más perjudiciales cuanto que son incendiadas cuando la estación seca está más avanzada-, el sobrepastoreo y la sobreexplotación para leña y carbón de madera. En los trópicos húmedos, y a pesar de las condiciones climáticas en principio poco propicias, los incendios forestales pueden constituir una amenaza ocasional (caso de los bosques mixtos perennifolios) o recurrente, como es el caso de los bosques naturales de pinos o de las plantaciones. La explotación de madera industrial realizada sin tener en cuenta la perennidad del ecosistema, y en ausencia de planes de ordenación, es igualmente una causa de degradación, particularmente en los bosques ricos en especies comerciales. Por otra parte, el impacto de las enfermedades y de los insectos es particularmente sensible en las plantaciones se ha presenciado estos últimos años la invasión rápida, fuera de su región de origen, de insectos devastadores, como la psila de la leucaena y el pulgón del ciprés. Finalmente, diversos fenómenos de degradación, ligados o no a la polución atmosférica, atacan aquí y allá a las especies y a las poblaciones forestales.

Evolución de las necesidades en materia de información sobre los bosques

Puede parecer superfluo recordar que los objetivos de los programas de evaluación y de vigilancia de los recursos forestales deben corresponder a las necesidades expresadas por los usuarios potenciales de la información suministrada. Sin embargo, continúan presentándose ejemplos de evaluaciones realizadas más en función de las herramientas disponibles que en los objetivos claramente definidos previamente. Nunca repetiremos bastante que los inventarios deben inscribirse en el marco de los procesos de decisión y de planificación.

Esta necesidad es tanto menos difícil de satisfacer cuanto que los inventarios forestales son realizados a un nivel geográfico y de decisión más localizado y limitado y que, por consiguiente, sus responsables están más próximos a los usuarios. No ocurre lo mismo con los niveles superiores, especialmente nacional e internacional. El interés creciente de la opinión pública por el destino de los bosques y de los beneficios ambientales y sociales que prestan ha incrementado considerablemente, desde hace una veintena de años, las exigencias en materia de contenido y de calidad de la información a suministrar a estos niveles. Es cierto que en el pasado los inventarios habían privilegiado en general la función de producción de madera de los bosques. Los parámetros estimados en los inventarios deben permitir conocer mejor el estado de la diversidad biológica de los bosques (por ejemplo, caracterizar mejor su fase de evolución con relación a las formaciones originales, o determinar las superficies de los diferentes tipos de bosque en las áreas protegidas), o incluso comprender mejor su salud y vitalidad. También se quiere saber más sobre la capacidad de los bosques para suministrar productos no leñosos, para absorber el gas carbónico (mediante una estimación más exacta de la biomasa total de los ecosistemas forestales), o incluso para satisfacer las necesidades no comerciales como la recreación y el ecoturismo.

Allí donde la evolución de la cubierta forestal ha llegado a ser rápida, especialmente en los países tropicales, la estimación de las variaciones en el tiempo de todos estos parámetros se ha hecho indispensable, lo que requiere unos esfuerzos y unos gastos suplementarios nada despreciables: para un nivel de precisión igual, la intensidad de muestreo necesaria es en efecto mayor para la estimación de la diferencia entre los valores de un parámetro en dos fechas que para la de su valor en una sola fecha. Los inventarios deben ser también capaces de informar sobre el estado de la gestión de los bosques, y especialmente sobre su carácter sostenible. Deben, pues, permitir estimar los indicadores más importantes que caracterizan esta última y la variación de dichos indicadores en el tiempo. No es prácticamente el caso actual a los niveles nacional y mundial, como lo ha mostrado la reunión de Kotka III, organizada por la FAO en junio de 1996 para la preparación de la evaluación mundial de los bosques para el año 2000.

Habida cuenta de la importancia para el medio ambiente y las economías locales, y a veces nacionales, de los árboles fuera del bosque, no nos explicamos que se les hayan dedicado tan pocos esfuerzos y que sean raramente tenidas en cuenta en los inventarios nacionales. Será necesario ampliar el campo de las investigaciones y de los programas de inventario forestal. Es lo que se ha hecho, por ejemplo, en la zona sudanesa-saheliana para la aplicación de los sistemas de información geográfica en el estudio del funcionamiento y de la dinámica de los parques forestales.

Amenaza para la salud de los bosques: árboles de Prosopis en Mauritania defoliados par enjambras de langostas del desierto

En el campo de la aplicación de las nuevas tecnologías a la evaluación de los recursos forestales, se han hecho considerables progresos durante estos veinte últimos años, ya se trate de la microinformática, de la teledetección por satélite de baja o alta resolución, de los sistemas de información geográfica, o incluso de los sistemas de posicionamiento geográfico. No cabe duda de que seguirán otros progresos tecnológicos útiles y que los especialistas en inventario forestal de los países industrializados sabrán estar, como en el pasado, entre los primeros para hacer uso de ellos.

De hecho, los problemas mayores de la metodología del inventario forestal sólo se encuentran en el campo puramente tecnológico. Son al menos tres:

· las herramientas deben estar al servicio de los objetivos, y no a la inversa; en particular, los conceptos y las clasificaciones deben ser las útiles para los usuarios, que no son necesariamente las que son más fáciles de aplicar con las herramientas disponibles;
· queda por realizar un trabajo considerable precisamente en materia de armonización de los conceptos y clasificaciones a nivel internacional, con el fin de facilitar y mejorar la evaluación y el seguimiento de los bosques en el conjunto del planeta; la reunión de Kotka III ya mencionada ha hecho avances en este sentido que hay que proseguir enérgicamente;
· finalmente, es indispensable el desarrollo de la capacidad de los países pobres en este campo, no solamente para sus propias necesidades de desarrollo forestal, sino también para mejorar las evaluaciones mundiales por la participación activa de sus instituciones competentes.

Este último punto introduce una observación general sobre la necesaria adecuación a las necesidades de información de los medios suministrados a la comunidad de los responsables del inventario forestal a los niveles nacional e internacional, y en primer lugar a la FAO, cuyo papel de guía del inventario forestal mundial acaba de ser confirmado por la Comisión para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas. Las autoridades nacionales y los organismos intergubernamentales interesados, así como la comunidad científica internacional están de acuerdo en la importancia que tiene el disponer de una información lo más precisa y diversificada posible sobre el estado de los bosques a nivel nacional y mundial. Desgraciadamente, estas declaraciones apenas son seguidas de efectos, y los medios disponibles son muy insuficientes en la gran mayoría de los países y a nivel internacional. Sin embargo, no debería haber una gestión sostenible sin un conocimiento constante de los bosque objeto de esta gestión. Se impone una fuerte recomendación de la comunidad forestal internacional, reunida en Antalya, a los gobiernos de todos los países para que dediquen los medios necesarios en sus presupuestos forestales y de cooperación internacional.

Algunos aspectos actuales del interfaz entre bosque y agricultura

Actualmente la competencia por las tierras entre bosque y agricultura se hace en detrimento del primero en la gran mayoría de los países en desarrollo, y en detrimento de la segunda en los países industrializados. En cada uno de estos dos grupos de países, las situaciones son evidentemente muy diferentes y dependen de numerosos factores, como el equilibrio demográfico ciudad-campo, las formas de agricultura practicadas, los tipos de propiedad y de uso de las tierras, las políticas e incitaciones gubernamentales en materia de utilización de las tierras, desde las de dejar hacer hasta las directrices o incitación en materia de ordenación del territorio.

En los países industrializados, el abandono de las tierras agrícolas marginales que no permiten asegurar un nivel decente a los agricultores, a pesar de los subsidios gubernamentales, son recolonizadas natural o artificialmente por el bosque. Muy pocos países aplican un nivel de ayuda que permita impedir la despoblación rural. Este regreso del bosque no es necesariamente percibido de forma positiva, sino más bien como un verdadero abandono y una «desertificación» de los paisajes en otro tiempo labrados por las comunidades rurales. Además, en las zonas secas, este abandono se traduce en un crecimiento de los riesgos de incendio.

En los países en desarrollo, los enfoques participativos que pretenden resolver de forma consensual los conflictos de las tierras tienden a cambiar la aplicación de una reglamentación, muchas veces obsoleta. de represión de las roturaciones y de las c ortos en el bosque. La experiencia ha demostrado la imposibilidad de una silvicultura «todo Estado», y en varios países están en marcha unos programas para la transferencia de la propiedad 0 del usufructo de los espacios forestales públicos a los pueblos o a los individuos. Cuando el crecimiento de la presión demográfica (de la población local y eventualmente inmigrante) no obliga a las poblaciones locales a deforestar o sobre explotar los bosques para sus cultivos, sus animales o sus necesidades energéticas, éstas continúan extrayendo los productos no leñosos, incluidos los alimentarios, que les permiten mantener o mejorar su situación económica.

Cuando el bosque ha desaparecido, o se ha reducido en muy grandes proporciones, o incluso se ha hecho inaccesible, los árboles de los sistemas agroforestales permiten a los campesinos diversificar su producción y sus rentas y prevenirse contra los riesgos de carestía 0 de insolvencia. Se constata, por ejemplo en las altiplanicies densamente pobladas de Kenya, que la biomasa leñosa de las tierras agrícolas está en constante aumento. Los campesinas deciden introducir árboles y eligen las especies en función de la disponibilidad del material vegetal, pero sobre todo sobre la base de consideraciones económicas. Por otra parte, estas últimas les llevan a implicarse cada vez más en la producción de madera para la industria. La investigación y la experimentación en el campo de la agrosilvicultura, después de haberse concentrado en los aspectos técnicos y biológicos, se orientan felizmente hacia el estudio de los factores económicos y sociales que condicionan la elección de los sistemas agroforestales.

La silvicultura urbana y periférica

La silvicultura urbana y periférica no recibe de la comunidad forestal toda la atención que se merece, mientras que en todos los países del mundo la proporción de ciudadanos continúa aumentando, a un ritmo muy rápido en los países en desarrollo, especialmente los de Asia y Africa. Existen múltiples razones para esto, siendo sin duda la más importante que la responsabilidad de la gestión de las ciudades y de sus inmediaciones incumbe, en primer lugar, a los ayuntamientos y a las asambleas locales y regionales, y no a los ministerios a los que está incorporado el sector forestal. Los éxitos en este campo son muchas veces, en efecto, debidos a alcaldes convencidos de la mejora de la calidad de vida de sus administrados que una buena gestión de los árboles y de los bosques puede aportar. Y los forestales tienden a ser menos influyentes en este campo de lo que debería ser, y lo son en cambio los paisajistas y los horticultores.

En este campo, como en muchos otros, la situación y los problemas difieren según el nivel de desarrollo económico de los países. Los servicios que esperan de los árboles y bosques los ciudadanos de los países ricos son esencialmente la recreación y la distracción en todas sus formas. En su memoria especial sobre este tema, Nilsson y Randrup insisten en la prioridad que conviene dar al inventario y al seguimiento de los árboles y de su vitalidad (tanto más importante cuanto que los árboles crecen en condiciones difíciles y muchos de ellos son viejos), y en la atención que hay que prestar a las características de los suelos y a la utilización de técnicas más respetuosas del medio ambiente (por ejemplo, menor recurso a los pesticidas y a la maquinaria pesada). Frente a la reducción de las finanzas públicas y al coste de los terrenos en los pueblos y su periferia, la cuestión es planteada por Konijnendijk, en su contribución voluntaria, en saber si la constitución y la gestión de nuevos espacios verdes no deberían ser confiadas a otros operadores distintos de los municipios y los consejos locales. El grado de consenso en el seno de una comunidad urbana sobre la gestión de los espacios verdes varía según éstas, pudiendo ser muy diferentes los valores, las percepciones, los intereses y el vínculo de unos y otros con los árboles y bosques de su ciudad. Al mismo tiempo, ciertas experiencias de éxitos de plantación de árboles y conservación de los espacios verdes, con ocasión de fiestas y jornadas conmemorativas, muestran que es posible reunir a las comunidades urbanas alrededor de este tema.

En los países pobres, los antiguos habitantes del campo convertidos en urbanos tienen ante todo unas necesidades de productos básicos: leña, material de construcción barato, alimentos, agua potable y para el uso doméstico. Menos esenciales, pero necesarios para la mejora de la calidad de su vida, son los servicios que pueden prestar los árboles y los bosques en las ciudades y alrededor de las ciudades: recreación y distracción, como en los países ricos, pero más aún protección contra la erosión hídrica y eólica (y contra los vientos cargados de polvo y arena), protección de las cuencas que rodean las ciudades y que permiten el aprovisionamiento de agua, y eliminación sin peligro de los residuos urbanos. Para contribuir a la satisfacción de todas estas necesidades de poblaciones urbanas en rápida expansión, los forestales, dentro de los límites de sus medios muchas veces reducidos, deben aportar su cooperación a las autoridades y comunidades urbanas y a todas las organizaciones no gubernamentales interesadas, asociándose más que en el pasado a la concepción y la puesta en marcha de proyectos útiles en este campo. Entre las realizaciones a las que pueden contribuir, se deben mencionar muy particularmente los sistemas de depuración y reciclaje de las aguas residuales, pudiendo servir para regar las plantaciones de árboles, espacios verdes y cinturones forestales, y el desarrollo de una agrosilvicultura periférica. En cuanto a este último punto, es importante que los forestales participen en los esfuerzos de investigación y desarrollo realizados actualmente por los agrónomos para incrementar la producción agrícola en las inmediaciones de las ciudades, y promuevan en los alrededores de éstas la utilización de árboles forestales de uso múltiple, suministrando productos alimentarios, forraje y madera para energía.

Las modificaciones de la cubierta forestal mundial y el cambio del clima

Las muy numerosas formas de modificación de la cubierta forestal influyen, cada una a su manera, en el contenido de gas carbónico (CO2) de la atmósfera y el ciclo del carbono (C) y, por consiguiente, a nivel mundial en el efecto invernadero y el cambio del clima. Las estimaciones difieren en cuanto a su contribución exacta, en parte a causa de la imprecisión sobre las superficies de los muy numerosos tipos de vegetación leñosa y sobre las transferencias entre sí y con las otras formas de cobertura de los suelos (habiendo prestado la última evaluación mundial de los recursos forestales de la FAO una contribución importante en este campo para el período 1981-90). Según S. Brown, autora de la memoria especial sobre este asunto, la situación podría resumirse como sigue: el conjunto de los ecosistemas forestales del mundo contiene 830 gigatoneladas (gt) de C, 40 por ciento en la vegetación y 60 por ciento en los suelos. Si se consideran los valores medios (ignorando los márgenes de certidumbre que siguen siendo elevados), los bosques de los países de las zonas templada y boreal habrían absorbido cada año, en el período 1981-90, 0,7 gt de C atmosférico, mientras que los cambios en la cubierta forestal tropical habrían tenido como resultado la emisión neta de 1,6 gt de C. Estas cifras de cantidades de C fijadas o emitidas anualmente deben ser comparadas con la de la cantidad de C proveniente de la utilización de los combustibles sólidos, que es del orden de 5,5 gt. Sin embargo, un análisis más profundo de los procesos ligados al ciclo del C en los trópicos mostrada que el balance neto para esta región no habría sido más que de 0,5 gt. Podría ser que los bosques del conjunto del mundo, y los cambios que les afectan, no contribuyen prácticamente a la acumulación de CO2 en la atmósfera. Esto podría cambiar en el futuro, en particular si la edad media de los bosques de las zonas templada y boreal aumentara globalmente (como consecuencia en particular de la clasificación en áreas protegidas de un porcentaje significativo de éstos).

Aunque no se puede elaborar un balance planetario con exactitud, por el contrario es segura una cosa, a saber, que los árboles y los bosques y su gestión y utilización adecuadas pueden contribuir a la absorción del C atmosférico. Por otra parte, se está ahora de acuerdo en considerar que el impacto de la gestión forestal sobre el ciclo del C debe constituir un indicador de la durabilidad de ésta. No obstante, salvo raras excepciones, no es un objetivo principal, sino solamente secundario. Las disposiciones y prácticas de conservación y utilización forestales que permiten reducir el C atmosférico son numerosas a nivel nacional y a nivel de la unidad de gestión: modificación de los regímenes de explotación y reducción de los desechos de ésta, aumento del material en pie mediante las plantaciones y medidas silvícolas que aumentan la producción de las poblaciones existentes, programas de conservación de los suelos forestales e incremento de la demanda de productos leñosos y de su duración de vida. Ciertos proyectos forestales destinados a reducir las emisiones de C o a fijar el C atmosférico son ahora realizados conjuntamente por los países industrializados y en desarrollo. Entre los 33 proyectos puestos en marcha en la fase piloto de actividades conjuntas dentro de la Convención marco sobre los cambios del clima, y que pretenden limitar el recalentamiento de la atmósfera, nueve conciernen al sector forestal.

Los agentes bióticos y abióticos de degradación de los bosques

La reducción de los bosques naturales y el aumento de las plantaciones y de los bosques explotados y ordenados, simplificados con relación a los ecosistemas originales, así como la polución del aire en las zonas urbanas e industriales y en sus proximidades, incrementan la frecuencia y la gravedad de las enfermedades y de los ataques de insectos a nivel del conjunto del planeta. Todos estos bosques artificiales o transformados tienen una base genética que tiende a reducirse, a pesar de los esfuerzos todavía tímidos de aumentar el número de especies en mezcla y su variabilidad intraespecífica. Otro elemento que amenaza hoy a la salud de los bosques de todos los países es el desarrollo acelerado de los desplazamientos de personas y de los intercambios de productos, incluido el diferente material vegetal, con el crecimiento de riesgos que se derivan de la transmisión de enfermedades y plagas. En los países desarrollados, las estructuras de investigación, detección y lucha contra las enfermedades y plagas son antiguas y en general bien experimentadas, aunque también sufren recortes actuales en la financiación pública. Esto no impide epidemias y ataques de insectos que afectan a las poblaciones de ciertas especies o cultivares, a veces en superficies considerables, como fue el caso de los bosques polacos de picea atacados por la nun moth. Estos países no están tampoco al abrigo de reapariciones masivas de insectos predadores, como las de los escolítidos de las coníferas como consecuencia de fuertes sequías. Finalmente, a pesar de los sistemas de cuarentena sobre el terreno, siguen estando expuestos a la introducción de insectos de países vecinos, o incluso alejados, a través especialmente de troncos de madera importados. Finalmente, los gestores forestales de estos países continúan desarmados ante la polución atmosférica cuyas fuentes no controlan, y que influye de forma mal identificada en la salud de los bosques.

En los países pobres, el seguimiento y la conservación de la salud de los bosques no han podido ser hasta ahora prioritarios. Las capacidades de investigación, detección y lucha en este campo son muy reducidas. La legislación sobre la cuarentena no se puede aplicar de forma eficiente por falta de medios. Al mismo tiempo, las plantaciones, muchas veces de especies exóticas, con una base genética poco o nada conocida y la mayoría de las veces muy reducida, son establecidas cada vez más sobre las tierras más marginales abandonadas por la agricultura. Y la ausencia frecuente de cuidados selvícolas no permite las cortas sanitarias necesarias. En este contexto, la introducción de insectos y enfermedades provenientes de otros países puede tener muy rápidamente efectos devastadores y las respuestas aportadas, a veces con la asistencia de la ayuda internacional, no se producen más que después de que se hayan causado daños importantes a las poblaciones. Además, en los trópicos húmedos, unas condiciones climáticas favorables permiten la invasión más o menos rápida de plantas exóticas perjudiciales, fenómeno contra el cual son insuficientes los medios del lugar.

Los fuegos y los espacios arbolados

Una de Las dos memorias especiales sobre este asunto, redactada por Mol, Kücükosmanodlu y Bilgili, estudia los necesarios cambios de perspectiva y actitud de los forestales con relación a los fuegos. No se trata, por supuesto, de bajar la guardia respecto a lo que en muchos casos sigue siendo una plaga devastadora, que destruye de forma momentánea, o incluso definitiva a nivel de una generación, superficies arboladas extensas y que acarrea la pérdida de bienes y a veces de vidas humanas. Sin embargo, conviene considerar el fuego igualmente como una herramienta de la gestión forestal, y más generalmente de la gestión de las tierras. El ejemplo de un enfoque como éste, de aplicación quizá la más universal, es el de los fuegos precoces que permiten reducir la masa combustible de los estratos herbáceos y del sotobosque antes de los meses secos y disminuir así el riesgo de incendios destructores en lo más fuerte de la estación seca.

La manifestación más corriente de incendio de espacios arbolados en los trópicos secos es la de los fuegos de maleza, particularmente en Africa. Proceden de una tradición muy antigua destinada en particular a favorecer el brote de las gramíneas para el alimento del ganado y a facilitar la captura de los animales salvajes. La reducción de las tierras disponibles por la explotación agrícola, debida al aumento de la población rural, y la degradación continua del medio, debida a unos fuegos repetidos, requieren campañas de sensibilización de las poblaciones locales sobre los beneficios de los fuegos precoces. Es lo que se hace con éxito en Guinea por medio de la radio local, como indica Kane en su contribución voluntaria. En el Africa mediterránea, la presencia de campesinos en las zonas rurales y la utilización del pastoreo en el monte hacen que los incendios no constituyan de momento un problema serio en esta subregión.

La mayor parte de las superficies quemadas anualmente en el hemisferio norte lo son en los grandes espacios forestales de Canadá, Estados Unidos y Rusia, países que tienen medios importantes de detección y lucha contra los incendios forestales, aunque el último de ellos experimenta dificultades en mantener su capacidad en este campo. Otro punto negro en el mapa del mundo de los fuegos forestales es el de las zonas de Europa que bordean el Mediterráneo: contrariamente a lo que pasa al otro lado de este mar, los espacios forestales son poco o nada utilizados por una población rural cada vez más reducida; la acumulación de biomasa que resulta de ello, junto con la invasión en cada estación seca de gran número de ciudadanos y turistas negligentes, crea unas condiciones propicias para la propagación rápida de los fuegos, a pesar de los progresos innegables en materia de detección y organización de la lucha. Estos progresos son posibles gracias a la prioridad relativa que les otorgan las autoridades nacionales y locales, prioridad mantenida por el aspecto altamente popular de los grandes incendios, más popular sin duda que el de las enfermedades y ataques de insectos que afectan a los montes.

Los dispositivos de lucha contra los incendios son muy caros y, por tanto, deben ser concebidos, desarrollados y mantenidos al más alto nivel de planificación, es decir, a los niveles nacional, federal o incluso internacional, debiendo ser activamente solicitada la cooperación internacional entre países vecinos. Ciertos ejemplos en la historia reciente han mostrado desgraciadamente que el egoísmo y la negativa de los gobiernos locales, provinciales o incluso nacionales a poner en común sus medios de lucha no podían más que agravar los daños causados a sus montes.

Elementos de respuesta

Adecuación de los inventarios forestales a las necesidades

Habida cuenta del interés creciente mostrado por la sociedad por el destino de los bosques, y las modificaciones más o menos rápidas de éstos, es importante, hoy más que ayer, que la elección de los parámetros estimados por los inventarios y la precisión con la que las estimaciones son suministradas sean objeto de una gran consulta con los usuarios potenciales, en cuya primer categoría figuran por supuesto los responsables y planificadores interesados.

La evaluación y el seguimiento de los bosques recibe muy raramente la prioridad que merecen, aunque sean indispensables para su buena gestión. Las instituciones forestales deben dedicar unos medios adecuados y, si fuera necesario, obtener créditos suplementarios. Las acciones de sensibilización por parte de los responsables serán sin duda indispensables en numerosos casos, pues su indiferencia sobre esta materia es grande y generalizada.

En los países pobres, que carecen de medios para los inventarios forestales, el desarrollo de las correspondientes capacidades es primordial. El establecimiento de redes y centros a nivel subregional y regional es un paliativo parcial, pero no debería eliminar la necesidad de apoyo de la comunidad de los donantes.

No basta con definir indicadores de gestión forestal sostenible. Es preciso también poder estimar su valor en todo momento a los diferentes niveles de planificación, incluido el nivel nacional. Los inventarios forestales deben permitir la estimación del mayor número de estos indicadores, lo que necesita que se puedan establecer correspondencias entre éstos y los parámetros de inventario. La mejora del conocimiento y del seguimiento de los recursos forestales del planeta pasa por una armonización a nivel internacional de los conceptos y clasificaciones utilizadas en los inventarios.

La demanda de información sobre los bosques no ha dejado de crecer estos últimos años, necesitando un aumento de los esfuerzos de investigación sobre asuntos tales como la caracterización, lo más cifrada posible, de los diferentes procesos de degradación y del estado de evolución de la diversidad biológica.

Gestión del interfaz entre bosque y agricultura

Un mejor conocimiento del interfaz entre bosque y agricultura supone que los inventarios forestales, a todos los niveles, intenten comprender mejor los recursos en árboles esparcidos o en líneas de las zonas agrícolas y ganaderas. Otro campo técnico prioritario es el del estudio de la situación y evolución de la diversidad biológica de las especies forestales en los sistemas agroforestales y la promoción de las prácticas que la conservan o incrementan.

Sin embargo, las prioridades futuras para la investigación en materia de agrosilvicultura parece que pertenecen mucho más a los campos económico y social y deben tener en cuenta en particular el intento, por parte de los campesinos, de la disminución de los riesgos y la necesaria diversificación de la producción. Los investigadores y técnicos forestales deberán apoyar a los agricultores en sus esfuerzos de producción de leña y de madera de servicio y de industria y contribuir así a reducir la presión sobre los bosques existentes.

Participación de la comunidad forestal en la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos

El compromiso de la comunidad forestal con las iniciativas de silvicultura urbana y periférica es insuficiente, y le es difícil salir del mundo rural, donde la mayoría de su acción se sitúa naturalmente. Ciertos problemas que necesitan acciones correctoras han sido ya mencionados. Un campo prioritario que interesa a todos los países es el de la utilización de las aguas residuales: el riego de los árboles y de las plantaciones urbanas y periféricas, que sirven de alguna forma de «filtros verdes», debe ser objeto de experimentación y desarrollo en todas partes.

Siendo la gestión de las ciudades y sus alrededores principalmente competencia de las autoridades municipales, un marco internacional de acción para los forestales son los convenios de hermandad entre municipios, especialmente de aquellos que unen ciudades de los países del norte y del sur.

Contribución del bosque y de la gestión forestal a la atenuación del efecto invernadero

La adaptación de la gestión forestal a un aumento de la fijación del carbono y a una disminución de su emisión en la atmósfera pasa por un mejor conocimiento del estado y evolución en el tiempo de la biomasa de los ecosistemas forestales. Es un campo en el que las disciplinas de la dendrometría y del inventario forestal tienen que progresar mucho. La reciente publicación de la FAO sobre la materia (FAO, 1997b) es una contribución útil y hay que esperar que será seguida por muchas otras.

Aunque la fijación del carbono no constituye el objetivo principal de la gestión forestal en la gran mayoría de los casos, los planes y prácticas de gestión pueden adaptarse de manera que aumente el papel del bosque en la disminución del recalentamiento de la atmósfera.

Es importante que la comunidad forestal se preocupe de los cambios que podrían afectar a los bosques, a medio y largo plazo, en el marco de los diferentes seminarios sobre recalentamiento de la atmósfera, y que trabaje en definir cuáles deberían ser las adaptaciones necesarias de la gestión forestal.

Reforzamiento de las acciones fitosanitarias

Si se pone aparte el episodio muy dramatizado del deterioro de los bosques europeos, el estado sanitario de los bosques no moviliza tanto los medios de comunicación y las opiniones públicas como los incendios, más espectaculares y peligrosos para el hombre. Los países ricos han conseguido hasta ahora preservar un mínimo de medios para el seguimiento, la prevención y la lucha contra las enfermedades y las plagas que afectan a los bosques.

Este no es el caso en la mayoría de los países en desarrollo. Una manera de re mediar, sin duda muy parcialmente, este estado de cosas es el establecimiento y animación de redes subregionales y regionales que permitan el intercambio de conocimientos y experiencias sobre la biología de los insectos y el ciclo de las enfermedades, y sobre los métodos de prevención y de lucha química y biológica. Un ejemplo de estas redes es la establecida en Africa del este como consecuencia de los recientes ataques de diversos insectos sobre las plantaciones forestales de esta subregión. Las redes permiten también a los países poner a punto estrategias comunes de prevención y lucha -y en particular armonizar y reforzar la aplicación de sus procedimientos de cuarentena- y, más generalmente, desarrollar sinergias en todos los componentes de la gestión fitosanitaria integrada.

Entre las iniciativas a tomar a nivel mundial, cabe destacar la transferencia sin riesgo del material vegetal; y la preparación de un sistema mundial de información y alerta sobre las enfermedades y plagas, sistema tanto más necesario cuanto que las enfermedades y plagas no conocen fronteras.

Lucha y gestión de los fuegos

La eficacia de los fuegos precoces en las diferentes situaciones y zonas ecológicas es muy reconocida, pero siguen siendo insuficientemente utilizados. Mucho se puede hacer en este campo mediante la sensibilización y el estímulo de las poblaciones rurales en los países pobres donde todavía son importantes y donde los medios públicos son insuficientes con relación a la importancia de la tarea.

La sensibilización del público es también un paso esencial en la prevención de los incendios en los países ricos. Las bases de datos sobre los fuegos forestales son una herramienta ineludible. Se debe dar prioridad a su creación y su funcionamiento, pues permiten dirigir mejor las campañas de prevención mediante la identificación de las causas, de los agentes y de sus comportamientos.

Finalmente, se ha de reforzar la cooperación internacional en este campo y en particular en la puesta en común de los medios de lucha.

Bibliografía

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