…Y el bosque sonará…
Estudio de caso: fortalecimiento de la buena gobernanza forestal, manejo forestal comunitario en Colombia y encadenamiento productivo para el comercio legal de madera.
Música al natural, es la que ofrecen bosques, selvas y montes. En una armonía absoluta animales, plantas, ríos y árboles se suman para armar una sinfonía que pocas veces es perceptible para los habitantes de ciudad.
Como si habláramos de temporadas musicales, cada época del año trae ritmos diferentes. Con tonos agudos llega la lluvia a animar a aquellos animales que disfrutan de ella, y en tiempos de sol intenso, son las aves quienes trinan con mayor intensidad.
Así es, toda una orquesta que se blinda con los guardianes mayores, los árboles. Diferentes especies inundan los bosques para brindar refugio a animales, plantas y micro-organismos, muchas que quizás aún hoy no han sido descubiertas.
Como un legado de la naturaleza, el cuidado y conservación de estos espléndidos paisajes pasan a manos de los habitantes cercanos, comunidades que viven en caseríos. Hombres y mujeres que son formados como parte del ecosistema, y que desde niños aprenden del respeto por la naturaleza.
“Cómo no cuidarla si es nuestro hogar” dicen los yurumanguireños, una comunidad negra que ha ocupado ancestralmente la cuenca del río Yurumanguí desde mediados del siglo XVI, a partir de la introducción de los esclavos negros traídos de África para desarrollar la actividad minera en la parte alta del río.
En la cuenca del río Yurumanguí la naturaleza se manifiesta en su complejidad estética y productiva, ofreciendo generosamente diferentes tipos de ecosistemas y dinámicas ecológicas que han permitido su permanencia a través del tiempo.
Aislados por el tiempo y la distancia, el bosque (o monte, como le llaman ellos) y el río son su tesoro más preciado y los que les brinda casa, comida y ocupaciones, y que hoy sigue generando mejores condiciones de vida, para una comunidad que se ha relacionado armoniosamente con la naturaleza, en un proceso de evolución conjunta a través del tiempo.
Llegar a la primera vereda del río implica un viaje de tres horas, saliendo desde el puerto de Buenaventura, en el departamento del Valle del Cauca, Colombia. Un recorrido largo en lancha, pasando por el mar Pacífico y entrando al río nuevamente en una embarcación más pequeña, que puede tomar entre cinco y siete horas más para llegar a la última de las 13 veredas.
Sus cerca de 3.800 habitantes tienen asignado bajo un título colectivo de propiedad un territorio que abarca 54.776 ha de las 63.427 que conforman la cuenca y que se distribuyen a lo largo y ancho de esta; alta, media y baja del río Yurumanguí.
Allí, como sus antepasados, han desarrollado la vida. Partiendo del monte espeso que los rodea y el río que los comunica. Estos son su despensa de alimento y materiales para el desarrollo de su existencia.
En Yurumanguí las casas, muebles y embarcaciones son de madera, la misma que les provee el bosque. Papa china y pescado, sus alimentos infaltables, y la caña para fabricar el viche (bebida ancestral), son el regalo de la naturaleza.
En su justa medida, madera y recursos son brindados como material de abrigo y también de diversión. Sin energía eléctrica constante, grandes y chicos se reúnen para conversar y hacer música, parte de su legado cultural.
Troncos rollizos son la fuente para fabricar sus instrumentos: marimbas, tambores de un parche llamados cununos y de doble parche o bombos y el típico wasá (o guasá), elaborado con tubos de guadua a los que se les agregan semillas en su interior, elevan su espíritu para convertir en arrullos, alabaos y otros cantos esas vivencias propias y familiares. Nacimientos, casamientos y hasta la muerte misma, tienen sus propias armonías y ritmos.
Niños, jóvenes y adultos cantan, a la lluvia, a los árboles, a los animales, a la vida. Los yurumanguireños acompañan cada actividad con la música; cantan mientras cocinan, mientras trabajan en la huerta o en el monte y al unísono en cada fecha especial.
Tras más de 480 años de historia en el territorio, la madera se ha convertido en su principal medio de vida; una actividad fuerte y peligrosa.
Las veredas de donde es permitido cortar madera están al menos a un día en potrillo, una pequeña canoa que se empuja con palanca y canalete. Corteros se embarcan a las cinco de la mañana para llegar al caer el día hasta la entrada de la vereda donde van a trabajar, arman un rancho provisional para dormir unas cuantas horas y emprender actividades muy de madrugada al día siguiente.
El viaje se programa tres o cuatro días después de luna llena, para iniciar el corte en la menguante; así lo han hecho siempre, casi como ley ancestral, para evitar que la madera se dañe. El tiempo es corto, así que es preciso organizar cuadrillas de al menos 5 hombres para pelar las trozas, arreglar el zanjón para arrastrarlas hasta la quebrada y balsearla, o hacer que navegue por el río.
Un trabajo que a decir verdad no deja mucha ganancia, pues luego de pagar el combustible y recibir el pago por la madera, que es vendida como revoltura (una selección mínima), no representa el esfuerzo que deben hacer.
Conscientes de esta situación, desde el 2018 el Consejo Comunitario de la Cuenca del Río Yurumanguí, viene trabajando conjuntamente con el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible (Minambiente) y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en la implementación del modelo de manejo forestal sostenible.
Este modelo busca aportar a la armonización de la cultura, la naturaleza y la comunidad con la bioeconomía, así como al rescate de las tradiciones ancestrales integrando el componente técnico como valor agregado.
Contribuyendo en la consolidación de la gobernanza forestal en Colombia, liderada por el Minambiente mediante la implementación de la estrategia integral de control a la deforestación y gestión de los bosques.
A partir de esta se apuesta por el fortalecimiento del capital social de las comunidades y su gobernanza forestal, avanzar hacia encadenamientos productivos y consolidar iniciativas de manejo forestal sostenible que diversifiquen la producción del bosque e incursionen en un mercado legal y justo.
En una suma de esfuerzos e iniciativas por la conservación, se articularon dos programas globales: el programa UN-REDD, desarrollado por la FAO, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y ONU medio ambiente; y, el Programa conjunto de la FAO y la Unión Europea (UE) sobre Aplicación de las leyes, gobernanza y comercio forestales (Programa FAO-UE FLEGT).
UN-REDD apoya la generación de capacidades para REDD+, un mecanismo internacional en en el contexto de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC), que busca ayudar a que las emisiones de dióxido de carbono producidas por la deforestación y degradación de bosques se reduzcan; mientras que se conservan y mejoran los servicios que estos prestan, para el desarrollo de las comunidades que los habitan o dependen de ellos.
Por su parte, el Programa FAO-UE FLEGT tiene como objetivo global el combatir la tala ilegal, promover el comercio de productos madereros legales y en último término, contribuir a la gestión forestal sostenible y a la reducción de la pobreza. Es un Programa paraguas bajo el Objetivo Estratégico "Propiciar sistemas agrícolas y alimentarios inclusivos y eficientes a nivel local, nacional e internacional".
Así, en la búsqueda de alternativas rentables y sostenibles, surge en la escena un nuevo aliado: la Red de Fabricantes de Instrumentos Musicales de Santander - Red Faisán, una organización auspiciada por Luthiers Colombianos y la Fundación Coja Oficio, que promueve el oficio ancestral de la construcción de instrumentos musicales (luthería).
Luthiers Colombianos incentiva emprendimientos fundamentados en la cadena de valor de la fabricación de instrumentos musicales hechos a mano, de acuerdo con la vocación cultural de las diferentes regiones del país, y focaliza sus acciones hacia los artesanos Luthiers y la población en condición de vulnerabilidad.
Así fortalecen la diversidad musical de Colombia, la cultura tradicional, la equidad e innovación social, el respeto por el medio ambiente y la preservación del patrimonio cultural de la Nación. Cuentan con un programa de microfranquicias mediante las cuales fomentan el desarrollo económico en las comunidades, lo que ha permitido la creación y consolidación de cuatro organizaciones asociativas en Bucaramanga (Santander), Villavicencio (Meta) y San Jacinto y San Basilio de Palenque (Bolívar).
La Red Faisán inició en 2018 acercamientos para vincularse al trabajo que viene desarrollando el Programa FAO-UE-FLEGT en Colombia y en 2019 inició la implementación de acciones con el objetivo de “Garantizar la oferta de instrumentos musicales de las organizaciones afiliadas a la Red Faisán a partir de insumos forestales de origen legal”.
Una alianza que el 28 de octubre de 2020 dio sus primeras “notas forestales” al recibir en las instalaciones de Red Faisán, en Bucaramanga, las trozas de algarrobo, caimito, carrá, tangare ,sande, cuángare, cuángare chucha, bagatá y anime.
Un camión arribó con las buenas nuevas, 8,1 metros cúbicos que pactan una alianza de esperanza para “hacer que el bosque suene”, dando una nueva visión de negocio más rentable y sostenible para la comunidad de Yurumanguí, y nueva alternativa de sonidos a través de los instrumentos que pronto tendrá la Red Faisán.
En un proceso que tuvo sus inicios en junio del presente año, con la primera de varias conversaciones entre delegados comunitarios del Consejo Comunitario de la cuenca del Río Yurumanguí y representantes de la Red Faisán, para mirar la viabilidad de realizar un negocio justo y legal, que beneficia a las dos partes.
A partir de esta reunión, se definieron mecanismos de comunicación e intercambio de información, lo que dio paso a tener a finales de agosto la cotización final y a cerrar el negocio en septiembre, con un precio justo y referido por la comunidad.
“Esta corta de madera fue muy especial, por primera vez sabíamos para qué se iba a emplear y el saber qué es para crear música es algo que nos motivó aún más y que hizo que con entusiasmo 8 corteros se dispusieran con esmero 15 días” afirma Graciano Caicedo, líder de la comunidad.
“Hacer que el bosque suene y lleve su música a oídos de los colombianos es maravilloso para los yurumanguireños, para quienes los ritmos del Pacífico son los acompañantes diarios en todas nuestras actividades” Graciano Caicedo.
Con la madera comprada la Red Faisán realizará pruebas físico mecánicas a las 16 especies disponibles y autorizadas para aprovechamiento forestal por la Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca (CVC), elaborando prototipos que permitan identificar qué especies tienen mejor acústica y sonido para la elaboración instrumentos musicales (en este caso guitarras).
“Reconocemos y valoramos la ancestralidad y la conexión entre los seres de la naturaleza, así que quiero pedirles un favor: antes de cortarlos díganles a los árboles en lo que se van a convertir; que no serán leña ni carbón, más bien, que dentro de poco tiempo van a sonar, y que haremos todo lo posible porque su sonido sea bello y perdure durante mucho tiempo” Jorge Enrique Rodríguez, director de la Fundación Coja Oficio y auspiciador de la Red Faisán.
Y como en un cuento de fantasía, el escenario de bosque natural se trasladará a los hogares de músicos y los oídos de muchos colombianos en 3 meses, momento en el que se da apertura la sinfonía forestal con la muestra en vivo de los instrumentos, allí y así El Bosque Sonará.
Publicado en Bibo – El Espectador. Lea la nota aquí.
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