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Construir nuevas vidas y medios de subsistencia tras la destrucción


Un grupo de mujeres sirias demuestran el valor y las habilidades que siempre tuvieron

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La familia de Adla Hassan se había dedicado siempre a las aceitunas. Sin embargo, al escasear el dinero para cuidar de sus campos, los árboles ya no producían lo suficiente para poder ganarse la vida. ©FAO/Jafaar Merie

09/01/2020

Desde 2011, el conflicto sirio ha golpeado duramente a las familias. Han perdido parientes, viviendas y bienes. Las prácticas alimentarias y agrícolas transmitidas durante generaciones se han abandonado. Incluso se han roto los lazos con las ciudades y aldeas de origen, las tradiciones y la historia. 

Las mujeres suelen ser las más afectadas por esta ruptura. Para Adla Hasan, por ejemplo, cuando sus olivos dejaron de producir, no sólo perdió su sustento, sino también parte de su historia familiar.

“Elaboro productos de aceituna porque son los que durante años hicieron mis padres y mis abuelos. Amo mi trabajo”, asegura.

Adla es de Safita, Tartous, en el Noroeste de Siria, justo al norte del Líbano. Es una zona de olivares, con un clima mediterráneo al que se adaptan perfectamente estos árboles robustos y sus preciosos frutos.

Antes de la crisis, la familia de Adla podía vivir de su producción de aceitunas. Ahora todo el dinero que gana va destinado a cubrir sus necesidades diarias. No le queda nada para invertir en sus tierras -en fertilizantes, riego, podas- por lo que los árboles ya no producen más. No hay nada que recolectar.

Adla tuvo que ponerse a trabajar en una fábrica de plástico en Tartous, una ciudad a 25 kilómetros de su casa, ya que no tenía otra manera de mantenerse a sí misma, a su hermano y a sus seis hijos.

Izqda: Aicha Dalati se marchó de Alepo cuando la situación de seguridad se deterioró. Ella y su marido viven ahora de sus colmenas. ©FAO/Jafaar Merie; Dcha: Dima Talal Jedeed, de 34 años y madre de tres hijos, trabaja en una fábrica de zumos de fruta. Aho

En otro lugar de Siria, Aicha Dalati y su marido tuvieron que abandonar su casa en Alepo debido a la situación de seguridad. Se mudaron a una aldea llamada Al Dahabeye y viven de sus colmenas, vendiendo los productos a otros aldeanos. Como los costes de transporte se han duplicado, es demasiado caro  -y también peligroso-  vender sus productos en otras aldeas.

Estos ejemplos de desplazamiento y ruptura ocurren en toda Siria. Los costes de producción para los agricultores y los procesadores son cada vez más altos, mientras que los beneficios de la venta de productos disminuyen constantemente. La población no puede permitirse comprar miel o higos, artículos que no son esenciales para la vida diaria.

“Cualquier sirio preferiría comprar aceite, combustible para calefacción o alimentos para el invierno y mantenerlos almacenados. Son más importantes para una familia que comprar higos para deleitarse”, explica Afaf Jafar, de 39 años y madre de cinco hijos residente en la gobernación de Hama.

Afaf había trabajado en la agricultura desde que era niña y su familia siempre había producido higos, pero ahora, como muchas otras personas, no puede salir de su aldea para venderlos a causa del conflicto. Debe vender sus higos por lo que pueda conseguir en su propio pueblo. A menudo, ni siquiera alcanza a cubrir los costes de producción.

El conflicto ha puesto también de manifiesto otras dificultades a las que se enfrentan las mujeres. Desde el punto de vista cultural, las mujeres rara vez eran el principal sostén de la familia. Los hombres por lo general heredaban la tierra y tenían más años de escolarización. Habían recibido formación para distintos tipos de trabajos y se esperaba que fueran ellos los que vendieran la producción.

El conflicto ha cambiado estos patrones. Muchas familias perdieron a sus maridos, padres u otros varones que eran su sostén económico, dejando a las mujeres la responsabilidad exclusiva de ganar dinero y cuidar de sus familias.  Algunas de estas mujeres están empezando desde cero, incluso teniendo que aprender dónde obtener capacitación o los recursos que necesitan.

Afaf Jafar ha trabajado en la agricultura desde que era joven, sobre todo en el cultivo de higos. Con la crisis, el precio de los higos es tan bajo que no cubre los costes de producción. ©FAO/Jafaar Merie

Sin embargo, el potencial de las mujeres a menudo se subestima enormemente. Al ofrecerles las mismas oportunidades  -como capacitación, acceso a la tierra, herramientas, insumos como semillas o recursos financieros para iniciar un negocio-, las mujeres pueden convertirse fácilmente en profesionales autosuficientes y resilientes. A menudo se trata también de una cuestión de confianza. Por ello una de las funciones de la FAO es promoverla en comunidades de todo el mundo.

“Este trabajo cambió mi vida....Cuando trabajaba, me sentía menos estresada y con más confianza en mí misma. Me alegré de conocer a gente que también me apoyó”, señala Dima Talal Jedeed, una productora de zumo de limón en la gobernación de Latakia.

Viendo un gran potencial tanto en estas mujeres como en el sector agrícola, la FAO se asoció con Slow Food International para ofrecer a las mujeres sirias la oportunidad de adquirir las habilidades y confianza que necesitan para impulsar su producción, pero también para ayudarlas a identificar mercados. 

Como parte de esta iniciativa, siete mujeres sirias -así como varias profesionales técnicas-, viajaron a las regiones italianas de Piamonte y Liguria para aprender de comunidades agrícolas que producen y promueven alimentos locales, orgánicos y artesanales. Las mujeres estudiaron igualmente formas modernas de cultivar y recolectar sus productos, que pueden ayudarles a reducir el trabajo manual que conlleva su producción.

A su regreso a Siria, la FAO les proporcionó más capacitación en agricultura sostenible, elaboración de productos en condiciones higiénicas y comercialización. El proyecto pretende además crear y fortalecer grupos de mujeres productoras, reforzando su papel en un momento en el que están asumiendo muchas responsabilidades.

En las zonas de conflicto, la FAO apoya a la población en su vida cotidiana, ayudando a garantizar que puedan seguir obteniendo ingresos, alimentar a sus familias, acceder a la atención médica y enviar a sus hijos a la escuela. Esto representa una contribución pequeña, pero vital, para promover sociedades pacíficas e inclusivas, según reza el Objetivo de Desarrollo Sostenible 16, uno de los más importantes.

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