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Influencia de los precios de entrega para los productos del monte sobre los tratamientos silvícolas, dentro de una economía forestal en vías de desarrollo

ALEX. R. ENTRICAN
Director de Montes, Servicio Forestal, Nueva Zelandia

NUEVA ZELANDIA ofrece un ejemplo clásico de una economía forestal en vías de desarrollo. Y es otro ejemplo, igualmente clásico, de la influencia de los precios sobre los tratamientos silvícolas. Si bien la dilapidación de los recursos de sus selvas vírgenes fue un fenómeno típico de la colonización, los remedios intentados al plantar en gran escala especies exóticas de crecimiento rápido se salen por completo de lo normal. Las plantaciones de cada especie no se distribuían más o menos uniformemente en turnos previstos, sino que todas ellas estaban concentradas en breves períodos, que representaban del 5 al 20 por ciento de aquellos turnos. Apenas se habían establecido cuando estalló la segunda guerra mundial, creando tal escasez de mano de obra, que precisamente cuando los tratamientos silvícolas se hacían más necesarios, no se pudo hacer nada. Esta situación se prolongó hasta bien entrada la posguerra.

Al estallar el conflicto, los precios de la madera fueron intervenidos oficialmente, y desde entonces siguen estándolo. En suma, hace veinticuatro años que existe una cierta forma de intervención de precios. Comprendiéndose claramente en 1952 que tan prolongada intervención frustraba los fines de la política forestal del país, el asunto fue objeto de debate parlamentario, por lo cual se procedió a una pertinente revisión del Informe Anual del Director General de Montes. Como el gobierno y la oposición coincidían en que era de suma importancia proveer de madera barata a la industria de la construcción, entrambos partes hicieron suya la subordinación de la política forestal a la intervención de precios, lo que continúa siendo una cuestión bipartita. No obstante la peculiaridad de semejante situación la acción recíproca entre los factores económicos y los políticos permite extraer valiosas enseñanzas, ya que ambos afectan a la ordenación silvícola de los recursos forestales de cualquier país, sean exóticos o autóctonos.

El autor de la presente comunicación preparó un documento sobre la influencia de los mercados en la silvicultura (The influence of Markets on Silviculture) para la VII Conferencia Forestal de la Commonwealth. Se estudiaban en él los efectos de la gran depresión económica de la segunda guerra mundial y de la economía posbélica sobre la ordenación de los recursos forestales neozelandeses de origen exótico. La finalidad era la de demostrar que las condiciones propias de aquellos períodos resultaron ventajosas para toda la política forestal de la nación, tanto por la fiscalización administrativa de los recursos autóctonos como por la centralización de las industrias, y que era posible, por consiguiente, atenuar las perniciosas consecuencias de concentrar el establecimiento de especies exóticas en un intervalo muy corto. Ostensiblemente escrito para explicar lo que había ocurrido, el documento trataba de demostrar la concentración de las plantaciones y la subsiguiente falta de tratamientos silvícolas a la luz más favorable posible. Este documento se propone explicar cuáles son los problemas técnicos y administrativos a que da lugar la creación de masas de especies exóticas en gran escala y en muy pocos años, sin que vaya acampanada de los tratamientos y cuidados pertinentes. Tiende, por tanto, a presentar la cuestión de las masas de especies exóticas en Nueva Zelandia bajo la luz menos favorable.

Comunicación presentada al Quinto Congreso Forestal Mundial.

Disparidad entre la economía forestal en evolución y la plenamente desarrollada

El que el Comité organizador acordara considerar separadamente la economía forestal en evolución y la plenamente desarrollada fue una decisión acertada y de profunda importancia para la profesión. La mayoría de las obras de consulta y libros de texto del mundo entero se basan en el concepto de una economía forestal estable. Gran parte de la teoría y de la práctica gira en torno al mismo concepto, aun cuando las condiciones sean inestables y se trate, en rigor, de una economía forestal en vías de desarrollo.

A los fines del presente documento, por economía forestal en vías de desarrollo se entiende la que corresponde a un país en trance de crear un capital vuelo, y que se diferencia de la plenamente desarrollada en que la nación posee ya el capital vuelo suficiente para sus necesidades previsibles, y bajo una ordenación con rendimientos sostenidos para mantener una industria de productos forestales muy diversificada.

Desarrollo de los montes de especies exóticas en Nueva Zelandia

La historia forestal de Nueva Zelandia es, probablemente, un fenómeno típico de la colonización del país en el siglo XIX. Gran parte de él, lo mismo en las tierras bajas que en las zonas altas, se hallaba bajo una densa cubierta forestal que incluía vastas masas de pies comerciables, pero tan lejos de los mercados mundiales que, en vez de un activo, suponían un pasivo para los colonizadores afanosos de tierras para la explotación agrícola y pastoral. Haciendo un cálculo moderado, no más del 10 por ciento de los pies comerciables que crecían en las tierras desboscadas con fines agrícolas se convertía en madera aserrada para uso local o para su exportación a Australia, único mercado prácticamente accesible. La explotación se fue extendiendo con el tiempo desde las fértiles tierras bajas hasta la región interior, menos atrayente, y a tal ritmo, que un siglo después del primer asentamiento de colonos resultaba evidente que el país no podría conseguir la autarquía maderera sino con un capital forestal suplementario constituido por especies exóticas de crecimiento rápido.

En 1925 el gobierno aprobaba y ponía en práctica una recomendación de su primer Director General de Montes, el Sr. L. McIntosh Ellis, para que en un plazo de diez años se crearan montes, en 120.000 hectáreas de superficie, con especies exóticas de crecimiento rápido. Se perseguía con ello coadyuvar a satisfacer las futuras necesidades de madera, previstas en 650 millones de pies tablares para 1965, cuando con los recursos forestales autóctonos no podrá atenderse a semejante demanda más que por breve tiempo.

La concentración o limitación de las plantaciones a un plazo de diez años, incluso tratándose de especies de turnos tan cortos como lo es Pinus radiata, era fruto de precedentes experiencias en materia de política forestal nacional. Aunque patrocinada ya en 1870, la plantación de árboles exóticos por el Estado no se inició hasta los comienzos del presente siglo. Pero pese a una gran agitación popular, el nombramiento de una Real (Comisión y reiterados apremios departamentales, en 1925 sólo se habían plantado 16.000 hectáreas. Por fortuna, el primer Director General de Montes no sólo se creyó en el deber de advertir al país de la gravedad de la situación, sino que persuadió al gobierno a superar el atraso acumulado en los años de abandono y a poner remedio a la situación.

El Sr. Ellis, destacada personalidad con el prestigio de su experiencia en el extranjero, creó un movimiento de opinión pública que ha superado los diez años previstos manteniendo en un alto nivel a la silvicultura nacional. El resultado fue que no sólo su programa primitivo quedó cumplido antes de lo calculado, sino que se preparó también otro magno programa de plantaciones particulares de especies exóticas, de crecimiento rápido, en otras 120.000 hectáreas. Tanto este programa como el del Estado sólo preveían, en un principio, la plantación de Pinus radiata, pero únicamente en el sector privado se contaba con estaciones adecuadas para el logro virtual de aquel objetivo. Así se hicieron plantaciones estatales en una vasta extensión con P. radiata, pero en terrenos que hubo que replantar posteriormente con especies más adecuadas.

Al producirse la profunda crisis económica, al comienzo del decenio 1920-1930, el programa estatal fue acelerado y concluido antes de lo previsto, y en el momento preciso en. que las obras públicas de todo orden eran esenciales para aliviar el paro. Sin embargo, una visita del autor de estas líneas al extranjero por aquel entonces confirmaba la creciente convinción de que, dada la vulnerabilidad de la especie a toda una serie de plagas de insectos y hongos, se estaba abusando de la plantación de P. radiata. Por tanto, se decidió que, como por causa del paro se disponía de mano de obra barata, se debería poner remedio al riesgo consiguiente con una extensa plantación de la mayor diversidad posible de otras coníferas exóticas de crecimiento rápido, para lo cual los únicos factores limitativos eran, naturalmente, la escasez de estaciones favorables y de semillas. Se siguió plantando Pinus radiata, aunque solamente en estaciones apropiadas. El objetivo era obtener con la mayor rapidez posible un excedente anual de 1.400.000 metros cúbicos de materia prima forestal para su exportación una vez transformada en madera, pasta o papel, según como evolucionara el mercado australiano y oriental de estos productos en el intervalo entre la plantación y la madurez.

Considerado el hecho retrospectivamente, podría parecer que hubiera sido mucho más útil emplear la mano de obra barata disponible durante la gran depresión económica en los cuidados de algunas de las masas plantadas ya, en lugar de dedicarla a nuevas plantaciones. El caso es que no sólo el personal de inspección resultaba insuficiente, hasta el extremo de impedir que se lograra una buena densidad de masa o la reposición de marras en muchas zonas, sino que los conocimientos y la experiencia del departamento en materia de silvicultura eran tan limitados, que el abandonar las operaciones de plantación por los cuidados de las masas existentes pudiera muy bien haber redundado en escasa utilidad con graves perjuicios. En realidad, se cometieron algunos errores de esta índole.

Al estallar la segunda guerra mundial, el Director General de Montes pasó al cargo de interventor de la producción de madera, con la misión de tener siempre mano de obra disponible, no sólo para las operaciones de establecimiento y cuidado de las masas, sino también para las de explotación y aserrío. En las fases precedentes a la entrada de los Estados Unidos en el conflicto, los trabajos de establecimiento y cuidado de las masas cesaron virtualmente, reduciéndose también la producción maderera. Durante el resto de la contienda, la mano de obra apenas bastaba para atender a los servicios de protección forestal, pero al asumir los Estados Unidos la responsabilidad en el teatro de operaciones del Pacífico sudoccidental, la producción maderera tuvo que ser considerablemente aumentarla, por lo que las operaciones de explotación y conversión gozaron de gran prioridad en mano de obra.

Ello ofrecía a la administración forestal y maderera la inesperada oportunidad de acelerar el desarrollo de la política forestal del país, la cual se orientaba hacia la sustitución rápida de las existencias de maderas autóctonas por exóticas, con el consiguiente racionamiento y conservación de los menguantes recursos forestales indígenas. La imperiosa necesidad de disponer siempre de mano de obra para la producción de madera hacía lógica y factible la integración de una política nacional de producción maderera de guerra con la política forestal del país. A medida que los aserraderos agotaban sus existencias tributarias de madera en pie, dejaban de producir, trasladándose el personal a otras serrerías que trabajaban con especies indígenas o, preferiblemente, a las nuevas o antiguas que se dedicaban a las exóticas. La premisa era que concentrando la producción más cerca de los centros de trabajo o consumidores se economizaba mano de obra, además de suministros esenciales y transportes. Como resultado de ello, durante la segunda guerra mundial hubo una impresionante expansión en la producción de madera aserrada de especies exóticas, casi ininterrumpida desde entonces. Esta expansión hubiera sido aún más espectacular si el Estado hubiese poseído mayor proporción de madera indígena en pie.

Desde 1952 se ha podido continuar la política de guerra consistente en mantener los nuevos recursos forestales del Estado a salvo de los aserraderos que obtenían su madera de las antiguas zonas de corta estatales, pero no ha habido manera de persuadir a los propietarios de recursos autóctonos maorís para que hicieran lo mismo. Por eso, la producción de maderas de especies indígenas propiedad de los maorís se ha cuadruplicado después de la guerra. Es significativo, sin embargo, el que otros propietarios particulares de montes de especies autóctonas se hayan abstenido, en la mayoría de los casos, de incrementar la producción, a fin de racionar sus recursos durante el mayor tiempo posible y con la esperanza de que, así, el gobierno se inclinaría a su favor en sus futuras solicitudes de montes del Estado de especies autóctonas.

DIAGRAMA 1 - Nueva Zelandia: Producción de madera aserrada de calidad ordinaria (especies indígenas y exóticas)

Todo eso ha sido posible únicamente en virtud de la universal escasez de madera durante el último conflicto mundial y los primeros años de posguerra. Con tan limitadas disponibilidades de maderas indígenas e importadas, el consumidor se veía obligado a utilizar las exóticas o a pasarse sin ellas. En esencia hubo un mercado de venta por espacio de diecisiete años, durante los cuales la producción anual de maderas exóticas pasó de 30 millones de pies tablares a casi 300. La producción de maderas indígenas se mantuvo prácticamente fija en los 300 millones de pies tablares durante todo aquel período. Es muy dudoso el que, sin las peculiares condiciones del segundo conflicto mundial y de la inmediata posguerra, la producción anual de maderas exóticas hubiera llegado ni siquiera a la mitad de su nivel actual.

Dadas las circunstancias de aquella aguda escasez, y de los aprovechamientos forzosos, la madera aserrada de especies exóticas estaba mal trabajada, mal clasificada y deficientemente desecada. Como era bastante natural, no sólo los consumidores, sino también los arquitectos e ingenieros, los organismos oficiales de especificación de maderas y los de préstamos sobre madera se resistían a admitir aquellos productos en sustitución de las maderas indígenas, mejor elaboradas y más valiosas. Al abrirse en 1956 un mercado de compras en los mercados nacionales y de exportación fue cuando los productores de maderas exóticas se vieron compelidos a mejorar la producción y comercialización. Y una vez conseguido esto, las especificaciones de mayores longitudes o largos para las maderas exóticas, junto con su facilidad de tratamiento antiséptico y de labra, les permitió imponerse en mercados dominados hasta entonces por las maderas indígenas. Consiguieron introducirse, principalmente, en el sector de la madera para armadura, en la Isla del Norte, mientras que en el de la madera cortada a dimensión, la calidad « factory » domina un vasto mercado, tanto en Nueva Zelandia misma como en Australia. Por haber mejorado sus servicios de producción y comercialización, el productor de maderas exóticas se encuentra hoy en condiciones muchísimo más sólidas para competir con los productos autóctonos.

El Diagrama 1 muestra claramente la tendencia seguida por la producción de maderas indígenas y exóticas en 192357, dando mayor fuerza a nuestra teoría de que Nueva Zelandia es un ejemplo clásico de una economía forestal en vías de desarrollo.

Consecuencia de los ataques de insectos y hongos

Las especies exóticas de Nueva Zelandia no han estado nunca libres de insectos ni hongos, aunque todas estas plagas son de carácter secundario. Es probable que su aislamiento geográfico sea lo único que ha librado al país de importantes ataques epidémicos.

En los suelos pumíticos de la Isla del Norte, muchas masas de pino, y principalmente las de P. radiata, se caracterizan por una gran proporción de portes defectuosos en todos los medios estacionales, estando la deformación de cada individuo en razón inversa con la densidad de masa. En los suelos escasamente arcillosos del Norte, y en los de grava poco profundos, como los del Sur, la proporción de portes defectuosos es menor que en las margas agrícolas de alta calidad o en los puramente arenosos. Por lo general, es cierto que las estaciones más pobres dan árboles mejor conformados, algo menos ramosos, aunque más pequeños, y con una « mortalidad natural » considerablemente inferior a la que se registra en los suelos más ricos.

Muchas comarcas de Nueva Zelandia sufren ocasionalmente los efectos de tardías heladas de primavera que en los rodales jóvenes de P. radiata provocan fendas localizadas en las guías, lo que abre camino a las infecciones por Diplodia o Phomopsis con la muerte de aquellas y el subsiguiente desarrollo de dobles guías. En el primitivo programa decenal de plantaciones, el espaciamiento más corriente era de 2,50 por 2,50 metros, lo que representa una densidad nominal de 1.680 plantas por hectárea, en absoluto insuficiente para arraigar en un medio donde los rodales jóvenes registraban una importante mortalidad por efecto de las sequías o las heladas, con el consiguiente ataque por hongos. Y, por la premura con que se desarrollaba el programa, apenas era posible reponer las marras ocasionadas por la mortalidad después de la plantación. Aunque en algunas zonas se adoptaron mareos de plantación de 1,85 por 1,85 metros (3.000 plantas por hectárea), era frecuente no conseguir un producto principal satisfactorio por la buena forma de los árboles.

Asimismo, en cielos aproximadamente decenales se suceden estaciones húmedas y secas que duran años, y una serie de años de sequía contribuye a que las poblaciones de Sirex alcancen proporciones epidémicas. Por fortuna, sin embargo, los dañosos ataques de este sírice se han limitado hasta ahora a los árboles cuya circulación de savia se ha debilitado a causa de una prolongada falta de humedad. Es importante considerar que muchos árboles de forma defectuosa mueren, y los daños ocasionados a las masas culturalmente descuidadas son a menudo impresionantes. Pero suelen resultar más graves en las masas de P. radiata, más densas (1,85 × 1,85) que en las de 2,50 por 2,50, siendo algunas de las primeras diezmadas hasta el punto de que en las masas adultas solamente quedan 30 árboles verdes por cada 75 hectáreas. Algunos de ellos resisten muy bien los ataques, alcanzando en los dos años sucesivos un extraordinario crecimiento diametral anual (5 centímetros).

En esencia, los ataques epidémicos de Sirex han matado, prácticamente, a todos los árboles que debieron haberse extraído antes en las claras, operación ésta que la guerra impedía. El área basimétrica máxima de los Pinus radiata que los suelos de pómez parecen capaces de sostener en la Isla del Norte sin ser atacados por Sirex es de unos 20 metros cuadrados, dando al cabo de treinta años, en estaciones de segunda calidad, 200 metros cúbicos de existencias en formación, hasta con 15 centímetros de diámetro máximo y un incremento anual de 20 metros cúbicos por hectárea.

En vista de estas experiencias, no es en absoluto sorprendente que los subtramos sembrados en hileras y los rodales regenerados por fuego, con densidades de 25.000 y 1.250.000 por hectárea, respectivamente, estén dando, sin cuidados culturales e incluso en suelos pobres, árboles mayores, ligeramente ladeados y con mejor forma que otros rodales igualmente descuidados. Para conseguir idénticos resultados se desarrollan normalmente muchas investigaciones genéticas a fin de reducir los elevados costos de aclareo y poda en los marcos de 1,85 por 1,85, y 2,50 por 2,50.

Intervención de los precios de la madera en Nueva Zelandia

Como consecuencia de la gran depresión, al comenzar los años treinta, el mercado maderero se precipitó, y la corta anual bajó de 300 millones a 150 millones de pies tablares, vendiéndose casi todo a bastante menos del costo de producción. Los precios se mantuvieron a aquellos niveles aun después del triunfo del primer gobierno laborista, que, al subir al poder a finales de 1935, restableció los mismos salarios de 1931. Para que estos salarios no perdieran poder adquisitivo, el gobierno pactó con la industria maderera que las subidas de precios se limitarían estrictamente a los casos justificados de aumento en los costos por el restablecimiento de los antiguos salarios y el encarecimiento de los materiales y elementos de importación. La idea era la de que una mayor demanda de madera, como resultado de las actividades en gran escala para la construcción de viviendas por el Estado, haría que la baja en los precios fuera remunerativa para la industria.

Aquel acuerdo tácito sobre los precios se mantuvo hasta que estalló la segunda guerra mundial, siendo entonces sustituido por la intervención oficial en virtud de una adecuada legislación circunstancial. Esta intervención de precios sigue todavía en vigor. Con raras excepciones, los primitivos fundamentos de tal intervención continúan observándose, circunscribiéndose las subidas de precios a cubrir los gastos ajenos a la voluntad de la industria, es decir, los ocasionados por el aumento en los salarios y en los costos de suministros, instalaciones y material. Tal como fue primeramente estipulado por el acuerdo tácito de 1936, los precios básicos de las maderas exóticas e indígenas no guardaban ninguna relación entre sí. Eran reflejo, simplemente, de aquella fortuita baja en los precios para las dos clases de maderas que se utilizaban entonces extensamente para diferentes fines, y que, sólo con unos 35 millones de pies tablares, no podían ya competir mucho, frente a más de 260 millones de pies tablares de maderas indígenas.

En aquella época las maderas exóticas se utilizaban mayormente para la fabricación de cajerío y huacales de las clases más ordinarias. Lo único para lo cual las empleaba la industria de la construcción era para los encofrados del hormigón. Entonces, como hoy en día, la madera exótica era nudosa, en comparación con las calidades de maderas indígenas, limpias y de pocos defectos. Por consiguiente, estas últimas eran las que predominaban, no sólo en el ramo de la construcción y en el sector de la madera cortada a dimensión, sino, virtualmente, en casi todas las demás aplicaciones, inclusive en la fabricación de cajerío y huacales de mejor clase. Ello no obstante, había tal exceso de disponibilidades de madera autóctona, que, bajo la influencia de la gran depresión económica, sus precios resultaban muchísimo más bajos, relativamente, que los de las exóticas. La intervención de precios comenzó, por tanto, con precios demasiado bajos para las maderas indígenas, en vez de con precios demasiado altos para las exóticas. Ninguno era remunerativo, y ni siquiera cubría los gastos de producción.

Como es de rigor en toda intervención de precios que no permite cubrir gastos y las existencias se acumulan en exceso, no sólo ha resultado cada vez más ineficaz, sino que ha habido que apartarse gradualmente de la relación básica primitiva entre los precios de las maderas indígenas y los de las exóticas. Hasta hace muy poco, la anomalía fundamental resultante de esta relación ha sido que los productores de maderas exóticas se han visto obligados a vender gran parte de su producción -tratándose en los mejores casos solamente de madera de mediana calidad-a precios casi tan elevados como los de las calidades autóctonas mucho mejores. Naturalmente, el consumidor ha preferido comprar el producto autóctono, y así lo ha hecho mientras ha habido disponibilidades.

Las pocas excepciones a la norma general de limitar la subida de precios a los aumentos justificados en los gastos han obedecido al hecho de que, durante el plazo transcurrido entre el encarecimiento de los costos y la aprobación del alza de precios, la industria se debatía en condiciones antieconómicas. El efecto acumulativo de una sucesión de tales intervalos ha llevado a las autoridades interventoras de precios a aprobar periódicamente alzas especiales para que la industria pudiera obtener mejores beneficios generales.

A la situación general se sumaba la evasión de la intervención de precios durante la posguerra, porque se creía que tal intervención estaba legalmente limitada a las maderas aserradas. Pero en cuanto se advirtió que la intervención no se aplicaba a ninguna de las materias primas básicas, ya se tratara de madera en pie o en trozas, ni al costo de aserrío, ni a los productos finales tales como ensambladuras, casas de madera, etc., en la estructuración de la industria maderera se produjo un cambio revolucionario. No ya los comerciantes, sino también los contratistas y constructores de viviendas empezaron a sortear la intervención de los precios de la madera aserrada. Había casos en que compraban madera en pie y troncos, que después troceaban o aserraban para obtener el producto acabado a un costo muy superior al de los precios aprobados, pero de lo cual se resarcían facturando las maderas destinadas a ensambladuras y viviendas a cifras lo bastante elevadas para conseguir un hermoso beneficio. En otros casos, comerciantes y contratistas compraban directamente aserraderos, con el mismo resultado definitivo.

Ante la acción administrativa del Servicio Forestal para reducir la producción de los montes del Estado, el efecto inmediato de aquel cambio en la estructura industrial fue lanzar automáticamente cuantiosas ventas de recursos de propiedad maorí como madera en pie y en trozas, a precios que representaban algo así como del doble al triple de su valor económico, en relación con los precios intervenidos de las maderas aserradas. Poco a poco, importantes existencias de la madera aserrada que se producía de esa forma irregular constituían excedentes sobre las necesidades de su poseedor y usuario, y eran colocadas en el mercado libre a precios superiores a los autorizados. Dispuestos estos productores a defender su derecho al desquite, vendiendo a precios lo suficientemente elevados como para resarcirse de los costos justificados de producción que las operaciones de extracción y aserrío suponían, se autorizó a la industria una nueva alza para haber frente a la situación, en razón de las circunstancias económicas.

Tanto en el caso de las alzas de precio normales como en el de las subidas de orden económico, los aumentos autorizados eran, invariablemente, mayores para las maderas autóctonas que para las exóticas. Era, por consiguiente, sólo cuestión de tiempo el que se tratara de corregir inexorablemente con varios medios aquel desdén por las leyes económicas que todo el sistema de intervención parcial de precios lleva implícitas. Con la disparidad de precios siempre creciente entre las maderas indígenas y las exóticas, la capacidad competidora de estas últimas cobraba fuerza. Asimismo, a medida que la producción y los costos de las maderas procedentes de las masas indígenas aumentaban y se extendían desde los mercados de venta hasta los de compra, no solamente era mucho más difícil vender madera indígena de todas las procedencias, sino que los precios de la madera en pie y en trozas de los recursos maorís tendían a bajar notablemente. Por lo corriente, los precios de la madera en pie y en trozas procedente de los montes del Estado han alcanzado los nuevos niveles económicos determinados por las subidas autorizadas.

La causa fundamental de todos estos hechos fue la entrada en juego de la antigua ley de la oferta y la demanda. Con un excedente en las disponibilidades totales-es decir, las de maderas indígenas sumadas a las de maderas exóticas-los productores de estas últimas se veían obligados a servir al público consumidor bastante bien, para poder vencer ciertas preferencias por los productos autóctonos. La situación se presenta hoy de suerte que, incluso con un mercado interior floreciente, aunque todavía más favorable para el comprador, tanto el productor de maderas indígenas como el de maderas exóticas están tropezando con las mismas dificultades para deshacerse de las calidades inferiores. Si bien para las calidades alternativas de madera autóctona y exótica rige cierta relación de valor, los precios autorizados continúan, no obstante, dificultando la unificación ideal de entrambos clases. Análogamente, en el empleo de maderas exóticas quedan restos de restricción, basados en prejuicios y por inercia administrativa.

A pesar de todo, es improbable que incluso la unificación ideal de entrambos productos proporcione al productor de especies exóticas suficientes beneficios en las condiciones actuales. Por falta de tratamientos silvícolas, el producto del primer turno produce troncos tan nudosos, que no dan sino calidades medianas e inferiores. Sin contar con una importante cantidad de calidades caras, sin defectos, o con muy pocos, no puede el productor obtener un precio remunerativo de la madera en pie destinada a trozas de aserrío. Es pertinente observar, sin embargo, que, aunque la guerra no hubiera tenido que ver en ello, la concentración de las plantaciones de P. radiata en un intervalo de diez años, en vez de en un espacio de cuarenta o cincuenta, habría impedido, con toda probabilidad, un tratamiento silvícola intensivo de las masas, salvo en el caso de las mejores, quedando desatendidas o descuidadas la mayor parte de ellas. Considerando el caso retrospectivamente, muy poca duda ofrece el que la economía, la mano de obra y la inspección hubieran sido factores seriamente restrictivos para la correspondiente concentración de los trabajos silvícolas en el breve espacio de años durante el cual se aplican cuidados; culturales a especies de turnos tan cortos como lo es P. radiata. Igualmente importante es que solamente se ha conseguido una experiencia transitoria, y que las técnicas silvícolas perfectas están todavía en ciernes.

Es indudable que, suprimida la intervención de precios y desaparecidas las restricciones de aplicación, las calidades de maderas autóctonas limpias y poco defectuosas hubieran resultado algo más caras, con la doble consecuencia de que sus aplicaciones se habrían limitado a fines esenciales y las exóticas de mediana calidad se hubieran utilizado más, con mejores precios para el productor de madera exótica. Por último, ello hubiera procurado al productor precios más elevados para su madera en pie, tan bajos actualmente que, aun con los grandes beneficios conseguidos con el papel y el cartón de fibra de las fábricas integradas, no rentan más que alrededor del 3 por ciento, a interés compuesto, sobre los primeros costos de establecimiento y mantenimiento durante los cuarenta últimos años. Desgraciadamente, estos gastos no son sino una fracción del costo que supondría hoy la regeneración natural o la creación y entretenimiento del monte durante el turno siguiente Esta es la esencia del problema económico con que se enfrenta el productor neozelandés.

Ofrece un contraste sorprendente la situación del propietario australiano de montes de especies exóticas, que posee la ventaja de que el precio de su producto final viene determinado por el elevado costo que representa desembarcar madera neozelandesa de especies exóticas en su mercado inmediato. Así, pues, no sólo tiene asegurado para su madera en pie un precio equivalente al de Nueva Zelandia, sino, además, la totalidad de los altos fletes del estrecho de Tasmania. El valor de la madera australiana en pie tiende, por tanto, a ser cinco veces mayor que el de la misma madera neozelandesa. Como resultado de ello, el productor australiano de P. radiata puede emplear procedimientos silvícolas tan intensivos que obligan a los convertidores a aserrar trozas hasta de 7,5 centímetros de diámetro, sin corteza, en comparación con el mínimo económico de Nueva Zelandia, que viene a ser algo más que de 15 a 22,50 centímetros. En sus pocas fábricas integradas es, únicamente, donde Nueva Zelandia puede emplear provechosamente grandes cantidades de madera de pequeñas dimensiones para pasta y papel. Es tan limitado en todas partes el mercado de postes para tratamiento antiséptico, que resulta inapreciable. También el mercado de leña es reducidísimo. Ninguno de ellos es remunerativo.

No existe un mejor ejemplo de la influencia de los precios sobre los tratamientos silvícolas que este contraste entre Nueva Zelandia y Australia. Nueva Zelandia, con ingentes excedentes temporales de maderas exóticas, no sólo permite la venta de trozas al Japón, sino que el productor percibe tan parcos beneficios que el restablecimiento de masas de especies exóticas y su ulterior expansión, así como la óptima ordenación de sus montes, se ven amenazados por la ininterrumpida intervención de precios y los prejuicios limitativos de las aplicaciones de la madera. Australia, con una enorme escasez de existencias de coníferas, y teniendo que importar anualmente 400 millones de pies tablares, protege a sus productores de especies exóticas de tal suerte que el producto de las claras de su madera en pie vale cinco veces más que el de las cortas rasas de Nueva Zelandia, lo que consiente una óptima ordenación silvicultural.

Sin discutir la conveniencia general de una política de estabilización económica en tiempos de guerra, nos parece ahora, mirando retrospectivamente, que quién sabe si el gobierno y las autoridades interventoras de los precios hubieran podido adoptar una actitud más liberal ante los precios básicos primitivos y las subsiguientes alzas. Con el valor de la madera en pie como residual, el productor ha sido el más afectado, y aun admitiendo que lo que prohibía los tratamientos silvícolas durante el conflicto y en la inmediata posguerra no era la cuestión económica, sino la escasez de mano de obra, pocas dudas ofrece el que un refuerzo provisional de la renta forestal se hubiera traducido al final en una mejor disposición en cuanto a los tratamientos subsiguientes todavía factibles. Los mismos resultados se hubieran conseguido con una tolerancia más liberal para con los convertidores, fuesen éstos aserradores o fabricantes de pasta y papel que poseyeran también montes. La realidad ha sido que a medida que otras intervenciones se mitigaban y los beneficios aumentaban, los propietarios de montes particulares tendían a intensificar sus actividades silvícolas.

Ello no obstante, es necesario cerrar esta parte del presente informe con la ineluctable conclusión de que si hubiera sido posible aplicar tratamientos silvícolas perfectos cada vez que hizo falta, no ya la incidencia de los ataques de hongos e insectos en los montes de especies exóticas hubiese sido insignificante, sino que la sustitución de las especies indígenas por éstas se habría producido automáticamente en virtud de la preferencia que hacia ellas sienten los usuarios, dada la facilidad de curado, de tratamiento antiséptico y de labra que caracteriza a las calidades poco o nada defectuosas que suelen dar las masas cuidadas de coníferas exóticas para aplicaciones generales. Se deduce de ello que el productor de especies exóticas hubiera obtenido por su madera en pie un valor mucho más elevado, estimulándolo a expandir sus recursos y a una mayor intensificación de los tratamientos silvícolas.

DIAGRAMA 2. - Movimiento relativo de precios en los Estados Unidos

DIAGRAMA 3. - Precios de la madera en América del Norte, reajustados a las fluctuaciones de la madera

Influencia de los precios a largo y corto plazo en la silvicultura

En un esfuerzo para convencerse de las perspectivas financieras que ofrecen a largo plazo los montes de especies exóticas de Nueva Zelandia como fuente proveedora del mercado maderero internacional, el autor de este informe dispuso que en el período inmediato de posguerra se procediera a un estudio de las tendencias a largo plazo de los precios de la madera, en relación con el movimiento general de precios. Deseaba así comprobar la teoría de que, como a medida que las regiones forestales se explotaban y agotaban una tras otra, las existencias vírgenes de madera de coníferas de alta calidad iban quedando cada vez más remotas, los precios de la madera tenían forzosamente que subir en relación con los precios generales.

En un informe inédito, el economista del Servicio Forestal, Sr. M. B. Grainger, sostenía esta misma opinión, como puede deducirse de los Diagramas 2, 3 y 4, que se explican muy bien por sí solos. En cuanto a los datos básicos utilizados para estas tres gráficas, baste decir que en cada uno de los casos se obtuvo una serie relativamente homogénea. Debido principalmente a que, sobre un valor constante de la moneda, los precios de la madera han seguido en Norteamérica un curso ascendente con extraordinariamente poca fluctuación durante casi un siglo, sin que jamás pasaran de aproximadamente un 2 por ciento anual, Nueva Zelandia se comprometió a cultivar especies exóticas para la exportación. Es ya manifiesto el inminente agotamiento de los recursos en el Pacífico noroccidental, quedando también pocas maderas de coníferas de primera calidad en las selvas vírgenes. Y no sólo es probable que esta tendencia continúe, sino que irá a más con el tiempo.

DIAGRAMA 4. - Movimiento relativo de precios en Suecia

La decisión adoptada por Nueva Zelandia presupone la continuidad de las mejoras introducidas en el tratamiento silvícola de los montes del Estado y otros montes durante los últimos años de posguerra. Existe el pleno convencimiento de que, a menos que estos tratamientos se traduzcan al final en un importante rendimiento en calidades exentas de defectos o poco defectuosas, es muy difícil, y no remunerativo, entrar en el comercio internacional. Los precios «reales » de la madera aserrada han subido en Suecia a un promedio anual del 0,8 por ciento. Aun cuando los montes escandinavos no dan notables proporciones de calidades poco o nada defectuosas, las maderas de calidad mediana son de primerísima clase, comparadas con las de coníferas neozelandesas de crecimiento rápido y origen exótico. Y lo que es más importante todavía, Escandinavia está muy cerca de los mercados mundiales de estas maderas.

DIAGRAMA 5. - Precios de la madera (sobre un valor constante de la moneda)

La experiencia adquirida con el mercado de exportación a Australia confirma plenamente lo dicho. Poca duda ofrece el que, con una considerable proporción de calidades limpias y poco defectuosas, el comercio de exportación de maderas exóticas podría pasar de su nivel actual, de 50 millones de pies tablares al año, a 150 millones, incluso hasta el punto de eliminar por completo la competencia escandinava. Pero no se llegará a ello si no es con una política de intensa silvicultura, hacia lo cual deberá orientarse la profesión.

Sin embargo, si la tendencia mundial de los precios de la madera es un feliz augurio para los países que proyectan expandir sus recursos forestales, sean para el comercio interior o para el exterior, habrá que considerar las realidades del actual progreso económico-social.

El Diagrama 5 ha sido reproducido de otro informe inédito (1959) del mismo Sr. M. B. Grainger, economista del Servicio Forestal, sobre la influencia a corto plazo de los precios de la madera en la economía forestal de Nueva Zelandia. Se comparan en él las oscilaciones de los precios neozelandeses para la madera aserrada con los de los Estados Unidos y Suecia, desde 1937 hasta 1957. Como la base comparativa está representada en cada caso por los precios al por mayor en general (línea horizontal 100), podrá observarse que los precios de las maderas estadounidenses y suecas se han mantenido en la posguerra alrededor del 40 al 90 por ciento sobre el nivel de los demás precios en general.

Por el contrario, para las escasas disponibilidades de maderas autóctonas neozelandesas de primerísima calidad, los precios locales han sido inferiores al nivel de los precios generales durante casi todo el mismo período, y aun hoy son menos de un 20 por ciento más altos, mientras que los de las maderas exóticas siguen estando, como siempre lo han estado, por debajo del nivel de los demás precios en general. Ello es, naturalmente, consecuencia de la intervención, demostrando, en efecto, que, por muy sólidos que sean los fundamentos de todo plan inmediato de fomento forestal a largo plazo, está sujeto, a corto plazo, a las imprevisibles exigencias de una guerra y sus consiguientes trastornos económico-sociales. El único consuelo que le queda al forestal es que todas las leyes económicas son inexorables, y que el tiempo borrará inevitablemente los fracasos inmediatos, hará que los planes a largo plazo se cumplan y que los objetivos se alcancen un día.

Puede afirmarse sin temor que, durante la mayor parte de una centuria, los precios de la madera han superado paulatinamente, en todo el mundo, el nivel de los demás precios en general. Además, esa tendencia es tan acentuada, y tan avanzado ya el agotamiento de los bosques vírgenes de coníferas, que esta apreciación de los precios reales de la madera será la misma, ciertamente, en un largo futuro previsible. Tal tendencia es fundamental para el provenir de la silvicultura y el tratamiento de los montes. Revela que, a lo largo de vastos períodos, no habrá que temer el fallo por razones económicas de la creciente magnitud de los tratamientos silvícolas necesarios, y que los forestales pueden estar seguros de que con sus planes y actividades obtendrán óptimos resultados.

Naturalmente, hay quien cultiva la idea de que, desintegrando química y mecánicamente la madera para la producción de tableros de partículas o de fibra, como sucedáneos de los productos naturales, los problemas silvícolas del monte se simplificarían. Incluso se ha asegurado que de este modo estaría justificado el que la profesión se ajustara al concepto de cantidad, en vez de a la producción de calidad, de lo cual es una principal manifestación el culto por la plantación de masas abiertas o con mucho espaciamiento.

El autor de este informe sostiene que únicamente ateniéndose al concepto de la producción de calidad es como se llega a la producción en cantidad o al óptimo empleo de los suelos forestales para poder satisfacer las diversas exigencias del hombre. Aun cuando los genetistas hayan conseguido material resistente a las enfermedades, que da árboles bien conformados, es siempre un hecho que solamente con densidades iniciales relativamente elevadas es como quedan los suelos en condiciones de empleo inmediato con resultados óptimos. Al pasar la masa de una fase a otra, y no pudiendo la estación sostener el progresivo crecimiento de todos los pies vivos, o algunos árboles mueren, o bien hay que extraer los más débiles mediante claras. Pasando al extremo ilógico, el forestal acabaría por lo que equivale a la regeneración de la prolífica Naturaleza por el vendaval o por el fuego, lo que tan comúnmente es el origen de los recursos vírgenes de coníferas de alta calidad del mundo entero.

Obvio es que la densidad de masa debe estar determinada por dos factores: costo de mano de obra y formas de aprovechamiento. De todos los pueblos de la tierra, donde más cabe augurarlo es en los países subdesarrollados, donde el costo de mano de obra puede compaginarse perfectamente con el aprovechamiento del material tan pequeño que, casi miniaturas de troncos, se destina a leña. El reverso de la medalla es que una densidad de masa bastante elevada todavía estará justificada por la creciente posibilidad de aunar el aprovechamiento químico de las claras con la conversión de los árboles del producto principal en madera de aserrío.

La intensificación de la industria de la pasta y el papel, en particular, así como la de los productos desintegrados, en general, tal como se observa en la economía mundial de los productos forestales, obedece principalmente a que una grandísima parte de la materia prima es el residuo de escaso valor de las operaciones de explotación y de aserrío, que son las que absorben la mayor proporción de los costos de cultivo y conversión. Si el aprovechamiento químico absorbiera totalmente esos costos, su capacidad competidora perdería mucha fuerza en la economía mundial. Lenta, pero inexorablemente, el aprovechamiento químico está llamado a contribuir aún más a los costos de cultivo y conversión. Simultáneamente, la prima de que las maderas de alta calidad disfrutan respecto de las de calidad inferior va subiendo, y subirá más a medida que vayan desapareciendo los recursos vírgenes de coníferas de alta calidad.

Como para la conversión en madera aserrada y para la manufactura de madera contrachapeada los gastos de mano de obra, producción de energía, instalaciones e inversiones son relativamente reducidos, en comparación con los del aprovechamiento químico, relativamente elevados, los productos naturales seguirán siempre siendo los grandes competidores de los productos químicamente tratados, ofreciendo poca duda el que la combinación de entrambos clases puede consentir un máximo aprovechamiento económico de la materia prima forestal.

Dado lo anteriormente expuesto, es de creer que la silvicultura no debe jamás dejar de ser la principal herramienta del forestal para el aprovechamiento económico del suelo y sus productos.


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