La Revolución Verde puso al alcance de millones de pequeños agricultores, inicialmente en Asia y América Latina, pero más tarde también en África, variedades semienanas de trigo y arroz de alto rendimiento, obtenidas con métodos convencionales de mejoramiento. Los aumentos conseguidos durante los primeros decenios de la Revolución Verde se extendieron en los decenios de 1980 y 1990 a otros cultivos y a regiones menos favorecidas (Evenson y Gollin, 2003). A diferencia de las investigaciones que impulsaron la Revolución Verde, la mayoría de las investigaciones sobre biotecnología agrícola y casi todas las actividades de comercialización están siendo realizadas por empresas privadas que tienen su sede en países industrializados.
Esto representa un giro radical con respecto a la Revolución Verde, en la que el sector público desempeñó un importante papel en la investigación y la difusión de las tecnologías. Este cambio de paradigma tiene importante consecuencias para la índole de la investigación que se realiza, los tipos de tecnologías que se elaboran y el modo en que se divulgan esas tecnologías. El predominio del sector privado en la biotecnología agrícola hace temer que los agricultores de los países en desarrollo, especialmente los agricultores pobres, puedan no sacar provecho de ella, ya sea porque no se pongan a su disposición las innovaciones apropiadas o porque éstas sean demasiado costosas.
La investigación del sector público impulsó la creación de las variedades de trigo y arroz de alto rendimiento que pusieron en marcha la Revolución Verde. Investigadores de entidades públicas nacionales e internacionales insertaron genes del enanismo en cultivares seleccionados de trigo y arroz para que produjeran más grano y tuvieran tallos más cortos que les permitieran responder a mayores niveles de fertilizantes y agua. Estos cultivares semienanos se pusieron libremente a disposición de los fitogenetistas de países en desarrollo que los adaptaron a las condiciones locales de producción. En algunos países hubo empresas privadas que participaron en la elaboración y comercialización de variedades adaptadas a las condiciones locales, pero el germoplasma mejorado fue facilitado por el sector público y difundido libremente como bien público (Pingali y Raney, 2003).
Los países que pudieron aprovechar en mayor medida las oportunidades que ofrecía la Revolución Verde fueron los que tenían ya, o crearon rápidamente, una amplia capacidad nacional de investigación agrícola. Los investigadores de esos países pudieron realizar las adaptaciones locales necesarias para que las variedades mejoradas satisficieran las necesidades de sus agricultores y consumidores. La capacidad nacional de investigación agrícola determinó de manera decisiva la disponibilidad y accesibilidad de las tecnologías agrícolas de la Revolución Verde, y esto sigue siendo aplicable a las nuevas biotecnologías. La capacidad nacional de investigación aumenta las posibilidades que tiene un país de importar y adaptar tecnologías agrícolas elaboradas en otro lugar, crear aplicaciones que satisfagan las necesidades locales (como en el caso de los cultivos que carecen de interés comercial) y regular debidamente las nuevas tecnologías.
La revolución biotecnológica, por el contrario, está siendo impulsada en gran medida por el sector privado. La investigación pública ha contribuido a establecer los principios científicos básicos en que se basa la biotecnología agrícola, pero la mayor parte de las investigaciones aplicadas y casi todo el aprovechamiento comercial han estado a cargo del sector privado. Tres fuerzas relacionadas entre sí están transformando el modo de suministrar a los agricultores de todo el mundo tecnologías agrícolas mejoradas. La primera es el reforzamiento del marco para proteger la propiedad intelectual de las innovaciones en las plantas. La segunda es el rápido ritmo de los descubrimientos y la creciente importancia de la biología molecular y la ingeniería genética. Por último, la apertura cada vez mayor del comercio de insumos y productos agrícolas en casi todos los países está ampliando el mercado potencial tanto para las tecnologías nuevas como para las más antiguas. Estas circunstancias han creado incentivos nuevos y eficaces para la investigación privada y están alterando la estructura de las actividades de investigación agrícola pública y privada, especialmente en lo que respecta al fitomejoramiento (Pingali y Traxler, 2002).
A medida que crece la importancia del sector privado transnacional, aumentan también los costos de transacción con que se enfrentan los países en desarrollo para tener acceso a las tecnologías y poder utilizarlas. Las redes públicas internacionales para intercambiar tecnologías entre países y obtener así los máximos beneficios indirectos están cada vez más amenazadas. Se necesita con urgencia un sistema de circulación de tecnologías que preserve los incentivos para la innovación en el sector privado al tiempo que satisfaga las necesidades de los agricultores pobres en el mundo en desarrollo.
En la primera sección de este capítulo se ofrece una reseña de la organización y los efectos de las corrientes de investigación y tecnología agrícolas en el período 1960-90, cuando prevalecía el paradigma de la investigación internacional del sector público característico de la Revolución Verde. En la segunda sección se examina la reorientación hacia un aumento de la privatización de la investigación y desarrollo agrícolas, y sus consecuencias para el acceso de los países en desarrollo a las tecnologías, como lo revelan las últimas tendencias mundiales en la investigación, el desarrollo y la comercialización agrícolas. La sección final plantea diversas preguntas con respecto a la posibilidad de que la Revolución Genética beneficie a los sectores pobres de la población. Estas preguntas se retoman en los capítulos posteriores del informe.
APORTACIÓN ESPECIAL 1 Norman E. Borlaug1 En los últimos 35 años, la producción de cereales se ha duplicado con creces, a un ritmo más veloz que el crecimiento demográfico mundial. La adopción rápida de variedades modernas, la triplicación del consumo de fertilizantes químicos y la duplicación de la superficie regada han sido factores fundamentales que han determinado esta Revolución Verde. Incrementando los rendimientos en las tierras más idóneas para la agricultura, los agricultores del mundo han podido dejar intactas vastas superficies de tierras para destinarlas a otros fines. La población mundial puede alcanzar los 10 000 millones de habitantes para mediados de este siglo. Durante los próximos 20 años, la demanda mundial de cereales aumentará en un 50 por ciento, por efecto de la utilización rápidamente creciente de piensos y el consumo de carne. Con excepción de las zonas de suelos ácidos de África y América del Sur, el potencial para ampliar las superficies mundiales de cultivo es limitado. Los aumentos futuros de producción de alimentos deben proceder en gran parte de las tierras ya en uso. Es necesario, por tanto, sostener y mejorar la productividad de esas tierras. La mayoría de los 842 millones de personas hambrientas del mundo viven en tierras marginales y dependen de la agricultura para su subsistencia. Los hogares expuestos a inseguridad alimentaria en estas zonas rurales de más elevado riesgo se enfrentan con frecuentes situaciones de sequías, tierras degradadas, larga distancia de los mercados e instituciones de mercado deficientes. Para muchas de estas personas, la seguridad alimentaria procederá únicamente del aumento de la producción y los ingresos. Es necesario invertir en la ciencia, la infraestructura y la conservación de los recursos para aumentar la productividad y reducir los riesgos en las tierras marginales. Algunos de los problemas que se plantean en estos ambientes serán demasiado grandes para superarlos. No obstante, es posible lograr mejoras considerables. La biotecnología desempeñará una importante función en la elaboración de nuevo germoplasma que permita una mayor tolerancia a las condiciones de estrés abiótico y biótico y con mayor contenido nutricional. Es necesario continuar el mejoramiento genético de los cultivos alimentarios, utilizando instrumentos de investigación convencionales y la biotecnología, para desplazar la línea de rendimiento a un nivel superior y para aumentar la estabilidad del mismo. El hombre del Neolítico, o mucho más probablemente la mujer, domesticó prácticamente todas las especies alimentarias y ganaderas en un período relativamente breve, hace 10 000-15 000 años. Posteriormente, varios centenares de generaciones de agricultores determinaron enormes modificaciones genéticas en todas las principales especies de cultivos y animales. Gracias al desarrollo de la ciencia durante los últimos 150 años, se dispone ahora de los conocimientos fitogenéticos y de mejoramiento para realizar intencionadamente lo que la naturaleza ha hecho en el pasado por casualidad o por designio. La modificación genética de los cultivos no es ningún tipo de brujería; más bien, consiste en aprovechar progresivamente las fuerzas de la naturaleza para alimentar a la especie humana. Por supuesto, la ingeniería genética -el fitomejoramiento a nivel molecular-, no es sino otro paso en la profundización del progreso científico de la humanidad en los genomas vivos. No se trata de una sustitución para un mejoramiento convencional, sino de un instrumento de investigación complementario para identificar los caracteres convenientes de grupos taxonómicos de emparentamiento remoto y transferirlos más rápidamente y con mayor precisión a especies de cultivos de alto rendimiento y de alta calidad. El mundo dispone de la tecnología (ya en uso o bien en fase de investigación avanzada) para alimentar de forma sostenible a una población de 10 000 millones de personas. No obstante, el acceso a tal tecnología no está asegurado. La gama de posibles obstáculos incluye cuestiones relacionadas con los derechos de propiedad intelectual, la aceptación de la tecnología por la sociedad civil y los gobiernos, y los obstáculos financieros y educativos que mantienen a los agricultores pobres marginados e incapaces de adoptar la nueva tecnología. 1 Norman Borlaug es Presidente de la Sasakawa Africa Association, Profesor Emérito de Agricultura Internacional, de la Texas A&M University, y ganador del Premio Nóbel de la Paz de 1970. Es conocido como el padre de la Revolución Verde por su labor pionera en el mejoramiento del trigo y su producción. |
La Revolución Verde dio origen a un extraordinario crecimiento de la productividad de los cultivos alimentarios en el mundo en desarrollo durante los últimos 40 años (Evenson y Gollin, 2003). Una combinación de altas tasas de inversión en investigación, infraestructura y mejora de los mercados agrícolas y una política adecuada de apoyo impulsaron este avance. Estos elementos estratégicos de la Revolución Verde mejoraron la productividad a pesar de la creciente escasez y el alto valor de las tierras (Pingali y Heisey, 2001).
La Revolución Verde puso en entredicho el dogma de que la tecnología agrícola no se puede exportar porque es específica de unas condiciones agroclimáticas, como en el caso de la tecnología biológica, o sensible a los precios relativos de los factores, como en el caso de la tecnología mecánica (Byerlee y Traxler, 2002). La estrategia de la Revolución Verde para promover el crecimiento de la productividad de los cultivos alimentarios se basó explícitamente en la premisa de que, con unos mecanismos institucionales apropiados, se podría conseguir que los beneficios indirectos de la tecnología superasen las fronteras políticas y agroclimáticas. Por esa razón se creó el Grupo Consultivo sobre Investigación Agrícola Internacional (GCIAI), expresamente encargado de generar beneficios tecnológicos indirectos, especialmente para los países que no estaban en condiciones de obtener pleno provecho de sus inversiones en investigación. ¿Qué sucede con los beneficios indirectos de la investigación y desarrollo agrícolas en unas condiciones de creciente integración mundial de los sistemas de suministro de alimentos?
Los avances más importantes en el rendimiento potencial que impulsaron la Revolución Verde a finales del decenio de 1960 procedieron de métodos fitogenéticos tradicionales que inicialmente se centraron en el aumento del rendimiento potencial de los principales cultivos cerealeros. Este rendimiento ha seguido aumentando a un ritmo constante después de los espectaculares progresos iniciales logrados en el decenio de 1960 para el arroz y el trigo. Por ejemplo, el rendimiento potencial del trigo de regadío ha aumentado a un ritmo del 1 por ciento anual durante los tres últimos decenios, lo que representa unos 100 kg por hectárea y año (Pingali y Rajaram, 1999). Durante los primeros decenios de la Revolución Verde prácticamente no se realizaron investigaciones ni se dispuso de germoplasma seleccionado para muchos de los productos cultivados por los agricultores pobres en las zonas agroecológicas menos favorecidas (como el sorgo, el mijo, la cebada, la yuca y las legumbres), pero a partir del decenio de 1980 se obtuvieron variedades modernas de esos cultivos y se aumentó su rendimiento potencial (Evenson y Gollin, 2003). Además de sus esfuerzos para aumentar el rendimiento de los cultivos de cereales, los fitogenetistas siguieron cosechando éxitos en las esferas menos llamativas pero igualmente importantes de la investigación aplicada. Entre ellos figuran la obtención de plantas con resistencia duradera a una gran variedad de insectos y enfermedades, plantas con mayor tolerancia a diversas condiciones físicas desfavorables, plantas que requieren un número mucho menor de días de cultivo y cereales con mejor sabor y calidad nutricional.
Antes de 1960, no había ningún sistema oficial que ofreciera a los fitogenetistas acceso al germoplasma disponible fuera de sus fronteras. Desde entonces, el sector público internacional (es decir, el sistema del GCIAI) ha sido la fuente principal de suministro de germoplasma mejorado obtenido a partir de métodos convencionales, especialmente para cultivos autógamos como el arroz y el trigo y para el maíz de polinización libre. Estas redes administradas por el GCIAI evolucionaron en los decenios de 1970 y 1980, cuando se ampliaron los recursos financieros para la investigación agrícola pública y las leyes de propiedad intelectual sobre las plantas eran escasas o inexistentes. El intercambio de germoplasma entre fitogenetistas se basa en un sistema no estructurado que por lo general es libre y gratuito. Los obtentores pueden aportar su material a los viveros y sentirse orgullosos de que se adopten en cualquier lugar del mundo, y al mismo tiempo tienen plena libertad de tomar material procedente de ensayos para uso propio.
La circulación internacional de germoplasma ha tenido una importante repercusión en la velocidad y el costo de los programas de obtención de cultivos de los sistemas nacionales de investigaciones agronómicas (SNIA), lo que ha aumentado enormemente su eficacia (Evenson y Gollin, 2003). Traxler y Pingali (1999) han afirmado que la existencia de un sistema de intercambio de germoplasma libre y sin trabas, capaz de atraer los mejores materiales internacionales, permite a los países tomar decisiones estratégicas sobre las cantidades que deben invertir en capacidad fitogenética. Incluso los SNIA con programas avanzados de investigación agrícola, como los del Brasil, China y la India, acuden con frecuencia a los cultivares de esos viveros para obtener material de preselección y variedades acabadas (Evenson y Gollin, 2003). Los pequeños países con un comportamiento racional optan por beneficiarse gratuitamente del sistema internacional en lugar de invertir en una infraestructura fitogenética propia en gran escala (Maredia, Byerlee y Eicher, 2004).
Evenson y Gollin (2003) informan de que, incluso en el decenio de 1990, el GCIAI contenía un gran número de variedades modernas de casi todos los cultivos alimentarios; el 35 por ciento de todas las variedades distribuidas se basaban en cruzamientos del GCIAI y otro 22 por ciento tenía progenitores u otros antepasados obtenidos mediante esos cruzamientos. Evenson y Gollin señalan que las aportaciones de germoplasma de centros internacionales permitieron a los países en desarrollo obtener beneficios indirectos de inversiones en fitomejoramiento realizadas fuera de sus fronteras y conseguir aumentos de productividad que habrían sido más costosos o incluso habrían resultado imposibles para ellos si se hubieran visto obligados a trabajar únicamente con los recursos genéticos que estaban a su disposición al comienzo del período.
APORTACIÓN ESPECIAL 2 M.S. Swaminathan1 En agosto de 1968, el Gobierno de la India emitió un sello titulado «Revolución del trigo» para sensibilizar al público acerca de los caminos revolucionarios que la India había tomado en relación con el aumento de la producción de trigo. Si bien destacó los progresos respecto del rendimiento de las cosechas de trigo, el Gobierno había emprendido también un programa masivo para desarrollar y difundir variedades de arroz, maíz, sorgo y mijo perlado de alto rendimiento. Estos programas impulsaron la Revolución Verde en la India, que permitieron lograr avances espectaculares en la producción y la productividad, sin aumentar la superficie de cultivo. Debido a que estas variedades de alto rendimiento requieren insumos como fertilizantes y agua de riego, los sociólogos criticaron las tecnologías de la Revolución Verde por no ser neutrales respecto de los recursos. Los ambientalistas atacaron la Revolución Verde alegando los posibles daños a la productividad a largo plazo, como consecuencia del uso excesivo de plaguicidas y fertilizantes y de monocultivo. A pesar del éxito de la Revolución Verde en sacar a millones de personas de la miseria, la incidencia de la pobreza, el hambre endémica, las enfermedades contagiosas, las tasas de mortalidad materno-infantil, el reducido peso de los niños al nacer, el retraso del crecimiento y el analfabetismo siguieron siendo elevados. Las preocupaciones de los sociólogos y los ecologistas así como los restantes problemas urgentes de pobreza y hambre me condujeron a desarrollar el concepto de «revolución siempre verde» para subrayar la necesidad de mejorar la productividad de los cultivos con carácter permanente, sin los daños ecológicos o sociales concomitantes. La revolución siempre verde puede lograrse sólo si prestamos atención a las vías que pueden contribuir a lograr progresos revolucionarios en mejorar la productividad, la calidad y el valor añadido en condiciones de disminución per cápita de tierras cultivables y agua de riego disponible, ampliando las condiciones de estrés biótico y abiótico, y cambiando rápidamente las preferencias de los consumidores y del mercado. Ello requerirá movilizar los mejores recursos tanto de conocimientos y tecnologías tradicionales como de la ciencia de frontera. Entre las tecnologías de frontera idóneas para la fase siguiente de la revolución agrícola, la más avanzada es la biotecnología. Los temores relativos a la genética molecular y la ingeniería genética se encuadran en las siguientes categorías amplias: la ciencia propiamente dicha, el control de la ciencia, el acceso a la ciencia, preocupaciones ambientales, y la salud humana y de los animales. Será importante afrontar el estudio de estas cuestiones separadamente para un análisis riguroso de los riesgos y beneficios. Si dichas cuestiones se afrontan en forma global para todas las aplicaciones de ingeniería genética, ello dará lugar a conclusiones generales poco apropiadas, tales como la condena general de los OMG expresada por las organizaciones no gubernamentales (ONG) en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación: cinco años después, celebrada en Roma en 2002. Los beneficios de las técnicas de mejoramiento molecular, tales como el uso de marcadores moleculares y el mejoramiento de precisión para caracteres específicos mediante tecnologías de ADN recombinante son inmensos. La labor ya realizada en la India ha revelado el potencial de mejoramiento de nuevas variedades de OMG que poseen la tolerancia a la salinidad y a la sequía, a algunas importantes plagas y enfermedades, junto con una calidad nutritiva mejorada. Se ha entrado en una nueva era de mejoramiento mendeliano y molecular. La revolución siempre verde mezclará estas tecnologías de frontera con la prudencia ecológica de las comunidades tradicionales para crear tecnologías que se basan en la ordenación integrada de recursos naturales y que se aplican en modo específico según el lugar, debido a que se desarrollan mediante la experimentación participativa con las familias de agricultores. Esta es la única manera en que podemos afrontar los desafíos del futuro, particularmente en el contexto de la escasez de agua de riego y la urgente necesidad de mejorar la productividad en las zonas agrícolas semiáridas y áridas. El progreso agrícola acelerado es la mejor red de seguridad contra el hambre y la pobreza, porque en la mayoría de los países en desarrollo más del 70 por ciento de la población depende de la agricultura para sus medios de vida. Negándonos a nosotros mismos la fuerza de la nueva genética negaremos un gran servicio tanto a las familias de agricultores que carecen de recursos como a la construcción de un sistema alimentario y nutricional nacional sostenible. 1 M.S. Swaminathan es el Presidente de la M.S. Swaminathan Research Foundation. Ha trabajado durante los últimos 50 años con científicos y formuladores de políticas en una variedad de problemas relativos a la fitogenética básica y aplicada, así como a la investigación del desarrollo agrícola. Es muy conocido como el padre de la Revolución Verde de la India. |
Existen datos sustanciales sobre los efectos de la agronomía moderna y de la circulación internacional de variedades modernas de cultivos alimentarios en la producción, la productividad, los ingresos y el bienestar. Evenson y Gollin (2003) ofrecen información detallada sobre la magnitud de la adopción y los efectos de la utilización de variedades modernas de todos los cultivos alimentarios importantes. La adopción de variedades modernas aumentó rápidamente durante los decenios de la Revolución Verde, y aún más deprisa en los decenios posteriores, pasando (como promedio para todos los cultivos) del 9 por ciento en 1970 al 29 por ciento en 1980, al 46 por ciento en 1990 y al 63 por ciento en 1998. Además, en muchas zonas y muchos cultivos, las variedades modernas de la primera generación han sido sustituidas por otras de la segunda y tercera generaciones (Evenson y Gollin, 2003).
Gran parte del aumento de la producción agrícola registrado en los últimos 40 años se ha debido a un incremento del rendimiento por hectárea, y no a una ampliación de la superficie cultivada. Por ejemplo, los datos de que dispone la FAO indican que, en el conjunto de los países en desarrollo, el rendimiento del trigo aumentó un 208 por ciento entre 1960 y 2000, el del arroz un 109 por ciento, el del maíz un 157 por ciento, el de la papa un 78 por ciento y el de la yuca un 36 por ciento (FAO, 2003). Las tendencias de la productividad total de los factores están en consonancia con indicadores parciales de la productividad, como la tasa de crecimiento del rendimiento (Pingali y Heisey, 2001).
Varios economistas han calculado cuidadosamente la rentabilidad de las inversiones en germoplasma moderno de alto rendimiento realizadas en los últimos decenios. Diversos informes recientes han examinado y analizado los datos de centenares de estudios efectuados en los últimos 30 años para calcular la tasa de rentabilidad social de las inversiones en investigación agrícola. En esos estudios se examinaban las inversiones de instituciones públicas nacionales e internacionales de África, Asia, América Latina y de los países de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), así como del sector privado (Alston et al., 2000; Evenson y Gollin, 2003). Aunque en su realización se habían utilizado diferentes métodos, estos estudios mostraban una notable concordancia al señalar una tasa de rentabilidad social de las inversiones públicas en investigación agrícola del 40-50 por ciento aproximadamente. También llegaban a la conclusión de que las investigaciones del sector privado habían generado una tasa similar de rentabilidad social.
El efecto principal de la investigación agrícola en la población pobre que no vive de la agricultura, así como en las personas pobres de las zonas rurales que son compradores netos de alimentos, consiste en un descenso de los precios de éstos. La adopción generalizada de la tecnología moderna basada en el uso de semillas y fertilizantes se tradujo en un importante desplazamiento de la oferta alimentaria que aumentó la producción y contribuyó a que bajaran los precios reales de los alimentos:
Los efectos de la investigación agrícola en la mejora del poder adquisitivo de las personas pobres -al aumentar sus ingresos y reducir los precios de los productos alimenticios básicos- son probablemente la causa principal de las mejoras nutricionales relacionadas con dicha investigación. Sólo las personas pobres pasan hambre. Dado que una parte relativamente grande de cualquier aumento de sus ingresos se destina a la alimentación, los efectos de los desplazamientos de la oferta inducidos por la investigación pueden tener importantes repercusiones nutricionales, especialmente si esos desplazamientos son el resultado de unas tecnologías orientadas a los productores más pobres.
(Alston, Norton y Pardey, 1995)
Estudios realizados por economistas han justificado empíricamente la afirmación de que el crecimiento del sector agrícola repercute en toda la economía. Hayami et al. (1978) demostraron que el rápido crecimiento de la producción de arroz en las aldeas había estimulado la demanda y los precios de la tierra, la mano de obra y los bienes y servicios no agrícolas. Hazell y Haggblade (1993); Delgado, Hopkins y Kelly (1998) y Fan, Hazell y Thorat (1998) corroboraron para todo el sector la afirmación de que la agricultura actúa de hecho como motor del crecimiento económico global.
Una vez adoptadas las variedades modernas, el conjunto de tecnologías que más contribuye a reducir los costos de producción es el que comprende, entre otras cosas, la maquinaria, las prácticas de gestión de la tierra (a menudo en combinación con la utilización de herbicidas), la aplicación de fertilizantes, el manejo integrado de plagas y (más recientemente) las prácticas mejoradas de ordenación de los recursos hídricos. Aunque muchas de las tecnologías de la Revolución Verde fueron elaboradas y difundidas globalmente (por ejemplo, nuevas obtenciones vegetales con tasas recomendadas de fertilizantes, plaguicidas y herbicidas, acompañadas de medidas para regular el agua), muchos componentes de esas tecnologías fueron adoptados de manera fraccionada y a menudo gradualmente (Byerlee y Hesse de Polanco, 1986). La secuencia de la adopción está determinada por la escasez de los factores y las posibles economías de costos. Herdt (1987) realizó una evaluación detallada de la adopción sucesiva de tecnologías para la ordenación de los cultivos de arroz en Filipinas. Traxler y Byerlee (1992) aportaron datos similares sobre la adopción sucesiva de tecnologías para la ordenación de los cultivos de trigo en Sonora, en el noroeste de México.
Aunque los entornos favorables y de alto potencial fueron los que más se beneficiaron de la Revolución Verde en cuanto a crecimiento de la productividad, los menos favorecidos también sacaron provecho de ella gracias a los beneficios indirectos de la tecnología y la migración de mano de obra a entornos más productivos. Según David y Otsuka (1994), la igualación de salarios entre entornos favorables y desfavorables fue uno de los medios fundamentales de redistribución de las mejoras derivadas del cambio tecnológico. Renkow (1993) obtuvo resultados similares con respecto al trigo cultivado en entornos de alto y bajo potencial en el Pakistán. Byerlee y Moya (1993), en su evaluación mundial de la adopción de variedades modernas de trigo, observaron que, con el tiempo, la adopción de esas variedades en condiciones desfavorables se situó al nivel alcanzado en condiciones más favorables, especialmente cuando el germoplasma creado para entornos de alto potencial se adaptó a otros más marginales. En el caso del trigo, la tasa de crecimiento del rendimiento potencial en zonas propensas a la sequía fue del 2,5 por ciento al año aproximadamente en los decenios de 1980 y 1990 (Lantican y Pingali, 2003). Al principio, el crecimiento del rendimiento potencial en entornos marginales provino de los beneficios indirectos de la tecnología, al adaptarse a ellos variedades creadas para entornos de alto potencial. Sin embargo, durante el decenio de 1990 se lograron nuevos aumentos del rendimiento potencial gracias a actividades de mejoramiento expresamente concebidas para entornos marginales.
En los decenios de 1960, 1970 y 1980, la inversión del sector privado en investigaciones fitogenéticas fue limitada, especialmente en el mundo en desarrollo, debido a la falta de mecanismos eficaces para proteger los derechos de propiedad sobre los productos mejorados (Recuadro 12). Esta situación cambió en el decenio de 1990 con la aparición de híbridos para cultivos alógamos como el maíz. La viabilidad económica de los híbridos dio origen a una industria de las semillas en el mundo en desarrollo, iniciada por empresas transnacionales de países desarrollados y seguida de la creación de empresas nacionales (Morris, 1998). A pesar del rápido crecimiento de la industria de las semillas en los países en desarrollo, hasta ahora su actividad ha sido limitada y muchos mercados han quedado desatendidos.
Los incentivos para la investigación agrícola privada aumentaron aún más cuando los Estados Unidos y otros países industrializados permitieron patentar genes construidos por medios artificiales y plantas modificadas genéticamente. Esta protección nacional se reforzó gracias al Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC), establecido en 1995 por la Organización Mundial del Comercio (OMC), que obliga a los miembros de ésta a otorgar protección a las invenciones biotecnológicas (ya se trate de productos o procedimientos) mediante patentes y a las obtenciones vegetales mediante patentes o mediante un sistema sui generis. Estas formas de protección de la propiedad ofrecieron al sector privado los incentivos necesarios para participar en la investigación sobre biotecnología agrícola (Recuadro 12).
Las grandes empresas agroquímicas transnacionales fueron las primeras en invertir en la obtención de cultivos transgénicos, aunque gran parte de la investigación científica en que se basaron había sido realizada por el sector público y puesta a disposición de las empresas privadas mediante licencias exclusivas. Una de las razones por las que las empresas agroquímicas se interesaron por las actividades de investigación y desarrollo de cultivos transgénicos fue que preveían el declive del mercado de plaguicidas y estaban buscando nuevos productos (Conway, 2000).
Las empresas químicas comenzaron rápidamente a desarrollar sus actividades comerciales en el sector de la fitogenética comprando empresas de semillas ya existentes, primero en países industrializados y seguidamente en países en desarrollo. Esas fusiones entre empresas nacionales de semillas y empresas multinacionales eran convenientes desde el punto de vista económico porque unas y otras estaban especializadas en aspectos diferentes del proceso de obtención y distribución de variedades de semillas (Pingali y Traxler, 2002). Se trata de un proceso continuo que empieza con la adquisición de conocimientos sobre los genes útiles (genómica) y la obtención de plantas transgénicas y continúa hasta llegar al proceso más adaptado a las condiciones locales de incorporación de los transgenes a líneas comerciales y distribución de las semillas a los agricultores. Los productos de las actividades iniciales son aplicables a cultivos y entornos agroecológicos de todo el mundo. Por el contrario, los cultivos y variedades modificados genéticamente suelen ser aplicables a nichos agroecológicos específicos. Dicho de otro modo, los beneficios indirectos y las economías de escala disminuyen a medida que se llega al final del proceso continuo más adaptado a las condiciones locales. Análogamente, los costos y la complejidad de la investigación disminuyen conforme se avanza hacia las actividades finales. Así pues, ha surgido una clara división de tareas en la obtención y distribución de los productos obtenidos por medios biotecnológicos, mediante la cual la empresa transnacional se encarga de la investigación inicial sobre biotecnología y la empresa nacional de las variedades de cultivos con características agronómicas comercialmente deseables (Pingali y Traxler, 2002).
No están tan claras las posibilidades que tienen los sistemas públicos de investigación de beneficiarse de la labor desarrollada por las empresas mundiales. Los programas de investigación del sector público se establecen por lo general de manera que se ajusten a las fronteras políticas estatales o nacionales, y hasta ahora la transferencia directa de tecnologías entre países ha sido limitada (Pingali y Traxler, 2002). El estricto respecto de los límites territoriales reduce considerablemente los beneficios indirectos de las innovaciones tecnológicas entre zonas agroclimáticas similares. El sistema de intercambio de germoplasma del GCIAI ha atenuado el problema en el caso de varios cultivos importantes, pero no está claro si funcionará también para los productos obtenidos por medios biotecnológicos y los cultivos transgénicos, teniendo en cuenta los derechos de propiedad a que están sujetas las tecnologías.
RECUADRO 12 Se entiende por bienes públicos los que generan beneficios para la sociedad además de los rendimientos que a título privado pueden obtener las personas que los crean. En ocasiones se trata de beneficios indirectos. Los bienes públicos no tienen competidores ni son exclusivos. El hecho de no tener competidores implica que los bienes están a disposición de todos por igual, es decir que su consumo por una persona no reduce la cantidad disponible para su consumo por otra. El hecho de no ser exclusivos significa que no se puede impedir utilizarlos a quienes no pagan por ellos. Estas características hacen que los innovadores privados no puedan percibir el beneficio social íntegro de su creación a no ser que se encuentre algún medio para impedir su utilización no autorizada. Dado que no querrán invertir en un nivel de investigación socialmente óptimo, las empresas privadas no pueden beneficiarse plenamente de la investigación mediante la que se producen bienes públicos (Ruttan, 2001). Gran parte de los resultados de la investigación agrícola, incluida la biotecnológica, presenta al menos una de las características de los bienes públicos. Por ejemplo, cualquier científico puede utilizar los conocimientos sobre la estructura del genoma del arroz sin reducir la cantidad de conocimientos que está a disposición de otros científicos, y una vez que esos conocimientos se publican en una revista científica o en Internet, es difícil evitar que otras personas los utilicen. Una obtención vegetal transgénica, por el contrario, puede tener hasta cierto punto las características de un bien público (por ejemplo, es difícil evitar por completo su utilización no autorizada), pero no es un bien público puro porque las semillas pueden agotarse y porque se puede impedir, al menos en parte, su utilización no autorizada. Hay dos formas de impedir la utilización no autorizada de obtenciones vegetales, una biológica y otra jurídica. Las semillas híbridas pueden ser reservadas, reproducidas y replantadas, pero a costa de una importante pérdida de rendimiento y calidad, por lo que la hibridación ofrece una protección biológica a las innovaciones de los genetistas. Las tecnologías genéticas de restricción del uso constituyen otra forma de protección biológica de la propiedad intelectual que ha sido propuesta para los cultivos transgénicos. Estas tecnologías producirían semillas estériles o semillas que necesitarían la aplicación de una sustancia química especial para activar la característica innovadora. La oposición de la opinión pública al método de las semillas estériles ha inducido a la empresa privada Monsanto a abandonar su creación. También se puede recurrir a la protección jurídica por medio de patentes, marcas de fábrica o de comercio y contratos para proteger la propiedad intelectual, pero la protección que ofrece este método suele ser parcial. |
Para comprender la magnitud de la inversión actual del sector privado en investigaciones biotecnológicas agrícolas, no hay más que examinar su presupuesto anual para investigación y compararlo con la investigación pública centrada en la agricultura de los países en desarrollo (Pray y Naseem, 2003a). El gasto conjunto anual en investigación y desarrollo agrícolas de las diez empresas transnacionales de ciencias biológicas más importantes del mundo se cifra en unos 3 000 millones de dólares EE.UU. A título de comparación, el GCIAI, que es el mayor proveedor internacional de tecnologías agrícolas del sector público, tiene un presupuesto anual inferior a 300 millones de dólares EE.UU. para investigación y desarrollo en el ámbito de la fitogenética. Los mayores programas de investigación agrícola del sector público en el mundo en desarrollo, que son los del Brasil, China y la India, tienen presupuestos anuales inferiores a 500 millones de dólares EE.UU. cada uno (Byerlee y Fischer, 2002).
Un examen del gasto en investigación sobre biotecnología agrícola revela una profunda divergencia entre países desarrollados y en desarrollo (Cuadro 3). Los países desarrollados gastan en investigación pública sobre biotecnología cuatro veces más que los países en desarrollo, aun si en el caso de éstos se incluyen todas las fuentes de financiación, es decir fondos nacionales, donantes y centros del GCIAI. Pocos países en desarrollo o instituciones públicas internacionales disponen de los recursos necesarios para crear una fuente independiente de innovaciones biotecnológicas (Byerlee y Fischer, 2002).
No se dispone de datos globales sobre la investigación en biotecnología del sector privado en los países en desarrollo, pero parece ser que la mayor parte de la investigación está a cargo de empresas transnacionales que realizan ensayos de variedades transgénicas. Las instituciones nacionales de investigación realizan ciertas actividades (por ejemplo, instituciones nacionales privadas que se ocupan de la caña de azúcar ejecutan programas de investigación sobre biotecnología bastante amplios en el Brasil y Sudáfrica), mientras que en la India varias empresas nacionales de semillas (en particular, la Empresa de Semillas Híbridas Maharashtra [Mahyco]), llevan a cabo programas de investigación sobre biotecnología. No se conoce la suma total invertida en estas actividades privadas, pero indudablemente es inferior a la que está invirtiendo el sector público de los países en desarrollo en investigación sobre biotecnología (Pray y Naseem, 2003a).
Cuadro 3
Gasto estimado en investigación sobre biotecnología agrícola
(Millones de $EE.UU. al año) |
(Porcentaje) |
|
Investigación y desarrollo en materia de biotecnología |
Proporción de la biotecnología en la investigación y desarrollo |
|
PAÍSES INDUSTRIALIZADOS |
1 900-2 500 |
|
Sector privado1 |
1 000-1 500 |
40 |
Sector público |
900-1 000 |
16 |
PAíSES EN DESARROLLO |
165-250 |
|
Sector público |
100-150 |
5-10 |
Sector público |
40-50 |
… |
Centros del GCIAI |
25-50 |
8 |
Sector privado |
… |
… |
TOTAL MUNDIAL |
2 065-2 730 |
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1 Incluye una cantidad indeterminada para investigación y desarrollo de países en desarrollo. Fuente: Byerlee y Fischer, 2002. |
Aunque el gasto total en investigación sobre biotecnología se divide bastante equitativamente entre los sectores público y privado, la producción de nuevas tecnologías está casi íntegramente en manos del sector privado1. Todos los cultivos modificados genéticamente que se han comercializado hasta ahora en el mundo, a excepción de los obtenidos en China, han sido creados por el sector privado (véase el Capítulo 4). El predominio del sector privado en la obtención de variedades modificadas genéticamente parece indicar que los cultivos y los factores que limitan la producción especialmente importantes para las personas pobres son dejados de lado porque es probable que los mercados para esas semillas sean muy pequeños.
Desde 1987, año en que se aprobaron los primeros ensayos, se han realizado más de 11 000 ensayos de campo con más de 81 cultivos transgénicos diferentes (Figura 1 y Cuadro 4), pero sólo el 15 por ciento de ellos han tenido lugar en países en desarrollo o en transición2. Esto se debe a la supuesta falta de potencial comercial de esos mercados y a las dificultades de sus gobiernos para establecer un sistema de reglamentación en materia de bioseguridad. El número de ensayos realizados en los países desarrollados y en transición ha aumentado en los últimos años, y para 2000 al menos 58 países habían notificado ensayos de campo con cultivos transgénicos (Pray, Courtmanche y Govindasamy, 2002). Algunos países han interrumpido los ensayos de campo durante cierto tiempo para revaluar su sistema de bioseguridad.
Los datos relativos a los ensayos de campo (Cuadro 4 y Figuras 2 y 3) justifican el temor a que cultivos y características importantes para los países en desarrollo puedan ser dejados de lado. Los cultivos de los que se obtienen alimentos básicos han sido objeto de pocas investigaciones aplicadas en materia de biotecnología, aunque en los últimos años han aumentado los ensayos de campo para el trigo y el arroz, que son los cultivos alimentarios más importantes en los países en desarrollo, y en 2000 se realizaron por vez primera ensayos con una variedad de yuca transgénica. También se han aprobado ensayos de campo para otros cultivos alimentarios básicos, como el banano, la batata, las lentejas y los altramuces, en uno o más países.
Casi dos tercios de los ensayos de campo que se realizan en los países industrializados y tres cuartos de los que se realizan en los países en desarrollo se centran en dos características, la tolerancia a herbicidas y la resistencia a insectos, o en una combinación de ambas (Figuras 2 y 3). Aunque la resistencia a insectos es una característica importante para los países en desarrollo, la resistencia a herbicidas puede que tenga menos interés en las zonas donde abunda la mano de obra agrícola. Por el contrario, características agronómicas de especial importancia para los países en desarrollo y las zonas de producción marginal, como el rendimiento potencial y la tolerancia a condiciones abióticas desfavorables (por ejemplo, la sequía y la salinidad) son objeto de muy pocos ensayos de campo en los países industrializados y aún menos en los países en desarrollo.
Cuadro 4
Ensayos de campo, por cultivos y regiones
Maíz |
Nabina |
Papa |
Soja |
Algodón |
Tomate |
Remo- |
Tabaco |
Trigo |
Arroz |
Otros cultivos |
Total |
|
NÚMERO TOTAL DE ENSAYOS |
3 881 |
1 242 |
1 088 |
782 |
723 |
654 |
394 |
308 |
232 |
189 |
1 610 |
11 105 |
Estados
Unidos |
2 749 |
826 |
770 |
552 |
407 |
494 |
118 |
194 |
190 |
102 |
1 087 |
7 489 |
Europa/ |
452 |
366 |
227 |
20 |
72 |
89 |
237 |
61 |
23 |
36 |
316 |
1 901 |
Economías
|
61 |
17 |
27 |
7 |
2 |
2 |
33 |
6 |
1 |
0 |
9 |
1 550 |
Países en desarrollo |
619 |
33 |
64 |
203 |
242 |
69 |
6 |
47 |
18 |
51 |
198 |
1 550 |
PORCENTAJE
DE |
35 |
11 |
10 |
7 |
7 |
6 |
4 |
3 |
2 |
2 |
14 |
100 |
Estados
Unidos |
37 |
11 |
10 |
7 |
5 |
7 |
2 |
3 |
3 |
1 |
15 |
100 |
Europa/ |
24 |
19 |
12 |
1 |
4 |
5 |
13 |
3 |
1 |
2 |
17 |
100 |
Economías
|
37 |
10 |
16 |
4 |
1 |
1 |
20 |
4 |
1 |
0 |
6 |
100 |
Países en desarrollo |
40 |
2 |
4 |
13 |
16 |
5 |
0 |
3 |
1 |
3 |
13 |
100 |
Fuente: Pray, Courtmanche y Govindasamy, 2002. |
||||||||||||
En 2003 se producían cultivos transgénicos con fines comerciales en un total de 67,7 millones de hectáreas en 18 países, lo que representa un aumento con respecto a los 2,8 millones de hectáreas cultivadas en 1996 (Figura 4). Esta tasa de difusión global de la biotecnología resulta impresionante, pero su distribución ha sido muy desigual. Seis países, cuatro cultivos y dos características representan el 99 por ciento de la producción mundial de cultivos transgénicos (Figuras 5-7) (James, 2003).
Casi dos tercios de los cultivos transgénicos que se producen en el mundo se encuentran en los Estados Unidos. Aunque la superficie plantada de cultivos transgénicos en este país sigue creciendo, su proporción de la superficie mundial ha disminuido rápidamente, al haber incrementado Argentina, Brasil, Canadá, China y Sudáfrica sus plantaciones. Los otros 12 países donde se producían cultivos transgénicos en 2003 representaban conjuntamente menos del 1 por ciento del total mundial.
Los cultivos transgénicos más difundidos son la soja, el maíz, el algodón y la nabina. Las características más comunes son la tolerancia a herbicidas y la resistencia a insectos. La soja y la nabina tolerantes a herbicidas ocupan actualmente el 55 por ciento y el 16 por ciento, respectivamente, de la superficie mundial plantada de esos productos. Las variedades transgénicas de algodón y maíz actualmente cultivadas con fines comerciales incluyen características de resistencia a insectos y tolerancia a herbicidas, o una combinación de ambas, y representan el 21 y el 11 por ciento, respectivamente, de la superficie total destinada a estos cultivos (James, 2003). También se cultivan con fines comerciales pequeñas cantidades de papayas y calabazas transgénicas resistentes a virus. En la actualidad no se producen comercialmente en ningún lugar del mundo variedades transgénicas de trigo o arroz, que son los principales cereales alimentarios.
El desplazamiento de la investigación agrícola del sector público al sector privado transnacional ha tenido consecuencias importantes para los tipos de productos que se crean y comercializan. La investigación del sector privado se centra naturalmente en los cultivos y características de interés comercial para los agricultores de los países de ingresos más altos, con unos mercados de insumos agrícolas desarrollados y rentables. Los bienes públicos agrícolas, incluidos los cultivos y características de importancia para la agricultura de subsistencia en zonas marginales, revisten poco interés para las grandes empresas transnacionales. ¿Podrán aprovecharse los países en desarrollo de los beneficios económicos indirectos que se derivan de los cultivos transgénicos creados y comercializados por el sector privado? ¿Qué prioridades deberían establecerse en la investigación para beneficiar más directamente a las personas pobres?
Una de las enseñanzas de la Revolución Verde fue que la tecnología agrícola podía ser transferida internacionalmente, en especial a los países que tenían suficiente capacidad nacional de investigación agrícola para adaptar los cultivares importados de alto rendimiento a las condiciones locales de producción. ¿Qué tipo de capacidad de investigación necesitan los países en desarrollo para beneficiarse de la Revolución Genética? Teniendo en cuenta la disminución progresiva de los fondos destinados a la investigación pública, ¿cómo se podrían movilizar más recursos para una investigación que favorezca a las personas pobres? ¿Cómo se podrían estructurar las asociaciones entre los sectores público y privado para aprovechar las ventajas de cada uno de ellos?
A diferencia de las variedades de alto rendimiento difundidas por la Revolución Verde, los productos de la Revolución Genética están suscitando preocupación entre la opinión pública y tropezando con importantes obstáculos en el ámbito de la reglamentación y los mercados. ¿Cómo influyen estas cuestiones en la transferencia internacional de nuevas tecnologías? ¿Qué medidas normativas han de adoptarse para facilitar la circulación internacional de tecnologías?
Las variedades mejoradas que dieron origen a la Revolución Verde se difundieron libremente como bienes públicos internacionales. Muchas de las innovaciones de la Revolución Genética, por el contrario, están sujetas a patentes o licencias exclusivas. Aunque estas formas de protección de la propiedad intelectual han estimulado enormemente la investigación privada en los países desarrollados, dicha protección puede limitar el acceso de otros investigadores a los instrumentos de la investigación. ¿Qué mecanismos institucionales se necesitan para promover la participación en la propiedad intelectual en el caso de la investigación de bienes públicos?
En la siguiente sección se retoman estas preguntas y se examinan los datos disponibles sobre cuestiones económicas (Capítulo 4) y científicas (Capítulo 5) relacionadas con los cultivos transgénicos y las preocupaciones de la opinión pública con respecto a su utilización (Capítulo 6). En la última sección se analizan medios para poner la biotecnología al servicio de las personas pobres.
1 No se dispone de datos detallados sobre ensayos de campo para todas las biotecnologías agrícolas. Esta sección se refiere únicamente a los ensayos con cultivos transgénicos.
2 Esta fuente cuenta cada prueba realizada en una parcela como un ensayo independiente, por lo que un mismo organismo modificado genéticamente puede haber sido objeto de múltiples ensayos en un determinado país.