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Seis conclusiones principales del nuevo informe sobre el hambre en el mundo

11/06/2015

El nuevo informe El Estado de la inseguridad alimentaria en el mundo (SOFI 2015) recoge los últimos avances logrados en la era de los ODM para reducir a la mitad la proporción global de las personas sufriendo de hambre (ODM 1.C). Entre los grandes avances en Asia oriental y las actuales disparidades regionales, presentamos aquí seis principales tendencias resumiendo el informe anual producido por la FAO, el FIDA y el PMA, los tres organismos de las Naciones Unidas sobre alimentación y agricultura con sede en Roma.

La meta está a nuestro alcance, pero el hambre cero sigue lejos

Más de 200 millones de personas han escapado de la miseria del hambre desde 1990, el primer año de referencia de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Sin embargo, en 2015, unos 795 millones de personas de todo el mundo - algo más de una de cada nueve personas - todavía carecen de los alimentos necesarios para disfrutar de una vida activa y saludable. Estadísticamente hablando, la meta 1.C de los ODM, relativa al hambre no ha completamente sido alcanzada, pero en términos generales el objetivo se puede considerar como logrado. Entre 1990-92 y 2014-16, la proporción de personas subalimentadas respecto de la población se ha reducido desde el 18,6 por ciento hasta el 10,9 por ciento a nivel mundial, y desde el 23.3 por ciento al 12.9 por ciento en los países en desarrollo.

Avances variables

Unos 72 países en desarrollo, lo que equivale a más de la mitad de los 129 países bajo seguimiento, han alcanzado la meta relativa al hambre. Sin embargo, los avances han sido desiguales entre distintas regiones. El Cáucaso y Asia central, Asia del Este, América latina y el África del Norte y del Oeste han registrado avances importantes en la lucha contra el hambre, y sólo en el Este y Sud-Este Asiático hay 227 millones menos personas subalimentadas. El Caribe, Oceanía y el Asia del Oeste han registrado avances más lentos y irregulares,  mientras que los avances han sido en general lentos en el Asia del Sur y el África subsahariana,  dos regiones que cuentan hoy con casi las dos terceras partes de la subalimentación global.

Repartir la riqueza

Promover el crecimiento inclusivo en el sector agrícola y rural, con un enfoque en los agricultores familiares y los pequeños agricultores, está estrechamente vinculado con mejoras en la seguridad alimentaria, la nutrición y los medios de vida. Si bien el crecimiento económico es importante para lograr avances en la reducción de la pobreza, del hambre y de la malnutrición, no basta por sí sólo. Los países que han registrado los mayores logros en la reducción del hambre en gran parte han llevado a cabo políticas con el objetivo de ofrecer oportunidades a los pobres, la mayoría (el 78 por ciento) de los cuales viven en zonas rurales.

Una plataforma sólida

La protección social contribuye de forma directa a la reducción del hambre. Programas tales como la alimentación escolar, la transferencia de efectivo y la atención sanitaria han crecido exponencialmente entre 1990 y 2015, especialmente desde los últimos años de los años 90 tras las crisis financieras de las economías de mercado emergentes. Estos programas han proporcionado cierta forma de seguridad de los ingresos y acceso a una mejor nutrición, atención sanitaria, educación y trabajo decente a personas que viven en entornos difíciles y a menudo peligrosos. Al mejorar las capacidades humanas y mitigar los efectos de las crisis, la protección socialtambién favorece el emprendimiento, empoderando a las personas muy pobres y a los vulnerables para gestionar los riesgos y sacar provecho de las oportunidades económicas.

Las crisis prolongadas socavan los progresos

Como era previsible, los países afectados por crisis prolongadas – de origen humano o natural – han registrado avances menos importantes respecto a las metas internacionales relativas al hambre. En 2012, la prevalencia media de la subalimentación en situaciones de crisis prolongadas era del 39 por ciento, comparado a un promedio del 15 por ciento en el resto del mundo en desarrollo.  Tal vez menos conocido es que a lo largo de los pasados 30 años, las crisis prolongadas han pasado a ser la norma mientras que las crisis agudas de breve duración son ahora la excepción. La inseguridad alimentaria y la malnutrición son particularmente difusas en estos contextos. En 1990, 12 países de África se enfrentaban a crisis alimentarias, cuatro de los cuales se encontraban en crisis prolongadas. Veinte años después, el número de países en crisis alimentarias era el doble, de los cuales 19 estaban en crisis para más de ocho de los 10 años anteriores. Afrontar la vulnerabilidad, respetar los derechos humanos fundamentales e integrar la asistencia humanitaria y para el desarrollo son algunas de las vías que identifica el informe para reducir la inseguridad alimentaria en situaciones de crisis prolongadas.

La nutrición – la nueva frontera

Desde que los ODM fueron concebidos a finales del siglo anterior, la importancia de la nutrición en la determinación del desarrollo y de las oportunidades de vida ha sido más ampliamente reconocida. Si bien la prevalencia de la subalimentación y la prevalencia de la insuficiencia ponderal entre los niños menores de cinco años – los dos indicadores de la meta del ODM 1 relativa al hambre - han evolucionado en paralelo en el mundo en su conjunto, existen diferencias en el plano regional. La subalimentación se ha reducido a un ritmo más rápido que la insuficiencia ponderal en Asia del Sud-Este y el África del Norte, donde la calidad y la diversidad de las dietas son inadecuadas, y en Asia del Sur, donde factores como los problemas de salud y la falta de condiciones higiénicas han ralentizado los avances. Asia del Sur y el África subsahariana siguen estando particularmente expuestas al “hambre encubierta”, es decir la ingesta insuficiente de micronutrientes que deriva en diferentes tipos de malnutrición, como anemia ferropénica y carencia de vitamina A.