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Suplemento - La lucha biológica e integrada contra las plagas forestales

J. M. FRANZ

J.M. FRANZ pertenece al Institut für Biologische Schädlingsbekämpfung, Biologische Bundesanstalt für Landund Forstwirtschaft, Darmstadt, Alemania (Rep. Fed.).

Conclusión de un informe efectuado a petición de la FAO. La primera parte apareció en Unasylva, Volumen 24 (4), Número 99.

Los medios biológicos en la lucha contra los organismos patógenos forestales

Las enfermedades de las plantas. La lucha contra las enfermedades de las plantas difícilmente da buenos resultados si no se combinan muy bien muchas técnicas. La obtención, por medios genéticos, de plantas resistentes constituye evidentemente una «intervención biológica» que escapa al alcance del presente estudio, pero puede muy bien formar parte de la lucha integrada contra las plagas (véase más adelante). En los bosques, por lo general, la aplicación de fungicidas resulta demasiado cara. La silvicultura nos permite evitar o combatir las infecciones de varios modos como, por ejemplo, eligiendo el lugar apropiado, eliminando los hospedantes secundarios de los organismos patógenos, sometiendo el suelo a un régimen de ordenación y empleando semillas que no tengan ninguna enfermedad. En el presente trabajo sólo podremos decir algunas palabras acerca del empleo de organismos, hiperparásitos y especies entomótagas en la lucha contra los parásitos patógenos.

El empleo de agentes bióticos para combatir las enfermedades forestales no se ha investigado a fondo. La mayor dificultad que se presenta al respecto es la de lograr que ataquen a los parásitos antes de invadir la planta. Hansbrough (1965) señala que se han empleado en varios casos contra las enfermedades de los bosques, pero no se sabe de ninguno en que los brotes hayan disminuido hasta el punto de hacerse tolerables. La mayoría de los parásitos y enemigos de los agentes patógenos de los bosques hacen que disminuya la producción de inoculo, aunque no tanto como para curar una epifitotia o, lo que es más importante aún, impedir que se produzca. Así, por ejemplo, hay casos, como el de Tuberculina máxima, que medra bien en la roya vesicular exótica de Pinus strobus, en los Estados Unidos (Wicker y Woo, 1969) y el de los hongos e insectos parásitos de Archeutobium pussillum, plaga de las coníferas, en los cuales no disminuyen los daños (Wicker y Shaw, 1968). Se espera descubrir, en los terrenos forestales, cuáles son los organismos antagónicos que impiden la pudrición de la raíz de los pinos (Fumes annosus), en el este de los Estados Unidos, cuando no se remueve el terreno donde crecen los árboles. En tal caso, se podrían trasladar a aquellos terrenos que pasan de la producción agrícola a la forestal, quizá inoculándolos en la tierra del vivero, de manera que se proporcione a cada planta una dotación completa de organismos protectores. Las relaciones de los microorganismos que viven en la superficie de las hojas o agujas (bacterias epífitas) con los patógenos son muy complejas. En experimentos realizados en invernadero, la aplicación de cultivos mixtos de dichas bacterias, en caldos nutritivos, permitió combatir la roya de las agujas (Melampsora medusae) en plantas de vivero de Pseudotsuga menziesii McBride, (1969). Leben (1965) hizo un estudio de este tipo de acción antagónica que se produce entre los microorganismos epífitos y los agentes patógenos. En conjunto, la lucha biológica contra las enfermedades forestales tendrá un carácter más preventivo que paliativo o curativo y deberá basarse en un claro concepto del bosque como ecosistema.

En un estudio reciente, Hulme y Schields (1970) demostraron que, inyectando inmediatamente Trichoderma virida en las trozas de Betula spp., se puede combatir biológicamente la putrefacción producida por otros hongos que no pueden competir contra dicha especie. Introducida artificialmente, aparece primero, priva a la madera de los carbohidratos que no son estructurales y, sin alterar mucho sus propiedades mecánicas, impide que crezcan otros hongos. Dichos autores recomiendan sin embargo, que se busquen sistemáticamente otros organismos, hasta encontrar especies mejores que se puedan emplear en condiciones ambientales diferentes.

Los medios biotécnicos

En algunos casos, se pueden aprovechar aquellas características específicas innatas de la conducta que responden a determinados estímulos físicos o químicos («Metharchon»). Por lo general, no se trata de matar insectos directamente como cuando se emplean los medios químicos o físicos corrientes. Se les ha dado el nombre de medios biotécnicos porque guardan una estrecha relación con las características biológicas del organismo que responde y el estímulo (Franz, 1969). Por lo general, su acción produce en los insectos dañinos atracción repulsión o desorden fisiológico de manera muy específica.

Los atrayentes sexuales son sustancias químicas muy poderosas, que sirven para reunir a los machos con las hembras. Se presentan en muchos órdenes de insectos (estudios de Jacobson, 1965, 1966). Se pueden aplicar con diferentes técnicas a la lucha contra las plagas. La determinación de la abundancia de un insecto se facilita empleando hembras vírgenes, su extremo abdominal, o extractos de las mismas, con el fin de reunir a los machos, como lo demuestra el caso de Lymantria monacha y de L. dispar. Ya se ha logrado aislar algunos de los atrayentes sexuales de los insectos que atacan a los bosques. A través de experimentos realizados en el terreno, se ha podido conocer el valor que tienen algunos productos sintéticos, como el «Gyplure», que atraen a los machos. Gracias a su empleo se pudo descubrir el comienzo de un brote de Lymantria dispar y hacer su reconocimiento. El Departamento de Agricultura de los Estados Unidos realizó una campaña de reconocimiento en gran escala empleando dicho producto. Actualmente, se utilizan trampas desechables de papel, que tienen una mecha para el atrayente y una sustancia pegajosa que retiene los insectos. Se hizo un esfuerzo por confundir a los machos esparciendo «Gyplure», pero los resultados no fueron satisfactorios. Se ha recomendado hacer campañas semejantes empleando otros atrayentes sexuales como, por ejemplo, el de Diprion similis, plaga exótica del pino (Casida, Coppel y Watanabe, 1963). Se hizo un experimento en el terreno para confundir a los machos de Trichoplusia ni, plaga del repollo, esparciendo feromona sexual, con buenos resultados (Gaston et al., 1967).

Las feromonas, que se pueden sintetizar en parte, como, por ejemplo, «Frontalin» y «Brevicomin» (de Dendroctonus spp.) ejercen una gran atracción sobre muchas escolítidas. Atraen no sólo sexualmente a más de una especie y determinan, también, en combinación con el mal olor volátil del árbol, el fenómeno de la concentración en masa de las mismas (Vité y Pitman, 1969). Es preciso estudiar a fondo las consecuencias ecológicas que pueda tener la aplicación en el terreno de los atrayentes sexuales más poderosos (Atkins, 1968), ya que deben hacer que se ponga en contacto la especie combatida con las sustancias tóxicas, esterilizantes o patógenas, o bien con dispositivos mecánicos, sin contaminar el medio en general ni poner en peligro a otras especies.

Los atrayentes generales hacen que los insectos fitófagos se dirijan a las plantas que les sirven de alimento. Son menos específicos en su acción que los sexuales. Los ingenieros forestales de experiencia, que emplean árboles como trampas y se valen del mal olor de la corteza podrida para hacer que se concentren los insectos fitófagos y las escolítidas, con el fin de controlarlos y eliminarlos, conocen a fondo las posibilidades que ofrecen los atrayentes generales en la lucha contra las plagas. Los sintéticos suelen desempeñar una función complementaria, ya que su poder de atracción viene a sumarse al de los árboles empleados como trampas contra las escolítidas. Han facilitado también el estudio de las especies de que se componen las poblaciones de fitófagos y de su densidad, permitiendo hacer un pronóstico más exacto de los brotes (Francke-Grosmann, 1963).

Los repelentes son sustancias, o propiedades físicas, que hacen alejarse a los insectos. Suelen usarse también para proteger los cultivos agrícolas de los animales salvajes. Se han perfeccionado compuestos que ahuyentan aquellos insectos chupadores que atacan a los animales domésticos y al hombre (Jacobson, 1966; Painter, 1967). Como, al parecer, ciertas resinas volátiles son causa de que determinadas especies de pinos resistan a las escolítidas y a Rhyaconia spp., existe la posibilidad de utilizar en el futuro, también en el bosque, repelentes de mal olor. Otro tanto se puede afirmar acerca de los disuasivos alimentarios, que impiden que los insectos devoren el follaje sin matarlos y no ofrecen peligro para la vida silvestre, a diferencia de los insecticidas de acción duradera. Se están haciendo muchas investigaciones en este sentido, empleando principalmente como disuasivos alimentarios agrícolas compuestos organometálicos, triazonas y extractos de plantas. Los primeros experimentos que se han hecho en el bosque han revelado que el trifenilacetato de estaño protege con eficacia las plantitas de pino del ataque de Hylobius pales (Thomas, 1969). El efecto que tienen dichos «disuasivos alimentarios» sobre las especies filófagas sólo permite abrigar esperanzas limitadas, porque no protegen a la generación siguiente. Es, por lo tanto, muy conveniente, el perfeccionamiento de disuasivos alimentarios sistémicos (Ascher, 1969). También se ha recomendado combatir aquellos insectos que dependen de que las plantas broten en una época determinada, prolongando artificialmente el período de reposo vegetativo mediante la aplicación de ácido abscísico (Eidt y Little, 1968).

Cabe mencionar aquí el sonido como otro medio de atracción o repulsión de carácter biotécnico. Los mosquitos son atraídos por uno que imite el de las alas de la hembra. Las polillas responden a sonidos que se asemejan al grito de los murciélagos, cambiando rápidamente de dirección durante el vuelo. Se han hecho algunos experimentos prácticos (Belton, 1962), como, por ejemplo, una población de gusanos del maíz se redujo a un tercio, en comparación con las parcelas de control, cuando se emitieron sonidos de alta frecuencia, desde el atardecer hasta el amanecer, durante la época del desarrollo. Aunque todavía no se tiene conocimiento de que se hayan realizado ensayos con plagas forestales, es justo seguir estudiando las posibilidades de los sonidos atrayentes o repelentes y de la energía electromagnética (Nelson y Seubert, 1966).

Las hormonas de los insectos y los compuestos que las imitan están adquiriendo mayor importancia como medios biotécnicos (Mordue, 1969; Williams, 1969). La hormona de la muda (ecdisona), por ser un esteroide, presenta dificultades en su aplicación tópica, de manera que su interés inmediato es menor que el de la hormona juvenil. Esta, empleada en los períodos críticos, produce perturbaciones letales en el desarrollo de los huevos y en la metamorfosis; las larvas de los insectos no logran formar crisálidas o adultos viables y los huevos depositados por las hembras tratadas no dan crías. En muchos extractos vegetales se han encontrado sustancias análogas a la hormona juvenil, que se considera constituyen un mecanismo de defensa específico que surgió durante la evolución. Es posible sintetizar la hormona juvenil y otras sustancias análogas, como los sesquiterpenos, el farnesol, los ácidos farnesénicos, etc. Algunos nanogramos (10-9 g) bastan para producir un efecto parcial. Se están haciendo muchas investigaciones porque, al parecer, es posible su aplicación práctica, ya que cantidades pequeñisimas de esta hormona tienen suma eficacia. Los heterópteros machos tratados con dosis de 1 a 5 microgramos, por ejemplo, se la transmiten a varias hembras durante la cópula dejándolas estériles. Con este método venéreo se logra una nueva forma de autocidio que se puede aprovechar en la lucha contra las plagas. Como en él se vincula la transmisión de la hormona a la actividad sexual, afecta a una sola especie. Se trataron larvas y crisálidas de Malacosoma californicum pluviale con éter farnesilmetílico, o con extractos crudos de Thuja y de Pseudotsuga. Produjeron un aumento de la mortalidad por las anormalidades estructurales, dificultades en la muda, mayor infección de virus poliédrico y microsporidios, disminución del número de huevos y de la viabilidad de la progenie a que dieron origen (Wellington, 1969). La hormona juvenil y otras sustancias análogas tienen la desventaja de que no ofrecen protección contra los daños que causan los insectos en sus fases larvales. Son poco tóxicas para los vertebrados, pero todavía es poco lo que se sabe acerca de sus efectos secundarios en relación con el medio. Es discutible que los insectos adquieran resistencia a los plaguicidas hormonales. No se sabe de ningún experimento en el terreno en que se hayan empleado contra las plagas forestales, pero son de esperar.

Lucha biológica contra las malezas

El empleo de organismos vivos para eliminar las plantas indeseables se ha limitado a los cultivos agrícolas y a los pastos (véanse los estudios de Holloway 1964; Huffaker, 1959; F. Wilson, 1964). Como algunas de las técnicas empleadas y los resultados obtenidos tienen relación también con los bosques, se darán en el presente estudio algunos ejemplos, sin hacer referencia a sus fundamentos.

La mayoría de los medios biológicos empleados para combatir las malezas se aplican a especies exóticas, de manera que el problema es semejante al que plantea la lucha contra plagas igualmente exóticas, con la diferencia obvia de que los insectos fitófagos necesitan alimentos más específicos que los entomófagos. Se ha podido demostrar que, importando enemigos naturales, por lo general procedentes de la misma región floral, se ha logrado eliminar una plaga introducida involuntariamente en varios casos. Un ejemplo muy conocido es el de la chumbera, Opuntia spp. de Australia y otros continentes, que fue combatida con insectos fitófagos específicos introducidos, especialmente Cactoblastis cactorum (Phycitidae), lo cual ha influido en los bosques, porque las chumberas han hecho no cultivables grandes extensiones, alejando el ganado de los pastos y favoreciendo la reforestación (natural), como puede apreciarse en el trabajo de Dodd (1940).

En otros casos también, la invasión en masa de los pastos por las malezas ha provocado la reaparición del bosque natural. Cuando se ha logrado introducir fitófagos específicos, se ha talado el bosque y la tierra se ha vuelto a destinar a la ganadería. En este caso, no se puede afirmar que la lucha biológica contra las malezas haya contribuido a la protección del bosque.

El esfuerzo hecho en Nueva Zelandia, y últimamente también en California, para eliminar Ulex europaeus, constituye uno de los pocos ejemplos en que se ha tratado de combatir, por medios biológicos, malezas de interés (parcial) para los bosques. El granívoro Apion ulicis fue llevado desde Europa y se estableció en el país, revelando ser muy específico, pero no se logró reducir en grado suficiente la enorme cantidad de semillas que produce esta maleza. En Europa, se están haciendo investigaciones acerca de otros monófagos (Zwolfer, 1968).

Hay una maleza (Cytisus scoparius), llevada de Europa a California, que invade los pastizales y 'los bosques. Se supone que, si se introduce un lepidóptero que abre galerías en las hojas y el tallo (Leucoptera spartifoliella), se reducirá esta maleza, que no solamente compite con los árboles forestales deseables, sino que aumenta el peligro de incendio.

El arbusto europeo Rhamnus cathartica, en el Canadá, es una maleza que sirve de hospedante alterno a un hongo (Puccinia lolii), parásito de la avena. Para combatirlo, se piensa introducir dos geométridas que tienen la especificidad requerida (Zwolfer, 1969).

En Europa, entre las plantas exóticas, las especies de Solidago son una maleza en los bosques artificiales, porque compite con las plantas jóvenes, pero los apicultores la aprecian por la producción de polen. Conflictos de intereses como éste han hecho que se importen deliberadamente fitófagos de poca eficacia.

Es posible que la lucha contra las malezas autóctonas, recurriendo a la importación de fitófagos, dé resultados bastante satisfactorios, como lo demuestra la gran reducción de Juniperus bermudiana, en Bermuda, que se logró por la introducción accidental de dos coccídidos exóticos, y la destrucción en gran escala del castaño autóctono en los Estados Unidos, debido a la introducción de un hongo (Endothia parasitica) procedente de Asia. Por desgracia, ambos ejemplos son de árboles valiosos, aunque podrían encontrarse casos semejantes entre las malezas, ofreciéndose un amplio campo a la investigación, que se debe realizar con cuidado, pero sin demasiadas restricciones, por temor al peligro de brotes (F. Wilson, 1964).

Desde hace tiempo, se sabe que es posible combatir las malezas empleando organismos patógenos, pero hasta la fecha sólo se tiene noticia de unos pocos experimentos realizados en la práctica (C. L. Wilson, 1969). En Minnesota, para transformar en pinares los rodales donde predominaba Quercus spp., se procedió a la inoculación del hongo Ceratocystis fagacearum, como un medio práctico para eliminar dicha especie. Para combatir a Diospyrus virginiana, se pueden cortar los árboles e inocular a los tocones una suspensión de esporas de Cephalosporium diospyri, sin peligro para las plantas que no hayan recibido el tratamiento. Se están estudiando otros planes para eliminar las malezas arbóreas y herbáceas, ya que, por sus inmensas posibilidades, se justifica hacer grandes esfuerzos para poder aplicar este método.

La lucha integrada

Primero, se definía la lucha integrada simplemente como cualquier combinación de los efectos de los organismos benéficos con los otros medios de lucha contra las plagas (Franz, 1961b). Actualmente, sin embargo, se prefiere una definición más refinada: a Sistema de lucha de una población de insectos dañinos en virtud del cual se emplean, teniendo en consideración el medio en que se encuentran y la dinámica de la especie, todas las técnicas y métodos idóneos de la manera más compatible que sea posible, y se mantiene la densidad «un nivel tan bajo que no pueda causar perjuicios económicos» (R.F. Smith, 1969). Stark, 1970 impugna la afirmación de que son sinónimos los términos lucha integrada y ordenación de las plagas. Propone que la ordenación de las plagas se considere como una disciplina de nivel más alto, o sea, como parte de la ordenación de los recursos naturales y que el término lucha integrada se aplique a la manera de controlar la densidad de población de los insectos dañinos. En este estudio, se trata más bien de los aspectos prácticos de la lucha integrada y se ha puesto especial cuidado en elegir los ejemplos.

La posibilidad de recurrir a la lucha integrada depende en gran parte de la importancia del nivel de los daños económicos. Si el límite es muy reducido y no pueden tolerarse daños, dicha posibilidad es exigua; pero, por lo general, los bosques son capaces de tolerar considerables perjuicios (indirectos) en forma repetida. Esto depende principalmente de la capacidad de regeneración de los árboles. Cuando Quercus spp. sufre una defoliación en mayo, en pocas semanas recupera todo su follaje. La capacidad de regeneración de las frondosas constituye una de las causas por las cuales los brotes que destruyen los bosques afectan por lo general sólo a los rodales puros de coníferas (Franz, 1948). Por otra parte, la tolerancia aumenta debido a que, por lo menos en los bosques sometidos a un régimen de ordenación, suelen cortarse periódicamente los árboles dañados cuando se realizan las operaciones de aclareo en el período de crecimiento (Voûte, 1964).

Si no se toman en cuenta las posibilidades de supervivencia del bosque, sino las pérdidas pecuniarias al hacer la evaluación de los daños tolerables (límite económico), el problema adquiere una nueva dimensión. Como lo recalca Stark (1970), y con razón, el concepto de límite económico surgió en relación con la agricultura y no se puede aplicar a la mayoría de las decisiones que hay que tomar tratándose de la ordenación de las plagas forestales, porque se basa estrictamente en la relación ganancias-pérdidas, sin tener suficientemente en cuenta el valor heterogéneo de aquellos bosques que no están destinados a fines comerciales, ni los costos a largo plazo. Por tal motivo, al hacer la evaluación de los riesgos de brotes de plaga en los mismos, es preciso proceder con gran amplitud de criterio.

En la agricultura, las causas corrientes que obligan al agricultor a considerar la lucha integrada son: la aparición de plagas resistentes, el problema de residuos tóxicos y la mayor frecuencia de nuevos brotes, a raíz de la aplicación repetida de medios químicos. En los bosques se producen por cierto estos efectos secundarios involuntarios, pero no constituyen todavía el factor dominante, como sucede en la agricultura (Schwordtfeger, 1966).

Ultimamente, se han publicado varios trabajos sobre la lucha integrada, que son de interés forestal (Beirne, 1963a, 1967; FAO, 1966; Franz, 1966a; Knigh, 1962; Koehler, 1959; Stark, 1970; Voûte, 1964). Cuando se hagan estudios más amplios, el autor podrá dar ejemplos prácticos y metodológicos. Como los enemigos naturales desempeñan una función clave en la lucha integrada, la mayoría de los trabajos tratan de dos aspectos: cómo proceder sin recurrir a los insecticidas y, en la imposibilidad de hacerlo, cómo aplicarlos de manera que no causen perjuicio a los antagonistas bióticos de las plagas.

El menor uso de los insecticidas

En los bosques, desde hace mucho tiempo, se ha recurrido al pronóstico para no tener que combatir las plagas después. Antes, los insecticidas no presentaban ningún problema, porque no existían. Posteriormente, cuando hicieron su aparición en el mercado, los entomólogos forestales como, por ejemplo Escherich (1931), se dieron muy bien cuenta de que el principal objetivo de la lucha contra las plagas consistía en proteger los árboles, y no en matar el mayor número posible de insectos. En sus obras completas, se hacen estudios muy minuciosos de las complejas circunstancias biológicas que condicionan los brotes. En ciertos lugares de Alemania y algunos otros países europeos, desde hace más de 100 años se realiza la inspección de los bosques de pinos para determinar la densidad de población de los insectos que están hibernando. Actualmente, se conocen los límites económicos de los daños tolerables y se han determinado los valores de las densidades críticas de población de las plagas principales de casi toda clase de bosques, tanto en Europa como en América del Norte. Al hacer los pronósticos de los posibles brotes, no sólo hay que determinar el valor de los aspectos cuantitativos, como, por ejemplo, el número de capullos de dipriónidas por unidad de superficie, sino también el de los cualitativos, o sea, el del efecto de los enemigos naturales y su tendencia a aumentar o disminuir (véase Wellenstein, 1942; Janisch, 1959).

Empleando esta técnica para hacer el pronóstico, o sea, evaluando minuciosamente todos los datos con que se cuenta acerca de una situación tan compleja y dinámica, se ha logrado suprimir o reducir muchas campañas de lucha contra las plagas, por haberse descubierto oportunamente que los factores limitantes naturales eran suficientemente eficaces. Se espera que todos los países cuyos bosques están sometidos a un régimen de ordenación realicen este tipo de pronóstico preventivo, con el fin de reducir al mínimo el empleo de plaguicidas. Sirva de ejemplo la reducción de la superficie tratada, de alrededor de 80000 a 12000 ha, o sea, el 85 por ciento, para combatir un brote de Choristoneura pinus, en los Estados Unidos, gracias a una elevada parasitización de Apanteles fumiferana (Benjamín, 1965).

El diagnóstico de los ejemplares enfermos, la cría de parásitos e hiperparásitos, el conocimiento experimental de la tendencia de la plaga a aumentar o disminuir y de las epizootias, así como de las posibilidades de supervivencia de los árboles parcialmente defoliados y muchos otros datos, son piedras del mosaico que retrata la situación. En otras palabras, gracias a que los forestales, entre los productores de plantas, han sido siempre un sector con preocupaciones ecológicas, se puede contar con técnicas para hacer pronósticos seguros acerca de la evolución futura de un brote que comienza, lo cual permite eliminar las campañas de lucha precipitadas o innecesarias (véanse otros ejemplos en Dowden, 1962).

El aumento de los factores naturales de mortalidad se puede lograr por medio de la ordenación de bosques las intervenciones silvícolas y las biológicas. En la actualidad, son más los autores que reconocen que la protección planificada tiene cabida en el manejo de bosques y la silvicultura en general (Graham, 1951 Waters, 1963). En resumen, se trata de plantar, cuidar y mantener aquellos tipos de bosques que, a la luz de la experiencia, sean más resistentes a las plagas y estén más de acuerdo con los fines económicos perseguidos. Hay que tratar de evitar los monocultivos susceptibles, teniendo especial cuidado cuando se emplean especies y razas forestales fuera de su área natural de dispersión, aunque se pueden escoger las más resistentes (von Schönborn, 1966). Hay que evitar las operaciones forestales que rompan el equilibrio. Es preciso que el mantenimiento de la productividad del bosque se convierta en un objetivo obligado de la actividad forestal.

Lucha silvícola, para los ingenieros forestales significa en general la aplicación de cualquier tratamiento de esta índole destinado a impedir que las plagas que hay en el bosque aumenten tanto que se produzca un brote. La transformación de un bosque susceptible en uno resistente puede efectuarse desde que se comienzan a aplicar los planes de ordenación, o bien más tarde, durante alguna de las etapas de desarrollo. Pueden contribuir al logro del objetivo perseguido, o sea, aumentar la resistencia del medio forestal a las plagas, las labores de aclareo, las de protección contra las inclemencias del tiempo y, a veces también, las de fertilización (Stark, 1965). Cuando esta forma de lucha da buenos resultados, determina promedios bajos de plagas haciéndose innecesarias las demás medidas de lucha (véanse algunos ejemplos en Voûte, 1964).

En las poblaciones naturales de artrópodos fitófagos, sólo se sabe de dos tipos de procesos reguladores capaces de intensificarse cuando aumenta la densidad, a saber, la competencia entre individuos de la misma especie y la actividad de los enemigos naturales. Cuando las condiciones del medio son favorables a la plaga, como sucede con todas las especies fitófagas, es imposible recurrir a la competencia entre individuos de la misma especie. Un proceso en virtud del cual disminuya la densidad de población de los insectos dañinos, a causa del agotamiento de los vegetales que les sirven de alimento, carece de valor práctico como medio de protección. Por tal motivo, el único elemento aceptable capaz de ejercer alguna acción reguladora son los enemigos naturales que, por lo mismo, ocupan un puesto clave en todo programa de lucha integrada. En efecto, es difícil imaginarse en qué circunstancias se podría elaborar un plan de integración de los diferentes métodos de lucha, sin tener muy en cuenta la función que desempeñan, directa o indirectamente, los enemigos naturales. Por lo tanto, si se reconoce su importancia cardinal como único elemento estabilizador y regulador aceptable, dentro de un medio amenazado por los brotes de una plaga, se comprende inmediatamente por qué todos los métodos de integración tienen en común dos tendencias: favorecer y fomentar la actividad de los enemigos naturales o alterar el medio de tal manera que deje de ser idóneo para la plaga. Es fácil de comprender, también, la razón por la cual es tanto más difícil la integración de la actividad de los enemigos naturales con los medios químicos de lucha que con cualquier otro, hasta tal punto que antes se consideraban del todo incompatibles. Pero los últimos descubrimientos han revelado que se puede lograr una forma de lucha óptima, en la cual se encuentren integradas todas las ventajas de todos los medios con que se cuente, tanto naturales como artificiales.

Se sabe de varios ejemplos de modificación de los medios silvícolas o físicos de lucha, no sólo con el fin específico de preservar los agentes favorables, sino también de aprovechar su actividad. Así, por ejemplo, métodos tan antiguos y directos como la quema de la corteza o su curado al sol, se pueden modificar de manera que destruyan principalmente a las plagas y no a sus enemigos, como cuando se tratan con el calor del sol los troncos de Pinus ponderosa atacados por Den droctonus brevicornis (Person, 1940). La mayoría de los cléridos entomófagos (Thanasimus lecontei) huyen para refugiarse debajo del tronco, donde devoran a los escolítidos que no hayan muerto a causa del calor. En este caso, no se les debe quitar la corteza a los troncos. Hay otros ejemplos, como el sistema que consiste en quemar la corteza de los árboles que sirven de trampa, en las épocas en que tienen menos parásitos y en dejar en el bosque partes de la copa de los árboles cortados para que se alimenten los hospedantes secundarios de los parásitos más importantes (Nuorteva, 1959).

Para resumir estas observaciones, agregaremos que se conocen muchos métodos de lucha contra las plagas forestales que no se basan en el empleo de sustancias químicas, pero tienen ciertas limitaciones, o se han investigado y experimentado en escala muy pequeña. La mayoría de las dificultades que presenta la integración provienen de la aplicación de sustancias químicas tóxicas.

¿Cómo se pueden reducir al mínimo los efectos secundarios de los insecticidas?

Al tratar de la importancia fundamental que tienen los pronósticos exactos, se hizo referencia a la preparación de un programa que reduzca el empleo de insecticidas. Aunque es conveniente, no siempre se reduce primero la densidad general de población de las plagas, valiéndose de los enemigos naturales que actúan en forma más o menos permanente, con la ayuda de tratamientos silvícolas cuando es del caso. Cuando no se logre reducir lo suficiente como para que no pase del límite económico, se pueden aplicar temporalmente agentes bióticos, o sustancias químicas de acción rápida, a fin de lograr un efecto satisfactorio. Se conocen varias formas de aminorar el daño que causan los insecticidas a los enemigos naturales.

«La selectividad es el grado en que un tratamiento es capaz de destruir los insectos dañinos sin afectar a sus enemigos naturales» (Bartlett, 1964). Los insecticidas pueden ser fisiológicamente selectivos, lo cual pone de manifiesto la diferencia inherente de susceptibilidad a una sustancia tóxica que hay entre el insecto dañino y su enemigo; pero muy pocos lo son. Ejemplos relevantes para la entomología forestal son algunos insecticidas anticuados, como los nitrocarbazoles clorados, que son también venenos sistémicos y han demostrado su eficacia para combatir plagas forestales tales como Melolontha (Scarabaeidae), Hyphantria cunea, Malacosoma neustria, Euproctis chrysorrhoea, y otros lepidópteros (Wellenstein, 1954). Por desgracia, a posar de todas las recomendaciones de los ecólogos y protectores de la vida silvestre, se han dejado de fabricar estos productos por varias razones de poso. La industria química actualmente no se inclina a fabricar aquellos «insecticidas mandados a hacer» a que se refieren los documentos simposio de la Entomological Society of America, celebrado en 1965. Podría ser esencial, en el futuro, que los institutos de investigación estatales, por consideraciones de bien público, se encarguen de producirlos, cuando los particulares rehusen hacerlo por «no haber suficientes probabilidades de perfeccionar productos que den buenos resultados financieros...» (Persing, 1965).

A pesar de no ser insecticidas químicos, hay que volver a mencionar los microbios patógenos por su asombrosa especificidad. Los virus y los bacilos esporógenos, hasta donde es dado determinarlo por medio de los experimentos realizados en el terreno, sólo atacan a la plaga que se desea combatir y, a veces, como sucede con Bacillus thuringiensis, a un grupo de hospedantes afines (muchos de los lepidópteros). La mayor disponibilidad de preparados patógenos en el futuro será útil en aquellos casos en que se requiera una gran selectividad.

Las plagas y sus enemigos naturales pueden someterse, en forma diferenciada, a la acción del plaguicida (selectividad física o ecológica), para aminorar los daños causados por los insecticidas de espectro amplio y lograr cierto grado de selectividad y, precisamente en este sentido, los esfuerzos hechos últimamente para proceder a la lucha integrada han permitido descubrir un gran número de nuevas posibilidades.

Hay varios insecticidas de contacto, en la actualidad, que tienen cierto grado de selectividad y se pueden aprovechar. El endosulfan, por ejemplo, es relativamente inofensivo para las abejas; los productos sistémicos no matan aquellos artrópodos que no son fitófagos, si se le aplican correctamente al tronco. Los plaguicidas de acción duradera siempre hacen mayor daño a la fauna. Por el contrario, aquellos residuos que son relativamente fugaces dan lugar a que sobrevivan los artrópodos entomófagos, que se alejan de los nichos protegidos como, por ejemplo, la tierra donde se encuentran en estado de crisálida o las parcelas cercanas que no han sido tratadas, y penetran en la zona donde se ha aplicado. Es muy poco lo que se sabe acerca del tiempo necesario para la degradación de los plaguicidas en relación con su efecto sobre los enemigos naturales de la plaga, que suelen ser fisiológicamente más susceptibles que los hospedantes y estar también más expuestos al contacto con los insecticidas por su mayor movilidad. Actualmente, se prefiere a veces emplear los compuestos orgánicos del fósforo, para combatir las plagas forestales, porque sus efectos son menos duraderos. Así, por ejemplo, para combatir a Choristoneura fumiferana, plaga de Picea spp., en el Canadá se emplea Phosphamidon, en vez de los hidrocarburos clorados, gracias a lo cual han disminuido los daños a los salmones, que son inevitables cuando se emplea DDT (Fettes, 1963). Sin embargo, cuando se empleó el mismo producto en Suiza, murieron muchos pájaros (Schifferli, 1966).

Reduciendo la dosis, a veces se puede lograr cierto grado de selectividad, empleando insecticidas de espectro amplio, como se ha hecho, en gran escala, en los bosques con el DDT y el hexacloruro de benceno (BHC). No se puede dar ninguna regla general «a priori» sobre la dosis óptima, porque ésta depende de muchas variables. La cantidad de residuo que se precisa para matar un número de insectos suficiente para que no hagan daño y quede vivo un número de enemigos naturales (que, como se dijo anteriormente, suelen ser más susceptibles) suficiente para restablecer un equilibrio eficaz, hay que determinarla empíricamente y depende en alto grado de las circunstancias locales, de las tendencias del brote y del momento en que se aplica el insecticida.

A manera de pauta, se puede indicar la dosis de 279 gramos de DDT (puro) por hectárea, que dio resultados satisfactorios en el Canadá, durante la enorme campaña realizada contra Choristoneura fumiferana, plaga de Picea spp. En Quebec, los enemigos naturales acabaron con el brote, después del tratamiento con DDT (Blais, 1963). Con dosis semejantes, a saber 0,5 kg de DDT por hectárea en forma de aerosol, dieron resultados satisfactorios, reduciendo el número de insectos dañinos y dejando vivos, al mismo tiempo, un número de parásitos y entomófagos suficiente para restablecer el equilibrio, en la lucha contra las plagas que se indican a continuación: Bupalus piniarius, plaga del pino y Lymantria monacha, en Checoslovaquia (Martinek, 1966); se dice que, en España, la aspersión de DDT, al 10 por ciento, no produjo efectos muy duraderos, cuando se empleó contra Lymantria dispar, plaga de Quercus spp. (debido quizá a una insolación intensa), pero conservaron su eficacia los parásitos (Romanyk, 1958). Más adelante, se tratará de los insecticidas en dosis pequeñas combinados con microbios patógenos.

La oportunidad es otro aspecto importante de la integración de los medios químicos con los agentes bióticos, que puede atenuar los efectos dañinos de los insecticidas de espectro amplio sobre los enemigos naturales. Basándose en el conocimiento a fondo del ciclo vital, los insecticidas se pueden aplicar cuando los organismos útiles están en su período de reposo vegetativo, en el de resistencia, o en una fase en que se encuentren protegidos, o bien, cuando estén temporalmente lejos del habitat inmediato de la plaga. Citaremos, a manera de ejemplo, la aplicación de insecticidas de contacto, por lo general DDT (en dosis muy bajas a veces) para combatir las plagas en los casos que se enumeran a continuación, antes de que hagan su aparición en el terreno sus principales parásitos:

a) En las primeras fases larvales de Lymantria monacha, plaga de Picea spp. (Gabler, 1950), Dendrolimus pini, plaga del pino (Ryvkin, 1955), Choristoneura murginana, plaga de Abies spp. (Franz y Wellenstein, 1958), Archips crataegana, plaga de Quercus spp. (Hochmut, 1963), Diprion pini, plaga del pino (se salvan sólo los huevos de los parásitos) (Avramenko, 1958) y Neodiprion sertifer, plaga del pino (Martinek y Kudler, 1964).

b) Aplicando hidrocarburos clorados, (DDT, Toxafene) a los huevos, poco antes de que nazcan las larvas de Diprion pini, plaga del pino (Urban, 1964), se descubrió que estas sustancias tóxicas son capaces de atravesar la envoltura espumosa que los protege cuando están incrustados en las agujas del pino, constituyendo un aspecto curioso el hecho de que sobrevivan los parásitos de los mismos huevos, que nacen mucho más tarde.

c) Aplicando los tratamientos a los adultos aislados, o sea, en una etapa mucho más temprana del ciclo vital, corren menos peligro los parásitos en estado de larva y de crisálida, habiéndose realizado experimentos que dieron buenos resultados, en Checoslovaquia, para combatir lepidópteros (Epinotia tedella) y dipriónidas (Pachynematus scutellatus y Cephalcia abietina), plagas de Picea spp. (Martinek, 1966).

En los ejemplos anteriormente, es posible que, por haberse hecho la aplicación demasiado pronto, hayan escapado con vida algunos insectos que todavía no habían salido del huevo. Para que la fecha de aplicación favorezca a los agentes bióticos, por lo general, es preciso sacrificar algo de la eficacia del tratamiento y así lograr la continuidad de la función reguladora de la biocenosis. La experiencia ha demostrado que vale la pena sacrificar la «eficacia» en esta forma, para lo cual, por supuesto, se requiere conocer a fondo el calendario de la plaga y del parásito y aplicar el insecticida oportunamente, desde el punto de vista biológico y no técnico. Esta serie de experimentos en el terreno, que han dado buenos resultados (incompleta, por cierto) nos demuestra una vez más que toda lucha racional contra las plagas debe tener un fundamento ecológico.

Para reducir al mínimo el empleo de los insecticidas, es preciso aplicarlos solamente cuando y donde se sepa con certeza que los factores naturales son insuficientes para poner coto a la plaga. El objeto que se persigue al hacer esta economía en el empleo de insecticidas no es el de rebajar los costos de tratamiento, ya que suele ser más barato aplicarlo por parejo en grandes extensiones. La dificultad con que tropiezan los biólogicos que toman parte en la planificación de las campañas (y siempre deben hacerlo) es la de convencer a los forestales, que enfocan el problema desde el punto de vista técnico, de que vale la pena hacer mayores esfuerzos y aplicar el tratamiento solamente a los puntos más atacados por la plaga. Siendo pequeñas las extensiones tratadas y el número de insectos útiles muertos, otros pueden acudir desde los refugios vecinos y restablecer el equilibrio, en poco tiempo.

En el bosque, uno de los métodos consagrados de lucha integrada consiste en reducir al mínimo la superficie tratada y casi no tiene límite. Comienza por un grupo de árboles, se reduce luego al tratamiendo de cada uno de ellos, infestados, por ejemplo, por escolítidas, que atacan a la corteza, y se termina en una dimensión sumamente pequeña donde se aplican insecticidas de contacto persistente a la punta de los pinos jóvenes, a fin de proteger solamente las yemas de la flecha contra Rhyacionia buoliana (Miller y Neiswander, 1955). Otra manera de alejar las orugas fitófagas de la copa consiste en aplicar el insecticida en forma de anillos alrededor del tronco, empleando una pistola especial. Las larvas de Dendrolimus pini, después de invernar en la tierra, no pueden trepar en la primavera para buscar su alimento y, al mismo tiempo, quedan expuestas al ataque de sus enemigos (Gabler, 1950; Rudnev y Zagaikevic, 1952). Para el tratamiento focal, se precisa por lo general más mano de obra que para la aplicación indiscriminada de insecticidas en gran escala, siendo, por lo tanto, de especial interés, en aquellas zonas donde abunda aquélla y los salarios son bajos.

Se espera que se perfeccionen aún más las técnicas de tratamiento focal, gracias a la combinación de los insecticidas con sustancias atrayentes. La técnica clásica de lucha contra las escolítidas que atacan a la corteza, a saber, el método del árbol que sirve de trampa, se está modernizando en la actualidad, ya que se combina con los insecticidas de contacto o la fumigación. Knight (1962) da un claro ejemplo de integración de la aplicación de los insecticidas en la parte inferior del tronco en la lucha contra Dendroctonus engelmanni, en el centro del área afectada por la plaga, mientras que la zona marginal y la parte superior del tronco son objeto de la actividad del pájaro carpintero, que viene a complementar en esta forma el efecto de la aplicación limitada del insecticida. El perfeccionamiento de algunos atrayentes sexuales sintéticos y el descubrimiento de otros en las dipriónidas y las escolítidas, así como en diversos otros grupos de insectos, además de los lepidópteros, constituyen hechos alentadores.

En algunos casos, también se pueden emplear los insecticidas para allanar el camino a los agentes bióticos como, por ejemplo, reduciendo la densidad de población de los insectos dañinos, por medio de las sustancias químicas corrientes, antes de introducir los insectos esterilizados. Como los insectos estériles tienen que ser más que los fértiles, para reducirlos al número requerido, se procede a matar directamente gran parte de estos últimos empleando insecticidas (u otros medios) (Kniplig, 1960).

Hay un tratamiento que se basa en la pérdida de vigor que produce la aplicación de insecticidas, que es más delicado. Los experimentos realizados en la U.R.S.S. principalmente, indican que los insecticidas, sobre todo el DDT y el hexacloruro de benceno (BHC), tienden a producir cierto efecto sinérgico cuando se les administra, en dosis pequeñas, a ciertos agentes patógenos. Por tal motivo, se piensa que bastan cantidades minúsculas de sustancias tóxicas para aumentar la susceptibilidad de algunas larvas de coleópteros y lepidópteros perjudiciales lo suficiente como para que las bacterias u hongos patógenos puedan infectarlas con mayor facilidad. Se presenta, evidentemente, la dificultad de determinar la dosis de insecticida de tal manera que no afecte a ciertos insectos útiles como, por ejemplo, los microhimenópteros, que son muy susceptibles. Se han hecho experimentos, inéditos, empleando DDT muy poco concentrado (hasta un mínimo de 0,0016 por ciento de compuesto puro) y se ha observado una influencia perjudicial para Trichogramma. El hecho de que muchos preparados de microbios patógenos, e incluso de nematodos (DD-136), sean compatibles con la mayoría de los insecticidas, facilita la aplicación de este método. Sin embargo, hay que estudiarlo más a fondo y confirmarlo (véase el estudio de Telenga, 1964). Si la plaga ya tiene una infección latente, corno suele suceder con las larvas de Lymantria dispar afectadas por una poliedrosis nuclear, la aplicación de DDT, en dosis muy pequeñas, es suficiente, una vez más, para producir la epizootia. Kovacevic (1965) da varios ejemplos y recomienda que se estudie más a fondo este método para poder aprovecharlo.

Posibilidades futuras

Como los bosques se prestan mucho para la lucha integrada, es muy conveniente recomendar que se estudien a fondo los problemas planteados y la aplicación de los principios descubiertos por los precursores de la entomología forestal mencionados anteriormente. En todo problema ecológico, son importantes las circunstancias del lugar. Por lo tanto, es preciso destinar bastantes energías y fondos a su investigación y a la formación de un número de personas que sea suficiente para realizar, en gran escala, la labor iniciada por unos pocos.

La lucha integrada no consiste sólo en inventar trucos técnicos para poder emplear una menor cantidad de insecticidas en los bosques, tomando en consideración la conservación y el aumento de los agentes reguladores bióticos ni en imitarlos, sino en la aplicación de nuevos y sólidos principios ecológicos a la protección del bosque, como parte de los proyectos elaborados para su manejo y de su ejecución. Este es el concepto que deberá predominar en el futuro.

Conclusión

El informe tiene un doble propósito: reunir los principales datos acerca de las nuevas técnicas y posibilidades con que se cuenta actualmente en relación con la lucha biológica e integrada contra las plagas forestales, e insistir en otras necesidades futuras en lo que respecta a la investigación, a los medios que se precisan para la misma y la lucha, la formación de personal y la organización.

LA INVESTIGACIÓN

La elaboración de los proyectos de lucha biológica solía hacerse en el pasado con mucha negligencia, por subestimarse las consecuencias ecológicas del traslado de especies a un nuevo habitat y a una nueva biocenosis. Todos están de acuerdo en que es preciso hacer un estudio a fondo antes de ejecutar un proyecto de introducción de organismos útiles, tanto en el país de su procedencia como en aquel donde se presenta el problema. Cuando se buscan analogías climáticas entre ambos, es preciso cerciorarse de que los factores meteorológicos comparados son relevantes para las especies de enemigos naturales respectivas.

Hay un aspecto del traslado que antes era virtualmente desconocido y es el de la importancia que tiene el fotoperíodo para que se produzca la diapausa. El traslado de biotipos genéticamente adaptados a un fotoperíodo diferente puede no dar buenos resultados, a pesar de ser perfectamente similares los demás factores meteorológicos. Para elegir inteligentemente los nuevos parásitos o entomófagos, se justifica hacer estudios especiales sobre la dinámica de las poblaciones, con el fin de determinar el grado en que dependen de las diferentes densidades de población de la plaga. Aunque hay problemas tales como la importancia de la competencia y otros tipos de interferencia entre los enemigos naturales, que se deben estudiar, el autor considera que ninguna teoría preconcebida debe constituir un obstáculo insalvable para hacer experimentos en el terreno.

En la ejecución de varios proyectos de lucha biológica bien concebidos, los estudios aplicados sobre la dispersión y la eficacia de los enemigos naturales introducidos han sido insuficientes y, con frecuencia, por no haberse logrado inmediatamente todos los buenos resultados que se esperaban, se ha suspendido la ejecución de un proyecto. Urge reanudarla en tales casos, si una evaluación a fondo de la situación revela que hay posibilidades que se habían pasado por alto o descartado.

Turnock y Muldrew (1970) han estudiado el aprovechamiento de los parásitos, autóctonos y exóticos, de los insectos que atacan a los bosques en América del Norte, enumeran muchos aspectos importantes de la investigación e insisten en que no se debe adoptar una actitud de «todo o nada» cuando se trata de evaluar los resultados, buenos o malos, de algún tipo de lucha biológica. Es posible que, aunque sean sólo buenos en parte, constituyan contribuciones valiosas como factor regulador general que formará parte de los programas de lucha integrada y, simplemente por estar éstos disponibles, puede adquirir especial importancia si cambian las circunstancias. Es muy posible que una especie entomófaga, que anteriormente no producía efectos muy impresionantes, adquiera mayor resistencia, o que, gracias a su conducta, se vea más protegida contra los insecticidas, pudiendo ser su supervivencia al ataque químico decisiva para la duración del efecto. La flexibilidad del complejo de los factores de lucha en su conjunto, al parecer, tiene suma importancia, sobre todo cuando sufre perturbaciones frecuentes, como sucede especialmente en los bosques puros de gran extensión sometidos a tratamientos silvícolas. En relación con lo dicho, merecen mayor atención los agentes bióticos autóctonos, debiendo estudiarse la posibilidad de aumentar su eficacia, por medio de la conservación o de dichos tratamientos silvícolas.

LOS MEDIOS

Sin medios suficientes no se puede esperar una investigación eficaz. Entre los «medios» se incluyen también las publicaciones. Las que se precisan con mayor urgencia son estudios sobre los experimentos de lucha biológica realizados en cada región como, por ejemplo, últimamente las «Technical Communications» del Commonwealth Institute of Biological Control, Nos 1 y 2, que se refieren a Australia y el Canadá (Wilson, 1960; McLeod, 1962; McGugan y Coppel, 1962). Hay dos revistas donde aparecen informaciones de otra índole, una sobre patología de los insectos (Journal of Invertebrate Pathology, Acad. Press Inc., que se publica desde 1959) y otra que trata de todos los aspectos de la lucha biológica contra los insectos de todo el mundo (Entomophaga, París, que se publica desde 1956). Desde 1956 hasta 1959, Entomophaga contenía una bibliografía especializada que se publicaba anualmente. En el futuro, se enriquecerán las bibliografías, porque los conocimientos están aumentando a paso acelerado. Para la elaboración de los proyectos de lucha biológica internacional, será necesario poder consultar rápidamente las publicaciones del extranjero, como primera medida y, por tal motivo, el intercambio de conocimientos constituye uno de los aspectos más importantes del programa de la International Organization for Biological Control (IOBC).

Salvo algunas excepciones dignas de encomio, son demasiado pocos los laboratorios de lucha biológica en todo el mundo y, además, carecen de suficiente personal y equipo. Teniendo en consideración el inmenso campo de investigación mencionado en este breve estudio, no hay duda de que la escasez de laboratorios es una de las causas por las cuales la lucha biológica progresa con tanta lentitud. Un estudio prolijo de los datos con que se cuenta ha demostrado la superioridad económica de los métodos bioambientales de lucha contra las plagas, en comparación con la aplicación continua de insecticidas (Pimentel et al., 1966; Simmonds, 1967).

FORMACIÓN DE PERSONAL

La mejor manera de influir en los gobernantes consiste en informar al público. En casi todos los países, la opinión pública y su apoyo constituyen requisitos indispensables para obtener ayuda del Estado. Como tratándose de la lucha biológica no hay productos a la venta (salvo los preparados de microbios patógenos), no se precisa propaganda comercial. Una de las necesidades más urgentes es la de ampliar los estudios de ecología en las facultades y escuelas forestales. Cualquier persona que haya comprendido los principios de la lucha por la vida y la coexistencia de los seres orgánicos, tendrá suficiente amplitud de criterio, para aceptar las consideraciones que se han hecho en el presente estudio, con lo cual a la larga se obtendrá un apoyo mejor y más constante del Estado a las campañas de lucha biológica.

Para una formación avanzada, son demasiado escasos los laboratorios e instituciones capaces de admitir biólogos para su especialización en lucha biológica. Los planes de formación respectivos deberán constituir una tarea importante de los organismos internacionales, porque la mayoría de los interesados y de los centros de formación carecen de recursos propios para tal fin.

ORGANIZACIÓN

En las campañas de lucha biológica en que suelen colaborar especialistas de diversos países, el grado de eficacia depende en gran parte del apoyo de las instituciones. Hay dos organismos internacionales: el Commonwealth Institute for Biological Control (CIBC) y la International Organization for Biological Control (IOBC). Esta última está a punto de surgir del seno de la Organisation Internationale de Lutte Biologique (OILB), europeo-mediterránea, bajo los auspicios de la Unión Internacional de Ciencias Biológicas (UICB). El objeto de la IOBC es lograr la colaboración y el intercambio de conocimientos sobre la lucha biológica, en todas las regiones del mundo (DeBach, 1970), lo cual se hará más factible creando secciones regionales y admitiendo en su seno tanto personas particulares como instituciones. La IOBC está colaborando estrechamente con el CIBC, que tiene una enorme experiencia en el suministro de entomófagos y herbicidas (véanse sus Annual reports). Ambas instituciones podrán ayudar a iniciar y realizar campanas de lucha biológica en los bosques, tanto directa como indirectamente. La IOBC se valdrá de sus relaciones con la FAO Y la OMS para fomentar las ideas de lucha bioambiental, expuestas en el presente estudio y contribuir, en esta forma, a mejorar la calidad del medio.

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Terminología de la ciencia, la tecnología, los tratamientos y los productos forestales

La Society of American Foresters anuncia la publicación de Terminology of Forest Science, Technology, Practice and Products (en inglés). Tiene por objeto aumentar la precisión de la comunicación entre los forestales del mundo. Contiene más de 6800 definiciones de conceptos técnicos forestales y afines, recopilados con la colaboración de cientos de especialistas de todas las partes del mundo.

Se trata de la primera de una serie de terminologías paralelas, en las principales lenguas internacionales, publicada bajo la dirección de la Society of American Foresters, en virtud de un acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y la Unión Internacional de Organizaciones de Investigación Forestal (IUFRO). Fue financiada por el Servicio Forestal de los Estados Unidos y por el Departamento de Pesca y Bosques del Canadá. La Society of American Foresters se ha encargado de la publicación y distribución de la obra.

Abarca toda la gama de las ciencias relacionadas con el bosque, desde la botánica, la zoología y los suelos, hasta la tecnología de la prevención y extinción de incendios y las computadoras. Como proyección del Sistema Oxford de Clasificación Decimal para Bibliografía Forestal, constituye un paso más hacia la normalización de la terminología forestal y de las definiciones de dichas disciplinas, en todo el mundo. La terminología, en cada uno de los idiomas, contendrá equivalentes autorizados de los 6800 términos clave, definidos en la versión inglesa.

Característica importantísima de la obra es el empleo de números de referencia universales, que facilitan la remisión a las versiones en las demás lenguas. Cada concepto de la versión inglesa lleva un número que aparecerá, acompañado de su definición, en todas las versiones que se hagan a otros idiomas.

Los especialistas están preparando las versiones española, francesa y alemana.

La obra tiene 349 páginas, en formato de 21 × 28 cm, y está encuadernada con tapas duras.

Su precio es de 10 dólares, incluido el franqueo. Los pedidos se pueden hacer a:

Society of American Foresters
1010 16th Street, N.W.
Wáshington, D.C. 20036
Estados Unidos


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