El mundo debe buscar el éxito de América del Sur en sus esfuerzos de reducción del hambre: Economista Jefe de la FAO

Entrevista con el Economista Jefe de la FAO, Sr. Máximo Torero, sobre el informe SOFI 2024

24/07/2024

Roma- Cada año, el informe sobre El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo (SOFI) presenta información actualizada sobre los avances o retrocesos en el camino hacia el objetivo 2030 de Hambre cero. La edición de 2024 indica que, en 2023, entre 713 y 757 millones de personas experimentaron hambre. También revela que el 28,9 % de la población mundial —esto es, unos 2 330 millones de personas— padece inseguridad alimentaria moderada o grave, cifra que prácticamente no ha cambiado durante los últimos tres años.

A pesar de que se han registrado algunas mejoras desde el punto más álgido del período de la enfermedad por coronavirus (COVID-19), todavía se observan desigualdades regionales significativas. Según el Economista Jefe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Sr. Máximo Torero, África sigue siendo la región más afectada, con el 20,4 % de la población aquejada por el hambre, mientras que la mejora más importante se ha observado en América Latina, y en particular en América del Sur (6,2 % de la población).

Durante una entrevista con la Sala de Prensa de la FAO, el Sr. Torero analizó las razones de las diferencias regionales y profundizó en las rigurosas metodologías utilizadas para recopilar y analizar los datos presentados en el informe. Además, hizo hincapié en la importancia de la nueva alianza del Grupo de los Veinte (G20) contra el hambre y la pobreza, y examinó la trayectoria actual hacia la consecución de la seguridad alimentaria para todos, hoy y mañana.

 ¿Qué factores determinan que África sea la región más gravemente afectada por el hambre?

Es crucial estudiar con detalle qué está sucediendo. Si comparamos África con América del Sur, una diferencia clave que observamos es que América del Sur invierte una parte importante de sus recursos en programas de protección social. Gracias a estos programas bien desarrollados, se pueden realizar intervenciones focalizadas y eficientes para aliviar el hambre con eficacia y rapidez.

En el caso de África, no hemos detectado la capacidad necesaria para ejecutar programas de protección social específicos que resulten eficaces. Además, esta región se ha visto afectada de manera desproporcionada por los conflictos, el cambio climático y las ralentizaciones económicas, y actualmente es la región que comprende más países en situación de crisis alimentaria derivada de esas tres causas principales, siendo el conflicto el factor principal.

Es más, la región se enfrenta actualmente a importantes problemas financieros, en particular en lo que respecta al acceso a la financiación. Muchos países de la región están en situación de sobreendeudamiento, lo que limita sus recursos y dificulta la aplicación de las políticas necesarias para acelerar las iniciativas de reducción del hambre.

Por lo tanto, en el caso de América Latina, ¿es la inversión en programas de protección social una lección que debería aprender el resto del mundo?

Sin duda alguna, es una de las lecciones que tenemos que aprender de América Latina, y en particular de América del Sur. Brasil, Colombia, Perú y Chile cuentan con sistemas de protección social sólidos que les permiten reaccionar con rapidez a los cambios y focalizarse de forma eficaz en los recursos financieros que tienen a su disposición, lo que resulta especialmente importante debido a las limitaciones financieras que enfrentan todos los países.

Al adoptar su enfoque de forma eficaz, esos países pueden centrarse en las poblaciones más vulnerables. Además, en comparación con otras partes del mundo, la región se está recuperando con rapidez de la pandemia de la COVID-19, factor determinante que explica los cambios positivos que observamos en esos lugares. Hablamos de que más de 5 millones de personas han dejado de pasar hambre durante los últimos tres años.

Se trata de un avance positivo importante que recupera los niveles previos a la COVID-19 en la región, que es precisamente nuestro objetivo.

¿El cambio climático podría revertir algunas de estas tendencias positivas en la región?

Ya hemos sobrepasado seis de los nueve límites planetarios. ¿Qué significa esto? Significa que la frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos aumentará. Y, pese a los considerables avances de América Latina, esta región todavía tiene mucho margen de mejora. Aunque cuenta con instituciones y programas sociales sólidos, como las transferencias condicionales de efectivo, es crucial continuar mejorando sin dormirse en los laureles.

¿Por qué? Porque necesitamos un plan de transferencias condicionales de efectivo que modifique sus destinatarios en función de la zona en la que se producen las perturbaciones. No se trata simplemente de dar dinero a las mismas personas que antes, sino de dirigirlo a los más vulnerables, dependiendo del tipo de conmoción enfrentada. La FAO está dedicando grandes esfuerzos a establecer métodos más adecuados para determinar por adelantado los tipos de perturbaciones que afectarán a los diferentes países y dónde se percibirán sus efectos.

Hay muchas posibilidades para continuar mejorando y ganando eficiencia. Hemos obtenido múltiples enseñanzas de las experiencias pasadas, pero la región debe continuar aprendiendo. Vivimos en un mundo en el que las vulnerabilidades han aumentado. Es un mundo de riesgos, incertidumbre y cambio climático que nos traerá no solo sequías, inundaciones y variabilidad del clima que dificultarán la toma de decisiones, sino también enfermedades y plagas que irán evolucionando.

Tenemos información sobre lo que está pasando hoy en el mundo, pero también debemos tener en cuenta la migración de las especies y la migración de las personas. Debemos trabajar en este sentido. Ahora, es importante destacar que la región de América Latina y el Caribe con mejores resultados es América del Sur. América central aún tiene un largo camino por recorrer para lograr mejoras importantes, y el Caribe también tiene mucho trabajo pendiente para aumentar su resiliencia, ya que son las zonas más afectadas por el cambio climático y con más dependencia de las importaciones de productos alimenticios.

En resumen, la región es heterogénea y debemos esforzarnos por estabilizarla y acelerar el proceso a fin de que esté preparada para un mundo cambiante en términos de frecuencia de los fenómenos y los choques climáticos.

Volvamos a las principales conclusiones del informe. ¿Nos puede hablar de la importancia del indicador de asequibilidad de las dietas saludables y explicarnos los cambios que se observan en los datos en comparación con el año pasado?

Al evaluar la inseguridad alimentaria, tenemos en cuenta no solo el hambre o la subalimentación crónica, sino también el sobrepeso y la obesidad. La importancia de la asequibilidad de las dietas saludables reside en su capacidad para proporcionar los diferentes macronutrientes y micronutrientes (frutas, hortalizas y proteínas) necesarios para evitar tanto la subalimentación crónica como el riesgo de sobrepeso y obesidad.

En particular, este año hemos realizado una revisión completa de la serie de acceso a dietas saludables. Es importante destacar que, para que la comparación sea precisa, solo podemos utilizar las cifras revisadas del informe de este año. No podemos cotejarlas con las cifras del SOFI anterior.

Este año, hemos puesto en marcha tres mejoras clave. En primer lugar, hemos adaptado los precios a la vista de los importantes cambios experimentados en los últimos años, utilizando los nuevos datos del Banco Mundial en sustitución de la información del Programa de Comparación Internacional de 2017. De este modo, hemos podido actualizar los precios de productos alimenticios concretos de la cesta que denominamos “dieta saludable de costo mínimo”.

En segundo lugar, hemos aplicado técnicas de interpolación para ampliar la serie de países para los que se dispone de información, lo que nos ha permitido completar los puntos de datos que faltaban con los costos estimados de una dieta saludable en esos países.

En tercer lugar, hemos incorporado variables adicionales para reflejar mejor la diversidad entre las regiones en términos de consumo de dietas saludables o consumo de productos no alimentarios. Esto resulta crucial ya que las proporciones varían en gran medida según el nivel de ingresos. Por ejemplo, las poblaciones de ingresos medios destinan más gasto a productos no alimentarios que a alimentos, mientras que las poblaciones más pobres dedican a la alimentación una parte mucho mayor de su gasto total. Esta mejora nos permite contabilizar con más acierto las variaciones entre regiones y países, lo que se traduce en un indicador más preciso y fiable.

Como resultado de estas revisiones, las estimaciones actuales indican que 2 800 millones de personas carecen de acceso a esta dieta saludable de costo mínimo. Esta cifra alarmantemente alta ha mejorado muy poco en comparación con años anteriores, lo que pone de relieve la necesidad de tomar medidas de inmediato. Debemos cambiar el paradigma del alto costo de los alimentos y los ingresos insuficientes dando respuesta a los problemas tanto de la oferta como de la demanda.

Porque no es un tema que afecte únicamente a la oferta (producción y disponibilidad de alimentos), sino que también influye en la demanda (ingresos de las personas y poder adquisitivo). Estamos trabajando en ello y procuraremos formular recomendaciones que nos ayuden a minimizar este problema.

Acaba de mencionar un aspecto crucial: la nutrición. ¿Qué nos dice el informe SOFI sobre las perspectivas de las metas de nutrición de este año?

La buena noticia es que las tasas de retraso del crecimiento, emaciación y lactancia materna exclusiva han mejorado y los indicadores son más favorables que en los años anteriores.

Sin embargo, pese a este avance, no se progresa a la velocidad necesaria. Por ejemplo, al estudiar el retraso en el crecimiento, sabemos que la mitad de los países del mundo no están en camino de alcanzar las metas fijadas. Dos tercios de los Estados están lejos de cumplir con el indicador de emaciación, y el 40 % con la lactancia materna exclusiva.

Por lo tanto, es evidente que no debemos mantener las políticas vigentes, sino intensificarlas para alcanzar los objetivos y las metas establecidos.

Un indicador con resultados especialmente malos es el sobrepeso y la obesidad. En el caso del sobrepeso, el 60 % de los países no están en camino de alcanzar las metas definidas para el grupo de niños menores de cinco años.

Este indicador está empeorando, en particular en las regiones en las que el hambre está descendiendo. Por ejemplo, en América del Sur observamos un aumento significativo de los casos de sobrepeso. En consecuencia, debemos continuar trabajando en este tema, centrándonos tanto en el sobrepeso como en la obesidad, que ha registrado una subida constante durante el último decenio, desde el 12,1 % (591 millones de personas) en 2012 hasta el 15,8 % (881 millones de personas) aproximadamente en 2022.

Está claro, por tanto, que hay un gran margen de mejora en ambos ámbitos. Tenemos que intensificar la lucha contra el retraso en el crecimiento y la emaciación y a favor de la lactancia materna exclusiva, y conseguir al mismo tiempo reducciones notables del sobrepeso y la obesidad. Por eso precisamente resulta tan importante el indicador de acceso a dietas saludables.

¿Puede explicar cómo se procesan todos estos datos para generar el informe SOFI? ¿Hay alguna limitación o sesgo que debamos tener en cuanta al interpretarlos?

Debemos ser meticulosos al manejar las cifras del SOFI. Como he señalado antes, reconstruimos por completo toda la serie cada año. El motivo es sencillo: recibimos más datos de los países cada año, a veces datos actualizados que incluso podrían implicar la revisión de las cifras de años anteriores cuando se tiene acceso a observaciones nuevas.

Por lo tanto, no podemos comparar las cifras de 2024 con las cifras de 2023 u otros años. Es crucial hacer referencia a la serie cronológica completa publicada en el informe.

En segundo lugar, debemos tener cuidado con las definiciones que utilizamos. En el SOFI, medimos la subalimentación crónica, a la que nos referimos como hambre. No medimos la inseguridad alimentaria aguda, que consiste en la falta de acceso a corto plazo a una alimentación adecuada y se evalúa en situaciones de emergencia. La subalimentación crónica es más bien un problema a medio y largo plazo.

En consecuencia, es fundamental contar con definiciones precisas para evitar confusiones, ya que en ocasiones se compara por error la inseguridad alimentaria aguda con el hambre. Se trata de conceptos distintos.

En tercer lugar, debemos tener presente que también calculamos la escala de experiencia de inseguridad alimentaria (FIES), que mide la inseguridad alimentaria moderada o grave. Esta escala refleja una dimensión más amplia, que abarca desde algo similar al hambre en el extremo de gravedad hasta la desnutrición y la hipernutrición (incluidos el sobrepeso y la obesidad) en el extremo moderado.

Esta cifra se deriva de una encuesta global que realizamos nosotros mismos, y de la información recabada por los países con el mismo instrumento y metodología que nuestra encuesta FIES. Algunos ejemplos evidentes son el Brasil, México y los Estados Unidos, que ya recopilan estos datos. Trabajamos sin descanso para aumentar el número de países que compilan sus propios datos, centrándonos en fomentar su capacidad para tal fin.

Ahora, este indicador muestra falta de acceso a una alimentación adecuada a lo largo del tiempo, y eso es lo que intentamos transmitir. Es fundamental examinar en profundidad esta serie cada año, como parte de nuestro trabajo continuo para afinarla y perfeccionarla.

Se están dedicando grandes esfuerzos a colaborar con los países y sus datos oficiales, que alimentan la metodología normalizada de la FAO, aprobada por la Comisión de Estadística. Son indicadores oficiales de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), cuya metodología ha sido aprobada por todos los países. La FAO lleva a cabo el análisis de acuerdo con la información facilitada por los países en relación con los indicadores del hambre y la nutrición. En lo que respecta a la FIES, como ya he señalado, recopilamos nuestros propios datos.

Curiosamente, cuando examinamos los datos de la FIES junto con los datos del hambre, observamos coherencia, que también resulta evidente al compararlos con la evolución de la pobreza. Por todo ello, considero que las cifras que aportamos ofrecen una estimación fiable y coherente de la situación.

Observamos que a muchos países les gustaría disponer de cifras anuales para realizar el seguimiento de sus progresos, pero es importante entender que existe incertidumbre interanual. Para solucionar esta dificultad, utilizamos promedios a tres años para informar sobre las cifras del hambre. Al utilizar un promedio progresivo a tres años, mitigamos en la práctica la posible variabilidad de los datos en distintos países. Por tanto, la cifra global ya incorpora esos promedios, lo que nos permite minimizar la varianza.

Por último, como han visto, ya no ofrecemos una estimación de un único punto para el hambre, sino que presentamos un rango. Este año, calculamos que entre 713 y 753 millones de personas están padeciendo hambre, lo que representa para nosotros el rango en el que se enmarca sin lugar a dudas la cifra real. Esta nueva práctica responde a la naturaleza cambiante del mundo y los factores de la inseguridad alimentaria, que conllevan una mayor variabilidad e incertidumbre. Nos sentimos más cómodos si facilitamos un rango, en lugar de un número absoluto, para reflejar esta situación.

¿Cuánto nos falta para alcanzar el objetivo 2030 de Hambre cero? Parece que nos hemos desviado del camino. ¿Cómo podemos ponernos al día?

No vamos por buen camino con ningún indicador. Eso está claro. Si hiciéramos una proyección de las cifras disponibles hoy, el resultado indicaría que, en 2030, 582 millones de personas sufrirían subalimentación crónica o hambre, es decir, unos 500 millones de personas más que la meta, que es el Hambre cero.

Si queremos acercarnos al máximo a nuestra meta, sumamente ambiciosa desde el principio, debemos acelerar el proceso y realizar cambios. Solo nos quedan seis años. Pero, cuando echo un vistazo a las diferentes regiones y veo qué ha sucedido en América del Sur, sé que es posible.

América del Sur ha experimentado mejoras importantes durante los últimos tres años y ha recuperado la situación previa a la pandemia de la COVID-19. Lamentablemente, no ha sucedido lo mismo en África, que acogería a la mitad de esa población de 582 millones de personas que pasarían hambre en 2030. Por lo tanto, debemos actuar y acelerar los progresos hacia nuestro objetivo, aprovechando las experiencias de América del Sur y todas las regiones.

La segunda parte de la edición de este año del informe SOFI se ocupa de la financiación. Para alcanzar nuestro objetivo, debemos cambiar la financiación de las iniciativas de reducción del hambre en todo el mundo. Por este motivo, tenemos que encontrar maneras de agilizar la financiación.

No obstante, tienen que suceder varias cosas. Primero, debemos mejorar la coordinación. Los donantes y diferentes organismos que facilitan financiación tienen distintos objetivos en mente, y eso es algo que cabe mejorar. Debemos aumentar tanto la coordinación como la focalización.

Segundo, debemos ser más osados. A la hora de asignar recursos, somos demasiado reacios al riesgo. A veces, es necesario exponerse a algún peligro. Por ejemplo, sacrificar un poco del crecimiento en aras de la reducción de la pobreza y, por tanto, del hambre en el mundo.

Y tercero, debemos mejorar las diferentes maneras de obtener financiación. Por ejemplo, si queremos atraer financiación del sector privado, debemos utilizar la financiación combinada ya que la mayoría de los países que más problemas afrontan en relación con el hambre son países de riesgo elevado. Se trata simplemente de crear una capa que minimice el riesgo para las empresas privadas que invierten en estos países.

Aunque también debemos innovar, incluso en la financiación combinada. Debemos reducir el riesgo a través de la información. Ese es el papel de la FAO: mejorar la información que recibe el mundo sobre qué está aconteciendo y dónde residen los problemas, para que las empresas y los países puedan focalizar con más acierto sus actuaciones.

También debemos introducir instrumentos nuevos. Una de nuestras iniciativas consiste en intentar atraer financiación para el clima a los sistemas agroalimentarios. Este será un logro crucial, ya que actualmente los sistemas agroalimentarios reciben del 3 % al 4 % de la financiación para el clima, a pesar de su considerable impacto en el medio ambiente (debido a las emisiones) y a la elevada influencia que ejerce en ellos a su vez el cambio climático.

Por eso estamos trabajando en la hoja de ruta para alcanzar el ODS 2 sin superar el umbral de 1,5°C.

Estamos intentando mostrar que podemos conseguir eficiencia con la transición justa de los sistemas alimentarios, lo que permitiría reducir las emisiones y mejorar la biodiversidad, además de cumplir con el ODS 2 de Hambre cero.

Ahora, la nueva iniciativa del G20 que presenta el Brasil de la mano del presidente Lula, Alianza contra el Hambre y la Pobreza, es crucial en este sentido ya que nos ayudará a agrupar todos estos pilares.

¿De qué pilares se trata?

Uno de los pilares es el conocimiento, en virtud del cual estamos intentando aprender las prácticas óptimas de diferentes países del mundo. De esta manera, tendremos el mecanismo y la institución que necesitamos para formular recomendaciones de actuación para los países.

Otro pilar es la financiación, que también resulta esencial en esta ocasión puesto que se acompañará de las innovaciones en la financiación de las que hemos hablado y, al mismo tiempo, intentará crear coordinación entre los diferentes donantes a países. Y en esto se basa la importancia de las inversiones de los bancos multilaterales y los países (los principales países, el G7 y los países del G20): sería fantástico contar con una plataforma de coordinación que conecta lo que sabemos hacer con la manera de financiarlo.

Y el tercer pilar es el impacto en el país, trabajando en el plano nacional. El proceso debe realizarse de abajo hacia arriba. Tenemos que colaborar con los países. Por lo tanto, la Alianza creada a raíz del G20 del Brasil será crucial, y por eso este año hemos decidido romper con la práctica de años anteriores y publicar el SOFI, porque creemos que constituirá un punto de partida para la revolución que necesitamos si queremos acelerar la transformación de los sistemas agroalimentarios.

En nuestra opinión, no cabe duda de que, si continuamos como hasta ahora, en especial América Latina y América del Sur alcanzarán ese objetivo en 2030. Según las proyecciones que manejamos en estos momentos, solo pasarán hambre unos 20 millones de personas. Es algo que podemos remediar.

Sin embargo, lo que tenemos que lograr es que lo que acontece en esta región se repita en las demás regiones: así debemos proceder con la transformación de los sistemas agroalimentarios. Por eso es tan importante dar a conocer los datos del informe SOFI a la Alianza, para avanzar hacia el objetivo que intentamos alcanzar durante los próximos años.

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