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Los montes y el agricultor

TOM GILL

TOM GILL, ex secretario de la Fundación Charles Lathrop Pack, en su calidad de Presidente de la Sociedad Internacional de Forestales Tropicales (Wáshington, D.C.), presentó este trabajo en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre las Aplicaciones de la Ciencia y la Tecnología, celebrada en Ginebra, en febrero de 1963, y en la cual el señor R. G. Fontaine (FAO) actuó de secretario en las secciones dedicadas a la silvicultura.

Contribución de los montes a una agricultura permanente

EN UN MUNDO donde el hambre es aún un problema sin resolver y la necesidad de una producción alimentaria asegurada se reafirma cada vez más con el paso de los años, pocas naciones pueden desdeñar las medidas que coadyuven a una agricultura permanentemente productiva y a niveles de vida adecuados para su población rural.

Rara vez se decide el destino de la agricultura de una nación exclusivamente en las tierras labrantías. Factores bien ajenos pueden desempeñar una importante función. Así, la solidez y estabilidad de una economía agrícola pueden estar regidas, en grandísima medida, por la protección que se ofrezca a suelos de tierras altas, a menudo distantes. Erosión, inundaciones destructivas, pérdida de la capa arable y falta de agua, quizá tendrán que tenerse en cuenta para crear una economía agrícola estable. Estos antiguos enemigos constituyen todavía una eterna amenaza para la producción alimentaria, pero pueden vencerse con una cubierta herbácea o arbórea. La hierba ofrece una valiosa defensa contra la acción erosiva de la lluvia y el viento aunque tiene el inconveniente de su susceptibilidad al fuego y a los efectos destructores del ganado pastante. Por lo general, los montes son más eficaces, y a lo largo de la historia se han revelado como fieles aliados de la agricultura en muy diversas formas.

En todo aprovechamiento de la tierra, la silvicultura y la agricultura persiguen un objetivo común: la ordenación más eficaz del suelo en beneficio del hombre. Sólo cuando entrambos se conciban como medidas que se entrelazan y sostienen mutuamente se podrá considerar el aprovechamiento de la tierra en su conjunto, o esperar de la agricultura los beneficios más pingües. Silvicultura y agricultura se combinan formando un medio esencial para transformar la fertilidad del suelo en las materias primas que el hombre necesita. Las técnicas y el factor tiempo pueden diferir ampliamente según se trate de una o de otra, pero tanto la agricultura como la silvicultura tienen que ver con la producción de cosechas y entrambos juegan papeles primordiales en las relaciones del hombre con el suelo. El propio término «monte campesino» denota esa conjunción.

Una asociación planificada entre la agricultura y la silvicultura incrementa su eficacia mutua y contribuye a la prosperidad del labrador, que en muchos países es, a la vez, trabajador y propietario forestal.

La importancia categórica que los montes tienen para la agricultura está aún lejos de ser reconocida por todos los planificadores agrícolas. Como consecuencia, millares de explotaciones agrícolas no pueden mantener, o ni siquiera alcanzar, niveles satisfactorios de producción, y millares de hectáreas de lo que fueran regadíos las ha devorado el desierto.

Con el presente trabajo se trata de señalar la íntima relación existente entre los montes y una agricultura equilibrada, indicando cómo pueden acrecentarse las influencias protectivas y la forma en que su potencial económico puede coadyuvar al nivel de vida del agro nacional. Va destinado principalmente a los países con programas agrarios en vías de formulación o expansión, a los fines de que la silvicultura dé a la economía rural esa estabilidad que como mejor se obtiene es mediante el aprovechamiento integral de los suelos agrícolas y forestales.

Montes protectores

Los montes son útiles a la agricultura de dos maneras: como protección de suelos y cultivos y como fuente inagotable de múltiples elementos esenciales. De aquí el que se les denomine «montes protectores» y «montes productores», según su respectiva función, aunque, en rigor, la mayoría cumplen ambos fines. Ahora bien, cuando uno de esos fines predomina visiblemente sobre el otro, la ordenación forestal se orienta hacia el más importante de ellos.

La protección contra la erosión y la escorrentía destructiva suele ser la función principal de los montes en las zonas de mayor altitud, donde la escasa profundidad del suelo y la pronunciada pendiente del terreno favorecen la inestabilidad de las tierras. Al correr de los siglos, estos montes han alcanzado un equilibrio que les permite sostenerse y fijar el suelo; pero ese equilibrio es extremadamente delicado, y cualquier acción perturbadora - el fuego o la corta generalizada, por ejemplo - les resta valor protectivo, que una vez perdido, quizá no se recupere ya.

Cuando la agricultura depende del riego, la necesidad de estabilizar el suelo en las tierras altas es aún más decisiva. Mucho se ha desembolsado en la construcción de costosos embalses y canales de riego, inutilizados en seguida por el entarquinamiento. La mejor garantía de permanencia de esta clase de obras, así como para un abastecimiento ininterrumpido de aguas, es una cubierta forestal que fije el suelo, que contenga la violencia destructora de los elementos y conserve hasta la última gota de humedad para aprovecharla en las tierras de cultivo situadas a nivel inferior.

Los montes y las inundaciones

Ningún forestal consciente dirá que el monte impide las inundaciones. Si las lluvias persistentes son bastante intensas, no hay cubierta forestal ni herbácea que absorba todo ese agua, caso en el cual se produce la inundación. Pero los montes pueden absorber grandes caudales y reducir enormemente el volumen de las aguas invasoras y su fuerza destructiva. Las mayores crecidas de una zona boscosa raramente pasan de 60 pies por segundo y milla cuadrada, mientras que si proceden de terrenos denudados o erosionados, es frecuente que excedan de los 1.000 pies.1

1 1 pie cubico = 0,0283 m³
1 milla cuadrada = 2,59 Km²

La cubierta forestal no sólo aumenta la capacidad de absorción hídrica del suelo, sino que reduce el arrastre y la sedimentación de materiales, así como las enormes masas limosas que incrementan el volumen y la violencia de la crecida. Difícilmente se concibe la magnitud de materias sólidas que las aguas arrastran al precipitarse por laderas desnudas o despobladas. El 60 por ciento, o más, del agua de inundación contiene sólidos que, si se depositan en las tierras de labor, las destruyen. Eliminados éstos, el poder destructor de la inundación y su amenaza para los campos resultarán muy disminuidos. Es, pues, doble la protección ofrecida por los montes a la agricultura: aminoran el caudal de las crecidas y la acumulación de sedimento y material arrastrado. Desde el punto de vista del agricultor, el depósito de fango y sólidos puede ser mucho más dañino que el agua misma.

Los montes y el abastecimiento de aguas

La influencia del árbol en la conservación de las disponibilidades hídricas ha sido demasiado documentada para que sea necesario extenderse ahora. Es bien sabido que las aguas procedentes de zonas boscosas suelen ser límpidas, y que su caudal tiende a equilibrarse, sin que haya períodos de máxima ni períodos de estiaje.

Independientemente de las especies que lo constituyen, el bosque almacena más lluvia que ninguna otra cubierta vegetal. La cubierta muerta y el barrujo que se amontonan en el suelo forestal aumentan enormemente su permeabilidad, por lo cual se empapa más que una superficie denudada. El agua que se infiltra en el suelo forma después depósitos subterráneos o manantiales, sin que se pierda en rápidas corrientes superficiales y generalmente destructivas. El monte, por tanto, incrementa el volumen del agua subterránea almacenada, más que si fuera una superficie despoblada o escasamente cubierta de vegetación. En pocas palabras, el monte mantiene constante el flujo de los cursos de agua y acrecienta los depósitos acuíferos subterráneos, sin los cuales muchas comunidades agrícolas difícilmente subsistirían.

Rompevientos y fajas protectoras

Los árboles son algo más que defensores del suelo agrícola y guardianes del abastecimiento de agua para los cultivos. Desde tiempos muy remotos han resultado eficaces para proteger sembrados y animales domésticos contra los calientes vientos agostadores en verano y los vendavales heladores en invierno. Millares de hectáreas han sido plantadas de árboles para estos fines puramente agrícolas, y estas plantaciones toman por lo regular la forma de rompevientos o fajas de protección.

Ambos tienen una misma función general: proteger contra el viento. Por «rompevientos» se entiende una, dos o tres filas de árboles cuya finalidad consiste en ofrecer protección local a los cultivos contra los corrimientos del suelo y la acción abrasadora del viento. Las fajas de protección tienen más anchura y, generalmente, mayor longitud, y su creación no está de ordinario al alcance del simple agricultor, sino que requiere la ayuda oficial. La acción y el apoyo estatales han permitido los millares de kilómetros de fajas protectoras que defienden hoy millones de hectáreas de tierras de labranza en la U.R.S.S. Kilómetros y kilómetros de fajas de árboles son, en Jutlandia, una iniciativa del Estado. Rumania debe su ininterrumpida producción agrícola y su nivel de vida a la protección que los árboles brindan a los agricultores en su lucha contra la erosión y las sequías. Es raro que en los Estados Unidos se cultiven frutales sin rompevientos, y frutas y hortalizas mejoran considerablemente en calidad y cantidad cuando se las protege con árboles. A todo esto deben añadirse las ventajas, bien palpables, de un menor gasto en leña, y las que supone hacer de la vivienda rural un hogar más acogedor, tanto en invierno como en verano.

El establecimiento de rompevientos en las comunidades agrícolas no es tarea difícil, pero exige tres etapas esenciales:

1. adecuada preparación del terreno donde se planten;

2. concienzuda plantación de especies forestales rústicas, preferiblemente de origen local o de probada aptitud en la localidad misma, y

3. sendas labores en las primeras fases.

Montes productores

Al valor puramente protector del monte se suma su utilidad como cantera inagotable de materiales necesarios para la economía agrícola. En ella, el monte es indispensable para la continuada producción de madera, y también aquí silvicultura y agricultura son económicamente interdependientes y mutuamente autosustentantes. Las faenas del bosque constituyen una ayuda económica para muchas comunidades rurales, y éstas abren, a su vez, mercados a la industria maderera y proporcionan mano de obra para las operaciones de corta y extracción. Trabajando en el monte, el labrador aprovecha el tiempo beneficiosamente cuando la actividad agrícola decae, y ese trabajo representa una importante contribución a la estabilidad y al nivel de vida del campo.

Cuando las comunidades rurales tienen libre acceso al bosque, su patrón general de vida ofrece sorprendente contraste con el de aquellas otras que viven bajo un régimen crónico de penuria de madera. No suele admitirse que la leña es uno de los productos del monte más importante para el mundo; y sin embargo, la leña es indispensable y cuando no la hay, como ocurre en la llanura del alto Ganges en la India, el agricultor se ve obligado a quemar deyecciones de vacuno y residuos agrícolas que deberían utilizarse para conservar los suelos fértiles. El tiempo y el esfuerzo empleados en recoger leña de bosques distantes representan un notable despilfarro de mano de obra campesina que podría evitarse destinando a arboleda el sector menos fértil y antiagrícola de la finca.

El de la madera no es sólo un cultivo a ratos perdidos. Es propio de suelos pobres, demasiado abruptos o excesivamente estériles para plantas alimenticias. Sin dejar de ejercer su función protectora, el arbolado de una explotación agrícola puede hacer provechosamente utilizable un terreno que el labrador no puede dedicar con beneficio a otros cultivos. Del arbolado obtiene el agricultor los productos necesarios y, a menudo, una renta en efectivo. Leña, pilotes para cercas, material para viviendas y cobertizos, alimento para el ganado, son, todos, elementos que ofrecen al labriego oportunidades para ahorrar dinero. Cuando la cosecha se ha perdido, los productos mercantilizables del bosque de la finca pueden resultar un grato paliativo del desastre económico.

Hay comarcas en el Reino Unido donde las labores agrícolas o las forestales no bastan por sí solas para sostener una familia, y una planificada coordinación de la silvicultura con la agricultura ha hecho posible los asentamientos y creado una existencia estable y próspera. Asimismo, en una zona semidesértica al sudoeste de la India, donde han sido puestas tierras en regadío, hay sectores reservados a propósito a las plantaciones forestales, para hacer frente a las necesidades madereras del agricultor.

Esta integración agrosilvícola es en muchas partes del mundo fuente de una estabilidad y una abundancia tales para la existencia humana, imposibles de obtener ni de la agricultura ni del monte exclusivamente. Mas requiere planes, y a veces, directrices estatales. Evidentemente, toda función fundamental del Estado estriba en elevar el nivel de vida de la población, y, en una comunidad agrícola, el aprovechamiento coordinado de los suelos arables y forestales de la nación es un paso decisivo hacia esa meta.

Valorización del arbolado de una explotación agrícola

Al planificar la economía agrícola, muchas naciones han comprobado que una política definida para sus tierras forestales contribuye a asegurar la producción permanente de cultivos alimenticios y a crear una fuente de valores en ritmo ascendente para los suelos no aptos para la labranza.

. De ningún país puede afirmarse que posee una cabal política de aprovechamiento de la tierra mientras no haya decidido qué papel incumbe a sus montes y suelos forestales en el desarrollo agrícola e industrial. Así, al perseguir una economía equilibrada, una nación puede verse ante la necesidad de destinar a la agricultura parte de sus tierras arboladas o, por el contrario, constreñida a establecer plantaciones arbóreas y ampliar las superficies boscosas en aras de la protección del suelo y de la producción maderera. En todo caso, toda política nacional debe contener implícitamente decisiones en cuanto a las funciones de sus montes y suelos forestales dentro de las dos principales categorías: producción y protección.

Las necesidades concretas son las que dictarán qué objetivo es importante. En zonas críticas, puede ser tan urgente la necesidad de proteger el suelo, que la tala resulte poco o nada aconsejable. En otras circunstancias, la ordenación del monte tendrá por objetivo exclusivo la máxima producción de leña u otros productos madereros. Cualquiera que sea el caso, toda planificación racional exige una clasificación general de las tierras del país por su aptitud agrícola o forestal, y cuando el monte sea potencialmente valioso desde el punto de vista comercial se impone su inventariación.

Clasificación de tierras

En muchas regiones se tiene un concepto totalmente erróneo de lo que es un verdadero suelo agrícola, y el mundo está plagado de hectáreas abandonadas tras un intento de forzar tierras ineptas para la agricultura a producir permanentemente cultivos alimenticios. En América del Norte y del Sur hay millones de hectáreas de tierras un tiempo cultivadas y que la erosión ha inutilizado por no ser aptas para la agricultura. En las Filipinas, toda parcela que dé dos o tres mezquinas cosechas es considerada como agrícola por los colonos en su avance y millares de hectáreas han sido despojadas de monte con descabellados intentos para convertirlas en terrenos agrícolas, descubriéndose después que no sirven para ningún otro aprovechamiento que el forestal.

El hecho de que una determinada superficie pueda sostener bosques de gran espesura y lozanía, y no tener valor alguno para cultivos alimenticios, es una de las paradojas más costosas en la historia de la agricultura. Estos suelos aparentan ser tan feraces que difícilmente se les cree inhóspitos para cualquier otra vegetación que la arbórea. En rigor, la fertilidad que sostiene los montes estriba en el árbol mismo. El suelo apenas si es más que un asidero para las raíces y un vehículo para los nutrientes. La fertilidad es producto de la rápida descomposición de la hojarasca o cubierta muerta, que vuelven al árbol vivo en una suerte de ciclo cerrado. Cuando se procede al desbosque con fines agrícolas, no tarda mucho en quedar el suelo totalmente inservible para la producción de cultivos alimenticios y al poco tiempo el colono abandona esa tierra al comprobar que el suelo ha perdido la poca vitalidad que antes tuviera. Algunos suelos tropicales son singularmente frágiles. Destruida la cubierta forestal, el sol abrasador convierte en seguida la superficie en una sustancia dura como un ladrillo, incapaz de sostener ni la vegetación más rala.

Arbolados en explotaciones agrícolas

En muchos lugares del mundo los arbolados de las explotaciones agrícolas son los que cubren una superficie más extensa y representan el patrimonio maderable más valioso de la nación; sin embargo, el agricultor de tipo medio no llega ni con mucho a ordenar sus arboledas con la misma pericia con que explota sus cultivos alimenticios, y cuando vende los productos forestales de su finca, raramente percibe por ellos todo su valor. En esta dualidad de la ordenación y comercialización forestal es donde los gobiernos pueden servir de ayuda práctica, facilitando al agricultor información y asistencia técnica. Muchos países se sirven de una variante de forestal especializado, el «forestal agrónomo», capacitado en la ordenación y comercialización del monte campesino. Colabora directamente con el labrador, recomienda los métodos apropiados de protección y corta, presta asistencia en la elección de los árboles apeables y aconseja sistemas de comercialización.

La investigación forestal y el agricultor

En el desarrollo de una nación, la situación del agricultor en cuanto propietario forestal cobra importancia por momentos. Sus bosques suelen ser más accesibles y ocupan menos suelo fértil que los montes industriales y, por ende, una buena ordenación es más remunerativa.

La implantación de prácticas mejoradas puede ser un importante objetivo en todo programa agrícola para el que el valor potencial de los arbolados de las fincas agrícolas sea un factor trascendental.

Puede llegarse a introducir estas prácticas mejoradas tras una serie de tanteos, siguiendo un camino lento y a veces costoso; pero es mucho mejor orientar la investigación planificada directamente hacia la solución de los problemas agroforestales y hacia el incremento de los valores productivos y protectivos. Ensayos experimentales, por ejemplo, pueden poner al agricultor en conocimiento de hechos probados, antes de perder tiempo y dinero en aventuras de discutible utilidad. Le indicarán cuáles son las especies forestales más convenientes desde el punto de vista de su supervivencia y rapidez de crecimiento, y cuáles serán las mejores para sus determinadas necesidades.

Las investigaciones de esta índole no están, por lo general, al alcance de los recursos del simple agricultor, y corresponde al Estado tomar la iniciativa en este campo remuneratorio. Los ensayos de especies exóticas que prometen adaptarse bien a las necesidades de la finca; los ensayos para determinar características estructurales; los ensayos de aptitud para rompevientos, fijación del suelo y muchísimos fines más, puede hacerlos el Estado mejor que nadie. En los Estados Unidos, los gobiernos estatal y federal comparten la obligación de poner al alcance del pequeño propietario forestal las ventajas de los adelantos científicos en materia de ordenación y aprovechamiento de montes. Los fondos destinados a investigaciones de esta clase han resultado ser una de las mejores inversiones que un gobierno puede hacer en pro de una agricultura estable y permanente.

DINAMARCA. El Rey Federico de Dinamarca felicita a Svend O. Heiberg, Decano Adjunto de la Escuela de Montes de la Universidad Nacional de Syracuse, Syracuse, Nueva York, después de que éste ha recibido el grado honorario de Doctor por sus valiosas aportaciones a la silvicultura de todo el mundo. la ceremonia se celebró en Copenhague en ocasión del 200 aniversario de la enseñanza forestal en Dinamarca. El Decano Heiberg es el primer forestal profesional que recibe un Doctorado Honorario por la Real Escuela Danesa de Montes.


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