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Hacia el pronóstico en agro-climatología

Orman E. Granger

ORMAN E. GRANGER es climatólogo del Departamento de Geografía, Universidad de California, Berkeley.

Las perturbaciones climáticas, la productividad forestal y un enfoque nuevo para proporcionar pronósticos de precipitación estacional

En los últimos años, el clima, en su sentido global, que tradicionalmente se había tratado como elemento ambiental estático de poca importancia, como no fuera teórica, ha cobrado relieve de alcance internacional debido al reciente comportamiento irregular del tiempo y a las repercusiones que ha tenido en las reservas mundiales de alimentos y de energía, en los recursos hídricos y en la política internacional. Las sequías asoladoras del Africa saheliana, de la U.R.S.S., la India, Asia meridional, China septentrional, Centroamérica y el Caribe y California; la precipitación excesiva y las inundaciones de la India, Bangladesh y la zona centro-occidental de los Estados Unidos; los inviernos anormalmente calientes o fríos; los vientos destructores y temporadas de cultivo abreviadas de otras zonas causaron pérdidas de vidas y provocaron un retroceso económico.

Todas esas aberraciones climáticas, al parecer no anunciadas, provocaron un aluvión de informes, ponencias y estudios generales, pues las breves series de inviernos suaves de años anteriores en gran parte de Europa, del sur y centro-occidente y otras zonas de los Estados Unidos crearon una actitud escéptica en el sentido de que, si bien sería interesante la climatología como ciencia, eran dudosas sus consecuencias prácticas para el mundo de hoy. Esa actitud se afianzó por el hecho de que, salvo contadas excepciones, la mayoría de los años comprendidos entre 1956 y 1972 gozaron de condiciones climáticas sumamente favorables para la producción agrícola, especialmente en América del Norte, y para la producción forestal en casi todos los trópicos y latitudes medias. Sin embargo, la variabilidad es característica propia del clima que no debe percibirse en función de acontecimientos inesperados, anormales o anómalos. Más aún: el clima es un recurso importante que no hay que dar por supuesto, recurso cuyo comportamiento no se ha comprendido cabalmente todavía y cuya variabilidad es algo que se supone, pero que aún no puede pronosticarse con gran precisión.

Muchos estudiosos convienen en que la disminución de la temperatura global que se ha manifestado desde 1940, al cabo de casi medio siglo de caldeamiento del tiempo, seguirá acarreando consigo la creciente variabilidad del clima a través de este siglo y hasta el próximo. Algunos climatólogos consideran que esta tendencia descendente de la temperatura global puede estar encaminada hacia otra era glacial, si no del alcance del pleistoceno, sí del de la «pequeña edad glacial». Para fundamentar su argumento, señalan el incremento repentino de la cubierta de nieve y hielo del hemisferio norte; la extensión de los vórtices circumpolares que bloquea la entrada de aire húmedo tropical a las regiones de los monzones; la mayor frecuencia de las sequías en las zonas tropicales y subtropicales y la menor duración de las temporadas de cultivo, entre otros motivos. Otros explican la tendencia al enfriamiento y otras manifestaciones como resultado de causas extraterrestres, por ejemplo, las manchas solares, si bien se desconoce exactamente cómo está vinculado realmente ese factor causal con las fluctuaciones climáticas.

En cambio, hay quienes ven determinantes planetarias en las actuales fluctuaciones climáticas, tales como la frecuencia de las erupciones volcánicas, los contaminantes y aerosoles que el hombre ha aportado a la atmósfera y el incremento espectacular de la concentración de CO2 provocada por el consumo irresponsable de combustibles de origen fósil, que suponen a la vez el menosprecio total, en algunas regiones, de toda política ecológicamente inteligente para el aprovechamiento de la tierra. Hay otros que sostienen que las fluctuaciones climáticas pueden ser consideradas como hechos aleatorios; que el futuro climático está indeterminado, o bien que el sistema tierra-atmósfera-hidrosfera-criosfera posee la capacidad inherente, a través de mecanismos de retroalimentación, de avanzar de un estado cabalmente diferenciado a otro, a través de estados efímeros, de modo que la dinámica determinista, según se aplica hoy en día, bien puede resultar del todo inútil. En breve, es posible que jamás podamos pronosticar un solo micro-estado del sistema hasta que hayamos captado plenamente los detalles de todos los micro-estados posibles.

Quizá no conozcamos con toda exactitud el futuro climático, pero ello no excluye totalmente la posibilidad de hacer pronósticos de clima sobre base probabilística. Podemos legítimamente adoptar la posición de que es precisamente en esa forma orgánica en la que los resultados de las investigaciones climáticas cobran máxima importancia para la adopción de decisiones de política y gestión, para prevenir posibles desastres y formular proyecciones económicas. Hay que evaluar los riesgos y las ambigüedades del mismo modo en que se hace en otras situaciones. Las decisiones en materia de explotación forestal y las proyecciones de los rendimientos y regeneración de los montes son ejemplos que vienen al caso.

Hay un sinnúmero de estudios que demuestran la relación firme que existe entre la productividad y las variables del clima primario como, para citar sólo algunos, los de Drozdov (1971), Jordan (1971), Watson (1963), Chang (1965, 1968a, 1968b), Bazilevich et al. (1968), y en todos ellos el mensaje de fondo es que la productividad primaria está íntimamente ligada a la variabilidad y fluctuaciones de los factores climáticos. Además, se ha demostrado que la variabilidad climática es más pronunciada en las regiones semiáridas y subhúmedas de la tierra y, debido a la sensibilidad climática de dichas zonas, es muy probable que sean los barómetros más eficaces de las tendencias en gran escala.

Leith (1973) y Leith y Whittaker (1975) han construido modelos que pronostican la productividad primaria neta de la vegetación de la superficie terrestre, basándose en la temperatura y precipitación medias anuales. Hasta la fecha, esos modelos han dado resultados admirables, si se comparan con los resultados obtenidos con otros enfoques. Leith (1976) usó los modelos para predecir la repercusión posible de los cambios de temperatura y precipitación en la productividad primaria neta de cinturones de 10° de latitud situados en las latitudes de 70°N a 40°S. Los resultados revelan que la productividad primaria neta y global puede variar hasta en un 5% con cambios de temperatura de 1°C, acompañados de un cambio del 6% de la precipitación al mismo tiempo. De esa variación del 5%, casi el 1,6% puede atribuirse a cambios de temperatura y el 3,4% a cambios de la pluviosidad. Estos últimos, en general, tienen mayores repercusiones en la vegetación global que los cambios de temperatura, si bien hay diferencias según las latitudes. El autor señala un cambio del 8% de la productividad en la zona de 60°-70°N, debido casi totalmente a la temperatura, y otro del 5% en la zona de 0°-10°N, casi en su totalidad causado por cambios de la precipitación.

Basándose en el estado actual de los conocimientos respecto de las fluctuaciones futuras del clima, cabe esperar que se produzcan cambios de varios grados de las temperaturas medias anuales y cambios de la precipitación del orden de varios décimos por ciento (Lamb, 1966; Mitchell, 1974; Johnsen et al., 1973). La primera mitad del siglo XX fue al parecer una pausa transitoria respecto de las condiciones más «glaciales» del período de 1600-1900, por lo cual el carácter climático de mediados del siglo XIX quizás ofrezca una estimación más acertada que la «normal» de 1931-60 o de 1941-70 para determinar lo que ofrecerán los dos decenios entrantes.

De su investigación sobre las oscilaciones climáticas producidas entre 1200 y el año 2000 de nuestra era, valiéndose de la composición isotópica del hielo de los témpanos procedentes del núcleo de hielo de Camp Century como indicador climático, Johnsen, Dansgaard y Clausen (1970) llegaron a la conclusión de que, si descuidamos los «acontecimientos accidentales» y las consecuencias de la contaminación de la atmósfera en gran escala, existe una probabilidad de más del 85% de que perdurará la tendencia de enfriamiento en los 10-20 años venideros, seguida de una tendencia creciente que alcanzará su auge entre los años 2010 y 2020. Hubert Lamb y Tadashi Asakura han sostenido que las épocas más frías se caracterizan por una variabilidad mayor del clima, al paso que Reid Bryson ha reunido pruebas para demostrar que la frecuencia de las sequías en el noroeste de la India, en el siglo XX, está relacionada con el enfriamiento de las altas latitudes. Aunque el problema de la «tendencia enfriante» sigue siendo objeto de polémicas, se hace cada vez más patente que, en los dos decenios entrantes los modelos de pronóstico que nos permitan manejar más eficazmente las incertidumbres de la variabilidad climática, van a tener que desempeñar un papel mucho más crítico del que desempeñaron en el período 1931-60.

Figura 1. - Espectros de potencia de las series de datos sobre precipitación anual, estación seca y estación húmeda correspondientes a los períodos 1921-70 de St. Claire, en Trinidad, Antillas, y a toda la isla en su conjunto.

Sobre la base de la periodicidad cíclica de las manchas solares, Willett (1976) pronostica que, durante los 25 años venideros (a) las temperaturas en todas las latitudes van a bajar a niveles apreciablemente inferiores a los de mediados del decenio de 1960-69 (no sabe a ciencia cierta si esa baja va a iniciarse inmediatamente para alcanzar su nivel más bajo en los años 80, o bien si comenzará en 1980 para bajar al mínimo en los años 90); (b) no habrá sequías importantes y prolongadas en las latitudes medianas inferiores, salvo quizás en las márgenes subtropicales de los Estados norteamericanos de la frontera con México; (c) habrá un período predominantemente seco durante los dos decenios venideros en las latitudes medias superiores, especialmente en Canadá y el norte de Europa y en las latitudes subtropicales, y diez años de posibles sequías graves en Asia meridional y Africa subtropical. Willett pronostica, además, que entre el año 2000 y 2030 (a) se producirá una vuelta brusca a un tiempo señaladamente más caliente en las latitudes medias y superiores durante el primer decenio del siglo entrante, seguida de un regreso repentino a las temperaturas bajas, pero el calor de ese período no se acercará en intensidad al calor del periodo 1931-60; (b) el decenio cálido de 2000 a 2010 tenderá a ser más húmedo en las latitudes superiores, medias y subtropicales, pero más seco en las latitudes medias e inferiores; (c) el regreso al tiempo más frío en los decenios de 2010 a 2030 debería presenciar también la vuelta a una relativa humedad en las latitudes medias inferiores y a una sequedad relativa en las latitudes subtropicales medias superiores. Cabe señalar que, hasta la fecha, no ha sido suficientemente convincente el testimonio de las relaciones que hubiere entre las manchas solares y el clima. Sin embargo, no se justifica el que descartemos ese enfoque del todo. Si estos pronósticos resultan ser acertados, aunque fuera parcialmente, es evidente que habrá extensas regiones del mundo que van a padecer de consecuencias desfavorables. Algunas zonas sufrirán más que otras, e incluso las habrá asoladas, a menos que se disponga de alguna clase de sistema de alerta meteorológica durante todo el año.

CUADRO 1. Estaciones empleadas para hacer el calculo de las medias de área de la precipitación estacional

Estaciones de California


Latitud

Longitud

Sacramento

38°35'

121°30'

Fresno

36°46'

119°43

San Francisco

37°47'

122°25'

Santa Cruz

36°59'

122°01'

Salinas

36°40'

121°36'

San Luis Obispo

35°18'

120°40'

Santa Bárbara

34°26'

119°50'

Los Angeles

34°03'

118°14'

San Diego

32°44'

117°10'

Estaciones de México

Mazatlán

23°12'

106°25'

San Blas

21°50'

105°15'

Guadalajara

20°36'

103°23'

Acapulco

16°50'

95°55'

Salina Cruz

16°10'

99°12'

Figura 2. - Precipitación estacional emparejada por binomio, que se expresa como porcentajes de la media a largo plazo correspondiente a San Diego, superimpuesta a la de Mazatlán con retraso de 7 años. Obsérvense los cambios de tiempo en las abscisas.

Granger (1977) ha demostrado que se han producido fluctuaciones cuasi periódicas importantes de la precipitación en California en los últimos 100 anos. Hubo períodos muy secos que duraron entre 3 y 6 años y los correspondientes períodos muy húmedos, por lo cual se espera que estos esquemas se repitan en el futuro inmediato. Las series de datos permiten demostrar que la variabilidad extrema es característica de los períodos en que la temperatura hemisférica está en disminución. Surgieron oscilaciones cuasi periódicas muy parecidas en las series de datos sobre la precipitación en Trinidad, Antillas, y en las series de datos sobre el balance de aguas, debido a las fluctuaciones de la temperatura concomitantes que se produjeron allí (Granger, 1971). Esas oscilaciones arrojan un promedio de 4 años de déficit relativamente grandes de humedad (~40 cm) durante la estación seca, seguidos por un año de poco déficit (~7,7 cm) (Figura 1). Sin embargo, desde 1957 se ha manifestado una tendencia a una aridez mayor concomitante con la disminución neta de la temperatura de ~1°C. Los estudios citados, junto con los de Kraus (1954, 1955, 1958), Trenberth (1976), Longley (1953), Bradley (1976), Krueger y Gray Jr. (1967), Lamb (1966), Hastenrath (1967), Winstenley (1973b), Bunting, Dennett, Elston y Mulford (1976), para recordar sólo a unos cuantos, indican claramente que tanto la temperatura como la precipitación han fluctuado en el pasado en extensas regiones del mundo y puede inferirse de dichos estudios que en el futuro se van a producir fluctuaciones análogas. Además, hay pruebas contundentes del comportamiento paralelo de los regímenes climáticos de regiones diferentes, a saber, de los regímenes de monzones de Africa y de Asia, en particular en sus márgenes áridas (Kraus, 1971) y de los regímenes de lluvias de verano del Viejo Mundo y del Nuevo Mundo (Byrne, Granger y Monteverdi, 1978).

La conclusión ineludible a que se llega es que las sequías asoladoras del Sahel, la U.R.S.S., California y otras regiones del mundo en los años 70 tienen que ser aceptadas como parte del clima normal de esas regiones y, por ello, cabe esperar su reaparición. También habría que percatarse de que el período comprendido entre 1931 y 1960, que se toma casi universalmente como norma para las comparaciones, fue época de lluvias superiores al promedio en la mayoría de las regiones del mundo. Si aceptamos la premisa de que es posible reducir al mínimo las repercusiones de las aberraciones climáticas, siempre y cuando se pueda pronosticar su aparición, el planteamiento se reduce a las tareas fundamentales consistentes en formular modelos robustos de pronóstico y en evaluar el alcance de los trastornos sociales y económicos vinculados con las perturbaciones climáticas de diferente nivel de magnitud e intensidad. Con el deseo de hacer frente al primero de los dos problemas, Granger, Byrne y Michaelsen (1978) idearon un modelo para California, aprovechando los resultados de las investigaciones de Byrne, Granger y Monteverdi (1978).

Estos últimos investigadores, al hacer un análisis comparado de las tendencias recientes de la precipitación pluvial en el Viejo Mundo y los subtrópicos del Nuevo Mundo, que tuvo su origen en la labor de Winstanley (1973a, 1973b), descubrieron un efecto inesperado de 7 años de retraso entre la precipitación pluvial de verano en la zona norcentral de México y las lluvias de invierno del sur de California. Sin embargo, la correlación de retraso más grande se manifestó en las series de datos sobre precipitación que se habían emparejado mediante promedios quinquenales seguidos y que, por tanto, quedaban sometidas al efecto Slutzky-Yule. En la Figura 2 aparecen los resultados correspondientes a dos estaciones. Granger, Byrne y Michaelsen (1978) profundizaron el estudio de ese retraso tanto en el ámbito de su frecuencia como en su cronología, valiéndose del análisis espectral cruzado que aísla todas las escalas posibles de diferenciación de la fluctuación de la serie de datos, y del análisis de correlación de retrasos.

Figura 3. - (A) Espectros de potencia de las series cronológicas de precipitación estacional de Mazatlán y San Diego; (B) espectro cruzado de esas dos series; (C) coherencia cuadrada de las dos series con Mazatlán representando la serie independiente, y (D) cambio de fase del tiempo de retraso entre las dos series, colocándose a Mazatlán antes de San Diego.

Figura A

Figura B

Figura C

Figura D

El conjunto de datos constaba de: (a) totales estacionales de la precipitación (mayo a octubre en las estaciones mexicanas, y noviembre hasta abril en las estaciones californianas) de las estaciones de México y California que aparecen en el Cuadro 1 correspondientes al período 1880-1973; (b) totales estacionales expresados como porcentajes de su media a largo plazo para hacer comparables los valores de ambos regímenes en la misma escala; (c) promedios regionales de los porcentajes de la precipitación estacional, y (d) promedios móviles ponderados de los porcentajes de precipitación estacional, siendo los coeficientes de ponderación proporcionales a los coeficientes binomios de seis períodos. Las estaciones de California fueron elegidos sobre la base de la homogeneidad de sus regímenes de precipitación, según lo indicaban los coeficientes de correlación entre estaciones y los coeficientes de variación, al paso que las estaciones mexicanas fueron elegidos basándose en la clasificación de Wallen (1955) de los regímenes pluviales de México, con la corroboración de los análisis de correlación entre estaciones.

Se obtuvieron estimaciones espectrales con períodos fundamentales de 2m D t para bandas de frecuencia de 0,0167 ciclos de anchura por año correspondientes a m = 30 y D t = 1 año. Las estimaciones brutas fueron sometidas al procedimiento «hanning» para emparejarlas. La hipótesis cero de un continuo de ruido blanco fue adoptada porque la función de la autocorrelación de primer orden no se diferenciaba mucho de cero, ni hubo tampoco manifestaciones de persistencia Markov de tipo lineal. Los límites de confianza de 95% y de 5% de cada espectro fueron calculados con arreglo a la teoría de muestreo ideada por Tukey (1950). También se calcularon los cuadrados de fase y coherencia. En la Figura 3a aparecen los resultados. Son cuatro las bandas sobresalientes que caracterizan a los espectros, aunque sólo la banda de 2,0-2,1 años logró importancia estadística a priori. Las máximas situadas en 2,1 y 5,5 años se suman al acervo apreciable de testimonios espectrales de las oscilaciones de las variables meteorológicas en relación con la precipitación del Pacífico central y septentrional con períodos análogos (Wagner, 1971; Angell y Korshover, 1974; White y Clark, 1975; Trojer, 1960, Portig, 1958, y Belarge, 1966).

El espectro cruzado y la coherencia elevados al cuadrado (Figuras 3b y 3c) revelan una relación sólida entre las dos series estadísticas en plazos de 15-30 años, 12 años, 4,3 años, 2,7 años y 2,1 años. La coherencia cuadrada correspondiente a esos períodos son todas superiores a 0,60 y muy diferentes de toda aparición fortuita. El espectro de fases de tiempo (Figura 3d) señala que las frecuencias inferiores (0,017 a 0,133 ciclos por año) poseen un cambio medio de fase del tiempo de retraso de ~7 años, al paso que las frecuencias medias poseen tiempos de retraso de 3 y 4 años. Estos últimos, sumados, producen una frecuencia de impulsos con un retraso de 6,8 años.

Esos resultados corroboran los que obtuvieron Byrne, Granger y Monteverdi (1978), y llevan a la hipótesis de que el efecto de retraso sugerido en el análisis de Mazatlán y San Diego puede ser extrapolado especialmente, ya que la selección de estaciones de ambos regímenes dependía de la homogeneidad y de las elevadas correlaciones entre estaciones. Por consiguiente, se calcularon los coeficientes de correlación de retrasos entre Mazatlán y San Diego correspondientes al porcentaje de precipitación estacional y entre las medias de la zona mexicana y las de la zona californiana para la misma variable. Además, se analizaron de igual modo las series emparejadas por binomios. Pueden verse los resultados en la Figura 4.

Figura 4. - Coeficientes de correlación de retrasos comparados con el tiempo de retraso en años en Mazatlán y San Diego, que corresponden a la precipitación estacional y a la estacional ponderada, así como de la región mexicana y la californiana que representan la precipitación estacional de área y la ponderada de área.

La precipitación estival de determinadas estaciones mexicanas ha sido correlacionada negativamente con retraso cero, aunque muy positivamente en la precipitación de invierno y primavera en determinadas estaciones californianas 7 años más tarde. Los coeficientes de correlación en el retraso 7 son importantes en el límite de confianza de 1%, habiéndose realizado pruebas que tienen en cuenta las consecuencias de la correlación en serie y los cambios del grado de libertad debido al emparejamiento (Quenoille, 1952; Bartlett, 1946). La analogía de los resultados obtenidos, tanto en el ámbito de la frecuencia como del tiempo, indica que el retraso de 7 años tiene validez estadística. No obstante, estaría mayormente vinculado con las diferencias de la frecuencia inferior (períodos de 7 a 30 años) en las dos series sobre precipitación pluvial.

Se incorporó el efecto del retraso de 7 años al análisis de regresión, empleando todos los años de la serie de datos sobre precipitación con la excepción de los 8 últimos años (1880-1973) para elaborar ecuaciones de pronóstico, dejando de lado el período de 1966 a 1976 para destinarlo a otra prueba. La regresión de los datos sobre precipitación estacional de San Diego aplicada a la correspondiente precipitación estacional de Mazatlán 7 años antes produjo una ecuación dotada de un importante coeficiente de correlación, aunque explicaba un gran error tipo y una pequeña variación. Todo lo cual no era inesperado debido a las fluctuaciones de las series sobre precipitación estacional y a la índole del retraso de 7 años indicado anteriormente. Los promedios ponderados para San Diego, Psw, al ser aplicados por regresión a los promedios ponderados de Mazatlán, Pmw con un retraso de 7 dieron:

Psw = 0,658 Pmw-7 +35,3 ± 16,2%;

r = 0,60, n = 73 (2)

Para poner a prueba la estabilidad de la correlación, se dividieron arbitrariamente los conjuntos de datos en dos períodos: 1880-1920 y 1921-65. Las relaciones resultantes son respectivamente:

Psw = 0,421 Pmw-7 + 56,9 ± 14,6%;

r = 0,38, n = 35 (3a)

y

Psw = 0,765 Pmw-7 + 24,3 ± 17,1%;

r = 0,67, n = 39 (3b)

Los coeficientes de correlación tienen importancia al nivel de 1% empleando la fórmula de Bartlett para permitir la correlación en serie de las series cronológicas de datos y para reducir numéricamente los grados de libertad. La diferencia de los coeficientes de correlación puede deberse al hecho de que en California la precipitación del siglo XIX y de comienzos del siglo XX fue algo distinta a la del período posterior (Granger, 1977).

Las medias de área emparejadas para todo el período (1880-1965) y al subperíodo (1921-65) fueron sometidas al análisis por regresión como antes y arrojaron, respectivamente, el resultado que sigue:

Pcwa = 0,696 Pmwa-7 + 30,9 ± 13,4%;

r = 0,51, n = 73 (4a)

y

Pcwa = 0,919 Pmwa-7 + 7,7 ± 15%;

r = 0,48, n = 34 (4b)

y en este caso las letras representan: C = California, M = México, A = medias de área y W = promedios acumulativos ponderados. Nuevamente tienen importancia los coeficientes de correlación al nivel del 1%.

Se emplearon las ecuaciones 2 y 3b, 4a y 4b para pronosticar la precipitación estacional emparejada de San Diego sobre la base de la de Mazatlán, y la media de área de California sobre la base de la media de área mexicana correspondientes al período de prueba 1966-76. Se calcularon puntuaciones para fines de verificación en función de un error absoluto e, así como la raíz cuadrada de un error medio, RMSE. Pueden verse los resultados en el Cuadro 2. Es bastante bueno el funcionamiento de las ecuaciones para fines de pronóstico. No pudo rechazarse la hipótesis cero de que la media de las muestras observadas y pronosticadas no eran muy diferentes en p< 0,01 aplicado a la prueba de la relación proporcional F. Otra prueba más de la estabilidad del efecto de retraso para fines de pronóstico consistió en elegir a las ciudades de Los Angeles y Sacramento, situadas a 190 y 780 km de San Diego respectivamente, para ensayos. Se derivaron relaciones para pronóstico siguiendo procedimientos idénticos a los empleados en las ecuaciones 2 y 3b. Las proyecciones que en ellos se basan coinciden con las de San Diego y poseen características estadísticas análogas. En otra ocasión hemos demostrado que los resultados obtenidos de las relaciones estadísticas que anteceden pueden desglosarse, con atención, para proporcionar auténticas estimaciones de la precipitación estacional. Las perspectivas para 1977-78, basadas en un desglose de esa índole, serían más exactas que las que elaboraron para California otros investigadores con otros métodos.

CUADRO 2. Pronósticos de la precipitación estacional emparejada1

Media ponderada centrada en

Oi

Ecuación

Oi

Ecuación

(2) Fi

(3b) Fi

(4a) Fi

(4b) Fi

1965

100,6

121,8

124,9

93,0

109,7

111,7

1966

118,2

118,5

121,0

105,3

108,2

109,7

1967

118,6

102,7

102,7

116,3

100,7

99,8

1968

109,5

89,7

87,5

121,3

94,7

91,9

1969

99,4

87,1

84,5

118,1

93,4

90,1

1970

87,6

91,4

89,5

106,4

93,8

90,8

1971

77,7

97,2

96,3

95,6

94,1

91,1

1972

77,4

101,2

100,9

97,3

94,7

91,9

1973

85,4

102,2

102,1

107,1

96,4

94,1

1974

93,1

103,8

103,9

106,2

99,2

97,9

1975


109,2

110,2


104,0

104,2

1976


115,9

118,0


109,7

111,6

1977


118,2

120,7


111,8

114,4



e = 4,8%

e = 4,6%


e = - 7,9%

= - 9,8%



RMS = 16,1%

= 16,9%


RMSE = 14,7%

= 16,8%

1 Empleando las ecuaciones 2 y 3b, y 4a y 4b junto con las puntuaciones para verificación expresadas como error medio absoluto e, así como la raíz cuadrada de un error medio, RMSE. La estación se da en el año en que cae el periodo enero-abril.

No obstante la exactitud de las ecuaciones, sigue sin resolver el problema de la causalidad, aunque se está buscando enérgicamente la solución. Estamos persuadidos de que el efecto de retraso está relacionado de algún modo con la distribución en el tiempo y el espacio de las anomalías de la temperatura de la superficie de los mares en el Pacífico norte. Por desgracia, no se dispone ahora de datos completos sobre la temperatura de la superficie del mar que abarquen un período suficientemente prolongado, cosa que serviría para resolver debidamente las escalas de tiempo respecto de las cuales tendría más importancia este retraso. Aunque Michaelsen (1977) ha observado algunas relaciones trascendentales, serían temporalmente inestables.

Sospechamos, además, que el efecto de retraso forma parte de un acoplamiento en escala global de los sistemas tropical y de latitud media. En los estudios realizados por Nicholls (1977), en Australasia, y por Namias (1957), en Europa noroccidental, se indican retrasos análogos, aunque más breves, entre los sistemas tropical y de latitud media. La conexión de la precipitación California-México evidentemente es complicada, según puede apreciarse en el análisis del ámbito de la frecuencia, y es posible que entren en juego varios mecanismos distintos; de los resultados obtenidos por Byrne, Granger y Monteverdi (1978) es probable que exista una conexión análoga, con organismos propiciadores parecidos, entre zonas análogas del Viejo Mundo. En la actualidad estamos explorando la índole de esas conexiones en la medida en que lo permitan los datos de que disponemos.

Creemos que el enfoque que antecede a las proyecciones o perspectivas de la precipitación estacional no ha sido empleado antes; pero sabemos a ciencia cierta que proporciona a California una ventaja de 7 años en las perspectivas de la precipitación estacional, lo que supone un conocimiento potencialmente ventajoso para el planificador de recursos hídricos, el agricultor, el experto en ordenación de montes y para todos los que se ocupan de la disponibilidad de aguas en las tierras bajas de California central y meridional. Si los resultados de las investigaciones que están ahora en marcha llegasen a confirmar que el efecto de retraso es algo más que un fenómeno propio del Pacífico norte, los estudios de perspectivas análogas en otras regiones del mundo aportarán un factor valiosísimo a toda decisión que se adopte en materia de ordenación forestal.

AGRADECIMIENTO: el Dr. Roger Byrne y los estudiantes diplomados Joel Michaelsen y John Monteverdi colaboraron en el proyecto de investigación inicial del cual se extrajeron algunos de los resultados que aparecen en este artículo. La Universidad de California, en Berkeley, por su parte, facilitó el uso del ordenador, que subvenciona, sin cuya participación no podría haberse realizado este análisis.

Referencias

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BAZILEVICH, N.I., DOROZDOV, A.V. & RODIN, L. YE. 1968 Productivity of the earth's plant cover, general regularities of distribution and its relation to climate. Zhurn. Obshch. Biol., 29:3.

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