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Capítulo 2 (contd.)

Cuadro 2.4.
Ejemplos de balance de tierras: Asia meridional y América del Sur tropical

(millones de ha)

 Régimen de humedad (PCV, días)1Calidad de la tierra 2Asia meridional 8América del Sur tropical 9
TotalEn explotaciónRemanente3TotalEn explotaciónRemanente3
Tierra con potencial de cultivo de secano por clases        
1. Semiárida seca75–119MI,I,PI29,222,17,19,83,56,3
2. Semiárida húmeda120–179MI,I82,461,021,432,210,821,5
3. Subhúmeda180–269MI,I50,645,45,2121,547,474,2
4. Húmeda270 +MI,I6,0  329,5  
5. Semiárida húmeda, subhúmeda, húmeda poco idóneas120 +PI22,425,13,3230,744,0516,2
6. Fluvisoles, gleysolesInund. nat.MI,I21,3  65,2  
7. Fluvisoles/gleysoles poco idóneosInund. nat.PI0,921,60,642,08,199,1
A. Total 1 a 7212,8175,237,6831,0113,7717,3
B. de la cual de regadío 48,1  4,5 
C. Riego en tierra no idónea (árida e hiperárida)15,315,3 0,90,9 
D. Total de tierra con potencial de cultivo (A+C)228,1190,537,6831,9114,6717,3
E. Tierra sin potencial de cultivo de secano2404,9  532,7  
E.1 - Hiperárida45,6  22,7  
E.2 - Otras limitaciones159,3  510,0  
F. Superficie forestal total461,1  802,9  
F.1 - Podría estar en tierras sin potencial de cultivo555,0  310,2  
F.2 - Superficie forestal mínima en tierra con potencial de cultivo6  6,1  492,7
G. Total de asentamientos humanos e infraestructura725,7 (0,023 ha/persona)11,3 (0,046 ha/persona)
G.1 - En tierras sin potencial de cultivo8,9  4,7  
G.2 - Balance en tierras con potencial de cultivo  16,8  6,6
H. Espacios protegidos15,6  143,6  
H.1 - En tierras sin potencial de cultivo10,3  52,1  
H.2 - Balance en tierra con potencial de cultivo  5,3  91,5

1 PCV = Duración del período de crecimiento vegetal, es decir, el número de días del año en los que la temperatura y la humedad del suelo permiten el crecimiento de las plantas en cultura de secano.
2 MI = Muy idónea, en el sentido de que el rendimiento que puede obtenerse es del 80 por ciento, o más, al de la tierra sin limitaciones; I = Idónea, el rendimiento es el 40 – 80 por ciento del de la tierra sin limitaciones; PI =Poco idónea, el rendimiento es del 20 – 40 por ciento.
3 Puede estar dedicada en parte a pastoreo; la restante tierra de pastoreo es la parte de barbecho de la tierra explotada en la producción de cultivos.
4 Datos de la evaluación FRA90 (véase el capítulo sobre silvicultura).
5 Cantidad máxima de tierra en la que puede haber árboles, pero no cultivos.
6 Balance de la superficie forestal (F2 = F-F1) que necesariamente tiene que estar en tierra con potencial de cultivo. Como tal, ésta es la superposición mínima entre tierra forestal y agrícola. En realidad puede ser muy superior.
7 En cuanto al método de estimación de la tierra de asentamientos humanos e infraestructura, véase el Capítulo 4.
8 Bangladesh, India, Nepal, Pakistan, Sri Lanka.
9 Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Paraguay, Perú, Venezuela.

Hay que señalar que esa evaluación indica las posibilidades de producción de cultivos de secano de la tierra en su estado natural, es decir, sin tener en cuenta las mejoras o los deterioros que se derivan de la actividad humana. Por consiguiente, los resultados se deben considerar con esta reserva, puesto que es bien conocido que gran parte de la tierra utilizada en la agricultura ha sufrido modificaciones en el curso del tiempo, para bien o para mal, debido a la intervención humana. Estas alteraciones se tienen en cuenta en parte en el proceso de contabilización de las existencias de tierras de regadío; por ejemplo, en último término las tierras de condiciones desérticas sin posibilidades agrícolas en su estado natural se añaden a las tierras agrícolas si se ha introducido el regadío.

Los datos sobre la tierra susodichos contienen también información interesante en relación con los recursos hídricos para la agricultura. Sobre este último tema, hay que distinguir entre los suministros de agua de las precipitaciones directamente utilizables en la agricultura de secano cuando caen o terminan en suelos con cualidades apropiadas (en particular la capacidad para retener la humedad en la zona radicular durante todo el tiempo necesario para los ciclos de crecimiento de los distintos cultivos) y la parte de la lluvia que se incorpora a las masas de agua, como ríos y acuíferos, y que, junto con las reservas de agua fósil, puede utilizarse para la agricultura sólo mediante intervención humana (riego). Como se ha señalado, los datos sobre este último recurso no son suficientes para efectuar una evaluación completa. Sin embargo, los datos relativos al suministro procedente de las precipitaciones utilizables directamente forman parte integrante de la evaluación del potencial agrícola de secano de los recursos de tierra de las ZAE mencionadas más arriba. Esto se debe a que al evaluar la idoneidad de cualquier parcela de tierra para producir uno o más cultivos con un rendimiento “aceptable” (véanse las notas del Cuadro 2.4), el régimen de precipitaciones y la capacidad de retención de agua del suelo son elementos fundamentales.

En último término, afirmar que, por ejemplo, Asia meridional tiene alrededor de 50 millones de ha de tierra en la clase de terreno/suelo “muy idónea” o “idónea” para la agricultura, que reciben precipitaciones y tienen características de retención del agua suficientes para un período de crecimiento vegetal de 180–269 días, equivale a hablar de la disponibilidad de agua para la agricultura de secano. Para esto se consideran las precipitaciones no en abstracto (por ejemplo, en mm) sino, de manera más precisa, la parte que termina en los suelos que poseen otras características deseables para la agricultura. Si se exceptúan los cambios en el régimen de precipitaciones y la calidad de los suelos, cabe suponer que éste es un recurso perenne. Esta estimación tal vez sea más válida que la de los recursos hídricos para el riego. Estos están sujetos a una incertidumbre mayor con respecto a su mantenimiento a lo largo del tiempo, debido a los siguientes factores: a) la posible reducción de los suministros del agua debido a la utilización excesiva, b) el riesgo de deterioro de las tierras de regadío (anegamiento, salinización) y de la infraestructura (sedimentación, etc.), y c) la posible desviación de los suministros de agua hacia otros usos no agrícolas.

En la práctica, por consiguiente, la clasificación de la tierra con potencial agrícola de secano en función del indicador “Período del Crecimiento Vegetal” (PCV) facilita la definición de las limitaciones del agua para la agricultura. Tiene la ventaja adicional de que las estimaciones así obtenidas están menos sujetas a incertidumbre que las relativas a los recursos hídricos para riego (véase Capítulo 4). Es evidente la importancia que tiene la mejora de los datos y los conocimientos sobre estos últimos recursos, teniendo en cuenta que en la actualidad alrededor del 37 por ciento del valor bruto de la producción de cultivos (y el 50 por ciento de la de cereales) de los países en desarrollo procede de tierras de regadío.

Las estimaciones así obtenidas en cuanto a la disponibilidad de tierra y de agua para la agricultura de secano se complementan con dos elementos de información adicional de interés, a saber: a) la medida en que la tierra es de regadío, lo que incluye también una estimación del riego de la tierra que no es idónea para la agricultura de secano en su estado natural (líneas B y C en el Cuadro 2.4), y b) si se utilizan en la actualidad para la producción agrícola (sin incluir la tierra destinada a forraje, ya sea cultivado o pasto natural para pastoreo).

Mediante esta estimación del estado de la utilización actual es posible obtener la parte de la tierra con posibilidades agrícolas de diversas calidades no actualmente explotada para la producción de cultivos (remanente de tierras). Es evidente la existencia de un fuerte contraste entre la situación de Asia meridional y de América del Sur tropical (Cuadro 2.4). Este es aún más manifiesto cuando se expresa en función de la densidad de población, puesto que la de Asia meridional es de 1 100 millones de habitantes y la de América del Sur tropical de sólo 240 millones. Por otra parte, Asia meridional tiene el 65 por ciento de su población económicamente activa dedicada a la agricultura (265 millones), mientras que en América del Sur tropical se dedica sólo el 25 por ciento, es decir, 22 millones. Por consiguiente, hay diferencias aún más claras en cuanto a la tierra agrícola real o potencialmente disponible por persona economicamente activa en la agricultura. Esta última variable es la clave para comprender las fuerzas que pueden definir el futuro en cuanto a equilibrio entre población y recursos. Como ya se ha indicado, este equilibrio tiene dos dimensiones principales: a) cuántos alimentos más hay que producir, lo cual está directamente vinculado al crecimiento de la población total y al consumo de alimentos per cápita, y b) cuántas personas hay o habrá cuyo sustento depende del aprovechamiento de los recursos agrícolas. La variable que interesa aquí es el tamaño de la población económicamente activa en la agricultura.

La existencia de tierra con potencial agrícola no significa necesariamente que dicha tierra pueda utilizarse para la producción de cultivos. En primer lugar, una parte se destina a asentamientos humanos (habitación, industria, infraestructura) y se seguirá haciendo así en el futuro a medida que crezca la población. No se dispone de datos fidedignos sobre la cantidad de tierra ocupada por los asentamientos humanos. Para deducir las estimaciones que aparecen en el Cuadro 2.4 (línea G; para los métodos de estimación véase el Capítulo 4), se han utilizado datos esporádicos de algunos países. Estas estimaciones están sujetas a un margen de error desconocido, pero probablemente muy grande.

En segundo lugar, una parte de la tierra con potencial agrícola se superpone con los bosques. No se conoce con precisión el alcance de esta superposición. En el Cuadro 2.4 se dan unas estimaciones mínimas que se han obtenido deduciendo en primer lugar de la superficie forestal total la parte que, según criterios agroecológicos, podría existir en la tierra sin potencial agrícola (línea F.1 del Cuadro). El resto de la superficie forestal total debe estar por definición en la tierra con potencial agrícola (línea F.2). Esta es una estimación mínima de la superposición, pero probablemente la real sea mucho mayor. De acuerdo con los criterios relativos al medio ambiente y la sostenibilidad, una buena parte de la tierra cubierta de bosque no debería considerarse como posible campo de una ampliación de la agricultura. Es más, algunas zonas, no siempre boscosas, están sometidas a protección jurídica (líneas H.1, H.2 del cuadro). Por otra parte, las tierras forestales contribuyen a la seguridad alimentaria, por lo que al determinar los beneficios en cuanto a la producción de alimentos que se derivarían de su transformación en terrenos agrícolas habría que restar la pérdida de seguridad alimentaria que se derivase. Esto se debe a que hay un número considerable de personas, muy superior al de las comunidades de habitantes de las zonas forestales, que depende de la explotación sostenible de los bosques y los árboles como fuente de suministros alimenticios complementarios o, lo que es aún más importante, como fuente de ingresos no agrícolas.

De lo expuesto cabe deducir que la pregunta “¿Cuánta nueva tierra puede dedicarse a la producción agrícola?” no se puede responder únicamente, ni tampoco de manera predominante, tomando como base los datos aquí presentados. Por una parte, el alcance de la superposición, tal vez múltiple, entre la tierra con potencial agrícola, el bosque, los asentamientos humanos y los espacios protegidos no se conoce con un margen aceptable de error. Por otra parte, el crecimiento demográfico obligará a la ocupación ulterior por asentamientos humanos de tierras con potencial agrícola (explotadas o no en la actualidad). Además, hay otra serie de factores (socioeconómicos, tecnológicos, etc.) de los que dependerá la combinación de la ampliación de la superficie y el crecimiento de los rendimientos que servirá de base al aumento futuro de la producción. Al fin, tal como se explica en el Capítulo 4, la tierra adicional que se destinará a la agricultura para el año 2010 podría ser de unos 4 millones de ha en Asia meridional y 20 millones de ha en América del Sur tropical. Por otra parte, el constante crecimiento demográfico obligará probablemente a destinar en las dos regiones tierras por el orden de 9 millones y 3 millones de ha respectivamente a asentamientos humanos e infraestructura.

Descenso de la relación tierra/persona

Como se ha señalado, el continuo descenso de la disponibilidad de los recursos agrícolas per cápita como consecuencia del crecimiento demográfico es uno de los principales motivos de preocupación cuando se examina la relación entre suministro de alimentos y población. El otro motivo es el deterioro de la calidad y potencial de producción alimentaria de los recursos. Los datos antes examinados pueden arrojar algo de luz sobre la naturaleza e importancia del descenso de la relación recursos/persona (en adelante, denominada relación tierra/persona). Los valores de esta relación en los diferentes países en desarrollo presentan una enorme variedad, desde niveles muy bajos a niveles altos. En la parte más baja se encuentran países como Egipto, Mauricio, Rwanda, etc., con coeficientes de tierra explotada inferiores a 0,1 ha por persona en el total de la población y reservas prácticamente inexistentes para una ulterior expansión. En el otro extremo aparecen países como la Argentina o la República Centroafricana, donde la relación de tierra explotada es de casi una ha/persona y las reservas son considerables.

Como consecuencia del crecimiento de la población, cada vez será mayor el número de países que se acercarán a los valores de relación tierra/persona que caracterizan actualmente a los países escasos en tierras. ¿ Tiene esto alguna influencia en la alimentación y nutrición? Para obtener una primera respuesta parcial se puede examinar si los países con escasez de tierras se encuentran en peor situación nutricional (en lo que respecta a la disponibilidad de alimentos per cápita) que los países con mayor abundancia de tierras. Esta es la tarea abordada en el Cuadro 2.5, donde la relación tierra/persona se ha ajustado tal como se indica en la nota 11. Los rasgos que emergen del Cuadro confirman lo que ya se sabe, es decir, que no hay una relación estrecha aparente entre la relación tierra/persona y el suministro de alimentos per cápita. En todo caso, se observa que muchos países con abundancia de tierra tienen bajo suministro de alimentos per cápita, mientras que la mayor parte de los países con situación más desahogada desde el punto de vista nutricional parecen ser precisamente los que tienen mayor escasez de tierras. Al mismo tiempo, la mayor parte de estos últimos países realizan considerables importaciones de cereales.

¿ Significan estos datos que la sensación de amenaza ante el constante descenso de la relación tierra/persona es injustificada? No necesariamente. En primer lugar, la relación nacional tierra/persona, aun cuando se ajusta teniendo en cuenta las diferencias de la calidad de la tierra, es sólo uno de los muchos factores que determinan los suministros de alimentos per cápita. Su importancia sólo se observa mediante un análisis que tenga en cuenta el papel de estos otros factores (esencialmente respetando la claúsula “en igualdad de condiciones”). En segundo lugar, la fuerte dependencia de la importación de cereales en los países con buena situación alimentaria y escasez de tierras significa que la sensación de amenaza del descenso de la relación tierra/persona debe entenderse en un contexto mundial. Es decir, el descenso de la relación tierra/persona de un país concreto quizá no represente una amenaza para su propio bienestar alimentario, siempre que en otro lugar (en los actuales o posibles países exportadores) haya tierra suficiente para impedir que la relación mundial tierra/persona caiga por debajo de valores mínimos críticos (desconocidos); y, naturalmente, siempre que las personas del país con escasez de tierra no se ganen la vida fundamentalmente con los recursos locales de tierras y aguas. En esta categoría se incluyen países como Corea (Rep.) y Mauricio.

11. Un país puede tener mucha tierra, pero no por esta razón debe considerarse como un país con gran potencial agrícola si la tierra es de mala calidad. Por ejemplo, se estima que Níger tiene 1,5 ha de tierra explotada por persona, pero el 95 % de esa tierra corresponde a la categoría de semiárida seca. Otros países tienen mucha menos tierra explotada por persona pero la tierra es de mejor calidad, incluidas las mejoras conseguidas gracias al riego. Por ejemplo, Pakistán tiene sólo 0,16 ha/persona pero el 86 % es de regadío. Las relaciones tierra/persona deben por lo tanto ser ajustadas antes de intentar una comparación significativa entre países. Los ajustes se efectúan utilizando las siguientes ponderaciones: tierras subhúmedas, 1,0; fluvisoles/gleysoles, 0,81; fluvisoles/gleysoles poco idóneos, 0,35; semiáridas húmedas. 0,85; tierras poco idóneas en las zonas semiáridas húmedas, subhúmedas y húmedas, 0,35; tierras de regadío, 2,2. Estas ponderaciones reflejan en términos aproximados los rendimientos potenciales en cereales. Una vez introducidos estos ajustes, la relación tierra/persona de Níger baja a 0,50 ha y la de Pakistán sube a 0,31 ha. En ambos casos, debido a los ajustes, se trataría de tierra con un potencial de producción comparable. Las comparaciones que aparecen en el Cuadro 2.5 se han efectuado a partir de relaciones tierra/persona ajustadas de esa manera. Datos por país se encuentran en el Apéndice 3, Cuadro A.5.

De lo dicho se deduce que el descenso de la relación tierra/persona puede representar una amenaza para el bienestar alimentario de los países con escasez de tierras cuyos medios de vida dependen en gran parte de la agricultura, independientemente de que su propio crecimiento demográfico pueda repercutir de forma no significativa en la relación mundial tierra/persona. La mayor parte de los países de esta categoría son los que ocupan el cuadrante superior izquierdo del Cuadro 2.5. Sólo la acción conjunta de una agricultura mucho más productiva (en la práctica, el recurso a tecnologías de “aumento de la tierra” que frenen o inviertan el descenso) y un vigoroso crecimiento no agrícola les liberará del cautiverio de una relación tierra/persona en continuo descenso12.

Cuadro 2.5.
Distribución de los países en desarrollo atendiendo a la tierra explotada per cápita y a los suministros de alimentos per cápita, datos para 1988/90
Tierra per cápita1 (ha)Suministro de alimentos per cápita (cal/días)3
Menos de 2 0002 000–2 1002 100–2 3002 300–2 5002 500–2 700Más de 2 700
Menos de 0,10Rwanda(8)2      Jamaica(140)T. Tabago(213)
          Jordania(338)
          Corea, Rep(225)
          Mauricio(190)
0,10–0,19Burundi(4)Kenya(1)Yemen(134)Venezuela(126)Indonesia(10)Egipto(163)
Somalia(29)Bangladesh(20)Lesotho(117)Rep. Dominicana(94)  Líbano(188)
Namibia(49)Haití(36)Sri Lanka(60)El Salvador(36)  Arabia Saudita(265)
    Viet Nam(-11)Filipinas(35)    
    Liberia(47)Colombia(27)    
    Guatemala(36)Laos(14)    
    Honduras(33)Gabón(74)    
0,20–0,29Etiopía(15)Perú(65)India(1)Myanmar(-4)Malasia(140)Costa Rica(120)
  Malawi(13)Panamá(53)Ecuador(46)  Argelia(251)
    Nepal(2)    Corea, RPD(27)
    Nigeria(5)    Libia(401)
    Ghana(20)      
    Uganda(1)      
    Congo(51)      
0,30–0,39Sierra Leona(37)  Tanzanía(2)Chile(14)Swazilandia(134)Turquía(14)
Mozambique(30)  Gambia(97)Suriname(-60)  Cuba(235)
    Botswana(148)Mauritania(117)  Túnez(219)
    Pakistán(6)    México(77)
    Nicaragua(46)    Irán(101)
    Tailandia(-113)    Siria(114)
    Madagascar(9)      
    Camboya(8)      
    Zaire(12)      
0,40–0,50Angola(49)Bolivia(19)Zimbabwe(-40)  Uruguay(-158)Marruecos(58)
Afganistán(17)Sudán(16)Togo(21)  C.d'Ivoire(50)Iraq(223)
Más de 0,50Chad(8)Zambia(15)Níger(26)Senegal(82)Paraguay(-70)Brasil(18)
RCA(15)  Camerún(43)Benin(22)  Argentina(-289)
    Guinea(40)Guyana(10)    
    Malí(10)      
    Burkina Faso(17)      

1 Tierra per cápita ajustada en función de su potencial de producción para obtener estimaciones aproximadamente comparables entre países (véase nota 11).
2 Los números entre paréntesis son las importaciones netas de cereales per cápita. El signo menos indica exportaciones netas.
3 Datos sobre calorías para 1988/90, antes de las últimas actualizaciones de las hojas de balance de alimentos hechas por FAO en 1994.

Así pues, el descenso de la relación tierra/persona influye ciertamente en los suministros de alimentos per cápita, en un doble sentido. En el contexto mundial y en relación con los países con fuerte dependencia real o potencial de las importaciones de alimentos, importa sobre todo si el descenso amenaza con situar la relación mundial por debajo de los valores críticos (desconocidos), aun teniendo en cuenta el alivio que se podría conseguir con las tecnologías de “aumento de la tierra”. En tal caso, los efectos se manifestarían en forma de subida de los precios de los alimentos, que afectarían principalmente a la población pobre. Es algo que no ha ocurrido todavía, a pesar del constante descenso de la relación mundial tierra/persona. Sólo se pueden hacer conjeturas sobre los posibles valores críticos y sobre la probabilidad de que estos valores se alcancen antes de que el mundo consiga una población estacionaria y un suministro aceptable de alimentos per cápita.

En el contexto local, el descenso de la relación tierra/persona influye ciertamente en la situación alimentaria, en la nutrición y en los ingresos, sobre todo en los países con acceso limitado a alimentos importados y fuerte dependencia de la agricultura para el mantenimiento y mejora de los niveles de vida y, por consiguiente, del bienestar alimentario. Cuando se reduzca esa dependencia, si es que logra reducirse, las presiones sobre la relación tierra/persona mundial adquirirán también importancia creciente para ellos.

Anteriormente se ha hablado de la posible contribución de las tecnologías de “aumento de la tierra” (en la práctica, de elevación de los rendimientos) a señalar el alivio que pueden aportar frente a las consecuencias del descenso inexorable de la relación tierra/persona. No obstante, algunas de las amenazas percibidas en el camino hacia la resolución del problema alimentario están relacionadas precisamente con los peligros para el protencial productivo de los recursos agrícolas derivados de la aplicación de estas mismas tecnologías, por ejemplo, la pérdida de tierra de regadío por efecto de la salinización y el anegamiento, la pérdida de potencial de rendimiento y un riesgo creciente de fracaso de las cosechas debido a la resistencia a los plaguicidas, etc13. Además, los esfuerzos por introducir el cultivo en nuevas tierras o por utilizar la tierra agrícola existente de forma más intensiva pueden ir asociados muchas veces con su deterioro (por ejemplo, por la reducción de los barbechos, la exposición de los suelos frágiles a la erosión causada por la deforestación) y quizá no eleven de forma permanente el potencial productivo total. En la siguiente sección se intenta examinar los que, en hipótesis, parecen ser los procesos más fundamentales que impulsan la actividad humana hacia la degradación del potencial productivo de los recursos agrícolas.

12. La referencia a las tecnologías de aumento de la tierra y al crecimiento de otros sectores subraya el hecho de que el total de los recursos destinados a la producción de alimentos y/o ingresos no puede considerarse como una magnitud dada. En el proceso de desarrollo, los recursos escasos son sustituidos por otros menos escasos y el total aumenta como consecuencia de adiciones de capital producido por el hombre, cuyo componente más importante es la inventiva humana. Otra cuestión es si hay o no un límite definitivo a este proceso (ver, por ejemplo, Daly y Townsend, 1993; y para una visión menos pesimista, Pearce y Warford, 1993, cuyo libro lleva el título sugestivo de Mundo sin Fin).
13. Las tecnologías de aumento de la tierra, generalmente aquéllas asociadas con la introdución de las variedades modernas, en ocasiones han sido fuertemente criticadas tanto por los efectos adversos sobre los recursos y el medio ambiente como por el trastorno que provocan a los sistemas de cultivo tradicionales y las estructuras sociales asociadas (por ejemplo, véase Shiva, 1991). Sin embargo, sus efectos se deben evaluar en relación con esos, probablemente mucho mayores, que hubieran resultado de las crecientes presiones demográficas sobre los recursos, los sistemas de cultivo tradicionales y las estructuras sociales si es que estas tecnologías no hubieran hecho posible los grandes aumentos en la producción alimentaria. La cuestión no debe verse en terminos de tener o no tecnologías basadas sobre las variedades modernas. Más bien se trata de minimizar los efectos negativos. La investigación agrícola se orienta crecientemente hacia este fin, por ejemplo consiguiendo variedades modernas resistentes a las plagas de manera que se reduzca la dependencia de pesticidas químicos (véase el Capitulo 4).

Actividad agrícola y degradación de los recursos agrícolas

Como se ha indicado, hay pruebas suficientes (aunque no completas ni detalladas) de que el potencial productivo de al menos parte de los recursos mundiales de tierra y agua se está degradando como consecuencia de la actividad agrícola (por ejemplo, erosión de los suelos, anegamiento y salinización de las tierras regadas). Además, la actividad agrícola produce otros efectos ambientales adversos (por ejemplo, amenaza a la diversidad biológica, contaminación de las aguas superficiales y subterráneas). En el Capítulo 11 se presentan algunas pruebas de estos procesos. Aun reconociendo que la actividad agrícola contribuye muchas veces a mantener o restaurar la capacidad productiva de los recursos de tierra y agua, en esta sección conclusiva se intenta presentar una reflexión sobre las causas por las que la actividad humana podría terminar destruyendo más bien que conservando o aumentando esta capacidad.

La opinión más común es que estos procesos están relacionados de alguna manera con el constante crecimiento demográfico, relación que se manifiesta en un doble sentido: a) hay que producir más alimentos, y para ello hay que destinar a usos agrícolas recursos de tierras y aguas anteriormente no utilizados y/o utilizar dichos recursos más intensivamente. Ambos procesos pueden generar repercusiones negativas sobre la calidad de los mismos recursos así como sobre el medio ambiente en general; b) en muchos países en desarrollo el crecimiento de la población va acompañado de un aumento del número de personas que viven de la explotación de los recursos agrícolas, lo que hace que disminuyan los recursos por persona en estas zonas.

En el curso normal de los acontecimientos el descenso de los recursos per cápita tendería a aumentar su valor para las personas implicadas (siendo en muchos casos su principal o único medio de ganarse la vida) y obligaría a una utilización más eficiente, y en particular al mantenimiento y mejora de su potencial productivo. El hecho de que el potencial productivo de gran parte de la base de recursos agrícolas haya mejorado como consecuencia de la actividad humana en el período histórico es prueba de este proceso. No obstante, muchas veces se observa también que en ciertas condiciones esta relación de respeto tiende a desaparecer, con el resultado que las personas, en vez de conservar y mejorar el potencial productivo de los recursos, lo destruyen (véase Harrison, 1992).

Comprender el por qué de ese proceso es imprescindible para responder con políticas que promuevan el desarrollo sostenible. Cuando se observa esta relación destructiva en condiciones de pobreza, muchas veces se da por descontado que la pobreza explica el comportamiento de las personas ante los recursos. El mecanismo hipotizado actúa (en jerga económica) contrayendo el horizonte temporal de las personas pobres. En términos más sencillos, significa que en condiciones de absoluta miseria la necesidad de supervivencia inmediata se impone sobre las consideraciones de la supervivencia en el futuro. Los pobres no tienen medios suficientes para proveerse hoy y al mismo tiempo invertir en conservación y mejora de los recursos para poder mantenerse mañana.

No obstante, esta opinión dista mucho de ser una explicación completa de los procesos en acción, útil para la formulación de respuestas en materia de políticas. En primer lugar, hay numerosas pruebas empíricas de que este proceso no entra en acción en muchas situaciones de pobreza. En segundo lugar, se observa con frecuencia que la degradación de los recursos agrícolas se produce también cuando estos recursos son explotados por personas que no se encuentran en situación de pobreza (véase más adelante). Este proceso se reproduce también, muchas veces con mayor intensidad, en condiciones en que la pobreza está disminuyendo más que aumentando, por ejemplo cuando la creación de oportunidades de obtención de ingresos fuera de la agricultura lleva al abandono (porque ya no valen la pena) de prácticas complejas de conservación de los recursos, como el mantenimiento de terrazas para conservar pequeñas parcelas de tierra de mala calidad en las laderas de las montañas, etc. (pueden verse algunos ejemplos relativos a las Sierras de América Latina en de Janvry y García, 1988). Otro ejemplo de degradación asociado a la mitigación más bien que al agravamiento de la pobreza sería la creación de oportunidades rentables de cultivar yuca en algunos países de Asia para su exportación a la CE, donde sustituyó a los cereales de alto precio en el sector de los piensos. Se cree que parte de esta expansión de la producción de yuca tuvo efectos negativos sobre los recursos de tierras y aguas que no se “interiorizaron” en el precio de exportación (véase Capítulo 13).

De lo dicho se deduce que intervienen procesos más complejos, y que plantear una correlación directa entre pobreza y deterioro ambiental puede ser una simplificación excesiva. Así se reconoce en general, y las investigaciones llevadas a cabo para comprender el papel de otras variables que condicionan la relación entre pobreza y degradación del medio ambiente pueden proveer elementos analíticos útiles. Dichas investigaciones insisten, por ejemplo, en la importancia fundamental de los siguientes elementos: instituciones que regulan el acceso a los recursos (por ejemplo, la propiedad común o los recursos de libre acceso) y las presiones a que se ven sometidas estas instituciones cuando aumenta la densidad demográfica; desigualdad y falta de acceso a la tierra; políticas que distorsionan los incentivos contra el uso de tecnologías que contribuirían a la conservación de los recursos, por ejemplo, reduciendo la relación entre los precios de los productos agrícolas y los fertilizantes y haciendo antieconómico el uso de fertilizantes donde una mayor utilización de estos sería fundamental para evitar el agotamiento del suelo; y efectos multiplicadores de las políticas que facilitan las interacciones entre la población pobre y la que no lo es en formas que favorecen la degradación, por ejemplo cuando la deforestación y la expansión de la agricultura se facilitan mediante incentivos a las operaciones de extracción maderera que abren rutas de acceso hacia zonas forestales anteriormente no accesibles, cuyos suelos quizá no puedan sostener fácilmente la producción agrícola.

La comprensión de la importancia de estas y otras variables determinantes y el abandono de la idea elemental de que la degradación puede explicarse, sin más, por la pobreza son importantes para formular y poner en práctica políticas orientadas a la agricultura sostenible y la conservación de los recursos. Son importantes porque el entorno de políticas en el futuro continuará caracterizándose por la presión sobre los recursos agrícolas relacionados, de una u otra manera, con la pobreza rural. De hecho, el número de pobres que vivirán de la explotación de los recursos agrícolas aumentará probablemente en algunos países, aunque pueda disminuir en otros. Ya se ha señalado que ambos procesos pueden asociarse a la degradación de los recursos. Por ello, el problema fundamental de políticas es reducir los impactos ambientales negativos de ambos procesos. En el Capítulo 12 se presentan las posibilidades ofrecidas por la tecnología de responder con políticas adecuadas; en el Capítulo 13 se tratan las políticas que contribuyen a reducir los efectos nocivos sobre el medio ambiente generados por la expansión y la intensificación de la agricultura.

La degradación de los recursos agrícolas como consecuencia de la pobreza es sólo una parte del fenómeno general. Es bien sabido que parte del proceso de degradación se debe a las acciones de personas que no se incluyen en la categoría de los pobres. Esta afirmación tiene dos aspectos: el primero se relaciona con los niveles y hábitos de consumo de las personas que no son pobres, tanto en los países en desarrollo como en los desarrollados. Por ejemplo, el 30 por ciento de la producción mundial de cereales se utiliza como alimento para los animales y buena parte de la producción de soja y otras semillas oleaginosas se destina también a la producción ganadera. La mayor parte de la producción pecuaria en sistemas basados en la utilización de piensos concentrados es consumida por personas de ingresos medianos y altos. En la medida en que la producción de cereales y semillas oleaginosas es causa de degradación (como ocurre de hecho en algunos lugares, aunque no en otros), cabe decir que parte de la degradación se debe a la actuación de los ricos, no de los pobres. Quizá sería más correcto decir que se debe a las interacciones entre ricos y pobres. Por ejemplo, la expansión de la producción de soja en América del Sur hizo subir los precios de la tierra en las localidades de producción; ello indujo a los pequeños agricultores a vender la tierra a grandes productores de soja y desplazarse a otras zonas para colonizar nuevas tierras. Otro ejemplo sería el ya citado, de la expansión de la producción de yuca para su exportación a Europa. Ambos casos están relacionados de alguna manera con políticas de otros países que mantuvieron precios artificialmente elevados para los cereales utilizados en la producción ganadera y así aumentaron los incentivos para la producción y exportación de estos sustitutos de los cereales (para una reflexión más detallada, véase Alexandratos et al., 1994).

Podrían enumerarse muchos otros ejemplos para ilustrar las complejas interacciones entre el comportamiento de los pobres y de los que no lo son, cuyo resultado es la intensificación de las presiones sobre los recursos agrícolas. Sin una comprensión a fondo de estos complejos procesos que llevan a la degradación de los recursos, sería difícil diseñar y aplicar respuestas adecuadas en materia de políticas. Habría que tener en cuenta los factores que determinan la actuación tanto de los pobres como de quienes no lo son aun cuando, en una estrategia orientada a la lucha contra la pobreza, el objetivo prioritario fuera reducir la degradación de los recursos utilizados por los pobres.

El segundo aspecto se relaciona con el hecho de que la degradación de los recursos está también asociada a la agricultura practicada por los agricultores que no son pobres. Un buen ejemplo sería el de la erosión de los suelos asociada a la producción de cereales en algunos lugares de América del Norte; otro sería el de la utilización excesiva de fertilizantes y productos agroquímicos en Europa; en la misma categoría podrían incluirse los efluentes derivados de las actividades ganaderas intensivas. Se trata en todos los casos de ejemplos de actuaciones de personas que no son pobres y que tienen efectos negativos sobre el medio ambiente. Todo ello demuestra que asociar la degradación de los recursos a la pobreza no sirve para explicar más que una parte del problema.

En definitiva, el enfoque de las políticas debe reconocer que la degradación de los recursos tiene consecuencias diferentes para los diversos países y grupos de población. Para los países pobres, las consecuencias pueden ser muy graves, ya que su bienestar depende en gran parte del potencial productivo de sus recursos agrícolas (Schelling, 1992). Por ello, desde un punto de vista del desarrollo económico y del bienestar entendido en su forma tradicional, es justo que la preocupación por los problemas de degradación de los recursos se centre fundamentalmente en los países en desarrollo. Al mismo tiempo, hay que reconocer que la degradación de los recursos no sólo en los países en desarrollo sino en todos los lugares del planeta, sobre todo en los principales países desarrollados exportadores de alimentos, puede dificultar aún más la solución de los problemas de seguridad alimentaria de los pobres si es que reduce el potencial mundial de producción de alimentos. Por ello, la lucha contra la degradación de los recursos en los países ricos adquiere carácter prioritario incluso en las estrategias orientadas fundamentalmente a la seguridad alimentaria de los pobres; y ello independientemente del hecho de que el bienestar de los países ricos, tal como se cuantifica tradicionalmente, por ejemplo, en función de los ingresos per cápita, quizá no se vea gravemente amenazado por una degradación moderada de sus propios recursos. Hay, naturalmente, otras razones apremiantes para que los países ricos concedan gran prioridad a la lucha contra la degradación de sus propios recursos, una tarea que puede ser vista como un fin en sí mismo.


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