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Aldeas de pescadores y viveros comunitarios en Malawi

G.G. Mills

Graham G. Mills, que en la actualidad es catedrático del Departamento de Sociología de la Universidad de Swazilandia, ocupó anteriormente un puesto similar en el Departamento de Sociología de la Universidad de Malawi.

El presente artículo describe las exigencias forestales de las aldeas de pescadores del ecosistema de los Lagos Chilwa y Chiuta y el intento de realizar un proyecto de desarrollo pesquero, el Proyecto mulowiano-alemán para el desarrollo de la pesca y la acuicultura (MAGFAD), cuya finalidad era hacer frente a la degradación ambiental mediante la creación de viveros forestales comunitarios entre 1989 y 1992.

AI igual que muchos otros países de Africa, Malawi está sufriendo una rápida deforestación y una crisis de escasez de leña. El tabaco es la fuente principal de divisas de Malawi y el pescado es la mayor fuente de proteína animal. La leña es necesaria para la transformación de estos dos productos vitales. Por ello, es esencial comprender las necesidades forestales, el aprovechamiento y comercialización de la madera y las condiciones sociales de las comunidades locales, a fin de adoptar los planteamientos adecuados en relación con el desarrollo forestal, energético, ambiental y social.

La población del Lago Chilwa y su medio ambiente

El ecosistema del Lago Chilwa se encuentra en la zona meridional de Malawi, en la frontera oriental con Mozambique. Dicho ecosistema se caracteriza por la existencia de pantanos de escasa profundidad en los que abunda la espadaña, así como por la existencia de marismas llenos de juncos y de llanuras inundadas donde crecen plantas herbáceas (Kalk, McLachlan y Howard-Williams, 1979). En la zona principal de captación del lago, la agricultura y la pesca en pequeña escala son las principales actividades de sus habitantes, 1 millón aproximadamente (que pertenecen principalmente a los grupos étnicos Yao y Lomwe), y determinan que ésta sea una de las zonas rurales más densamente pobladas de Africa. Dicha zona produce entre 15 000 y 30 000 toneladas de pescado al año, la tercera parte de las capturas totales de Malawi, y aproximadamente la cuarta parte del consumo anual de proteína animal del país(Departement of Economic Planning and Development [DEPD], 1987).

Una típica escena pesquera en el lago Chilwa. Obsérvense las caneas construidas con troncos ahuecados

El problema de la leña

Alrededor del 60 por ciento del pescado que se captura en el Lago Chilwa se ahuma con leña. Ello implica una demanda elevada sobre los bosques locales, donde se explota no sólo la madera para ahumar el pescado sino también árboles para construir embarcaciones, especialmente los árboles de gran tamaño que se utilizan para fabricar canoas de troncos vaciados, y madera para construcción. En un estudio realizado en 1987 sobre la leña y el proceso de ahumado del pescado se indicaba que se consumían anualmente más de 6 000 toneladas de maderas duras para ahumar; que la madera se transportaba desde lejos, importándose incluso de Mozambique, y que la escasez de madera había determinado la tala ilegal en gran escala, en reservas y zonas forestales protegidas (Walter, 1988).

Para los elaboradores del pescado, el coste de la madera se estaba convirtiendo en un factor tan decisivo como el coste del pescado en la fijación de los precios. En los desembarcaderos de pescado más importantes del Lago Chilwa, el precio de las maderas duras utilizadas en el proceso de ahumado del pescado aumentó del 100 por ciento entre 1987 y 1989. El estudio realizado en una de las playas más importantes de mercadeo, en 1991, indicó que el 50 por ciento de la leña que se utilizaba en la operación del ahumado se recogía ilegalmente en las reservas forestales y se transportaba a través de complejas redes de comercialización. Esas operaciones implicaban pagos en efectivo que quedaban sin registrar. El estudio mostró también que se enviaba ilegalmente desde Mozambique un volumen importante de madera, a posar de que existía un acuerdo entre los dos países que estipulaba que los envíos de madera debían ser limitados y quedar registrados.

El aumento del precio de la madera afectó también a los agricultores locales, que utilizaban la madera como combustible, para la construcción, efe. Las mujeres, que realizaban tradicionalmente la tarea de recoger la leña, recorrían distancias de hasta 5 km por día y dedicaban a esa actividad 18 horas a la semana. En la zona del lago, los precios de la madera eran mucho más elevados que en cualquier otra parte (Bornes, 1990). Aunque muchos agricultores vendían madera a los elaboradores de pescado, no se había reflexionado sobre la importancia que ello podía tener y no se había practicado el cultivo arbóreo como potencial de obtención de ingresos en efectivo con el objetivo específico de vender madera a la industria pesquera.

RESPUESTA DEL PROYECTO

El proyecto malawiano-alemán para el desarrollo de la pesca y la acuicultura (MAGFAD) comenzó en 1987 con el objetivo general de «mejorar la utilización de los recursos locales para la pesca y los productos pesqueros». En 1989, se decidió que debía dedicarse una atención especial a la plantación de árboles y al ahorro de madera perfeccionando la técnica de ahumado del pescado y la tecnología de construcción de las canoas (Otte, 1990).

La primera medida para potenciar el ahorro de madera fue promocionar el uso de la canoa construida con tablas como sustitución de la bwatu tradicional, que se fabricaba con troncos vaciados (Fyson, 1988). Al construir ese tipo de canoa, alrededor del 85 por ciento del tronco de un árbol maduro de madera dura se reduce a astillas. El resultado es una embarcación de forma irregular, pesada, inestable y difícil de mantener. Al agotarse los árboles de mayor tamaño, los pescadores tenían que conformarse con canoas más pequeñas, que eran aún más inestables y que no servían para navegar por las aguas agitadas del centro del lago. Además, utilizaban cada vez con mayor frecuencia especies como el eucalipto y Acacia albida, cuya vida media, cuando se utilizan para construir canoas, es de dos a cinco años. El diseño de una canoa de tablas estable y ligera que requería un menor volumen de madera de mayor duración, y la capacitación impartida y el apoyo prestado a los constructores de embarcaciones artesanales han permitido el aprovechamiento más eficaz y la conservación de los recursos forestales (Mills, 1989).

La segunda iniciativa consistió en el diseño y difusión de un horno mejorado para ahumar el pescado. El sistema tradicional consiste en encender un fuego en un pozo superficial, disponiendo el pescado sobre alambres. Este método es poco rentable por lo que respecta al uso de madera y el producto que se obtiene es de calidad poco uniforme. El horno mejorado utiliza un 60 por ciento menos de madera para procesar el mismo volumen de pescado, pero de mayor calidad y con posibilidades de almacenarlo durante mucho más tiempo. Por otra parte, el método del horno es más sano que el del pozo tradicional porque se inhala menos cantidad de humo. Es fácil y barato construir hornos con barro, ladrillos cocidos, piedras o láminas de hierro. Ya se han construido más de 600 hornos en 73 playas distintas.

Pese a la promoción satisfactoria del horno para ahumar y de la canoa de tablas, lo cierto era que ya se había producido una importante deforestación, que se consumía todavía una gran cantidad de leña y que no existía plan alguno para garantizar la sostenibilidad de los recursos arbóreos. Aunque ya existían algunos viveros forestales de propiedad privada, en su mayor parte producían eucaliptos y plantones de pino, cuya madera no era adecuada para ahumar el pescado, facilitados por el Departamento Forestal.

Aldea de pescadores. Obsérvense, al fondo, las colinas deforestadas

Iniciación programa de viveros comunitarios

En 1989, los responsables del proyecto entraron en contacto con los dirigentes comunitarios, las autoridades tradicionales, los agricultores y los elaboradores de pescado, proponiéndoles un programa comunitario de reforestación de carácter participativo, con la finalidad de revitalizar las zonas deforestadas, estabilizar los costos de la madera y ofrecer un producto generador de ingresos que exigía poca mano de obra y escasas inversiones. En octubre de 1989, el proyecto seleccionó 12 aldeas donde podían instalarse viveros comunitarios.

La primera fase del proyecto consistió en una serie de reuniones con las comunidades para conocer sus puntos de vista acerca de las necesidades de madera y para determinar su disposición a participar en un proyecto de silvicultura comunitaria. En muchos casos, la idea de establecer un vivero con participación de la comunidad parecía tan original que resultaba difícil de comprender. Particularmente difícil de comunicar fue el principio de que el vivero pertenecería a los miembros de la comunidad y no al proyecto y que, en consecuencia, podían plantar cualquier especie.

La escenificación didáctica resultó el método más adecuado para comunicar esa idea. En el curso de otras actividades anteriores del proyecto, referentes a la erradicación de la bilharziosis y a la explotación piscícola, se había recurrido a un grupo musical teatral (La banda del Sr. Malikebu) como medio auxiliar de extensión, y resultó un método muy popular y tuvo mucho éxito llegando a un número elevado de personas.

La selección de especies

Dichas reuniones permitieron también establecer los criterios para adoptar decisiones con respecto a las especies arbóreas. El criterio más importante tenía relación con el ahumado del pescado: la madera debía quemarse lentamente y despedir un aroma agradable. Se consideró que las especies más adecuadas eran Albizia zimmermanni, Pericopsis angolensis y Acacia sayal.

El segundo criterio era la tasa de crecimiento. Los habitantes de las aldeas conocían el eucalipto, especie de crecimiento rápido, y habrían preferido especies con tasas de crecimiento similares, a pesar de que reconocían que todas las especies seleccionadas eran de crecimiento lento. Se consideraron también deseables las especies que pudieran cortarse periódicamente a ras de tierra. Otro de los criterios que se aplicaron fue el de la tolerancia a la saturación hídrica y a la elevada salinidad del suelo. Esto no afectaba a todas las comunidades, pero era de importancia decisiva para algunas de ellas.

El personal del proyecto que participó en las discusiones comunitarias sugirió también la conveniencia de que las especies seleccionadas pudieran servir para usos múltiples. Esta idea tardó en comprenderse. Algunos de los habitantes de las aldeas conocían especies, como Acacia albida, que favorecían el crecimiento del maíz y servían como forraje, pero no entendían otras relaciones de tipo más general, como que las raíces que fijan el nitrógeno podían utilizarse como sustituto de los fertilizantes y que el follaje, rico en nitrógeno, era un abono vegetal. Conceptos de agrosilvicultura tales como los cultivos en franjas eran nuevos, por lo cual, muchas veces, se adoptaba ante ellos una actitud de cautela.

Teniendo en cuenta los criterios antes mencionados, se seleccionaron una serie de especies autóctonas y exóticas: Albizia zimmermanni, Acacia albida, Afzelia quanzensis, Khaya nyassica (autóctonas); y Albizia lebbeck, Gliricidia sepium, Senna siamea, Leacaena leucocephala, Cassia siamea, Terminalia catappa y Delonix regia (exóticas).

Determinación de las responsabilidades de las comunidades y del proyecto

Vivero destruido por una inundación

Los responsables del proyecto comprendieron que la cuestión de las responsabilidades debía abordarse desde el primer momento. Si se pretendía que los viveros fueran autosuficientes, la intervención de los responsables del proyecto debía ser limitada, ya sea con respecto a los insumos materiales que a la asistencia técnica, y buscar la sostenibilidad a nivel comunitario. Se acordó que el proyecto facilitara a cada uno de los grupos una regadera, semillas de calidad, tubos de propagación y asesoramiento técnico por medio de visitas periódicas de los agentes de extensión. Los grupos se encargarían de preparar una parcela vallada y protegida del sol para los viveros, recoger tierra fértil, preparar los tubos de propagación, regar diariamente los plantones y organizar reuniones periódicas del grupo. Como política, se decidió que se recomendaría que los plantones fueran propiedad de los miembros del grupo en su conjunto hasta la celebración del Día del Arbol, fecha en que se repartirían entre los diversos miembros de acuerdo con los principios establecidos en una reunión celebrada al efecto. A partir de entonces, los plantones serían propiedad de cada individuo, que podrían hacer con ellos lo que desearan, incluso venderlos. En algunos casos, esta fue una exitosa medida generadora de ingresos.

Utilización de los plantones

Un elemento importante en la actividad global fueron las decisiones sobre el lugar exacto donde deberían plantarse los plantones de vivero y su finalidad. Generalmente, la opinión de los responsables del proyecto era que cada individuo debía ser responsable de plantar y cuidar sus plantones, que debían plantarlo en su propia tierra antes que en tierras comunitarias y que, en la medida de lo posible, ello se debía realizar de acuerdo con los principios de la agrosilvicultura.

Se aplicaron tres sistemas básicos de plantación. En el primer caso, y particularmente cuando se había propagado Lencaena leucocephala y Gliricidia sepium, se recomendó el cultivo en franjas con maíz. En el segundo caso, los participantes en el proyecto realizaron plantaciones en los bordes para delimitar sus tierras. En el caso de los agricultores con parcelas más extensas, se les recomendó además que plantaran 12 árboles por hectárea en los campos de maíz. Este método era particularmente adecuado en el caso de la Acacia albida. En todos los sistemas de plantación se discutieron aspectos importantes como la utilidad del follaje como fuente potencial de forraje, el momento en que se debía realizar la poda en el ciclo anual y la utilización del follaje, en caso necesario, como abono verde. Por último, se recomendó que aquellos árboles que no fueran adecuados para usos agroforestales se plantaran cerca de las casas, donde podían proporcionar sombra o en las zonas marginales e improductivas desde el punto de vista agrícola. Esto ocurría especialmente en el caso de Delonix regia, Khaya nyassica y árboles frutales como Carita papaya.

DESAFIOS Y OBSTACULOS PARA EL EXITO

Los habitantes de las aldeas nunca rechazaron la idea de establecer un vivero comunitario, pero el éxito de la operación no fue inmediato. Existían una serie de obstáculos interrelacionados, tales como las deficiencias de las comunicaciones, los problemas políticos a nivel comunitario, el escaso conocimiento de los aspectos relacionados con los derechos de monte y los derechos sobre la tierra, la importancia de las diferencias por razón del sexo, las catástrofes naturales y la escasa capacitación de los agentes de extensión.

Una de las importantes lecciones aprendidas fue que aunque se debían respetar los acuerdos de la comunidad y tener en cuenta a los jefes locales, había que dirigirse principalmente a los beneficiarios inmediatos. Por ejemplo, un obstáculo importante fue la disputa respecto - a quién era el propietario de los plantones y de la regadera. En algunos casos, aunque parecía haberse alcanzado un acuerdo sobre la importancia de que existiera una estructura oficial en el grupo, eligiendo responsables oficiales, y sobre el hecho de que el jefe de la aldea debía proporcionar una parcela de tierra que pasaría a ser propiedad del grupo, en cuanto se marchaba el personal responsable del proyecto, el jefe de la aldea se apropiaba de la regadera, del tubo de propagación y de las semillas y se desorganizaba el grupo. Es difícil decir si algunos jefes creían que la existencia de una organización independiente constituía una amenaza para la autoridad tradicional o si consideraban que la situación podía servirles para obtener beneficios personales, pero lo cierto es que en algunos casos los jefes tenían el monopolio de la leña y no les interesaba que existiera un vivero comunitario.

Otra situación que se producía con cierta frecuencia era que los jefes se presentaban a la elección de presidente del grupo y las normas de la sociedad rural tradicional impedían a los demás habitantes de la aldea enfrentárseles presentándose también como candidatos. Este hecho era lamentable porque en muchos casos los jefes de las aldeas desempeñaban desastrosamente mal su tarea como presidente del grupo. Sin embargo, la labor de seguimiento realizada durante los dos años posteriores al establecimiento de los primeros viveros reveló que se estaba produciendo un proceso autónomo de «normalización». Todo parece indicar que, cuando la instalación de viveros comunitarios dejó de ser una novedad para convertirse en un rasgo rutinario de la vida de la aldea - al alcanzar la autosuficiencia y dejar de recibir aportaciones directas del proyecto -, los jefes de las aldeas, que en un principio consideraban que los viveros podían ser una amenaza para sus intereses, comenzaron a asumir la responsabilidad del éxito de los viveros sin tener que participar en ellos de forma directa y personal. Cuando la actividad de plantación de árboles comenzó a dar resultados positivos, el éxito benefició tanto a los jefes de las aldeas como a los agricultores y pescadores. De esta forma terminó el conflicto provocado por la oposición de los jefes de las aldeas a un proyecto que les resultaba ajeno.

Los derechos sobre la corta de árboles autóctonos (derechos de licencias del Departamento Forestal) fueron un obstáculo importante. Esto afectaba especialmente a especies tales como Khaya nyassica, Afzelia quanzensis, y Acacia albida, de las que había una gran demanda. Ateniéndose a experiencias anteriores, los campesinos temían que las especies autóctonas que plantaban pasaran a ser propiedad del gobierno o que éste pudiera gravarlas con impuestos, a pesar de que los derechos de licencias del Departamento Forestal no se aplicaban a los árboles plantados.

Un obstáculo importante para la plantación de árboles en las comunidades aldeanas fue el sistema de tenencia de la tierra, con arreglo al cual existen tierras del Estado, que puede ser arrendadas, un porcentaje muy reducido de tierras de propiedad privada y, finalmente, tierras en régimen consuetudinario, el sector más importante, que son administradas por el

Un vivero comunitario

Presidente del país, el cual, en el marco de la administración tradicional, las distribuye entre jefes y caciques. Más del 80 por ciento de las familias están formadas por pequeños campesinos que disponen del usufructo de la tierra consuetudinaria y la idea de un régimen de propiedad permanente de la tierra es un concepto totalmente extraño para ellos (Pachai, 1979). En el sur de Malawi predomina el sistema matriarcal en la transmisión de la tierra y si muere la esposa o el matrimonio se separa, el hombre pierde los derechos sobre la tierra y sobre los árboles. Asimismo, las familias que no tienen raíces tradicionales en una zona carecen de derechos sobre la tierra y los recursos y ocupan la tierra en precario. En un contexto en que la densidad de población era superior a los 200 habitantes por km2 y en el que el 75 por ciento de las familias disponían de menos de 1 hectárea para la producción agrícola, los derechos sobre la tierra y sobre los árboles que se habían plantado eran temas que debían tenerse muy en cuenta en un proyecto de plantación de árboles, y fue necesario abordar la cuestión en reuniones de carácter público, en las que los jefes de las aldeas concedieron a los participantes en el proyecto plenos derechos sobre la tierra y los árboles.

El papel de la mujer fue una consideración importante. Como todo el personal del proyecto era de sexo masculino, en un principio los contactos, en las comunidades, se establecieron principalmente con hombres, lo que suponía olvidar dos hechos importantes. En primer lugar, al ser una sociedad matriarcal, prácticamente toda la tierra «pertenecía» a las mujeres y, en segundo lugar, éstas realizaban aproximadamente el 90 por ciento de las faenas agrícolas y eran las responsables de la leña en el hogar (Ngwira, 1987). Inicialmente, en las reuniones comunitarias los hombres ocupaban una posición predominante, negociaban con el personal del proyecto y, naturalmente, se reservaban los recursos que se distribuían en el marco del mismo. Sólo cuando se aproximaron a los responsables del proyecto grupos de mujeres deseosas de establecer sus propios viveros y cuando se crearon los primeros grupos de mujeres para la elaboración de pescado, como consecuencia de un proyecto de generación de ingresos específico para mujeres, se apreció que el sector de las mujeres era el más importante en el ámbito del grupo al que iba dirigido el proyecto (Evans, 1991).

La capacitación en materia de extensión resultó de vital importancia para mantener el entusiasmo de los participantes en el proyecto. El recurso de la escenificación didáctica y las reuniones comunitarias tuvieron importancia, pero sólo en la fase inicial. Los servicios de extensión complementarios y el establecimiento de relaciones interpersonales positivas entre los agentes de extensión y las comunidades tuvo una importancia crucial. Conceptos tales como el intercambio de conocimientos, la equidad en la participación y la idea de servicio comunitario eran contrarios a la idea que tenían muchos agentes de extensión respecto a su función, a saber, decir a los habitantes de las aldeas lo que debían hacer o no. La capacitación mediante cursillos periódicos, las evaluaciones de los resultados, la escenificación de situaciones y los debates teóricos sobre el desarrollo comunitario fueron muy importantes para la eficacia relativa de los diferentes agentes de extensión.

Para el mantenimiento de los viveros hoy que tener en cuenta la dinámica sociológica de la población del lago. Una característica importante de la población es la movilidad geográfica. La población tiende a desplazarse a medida que se producen modificaciones con respecto al nivel del lago y a la pesca. Vivir en lugares donde pueda realizarse la actividad pesquera o que permitan el acceso al lago a través de canales de juncos es una necesidad económica y determina la migración de la población en gran escala, lo cual entrañaba, a veces, el abandono de aldeas y viveros. Aunque el personal del proyecto insistió que era necesario situar los viveros en las proximidades del agua, esa decisión debe ser reconsiderada ante los riesgos de destrucción como consecuencia de inundaciones súbitas y las crecientes del lago.

Otras causas secundarias del fracaso fueron las enfermedades, que en un caso destruyeron por completo un vivero, los ataques de las termitas e insectos y los daños que causaban las gallinas o las cabras cuando atravesaban las vallas protectoras y comían plantones.

CONCLUSION

Tras el éxito de la campaña experimental de construcción de viveros comunitarios, que se llevó a cabo en 1989 y en el curso de la cual se crearon 12 viveros comunitarios, el proyecto inició una campaña mucho más ambiciosa en 1990-1992, que permitió el establecimiento de 120 viveros comunitarios. El índice mayor de propagación de plantones se produjo en Nyanya y Chilimoni, y en la marisma septentrional, con la producción de 4 500 plantones aproximadamente en cada uno de esos lugares, y la tasa de propagación más reducida fue de tan sólo 33 plantones. Es significativo que los grupos que alcanzaron mayor éxito plantaban especies que no habían sido suministradas ni recomendadas por el proyecto. Los responsables del mismo consideraron este hecho como un aspecto importante del desarrollo autónomo del grupo, un signo inequívoco de que sus miembros habían estudiado atentamente sus necesidades y decidían con independencia las especies que convenía propagar.

Los viveros comunitarios han constituido una etapa importante en la consecución de un suministro sostenible de madera y en la rehabilitación de la zona del lago Chilwa. Sin embargo, esa actividad comunitaria no puede impedir totalmente la degradación ambiental, ni podrá satisfacer, al menos a cono plazo, todas las necesidades de madera de las comunidades del lago. Por consiguiente, debe ser considerada junto a otras iniciativas de desarrollo forestal y agrícola, e ilustra la necesidad y la posibilidad de un enfoque y una cooperación intersectoriales.

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