FAO en Paraguay

El esfuerzo de una comunidad indígena para cuidar y seguir plantando árboles

19/06/2024

Historia de una comunidad Mbya guaraní participante del proyecto PROEZA Paraguay en la zona de Naranjito, departamento de San Pedro.

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Asunciòn, 18 de junio de 2024. Familias Mbya guaraní de Paraguay esperan que el cultivo de árboles nativos fortalezca la reforestación que vienen haciendo desde hace una década, como forma de enfrentar un presente de crecientes extremos climáticos.

“Muchos beneficios nos da un árbol. Sirve de protección para frenar vientos fuertes y tormentas, si tenemos pequeños montecitos de árboles alrededor de nuestras casas y chacras”, dice Benicio Ramírez (39).

Benicio es líder de la comunidad indígena Naranjito Santa Lucía, donde 100 familias Mbya guaraní se asientan actualmente dentro de unas 237 hectáreas de tierra ubicada dentro del distrito de General Isidoro Resquín, departamento de San Pedro, a 300 kilómetros al noreste de la capital de Paraguay.

Una de las últimas tormentas  derribó 10 casas en el lugar, entre ellas la comunal conocida como opy, lugar de encuentro tradicional donde siguen trasmitiendo el idioma Mbya guaraní conocido por su profundidad espiritual, y donde realizan el tangará, baile de agradecimiento a Dios.

“Desde entonces, las familias fortalecieron su intención de seguir plantando y cuidando los árboles”, explica.

Volver a las chacras

La economía de las familias se sostiene combinando la producción de la chacra para autoconsumo, la cría de gallinas, cerdos y la tenencia de ganado de propiedad comunitaria.

En sus parcelas crecen mandioca, batata, porotos, maíz, maní y cítricos. La producción de mandioca, sésamo y naranja agria para aceite esencial petit grain generan ingresos económicos en efectivo.

El uso de las vacas de la comunidad se reserva para obtener dinero de forma rápida ante alguna urgencia de salud o necesidad de reparar los motores del sistema de agua.

Las explotaciones productivas que rodean a Naranjito en el pasado cultivaban caña de azúcar y producían miel, actividad que generaba empleos dentro de la comunidad. Pero hace unos años cambiaron por rubros mecanizados como la soja y el maíz.

“Ahora da la impresión de que se agravó la situación y que todavía se va a agravar más si la gente no se vuelca a trabajar en sus chacras, este es un tema del que solemos hablar permanentemente. Nosotros siempre le recomendamos que apuesten a su propia chacra para proteger a su familia”, dice.

Plantar árboles contra el cambio climático

Benicio es oriundo de Tacuatí, luego su familia vivió en Azotey para, finalmente, arraigarse en Naranjito cuando apenas era un niño. Hace una década fue elegido líder de la comunidad.

“Nuestra comunidad era un pastizal, en el otro extremo sí había un poco de monte. Y recuerdo que cada año había quemazones, y tras eso cada vez crecía más pasto. Fue muy duro y lento el proceso para ir saliendo adelante”, dice.

Desde entonces se propuso atender el desafío de los incendios forestales permanentes.

Debatiendo con la comunidad, decidieron empezar a plantar pequeñas islas de árboles en el lugar, especialmente en torno a las casas y las chacras.

“Nosotros como originarios somos conscientes de todo lo que dan los árboles, por ejemplo, nos dan oxígeno para seguir viviendo…en esas cosas pensamos y estamos cuidando que los árboles vuelvan a crecer”, dice.

Los árboles además proveen a las familias de madera para construir sus casas, leña para calentarse en el frío, materiales para la artesanía tradicional y hacen de barrera ante las tormentas y el calor extremo crecientes.

Elegimos los árboles

Para Naranjito los impactos del clima ya son parte del presente y, como tal, esta realidad empieza a tener peso en las decisiones de las familias.

En una ocasión, dice Benicio, varias familias limpiaban sus parcelas para una nueva temporada de cultivos. El trabajo era grande, tenían la posibilidad de conseguir un tractor para que entrara a rastronear y terminar rápido el proceso. Pero que entrara el tractor implicaba perder algunos árboles.

Las familias se pusieron a debatir sobre todos los factores en juego, conscientes de la importancia de los árboles -y todavía con la última tormenta en la memoria- decidieron que no entrara, y en cambio ellas harían el trabajo de la forma más pesada y manual.

“A partir de esa experiencia la gente se propuso cuidar más nuestros árboles, y plantarlos más alrededor de nuestras casas para frenar los temporales. Y si echamos uno, plantamos dos, porque nos damos cuenta de cómo nos protegen”, dice.

Proyecto PROEZA 

En medio de este esfuerzo de una década aproximadamente 40 familias de la comunidad se integraron al Proyecto Pobreza, Reforestación, Energía y Cambio Climático (PROEZA), uno de los esfuerzos oficiales que realiza Paraguay para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, mitigar y mejorar la capacidad de adaptación a los impactos del cambio climático en comunidades rurales, dando cumplimiento a los acuerdos de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.

La iniciativa es liderada por el Gobierno Nacional, cuenta con el financiamiento del Fondo Verde del Clima (FVC) y la cooperación técnica de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

Combina objetivos de generación de ingresos económicos, reforestación, generación de energías renovables y mitigación de los efectos del cambio climático en familias rurales que viven en la pobreza y la extrema pobreza.

Se implementa con familias participantes del programa Tekoporã y lo complementa con pagos por trabajos de mantenimiento de las parcelas y transferencias condicionadas monetarias ambientales.

Las familias participantes eligen uno de los seis sistemas agroforestales, que combinan yerba mate, árboles nativos, especies exóticas y cítricos. Estos sistemas se asocian a rubros de autoconsumo para las familias, contribuyendo a la seguridad alimentaria de las mismas.

 

En Naranjito las familias eligieron tres de los modelos agroforestales, los que se enfocan en árboles cítricos, árboles nativos y especies exóticas.

Hasta ahora, dice Benicio, las familias se apropiaron del proyecto, a pesar de que es incipiente y tienen expectativas de los resultados.

Uno de los mayores desafíos en terreno fue el ataque de hormigas cortadoras, que echaron a perder una parte de los plantines. Afortunadamente los esfuerzos de la comunidad, con el apoyo de los técnicos del proyecto, logró recuperar el control de las parcelas y ahora los plantines que se repusieron ya crecen a salvo.