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Fauna y desarrollo rural en el Africa subsahariana

E.O.A. Asibey y G.S. Child

E.O.A. Asibey, ex Administrador Principal de la Comisión Forestal de Ghana, es actualmente Consultor de ecología del Banco Mundial en Wáshington, D.C.
G.S. Child es Oficial superior de ordenación de fauna y zonas protegidas, Departamento de Montes de la FAO, Roma.

Los autores examinan críticamente la ordenación de la fauna en los países de Africa al sur del Sahara y proponen maneras de explotar indefinidamente este importante recurso sin que disminuya su rendimiento.

El pastoreo excesivo pone en peligro millones de baldíos y pastizales en Africa y disminuye la productividad.

Más de 130 millones de hectáreas del Africa subsahariana han sido reservadas para conservación de la fauna silvestre. También se han delimitado extensas zonas en que se regula el aprovechamiento de la fauna. Además, prácticamente todos los países de la región cuentan con legislación de la montería redactada de forma que facilite la regulación de la caza deportiva y prevea alguna forma de obtener utilidades por concepto de derechos o impuestos sobre licencias de caza. Los gobiernos, por consiguiente, reconocen que la caza reglamentada es uno de los diversos usos a que conviene destinar una tierra.

No obstante, pocas veces se reconoce oficialmente la contribución efectiva o posible de la fauna a la nutrición y a la economía rural como fuente de alimento y objeto de comercio. Lo que es más, en muchos países esos aspectos son, en muy gran medida, ilegales por definición.

Urge hoy día incluir la evaluación, desarrollo, ordenación y aprovechamiento de los animales salvajes en los planes nacionales de desarrollo socioeconómico. Es indispensable, con ese fin, contar con la participación de toda clase de instituciones nacionales financieras y de planificación, e incluso pudiera hacer falta recurrir a la ayuda de las organizaciones internacionales competentes. Además, no es posible lograr el aprovechamiento permanentemente sostenido de la caza sin la participación de los pobladores en las actividades de ordenación, remunerada con una proporción justa de las utilidades que se obtengan.

Población humana y animal

Como punto de partida para un examen de la fauna subsahariana, conviene revisar someramente las tendencias demográficas y algunos factores pertinentes del medio ambiente, ya que todos ellos afectan básicamente a la fauna.

En casi todos los países de Africa al sur del Sahara el índice de aumento de la población se mantiene a elevado nivel. El consiguiente incremento de la demanda de alimentos obliga a los agricultores africanos a acortar los períodos de barbecho, a hacer que suelos de escasa fertilidad produzcan cada vez más y a cultivar terrenos marginales. Como resultado la tierra laborable se está degradando. Y, donde el ganado se multiplica tan rápidamente o más que la población humana, los extensos pastizales africanos están igualmente depauperándose. Esto es en particular cierto allí donde se roturan apacentaderos tradicionales para la producción agrícola, haciendo que aumente la presión sobre la parte no cultivada.

En las partes más secas de Africa millones de hectáreas de baldíos y pastizales están expuestas al pastoreo excesivo. Gran parte de su vegetación perenne está siendo sustituida por especies anuales menos nutritivas, con lo que peligran sus posibilidades de recuperación y disminuye la productividad. Al aclararse la vegetación el viento arrastra la pequeña cantidad de limo que contiene el suelo y baja su capacidad para retener humedad.

También se están degradando los bosques y las tierras arboladas; todos los años se deforesta o empobrece una superficie de casi cuatro millones de hectáreas, en su mayoría en la parte húmeda y subhúmeda del Africa occidental. La principal causa de deforestación es el desmonte para roturar la tierra, pero no dejan de contribuir la corta incontrolada, la recogida de leña, los incendios y el sobrepastoreo. Se ha calculado que en 1975-80 el ritmo a que se deforestó el Africa tropical fue más rápido que el de plantación en la proporción de 29 a 1 (Lanly, 1982).

Por supuesto, todas esas selvas y baldíos son hábitat de animales salvajes. Modificaciones tan radicales del hábitat como las que actualmente está experimentando Africa conducen inexorablemente a cambios en la composición y diversidad de las especies, que pueden repercutir adversamente sobre las poblaciones totales. Por consiguiente, el principal problema de ordenación que es preciso resolver en el Africa subsahariana es coordinar la gestión de la fauna y de su hábitat con el resto de las actividades de desarrollo socioeconómico.

La fauna como alimento

Toda la proteína que ingería el hombre primitivo era de salvajina. Cuando pudo contar con animales domésticos y con una agricultura sedentaria, el hombre dejó de depender totalmente de animales salvajes para abastecerse de carne. A pesar de eso, dondequiera que en el mundo moderno se come carne, sigue habiendo una importante demanda de carne montaraz. En todas partes la dieta normal incluye animales salvajes de diferentes formas y tamaños, tanto vertebrados como invertebrados.

En el Africa subsahariana la proporción de carne de origen silvestre en la ración total de proteína es excepcionalmente elevada. Por ejemplo, el 84 por ciento de la proteína animal que comen en Nigeria los moradores de bosques o de sus confines es de come del monte. En Ghana alrededor del 75 por ciento de la población consume con regularidad animales salvajes; en Liberia, el 70 por ciento, y en Bostwana el 60 por ciento (FAO, 1989). Incluso cifras tan elevadas son seguramente inferiores a la realidad, ya que con frecuencia no se registra el consumo de caza como parte del sector informal.

Tal vez la mejor medida del valor que se atribuye a la caza sean las encuestas en que se pregunta a la gente qué aprecian más de los bosques. Al evaluar el proyecto forestal de Subri, en Ghana, Korang (1986) halló que el 94 por ciento de las personas entrevistadas contestaron que lo peor del desmonte del bosque era la desaparición de la carne de caza de aquella zona.

Al pensar en la fauna silvestre como alimento, es importante hacerlo con amplitud de miras, sin limitarse a la «caza mayor». En realidad, son animales de pequeño tamaño los que suelen proporcionar el grueso de la carne que se consume localmente. También se consumen varios tipos de caracoles, culebras y otros reptiles y anfibios. En Ghana y en otras partes del Africa occidental se considera que los moradores de distritos en que abundan los caracoles son muy afortunados. En algunos casos los insectos contribuyen también de manera importante al total de proteínas.

Valor nutritivo de la caza

Todo parece indicar que la carne fresca de caza es superior a la de animales domésticos, tanto por lo que hace a la proporción de carne magra por kilo de peso en pie, como por el contenido en minerales y proteína (Asibey y Eyeson, 1975; Ledger y Smith, 1964). Algunos estudios incluso muestran que la carne de animales salvajes tiene superior contenido en grasas (Hoogesteijn Real, 1979).

Hladik et al. (1987) pretende que el contenido calórico de la caza es tan considerable como el de proteína. Hace notar que la preferencia en que se tienen algunas especies muy apreciadas se debe a la grasa.

Desgraciadamente se sabe poco del valor nutritivo de la carne montaraz conservada (ahumada, salada, secada al sol). La forma de conservación varía de un lagar a otro y de acuerdo con los recursos disponibles. El método tradicional de ahumar está muy generalizado porque, a pesar de sus limitaciones, es conveniente y aceptable. La salazón queda limitada por la disponibilidad de sal. El secado al sol (biltong) es factible si se puede contar con sal y sol. Sería conveniente investigar más a fondo estos aspectos, extendiéndolos a la gran variedad de animales salvajes que se comen, así como a los efectos sobre la nutrición de los métodos más usados de preparación y conservación.

Factores que influyen sobre el consumo de carne de caza

El factor determinante del consumo de come de caza parece ser su disponibilidad. Efectivamente, en todos los países de Africa en que se ha investigado este aspecto se ha comprobado que la mayoría de los pueblos que comen carne prefieren la carne de animales salvajes siempre que la haya. Estudios llevados a cabo en Ghana y en Nigeria han revelado que ese es el caso independientemente de la clase social, nivel de ingresos, nivel de la educación, religión o sexo (Blaxter, 1975; Martin, 1983; Ntiamoa-Baidu, 1986).

La demanda de carne montaraz no se limita de ninguna manera al campo. Efectivamente la rápida urbanización ha dado lugar a que aumente verticalmente la demanda en las ciudades de Africa. En toda Africa al sur del Sahara, y en particular en Africa occidental, se practica desde antiguo un activo comercio para abastecer de carne montaraz los mercados urbanos. La comercialización la hacen bien consolidadas cadenas que enlazan el cazador con los intermediarios/transformadores, el transportista y el detallista de la ciudad. Es un sistema que proporciona empleo e ingresos a un elevado número de personas.

En muchos países la carne de caza es, con gran diferencia, la más cara. Por ejemplo, en Ibadan, Nigeria, en 1975, cuando los precios del carnero y de la vaca eran de 2,80 dólares EE.UU. y de 4,20 dólares por kilo respectivamente, la carne de rata de cañaveral (Thryonomys swinderianus Temmnick), un pequeño roedor, costaba 9,60 dólares el kilo y la liebre 7,20 el kilo (Asibey, 1987).

Con frecuencia la demanda de la carne de caza y sus precios aumentan mucho más rápidamente que los de la carne de animales domésticos. Por ejemplo, un análisis de los precios vigentes en Accra, Ghana, en el período 1980-86 revela que los de la caza se multiplicaron por ocho mientras que los de la carne de vaca se multiplicaron sólo por seis (Asibey, 1987).

En muchas partes de Africa son tan elevados la demanda y los precios de la caza, por comparación con otras formas de proteína animal, que para el cazador es más conveniente vender las piezas cobradas que comérselas.

Venta de carne de caza ahumada en Ibadan, Nigeria

La fauna como fuente de ingreses

En la mayor parte de los países situados al sur del Sahara casi toda la población se ocupa en cultivar lo que consume. Toda actividad que reporta ingresos adicionales o que reduce gastos es apreciadísima, sobre todo si da realce a la calidad de la vida rural. El bosque, sus productos y su fauna silvestre encierran esas posibilidades. La caza es muy rentable en muchas partes de Africa (Asibey, 1978a,b, 1987).

En el estado de Bendel, en Nigeria, en momentos en que el 25 por ciento de la población ganaba menos de 130 dólares al año y el 38 por ciento entre 130 y 600 dólares, la rata de cañaveral costaba 7,61 dólares. Eso implica que un cazador que consiguiera capturar cuatro ejemplares al mes - es decir más de 350 dólares al año - entraba de lleno en el segundo escalón (Martin, 1983).

En Ghana, en enero de 1987, el salario mínimo era oficialmente de 90 cedis (nota: dadas las fluctuaciones de la moneda no es posible comparar con dólares); por entonces una rata de cañaveral se vendía como mínimo a 200 cedis en el campo y entre 700 y 3 400 cedis en Accra (Asibey, 1987). En un estudio realizado con anterioridad, Asibey (1978b) halló que un campesino podía más que duplicar su ingreso vendiendo salvajina en los restaurantes tradicionales de Sunyani, la capital regional.

Esos ejemplos no son casos aislados. La caza y captura de animales salvajes para consumo humano proporciona directa o indirectamente considerables ingresos a un elevado número de campesinos de toda Africa (Asibey, 1978a). Para muchos los ingresos derivados de la caza constituyen una parte esencial de su economía de consumo: tienen que cazar para subsistir.

Los ingresos obtenidos con la caza se invierten muchas veces en comprar proteína más barata (por lo general pescado mal conservado) dedicando la diferencia ahorrada a hacer frente a otros gastos (Asibey, 1974b, 1978a, b). Evidentemente esta tendencia puede afectar adversamente la dieta de los campesinos y empobrece la calidad y la condición nutricional de su régimen alimentario. Si no aumenta la provisión de carne montaraz es probable que baje el consumo en el campo, ya que el índice de explotación y la intensidad de la caza para surtir los mercados urbanos aumentan a la par que la demanda. La situación se complica dondequiera que no hay animales domésticos con qué satisfacer las necesidades de proteína, por ejemplo, en las zonas infestadas de tripanosomiasis. El costo socioeconómico de esta perspectiva para las comunidades rurales exige un examen crítico.

Comercio internacional de carne de caza

La carne montaraz está adquiriendo en todo el mundo creciente importancia como objeto de comercio internacional. A pesar de la considerable cantidad que se produce en Africa, ningún país destaca como exportador. En parte esto se debe a los estrictos requisitos que exigen los principales importadores, especialmente la República Federal de Alemania y Francia. No obstante, esto puede deberse en gran parte a la falta de estadísticas sobre el comercio de la carne montaraz en Africa. La mayoría de los países de la región (Ghana es una excepción) siguen sin incluir sistemáticamente el consumo y el comercio de carne montaraz en la planificación, financiación y desarrollo a nivel nacional. La limitada información que llega a compilarse permanece inédita y, por tanto, inaccesible.

Esto es una grave omisión que repercute adversamente sobre todos aquellos cuya subsistencia está estrechamente ligada a los animales salvajes como fuente de alimento y de ingreso y también sobre todas las actividades emprendidas para ordenar y conservar la fauna.

Especias de caza mayor se han ido extinguiendo en machos países, haciendo necesaria una ley de protección

Ordenación y conservación de la fauna

En la mayor parte del Africa subsahariana se empezó a pensar en la conservación de la fauna cuando disminuyeron y, en algunos casos casi se extinguieron, algunas especies de caza mayor (león, elefante, rinoceronte) que son una importante fuente de ingresos para la nación. Con este hecho como base, casi todos los países promulgaron leyes redactadas de modo que impiden por completo la explotación de la fauna en las áreas protegidas y restringen drásticamente su aprovechamiento en toda la nación.

Dondequiera que los animales y su hábitat están en peligro, esta forma de protegerlos es muchas veces la única primera medida práctica que cabe adoptar para, a la larga, ordenarlos y conservarlos indefinidamente. No obstante, debe entenderse claramente que eso no es más que una fase temporal de transición.

Hay varias posibilidades. La más sencilla y, con frecuencia, la más eficaz es proteger las poblaciones existentes. Donde ya no queden poblaciones viables pueden elegirse para la reintroducción de animales salvajes partes adecuadas de la gama antes existente. Hay pruebas de que las especies introducidas pueden multiplicarse hasta alcanzar niveles económicamente aprovechables (Teer, 1971). La tecnología existe, pero no hay fondos suficientes. Se ha demostrado que las utilidades son atractivas, pero hay que insistir y divulgarlo mejor entre quienes pudieran desear invertir sus capitales de esta forma.

No obstante, hay claras pruebas de que las tentativas de proteger o reintroducir animales salvajes que no toman en consideración las necesidades socioeconómicas de los moradores están condenadas al fracaso. La infracción impune de las leyes de conservación es frecuente como es de esperar dondequiera que los recursos son indispensables para la supervivencia. De algún modo tiene que arreglárselas para sobrevivir la gente cuyo ingreso es muy bajo. La tentación de quebrantar las leyes de conservación es grande, ya que los animales salvajes proporcionan alimento y dinero. Además, como los encargados de hacer que se respete la ley suelen recibir salarios insuficientes, con frecuencia sucumben a la tentación de ignorar, e incluso de ayudar, a los ricos explotadores, como son por ejemplo los cazadores furtivos de trofeos.

Para que un programa de ordenación de la fauna sea eficaz a la larga tiene que basarse en la participación activa de la población local, a la que deberá destinar una proporción significativa de las utilidades, tanto en forma de alimento como de dinero (véase el artículo que describe un afortunado ejemplo en Zambia, pág. 11).

Ordenación de la fauna silvestre en beneficio la alimentación

Aunque la domesticación de muchas especies de animales salvajes es teóricamente posible, en realidad es poco lo que se ha hecho al respecto. Es probable que muy diversas especies se presten a ello. Por ejemplo, en Ghana se ha demostrado la posibilidad de criar en cautividad la rata de cañaveral por su carne (Asibey, 1974b,c).

Hay también indicios de que incluso sin domesticarlos sería factible explotar por su carne a animales salvajes, bien sea aisladamente, o incorporados a los sistemas agrícolas existentes, es decir a la ganadería, a la silvicultura y a la agricultura.

Producción comercial de carne montaraz

En algunos países, además de criar en cautividad algún animal para consumo propio se ha intentado la cría en escala comercial de animales salvajes para aprovechar su carne y otros subproductos. La carne montaraz no es un producto nuevo al que sea preciso hacerle publicidad. En ninguno de los países en que se ha estudiado este aspecto hay suficiente fauna silvestre para satisfacer la demanda de carne montaraz. Por lo tanto, todas las innovaciones que tiendan a mejorar la productividad son bienvenidas. El concepto clave a este respecto pudiera ser la cría en cautividad. Parece que algunos ranchos ya dedicados a esta cría tienen buenas perspectivas (Jintanugool, 1978).

Si se considera conveniente establecer ranchos u otros centros para la producción de carne montaraz, conviene localizarlos cerca de las comunidades consumidoras ya que así se encuentra una demanda ya existente con un mínimo de gastos de transporte y la posibilidad de obtener ingresos adicionales con la explotación de los animales con fines recreativos.

Además de reducir la presión sobre las poblaciones salvajes, la cría en cautividad hará que disminuya la competencia de los consumidores urbanos y rurales. La explotación con fines distintos al consumo, es decir la observación y la caza deportiva, origina puestos de trabajo y utilidades.

Integración de la cría de animales salvajes y domésticos

Tanto los animales salvajes como los domésticos convierten la materia vegetal en carne; no obstante, hasta hace muy poco tiempo se exterminaba deliberadamente a los animales salvajes para reservar los pastizales al uso exclusivo del ganado. Ese sistema se implantó con estrechez de miras por el temor de que bajara la productividad por la concurrencia de los animales salvajes con los domésticos, así como del posible contagio de enfermedades.

No obstante, se ha demostrado convincentemente que la capacidad de los animales salvajes para producir carne es, muchas veces, superior a la del ganado (Asibey, 1966; Blaxter, 1975; King y Heath, 1975; Hoogesteijn Reul, 1979; Thresher, 1980).

Además, no por eliminar los animales salvajes se aprovecha necesariamente mejor la vegetación del pastizal. El ganado es selectivo y no come todas las plantas de los apacentaderos. Puede resultar ventajoso mezclar diversas especies animales, algunas de ellas domésticas, otras salvajes, compatibles entre sí por no competir para su alimentación (Asibey y Asare, 1978). Por ejemplo, en Sudáfrica se mezcla ganado vacuno con kudu, impela y hartebeeste, para que aumente el rendimiento por hectárea (Hoogesteijn Reul, 1979). También en Zimbabwe se integran sistemáticamente animales salvajes con domésticos (Woodford, 1983; Worou, 1983). Obsérvese que las plantas que consumen los animales salvajes tendrían que ser, de otro modo, exterminadas por medios manuales o químicos. Es, por consiguiente, más económico combinar el ganado con animales silvestres para aprovechar al máximo la vegetación sin recurrir al control químico de las hierbas indeseables.

Dadas las posibilidades de producir come montaraz paralelamente al ganado, es importante idear sistemas y técnicas para mejorar la producción. Es preciso reunir la información existente sobre integración de animales salvajes con ganado y evaluar las utilidades socioeconómicas. Así se determinará la dirección que deba tomar el desarrollo futuro, así como el aprovechamiento más racional de los pastizales. Conviene siempre tener en cuenta las utilidades adicionales que pueden reportar los animales salvajes con la caza deportiva y otros medios de recreo.

La fauna y los bosques

La fauna silvestre es una de las más importantes contribuciones directas de los bosques al bienestar de sus moradores, a pesar de lo cual los ingenieros y técnicos forestales tendían en el pasado a considerar los animales como producto muy secundario e incluso como plaga. Las actividades de ordenación en general no incluían la aplicación deliberada de técnicas para aumentar el rendimiento sostenido de come montaraz de animales del bosque. Teniendo en cuenta esta posibilidad mejorarían las perspectivas de fomento forestal, tanto con fines comerciales como para la mejor conservación del recurso.

La extracción selectiva de madera favorece el crecimiento de la vegetación y, por consiguiente, el aumento de la población de muchas especies animales. Por ejemplo, un estudio reciente (Prins y Reitsma, 1989) revela que en el sudoeste del Gabón no había búfalo africano (Syncerus caffer nanus Sparrman) en los bosques primarios, pero sí en los de segando crecimiento. Aunque el estudio no ha dado resultados conclusivos con respecto a animales de menor tamaño, es probable que con ellos ocurra otro tanto. Permitiendo, e incluso estimulando, la caza de animales pequeños en las zonas madereras mejoraría la seguridad alimentaria de los moradores y, de ese modo, se conseguiría que consideren que, para ellos, el bosque resulta más útil como tal, que usando la tierra de cualquier otra forma.

Análogamente, se podría permitir que los moradores de las zonas reservadas para la conservación cacen a cambio de ayudar en las actividades de reforestación. De ese modo se contaría con mano de obra local bien motivada, cuya falta frustra muchos esfuerzos de los técnicos forestales.

En cambio, las plantaciones de árboles de una sola especie suelen dar lugar a que disminuya la cantidad y la variedad de especies de animales silvestres, particularmente si los árboles son variedades exóticas. La alteración de la cubierta natural del suelo puede crear un ambiente inadecuado para los animales. Esto, a su vez, da lugar a que se incendie con mayor facilidad la vegetación baja que, de existir, se hubieran comido los animales. Una solución sería organizar la plantación de modo que en los linderos subsistan especies indígenas útiles como forraje. Falta determinar qué es mejor desde el punto de vista socioeconómico.

También es posible idear o mejorar técnicas de manipulación del hábitat que favorezcan la producción de animales salvajes en las sabanas arboladas. Por ejemplo, plantando árboles indígenas útiles por nutritivos, aumentaría el rendimiento en carne montaraz en lugares en que no fueran aconsejables Otros tipos de intervención.

Podría resultar ventajoso mezclar wildbeeste y otras especies de animales silvestres resistentes a la tripanosomiasis para apacentar en zonas infestadas por la mosca tsetsé

La fauna y la agricultura

En general, se ha venido considerando que la agricultura es incompatible con los animales salvajes, por lo que siempre se hicieron grandes esfuerzos para exterminarlos. Muchos de los departamentos nacionales de caza del Africa meridional fueron creados con la responsabilidad de destruir plagas de animales salvajes que ponían en peligro las plantaciones del gobierno.

Es cierto que los animales salvajes pueden causar - y en realidad causan - grandes daños en los sembrados. Algunas especies de antílope ramonean árboles jóvenes y comen plantas cultivadas. Algunos pájaros, especialmente el quelea, son devastadores para los cereales. Los roedores originan pérdidas por valor de muchos millones de dólares tanto sobre el terreno, como después de la cosecha.

No obstante, las plantaciones crean un ambiente particularmente favorable para la captura y aprovechamiento de animales salvajes. Por desgracia, tan abrumadora es la aprensión por los perjuicios, que no se piensa en la posibilidad de aprovechar las especies dañinas con fines alimentarios. En muchas situaciones, si se ideara la manera de explotar sostenidamente dichos animales, se crearía una fuente adicional de ingreso y alimentos, a la vez que disminuirían los perjuicios

Irónicamente, en muchos casos hay procedimientos tradicionales para hacerlo, pero no se aplican porque no se emplea a la gente del lugar más que para trabajar en las plantaciones; no se aprovechan sus conocimientos de las condiciones locales. Por ejemplo, en Africa occidental hay antiguas maneras de capturar y utilizar roedores que constituyen plagas en potencia de los sembrados, por ejemplo la rata de cañaveral en Ghana, Benin y Côte d'Ivoire y la rata gigante (Cricetomys gambianus) en Nigeria. Aplicando esos sistemas es fácil mantener el número de animales por bajo del nivel peligroso a la vez que se obtiene un alimento adicional. Empleando en las plantaciones gente del lugar sería posible hacer uso provechoso en gran escala de esos métodos. A este respecto, en muchas plantaciones de cacao y palma de aceite se ve cómo algunos trabajadores en su tiempo libre se dedican a capturar para su consumo esas supuestas plagas.

En los arrozales de regadío del norte de Ghana algunas especies de pájaros planteaban graves problemas. Se enseñó a los trabajadores locales a valerse de redes invisibles para capturarlos y así, a la vez que se contuvieron substancialmente los daños, se contribuyó al abastecimiento de proteína de aquella zona, previamente deficiente en proteína (Ntiarnoa-Baidu, 1986).

Otra forma de incorporar los animales silvestres a la producción agrícola sería mantener en algunas parcelas colindantes con los sembrados una vegetación mixta que permita subsistir a la fauna silvestre. En muchos países los setos y cinturas rompevientos constituyen un hábitat sin el cual toda la zona quedaría desprovista de animales silvestres. Aunque sin estar deliberadamente dedicado a la producción de carne montaraz, este sistema resultaría práctico en muchos países subsaharianos en que se cultivan grandes extensiones de tierra.

No se ha hecho prácticamente nada para integrar los animales salvajes en los sistemas agrícolas del Africa subsahariana. Sólo recientemente ha empezado a ser aceptable la incorporación del árbol a los sistemas agrícolas (agrosilvicultura). Es de esperar que con el tiempo se piense también en la integración de los animales salvajes que aprovechan la cubierta arbórea.

La fauna y la ley

La legislación ha obstaculizado considerablemente el aprovechamiento de animales salvajes como alimento en las economías de consumo porque suele estar redactada para proteger especies amenazadas y para reglamentar la caza de trofeos. Las leyes de los países tropicales en muchos casos procuran instituir la caza deportiva de acuerdo con la idea que de ella se tiene en Europa. Se han adoptado sin reservas conceptos como caza mayor, temporada de caza, limitación de las capturas, trofeos, cotos de caza, etc. No parece haber sido puesta en duda su validez biológica en condiciones tropicales.

Un grave defecto de ese tipo de legislación es que desconoce o califica de caza furtiva los usos tradicionales y clasifica las técnicas correspondientes como métodos ilegales de caza. Son ilegales, además, la posesión, distribución y comercialización de carne y otros productos de los animales salvajes. Se ha adoptado el concepto de animales perjudiciales para los que entran en conflicto con la ganadería y la agricultura.

Cabe, pues, decir que, por concentrarse en las especies amenazadas y en las que se cazan por sus trofeos, la legislación de muchos países en desarrollo ha influido negativamente sobre la ordenación de especies que no encajan en aquellas categorías. Considerando que los animales salvajes son propiedad del Estado, y que es necesario que éste autorice o restrinja la venta de sus productos, los propietarios de tierra no pueden pensar en la gestión de su fauna como una manera potencialmente beneficiosa de explotar su finca. Es decir que se ahoga todo lo que pudiera ser incentivo para conservar la fauna silvestre.

La formación en ordenación de la fauna exige un fortalecimiento en toda el Africa subsahariana

Conclusión

Poco o nada se ha hecho hasta ahora por aprovechar las posibilidades de la fauna silvestre en beneficio de la economía rural. Cierto que en la mayor parte del Africa subsahariana, desde hace unos 20 años, se presta relativa atención a la fauna como atracción para el turismo. En cambio, la función de los animales salvajes como alimento se da por descontada o no se le atribuye importancia alguna.

La posibilidad de ordenar la fauna de modo que se aproveche toda su capacidad para producir carne ha sido en general una cuestión puramente académica. La excepción es Zimbabwe, donde tanto las personas y empresas particulares como las comunidades se interesan ya porque sus animales salvajes rindan utilidades económicas y alimento.

En la mayor parte de los países no existe la información básica indispensable para regular la explotación sostenida de la fauna con fines alimentarios. Hace falta inventariar detalladamente la fauna, determinar la medida en que las economías de subsistencia la necesitan actualmente como fuente de alimento y de ingreso, e idear maneras de manejarla.

Casi siempre se tropieza con dificultades por la escasez de personal debidamente instruido y por falta de recursos. La tarea de conservar y ordenar la fauna ha reposado en los hombros de unos cuantos responsables, aunque oficialmente el gobierno haya estado participando. La falta de interés en los planos nacional e internacional fue causa de que nunca se pudiera pasar de iniciativas individuales o locales a programas más ambiciosos. Aunque la mayor parte de los programas de ordenación de la fauna exigirían abundantes fondos para respaldar los recursos humanos y materiales, así como la tecnología necesaria para transformar la explotación abusiva en aprovechamiento sostenido, en muchos casos unos recursos relativamente modestos, debidamente encaminados, podrían rendir resultados considerables. Lo que más falta hace es un empeño decidido para aprovechar sostenidamente la fauna en beneficio del desarrollo rural.

A este respecto conviene observar que en los países desarrollados los animales silvestres siguen siendo administrados y utilizados como fuente de alimentos, a la vez que para recreo y deporte. Conviene abogar por un sistema análogo para el Africa subsahariana.

Ha llegado el momento de examinar críticamente el papel que pueden desempeñar los animales salvajes en la seguridad alimentaria y, en particular, en las posibilidades de incorporar dichas consideraciones a los proyectos de desarrollo rural que se están llevando a cabo. También cabe enlazar las actividades de ordenación de la fauna con los proyectos de nutrición que se realizan en países en desarrollo.

Las reservas forestales y las tierras arboladas también pueden contribuir de manera imponente a sustentar una fauna silvestre de modo que el rendimiento de su explotación no decaiga. No obstante, para que se materialice ese potencial es preciso revisar los planes de ordenación forestal para que consideren todos los recursos forestales, incluida la fauna, como fuente de utilidades tanto locales como nacionales.

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