FAO en Colombia

72 familias Embera Katío con 80 hectáreas donde mejoran calidad y producción de maíz y plátano

09/10/2021

Proyecto Integral de Desarrollo Agropecuario y Rural (PIDAR) 212, Alto Andágueda, Bagadó - Chocó. 

Luego de participar en el Proyecto Integral de Desarrollo Agropecuario y Rural, PIDAR 212, un total de 72 familias Embera Katíos de las veredas El Salto, Quebrada Monte e Iguanero del municipio Bagadó en Chocó, productoras de plátano y maíz, hoy cuentan con sistemas productivos tradicionales establecidos para el autoabastecimiento y con una comunidad que, tras un desplazamiento lleno de incertidumbres, retornó y está recuperando sus tradiciones ancestrales. 

En efecto, este PIDAR aportó a la seguridad alimentaria de la comunidad mediante el establecimiento y sostenimiento de sistemas productivos tradicionales en 80.5 hectáreas, garantizando la disponibilidad de productos para el autoconsumo e intercambio, situación destacable si se tiene en cuenta que se trata de comunidades étnicas que tenían afectación de sus derechos fundamentales, entre otros, el mínimo vital, alimentos y la sostenibilidad económica. 

Ellos son parte del PIDAR 212 liderado por la Agencia de Desarrollo Rural, ADR, con la cooperación técnica de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO. 

El PIDAR es, según la Agencia de Desarrollo Rural, ADR, una iniciativa productiva que contempla actividades limitadas en el tiempo, que utiliza parcialmente recursos públicos con el fin de crear, ampliar, mejorar o recuperar la capacidad de producción o de provisión de bienes o servicios por parte del Estado en el sector rural. En efecto, la ADR con la cooperación técnica de la FAO, apoyan la implementación de esos proyectos a través de procesos de formación técnica, socio empresariales y de corresponsabilidad con el medio ambiente; y con la entrega de insumos o bienes de acuerdo con las características del proyecto. 

Sin embargo, la historia del PIDAR 212 tiene unos matices particulares. Las comunidades del Cabildo Mayor Embera Katío, Zona 2 están integradas por indígenas que en su mayoría no saben leer, ni escribir, tampoco hablan español. Su aislamiento por condiciones geográficas es casi total y a eso se añade la dispersión en que se encuentran ubicadas las comunidades. A esto se suma que venían de vivir la experiencia de un desplazamiento que los obligó a salir por 3 años de su territorio y regresar con la desorientación que generaron los conocimientos del mundo moderno. 

En este escenario, la alianza entre ADR y la FAO asume el desafío de acompañarlos en un proceso para fortalecer sus sistemas productivos de maíz y plátano. El primer paso que se dio -y es uno de los logros del convenio- fue utilizar una metodología participativa diferencial de aprendizaje para definir los caminos más adecuados para mejorar la producción y con la que se garantizó la participación equitativa de hombres, mujeres y niños y niñas. 

El eje central fue el dialogo para construir el conocimiento y plasmarlo en metodologías de diagnóstico denominadas mapas parlantes. El ejercicio consistió en dibujar un mapa del territorio para que señalaran dónde se cultiva, dónde se encuentran las tierras sagradas, dónde se ubican los ríos con peces y cangrejos, cuáles son las tierras mas fértiles, etc. 

A partir de ese diagnóstico, el equipo de profesionales de FAO – ADR identificó las actividades necesarias para fortalecer los procesos técnico productivos y lo mas importante, el rescate de la tradición la cual se realizó a través de la oralidad y se plasmó por medio de dibujos en una actividad denominada el Árbol de la Vida donde cada miembro identificó el rol que cada uno desempeña en el bienestar y la alimentación de su comunidad. Esta actividad tiene el propósito de que vean qué hacen por sus cultivos, cómo los cuidan o cómo los abandonan y qué podrían aportar cada uno para mejorar su producción. También se reconocen las funciones de un árbol y se relacionan con los aportes y habilidades de cada individuo que hace parte de la comunidad (protección, cuidado, alimento, sombra etc.). 

Los dos ejercicios evidenciaron que había un conocimiento ancestral que estaba en sintonía con el apoyo técnico que los profesionales de la FAO-ADR podían ofrecer. Por ejemplo, el maíz lo cultivan así: talan el bosque, esparcen la semilla al voleo como si fuera arroz y no vuelven sino hasta la cosecha. Esa es su tradición. Ahora, con los conocimientos técnicos adquiridos, preparan el terreno haciendo aplicaciones de abonos orgánicos para enriquecer la actividad microbiológica que contribuye a la fertilización y usan hongos entomopatógenos para el control de plagas. 

El ejercicio fue tan exitoso que “ellos aprovecharon los conocimientos agroecológicos para utilizarlos en las plantas que habitualmente usan para la salud humana”. Según Alejandro Valencia lo que hicieron fue diseñar un proceso innovador con el que crearon nuevos abonos para el cuidado de los cultivos. “Es decir, complementaron el conocimiento agroecológico con el conocimiento ancestral”. 

Se destaca que, como parte del proceso de acompañamiento a las comunidades, ellos de manera autónoma decidieron generar tres emprendimientos para contar con artículos de primera necesidad que son escasos en el territorio, los cuales se venden a precios módicos para retroalimentar el negocio. Allí se consigue arroz, aceite, velas y fósforos. 

Valencia destacó como uno de los avances más importantes de este PIDAR fue que en la pandemia, cuando el aislamiento fue total para ellos, ellos no tuvieron que salir a abastecerse porque contaban con cosechas de plátano y maíz -lo cual representa el 60% de la dieta de las comunidades-. “Como se dieron las bases para la Seguridad Alimentaria, durante la pandemia ellos hicieron un uso adecuado de los conocimientos: abono, almacenamiento y cuidado. Eso fue lo que les sirvió para subsistir cuando no podían salir. Adicionalmente, realizaron, con los excedentes de la producción un trueque de alimentos con otras comunidades cercanas que no hacen parte del PIDAR pero son del mismo resguardo”, señaló Valencia. 

Como parte de la implementación del PIDAR se les entregó a cada familia insumos para adecuar sistemas óptimos con fines de propagación vegetal y herramientas para poder realizar las labores culturales en los sistemas productivos de maíz y plátano. También se les entregaron materiales para la elaboración de bioinsumos orgánicos para el control de plagas y enfermedades. 

La buena administración de los recursos que realizó FAO generó unos ahorros que se reinvirtieron en el PIDAR con la compra de insumos y herramientas que tienen desgaste como machetes, botas pantaneras, hachas y carretillas que se entregaron a cada familia participante del proyecto. 

Para Valencia este es un proyecto que es socialmente sostenible porque contribuyó al rescate de los valores ancestrales, a la generación de tecnologías amigables con el medio ambiente, a construir lazos de confianza entre las comunidades y las entidades del Estado y las organizaciones internacionales, a fortalecer el tejido social a través de metodologías participativas con enfoque diferencial y a promover la participación de la mujer indígena.
 

Contacto de prensa:
Nancy Villescas Sánchez
Oficina de Comunicaciones
Representación FAO Colombia