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Gestión integrada de los bosques amerindios en el Canadá

L. Lauzon

Lyne Lauzon es periodista independiente.
Nota: Este artículo se publicó originalmente en Forêt Conservation, 57(3).

Examen de los desafíos que se plantean al administrar los bosques boreales canadienses de manera que satisfagan las necesidades de la población indígena

Quebec, enorme extensión de lagos y bosques. Imposible imaginar que sus primeros habitantes, los amerindios, pudieran vivir sin explotar sus recursos. ¿Quiere decir que aún antes que lo hicieran los blancos, los amerindios cortaban árboles y vendían madera? De ninguna manera. Para los autóctonos, el bosque es ante todo un medio de vida. Un medio tan privilegiado y al cual se sienten tan íntimamente ligados que en él tienen los cimientos su cultura y su espiritualidad.

Sólo 400 años después de que los europeos conquistaran el territorio, entre 1950 y 1960, varias comunidades amerindias decidieron sacar partido de la industria forestal que habían introducido los blancos. Pusieron manos a la obra dispuestos a abastecer a algunas compañías como la Consolidated Bathurst (hoy, Stone-Consolidated) o el CIP (Produits Forestiers Canadien Pacifique). «Nos limitábamos entonces a cortar árboles (unos 17 000 m³ anuales) en el interior de nuestra reserva», dice Jean-Marie (Jack) Picard, director de desarrollo económico de la reserva indígena de Betsiamites (Montagnais) en la costa del norte, y vicepresidente de la Sociedad de Parcelación y Desarrollo Forestal de Betsiamites. Prosigue: «Nos ocupábamos también de la extracción pero, en general, teníamos que recurrir a gente de fuera de la reserva para esta operación, por falta de mano de obra y de dinero para adquirir maquinaria.»

Llegan los sindicatos

Pasaron los años. El trabajo de los amerindios era artesanal, pero rendía bien, a tal punto que varias comunidades instalaron pequeños aserraderos. Llegó el decenio de 1970 y ... la sindicalización de las empresas. Por muy conveniente que pueda parecer a algunos, para otros - los amerindios - fue una funesta aventura. Dice Marcel Boivin, jefe de la reserva weymontachie, al norte de La Tuque: «Con la sindicalización, las compañías exigieron más producción a cada trabajador. No sólo había que producir más, sino que con mayor regularidad.»

Estas exigencias representaban una gran contrariedad para los amerindios. Incluso ahora, la tala no es más que una de sus tantas actividades y, como para todas éstas, la estación del año determina el tiempo que se le puede dedicar. Explica el jefe Atikamekw: «Hacia fines del verano muchos dejaban la corta y se iban con toda la familia a recoger bayas. Luego servían de guía a los cazadores y, después, hacían de tramperos.»

Con la sindicalización y la aplicación de los salarios que se basan en parte en la antigüedad en el empleo, el indígena que lo deja para atender sus otras tareas, cuando regresa queda pospuesto a los reemplazantes. Explica Boivin: «Esta fue la causa principal de la ruptura. La gente de la comunidad abandonaba la explotación maderera. Por entonces empezó a llegar la maquinaria posada y nosotros acabamos por retirarnos por completo. Hemos sido sólo testigos de la devastación de nuestro territorio.»

Escarificación en la reserva cris del Mistassini

Desmonte en la reserva cris de Waswanipi

Los Montagnais de Betsiamites sufrieron con la sindicalización tanto como la mayor parte de las comunidades amerindias. Pero, en vez de retirarse, intentaron otras soluciones: trabajo individual, en grupos, bajo la tutela del consejo tribal o sin ella, con o sin plan formal de trabajo ... Nada dio resultado. Los amerindios se encontraron siempre en déficit.

El Programa de Administración Forestal de las Tierras Indígenas (PAFTI)

Sintieron cierto alivio cuando, en 1985, el Gobierno Federal les propuso un plan de ayuda y lo aceptaron con esperanza para el futuro.

«Las tierras de los amerindios están bajo la jurisdicción del Canadá» - explica el Ministro canadiense de Bosques, Frank Oberle - «nos corresponde ayudarlos a adoptar modos de ordenación que conduzcan a mejores condiciones socioeconómicas. Con ese fin, conjuntamente con el Ministerio de Energía y Recursos Naturales de Quebec, hemos instituido el PAFTI (Programa de Administración Forestal de las Tierras Indígenas). Su objetivo es impulsar el desarrollo de los bosques autóctonos.» ¿Cómo? Principalmente, ofreciéndoles ayuda para que levanten el inventario de sus bosques, proponiéndoles planes de administración y favoreciendo la ejecución de trabajos silvícolas apropiados.

Desde hace cinco años, 16 comunidades autóctonas participan en el PAFTI, algunas con verdadero entusiasmo. Sin embargo, no todo fue sin dificultades. Explica Jean-Marie Picard, de Betsiamites: «Para poder participar en el programa, teníamos que presentar un plan de administración. Para esto contratamos un consultor, pero al final nuestro plan no fue aceptado. Un año más tarde, el Ministerio nos presentó un nuevo plan. Algunos criterios o sectores de tala no nos convenían, pero aceptamos porque no había más tiempo que perder.»

Otra falla que también hace notar el director de desarrollo económico de Betsiamites es la capacitación: «Para poder llevar a cabo los trabajos que se nos proponían, el programa hubiera debido incluir un importante renglón de capacitación. La gente del Ministerio lo olvidó. Duraron todo un año las negociaciones para lograr que tres de los nuestros pudieran beneficiar de una formación adecuada en técnicas forestales.»

Hubo que hacer otros reajustes pero, en resumen, admite Picard, «todo funcionó muy bien». Los trabajadores han logrado incluso adelantarse al calendario previsto en el plan de administración. Paralelamente, gracias a diversos programas sociales y al apoyo del Ministerio de Asuntos Indígenas, prosiguió la extracción de modo que se entregaron 20000 m³ de madera anuales a la compañía Quebec-Ontario. «La explotación representa todavía para nosotros un considerable esfuerzo de gestión pero, en resumidas cuentas, todo va bien», dice Jean-Marie Picard.

Con los Mohawks

Si para los Montagnais de Betsiamites el PAFTI fue, bajo varios aspectos, una bendición, es objeto de severas críticas por parte de los Mohawks de Kahnawake y de Kanesatake, dos reservas del sur de Quebec que administran conjuntamente un bosque de esa región. El jefe de Kahnawake, Joseph Norton dice: «El punto de vista del Gobierno se resume en tres palabras: productividad, dinero y comercialización. Afirma que también piensa en el ambiente, pero cortando, siempre cortando árboles. Insiste en que se puede cortar y conservar. Pero, dada nuestra experiencia de 30 años, no podemos creerlo.»

Albert Côté, Ministro de Bosques de Quebec, reconoce que fue un error no exigir en el pasado a los industriales que después de acabar sus actividades de explotación pusieran de nuevo al bosque en estado de producir; afirma: «Eso no se repetirá, ya que desde que en 1987 entró en vigor la nueva ley de bosques, todos los industriales quedan obligados a respetar la capacidad del bosque para reproducirse y a poner en vías de regeneración las extensiones que exploten.» Además, tienen que seguir las modalidades de intervención que prescribe una guía cuyo objeto es asegurar la conservación de refugios para la fauna y proteger los cursos de agua. Dice el Ministro: «Evidentemente, no podemos esperar que las mentalidades cambien de un día para otro. En 1989 hubo 240 infracciones perseguidas por la ley, pero poco a poco acabarán por respetar lo prescrito por la guía.»

La reserva Atikamekw de Weymontachie. La mayor parte de las reservas indígenas están en pleno bosque

Una visión limitada

Por muy tranquilizadoras que pretendan ser las palabras del Ministro, revelan escasa amplitud de miras, según la mayor parte de las comunidades amerindias. Dice Marcel Boivin de Weymontachie: «El programa federal no nos ha propuesto más que actividades encaminadas a abastecer a las fábricas de fibras, a la industria maderera. No es que nos opongamos al progreso por principio, es que eso no está de acuerdo con nuestra forma de ver las cosas, ni con nuestra manera de vivir.»

Falso abeto del Canadá (Tsuga canadensis)

Para los indígenas el bosque es, ante todo, un medio de vida

Para ilustrar su argumentación, el jefe Atikamekw evoca un contrato del PAFTI llevado a cabo el año anterior, de acuerdo con el cual se cortaron latifoliadas para reemplazarlas por coníferas. Pero, según Boivin: «las especies latifoliadas son tan importantes como las resinosas. Son indispensables para el castor, la ortega, la liebre y el anta, que contribuyen considerablemente a nuestra alimentación. Por lo demás, tanto para calentarnos como para hacer raquetas, recurrimos al abedul. Para el indígena, hay que huir del monocultivo de coníferas y fomentar la diversidad del bosque.»

¿Es factible ese uso polivalente del bosque, dada la limitada extensión de las tierras de los amerindios? Parece que sí. En Betsiamites, por lo menos, sí. Allí se pueden cambiar parcial o totalmente los planes de explotación para no afectar las zonas preferidas por los cazadores, pescadores o recolectores de bayas de la comunidad. La superficie forestal productiva accesible es de unas 19000 ha. Más difícil lo es para los Atikamekws que, por el momento, sólo disponen de 4400 ha de bosque productivo accesible y están actualmente estudiando la cuestión. Lo que desearían es conciliar lo más armoniosamente posible la explotación maderera y las actividades tradicionales. Dicho de otro modo, lo que quieren es aplicar a sus recursos el concepto de administración o gestión integrada. Se dan cuenta de que les costará grandes esfuerzos, ya que este concepto implica una revolución completa del sistema establecido.

En este sentido - hace notar el jefe Boivin de Weymontachie - incluso la ley 150 (ley de bosques) tiene sus defectos: «Para no molestar a los castores, por ejemplo, la guía recomienda evitar cortes a menos de 20 m de una cabaña de castor. Pero, en realidad, hay que proteger todo el contorno del lago, ya que el castor no se circunscribe a su cabaña. Y para el anta no basta reservar 4 ha de cada 100. Hay que tomar en cuenta también otros factores como relieve, naturaleza y cantidad de vegetales disponibles, etc.».

Boivin se queja de que en la actualidad no hay expertos en gestión integrada de los recursos: «Hay muchos grupos interesados, pero cada uno trabaja por su lado, en competencia los unos con los otros.» A pesar de todo, los amerindios tienen esperanzas porque saben que el Gobierno Federal está dispuesto a adoptar el uso polivalente de los bosques. Falta encontrar biólogos, ambientalistas e ingenieros forestales capaces de entender el punto de vista de los amerindios. «No es fácil», concluye Boivin, «porque ellos se han formado en escuelas y universidades, y nosotros, los indios, nos hemos formado en el campo.»


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