COLOMBIA - COLOMBIE

Excmo. Sr. Carlos Lemos Simmonds, Vicepresidente de la República de Colombia


Permítanme, ante todo, expresar mis agradecimientos a la FAO por la organización de esta Cumbre, al Gobierno italiano y a las autoridades de Roma por su hospitalidad, así como felicitar a la Presidencia por la forma como se han conducido las deliberaciones.

Para Colombia resulta muy valiosa la realización de esta Cumbre, esfuerzo de todos los países, que se ha visto plenamente retribuido en la Declaración de Roma y en el Plan de Acción. En el curso de estas sesiones, el debate sobre la seguridad alimentaria se ha centrado fundamentalmente en la paradoja del hambre de más de 800 millones de personas, frente a una creciente disponibilidad mundial de alimentos. Ha quedado claro que el hambre tiene rostro de mujer, que el hambre tiene voz de niño, que el hambre predomina en el sur y que no sólo son los habitantes de los países pobres los que sufren hambre. El hambre es la expresión más dolorosa de la inseguridad alimentaria, pero no la única. Para nosotros, los países en vías de desarrollo, es uno de esos graves y viejos problemas que deben analizarse en un nuevo escenario, el de la globalización.

En este nuevo marco, el reto ha dejado de ser el autoabastecimiento para convertirse en el compromiso de resolver realidades estructurales, como la baja competitividad de un sector rural rezagado, el incremento de los ingresos netos nacionales, la mayor equidad social y un clima de paz y concordia que propicie la modernización productiva. Más que el hambre, nuestra sociedad se enfrenta a un problema generalizado de pobreza que conlleva serias dificultades en la disponibilidad y en el acceso a los alimentos. No es ésta, evidentemente, la situación de los países desarrollados. Ellos pueden aceptar el reto de duplicar la oferta agrícola en 25 años y no tienen mayores dificultades de acceso. Actualmente, son los mayores exportadores de alimentos y materias primas para la población y la agroindustria del sur. Por el contrario, nuestros países ven como aumentan sus importaciones agrícolas de manera dramática, mientras se reduce el crecimiento de sus exportaciones, muchas de ellas generadas en el sector agropecuario. Es el caso de Colombia, donde hemos pasado de importar anualmente 1 millón de toneladas de alimentos e insumos para la agroindustria a importar 4 millones al año. Pero la globalización no es el único factor que cambia el escenario de la seguridad alimentaria para nuestros países. Ahora tenemos el deber con la humanidad, de lograrla mediante sistemas productivos sostenibles, dado que aún conservamos las grandes reservas de diversidad. El costo de no hacerlo sería, a largo plazo, la inseguridad alimentaria del mundo.

Este reto es, para Colombia, particularmente complejo por la presencia de cultivos ilícitos que, a pesar de nuestros enormes esfuerzos, a veces solitarios, han venido desplazando con gran velocidad la producción de alimentos en tierras aptas para la agricultura, con sistemas altamente depredadores de los recursos naturales.

Además, los cultivos ilícitos sólo han traído muerte y pobreza a nuestro país y, por una visión parcializada, hemos llegado a una absurda situación en la cual lo ilícito no es el producto sino el país entero. Ante estas nuevas realidades, el logro de la seguridad alimentaria en nuestros países, parte de la imperiosa necesidad de construir una nueva visión de lo rural, que revalorice su papel dentro de la economía como un sector estratégico; que reivindique el valor de su diversidad cultural; que identifique los procesos de reconversión productiva, donde unos ganan y otros pierden; que lo reconozca como el guardián de la biodiversidad; y, para algunos casos, como el de Colombia que lo consagre definitivamente como el espacio en donde se juega la diferencia entre la guerra y la paz.

Esta nueva visión, mucho más amplia que la tradicional, desborda las posibilidades del mercado para resolver los problemas de la seguridad alimentaria. Por ello, las responsabilidades del estado siguen vigentes y se necesita un nuevo pacto rural-urbano que permita la articulación del desarrollo agrícola con los centros urbanos intermedios e impida que se amplíen las diferencias que ya existen entre el campo y la ciudad. Se debe ampliar el ámbito de acción de la política rural comprometiendo sectores del estado que lo habían abandonado. Así, ya no serán los ministerios de agricultura ni aún los mismos gobiernos solos, los únicos responsables de la seguridad alimentaria de un país.

Colombia ha abordado este reto con un nuevo instrumento, el Contrato Social Rural, firmado entre el gobierno y los campesinos, que compromete a todas las instancias de la administración a incluir en sus agendas responsabilidades y recursos, para elevar la calidad de la población rural. En esta dirección, Colombia ha elaborado recientemente su Plan Nacional de Alimentación y Nutrición, que busca mitigar en gran medida los problemas de la desnutrición y la malnutrición en la población más vulnerable, en especial en los niños. Este plan se desarrollará de manera coherente con los demás compromisos establecidos en nuestro contrato social rural.

Quisiera subrayar el tema relativo a la investigación agropecuaria bajo el claro reconocimiento de la necesidad de adelantar programas de investigación estratégica, que promuevan el incremento de la competitividad del sector agropecuario, aseguren el manejo sostenible de los recursos naturales y propugnen la reducción de la pobreza. Convencidos de ello y pese a las múltiples necesidades de desarrollo que confronta nuestro país, estamos contribuyendo activamente al sistema internacional que lidera el Grupo Consultivo Internacional en Investigación Agropecuaria, del cual somos donantes desde hace unos años, y a la Consolidación del Fondo Regional de Tecnología Agropecuaria para América Latina y el Caribe.

Señor Presidente, en razón de que Colombia tiene el honor de presidir actualmente el movimiento de los países no alineados, permítaseme plantear algunas ideas que alrededor del tema de la seguridad alimentaria se compartieron en el Bureau de Coordinación Política del Movimiento y que, sin duda, enriquecen el actual debate. El proceso de globalización no debe ser solo una oportunidad para adelantar intercambios económicos favorables, sino que debe constituir un escenario privilegiado de solidaridad, equidad y corresponsabilidad mundial. La alimentación es un derecho humano fundamental cuyo incumplimiento atenta contra la soberanía de las naciones; su promoción constituye un imperativo moral de la comunidad internacional. En este contexto, debe aplicarse el principio de no discriminación por razones étnicas, políticas, religiosas, culturales o de género. Los alimentos no deben ser utilizados nunca como elementos de presión económica o política.

A pesar de los esfuerzos por liberalizar los mercados internacionales, los términos globales de intercambio aún son regresivos e implican una deuda social de los países ricos con los países pobres. Los países en desarrollo se han visto obligados a pagar el costo de esa deuda social al tener que convivir con la inseguridad alimentaria que es la consecuencia de un estado global generalizado de inequidad. La expansión de los mercados y la liberalización económica deben ser emprendidas dentro de una perspectiva social de solidaridad. Por tal razón, los riesgos y oportunidades generados por los nuevos acuerdos internacionales de comercio deben ser objeto de un cuidadoso examen. Sus efectos adversos sobre los países en desarrollo deben ser corregidos o compensados.

La cooperación internacional es indispensable para asegurar los recursos que requieren aquellos países ambientalmente frágiles, para proteger sus sistemas ecológicos y propiciar una relación positiva entre la conservación del medio ambiente y la seguridad alimentaria.

Quisiera terminar esta presentación expresando la esperanza de que la seguridad alimentaria sea un propósito compartido entre el norte y el sur y que gracias a los compromisos derivados de esta Cumbre se cumplirán los objetivos que nos reúnen. Nuestros esfuerzos de hoy no pueden concluir en una nueva frustración.


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