Está claro que los supuestos económicos neoliberales acerca de cómo funciona el mundo están profundamente errados. Estos supuestos han conducido a estilos de desarrollo que han alterado el clima y la biosfera, despilfarrado enormes riquezas naturales y desestabilizado una miríada de sistemas de los que depende la humanidad. Es evidente que las sociedades modernas son totalmente inadecuadas para hacer frente a las condiciones planetarias que han creado. Como afirma Inés Gazzano en su ensayo: “Estamos viviendo una catástrofe planetaria, una emergencia polimorfa, crisis global y civilizatoria, colapso, cambio de época, un período histórico turbulento, entre Antropoceno y Capitaloceno, de transgresión de los límites del planeta y su estrangulamiento”.

El mundo se encuentra en un momento de ruptura ecológica y económica, que se manifiesta como una cascada de catástrofes que afectan cada vez más a la humanidad, a medida que se intensifican las pautas extractivas y consumistas, las cuales provocan la pérdida de biodiversidad y el cambio climático. La rápida expansión de la agricultura industrial con su alteración de los ecosistemas silvestres forma parte de esta cascada que impone un enorme coste ecológico al planeta. Los monocultivos modernos cubren más del 70% de la superficie agrícola global, pero solo producen el 30% de los alimentos para la población humana. La huella de este estilo moderno de producción de alimentos se refleja no solo en el hambre, la inseguridad alimentaria y la falta de diversidad dietética que afectan a no menos de 1.500 millones de personas, sino también en su consumo de más del 70% de la energía fósil y del 80% del agua verde. Además, tiene una significativa contribución a las emisiones de gases de efecto invernadero y un impacto considerable sobre la biodiversidad debido a la deforestación y a la liberación anual de miles de toneladas de agroquímicos en la biosfera, lo cual afecta tanto a la vida silvestre como a la salud humana. La agricultura moderna no pasó la prueba de la resiliencia y es inadecuada para alimentar al mundo frente a la crisis ambiental global. La continuación del paradigma agrícola actual no es una opción, y un cambio transformador es fundamental para revertir la progresión incesante de las amenazas ambientales ligadas a la expansión de la agricultura industrial. Este número especial sobre Agroecología, publicado en la revista Foro, reúne cinco ensayos que abarcan los avances de la agroecología y sus desafíos en un planeta en policrisis, y plantean caminos viables de transición hacia una agricultura socialmente justa y ecológicamente sostenible.

El llamado es a reemplazar este estilo de “mala agricultura” con otros estilos ambientalmente más sanos y socialmente más justos. Sin embargo, este llamado no se trata de reducir los impactos ambientales y sanitarios negativos de la agricultura industrial mediante el uso de tecnologías “verdes”, “limpias”, “regenerativas”, “climáticamente inteligentes” o de “producción positiva para la naturaleza”, que incluyen la agricultura de precisión, la nueva ingeniería genética, la digitalización y el big data como claves para abordar la seguridad alimentaria. Más bien, se trata de incorporar las dimensiones sociales y políticas de la agroecología y el conocimiento ecológico indígena/campesino. La agroecología se opone a esta nueva agricultura definida estrictamente en línea con las innovaciones de la agroindustria dominada por intereses multinacionales. Por esto, Clara Nicholls plantea que “Contrario a estas propuestas homogenizantes que atentan contra el orden natural y la autonomía de los agricultores, surge la agroecología como un ciencia que se distancia del régimen corporativo agroquímico, biotecnológico y digital, reintroduciendo elementos de la naturaleza en el proceso de producción agrícola, capitalizando en el capital ecológico y el conocimiento local para la creación de sistemas biodiversos, resilientes y soberanos”.