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Africa occidental: Impresiones y entrevistas

Henri Chazine

Las especies arbóreas del Sahel que crecen ahora espontáneamente en zonas antes húmedas, los bosques densos amenazados con desaparecer en un plazo de ocho o nueve años y los alarmantes cambios climáticos asociados a la desecación de los ríos, son otros tantos signos de una degradación en rápido avance. ¿Qué medidas drásticas se pueden aplicar? ¿Cuántas probabilidades hay de lograr resultados positivos? A estas y a otras preguntas intenta dar respuesta esta investigación periodística realizada en tres países del Africa occidental. En ella se recogen el testimonio y la experiencia de dirigentes políticos, campesinos y expertos de diferentes países.

Henri Chazine fue Oficial de información de la Oficina Regional para Europa de la FAO.

VIVIR CON RECURSOS MINIMOS necesidad imperiosa de conservar lo que queda (E.H. SÈNE)

· Poco antes de nuestra llegada a Dakar, la tripulación nos comunicó que la ciudad estaba casi a oscuras como consecuencia de una tormenta de arena, y que quizás no podríamos aterrizar. Pero los pilotos estaban ya acostumbrados a casos semejantes y consiguieron deslizar suavemente el enorme Airbus por la pista, a pesar de la escasísima visibilidad.

Ya en Dakar supe que las tormentas de arena son cada vez más frecuentes y muchas veces marchitan los huertos que rodean y alimentan a la ciudad. Al alejarse de las calles del centro, abarrotadas por la gran cantidad de motocicletas y automóviles, se atraviesa un paisaje dominado por dunas de color blanco y ocre. Los suburbios parecen más bien oasis, casi perdidos en medio del desierto, que las afueras de una capital. Las pocas arboledas que sobreviven lo hacen con dificultad. No es posible regarlas, pues hasta el centro de Dakar sufre en la actualidad restricciones de agua; sólo es posible satisfacer dos terceras partes de la demanda.

En el Ministerio de Protección de la Naturaleza, y luego sobre el terreno, las autoridades me confirmaron que desde hacia tiempo las lluvias eran tan escasas que se había llegado a una situación de alarma. Las condiciones que dan lugar a la desertificación son ahora habituales no sólo en Dakar sino también más al sur, donde el desierto se extiende ya a la región de Kaolack.

Los expertos de la FAO no disimulaban su pesimismo. Según uno de ellos, el clima de la región, que antes era sudano-guineano, se había convertido en sahelo-sudanés, Especies arbóreas como el eucalipto crecen ya espontáneamente en las regiones de Kaolack y Kaffrine, y llegan a zonas tan meridionales como Gambia. Paralelamente se observa cierta disminución de las especies locales, con lo que aumentan las dificultades para la población y para el ganado.

Otro experto de la FAO expresó su preocupación por el futuro de los bosques de la región. Puso de relieve que, después de todas las investigaciones realizadas, «todavía no hemos encontrado la solución. Creo que hoy nadie puede decir: 'Esto es lo que debemos hacer'. Por lo tanto, experimentamos, aunque no indiscriminadamente. Antes de actuar, reflexionamos. Pero creo que va a ser un problema de muy difícil solución. En Europa la gente no llega a comprender lo que representa la desertificación en Africa. Desde luego, se conmueve profundamente cuando ve imágenes del Sahel, pero ocurre como con los terremotos de Chile: siente lástima pero en cuanto apaga el televisor se pone a pensar en otra cosa. Al ver la enormidad del problema sobre el terreno, la primera reacción es de desaliento. Pero cuando se observa la voluntad de lucha de los senegaleses, y en particular la decisión de los técnicos forestales, se levanta la moral».

«Cuando se observa la voluntad de lucha de los senegaleses, y en particular la decisión de los técnicos forestales, se levanta la moral.» (G.E. WICKENS)

Desde el primer momento se comprende que la batalla se combate en todos los frentes; desde la pequeña arboleda de una aldea mantenida en pie a pesar de la escasez de agua y protegida de algún modo con setos de espinos, hasta la revitalización de los bosques naturales todavía existentes. Es indudable que los campesinos del Sahel tienen plena conciencia del grave peligro que la desertificación representa para sus campos, es decir para ellos mismos. Siguen escrupulosamente las instrucciones y los consejos de los expertos forestales, esos modernos misioneros laicos llegados para demostrar con el ejemplo lo que debe hacerse... y, sobre todo, lo que no debe hacerse.

En una aldea situada al sur de St Louis du Sénégal, una de las regiones más afectadas por la desertificación, otro experto de la FAO comentaba que los campesinos se cansan enseguida de los grandes programas gubernamentales de plantación de árboles, y en cambio suelen cuidar con gran dedicación sus pequeñas parcelas. Las mujeres recorren grandes distancias para buscar agua de riego, pues si no hay árboles no hay leña y por lo tanto tampoco se puede cocinar. Las mujeres se encargan asimismo de las reparaciones domésticas, y por lo tanto necesitan madera para reparar las paredes y los techos.

«Lo que hoy importa es emprender la lucha contra el avance del Sahara sin desalientos, y no dejar que decaigan los esfuerzos de repoblación.»

El mismo experto de la FAO comenta que hay una especie de «control popular» para evitar cualquier posible depredación de las arboledas. Pero, incluso hablando como técnico forestal, cree que la producción de alimentos tiene la misma prioridad que la repoblación: «aquí hay familias que comen sólo una vez al día... cuando comen. Por eso, es absolutamente necesario conseguir especies arbóreas que puedan cultivarse de forma intercalada con especies alimentarias».

Su deseo se ha hecho realidad en un proyecto de la FAO en Benin, en el que se cultiva el maíz entre hileras de eucaliptos cuidadosamente espaciadas. Cierto es que Benin no tiene el mismo clima que el Sahel. Benin está en la zona húmeda. Sin embargo, también aquí los expertos observan preocupados algunos signos precursores de la desertificación, como el notable aumento de la temperatura, el arraigo espontáneo de árboles característicos del Sahel, y la existencia de pequeñas extensiones de tierra que dejan de ser productivas casi de la noche a la mañana.

«La primera impresión», me explicaba el jefe del Servicio de Montes de la República Popular de Benin, «puede ser que la sequía no ha llegado a Benin, pues la vegetación sigue siendo exuberante, el clima conserva el calor y las elevadas temperaturas de los trópicos, y parece que llueve torrencialmente todos los días. Sin embargo, en los últimos cinco años, las lluvias han sido anormalmente escasas. Por ejemplo en 1983 llovió menos del 40% de lo normal. Además, esa falta de lluvias induce a confusión. Las lluvias llegan pronto, demasiado pronto, y luego cesan de repente, trastornando los planes de producción de los agricultores y reduciendo la productividad agrícola. Las lluvias no sólo son prematuras, sino que su llegada es repentina y no dan tiempo a los agricultores para organizar los servicios normales».

El nomadismo se está convirtiendo en una práctica habitual entre algunos grupos de población, añadió el jefe del Servicio de Montes. La degradación del medio ambiente obliga a la población a abandonar sus tierras para tratar de encontrar en otro lugar tierras fértiles. Los más afectados son los pueblos del norte, que se desplazan hacia el sur, aumentando así la presión sobre la tierra. El resultado final puede ser la degradación del suelo en el sur de Benin.

«Tenemos conciencia de la gravedad del problema. Nuestro principal objetivo es que la población se percate de esta amenaza. Hemos hecho sonar la alarma. Estamos señalando que el desierto se acerca a nuestra puerta y debemos reaccionar. Tenemos en marcha proyectos que contribuyen a evitar el avance del desierto, aunque no sea éste su objetivo directo. Son ante todo proyectos de repoblación con un objetivo quinquenal de 12000 hectáreas y un costo de inversión de unos 14000 millones de francos CFA (31,5 millones de dólares EE.UU., aproximadamente). Es un esfuerzo reducido, dada la magnitud del problema, pero en su intento de repoblación el Gobierno cuenta en gran medida con la participación popular. Contamos también con la cooperación de los organismos internacionales, en particular de la FAO, que en 1980 comenzó a prestar ayuda en la ejecución de un proyecto de desarrollo de recursos forestales. Es todavía demasiado pronto para saber si venceremos en nuestra lucha contra el avance del Sahara. Pero lo que hoy importa es emprenderla sin desalientos y no dejar que decaigan los esfuerzos de repoblación.»

Como ilustración de las declaraciones de este alto funcionario de Benin, el experto de la FAO me llevó a una aldea alejada de la carretera principal donde hombres, mujeres y alumnos de la escuela local tenían un excelente vivero de eucaliptos y varias hileras de árboles de gran tamaño. Les pregunté: «Una vez plantados los árboles, ¿cómo se las arreglan para que no les corten las ramas?»

La respuesta más frecuente puede resumirse así: «Cuidamos y respetamos escrupulosamente las plantaciones de la aldea. Nos interesan menos las grandes campañas promovidas por el Gobierno; al campesino de Benin le gusta tener su propia plantación, creada por él mismo».

Hacia una agricultura social

El experto que me acompañó a Benin es un técnico forestal, pero pronto me di cuenta de que era también, y sobre todo, psicólogo y sociólogo. Su experiencia personal ilustra muchos aspectos poco conocidos de la actividad agrícola en los países tropicales.

Según pone de relieve, lo primero que debe tenerse en cuenta es el elemento humano del sector rural: «Antes de nada, es preciso saber qué necesitan los campesinos. Probablemente, ellos lo saben pero no siempre lo dicen. Por eso, el experto ha de ser capaz de averiguarlo. Este es su principal problema y el primero que debe intentar resolver. Además, hay que proponer soluciones. La silvicultura, por ejemplo, tiene poco que ver con las personas, que en consecuencia se interesan poco por ella. Falta el elemento humano. Por eso, la tendencia actual es hacia las actividades forestales sociales. Este tipo de silvicultura es muy importante en Africa.»

Nuestro experto insiste mucho en la importancia del factor humano. «Los organismos oficiales, tanto los gobiernos como las organizaciones internacionales, no pueden evitar por si solos la desertificación, ni siquiera en un país como Benin donde la sequía no ha atacado todavía con dureza. Se necesita el apoyo de la población, la cual debe tener conciencia verdadera de lo que está ocurriendo para actuar en consecuencia. Hemos efectuado estudios sobre la reacción actual de los campesinos. En ellos se comprueba que algunas personas confunden la causa con el efecto. Ven que los rendimientos están disminuyendo. Algunos comprenden que los rendimientos bajan porque ellos utilizan métodos erróneos, pero a otros hay que convencerlos de que son ellos los responsables de esa disminución. En mi opinión, un programa sin apoyo popular está condenado al fracaso. Por eso, la información y la educación son la prioridad fundamental y más urgente para salvar a Africa.»

«En cuanto a la desertificación, estoy en total desacuerdo con la concepción maltusiana de algunos que recomiendan abandonar el Sahel, medida monstruosa, tanto económica como socialmente.» (J.J. SWIFT/FAO)

La información y la educación, bases de la rehabilitación

En todas partes comprobé la necesidad de informar y educar al público. Se planteaba sobre todo el grave problema de los incendios de malezas, flagelo de las tierras tropicales. La Costa de Marfil, en particular, ha abordado este problema con decisión, como ha hecho con otros problemas relacionados con los bosques.

En julio de 1984, el Gobierno de la Costa de Marfil nombró un comité encargado de luchar contra los incendios de malezas e integrado en la dirección de montes del Ministerio de Agricultura. Dicho organismo, gracias sobre todo a la ayuda del Canadá, ha preparado ya a varios expertos. Se van a crear en todo el país centros en los que se organizarán comités rurales con funciones de «cuerpo de bomberos».

«Los recursos son tan escasos y la necesidad es tan urgente que no podemos conformarnos con estar aquí sentados con los brazos cruzados», me explicaba el secretario general del comité. «Por eso orientamos nuestra acción a mentalizar a la población rural. Una forma de conseguirlo es la tradicional campaña en gran escala con carteles, conferencias, programas de radio y televisión, películas, etc. Pero para ello hace falta mucho dinero. Hemos considerado que sería mucho más eficaz nuestra presencia sobre el terreno. Creemos que una campaña de mentalización no se puede dirigir desde un despacho. Por eso nuestra acción consiste en ir a estas zonas y hablar con los propios campesinos en su propio lenguaje. Les decimos: hacéis fuegos por varias razones. No podemos prohibiros utilizar el fuego en todos los casos. Además, tal prohibición seria imposible de aplicar, pues se trata de una tradición milenaria. No se puede acabar con ella de un día para otro. Quitad las ramas, podad los árboles, haced pequeños montones con la maleza. Si quemáis algo, no abandonéis el lugar hasta estar seguros de que el fuego está totalmente apagado. No confiéis esa misión a los niños. Si tenéis fincas grandes, al menos tratad de limitar los incendios dividiéndolas con cortafuegos.»

«Creemos que una campaña de mentalización no se puede dirigir desde un despacho. Por eso nuestra acción consiste en llegar hasta las aldeas.»

LUCHA CONTRA UN INCENDIO DE MALEZAS EN EL CHAD sempiterno problema africano

Como luego supe, era más fácil convencer a los agricultores desde la catástrofe ocurrida en la Corta de Marfil dos años antes, en que el fuego había destruido varias plantaciones de cacao. Ahora, los campesinos saben mejor lo que debe hacerse para no perderlo todo. Se percutan del peligro que constituyen los incendios de malezas.

El experto de la FAO que me acompañaba me llevó a una aldea del centro de la Costa de Marfil, alejada de las carreteras principales, en las profundidades de un bosque denso. Los jóvenes han creado allí un cuerpo de bomberos. Me recibieron bajo un árbol alrededor del cual celebran sus reuniones. Llevaban orgullosamente su uniforme de servicio voluntario: un casco verde y una casaca roja. Yo sabia ya que es prácticamente imposible que arda un bosque mientras permanece intacto. El peligro de incendios se produce cuando los madereros o campesinos hacen talas clandestinas en el bosque; los madereros para conseguir especies valiosas y los campesinos para cultivar alimentos.

El jefe de la aldea explica: «En general, un campesino respeta lo que ha plantado, sean árboles, cacao o café. Pero cuando descubrimos que parte de un bosque protegido se ha convertido en parcelas para cultivos comerciales, dejamos que los campesinos recojan la cosecha y luego los obligamos a marcharse. Comenzamos plantando árboles alrededor del lugar, y luego procedemos a repoblar». Los campesinos reciben una pequeña extensión de tierra en otro lugar, y el Programa Mundial de Alimentos Naciones Unidas/FAO les proporciona alimentos durante el primer año.

«Sin embargo, el mayor problema siguen siendo los incendios de malezas, parte de nuestra tradición. Los campesinos más ancianos tienen costumbre de quemar sus parcelas para desbrozarlas, porque es mucho más rápido que cortar la maleza. Pero los campesinos jóvenes están consiguiendo mentalizar a los de más edad. Ahora están prohibidos los fuegos durante la parte peligrosa del año. Los jóvenes componentes del cuerpo de bomberos patrullan el bosque y observan cualquier posible señal de humo. Ponen multas, a disgusto de los campesinos.»

«Ahora los agricultores esperan las primeras lluvias para encender sus primeros fuegos. Pero nosotros les hacemos ver que el fuego no lo resuelve todo; es más, empeora la situación, sobre todo en las zonas recientemente repobladas que constituyen el capital de nuestros hijos y descendientes. Los árboles jóvenes no pueden soportar el calor. Pueden morir aun cuando el incendio se produzca lejos de ellos, incluso en el caso de las tecas utilizadas como cortafuegos.»

No debe renunciarse prematuramente

El jefe de la misión de la FAO sobre «Protección de los bosques» en la Costa de Marfil señala que la exportación de madera ocupa el cuarto lugar en la lista de fuentes de divisas. Todos los estudios indican que este recurso puede agotarse en muy pocos años. Por eso, el Gobierno decidió prudentemente tomar medidas para que la madera fuera una fuente de ingresos de larga duración. Puso en marcha un plan de repoblación a escala industrial, reduciendo voluntariamente las exportaciones hasta el momento en que la repoblación permitiera recuperar los antiguos niveles de comercio exterior.

«Los estudios realizados por la FAO y otras organizaciones demuestran que en la Costa de Marfil se destruyen todos los años más de 300000 hectáreas de bosque», me dijo el jefe del proyecto, quien subrayó que, «a comienzos de siglo había 16 millones de hectáreas de bosques, pero ahora sólo quedan dos millones y medio. A razón de 300000 hectáreas al año, sin repoblación forestal, lo que queda de bosque sólo podría durar ocho o nueve años, como máximo.»

MUJER DEL SAHEL TRABAJANDO todavía persiste el optimismo (PMA)

Por eso, el país ha decidido seguir luchando. Se trabaja sin descanso para salvar lo que se pueda y para preparar un destino mejor a las generaciones futuras. El visitante sale de la Costa de Marfil con la firme convicción de que el país está enfrentándose con acierto a las adversidades actuales, y de que ha comenzado a marchar por el buen camino.

Tampoco observé señales de pesimismo en Benin, aunque sus problemas ecológicos son ya mucho más graves. El Representante de la FAO me comunicaba el resultado de su experiencia en Africa:

«En cuanto a la desertificación, estoy en total desacuerdo con la concepción maltusiana de algunos que recomiendan abandonar el Sahel, medida monstruosa, tanto económica como socialmente. Pero estoy convencido de la necesidad de conceder prioridad a las zonas todavía no afectadas, con la esperanza de detener el avance del desierto y, con el tiempo, de invertir gradualmente la situación. ¿Por qué no?»

Esa voluntad de actuar y esa decisión de luchar contra una naturaleza repentinamente hostil había triunfado, como pude comprobar, en la parte septentrional del Senegal.

El Presidente y Director General de SAED (Société d'aménagement et d'exploitation des terres du fleuve Sénégal et des vallées du fleuve Sénégal) nos recibió en su despacho en la encantadora ciudad de St Louis du Sénégal. Sin detenerse en préambulos, nos expuso los objetivos de su empresa: la replantación de una amplia franja de la orilla del río Senegal, desde su desembocadura hasta el este del país. En el proyecto participan más de 600000 agricultores y ganaderos, que ahora pueden vivir decentemente. SAED tiene intención de repoblar toda la región una vez finalizada la actual fase de cultivo. Los campesinos se adaptan fácilmente a los nuevos (para ellos) métodos de cultivo de regadío, pues ven sus ventajas. De hecho, llevan ya cultivando arroz varios años.

«En mi opinión, un programa sin apoyo popular está condenado al fracaso. Por eso, la información y la educación son la prioridad fundamental y más urgente para salvar a Africa.»

Para comprender toda la importancia de la obra realizada por SAED, habría que haber visto las tierras, ahora devastadas, del norte del Senegal; devastación sólo salpicada de vez en cuando por unos metros cuadrados de huertos con cultivos comerciales. Me pareció tan increíble que fui a comprobar sobre el terreno si aquellos arrozales eran tan productivos como nos habían dicho en St Louis. Pocos kilómetros al este de esta bella ciudad, en medio de inmensas extensiones donde sólo había arena ocre y blanca y aldeas abandonadas con chozas destartaladas, se veían franjas de color verde. No eran muy anchas, pero estaban bien cuidadas y protegidas con barreras curvas para evitar que las tormentas de arena destrozaran lo conseguido con tanto esfuerzo. Estas franjas se extendían a lo largo de varios centenares de kilómetros.

Me detuve cerca de Podor, en la frontera con Mauritania. El asesor local está muy orgulloso de su parcela. El cultivo principal es el arroz, alimento básico de la población senegalesa. La región está situada en el frente mismo de la guerra contra el Sahara, pero el hecho de que se hayan realizado nuevas plantaciones parece que está haciendo retroceder el desierto, como se comprueba a simple vista.

Pero no del todo, añadió el asesor local: «El descenso del nivel del río nos impide regar como quisiéramos. La situación es tan desastrosa que los cultivos de fuera de temporada corren grave peligro y en esta campaña tendremos que conformarnos sólo con una cosecha. Pero el proyecto ha dado tan buenos resultados que ha conseguido detener la huida hacia las ciudades e incluso la emigración al extranjero, que era considerable. Hoy, gracias a nuestros planes de riego y a los problemas económicos que están experimentando algunos países, se ha producido incluso una inversión en el flujo de la mano de obra, es decir de las personas que habían abandonado el país para buscar su fortuna en otra parte.»

¿A quién debemos creer? ¿Al experto que no ha encontrado todavía el árbol más adecuado para detener el desierto, o al optimista incorregible que echa mano de lo que puede para producir alimentos? ¿Y a qué costo? Yo no pude obtener una respuesta concreta.


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