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La urgencia de los problemas alimentarios y energéticos

Edouard Saouma

Edouard Saouma, Director General de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, pronunció este discurso ante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Fuentes de Energía Nuevas y Renovables, celebrada en Nairobi del 10 al 23 de agosto de 1981

· Las naciones industrializadas tienen la capacidad y la responsabilidad de desarrollar nuevas tecnologías y de ayudar a los países más pobres a aplicarlas · La comunidad internacional, incluidos los países exportadores de petróleos deben asegurar a los países más pobres los combustibles fósiles que necesitan para su agricultura · La crisis de la leña debe ser considerada como una emergencia que exige medidas enérgicas e inmediatas · Los gobiernos de los países en desarrollo deben establecer y reforzar las políticas e instituciones que les permitan asumir la responsabilidad primaria para resolver sus problemas alimentarios y energéticos

La alimentación y la energía son dos de los problemas más urgentes de los años ochenta. Cada uno de ellos plantea una serie de cuestiones que son independientes entre sí, pero que en determinados puntos decisivos están estrechamente relacionadas. Quisiera hablar hoy de tres cuestiones específicas que se plantean con carácter especial a esta Conferencia, y también a la FAO.

La primera de ellas es la necesidad urgente de que los países en desarrollo utilicen más energía comercial para poder acelerar el ritmo de crecimiento de su producción alimentaria, objetivo que debe conseguirse en un período en que los costos de la energía son elevados.

La segunda es la crisis de disponibilidades de leña con que se enfrentan los países en desarrollo en todas las regiones.

La tercera es la cuestión de saber en qué medida la agricultura misma puede producir energía comercial, particularmente combustible líquido, sin menoscabo de su función primaria de alimentar a la población mundial.

El drama del problema mundial de la alimentación consiste esencialmente en las dificultades enormes que entraña el paso de la agricultura tropical de tipo tradicional a sistemas modernos de labranza que permitan incrementar constantemente la producción. No se ha encontrado todavía otra alternativa a la fórmula según la cual el logro de altos rendimientos depende directamente de una utilización igualmente elevada de insumos. Ahora bien, estos insumos entrañan el consumo de un coeficiente elevado de energía, por lo que, de no lograrse adelantos importantes - que no se prevén por el momento -, el aumento de la productividad de la agricultura tropical, como el de la agricultura de zonas templadas, continuará dependiendo en gran medida de una utilización mayor de la energía comercial.

Los fertilizantes y la maquinaria agrícola absorben en conjunto alrededor del 85% de la energía comercial que se utiliza actualmente en las explotaciones agrícolas de los países en desarrollo. El resto se necesita para riego y plaguicidas.

Consideremos lo que está ocurriendo en los países en desarrollo, y lo que podrá sobrevenir en los próximos veinte años. La producción alimentaria de estos países ha aumentado aproximadamente en un 3 % al año. Esta tasa de aumento es extraordinariamente alta si se tiene en cuenta la evolución histórica, pero es insuficiente para satisfacer sus necesidades.

Es necesario no perder de vista las necesidades de energía que tiene la agricultura. En el conjunto de la economía energética, el sector de la producción agrícola es un. consumidor bastante moderado. Estimamos que en la agricultura se consume alrededor del 3,5% de toda la energía comercial utilizada en el mundo, y alrededor del 4% de la que se utiliza en los países en desarrollo. La proporción puede ser pequeña, pero para la agricultura y la disponibilidad de alimentos, su importancia es vital.

Adaptando términos que suelen utilizarse en sentido muy diferente, podríamos decir que el estado actual de la tecnología agrícola exige que en los países en desarrollo se produzca una transición energética de sistemas agrícolas tradicionales, con pocos insumos, a modos de producción con alto consumo energético y altos rendimientos. Si no se consigue esto, las perspectivas de alimentar a la población mundial, y especialmente a la de los países más pobres, serán realmente poco prometedoras.

La cuestión fundamental que se plantea en esta Conferencia es la de en qué medida puede obtenerse una cantidad adicional de energía de fuentes nuevas y renovables.

La FAO está trabajando desde hace tiempo en este sector, y quisiera afirmar categóricamente que haremos todo lo posible para llevar a la práctica las recomendaciones de la Conferencia, con el fin de ayudar a los gobiernos a utilizar al máximo la energía procedente de estas fuentes. Hay muchas técnicas que pueden ser útiles, y que se mencionan en los documentos y en el Plan de Acción.

A plazo más largo, se necesitan más investigaciones sobre tecnologías que exijan utilizar menos insumos de alto componente energético.

A pesar de todo ello, tenemos que enfrentarnos con el hecho fundamental de que la tecnología agrícola basada en el empleo intensivo de insumos obtenidos de productos energéticos fósiles, que se utiliza hoy en general, es el resultado de medio siglo de investigaciones y desarrollo. Otros sistemas posibles, basados en fuentes nuevas y renovables de energía, están dando todavía sus primeros pasos Pueden complementar, pero no sustituir a los sistemas tecnológicos clásicos. Es imprescindible, ante todo, que los planificadores de la política energética nacional tengan plenamente en cuenta las necesidades crecientes de energía en la agricultura, y garanticen la satisfacción de tales necesidades.

Sin embargo, la producción agrícola no es un fin en sí misma; el fin último es el consumo. La agricultura no es más que un eslabón de la cadena alimentaria, un elemento del sistema que comienza en las faenas de labranza y termina en la preparación del alimento que se consume. Se estima que en los países de la OCDE el sistema alimentario absorbe en su conjunto del 15 a 20% del consumo de energía comercial.

La crisis de la leña

El segundo problema, el de la crisis de disponibilidades de leña, es menos complejo, pero no menos importante.

Desde hace varios años, la FAO y otras organizaciones están llamando la atención sobre los problemas que plantea la utilización excesiva de los recursos de leña. Irónicamente, la pesadilla maltusiana amenaza convertirse en realidad, no en lo que respecta a los alimentos, sino a la leña que se necesita para prepararlos. Según las cifras que hemos facilitado a la Conferencia, más de 100 millones de personas viven en zonas donde hay ya grave escasez de leña. Y en una superficie mucho mayor, las talas de árboles y arbustos son superiores a los rebrotes. En el caso poco probable de que se dejaran sin corregir las tendencias actuales, la escasez afectaría a más de 2000 millones de personas al final del siglo. La magnitud y extensión del problema aparecen expuestas claramente en el mapa de la situación de los recursos de leña que la FAO ha preparado para la Conferencia.

El problema tiene también un efecto multiplicador. El aclareo de árboles y vegetación deja sin defensas contra la erosión, con lo que disminuye la fertilidad del suelo, se reduce la producción de alimentos y, en casos de graves daños, queda seriamente comprometida la viabilidad de la tierra agrícola. La utilización de estiércol y otros residuos en sustitución de la leña, reduce la cantidad de fertilizantes orgánicos disponibles en la explotación agrícola.

Se trata, pues, de un problema en el que, a mi juicio, la Conferencia puede aportar una contribución importante. Es necesario dar a conocer todas las dimensiones del problema. Hay que empezar a actuar o reforzar las actividades. Es preciso encontrar recursos.

En los documentos presentados a la Conferencia se exponen diversas soluciones al problema, y no necesito recapitularlas. Considero, no obstante, que es importante mantener un sentido de la perspectiva temporal. Estamos abordando un problema que afecta a una multitud de personas, en el plano de la familia y de la aldea, en extensísimas zonas geográficas. Tendrán que pasar inevitablemente muchos años para que las medidas correctivas lleguen a todos los lugares afectados.

Arboledas

Por ello, el mejoramiento de la conservación y explotación de los recursos de leña y la introducción de mejoras tecnológicas, como cocinas más eficientes, son medidas indispensables, pero que, es de prever, no producirán efectos sino a plazo medio. Desearía insistir en particular en la plantación masiva de arboledas para la producción de leña, utilizando especies de crecimiento rápido. La FAO estima que, por término medio, se necesita quintuplicar las plantaciones actuales. Tales programas no son fáciles de realizar; exigen mucha organización y normalmente suelen fracasar si no participan en ellos las poblaciones locales. Estimo que es ésta una actividad en la que, si los gobiernos lo desean, las organizaciones no gubernamentales, tanto nacionales como internacionales, pueden aportar una importantísima contribución. Pero, incluso en la hipótesis más optimista, pasarían cinco o diez años antes de que los esfuerzos de replantación, en la escala que prevemos, comenzaran a surtir efectos.

Sustitución de combustibles

Entre tanto, hemos de reconocer que en muchas zonas se determinará una situación de emergencia en lo que respecta a las disponibilidades de leña, o que incluso se ha determinado ya. Ahora bien, una situación de emergencia exige medidas de emergencia. Las únicas medidas a corto plazo que pueden preverse implican la sustitución de la leña con otros combustibles. Se está utilizando ya el queroseno en zonas urbanas y en algunas zonas rurales, especialmente en América Latina. Cuando no hay ninguna otra posibilidad, los gobiernos deberán estar dispuestos a conceder subsidios y a promover una solución de este tipo. La comunidad internacional deberá estar dispuesta, por su parte, a ayudar a los países con bajos ingresos de las zonas donde hay escasez de leña.

Señor Presidente, lo que se halla en juego es no sólo el bienestar actual de muchos millones de personas. De los daños ambientales que provoca la explotación excesiva de los recursos de leña puede derivar para el mundo la pérdida de una parte considerable de sus recursos de suelos. No sólo disminuirá el potencial de producción de alimentos, sino que podrá muy bien comprometerse de forma irreversible la calidad de la vida de las futuras generaciones en las zonas afectadas. Confío en que las actividades de esta Conferencia estimulen a la comunidad mundial a llegar, con mayor rapidez, a la adopción de medidas decisivas.

Producción de energía comercial

El último de los tres problemas que he planteado es el de la medida en que la agricultura misma puede producir energía comercial, sobre todo en forma de combustible.

Por el momento, no puede darse una respuesta clara. Actualmente la producción de combustibles comerciales a base de plantas arbóreas y aceites vegetales es viable técnicamente, pero no económicamente. En lugar de ello, se centra principalmente la atención en la destilación de etanol a partir de caña de azúcar, maíz y otros cultivos. Hasta ahora, la medida en que se emprende una producción de «cultivos energéticos» de este tipo parece depender más de las políticas gubernamentales que de las fuerzas del mercado.

La cuestión que, supongo, se plantea principalmente en esta Conferencia es si la producción de «cultivos energéticos» puede constituir una contribución determinante a la satisfacción de las necesidades mundiales de energía. A modo de ejemplo, tomemos una cifra arbitraria, como un millón de barriles de petróleo al día, que corresponde a algo menos del 1% del consumo mundial total de energía comercial en todas sus formas. Para producir el equivalente de un millón de barriles de petróleo al día en forma de etanol derivado de caña de azúcar, se necesitaría una superficie superior al doble de la superficie cultivada actualmente con caña de azúcar en todo el mundo. Para obtener el mismo equivalente del maíz, se necesitarían unos 250 millones de toneladas de producto al año, cifra notablemente superior al volumen total de la producción de maíz en todos los países en desarrollo en 1979.

Leña

No sólo el bienestar de millones de seres está ya afectado, sino que los danos al ambiente provocarán la pérdida de parte considerable de los suelos del mundo. Se producirán menos alimentos, y se comprometerán los medios de vida de las generaciones futuras.

Creo que podemos concluir, por lo tanto, que la contribución potencial de la agricultura a la producción de combustible líquido es estrictamente limitada. Tal vez ofrezca mayores posibilidades la producción de combustible a partir de otras formas de biomasa, como la celulosa de árboles y arbustos, a condición, ciertamente, de que se salvaguarden efectivamente los intereses de las poblaciones rurales, incluida la necesidad de abastecerse de leña.

Como conclusión, desearía señalar el placer que hemos tenido el personal de la FAO en cooperar con la Secretaría de la Conferencia en la preparación de este evento.

En el interés común

He hecho hincapié en la dificultad de los problemas con que se enfrenta la agricultura en su interacción con el sector de la energía. Existen tendencias poderosas, en virtud de las cuales el sector agrícola - por lo menos en los países en desarrollo - dependerá mucho más de la energía comercial en los próximos veinte años. La tecnología actual no ofrece sino posibilidades muy limitadas de recurrir a fuentes nuevas y renovables para satisfacer las necesidades de energía. En éste y en otros problemas que he descrito, los intereses de todos los países, ricos y pobres, están íntimamente entrelazados. Los países industrializados tienen la capacidad particular, y por tanto la responsabilidad, de desarrollar nuevas tecnologías y ayudar a los países pobres a aplicarlas. Los principales exportadores de cereales deben proceder con moderación en la utilización de cultivos agrícolas para la producción de combustible; de lo contrario, podrían poner en peligro las disponibilidades mundiales de alimentos. La comunidad internacional, en cuanto tal, y especialmente los países exportadores de petróleo, deben garantizar que los países más pobres tengan los suministros de combustibles fósiles que necesitan para su producción agrícola. Hay que afrontar la crisis de disponibilidades de leña, en parte, como un problema urgente que exige medidas inmediatas. Por último, los gobiernos de los mismos países en desarrollo deben establecer, o reforzar, las políticas y las instituciones que les permitan asumir la responsabilidad principal en la solución de todos los problemas que he analizado.

Hay que poner en marcha medidas inmediatas, acciones con efecto a plazo medio y soluciones a largo plazo. La comunidad internacional - de gobiernos, de organizaciones y de pueblos - puede trabajar unida, vigorosa y eficazmente, si hay un deseo auténtico de lograr resultados. No me queda sino expresar a esta Conferencia mi deseo de que consiga cristalizar en la forma más satisfactoria la voluntad mundial de actuar.


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