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Las montañas, la diversidad biológica y su conservación

A. Chaverri-Polini

Adelaida Chaverri-Polini pertenece a la Escuela de Ciencias Ambientales, Universidad Nacional, Costa Rica.

Principales factores de la diversidad biológica y de especies de las montañas de América Latina.

Las montañas han representado para la raza humana un gran reto en sus esfuerzos por escalarlas, cultivarlas, domarlas, y han sido objeto de muchos escritos acerca de proezas, guerras, aventuras reales y soñadas, y de poemas espirituales y románticos. También han sido sitios predilectos de oración y adoración. Desde el punto de vista científico, las montañas constituyen interesantes laboratorios del conocimiento, pues albergan especies y comunidades adaptadas de diversas formas a su medio ambiente. En las montañas se puede observar y comprender la evolución de determinadas especies y la eficiente distribución de organismos en los ambientes similares de las «islas» montañosas, situadas a miles de kilómetros de distancia unas de otras.

Las montañas han sido testigos de las innumerables maneras en que sus habitantes han convivido en ellas; adaptándose igualmente a su medio, utilizando y manipulando los productos de la tierra, y, con frecuencia, dedicándose en lo posible a mantener un ambiente saludable.

En este artículo, las montañas se definen como promontorios o abultamientos de la corteza terrestre que, debido a diversos factores tectónicos y volcánicos, se elevan a altitudes superiores a los 2 000 m. La altitud de 2 000 m se ha escogido arbitrariamente porque en ella se encuentra, según algunos fitogeógrafos, la línea divisoria entre varias fajas altitudinales (tierra templada y tierra fría, faja del montano bajo y faja del montano, etc.). Sin embargo, podrían haberse tomado otras altitudes diferenciadas, correspondientes a las diferentes latitudes.

La región geográfica estudiada es América Latina, desde México hasta Tierra del Fuego, y en especial el sector del neotrópico. Sobresalen como sistemas montañosos la Sierra Madre (Occidental y Oriental) en México, que recorre gran parte del país; la sierra de los Cuchumatanes en Guatemala; las cordilleras Volcánica Central y Talamanca en Costa Rica (esta última presente también en Panamá), y la cordillera de Los Andes en América del Sur, desde Colombia hasta Tierra del Fuego, por su sector occidental. Esta cordillera, la más grande de América y del mundo, recorre Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Argentina, y presenta estribaciones en los diferentes países, dando lugar a cordilleras orientales, centrales y occidentales en varios de ellos.

Primeramente, se examinan en este artículo las condiciones del ambiente físico y biótico de las montañas; se ofrecen explicaciones sobre el alto grado de diversidad, especiación (proceso de formación de nuevas especies) y endemismo, y se comentan algunos ejemplos de diversidad y endemismo. Luego, se discuten los usos del suelo en áreas montañosas, y finalmente se exponen las necesidades en materia de conservación y algunos esfuerzos realizados en este ámbito.

EL AMBIENTE FÍSICO DE LAS MONTAÑAS

Las montañas latinoamericanas han sido conformadas tanto por factores locales climáticos y edáficos como por incidentes importantes del pasado que afectaron su geología y su clima, por ejemplo, las glaciaciones del pleistoceno. Son sitios de temperaturas templadas o frías, que pueden llegar a ser factores limitantes del crecimiento de la vegetación y de la fauna. Las fluctuaciones bruscas de la temperatura también significan una restricción adicional del crecimiento. En el montano bajo, se registran temperaturas medias anuales entre 12 y 16 °C; y en el montano alto, entre 6 y 12 °C. La humedad, en cambio, es un factor muy variable, pues existen provincias de humedad desde muy húmedas y pluviales (por ejemplo, en Centroamérica, Ecuador y gran parte de Colombia), hasta secas y áridas (por ejemplo, en México y especialmente en Perú, Bolivia y Argentina). La precipitación media anual puede variar de 4 000 mm (ocasionalmente, 5 000 mm) a unos 700 ó 600 mm.

La variación de los tipos de suelos es también grande. En las montañas de humedad mediana o alta (por ejemplo, en Centroamérica, Ecuador y Colombia) se encuentran suelos con creciente grado de acidez conforme aumenta la altitud y la precipitación, y, a la vez, consecuentes procesos de aumento en aluminio y disminución en la cantidad de cationes (calcio, potasio, magnesio y otros). Por otra parte, los suelos de sitios secos y áridos (por ejemplo, en Perú y Bolivia) experimentan una salinidad excesiva.

De todos los factores ambientales, la temperatura media anual es probablemente el más importante en la fijación de los pisos vegetacionales, y no las diferencias estacionales de temperatura o la disponibilidad de agua o la humedad. Las características químicas de los suelos montañosos de Centroamérica y América del Sur, las temperaturas templadas o bajas del suelo y el ambiente son los factores limitantes del crecimiento general de las plantas; éstas y la fauna acompañante han debido desarrollar mecanismos de adaptación para poder subsistir bajo esas condiciones.

LAS COMUNIDADES VEGETACIONALES DE MONTAÑAS

No resulta fácil describir las comunidades vegetacionales montañosas de la región latinoamericana, en parte por su gran heterogeneidad. Además, la variedad de sistemas biogeográficos y vegetacionales que se utilizan en cada país o región dificultan la tarea de clasificación. Ejemplos de estos sistemas son el de zonas de vida de Holdridge, el de Grubb y otros propuestos por organizaciones internacionales, como la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, 1973) o la Unión Mundial para la Naturaleza (UICN) (Udvardy, 1975). También existen sistemas de clasificación propuestos por ecólogos, biólogos y biogeógrafos: Cabrera en Argentina; Ribera y Unzueta en Bolivia; Pisano en Chile; Rangel en Colombia; Gómez en Costa Rica; Acosta Solís y Cañadas en Ecuador; Cabrera en Perú; Huber, Alarcón y Monasterio en Venezuela, entre otros. Estos trabajos ofrecen un análisis detallado de la vegetación de cada país; sin embargo sería necesario unificar los criterios y categorías similares de vegetación en la región latinoamericana (Huber y Riina, 1997).

Un resumen de algunas de las principales comunidades vegetacionales en las montañas en América Latina se presenta en el Cuadro 1.

LOS PROCESOS DE ADAPTACIÓN, ESPECIACIÓN Y ENDEMISMO EN MONTAÑAS

La biota (plantas y animales) de las montañas sobrevive en las condiciones ambientales de su medio por poseer las condiciones adaptativas (pubescencia, hojas coriáceas, movimiento diario de las hojas, utilización de madrigueras menos frías) que permiten su desarrollo y reproducción. La adaptación a características específicas del micrositio es objeto de una de las teorías que explica parcialmente, por el proceso de especiación, el endemismo encontrado en las montañas. El endemismo también se explica por los cambios climáticos y geológicos ocurridos en épocas anteriores, cuando poblaciones de plantas que convivían en un mismo territorio se separaron en «islas» continentales, a menudo distantes unas de otras miles de kilómetros. Esta separación hizo posible el desarrollo de poblaciones de la misma especie, que a lo largo del tiempo geológico, y con las debidas adaptaciones al medio ambiente como respuesta a las necesidades de sobrevivencia, pudieron diferenciarse hasta llegar a formar especies nuevas. Las montañas han servido, por consiguiente, como substratos para la especiación y el endemismo.

¿Cómo podría, entonces, explicarse la notable riqueza y diversidad de las montañas? Las teorías mencionan principalmente el papel que juegan (o jugaron) tres elementos importantes: los efectos de la historia climática y geológica en los sucesos bióticos; los efectos de los variados aspectos ambientales en los mecanismos de adaptación de la biota, y el proceso continuo de dispersión de propágulos.

Los cambios climáticos ocurridos durante el pleistoceno - tiempo durante el cual hubo varias edades glaciares, con climas muy fríos y húmedos, interrumpidas por períodos cálidos y secos - permitieron la formación de refugios que sirvieron no solamente como sitios donde se resguardó una alta diversidad de especies, sino también como fuentes de propágulos que alcanzaron las zonas vecinas, una vez que el clima fue más benigno para su desarrollo.

La existencia de rutas migratorias de especies en dirección norte-sur y sur-norte durante el plioceno fue otro factor que promovió la alta diversidad de la región y que tuvo repercusiones en las montañas. Las diferencias altitudinales de estas últimas permiten una gran diversidad de climas que favorecen la diversificación de grupos de especies adaptables a los diferentes ambientes. Los climas y las diferencias locales determinadas por rasgos geomorfológicos, edáficos y de cobertura vegetal dan origen a una gama de microclimas que se convierten en hábitats colonizados por especies que se adaptan a ellos y conforman sus nichos específicos. Es muy importante el papel que juegan los animales (en especial, las aves y los mamíferos) como dispersores de las especies de plantas que consumen o que se adhieren a sus cuerpos, por ejemplo, las plantas con aquenos.

CUADRO 1. Comunidades vegetacionales comunes en las montañas de América Latina

Tipo de vegetación

Descripción

Países donde se presenta

Páramo

Vegetación de alta montaña, de no más de 2 m de alto, caracterizada por gramíneas, ciperáceas, asteráceas, rosáceas, ericáceas y/o frailejones

Costa Rica, Panamá, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú

Puna

Vegetación andina de alta montaña, dominada por hierbas, gramíneas, cipráceas y algunos arbustos, en clima frío y relativamente seco

Perú, Bolivia, Argentina, Chile

Zacatonal alpino

-

México, Guatemala

Turbera

Vegetación azonal, en lugares anegados, con mal drenaje, caracterizada por ciperáceas, juncáceas, ericáceas, Sphagnum, y/o plantas de cojín: Distichia y Plantago.

Costa Rica, Colombia, Perú, Bolivia, Chile, Argentina

Bofedal

Vegetación azonal, en áreas inundadas, como turberas, caracterizada por plantas de cojín: Distichia, Plantago, ciperáceas

Bolivia

Cinturón de arrayanes

Vegetación de ecotono, entre el páramo y el bosque montano o andino, caracterizado por arbustos ericáceos

Costa Rica, Colombia

Bosque del coloradillo

Vegetación de árboles, de bajo porte, a la mayor altitud posible en los Andes (4 000 m), troncos retorcidos, abundancia de epífitas: género Polylepis

Bolivia, Perú, Colombia

Ceja de montaña

Bosque denso, siempreverde, de porte bajo, con abundantes epífitas, en climas muy húmedos, caracterizado por Weinmannia, Podocarpus, Polylepis, ericáceas y araliáceas

Ecuador, Perú, Bolivia

Bosque de ceja andina (o chaparral)

Vegetación de altura, entre el páramo y el bosque andino, caracterizado por arbustos achaparrados de hojas coriáceas y abundancia de espinos

Ecuador

Yunga

Vegetación de arbustos xeromórficos, de bajo porte y hoja latifoliada, a lo largo de ríos y quebradas

Bolivia, Argentina, Perú

Bosque nuboso

Vegetación arborícola, a diferentes altitudes, con nubes y humedad durante todo el año; abundancia de lauráceas, mirtáceas, melastomatáceas, ericáceas y epífitas

El Salvador, Costa Rica, Colombia, Venezuela, Bolivia, Puerto Rico (a menor altitud)

Bosque montano

Vegetación muy variada, dependiendo de cada país

Todos los países

Bosque ombrófilo montano

Bosque de altura, de porte medio, abundantes epífitas, en sitios húmedos, caracterizado por podocarpáceas, araliáceas, Alnus, Brunellia, y Weinmannia

Venezuela

Bosque de coníferas

Bosque de altitud intermedia, con predominio de Pinus, Juniper, Abies y Cupressus

México, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua

Bosque de pino y roble

Bosque de altitud intermedia, con predominio de árboles de Quercus, Pinus, y otros

México, Guatemala, Honduras (a menor altitud)

Robledal

Bosque con predominio de Quercus, más Clethra, Ilex, Styrax, lauráceas, araliáceas, con abundancia de epífitas

México, Costa Rica, Panamá, Colombia

Fuentes: Huber y Riina (1997); Chaverri y Hererra (1996); Chaverri y Cleef (1997); Almeida-Leñero (1997).

LAS MONTAÑAS Y LA DIVERSIDAD DE PLANTAS VASCULARES

Las montañas son sitios de alta diversidad y endemismo. Esta característica se observa en toda el área de estudio, tanto en los árboles como en los briófitos; en las familias botánicas como en las especies. La diversidad parece tener poca relación con la precipitación o con la latitud en el neotrópico (Gentry, 1995; Rangel, 1995). A continuación se discuten algunos estudios de caso que se refieren al neotrópico en general, a varias cordilleras en un solo país, a una familia muy difundida y sus especies en el área andina, y a una isla del Caribe.

Estudios efectuados en 37 sitios andinos y 17 sitios en Centroamérica y México, a altitudes entre los 800 y 3 050 m.s.n.m., demostraron que conforme aumenta la altitud, disminuye la diversidad de especies de plantas con diámetro a la altura del pecho mayor o igual a 2,5 cm que crecían en parcelas de 0,1 ha. Los sitios muestreados (Cuadro 2) pertenecen a México, Nicaragua y Costa Rica (en Centroamérica); Colombia y Ecuador (en los Andes norteños); Perú y Bolivia (en los Andes centrales), y Argentina (en los Andes sureños). La cordillera de los Andes mostró la mayor diversidad, seguida por las montañas centroamericanas (diferencia no significativa) y, finalmente por México (diferencia significativa), donde se observó la menor diversidad. La Sierra Nevada de Santa Marta en Colombia, a pesar de pertenecer a los Andes, mostró menor diversidad que la esperada, posiblemente debido a su aislamiento geográfico o a factores antropogénicos que han influido desde tiempos precolombinos (Gentry, 1995).

CUADRO 2. Diversidad de familias y de especies en las montañas americanas, según muestreos en parcelas de 0,1 ha1

Sitio

Altitud
(m)

Número de familias

Número de especies

Número de especies Arboles de >2,5 cm diámetro a la altura del pecho

Sierra Juárez, Oaxaca, México

2250

26

44

37

Benito Juárez, Chiapas, México

2100

21

~30

29

P.N. Braulio Carrillo, Costa Rica

2775

17

24

19

P.N. Braulio Carrillo, Costa Rica

2225

34

66

52

Neusa, Cunamarca, Colombia

3050

19

~35

~24

Alto de Sapa, Antioquia, Colombia

2670

28

~63

49

Finca Meerenberg, Huila, Colombia

2290

43

107

88

Pasochoa, Pichincha, Ecuador

3010

19

~35

~21

El Pargo, Cajamarca, Perú

3000

20

~36

~29

Cutervo, Cajamarca, Perú

2330

42

~96

76

Sacramento, La Paz, Bolivia

2450

33

91

72

1 Lista parcial.
Nota: El signo ~ significa aproximado.
Fuente: Gentry (1995).

Las familias botánicas que presentan mayor diversidad en las montañas altas en América Latina son Asteraceae, Myrsinaceae, Poaceae, Polypodiaceae, Orchidaceae, Leguminosae, Melastomataceae, Ericaceae y Cyperaceae (Moraes y Beck, 1992; Rangel, 1995; Kappelle, 1996; Chaverri y Cleef, 1997). En estudios de diversidad y de descripción de comunidades en cuatro transectos en Colombia - Sierra Nevada de Santa Marta (Buritaca, La Cumbre), Parque de los Nevados, Puracé (valle del Magdalena, volcán del Puracé) y Tatamá -, con un gradiente altitudinal entre 350 y 500 m y hasta 4 500 m.s.n.m. (Rangel, 1995), las familias con mayor número de especies fueron Asteraceae, Polypodiaceae, Orchidaceae y Melastomataceae. Se descubrió gran plasticidad ecológica en los géneros Miconia, Piper, Anthurium y Solanum, con una representación alta de especies. La diversidad se atribuyó a la combinación de factores topográficos y fisiográficos; es decir, mientras más alta era la montaña, mayor era la posibilidad de accidentes topográficos, amplias franjas de vida, diversidad de hábitats, influencias de los cambios climáticos, factores que implican una mayor diversidad de flora (Rangel, 1995).

Un alto grado de endemismo aparece en Asteraceae en Talamanca y en los Andes; entre los géneros más comunes se cuentan Senecio, Pentacalia, Baccharis, Diplostephium y Mikania. Se trata de una familia con abundante representación a nivel de género y especie, en todos los tipos vegetacionales, desde el páramo (véase el recuadro) y la puna hasta los bosques, y cuya mayor diversidad actual se localiza en Bolivia. En los Andes, la historia geológica ha jugado un papel importante en la distribución y evolución de las asteráceas, originarias en su mayoría de la misma región, y especializadas a partir de ancestros locales de altitudes más bajas. Dos de los grupos de tribus más autóctonas de esta región son el que reúne Heliantheae s.l., Eupatorieae, Mustisieae, Liabeae y Barnadesieae, con centros de distribución en los Andes, y que se encuentran casi exclusivamente en el hemisferio occidental; y el grupo que reúne Senecioae, Astereae y Vernonieae, que son tribus comunes en los Andes, con algunos elementos especializados, también presentes en los hemisferios oriental y occidental (Funk et al., 1995).

Otra familia interesante es la de los bambúes leñosos, especialmente en los Andes. Ninguno de los géneros es exclusivo del área, pero aproximadamente el 90 por ciento de las especies son endémicas. De los siete géneros presentes, cuatro - Aulonemia, Chusquea (con 50 por ciento de las especies), Neurolepis y Riphidocladum - tienen sus centros de dispersión en los Andes, especialmente en Colombia (Clark, 1995). En helechos y sus aliados, las especies observadas en la región andina se aproximan a las 1 500, en contraposición con unas 280 en la cuenca amazónica en Brasil (Henderson, Churchill y Luteyn, 1991).

Las montañas son también el hogar de gran parte de los bosques nubosos, que se sitúan entre los 500 y los 3 500 m de altitud, aunque son mucho más comunes entre los 1 200 y los 2 500 m (Doumenge et al., 1995). La alta diversidad, pero principalmente el alto grado de endemismo, son frecuentes en estos bosques. En la Reserva Biológica Bosque Nuboso Monteverde en Costa Rica, se observa una gran diversidad de lauráceas y un alto grado de endemismo en varias familias, por ejemplo, Sapotaceae, Podocarpaceae y Lauraceae; de hecho, este es uno de los sitios de mayor endemismo en el país. En otro bosque nuboso, a menor altitud (a poco más de 1 000 m y de carácter insular especial) se encuentra el Bosque Nacional del Caribe y el Bosque Experimental Luquillo en Puerto Rico. Con frecuentes lluvias de los vientos alisios, de los cuales capta mucha humedad, y localizado en picos de montaña, es un área pequeña de bosques nubosos en las islas del Caribe; presenta un alto endemismo y es considerado un ecosistema en peligro. Su aislamiento geográfico conlleva el aislamiento genético, que ha conducido a la especiación: existe un número elevado de especies endémicas de plantas y animales. Un 32 por ciento de las plantas del Pico del Oeste son endémicas para Puerto Rico, y 40 por ciento presentan una distribución restringida a las Antillas; contiene 62 de las 141 especies de árboles endémicos de Puerto Rico, y 23 de éstas se conocen solo en los rodales de bosque primario de este lugar (Lugo, 1994).

Los páramos húmedos de Centroamérica

El páramo es un sitio de alta montaña, en la zona tropical, localizado a latitudes entre los 11° N y 8° S y a altitudes entre 3 000 y 4 500 m.s.n.m., con una temperatura media anual fría y bruscos cambios diarios de temperatura, y una precipitación media anual superior a los 700 mm. Este último rasgo es un importante factor diferenciante de la vegetación de puna (ambiente más seco), común en los altiplanos de Perú y Bolivia, y del zacatonal alpino, presente en Guatemala y México. La vegetación es de porte bajo (2 a 3 m), con hojas pequeñas y coriáceas y de crecimiento lento. Se encuentran formas de vida características, como caulirrósulas, rosetas y plantas en cojín; una gran abundancia de briófitos y líquenes, y predominancia de una especie de bambú enano del género Swallenochloa, común en los páramos muy húmedos y pluviales, tanto de Centroamérica, como de América del Sur.

La vegetación de páramo es común en los países andinos - Venezuela, Colombia y Ecuador -. En Centroamérica, se encuentra en pequeñas extensiones en las cumbres de las montañas más altas en Costa Rica y Panamá (en la zona limítrofe). La mayor área de páramo en Centroamérica se localiza en Costa Rica (especialmente en el parque nacional Chirripó) y representa un 90 por ciento del páramo centroamericano. Las familias con mayor número de especies son Asteraceae, Poaceae, Cyperaceae, Rosaceae, Scrophulariaceae y Apiaceae. Dos elementos típicamente tropandinos no aparecen en los páramos centroamericanos: las caulirrósulas (Espeletia y demás géneros de Espeletiinae, llamadas «frailejones»), y los característicos cojines de Distichia sp., una juncácea.

En Guatemala, la vegetación de montañas altas en los volcanes Tajumulco, Tacaná y Acatenango, a altitudes superiores a la línea máxima de crecimiento dé los árboles - alrededor de los 3 800 m -, se considera de zacatonal alpino, y es muy similar fisonómicamente a la que se encuentra en la región central de México, aunque la flora es diferente y menos diversa.

Fuente: Chaverri y Cleef (1997).

Otros sitios que presentan endemicidad son los tepuis. Por ejemplo, en el parque nacional Duida-Marahuaka en Venezuela, a altitudes entre los 200 y los 2 800 m, la diversidad se observa en cuatro formaciones vegetacionales: bosques, arbustales, herbazales y sabanas, más la vegetación pionera sobre paredes de arenisca; cabe destacar su diversidad florística y la endemicidad de los bosques sub-montanos y montanos tepuyanos (Dezzeo y Huber, 1995).

Igualmente, llama la atención la alta diversidad y endemismo que se observan en la cordillera de Talamanca (Kappelle, 1996), en las vertientes orientales de los Andes bolivianos, en los alrededores del lago Titicaca y en los yungas de La Paz (Moraes y Beck, 1992), y en los bosques montanos de las cordilleras Oriental, de la Costa y de los Andes noroccidentales y venezolanos, en Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú.

LAS MONTAÑAS Y LA DIVERSIDAD EN PLANTAS NO VASCULARES

Se ha mencionado que la riqueza de especies botánicas vasculares disminuye conforme aumenta la altitud. Si se toman en cuenta las plantas no vasculares, el resultado de la riqueza es muy diferente, por ejemplo en Colombia, Perú (Gradstein, 1995) y Bolivia (Moraes y Beck, 1992).

Se estima que los Andes contienen alrededor de 800 a 900 especies de hepáticas y de Anthocerotae, agrupadas en 135 géneros y 42 familias. Sitios en Colombia y Perú, a altitudes entre los 1 200 y 3 700 m, mostraron una diversidad mayor que sitios en la Guayana Francesa y Guyana entre los 150 y 300 m (Gradstein, 1995). En relación con los musgos presentes en los Andes, se han colectado alrededor de 900 especies en la zona andina, en contraposición con unas 200 a 250 especies en la cuenca amazónica.

La alta diversidad de plantas no vasculares en las montañas altas podría estar relacionada con factores climáticos, edáficos y florísticos. Quizá el factor constante más importante es la humedad del aire. La presencia de suelos orgánicos, ricos en humus (temperaturas bajas y humedad constante), característicos de las montañas, que permiten el crecimiento de especies terrestres, puede ser otro factor importante. Una mayor intensidad de luz en el suelo o cerca de él, debido a un dosel más abierto, favorecería también el crecimiento de especies en el sotobosque. Finalmente, el hecho de que muchos taxas tienen su límite de distribución altitudinal máxima o mínima en esta faja, aumenta un poco más la diversidad (Gradstein, 1995; Wolf, 1993).

EL USO DEL SUELO EN LAS MONTAÑAS

Las condiciones climáticas y edáficas de las montañas las hacen quizá más susceptibles que las zonas bajas a los cambios generados por el ser humano. La menor velocidad de recuperación de los procesos regenerativos naturales, debido a las temperaturas más frías; el mayor potencial de erosión debido a las mayores pendientes, y los suelos en general menos fértiles son algunos elementos que hacen peligrar el medio ambiente natural de las montañas y la fertilidad de sus suelos. Además, la aislación de las poblaciones de plantas en islas favorece la tasa de especiación, pero tiende también a desfavorecerla, debido al efecto que tiene la acción del hombre en la disminución del área y la fragmentación de los hábitats que ocupan las especies.

Las actividades humanas en las montañas son muy variadas: incluyen los diversos cultivos agrícolas (especialmente la papa, el maíz y el café), el pastoreo de ganado vacuno, ovino y caprino, la arboricultura de especies introducidas (Alnus, ciprés, pino, eucalipto y otros) y, desde luego, la tala de bosques (deforestación y quema), para hacer posibles los usos mencionados y la recolección selectiva de algunas especies (briófitos o helechos arborescentes para artesanías y como ornamentales). También incluyen la minería y el impacto derivado de un turismo mal manejado. Estas actividades amenazan igualmente las cuencas hidrográficas y el recurso hídrico, aspectos de mucha relevancia en las montañas.

La fragmentación de los hábitats constituye un riesgo para las especies de flora y fauna. Por ejemplo, ha disminuido el hábitat de la liebre de volcán (Romerolagus diazi), especie endémica y en peligro de extinción, que vive en México central, en los volcanes Pelado, Tláloc, Popocatépetl e Iztacchíhuatl, a altitudes entre los 2 600 y los 5 450 m. La fragmentación por influencia humana, debido a la construcción de carreteras, a la agricultura y actividades intensivas de quema y sobrepastoreo, reduce notablemente los hábitats vitales que necesita la fauna (Velázquez, 1993). Además, las áreas fragmentadas reducen aún más el área efectiva de los hábitats, por un efecto adicional «de borde» que incrementa el perímetro de éstas.

La corta de árboles a altitudes cercanas a la línea de su máxima altitud ocasiona la disminución de la elevación de dicha línea. Esta disminución de elevación se ha observado entre los 2 700 y los 3 100 m el Cerro de la Muerte en la cordillera de Talamanca, Costa Rica (observación de la autora), y entre los 3 400 y los 3 800 m en el parque nacional Los Nevados, vertiente occidental de la Cordillera Central en Colombia (Kok, Verweij y Beukema, 1995).

Por otra parte, la deforestación en los bosques montanos ha adquirido grandes dimensiones en algunos países. En los Andes centrales de Colombia, entre los 500 y los 2 000 m, se ha deforestado masivamente para dar cabida a plantaciones de cafetales, en las que se ha basado gran parte de la economía del país. Asimismo, muchos de los bosques primarios en las vertientes oriental de la Cordillera Oriental y occidental de la Cordillera Occidental de los Andes de Colombia se han deforestado para dar lugar al cultivo ilegal de opio (Papaver somniferum) para la producción de opio, morfina y heroína. Solo en 1992 se estimó en unas 20 000 hectáreas la superficie cultivada, de las cuales 17 000 ha correspondían a anteriores bosques primarios de las fajas del montano bajo. Se calcula un total de 50 000 ha taladas, abiertas o abandonadas en Colombia para la introducción de este cultivo (Cavelier y Etter, 1995).

ACTUACIONES DESTINADAS A LA CONSERVACIÓN DE LOS ECOSISTEMAS DE MONTAÑA

Una diversidad tan amplia de comunidades vegetacionales de altura, acompañada de un endemismo notorio, deben ser objeto de conservación. La idea que ha perdurado en la planificación de la conservación - la preservación de una muestra de cada comunidad o zona de vida dentro de un sistema nacional de parques nacionales y reservas equivalentes - es un primer paso importante en ese sentido. Más allá de las fronteras, la conservación de áreas limítrofes o el esfuerzo internacional en la conservación de ecosistemas compartidos entre varios países es otra medida que ha tenido auge en los últimos años y que ha dado la necesaria relevancia a algunas áreas de conservación. El establecimiento de reservas de la biosfera y de corredores ecológicos (por ejemplo, el corredor biológico mesoamericano) son igualmente esfuerzos loables a nivel mundial o regional para la conservación de sitios en diferentes países que merecen reconocimiento y protección por parte de la comunidad internacional.

En el manejo forestal de las montañas altas deberán tomarse en cuenta las medidas ecológicas, silviculturales y de aprovechamiento que permitan utilizar sosteniblemente los recursos del bosque, e impedir un cambio de uso del suelo. Algunas de estas medidas en los bosques de altura son la conservación de todas las especies silvícolas; el mantenimiento de los hábitats de la fauna (por ejemplo, los árboles muertos en pie o los troncos caídos); la capacitación del personal obrero; el aumento en el diámetro mínimo de corta (ya que un menor diámetro significa una intensidad de corta mucho mayor que la ideal para los bosques de altura, especialmente en las áreas donde la protección de cuencas y del recurso del agua son fundamentales); y la planificación de un área mínima de caminos y trochas de extracción (preferiblemente menor a un 15 por ciento del área total de aprovechamiento) (Chaverri y Herrera, 1996).

Un esfuerzo a nivel mundial respecto al manejo de los ecosistemas forestales se ha traducido en la formulación de criterios e indicadores para el manejo forestal sostenible (por ejemplo, los procesos de la Organización Mundial de las Maderas Tropicales dé Helsinki de 1990; de Montreal de 1993; de Tarapoto de 1995 para los países amazónicos, y de Nairobi de 1995 para los países subsaharaianos). En 1996 y 1997 el Consejo Centroamericano de Bosques y Áreas Protegidas y la FAO iniciaron un proceso para la adopción de un sistema de criterios e indicadores, incluyendo los bosques de montañas (CCAD/FAO/CCAB-AP, 1997); este documento se aceptó a nivel de expertos en Honduras en 1997 (Proceso de Lepaterique).

Las acciones de conservación, tan cuestionadas en los años sesenta y setenta, deben ser entendidas, adoptadas y adaptadas por los vecinos de las áreas de conservación, por los nacionales de un país y, en general, por la comunidad mundial. En esta era de mundialización, en la que los gobiernos juegan papeles cada vez más estrechos, gran parte de la responsabilidad de la conservación recae sobre la sociedad civil, la cual ya ha tomado decisiones propias en este sentido. El establecimiento de reservas biológicas privadas y la conformación de una red de ONG que colabora en el manejo y la protección (como en Costa Rica) son solo un ejemplo. Sin embargo, las acciones de conservación deben poder ser rentables para contar con el apoyo de grupos de vecinos y nacionales. El ecoturismo (desdichadamente a veces mal entendido y aplicado), los incentivos para la conservación de los bosques (por ejemplo, la certificación de protección de bosques que se ha puesto en práctica en Costa Rica) y el servicio de fijación de carbono representan algunos mecanismos por medio de los cuales se logra, al menos parcialmente, rentabilizar la conservación.

En 1996 el sector privado de Costa Rica recibió 45 millones de dólares EE.UU. de parte del sector privado de Noruega por el componente forestal de proyectos de implementación conjunta. Los fondos fueron canalizados por el Fondo Nacional de Financiamiento Forestal (FONAFIFO) para el pago de servicios ambientales a pequeños y medianos productores privados, que realizaron actividades de reforestación, manejo de bosque o protección voluntaria de bosques primarios (a cualquier altitud). Esta «venta» de fijación de carbono fue la primera emisión en el mundo de certificados transferibles de compensación (Proyecto Estado de la Nación, 1997).

Por su parte, la educación ambiental juega un papel clave en la concientización de la problemática relativa al manejo sostenible de los recursos y la conservación de áreas de vegetación representativas de diferentes comunidades vegetacionales. Afortunadamente, todos los países de América Latina han promovido programas de educación ambiental formal y no formal. Es necesario, sin embargo, evaluar periódicamente dichos esfuerzos con el fin de medir sus logros y el acercamiento a las metas propuestas.

En el proceso de mundialización, además de la economía, se deben mundializar las actuaciones que persiguen la conservación y el manejo sostenible de la vegetación de montaña y de otros pisos altitudinales.

Bibliografía

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