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La ética y el ambiente

J.P. Bruce

J.P. Bruce. es Viceministro Adjunto encargado del Servicio de Ordenación del Ambiente del Canadá. Este artículo está tomado de un documento presentado originalmente a una reunión de la Sociedad para la Conservación de los Suelos de América, en agosto de 1980.

A fuerza de sentirse pregonar pragmatismo, la gente afronta con cautela un tema como la ética, temiendo exponerse a recibir un sermón más bien que a sostener una conversación práctica. En cambio, la opinión del autor al respecto es que la ética refleja la sabiduría acumulada por la experiencia. Los preceptos éticos pueden obligar a acciones no del todo voluntarias porque a corto plazo puede que no sean rentables; sin embargo, los principios éticos importantes y estables ponderan apropiadamente los intereses a largo plazo, como es el caso de la supervivencia del planeta, y aconsejan tomar las medidas oportunas para que no se deteriore la capacidad productiva de los tres recursos básicos: aire, suelo y agua.

Por lo que se refiere al aprovechamiento de los recursos, se debe aplicar una serie de normas éticas sobre conservación-principios de ordenación de recursos-que permitan aprovechar la productividad de la biosfera de tal forma que se puedan satisfacer las necesidades de las actuales y futuras generaciones. Por lo tanto, la ética fundamental de las observaciones sobre el aprovechamiento de los recursos debe consistir en un conjunto de normas que permitan al género humano vivir en armonía unos con otros y con la naturaleza. Lo que hace difícil aceptar las normas éticas en una época dominada por la lógica y la organización, es que no pueden demostrarse: los principios éticos se definen como evidentes por sí mismos, como la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. Una cínica observación sostiene que es una buena cosa que estas verdades sean evidentes por sí mismas, ya que se debería perder muchísimo tiempo intentando demostrarlas.

La preocupación mayor gira en torno al aprovechamiento de los recursos y a la ética del ambiente. Algunas personas sostienen que el mercado hará una selección de los problemas éticos, y que bastará a que el mercado decida». Ahora bien, ¿qué se hace con la contaminación? Si, como muchas naciones ya han hecho, se reconoce el derecho a contaminar, habrá que librarse a base de dinero de los contaminantes, lo cual presupone mucho esfuerzo y medios económicos, así como un alto grado de contaminación que induzca a la gente a tomar medidas. Por regla general, aunque los costos sean iguales los mercados actúan según criterios políticos. Si se parte del supuesto de que hay que comprar los derechos de contaminación, o se establece la manera de adeudar los gastos externos al contaminador, el mercado propenderá a un nivel de contaminación más bajo. Que la contaminación sea un derecho industrial o algo que se impone a la sociedad, es una cuestión política cuya respuesta depende en gran parte de la posición ética.

El mismo análisis se aplica a los recursos; si se parte del derecho de los propietarios a agotarlos, el índice de agotamiento será mayor que cuan do el propietario tiene que costear su depauperación. En los Estados Unidos y en el Canadá se aplican ambas soluciones: las administraciones imponen ciertos cánones, pero también ofrecen reducciones de impuestos, deducciones por agotamiento y un sinfín de subsidios especiales para la explotación de los recursos: en cierto sentido, se puede sostener que se subvenciona el agotamiento de los recursos. El resultado es la disipación de los recursos y un índice de consumo que desde otra perspectiva ética-la diferencia entre las naciones ricas y pobres-bordea el delito.

Reseña histórica

En general, las sociedades modernas han partido de una posición ética que favorece la rápida explotación de los recursos y el uso del ambiente, y que se ha denominado la «economía del vaquero»1, Esta postura se ha mantenido durante mucho tiempo, si bien de vez en cuando se ha propuesto y respaldado una ética alternativa. Es interesante examinar cuatro intentos importantes para introducir una ética alternativa próxima a lo que se da en llamar ética de conservación.

El primer intento fue llevado a cabo a mediados del siglo XIX por Thomas Malthus, mejor conocido por sus teorías sobre el crecimiento de la población: su mensaje básico es que, con el transcurso del tiempo, la población crecerá más que la producción, especialmente la de alimentos.

Desde entonces, se han realizado algunas revoluciones verdes. La agricultura se ha mecanizado y modernizado, y actualmente se producen alimentos en cantidades nunca imaginadas por el reverendo Thomas Malthus. Sin embargo, su fantasma sigue amenazando el mundo porque en muchos países su deprimente aritmética es cierta, y también porque muchas personas aducen que este fantástico crecimiento de la productividad no se puede mantener. No obstante, el progreso técnico ha refutado en general las teorías de Malthus. Casi 50 años después apareció el movimiento de conservación en los Estados Unidos, dirigido por Gifford Pinchot y Theodore Roosevelt, quienes sostenían que el mundo se quedaría sin recursos, y formularon una serie de normas y principios para evitar el despilfarro, cuyo resumen es el siguiente:

1. La capacidad regeneradora de los recursos renovables, como montes, pastizales, tierras cultivables y agua, no debiera ser dañada o destruida físicamente.

2. En la medida de lo físicamente posible, los recursos renovables deberán ser utilizados en lugar de los minerales.

3. Los recursos minerales abundantes deberán utilizarse antes de los menos copiosos, siempre que físicamente sea posible 2,
A esta lista se ha añadido una cuarta norma más moderna:

4. Los recursos no renovables deberán reciclarse lo más posible.

A fines del siglo pasado estos puntos de vista dieron lugar a la institución del sistema de parques nacionales y del Servicio Forestal en los Estados Unidos, y a innovaciones similares en el Canadá. Se temía que estuvieran acabándose los recursos, que solamente hubiera madera para 20 años, y que en otros 50 se acabara también la antracita. El progreso tecnológico y el descubrimiento de nuevos recursos disiparon estos temores.

El tercer intento de ética alternativa llegó en los años sesenta. Un libro notable, Silent spring, de Rachel Carson 3, señaló el principio y ulterior fortalecimiento del movimiento para la conservación del ambiente, que ha dado lugar a una amplia gama de acciones que van de la prohibición de sustancias tóxicas, a la determinación de estándares de los gases de combustión de los automóviles. En la obra Silent spring se demuestra que si la tecnología puede resolver el problema del abastecimiento de los recursos, los efectos colaterales sobre el ambiente pueden influir enormemente en la capacidad de sustentación del mismo, y provocar una catástrofe local o incluso global. Estos argumentos han demostrado ser fundados y, al contrario de los que esgrimían los anteriores revisionistas, no han sido desmentidos por los hechos. Rachel Carson se preocupaba principalmente por el DDT; desde entonces, han surgido una verdadera multitud de amenazas mundiales, que van de los BPC a la radiación, de las microondas al agotamiento del ozono, del bióxido de carbono y el deshielo de los casquetes polares al envenenamiento mercurial. Es interesante observar que algunos consideran la tecnología más como parte del problema que como parte de la solución, por lo menos a corto plazo. Esta teoría ha provocado una desconfianza generalizada en la tecnología que, a su vez, podría tener amplias repercusiones en el ritmo y dirección de la futura innovación tecnológica. Cuando la contaminación es evidente (hollín, humo, aguas residuales, vertidos antihigiénicos), se puede anticipar la amenaza y obrar en consecuencia para detenerla. Pero a veces cuando los problemas se hacen visibles es ya demasiado tarde: cuando el canario deja de cantar, los pulmones del hombre ya están dañados sin remedio; es el momento en que mueren los peces en los lagos y el suelo ha perdido su productividad.

El cuarto intento es el libro The limits to growth 4, preparado por encargo del Club de Roma. Este libro es todavía neomaltusiano, pero ha tenido una enorme trascendencia ya que s u aparición ha coincidido con el retraso general de la actividad económica, y con la escasez de recursos derivada de las medidas de la OPEP y del enorme consumo de los recursos no renovables. El libro también afirma que las naciones del mundo occidental tienen su parte de culpa respecto a La falta de acceso de las naciones del Tercer Mundo a los recursos. Muchos de los límites descritos en este y en otros textos pueden superarse. Sin embargo, el concepto de límite está firmemente aceptado mientras que el de crecimiento infinito se considera, por regla general, insostenible. La evolución actual lleva a aceptar la existencia de límites en los recursos y en el ambiente, y por ello las futuras decisiones deberán basarse en normas éticas.

¿Es la contaminación un derecho industrial o una imposición a la sociedad? Es preciso conservar la productividad de los recursos básicos fundamentales: aire, suelo y agua. De lo contrario' se agotará la provisión utilizable.

Principios de conservación

Se sugieren cuatro principios de conservación basados en consideraciones económicas:

1. La economía y el ambiente natural deberán proveer bienes y servicios suficientes para satisfacer a perpetuidad las necesidades de la sociedad.

2. La productividad y estabilidad básicas de la biosfera no deben correr riesgos.

3. El valor de los bienes y servicios radica en su aprovechamiento para satisfacer las necesidades, y no en los bienes en sí mismos.

4. La degradación del ambiente reduce la calidad y valor que las personas obtienen de los bienes y servicios.

La aplicación de estos principios a las de cisiones económicas permitirán que las políticas económicas sustituyan los recursos escasos por otros abundantes; reemplacen los recursos no renovables por los renovables; reduzcan al mínimo el despilfarro; incrementen el reciclaje y la duración de los productos y minimicen las repercusiones ambientales trabajando en cooperación con los procesos naturales en vez de contra ellos.

HUMO SULFÚREO DE UNA INSTALACIÓN DE ENERGÍA a fabricación» de lluvia ácida

Se espera poder desarrollar economías nacionales que se preocupen del futuro y de las repercusiones de las actividades económicas en las personas y en el ambiente. Los principios enunciados pueden considerarse como normas de sabia administración.

En un artículo titulado a Energía humana», Richard Barnet trata una cuestión ética esencial para quienes se ocupan de la ordenación del ambiente5: a Una sabia administración implica un sistema racional de participación no sólo a través de la distancia sino también a lo largo del tiempo. Cuando la gente estaba vinculada a determinadas parcelas de tierra, era más fácil que se consideraran parte del ritmo generacional: el hijo, el nieto y el bisnieto labraban la misma tierra de la misma manera. Si estos lazos se deshacen ¿dónde hallar las raíces de las obligaciones para con la posteridad? Se debilita el sentido de la tradición, de la participación en una cadena existencial... La falta de conexión con el futuro (y también con el pasado) revela por sí misma la particular inquietud que impregna la cultura industrial. Si no nos consideramos a nosotros mismos como administradores del orden natural por algo que está más allá de nosotros, no hay respuesta para la ineludible pregunta humana: ¿para qué estamos aquí? »

Un punto de vista ético

Hasta ahora se ha examinado sobre todo el nivel filosófico de la ética de conservación. Sería oportuno examinar algunos problemas corrientes desde esta especie de perspectiva ética.

Un ejemplo clásico es el problema de la lluvia ácida, o de manera más genérica el transporte de contaminantes por el aire a gran distancia. Las dos dimensiones del punto de vista de Barnet sobre la « sabia administración »-las repercusiones en el tiempo y la distancia-son las características dominantes de este fenómeno.

En resumen, los hechos son los siguientes: las emisiones de bióxido de azufre procedentes principalmente de las instalaciones de energía termal y de operaciones de fundición no ferrosas, y el óxido de nitrógeno de automóviles y camiones, son transportados y transformados en la atmósfera. En América del Norte, los compuestos de azufre permanecen normalmente en la atmósfera entre uno y cinco días. Durante las primeras 24 horas, el azufre se transforma gradualmente en ácido sulfúrico diluido. Como las partículas y gases son transportados, a través de las capas medias de la atmósfera, a mil kilómetros (621 millas) de distancia por día, el ácido sulfúrico diluido tiende a depositarse en suelos y lagos muy distantes.

Se pueden observar ya los efectos a largo plazo de las emisiones procedentes del valle de Ohio y Ontario, en partes del nordeste de América del Norte. Casi toda la mitad oriental del continente está actualmente expuesta a lluvias con un pH inferior a 4,6: diez veces la acidez de la lluvia a limpia». En algunas zonas el promedio es tan bajo que llega a 4. Después de varios decenios de precipitación, la lluvia ácida ha eliminado la capacidad de protección de los lagos, convirtiendo en ácidos los aproximadamente 100 lagos de la cordillera de los Adirondack a altitudes superiores a 610 metros (2 000 pies) y los 140 o más lagos de Ontario, y ha acabado con florecientes especies para la pesca deportiva y con todos los ecosistemas acuáticos de los cuales dependían. Otros miles de lagos y ríos en la parte oriental de América del Norte van camino de lo mismo; si continúan los índices actuales de precipitación 6, sólo les queda un decenio o dos de condiciones acuáticas salubres. Cuando los lagos son más ácidos-por regla general, las fuentes de los lagos son las primeras afectadas-los metales-traza tóxicos como el mercurio y el cadmio, son lixiviados más rápidamente de las rocas y sedimentos, y pueden afectar al abastecimiento de agua potable, así como a la flora y fauna. La oxidación de las cañerías de agua, la corrosión de los edificios y las repercusiones en suelos, bosques y agricultura, son también causa de preocupación.

Si bien las repercusiones en la vegetación no son fácilmente demostrables debido a la incidencia de muy diversas variables, los efectos a largo plazo sobre los suelos causan mucha preocupación respecto a la productividad sostenida de las tierras. En Suecia, en donde el pH de las precipitaciones es aproximadamente igual al de la parte oriental de América del Norte, el amplio programa de reconocimiento de tierras indicaba pérdidas de hasta un 30 % de calcio y algunos otros nutrientes como magnesio y potasio, en los estratos profundos del terreno. Al mismo tiempo, en la misma zona las aguas subterráneas eran más ácidas y había aumentado la concentración de aluminio. La compleja química de los suelos y el hecho de que la lluvia no sólo es ácida sino que contiene otros contaminantes químicos, hace que sea difícil interpretar este trabajo. Se requiere un gran número de muestras para lograr estadísticas fidedignas, y aún se debe iniciar el programa para la observación de suelos en América del Norte.

Es necesario aceptar la existencia de límites del ambiente y de los recursos, cuyo crecimiento no es indefinido. Es imprescindible eliminar los derroches, reciclar los productos y sustituir los recursos no renovables por los renovables.

Ahora bien, ¿quién está haciendo qué y para quién en América del Norte? Es difícil responder. Los vientos no respetan los límites provinciales, estatales o internacionales. Parte de las precipitaciones ácidas en la cordillera de los Adirondack y en Quebec, provienen de las emisiones de azufre de Ontario, y algunos de los problemas de esta provincia, de Quebec y de las provincias del Atlántico, son consecuencia de las emisiones procedentes del medio oeste de los Estados Unidos. Las mejores estimaciones indican que en un mes típico del verano las precipitaciones de azufre en el Canadá procedentes de los Estados Unidos son más de tres voces las que siguen el camino inverso. Pero en un mes típico de invierno, las precipitaciones estadounidenses en el Canadá superan en sólo un 30% a las que van a la inversa6. Si la acumulación de depósitos continúa con los índices presentes, morirán otros miles de lagos en el próximo decenio, y continuarán las transformaciones de la química de los suelos y aguas subterráneas.

En esta situación se reconocen dos problemas atinentes a los principios éticos mencionados por Barnet: las repercusiones negativas de las actividades realizadas en un lugar se sienten con más gravedad a cientos o miles de millas de distancia, y los efectos se producen mucho más tarde.

Con los actuales índices de precipitación, en algunos decenios la lluvia ácida agotará la alcalinidad o capacidad de protección de los ríos y lagos naturales. La actual legislación para combatir la contaminación en ambos países no es adecuada para hacer frente a los problemas de contaminación que tienen repercusiones tan distantes en el tiempo y el espacio.

Se debe encontrar la forma de incorporar las normas éticas en la elección de opciones políticas. Se debe estudiar la posibilidad de generar energía eléctrica con combustibles alternativos, pero de manera que se absorban los gastos de la lucha contra la contaminación, a fin de equilibrar los costos y beneficios.

Medidas éticas y futuro

El ejemplo de la lluvia ácida ilustra la complejidad de las decisiones económicas y de disposición de recursos necesarias para la sabia administración del ambiente cuando entran en juego Estados, terceros países o futuras generaciones. Estas cuestiones han estimulado al Canadá y a los Estados Unidos a ocuparse de manera más efectiva de los contaminantes transportados por el aire a través de las fronteras. Sin embargo, nada de esto tiene que ver con la historia de lo que podría denominarse a diplomacia del agua n.

Los norteamericanos pueden estar orgullosos de que las negociaciones sobre aguas hayan desempeñado una función primordial para la elaboración de un modelo escrito de ética internacional y principios jurídicos que rijan las conductas entre los Estados Unidos y el Canadá. Uno de los logros más importantes de la diplomacia estadounidense ha sido el Great Lakes Water Quality Agreement (Acuerdo sobre calidad de las aguas en los Grandes Lagos) de 1972, y su versión actualizada de 1978. Estos acuerdos tienen su origen en el simple principio del Tratado de Aguas Limítrofes de 1909, que establece que cada país no deberá contaminar las aguas de otros a en detrimento de la salud o la propiedad». El concepto de «detrimento de la salud o la propiedad » especifica los índices numéricos de calidad del agua en cuanto a bacterias, oxígeno diluido, fenoles, hierro, metales tóxicos, etc., superados los cuales el uso de las aguas sería perjudicial incluso para mantener ecosistemas acuáticos salubres. Las dos naciones se han comprometido a llevar a cabo programas de control para lograr estos objetivos.

La lluvia ácida es un asesino silencioso: cuando los problemas se hacen visibles, el daño ya es irreparable.

¿Cuáles han sido los resultados?

A pesar de los problemas iniciales y de las dificultades para completar importantes instalaciones municipales para el tratamiento de desperdicios en Detroit y Cleveland, el esfuerzo cooperativo ha tenido éxito. Los dos países se han comprometido a gastar entre 6 y 7 000 millones de dólares EE.UU. para el tratamiento de las aguas residuales, y cada vez hay más pruebas del mejoramiento de las aguas lacustres.

En 1978, en algunas islas del lago Ontario las huevas de Larus argentatus contenían un 48 % menos de DDT y BPC, y un 75 % menos de Mirex con respecto a 1974. Esta reducción ha sido acompañada por un mayor índice de reproducción. Las concentraciones de fósforo en primavera, cerca de la costa y en la parte principal del lago Ontario han disminuido mucho desde mediados de los años setenta, a la vez que se ha reducido el crecimiento excesivo de algas del lago; existen indicios similares en otros logos. En resumen, se está por lograr uno de los mayores éxitos ambientales de todos los tiempos 7.

¿Cuáles son algunos de los principios éticos de esta actividad para invertir las tendencias de una grave degradación ambiental de los Grandes Lagos? En primer lugar, el establecimiento de objetivos específicos sobre la calidad de las aguas se basa en el acuerdo de que ambos países deben perseguir el a mayor n aprovechamiento posible de las aguas de los Grandes Lagos, a la vez que reconocer como legítima la protección de los ecosistemas acuáticos. El aprovechamiento a mayor n en este caso significa su utilización-para beber, nadar, para la vida acuática-con arreglo a las más rigurosas condiciones de calidad de las aguas. En segundo lugar, cuando ambos países se percataron de que la mayor parte de las aguas de los lagos Superior y Hurón estaban contaminadas, decidieron no aceptar objetivos de calidad de aguas menos rigurosos que los presentes y convinieron en que no se permitiera degradar más la calidad de estos lagos.

El tercero y más importante aspecto desde el punto de vista ético ha sido la buena voluntad de los ciudadanos, administraciones e industrias de ambos países para contribuir a la limpieza. Con un análisis meramente económico sería difícil o imposible justificar gastos de limpieza tan onerosos como los ya efectuados o comprometidos. Sin embargo, se desea contribuir a los gastos por dos razones principales: para no seguir contaminando las aguas del país vecino y para no pasar a la historia como la generación que destruyó sin esperanza los Grandes Lagos. En resumen, por razones éticas.

La experiencia bilateral relativa a los Grandes Lagos da grandes esperanzas para el futuro y, en especial, para resolver los problemas relacionados con la lluvia ácida. Las sumas de dinero necesarias son bastante similares, y los daños de la lluvia ácida son incluso más difusos que los efectos de la contaminación de los Grandes Lagos. Estas esperanzas se basan en la evidencia de que los dos países de América del Norte están motivados por consideraciones éticas. Muchas personas que se dedican a la conservación de la naturaleza encuentran una razón de vida en la sabia administración de los recursos naturales vitales. También la preocupación por las generaciones futuras, por la protección de las especies en peligro y por la productividad sostenida de los recursos naturales puede representar el tipo de principio ético popular que se necesita para sostener la sociedad de los años ochenta en América del Norte.

Referencias

1.

BOULDING, K. 1966 The economics of the coming spaceship earth. En Environmental quality in a growing economy, H. Jarret (ed.). Baltimore, Maryland, Johns Hopkins.

2.

BARNETT, H. y MORSE, 1963 C. Scarcity and growth. Baltimore, Maryland, Johns Hopkins.

3.

CARSON, R. 1962 Silent spring. Greenwich, Connecticut, Houghton-Misslin.

4.

MEADOWS, D. 1974 et al. The limits to growth. 2nd. edition. New York, Universe Books.

5.

BARNET, R. 1980 Human energy. The New Worker, 7 de abril de 1980.

6.

US 1979 CANADA RESEARCH CONSULTATION GROUP ON LONG-RANGE TRANSPORT OF AIR POLLUTANTS. The LRTAP problem in North America: a preliminary overview. 31 págs.

7.

BRUCE, J.P. 1980 Water quality issues in boundary and transboundary waters. Alocución dirigida a la «Inland Water 1980 Conference of American Society of Civil Engineers», Green Bay, Wisconsin, 30 de julio de 1980.


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