La provincia de La Guajira, en la frontera de Colombia con Venezuela, sufre regularmente fuertes vientos, altas temperaturas y sequías, lo que dificulta el cultivo y la producción de alimentos. ©FAO/Andrés Murillo
Alina Arieta está sentada frente a su cabaña de madera, contemplando un campo de frijoles. A esta campesina de 50 años le preocupa que el suelo esté demasiado seco y que la próxima cosecha no sea buena. Aquí en la aldea de Montelara, en el departamento colombiano de La Guajira, Alina y sus cuatro hijos, al igual que otras trescientas familias, dependen de la agricultura y la ganadería para su subsistencia.
Situado 1 000 km al norte de la capital, Bogotá, La Guajira es el departamento más septentrional de Colombia. Es una región seca y con paisajes desérticos y también propensa a las sequías. Entre la aridez de las tierras y los fenómenos climáticos extremos, es difícil para la población cultivar y criar ganado y, como resultado, las comunidades –en especial en las zonas rurales–, son vulnerables a la inseguridad alimentaria.
Alina, que nació en Colombia, regresó a La Guajira tras haber vivido en Venezuela durante 30 años. Recuerda su vida allí, donde regentaba un negocio y vivía de forma acomodada hasta que llegó la crisis.
“Decidimos salir de Venezuela por las razones que todo el mundo conoce, por la situación económica actual allí… Por eso decidimos dejar Venezuela y por eso ahora estoy de vuelta en Colombia”, dice.
En los últimos años, la crisis económica en la vecina Venezuela ha empujado a más de un millón de migrantes a cruzar la frontera con Colombia, 165 000 de ellos hacia La Guajira, la región más vulnerable del país. La afluencia de migrantes ha ejercido gran presión sobre unos recursos ya de por sí limitados, debilitando la seguridad alimentaria.
Izqda: Alina Arieta, una retornada colombiana, recibe capacitación del programa de Alerta y Acción Temprana de la FAO para aumentar su producción de alimentos, lo que la hace más resiliente a los efectos de las sequías. Dcha: Las comunidades recibieron también gallinas ponedoras como parte del proyecto. @FAO/Justine Texier
En 2018, cuando los pronósticos de alerta temprana indicaban una fuerte probabilidad de sequía en La Guajira y un aumento en el número de migrantes, la FAO actuó para evitar el deterioro de la situación.
El equipo de la FAO de Alerta y Acción Temprana (AAT), junto con la oficina de la FAO en Colombia, pusieron en marcha un programa para apoyar y capacitar a los agricultores a impulsar la producción alimentaria. “Hablamos de cultivos y semillas resistentes a la sequía, servicios veterinarios, pienso y tratamientos para el ganado, gallinas para la producción de huevos, y toda la rehabilitación de pozos para establecer campos comunitarios con micro-riego para producir diferentes tipos de cultivos”, explica Niccolo Lombardi, especialista en AAT de la FAO.
Alina participó en uno de los cursos de capacitación de la FAO, donde aprendió técnicas agrícolas fundamentales: labrar la tierra, sembrar yuca, frijoles y frutas como el melón. “El apoyo de la FAO ha sido un soplo de aire fresco”, afirma.
Otra participante en los cursos de la FAO, Fidelia Pana, es maestra, agricultora y líder comunitaria en Guayabal, aldea que se enfrenta a problemas similares a los de Montelara. ©FAO/Justine Texier
A 125 kilómetros al noreste de Montelara, siempre en la región de La Guajira, la aldea de Guayabal sufre condiciones climáticas similares. Es una comunidad que también ha experimentado un fuerte aumento de los migrantes. Fidelia Pana, de 61 años, siempre ha vivido aquí y ha conocido numerosas sequías severas en su vida. Ahora, con herramientas y semillas de la FAO, esta líder comunitaria ha logrado cultivar un próspero campo de coles. Los ganaderos locales pueden también ahora proporcionar atención veterinaria básica a sus animales, gracias a la formación de la FAO.
“No sabíamos cómo cuidarlos. El veterinario de la FAO que vino aquí nos enseñó cómo tratarlos y nos dio pienso. Nuestros animales han engordado, ahora están en buena forma, comen y beben lo suficiente”, añade Fidelia.
En la capacitación en Guayabal participaron diferentes grupos étnicos, entre ellos la población wayúu, el mayor grupo indígena del país, así como afrodescendientes y migrantes venezolanos. Las actividades de acción temprana de la FAO ayudaron a fortalecer la cohesión social entre estos diferentes grupos y a reducir las posibles tensiones que pudieran surgir en zonas pobres con una creciente competencia por el empleo, con precios de los alimentos en alza y el flujo de migrantes. Sin embargo, al aumentar las oportunidades y la seguridad alimentaria, la FAO ha contribuido a mejorar los medios de subsistencia de los miembros de toda la comunidad, mitigando así los peores efectos de la crisis.
Fue un largo camino para llegar hasta allí, pero para Alina, el futuro de La Guajira se presenta prometedor:
“Tenemos altibajos –admite–, pero al menos ahora estoy con mi familia. Hemos conseguido algo que puede ser muy poco para algunos, pero para nosotros es suficiente. Gracias los organismos de las Naciones Unidas, que nos asistieron, como la FAO, junto a UNICEF y el Programa Mundial de Alimentos (PMA), que implementaron otras actividades en la comunidad que nos han ayudado, los colombianos como yo y los migrantes venezolanos nos sentimos ahora más serenos a este lado de la frontera”.
La acción temprana salva vidas y medios de subsistencia, alivia la presión sobre los limitados recursos humanitarios y ofrece a las comunidades la oportunidad de protegerse a sí mismas para que puedan tener mayor resiliencia ante crisis futuras. Actuar con prontitud y crear resiliencia puede ayudar a frenar los problemas antes de que comiencen y acercarnos al futuro más prometedor que vislumbran los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
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