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Editorial -¡No dejemos que los árboles nos oculten el bosque!


En el curso de la historia, los bosques fueron apreciados por la multiplicidad de productos y beneficios que rendían, ya sea como medio de subsistencia que de comercio: comestibles, medicinas, especias, resinas, gomas, látex, fauna, combustible, y madera y productos forestales, etc. La literatura contiene una gran cantidad de ejemplos de comercio internacional de productos forestales, muchos de los cuales se refieren a la más remota antigüedad. Casi siempre se trata de resinas, aceites, especias, etc., y raramente de madera.

En cambio, en la edad moderna, desde el punto de vista del desarrollo, los bosques fueron considerados esencialmente como fuente de un solo producto: la madera. Por ejemplo, en el primer número de Unasylva, publicado en julio de 1947, un artículo dedicado a describir la estructura y funciones de la Dirección de Montes y Productos Forestales (el actual Departamento de Montes) define al bosque esencialmente «como unidad productora de madera... cuyo tratamiento está condicionado por las propiedades tecnológicas de sus productos para uso en la industria».

Este punto de vista dio como resultado la extracción intensiva de la madera en detrimento del resto del ecosistema forestal, muchas veces hasta llegar a su destrucción. Víctimas de esa miopía fueron los mora dores de los bosques, que dependían para subsistir de los recursos que se estaban agotando, y que a menudo no compartían los beneficios derivados de la explotación maderera.

Sin embargo, en estos últimos años la idea de que los bosques valen únicamente como fuentes de madera en un contexto macroeconómico ha cambiado, en presencia de pruebas abrumadoras de lo contrario, combinadas con la creciente preocupación de proporcionar utilidades de manera sostenida, tanto en el plano local como nacional. Hoy es evidente que los bosques proveen otros productos y beneficios, además de la madera. Los pobladores conocían y utilizaban ya desde antiguo la mayor parte de esos productos, que siguen siendo esenciales para su supervivencia. Es necesario cuantificar y evaluar dichos productos para transformar el uso de aquellos que puedan ser viables desde un punto de vista comercial, social y ecológico, de un medio de subsistencia a un medio para el desarrollo. De esta manera, se les colocaría al centro de la planificación y de la política del subsector de «productos forestales», junto con los productos madereros del comercio nacional e internacional, asegurando a la población local beneficios duraderos.

En el primer artículo de este número G.E. Wickens, ex director de la Sección de Economía y Conservación del Jardín Botánico de Kew, examina algunos de los problemas de ordenación que es preciso resolver para aprovechar de manera sostenida los productos forestales no madereros. Una manera de incrementar su valor es crear mercados internacionales para productos cuyo uso esté ya bien arraigado a nivel local. P.H. May, de la Dirección de Productos Forestales de la FAO, describe algunos contactos institucionales entre moradores de la selva brasileña y empresas del Norte.

Los bosques son una fuente importante de alimentos, pero el crecimiento demográfico que se acelera al mismo tiempo que disminuye el recurso, oscurece las perspectivas de dichos alimentos silvestres. J.C. Okafor refiere la labor que se ha llevado a cabo para incrementar la productividad de los productos forestales comestibles de Africa. Usando como base un estudio que efectuó para un proyecto regional de la FAO en el Pacífico meridional, G. Olsson examina la importancia socioeconómica de los productos forestales no madereros en Vanuatu y examina las posibilidades de estimular su aprovechamiento permanente.

Las artesanías tradicionales basadas en recursos forestales poseen un gran potencial de puestos de trabajo, pequeños negocios, comercio y turismo. Tienen posibilidades de mejorar el nivel de vida de la población local, sin destruir el recurso natural renovable. K. Kerr describe los esfuerzos realizados en Indonesia para fomentar esas posibilidades.

Es humano querer poner etiquetas y dividir en categorías, pero al designar como «productos forestales» sólo a los derivados de la madera, se crearon graves problemas en la denominación de los demás. En un principio se les llamó «productos forestales menores», pero si se aplica a otra cosa que la dimensión de los productos, esta definición es ridícula. En efecto, la variedad y el volumen de esos productos son mayores que los de los «tradicionales» productos madereros, y su valor, calculado con justicia, es mayor que el de la madera.

Otra posibilidad hubiera sido llamarles «productos forestales no madereros», pero con esa etiqueta no resultaría evidente si materiales de tanta consideración como la leña, los postes y la pasta quedaban excluidos o no. En resumidas cuentas, la dificultad de encontrar una denominación para todos los productos forestales, excepto la madera, se superará sólo cuando las políticas y prácticas de uso y desarrollo de la tierra sean reajustadas de modo que estos productos reciban la atención debida. Sólo entonces será posible aplicar con propiedad la denominación «productos forestales» a la totalidad de los beneficios que reporta el bosque. En esa dirección evoluciona la FAO que, al reorganizar recientemente su Departamento de Montes, creó una Dirección de Productos Forestales con una subdirección que se concentra en lo relacionado con los productos forestales distintos de la madera.


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