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Conclusión - Asociaciones forestales y política forestal

Al llegar al término del presente trabajo conviene preguntarse si las distintas formas de asociaciones forestales que se han estudiado pueden contribuir, y en qué forma, a la elaboración y puesta en práctica de políticas forestales racionales - si pueden utilizarse, y cómo, para inducir a los propietarios de los montes públicos y particulares a aplicar semejante política - y, en fin, si tiene interés para el Estado sostener y favorecer la creación de tales asociaciones.

De una manera general, se puede responder afirmativamente a todas estas preguntas. Sin embargo, preciso es especificar las respuestas añadiendo:

a) por una parte, que todas las formas de asociaciones no ofrecen el mismo grado de utilidad y que, según los fines que se propongan, pueden contribuir más o menos a aquellos que se propone la política forestal;

b) por otra, que una asociación no es forzosamente una panacea que pueda resolver todos los problemas que se le plantean a la política - forestal;

c) por último, que las asociaciones de formas muy diversas pueden alcanzar fines análogos para la mayor satisfacción de aquellos a quienes corresponde la puesta en práctica de la política forestal.

Utilidad relativa de los diversos tipos de asociaciones forestales

Ya hemos dicho, y lo repetimos aquí con toda energía, que probablemente es imposible aplicar una política forestal racional si no existe en el país de que se trate una o varias asociaciones que no sólo agrupen a los miembros eminentes y respetados de la nación, sino que sean también capaces de suscitar a través de ellos un gran movimiento de opinión en favor del monte o de la conservación de los recursos naturales en general.

Es indudable que puede ocurrir, a veces, que la idea de conservación venga a ser mal entendida por dichas asociaciones. Es éste un pequeño inconveniente que puede corregirse fácilmente.

No sólo debe ayudarse a que se desarrollen tales asociaciones y a que amplíen sus actividades, si ya existen, sino que conviene crearlas cuando no existan. Entre todos los tipos de asociaciones forestales, son éstas, sin duda alguna, las que en un plan general, prestan el mayor servicio: difundir en el país la idea de la utilidad de los montes y de la necesidad de ciertas reglas para preservar dicha utilidad y que se beneficie de ella el mayor número posible de ciudadanos.

Sin embargo, las asociaciones forestales más restringidas, de finalidades más limitadas, más orientadas a satisfacer los intereses materiales de sus miembros, pueden también ofrecer un gran interés, ya adopten o no lo que hemos llamado anteriormente la forma cooperativa.

En todo caso, tienen un interés común: ya se trate de imponer a los interesados una medida que se juzgue indispensable para alcanzar los fines que se propone la política forestal nacional en interés general, ya se trate de convencerlos de que han de adoptar métodos cuyo objeto, a mayor o menor plazo, no acierten a ver, ya sea el caso, en fin, de obtener su concurso para propagar nuevas técnicas o nuevas ideas de economía forestal, los responsables de la puesta en práctica de la política forestal no tendrán que entregarse ya a un trabajo perpetuo de propaganda o de educación individual. Si los dirigentes de las asociaciones gozan, como es normal, de la confianza de sus miembros, bastará discutir con ellos y obrar. Esta ventaja es más marcada todavía cuando se trata de asociaciones cooperativas y el Estado adepta una política de préstamos, de subvenciones o de ayuda técnica cualquiera. Las formalidades administrativas necesarias para aportar esta ayuda y, sobre todo, su distribución, que correrá en principio a cargo de la asociación, se verán así grandemente facilitadas. Los dirigentes de las asociaciones serán, pues, los portavoces de los representantes del Estado cerca de sus afiliados.

Pero serán al mismo tiempo portavoces de sus afiliados cerca de los representantes del Estado. La implantación de una sana política forestal depende fundamentalmente de la posibilidad que los responsables de ésta tengan de oír la voz de todos aquellos que, más o menos directamente, encuentran en el monte su medio de vida. Es indudable que el interés general debe ser superior a todos los demás, pero éste es la suma de los intereses particulares, y no podría protegerse y aprovecharse racionalmente el monte si no se lograse amparar convenientemente a los que lo poseen, lo cuidan, lo explotan y transforman sus productos.

Existe, pues, un interés conjunto en favorecer igualmente la constitución de tales asociaciones. Sin embargo, si se quieren obtener beneficios más específicos de la puesta en práctica de la política forestal, convendrá orientar convenientemente la actividad de estas asociaciones, ya que tal orientación no se producirá siempre de forma natural, bien sea porque los interesados carezcan de iniciativa, bien porque no tengan más que una visión superficial de su situación y de las posibilidades de desarrollo de sus montes. Citemos un ejemplo quizás puramente teórico, pero que podría producirse perfectamente: una asociación cooperativa de venta de maderas que se constituyese en una región donde los montes estuviesen mal provistos para la saca de sus productos, seria sin duda bien acogida por los propietarios forestales cuyos intereses protegiese ella manteniendo precios elevados. Se facilitaría semejante maniobra si los aserraderos y fábricas de madera de esa región dependiesen únicamente de estos montes para su aprovisionamiento. Es posible que tuviera éxito, por lo menos durante el tiempo suficiente para arruinar a la vez a los aserraderos incapaces de soportar la competencia de los explotadores mejor colocados y a los montes cuyos propietarios se apresurarían a aprovecharse de los precios elevados de la madera. En rigor, la única política sana hubiera sido perfeccionar el equipo del monte en caminos o en cables y, en su consecuencia, favorecer a las asociaciones cooperativas a las que les fijaría como fin principal, si no único, el establecimiento de vías de saca.

Será importante, sobre todo en el plano local, discernir correctamente las necesidades reales, lo mismo a corto que a largo plazo, de los propietarios y usuarios del monte para favorecer la formación de asociaciones que atiendan a- sus intereses al mismo tiempo que al interés general'

Es cierto que en una región en donde el problema forestal fundamental es el de la parcelación del monte particular y el desinterés de los propietarios por sus montes a causa de la escasez de las rentas que obtienen, una asociación cooperativa que se proponga esencialmente la defensa de los precios mediante la organización del comercio de la madera procedente de esos montes, puede tener un gran interés. Hasta puede ser indispensable desde el punto de vista social, si estos montes pertenecen a agricultores que obtienen de ellos - o podrían obtener - una parte notable de sus ingresos. Pero en otro lugar en donde el peligro principal que amenaza al bosque es el fuego, seria preciso dar preferencia a las cooperativas contra incendio, ya se trate de asociaciones mutuas de seguro, ya de asociaciones que tengan por objeto la implantación o mantenimiento de cortafuegos, o la compra de equipo para la lucha contra el fuego. En otros sitios serán las labores de avenamiento las que tengan prioridad, y en otros, más las de repoblación.

En un distinto orden de ideas, son los industriales madereros los que podrán tener derecho a la solicitud del Estado para ayudarles a constituir asociaciones destinadas a mejorar su producción. En los países con pequeños aserraderos, la solución de ciertos problemas, como el de la flotación o el del aprovechamiento de los desperdicios, no puede apenas concebirse sino en forma cooperativa.

Es singularmente interesante, desde el punto de vista social, la cooperativa obrera de explotación, a la que ya hemos aludido anteriormente. El ejemplo del Estado de Bombay, en la India, ha demostrado que gracias a ella fué posible transformar la vida de pobres tribus indígenas, relegadas a los montes durante siglos, con una población de 5.400.000, las cuales, hasta 1940 aproximadamente, eran vergonzosamente explotadas por los comerciantes que poseían contratos para la explotación de los montes del Estado.

Es evidentemente excepcional que el Estado desempeñe un papel tan amplio para favorecer la formación de una asociación. Esta intervención se halla aquí justificada, y el ejemplo demuestra, además, los muchos medios de que puede disponer un gobierno para ejercer su acción en la constitución de esas sociedades.

Junto a las muchas ventajas de las asociaciones, de forma cooperativa o de otra índole, que se aprestan a la defensa de los intereses materiales de sus miembros, no se puede negar que envuelven cierto riesgo al que ya hemos aludido anteriormente. Es éste el de que una asociación de este género llegue a ser muy poderosa, hasta el punto de imponer unilateralmente su criterio en política forestal, sin tener suficientemente en cuenta los intereses generales del país o los de los propietarios o usuarios del monte que no estén representados en la asociación.

Este inconveniente no puede evitarse más que favoreciendo por otro lado la asociación de los intereses rivales. No se trata más que de una simple medida de prudencia: una política forestal sana no puede ser, con frecuencia, más que un equilibrio entre los diversos intereses, y es indispensable que éstos puedan hacerse oír.

Sobre este particular, conviene no olvidar, sin embargo, por lo menos en los países en que la propiedad forestal particular se halla muy desarrollada, que los propietarios forestales disponen, en este juego de intereses, de una carta económica de gran valor. En efecto, pueden actuar sobre los precios en baja o. lo que es más frecuente, en alza, disminuyendo o aumentando el volumen de sus cortas. La suspensión de estas cortas, en particular, quizás no les acarree a ellos más que pequeños inconvenientes, que no pueden compararse en ningún caso con los daños que representa para un aserradero la falta de un abastecimiento conveniente de madera, el paro de sus máquinas y el despido de sus obreros. Si se produjese semejante suspensión como consecuencia de una acción concertada, que evidentemente pueden favorecer las asociaciones de propietarios, podrían derivarse de ello las más graves dificultades para la economía maderera de un país y quizás para su economía general.

Para prevenirse contra este peligro que-preciso es repetirlo-no podría eclipsar las grandes ventajas de las asociaciones forestales de todas clases, no puede contarse más que con el espíritu cívico de las asociaciones. Felizmente, como ya hemos dicho, las cooperativas y demás asociaciones de tipo moderno no se desarrollan más que con el progreso social y adquiriendo el individuo conciencia de sus responsabilidades frente a las colectividades en que vive.

LIMITACIONES DE LAS ASOCIACIONES

La asociación forestal, a pesar de todas sus ventajas, no es la panacea universal de todos los males que pueda padecer la economía forestal, y es indispensable darse cuenta de sus limitaciones para resolver ciertos problemas.

Quizás el más importante de todos estos problemas para la mayoría de los países europeos y para la América del Norte, sea la fragmentación de la propiedad particular, la existencia de lo que se denomina con una expresión que abarca, en efecto, muchas y muy distintas realidades, el «pequeño monte particular». Para poner remedio a esta fragmentación es para lo que se esperan especialmente los buenos oficios de la asociación, y en particular, de la asociación cooperativa.

En realidad, si la asociación cooperativa puede remediar ciertas consecuencias de la fragmentación de la propiedad forestal, es incapaz de suprimir las causas originarias y los inconvenientes esenciales.

Esta afirmación debe suavizarse un poco, pues, como hemos visto al principio de este trabajo, existe por lo menos una forma de asociación que suprime efectivamente la fragmentación; pero lo que después hemos dicho sobre este particular, la experiencia sobre todo de la ley japonesa, demuestra que aunque las disposiciones legales sean singularmente favorables a esta forma de asociación, al parecer, no debe tener más que una extensión muy limitada, salvo, naturalmente, la intervención coercitiva del Estado.

En cuanto a las otras formas de asociación, éstas pueden servir de ayuda. Si el» pequeño bosque» padece, como consecuencia de - que su propietario se haya desinteresado de él, ya que no puede dar salida a sus productos a un precio interesante y de forma segura, la cooperativa de venta le permitirá mejorar las condiciones de su mercado y encontrar salidas a las diferentes categorías de madera que pueda extraer de su monte. Y esta mejora financiera puede incitarle a aprender a tratar mejor su monte. Pero para que sea aplicable este remedio, es preciso además que este propietario disponga de madera para su venta en cantidad suficiente y de forma bastante regular. Hace falta, pues, que su «pequeño bosque» no sea en realidad tan pequeño como se dice.

Si el a pequeño bosque» padece los efectos de que su propietario no tiene una formación técnica suficiente que le permita dar a su monte un tratamiento que le proporcione el rendimiento máximo, la cooperativa de ayuda técnica puede ser un excelente remedio. Incluso puede hacer pasar un bosque de la categoría de «pequeño» a la de a grande», o por lo menos «mediano», ya que el «pequeño bosque» no es pequeño ni plantea problemas difíciles de resolver más que en razón de la escasa cantidad de madera que produzca o de su reducido valor. Pero forzosamente la acción de la cooperativa o de la asociación habrá de ser limitada.

Si el «pequeño bosque» sufre los efectos de que su propietario no disponga de capitales ni de mano de obra necesarios para mejorar las condiciones de aquél y equiparlo, la cooperativa de préstamo, de compra o de obras, puede también en este caso servir de ayuda y producir el mismo resultado que en el caso precedente. Pero tampoco aquí vendrá a remediar auténticamente la fragmentación del monte.

De manera general, tampoco servirá de remedio al hecho de que existen dos categorías de «pequeños bosques» Una de estas categorías domina en ciertos países, mientras que la otra prevalece en otros. La primera, comprende el «pequeño bosque» que pertenece al agricultor, que forma parte integrante de su finca y que no sólo le sirve para satisfacer sus necesidades de madera, sino que le permite también percibir rentas regulares por la venta de sus maderas o, por lo menos, disponer de una especie de caja de ahorros, con la que poder hacer frente a los gastos extraordinarios. Es relativamente fácil interesar a este agricultor en su monte. También es fácil lograr que se afilie a una cooperativa, ya que probablemente está habituado a esta forma de ayuda y la cooperativa que le auxilie a regentar bien su monte puede ser la misma que le ayude a administrar bien su explotación agrícola. Pero la segunda categoría la constituye el «pequeño bosque» cuyo propietario vive lejos de éste, apenas conoce sus limitaciones y posibilidades, y no se interesa en él más que quizás una vez en la vida para realizar la madera que contiene. ¿Cómo persuadir a este propietario de que forme parte de una cooperativa y cómo, además, si llega a ingresar en ella, podrá participar en su acción ?

Lo que acabamos de decir acerca de las limitaciones de la asociación forestal para la resolución del problema del fraccionamiento del monte particular también es cierto, desgraciadamente, en lo que respecta a otro gran número de problemas forestales: la asociación puede contribuir a resolverlos; pero no podría bastar por si sola. Este hecho obedece a una dable razón. La primera, es general a todos los pequeños propietarios que procuran agruparse en asociaciones para mejorar las condiciones de sus explotaciones: no disponen en general de los capitales que haría falta invertir para efectuar estas mejoras, y ano agrupándose, el esfuerzo que pudieran hacer sigue siendo insuficiente, si no existe la posibilidad de obtener préstamos a un tipo de interés razonable. La segunda razón es peculiar del monte. El resultado de las mejoras aportadas al monte no se traduce, generalmente, en un aumento de las rentas del propietario más que al cabo de un largo periodo de tiempo: no sólo no se siente, en estas condiciones, apenas inclinado a hacer inversiones, sino que ano cuando lo desee, difícilmente hallará, si no es en el Estado o en organismos semigubernamentales, condiciones de préstamo que le permitan obtener lo necesario para completar los capitales de que dispone.

En estas condiciones, no sólo son grandes los riesgos de que una cooperativa forestal no pueda constituirse, sino que, si así lo hiciera, no podrá funcionar muchas veces más que contando con una prolongada ayuda del Estado. Por lo tanto, la cooperativa sola no resuelve el problema; hace falta la acción del Estado por otra parte, bien facilitando directamente la constitución de la cooperativa haciendo que ésta se beneficie de préstamos o subvenciones, bien concediendo a los propietarios ventajas como la exención de impuestos, que le permitan abordar la formación de la cooperativa.

Indudablemente, existen excepciones en lo que acabamos de decir. Una cooperativa para la venta de maderas procedentes de los montes de sus socios, e incluso para su transformación en madera aserrada, exige quizás capitales bastante importantes, pero las inversiones hechas reportan un interés inmediato y la amortización puede ser rápida. Quizás por esta razón se han desarrollado rápidamente las cooperativas en Europa, al no tener necesidad, en general, de contar con el socorro del Estado. Ya se ha visto, sin embargo, que pueden tropezar con dificultades para organizarse.

Resultados análogos con métodos diferentes o con tipos diversos de asociaciones

El hecho de que las asociaciones no sean capaces, en general, por si solas, de resolver un problema forestal determinado o todos los problemas que plantee la política forestal aplicada a los montes particulares, no le resta ningún valor al interés que tienen. Es innegable que, en todos los casos, constituyen una ayuda muy apreciable.

No es menester, sin embargo, suponer que un problema es insoluble por el hecho de que no pueda constituirse una forma determinada de asociación para contribuir a su solución. Quizás otra forma de asociación pueda alcanzar el mismo resultado, o bien otros métodos, independientemente de las asociaciones propiamente forestales.

Así, por ejemplo, Suiza, donde el problema no es muy grave ciertamente, trata de resolver la cuestión del fraccionamiento del monte mediante la concentración parcelaria. Quizás este sistema pudiera carecer de interés en otros países, ya que, si se examinan los planes de concentración, se comprueba que, con bastante frecuencia, la operación logra agrupar 3 ó 4 parcelas aisladas de menos de 1 hectárea en un solo bosque que no pasa de 3 ó 4 hectáreas y que, por consiguiente, no podría ser considerado en otros países como un «monte grande». Pero preciso es añadir que la operación de concentración va acompañada de la creación de una red de caminos especialmente concebida para asegurar a todas las masas reconstituidas vías de saca correspondientes. En estas condiciones, podría aplicarse al monte una silvicultura intensiva y, en Suiza, o por lo menos en algunas regiones de este país, un bosque de 3 ó 4 hectáreas al que se le aplica la silvicultura intensiva es un bosque cuya renta no habría de dejar indiferente a su propietario. Por consiguiente, el problema del a pequeño bosque» se encuentra aquí resuelto, en parte por lo menos, con un método independiente de las asociaciones forestales.

La fórmula de la asociación cooperativa da, sin duda, excelentes resultados en los países del Norte de Europa para ayudar a los propietarios a adoptar buenos métodos silvícolas. Pero no hay por qué pensar que, en ausencia de las cooperativas, los propietarios forestales no puedan recibir una ayuda análoga para el fomento o la conservación de sus montes. Ya hemos visto, por ejemplo, que el movimiento cooperativo forestal tenía relativamente poca amplitud en los Estados Unidos, pero la cooperación entre el Gobierno Federal, los Estados y los propietarios particulares, duplicada por las campañas contra contra los fuegos apoyadas por potentes asociaciones, ha permitido, sin embargo, hacer grandes progresos en la lucha contra los incendios forestales. Si bien no existen allí las asociaciones mutuas de seguros contra incendios, las compañías privadas desarrollan por otra parte el seguro contra los daños debidos al fuego en los montes.

Asimismo, casi no se encuentra ninguna cooperativa forestal propiamente dicha, por ejemplo, en el Sudeste de los Estados Unidos, donde las condiciones le serían no obstante singularmente favorables, ya que, en la totalidad de esta región, más del 91 por ciento de la superficie arbolada pertenece a la propiedad particular y que, de 1.652.000 propietarios aproximadamente, 1.649.500 son pequeños propietarios, agricultores en su mayor parte, cuyo bosque no cobre, por término medio, más que una extensión de poco más de 30 hectáreas. Pero existen en esta región, sin hablar de las organizaciones nacionales cuya acción se extiende hasta ella naturalmente, no menos de seis poderosas asociaciones forestales regionales y 14 grandes asociaciones forestales del Estado. Las unas agrupan a los propietarios de montes, como la Forest Farmers Association Cooperative, las otras, a los industriales madereros, como la Southern Pine Association. Pero todas tienen por objeto facilitar una ayuda a los propietarios particulares. Además, la mayoría de las grandes compañías industriales que operan en estos Estados y propietarias de montes, en número de más de 170, emplean a forestales y ponen los servicios de éstos a la disposición de los pequeños propietarios vecinos, de los que más tarde o más temprano habrán de ser clientes. Si se añade a esto la presencia de los forestales de los Servicios federales, los agentes de los Servicios forestales de los Estados, cuyo cometido es fundamental mente prestar ayuda técnica a los propietarios que lo solicitan y, por último, la presencia de más de 200 forestales consultores u organismos privados de asistencia técnica forestal (estos últimos con cierto número de profesionales empleados), vemos que la región está bien preparada para lograr la conservación y el desarrollo de sus riquezas forestales ¹.

(1 Estas informaciones y las que van a continuación se han extraído del Forest Farmer Manual, de 1953 3a edición, notable publicación de la Forest Farmer's Association en la que el propietario forestal particular de esta región puede hallar toda la información que le interese.)

Sin duda, los resultados obtenidos no parecen corresponder a la abundacia de estas facilidades. Según el censo de 1945, la silvicultura practicada en los montes particulares de esta región sólo es buena o muy buena en el 8 por ciento de su superficie, mediana en el 28 por ciento, mientras que el sistema de cortas empleado es malo o destructivo en el 61 por ciento. Si se considera únicamente la pequeña propiedad forestal, las dos primeras cifras descienden al 4 y al 25 por ciento, mientras que la segunda se eleva al 71 por ciento.

Pero hay que observar, por una parte, que el desarrollo racional de estos montes sólo data de 1920, época en que comenzaron a instalarse en esta región las primeras grandes industrias forestales, y por otra parte, que las cifras citadas datan ya de 5 años y no es extraño que se registren importantes progresos en el próximo censo forestal. Por último, importa advertir que si bien algunos Estados imponen muy leves restricciones al aprovechamiento de los montes particulares, ninguno de ellos ha dictado una legislación forestal que pueda compararse, ni de lejos, con las estrictas leyes de que hemos dado noticia en los países del Norte de Europa y el Japón. En cuanto a las leyes federales se sabe que, en lo que respecta a los montes particulares, su principal objeto es organizar la cooperación entre la Federación, los Estados y los propietarios para ayudar a estos últimos a proteger sus montes contra el fuego o mejorar su ordenación.

Así, pues, para estimular buenos métodos silvícolas en los montes particulares, se cuenta aquí exclusivamente con la ayuda facilitada por la Federación y los Estados, incluidas especialmente las ventajas relativas a los impuestos que gravan a los montes, la creación de instituciones que dependen de la iniciativa particular y son onerosas para el propietario, pero de las que puede fácilmente disponer, como son los consultores forestales, el crédito o el seguro forestal y, por último, la acción de los industriales y de las grandes y pequeñas asociaciones forestales, tanto nacionales como regionales o locales. Conviene subrayar que si bien a voces figura en el titulo de estas asociaciones la palabra «cooperativa», no tienen nada de común con las asociaciones cooperativas, tal como se han definido en el presente estudio. Es indudable, que si en esta región se desarrollasen verdaderas asociaciones cooperativas, los progresos serían quizás mayores o más rápidos, pero nada permite afirmarlo y lo único que puede decirse es que la presente organización parece más de acuerdo con el carácter y con la economía de los propietarios forestales particulares de la región en cuestión.

Conclusión

No obstante, el papel de las asociaciones, en todo el ámbito que acaba de ser analizado, es importante, y se duda que, sin ellas, puedan obtenerse auténticos progresos en las condiciones en que se hallan colocados los propietarios forestales.

Puede, pues, llegarse a la conclusión de que, si bien ciertas formas de asociaciones forestales son indispensables para la puesta en práctica de una política forestal racional, las otras, sin resolver por completo la mayoría de los problemas que plantea ésta, constituyen, sin embargo, una ayuda considerable. No sólo los responsables de la política forestal no podrían prescindir de esta ayuda, sino que deben estimular la formación de asociaciones, encauzándolas en lo posible hacia tareas útiles y bien adaptadas a las condiciones locales. A veces, hasta pueden confiarles misiones más o menos amplias en la realización de la política forestal.

La asociación forestal, en sus formas más diversas, es una característica de los países que han logrado imponerse políticas forestales racionales. Preciso es desear que se desarrolle en aquellos que todavía DO han alcanzado semejante resultado, pues que les ayudará a ello eficazmente.

UN OBJETIVO INDUSTRIAL QUE SE CONVIERTE EN REALIDAD

BAJO este título aparece en el número del 16 de diciembre de 1966 del periódico de 24 páginas The New Zealand Herald un artículo, a dos páginas corridas, para celebrar la primera vez que tal publicación se imprime totalmente en papel fabricado en Nueva Zelandia.

«Con esto, se convierte en realidad un sueño acariciado durante treinta años: la creación de una gran industria del papel de periódico basada en los recursos de coníferas del bosque de 260.000 acres plantado en las llanuras de Kaingoroa durante el tercer, y parte del cuarto, decenio del presente siglo.

«Muy pocos, de entre quienes conocieron las primeras plantaciones de pino insigne en las tierras volcánicas de las llanuras de Kaingoroa, podrían haber previsto la definitiva aplicación de todas aquellas millas de pinar: servir de materia prima para una de las más importantes fábricas de aprovechamiento de productos forestales de la Commonwealth.

«Hubiera resultado difícil imaginar entonces que llegaría un momento en que se gastarían 28 millones de libras esterlinas en explotar estas riquezas forestales, necesitándose para ello la construcción de grandes y modernos aserraderos, carreteras, ferrocarriles y un puerto marítimo para naves de gran calado, la considerable mecanización de las operaciones de corta y extracción y la creación de dos nuevas ciudades destinadas a albergar a varios millares de personas».

EL BOSQUE Nacional de Kaingoroa, del que extraen sus materias primas los aserraderos y fábricas de pasta y de papel de periódico, es el mayor bosque artificial del mundo. Constituye una dilatada faja de pinos de 24 Km. (15 millas) de anchura y 80 Km. (50 millas) de longitud, extendida sobre unas 105.222 Ha. (260.000 acres) de terreno volcánico que hace treinta años no eran sino un paraje selvático y yermo, cubierto de helechos y matas herbáceas.

A principios de siglo se descubrió que en los entonces menospreciados suelos volcánicos de Nueva Zelandia se podía cultivar una especie de pino con mayor rapidez que cualquier otra conífera del mundo, descubrimiento que hizo ver a los forestales las grandes perspectivas de crear un pinar de magnitud suficiente para convertirse en fuente de aprovisionamiento para la industria de la construcción, para la de la pasta y el papel, o para ambas.

Los hechos eran fantásticos. En 1897 se plantaron cuatro parcelas experimentales próximas a Rotorua con Pinus radiata (más conocido en aquellos días como pino insignis, y en los Estados Unidos como pino de Monterrey). De 1902 a 1920 se plantaron 121 Ha. (300 acres) cada año por los presidiarios condenados a trabajos forzados, labor que en 1917 se reforzó con la llevada a cabo por los soldados licenciados que regresaban de la primera guerra mundial.

Los ARBOLAS crecieron con increíble rapidez, llegando a su madurez a los 26 años, mientras que en Canadá, la picea negra (Picea mariana), principal especie utilizada para la fabricación de papel de periódico, precisa de 80 a 100 años para madurar.

Este descubrimiento, junto con la evidente necesidad de preservar a toda costa los recursos de maderas indígenas, en continua desaparición, impulsó al Gobierno a crear, en 1920, el Servicio Forestal de Nueva Zelandia. A partir de ese momento, Nueva Zelandia se obligaba a seguir una política de explotación forestal científica, centralizada en las inmensas llanuras de Kaingoroa.

Los ensayos definitivos sobre fabricación de papel de periódico con P. radiata neozelandés se efectuaron en 1947 en la papelera de Southland (Texas), y en la fábrica australiana de papel de periódico de Boyer (Tasmania).

El papel fabricado con las muestras de pasta neozelandesa fué usado por varias empresas periodísticas de Australia y Nueva Zelandia, con resultado favorable. Todos los técnicos opinaron que el experimento tenía grandes posibilidades económicas.

» Hoy, los treinta años de brillante actuación se ven coronados por la creación de una nueva industria nacional. Este triunfo se debe, de una parte, a la gran cantidad de pacientes investigaciones desarrolladas, pero por encima de todo, a lo que el actual Ministro de Montes ha llamado a la imperturbable e inquebrantable fe del Servicio Forestal de Nueva Zelandia en su posibilidad económica de realización»

Utilización pacífica de la energía

ACTAS DE LA CONFERENCIA INTERNACIONAL DE GINEBRA - AGOSTO DE 1955

Las Naciones Unidas publicarán las actas completas de la Conferencia de Ginebra. La edición en inglés estará lista a principios de 1956; las ediciones en español y en otros idiomas, en el curso del mismo año.

Los títulos provisionales y precios de los 16 tomos aparecen a continuación:

I: Necesidades mundiales de energía - Papel de la energía nuclear. - 8 $, 57 eh., 34 fr. suizos.

II: Física» Reactores para investigación. 8 $, 57 ch., 34 fr. suizos.

III: Reactores de potencia. 7,50 S, 54 ch., 32 fr. suizos.

IV: Secciones eficaces importantes en el diseño de en agricultura, fisiología y bioquímica. 9 $, 63 ch., reactores. 7,50 $, 54 ch., 32 fr. suizos.

V: Física aplicada al diseño de reactores. 9 5, 63 ch.., 39 fr. suizos.

VI: Geología del uranio y del torio. 9 $. 63 ch., 39 fr. suizos.

VII: Química nuclear - Efectos de la radiación. 10 $, 70 eh. 43 fr. Suizos.

VIII: Tecnología de materiales para usos nucleares. 10 $, 70 eh., 43 fr. suizos.

IX: Tecnología de reactores y proceso químico. 10 $, 70 ch., 43 fr. suizas.

X: Isótopos radioactivos - Radiaciones nucleares en medicina. 8 $, 57 ch., 34 fr. suizos.

XI: Efectos biológicos de la radiación. 8 $, 57 ch., 34 fr. suizos.

XII: Isótopos radioactivos y radiaciones ionizantes en agricultura, fisiología y bioquímica. 9 $, 63 ch., 39 fr. suizos.

XIII: Aspectos generales del uso de seguridad en el uso difundido de la energía nuclear. 7 $, 50 ch., 30 fr. suizos.

XV: Aplicaciones de isótopos radioactivos y de productos de fisión en la industria y la investigación. 7, 50 $, 54 ch., 32 fr. suizos.

XIV: Memoria de la Conferencia. 5 $, 36 ch., 21 fr. suizos.

Las órdenes de pedido pueden enviarse a los agentes de ventas de publicaciones de las Naciones Unidas o a la Sección de ventas y circulación. Naciones Unidas, Nueva York.»


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