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Editorial: Fauna y desarrollo rural

Fauna. Palabra que al punto suele evocar la imagen de elefantes en la sabana africana, de tigres asiáticos en acecho o de caimanes en los bosques de América Latina. Imágenes que, a su vez, activan sentimientos relacionados con la necesidad de «proteger» o «salvar» esas especies de la extinción.

Ciertamente, conservar especies amenazadas es parte esencial de la ordenación de la fauna silvestre y, dondequiera que se haya abusado en su explotación, la única manera práctica de asegurarles la supervivencia sería protegerlas en parques nacionales u otras zonas rigurosamente vigiladas. Pero la protección no es más que el medio de conseguir cierto fin, y no el fin propiamente. Al igual que ocurre con otros recursos naturales renovables, entre ellos los bosques y zonas arboladas, que son principal hábitat de los animales salvajes, la clave para conservar indefinidamente la fauna y la diversidad biológica es una ordenación que permita aprovecharlos de modo que su rendimiento no decaiga.

Una ordenación sostenida es indispensable dado el papel de la fauna como fuente de alimento y de ingreso para la gente del campo. Digno de mención es el hecho de que, en la mayoría de los casos, los animales que caza la gente del campo no son las especies que proporcionan los acostumbrados trofeos: elefante, búfalo, kudu, etc., sino mamíferos más pequeños, aves, reptiles, incluso insectos. Los campesinos cazan más que nada para sobrevivir.

Muchos países no tomaron en cuenta este hecho fundamental al ordenar su fauna. En Africa, pero también en otras regiones en desarrollo, es frecuente pensar con estrechez de miras en la contribución potencial de la fauna al desarrollo como renta percibida directamente por el gobierno, y como generación de divisas por un turismo atraído por la fauna.

Para empezar, los beneficios derivados del aprovechamiento de la fauna con fines recreativos pocas veces revierten a los pobladores de las zonas adyacentes; el número de campesinos empleados en esas actividades suele ser muy limitado y las divisas obtenidas, en general, se destinan a otros fines.

Lo que es aún más significativo, la legislación promulgada para reglamentar y estimular el aprovechamiento de la fauna con fines recreativos muchas veces considera que todos los animales salvajes son propiedad del Estado, incluso si están en tierra de propiedad comunitaria o privada. Sobre el terreno eso ha obligado a concentrar los recursos y esfuerzos en medidas represivas para imponer el respeto de la ley, más bien que en un desarrollo rural sostenido. Así se origina un inevitable antagonismo entre los empleados del gobierno encargados de manejar la fauna y la gente del campo. Está claro que este procedimiento no puede ser sino contraproducente; a la larga, la buena voluntad y la participación activa de los habitantes son requisito previo de toda ordenación sostenida de la fauna. Esto depende a su vez de la creación de incentivos adecuados en forma de beneficios tangibles para las personas y las economías locales.

En este número de Unasylva, G.S. Child, Oficial superior de ordenación de fauna y zonas protegidas y E.O.A. Asibey, Consultor de ecología del Banco Mundial, hacen un examen crítico de la situación de la ordenación de la fauna en el Africa subsahariana y proponen algunas maneras de asegurar que el aprovechamiento de la fauna sea sostenible. Otro artículo, escrito por tres expertos en ordenación de la fauna que trabajan en Zambia, expone el éxito de un programa experimental formulado para poner límite a la caza furtiva en zonas protegidas y en sus alrededores, con la participación activa de la población.

En el caso de algunos animales, por ejemplo el rinoceronte, por una combinación de circunstancias como son explotación abusiva, características biológicas y necesidad de tierra cultivable, es poco probable que llegue jamás a haber suficiente número de ejemplares para que sea factible otra ordenación que la protectiva. No obstante, para muchas otras especies, el aprovechamiento sostenido es una verdadera posibilidad. Por ejemplo, en los países tropicales se han explotado los cocodrilos hasta casi extinguir la especie. Otro artículo de este número de la revista relata algunas de las actividades emprendidas con ayuda de la FAO para conservar y aprovechar este valioso recurso.

En Asia y el Pacífico donde la presión demográfica conduce inevitablemente a prácticas de uso intensivo de la tierra, adquiere creciente importancia la cría de animales salvajes en cautividad o semicautividad, con el fin de aprovechar su carne y otros productos. A. de Vos escribe sobre la cría del ciervo en Nueva Zelandia y estudia la posibilidad de que sea factible en las condiciones existentes en los países en desarrollo de aquella región. Describe en particular un proyecto experimental de cría de ciervos en Tailandia.

Un problema que típicamente encuentran quienes administran la fauna en todas partes del mundo en desarrollo es el de cómo arreglárselas con los escasos recursos económicos y humanos, ya que los presupuestos oficiales suelen conceder muy baja prioridad a la fauna. K. Thelen, Oficial forestal regional de la FAO para América Latina y el Caribe estudia una red regional de ordenación de la fauna. Con base en el principio de Cooperación Técnica entre Países en Desarrollo (CTPD) la red está facilitando el intercambio de experiencia y conocimientos entre los especialistas de los diferentes países para encontrar solución a los problemas comunes.

Se suele hoy día reconocer que la fauna es un recurso natural renovable pero, por desgracia, pocas veces se maneja como si lo fuera. Ha llegado el momento de que la emotividad y el sentimentalismo un tanto irracionales que envuelven a este recurso cedan el paso a procedimientos socioeconómicamente más válidos basados en su aprovechamiento sostenido.


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