FAO en Cuba

La Agricultura de Conservación – La Agricultura del Futuro

Foto: Emilio Herrera/Prensa Latina
06/11/2017

Se inaugura hoy en La Habana el coloquio "Agricultura de conservación y agroecología" una acción conjunta entre el Ministerio de la Agricultura, la FAO y la Unión Europea con el propósito de continuar ampliando los conocimientos sobre estas buenas prácticas agrícolas.

Por Theodor Friedrich, Representante de la FAO en Cuba

La actividad agrícola, desde que la humanidad llegó a ser sedentaria, ha sido el impulso y la base del desarrollo de la raza humana en este planeta. El continuo aumento de la producción permitió sostener un incremento en la población de la tierra, capacidad que aumentó aún más,  con el desarrollo de la agricultura moderna, que culminó con la revolución verde, a partir de lo cual se lograron niveles de producción hasta entonces impensables y  un avance marcado en reducir el hambre en este planeta.

Sin embargo, esta agricultura intensiva, basada en un uso incremental de energía e insumos, no solo llevó a un aumento en la producción agrícola, sino también a problemas ambientales, para la  salud humana y, en muchas partes del mundo ha desgastado los recursos naturales necesarios para la producción de forma que ella misma no se puede sostener más. Así,  vemos que actualmente a escala global las producciones se estancan, pero los problemas ambientales siguen creciendo.

Cuba no escapa a este escenario. Después de décadas de aplicación del paradigma de la revolución verde, los recursos naturales del país,  sobre todo suelo y agua, están degradados y los rendimientos y la producción de alimentos no responden más a las demandas. A pesar de la más alta prioridad que se da a la producción de alimentos, esta no ha respondido en forma satisfactoria y sostenible. Por lo tanto, es tiempo para unos cambios más radicales. Vemos que el paradigma de la revolución verde, para los retos actuales, no ofrece respuesta. Necesitamos un cambio de paradigma, un cambio fundamental en la forma como practicamos las labores agrícolas.

En el pasado se pensó que con tecnología se puede resolver todo – así se inventó el arado para convertir los campos en áreas más manejables; se crearon los fertilizantes, para resolver problemas de nutrientes y  los agroquímicos para controlar plagas y enfermedades. También la agricultura orgánica siguió este paradigma, reemplazando solamente los insumos sintéticos por otros “naturales”, biológicos.  Pero en ningún momento se consideró el conjunto de los procesos de la naturaleza, de los servicios del ecosistema, que son necesarios para que los sistemas agrícolas para la producción de alimentos y otros productos agrícolas puedan funcionar. El elemento olvidado ha sido el suelo, el daño que se hace al funcionamiento del ecosistema por las intervenciones de la labranza mecánica del suelo.  Este no es  solo roca molida, sino un ecosistema complejo, constituido del material mineral básico, materiales orgánicos, una diversidad muy alta de diferentes formas de vida, complementado por aire y agua, todo en estructuras funcionales.

El implemento más conocido, más emblemático, de la agricultura, es el arado, símbolo de la agricultura en casi todo el mundo. Pero igual a todo el resto de las  formas de intervención mecánica que altera  la estructura del suelo, el arado ha sido y es la principal causante de la degradación de los recursos naturales como consecuencia de una agricultura intensiva. Con los cambios que ejerce en el suelo, destruye su biodiversidad y la de las zonas cercanas a la superficie, interrumpiendo las redes naturales de alimentación y mecanismos de control natural y afectando así todo el resto del medio ambiente, incluyendo la biodiversidad, el ciclo del agua y la atmósfera de la tierra.

Reconociendo este problema, el nuevo paradigma de una agricultura sostenible debe ser basado en una agricultura de cero labranza, de un disturbio al mínimo posible del ecosistema del suelo. Pero al mismo tiempo tiene que ser productiva para satisfacer la cada vez más creciente demanda por alimentos. De allí resulta lo que se conoce como “Intensificación Sostenible”, una agricultura, que no degrada, sino recupera el medio ambiente, para ser  lo más productiva posible.

Esta intensificación sostenible no es solo una teoría, un sueño, sino ya constituye una  realidad en muchas partes del globo terráqueo. Se materializa con la Agricultura de Conservación, un sistema agrícola sin labranza, con cobertura del suelo permanente y una diversidad de cultivos y formas productivas, que forma la base de esta intensificación sostenible. Esta Agricultura de Conservación se aplica a escala global en 180 millones de hectáreas, correspondiendo al 12% de las áreas de cultivo en todo el mundo, con un crecimiento anual de 10 millones de hectáreas y con experiencias que en algunos casos ya tienen medio siglo de duración. Por lo tanto, la intensificación sostenible es una realidad y la Agricultura de Conservación cumple con las promesas de este nuevo paradigma.

En mira a los problemas ambientales actuales, incluyendo el cambio climático, que también es resultado en buena parte de la actividad agrícola, es tiempo para cambiar hacia una agricultura intensiva, sostenible y verdaderamente agroecológica. La Agricultura de Conservación es una herramienta disponible en este camino. Por lo tanto, la Agricultura de Conservación es la agricultura del futuro, y más bien puede ser el futuro de la agricultura.