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Funciones protectivas y ambientales de los bosques

A. Gottle y E.H. Sène

Albert Gottle es Ministro de Asuntos Ambientales y Desarrollo del Estado de Baviera, Alemania.
El-Hadji M. Sène es Jefe del Servicio de Conservación, Investigación y Enseñanza Forestales de la Dirección de Recursos Forestales, FAO, Roma.

Adaptación de la memoria general preparada para el XI Congreso Forestal Mundial, sobre el tema «Función protectora y ambiental de los recursos forestales».

Bosque seco en el Senegal

El papel protectivo y ambiental de los bosques

El bosque sólo puede aportar funciones de protección y conservación que se esperan de él si se encuentra en su estado natural y bajo buenas condiciones ecológicas naturales o si, siendo utilizado, se lo gestiona de modo sostenible. Bajo tales condiciones, la salud y la vitalidad del bosque son muy importantes. Es la vitalidad de los bosques la que permite que crezcan con suficiente fuerza y vigor, de manera de poder contrarrestar las fuerzas físicas que afectan a los suelos a través de la erosión del agua. El mismo vigor permite que una arquitectura bien estructurada y un follaje abundante se opongan a la erosión del viento. La salud de los bosques es fundamental para muchas de sus funciones ambientales. Sin embargo, los bosques son a veces afectados por los insectos y otras plagas. Pueden ser perjudicados por otras alteraciones fisiológicas, dependiendo de los cambios climáticos, especialmente de las sequías.

Contando con salud, vitalidad y un adecuado estado de conservación, y asegurados la gestión y el desarrollo, el bosque interviene especialmente en las siguientes funciones ambientales y protectivas de importancia:

Protección de los recursos de agua. Gracias al follaje, la aspereza de la corteza y la abundante hojarasca, los árboles y los bosques reducen el ritmo de dispersión del agua y favorecen una lenta pero total infiltración del agua de lluvia; también debe señalarse la capacidad de los árboles, especialmente en las zonas secas, para retener otras precipitaciones, como la niebla, que así pueden ser recogidas y almacenadas.

Protección del suelo. La cubierta boscosa atenúa el viento a la vez que su densa red de raíces mantiene fijo el suelo: esta característica, añadida a la función que en relación con el agua se ha mencionado anteriormente, protege contra la erosión del viento y el agua, el movimiento de tierras (deslizamientos en masa y caída de rocas) y, en climas fríos, el riesgo de avalanchas. Con la combinación de una menor dispersión de agua y su penetración en las capas freáticas e intermedias, el bosque ejerce un efecto de amortiguación que protege contra las inundaciones y la erosión de las riberas de los ríos, siendo esta última función muy importante.

Atenuación del clima local y reducción del impacto de emisiones de gases. A través del control de la velocidad del viento y de los flujos de aire, los bosques influyen sobre la circulación local del aire y pueden, así, retener las suspensiones sólidas y los elementos gaseosos, así como filtrar las masas de aire y retener los contaminantes. El bosque ejerce un efecto protectivo sobre los asentamientos humanos vecinos y especialmente sobre las cosechas. Esta capacidad es aprovechada para la protección de zonas no habitadas, especialmente las contiguas a áreas industriales y generalmente en los bosques urbanos.

Conservación del hábitat natural y de la diversidad biológica. El bosque ofrece un hábitat a la flora y la fauna y, dependiendo de sus condiciones de salud y vitalidad y, en última instancia, de la manera en que es gestionado y protegido, asegura su propia perpetuación mediante el funcionamiento de los procesos ecológicos. En Europa, casi la mitad de los helechos y plantas florales crecen en el bosque. Debido a su tamaño y su diversidad estructural, se encuentran más especies animales en el bosque que en cualquier otro ecosistema. La capacidad del bosque para aportar un hábitat apropiado a sus varios componentes también depende mucho de la composición, densidad y estructura. La composición y la estructura influyen fuertemente sobre la diversidad, mientras la densidad puede mejorar la protección. Se admite que los bosques de especies mixtas ofrecen un mejor hábitat a la vida silvestre que las masas forestales puras. Esto debería tenerse presente cuando se considera hacer plantaciones o en la gestión y silvicultura de ecosistemas forestales profundamente modificados.

Funciones recreativas y sociales de los bosques. Aparte de estas funciones físicas y biológicas directamente protectivas, los bosques en general han ido adquiriendo c recientemente funciones recreativas durante las últimas cinco décadas. En la vecindad de las ciudades, han florecido el turismo y los lugares de reposo y cura, beneficiándose del entorno forestal; en las áreas boscosas de los países desarrollados o en desarrollo, las residencias secundarias atraen nuevamente al hombre hacia los bosques.

Protección de los bosques contra la erosión cultural. Mientras las comunidades urbanas en los países industrializados hacen lo posible por acercarse a la naturaleza, al mismo tiempo la evolución de las economías mundial y locales puede ser una amenaza para las otras funciones protectivas de los bosques naturales en el mundo en desarrollo, donde los bosques todavía mantienen sus funciones culturales y religiosas. Es un reto para la silvicultura del siglo XXI atender también esas necesidades y preservar la dimensión cultural de las funciones protectivas de los bosques.

Funciones protectivas y ambientales de los bosques en algunos medios frágiles

Bosques de montaña y desarrollo sostenible de zonas montañosas. Los ecosistemas de montaña se encuentran entre los ecosistemas frágiles definidos como tales por el Programa 21 de la CNUMAD, en el capítulo 13, «Desarrollo sostenible de zonas montañosas». Las principales actividades desarrolladas intensamente durante los cinco años transcurridos desde la Cumbre de Rio de Janeiro han realzado la conciencia sobre las muchas funciones de las montañas: son repositorios de plantas raras y ricas y de la diversidad biológica animal. Contienen recursos genéticos únicos que apuntalan la agricultura y la ganadería domésticas en las circunstancias particulares de los sistemas de explotación que prevalecen en los valles y altiplanicies. Contribuyen con un flujo estable de recursos acuíferos invalorables, con un alto potencial de renovación. Son anfitriones y protectores de una diversidad de etnias y culturas humanas.

En la alta montaña, los bosques protegen los asentamientos y sistemas de comunicación contra avalanchas, desprendimientos de rocas y deslizamientos de tierra. En los Alpes, por ejemplo, una parte de los bosques de protección han sido sometidos a prácticas de gestión establecidas de larga data, que tienden a mantener una correcta mezcla de especies vivaces y frondosas. Pero hay tendencias que presionan a favor de cambios insatisfactorios. Las masas mixtas están dejando paso a bosques monoespecíficos y muchos bosques de protección han sido debilitados o superan la edad adecuada. Crecen cada vez más dispersos. En muchos casos, la presencia de venados impide la regeneración natural e incrementa la degradación del ecosistema forestal, así como reduce su capacidad protectiva. Entre las medidas para contrarrestar esa tendencia negativa o para restaurar el ecosistema forestal se incluyen medidas biológicas como la reforestación, trabajos de ingeniería y prácticas activas de silvicultura, que promueven y ayudan en la regeneración natural.

En otras partes del mundo, puede observarse la misma declinación, pero la mayor parte de ella ocurre como resultado de los tentativos de las poblaciones rurales pobres de extraer su sustento de las áreas marginales. En Africa del Norte, en las altiplanicies africanas, en los Andes y en el Himalaya, la búsqueda de leña, el apacentamiento de animales bien adaptados y la agricultura marginal han sido mencionadas como los principales factores de fragmentación, degradación y pérdida de los bosques de montaña. También la minería en muchas partes del mundo contribuye a la ruptura del equilibrio ambiental de la montaña y especialmente la degradación o destrucción de una diversidad biológica única, afectando en algunos casos a especies endémicas y a los procesos de que forman parte. La explotación minera inapropiada de ciertas cuencas puede ser con frecuencia una fuente de contaminación de los cursos de agua (Hernández, 1977).

Muchos grupos ecologistas han puesto de relieve la posible influencia negativa de las líneas de comunicaciones y carreteras, por cuanto su implantación supone la deforestación de extensiones de tierra y afecta el hábitat de especies de alta significación ecológica. Sin embargo, las más fuertes razones identificadas por Hernández en América Latina son: el estado de fragilidad inherente de las montañas jóvenes; la extrema pobreza de la población y la pérdida de vigor y resolución frente a las condiciones sociales degradadas de los pobres; y el enfoque segmentado del desarrollo y la falta de coherencia institucional y la ausencia de extensión adecuada y participativa.

Las funciones protectivas de los bosques de montaña y el cambio climático requieren una atención especial. Este tema ha sido ampliamente estudiado en todo el mundo. Gottle refiere los resultados de la investigación de la Oficina del Estado de Baviera sobre la Gestión del Agua sobre las posibles consecuencias del cambio climático en el modo en que los bosques de montaña de Europa puede cumplir con sus funciones como amortiguadores:

· Las temperaturas más altas provocarán una elevación de la línea de nieve y hielo, con condiciones más favorables para la vegetación, pero con una «erosibilidad» superior por cuanto el desplazamiento de la línea de suelo permanentemente helado crea más inestabilidad en las áreas todavía no colonizadas por la vegetación y aporta posteriormente condiciones de suelo más estables.
· Los cambios frecuentes entre deshielo y congelación dejarán más material expuesto a la intemperie e incrementarán los riesgos asociados de caída de rocas y deslizamientos de tierra, a la vez que harán más difícil la consolidación de la vegetación.
· Más precipitación de agua con predominio de lluvia hará que los suelos se saturen de agua, lo que eventualmente reducirá la resistencia a la erosión y pérdida de estabilidad, condiciones desfavorables para el establecimiento de vegetación. Una mayor pérdida de superficie durante el año provocará aún más erosión.

Mutatis matandis, cambios similares en intensidad pueden experimentarse en las áreas montañosas, más que en las llanuras, lo que implica modificaciones más espectaculares en los ecosistemas forestales de montaña, debido a la concentración sobre cortas distancias horizontales de fenómenos que, de otro modo, ocurrirían de manera diferente o sobre distancias mayores.

Atención especial a los bosques de montaña y a la gestión de cuencas. El Programa de la Montaña, que se ha mostrado muy activo en el marco del Capítulo 13, y la creación del Foro de la Montaña a escala mundial y con sus capítulos regionales, ha subrayado la necesidad de equilibrar el flujo unidireccional de recursos, incluyendo los forestales y los servicios que se derivan de la montaña. Se ha defendido la necesidad de encontrar mecanismos innovadores de financiación y nuevas opciones políticas que restauren el equilibrio global entre las economías montañosas y las sociedades de las tierras bajas. Los esfuerzas por conservar los bosques de montaña no pueden ser soportados en solitario por las comunidades montañesas.

Hernández (1977) lanza el mismo mensaje en lo que respecta a los bosques tropicales de montaña; subraya que las sociedades interesadas son más conscientes de la importancia de esos bosques en la producción de agua de calidad en las cuencas hidrográficas de las montañas tropicales. Por lo tanto, una mejor comprensión de las necesidades de gestión forestal y de desarrollo sostenibles debe ser compartida en toda la cuenca, si se pretende mantener la prosperidad de los bosques de montaña y, más ampliamente, de sus sistemas naturales y socioeconómicos, y también por razones de solidaridad regional. En este contexto, se ha pedido que se dediquen más esfuerzos para que la gestión de las cuencas no tenga por objetivo sólo la restauración física de los procesos benignos en el flujo de recursos hídricos y de materiales sólidos, sino que también se oriente al desarrollo sostenible de los sistemas montañosos. Esto será logrado mediante la estabilización de los sistemas de subsistencia, la mejora de las condiciones de vida en las áreas montañosas, la identificación y promoción de actividades innovadoras capaces de generar ingresos y empleos alternativos, y la restauración de la equidad y la solidaridad entre las comunidades que viven a lo largo de las cuencas.

Un vivero estatal en Manoufya, Egipto. Las plántalas se plantarán en cortavientos para proteger los canales de riego y de drenaje

Sin la cubierta arbórea protectora, estas tierras montañosas de Malawi serían extremadamente vulnerables a la erosión

Los bosques en la conservación y desarrollo sostenible de las tierras áridas

Los árboles y los bosques en las regiones secas tienen funciones múltiples. Aportan un buen número de servicios, que tienden a amortiguar las rigurosas condiciones y procesos que prevalecen en esas zonas, especialmente en las áreas tropicales. Las funciones ambientales de los árboles y los bosques en condiciones secas están relacionadas con numerosos aspectos, entre ellos el bienestar de los humanos y de los animales, la productividad de las tierras de cultivo, la protección global de los recursos de tierra y agua y la conservación de la diversidad biológica. Berthe (1997), al presentar el ejemplo de Malí y sus lecciones de valor universal, ha identificado los muchos roles de la silvicultura en las tierras secas, poniendo el acento en los prerrequisitos y en los resultados de actividades forestales bien orientadas, en la rehabilitación de recursos naturales, y especialmente en el control de la desertización. Menciona la importancia de la formación y asesoramiento técnicos y de la extensión para las poblaciones rurales, la mejora de la base de conocimientos sobre los recursos, la necesidad de promover nuevas tecnologías, una mayor implicación de la población interesada y la devolución de responsabilidades a sus propias organizaciones.

Los calores extremos, las tormentas de arena y los vientos cálidos son algunos de los factores que pesan sobre las condiciones de vida y subsistencia en las áreas secas. Las poblaciones han usado los árboles y las formaciones boscosas para protegerse de esos elementos, y se han puesto en práctica muchas adaptaciones. La vegetación natural ha sido conservada en la mayoría de los nuevos asentamientos humanos. En muchos sistemas forestales abiertos, desde los bosques semisecos hasta las formaciones de la estepa, amplias extensiones de árboles cubren la tierra y se han mantenido intactas para proteger las áreas habitadas. Con frecuencia ha sido difícil proteger las formaciones naturales y hacerlas sostenibles cuando las áreas habitadas evolucionan hacia grandes aglomeraciones urbanas: en muchas zonas secas se han desarrollado esfuerzos por plantar árboles urbanos y bosques periféricos, con vigor y continuidad. En los países sahelianos, por ejemplo, los esfuerzos por implantar bosques periféricos se remontan a principios de los setenta y se ha mantenido su crecimiento en torno a las ciudades. En los países del Maghreb y en todo el Medio Oriente hasta Irán, el papel de los árboles y arbustos en la protección del entorno inmediato de vida del hombre y en la mejora del medio ambiente urbano está bien reconocido.

En las tierras de cultivo, las pautas agrícolas han desarrollado un sistema de dehesas que no sólo implica mantener la fertilidad de las tierras sino también proteger a los hombres y los animales. Estos tipos de formaciones prevalecen en todas las áreas secas y semihúmedas desde el tipo llamado Campo en la península Ibérica hasta la formación dominada por leguminosas en Africa occidental y del sur. Las leguminosas y otras especies destinadas a fijar el nitrógeno tienen un papel clave en el mantenimiento de la fertilidad del suelo. Esta función es de enorme importancia en las áreas donde habitan poblaciones en pésimas condiciones económicas que no pueden permitirse el uso de fertilizantes químicos. El ejemplo más documentado es la acacia panafricana (Faidherbia albida) que está presente en las áreas secas y semihúmedas de la región al sur del Sahara; ofrece sombra y alimento a los animales y nutrientes naturales a los cultivos. El sistema de dehesas referido contribuye eficazmente al mantenimiento de esas comunidades arbóreas residuales, si bien ciertos desarrollos socioeconómicos nuevos y rápidos han impuesto la corta y el uso para leña de especies que nunca antes habían sido usadas para tal propósito. Estos cambios sociales han modificado el interfaz hombre/ árbol, y la silvicultura social y comunitaria debe afrontar el reto restablecer prácticas de protección que tienden a mantener la conservación de los árboles de particular importancia para las comunidades en las tierras secas. Los modernos programas de agrosilvicultura deben contribuir a una mejor comprensión de esos sistemas y alentar su conservación, mejora y reproducción.

La deforestación inducida por el uso de los recursos forestales se ha visto agravada por la degradación de las condiciones climáticas en muchas zonas del mundo. Los países más afectados son los que las Naciones Unidas han identificado en Africa y que tienen prioridad en la negociación y puesta en práctica de la Convención contra la Desertización y la Sequía. La plantación de árboles en las áreas amenazadas por la desertización, o la gestión de formaciones de árboles xerófilos, contribuyen a proteger los suelos y a restaurar la capacidad productiva de las tierras. Las iniciativas más espectaculares en materia de control de la desertización sobre las actividades para estabilizar las dunas de arena, que han sido puestas en práctica con singular éxito en el Africa occidental (Mauritania, Níger y Senegal), en el norte de Africa (Marruecos, Argelia, con la gran iniciativa del Cinturón Verde que ha pasado de la plantación masiva a un enfoque de desarrollo rural integrado, así como en Túnez y Libia), en Asia (India, Irán y Pakistán, entre otros).

La plantación de árboles se asocia cada vez más con otras técnicas, que incluyen el almacenamiento de agua, aterrazamiento, establecimiento de pozos y otras modalidades de máximo aprovechamiento de los recursos hídricos. Numerosos proyectos se llevan a cabo en este sector usando una variedad de medios, desde maquinaria pesada hasta el trabajo manual, y un grado diverso de asociación de varias opciones.

Los programas nacionales de acción, para llevar a la práctica la Convención de las Naciones Unidas contra la Desertización, promoverán tales acciones dentro de iniciativas más amplias para combatir la degradación de las tierras, la inseguridad alimentaria y la pobreza. Aunque la plantación de árboles ha sido postulada como el primer y más avanzado instrumento de control de la desertización, han sido revaluadas muchas consideraciones sociales, económicas y ecológicas acerca de su papel y posición. Los programas nacionales de acción así lo han reconocido e involucran un conjunto más amplio de actividades integradas. Sin embargo, vista como un potente instrumento multi-funcional, entre otros, para el control de la degradación de tierras, la plantación de árboles, arbustos y hierba constituye un complejo c arando se acompaña de medidas de conservación hídrica y control de la erosión, de la rehabilitación de tierras de cultivo agotadas, la diversificación del paisaje aldeano al introducir especies arbóreas con varias funciones y servicios, la estabilización y recuperación de tierras. La silvicultura, la agrosilvicultura y la plantación de árboles urbanos seguirán un primer plano de la agenda de los programas nacionales de acción para combatir la desertización. Es cierto que se espera de este Congreso y de las reuniones complementarias que lo han precedido que aporten ideas y recomendaciones para la acción, capaces de consolidar la contribución de la población forestal a la implementación efectiva de la Convención.

La diversidad biológica de las tierras secas es con frecuencia pasada por alto. Sin embargo, los árboles y sistemas forestales y herbáceos que se expenden en las zonas secas son importantes repositorios de la diversidad biológica, cuyas especies componentes han desarrollado la capacidad para vivir en las peores condiciones de déficit de agua. La aportación de tierras para pastoreo y de bienes alimenticios como el Tef en Etiopía, la palmera datilera, las varias especies de Cactus y Agave, son sólo unos pocos ejemplos de la contribución de los ecosistemas secos a la protección del suministro alimentario.

Bauhinia rufescens es particularmente atractiva para el ganado en las tierras áridas del Níger

Un mono en el parque de Yala, espacio protegido de Sri Lanka

Las especies animales en las zonas secas de los Andes, el Sahara, las partes áridas del Sahel, Asia y otros desiertos, son de una extraordinaria belleza y utilidad para la civilización. Hoy, sus hábitats están siendo amenazados. Las formaciones en torno a los oasis evolucionan también rápidamente y sus ecosistemas se ven expuestos a muy rigurosas condiciones. En Jordania, por ejemplo, las plantas que antes eran descriptas con frecuencia como verdes y ricas en vida silvestre contienen ahora escasos remanentes de las formaciones prístinas.

Las mismas inquietudes suscita el plasma germinal del ecosistema de tierras secas. Las especies madereras de esos ecosistemas, especialmente las de los géneros Acacia y Prosopis, siempre que se tomen las debidas precauciones, tienen un enorme potencial curativo. La protección del bosque y de los ecosistemas de sus tierras debe ser asegurada para, eventualmente, conservar esa riqueza para las generaciones actuales y futuras. El conocimiento tradicional y las tecnologías desarrolladas localmente deberían, asimismo, ser explotadas a fondo, rehabilitadas y promovidas.

La protección de los bosques en los sistemas costeros y humedales

Los sistemas costeros, los pantanos, humedales o marismas y las riberas tienen en común sus vínculos especiales con los recursos de agua dulce o salada. Se benefician de la presencia del agua pero también sufren por ello, directa o indirectamente. Los bosques generalmente disfrutan de la constante disponibilidad de agua, y las formaciones aliadas se dotan de funciones fisiológicas de adaptación o de variaciones biológicas que les permiten sobrevivir y desarrollarse. No obstante, en la medida que la situación de los espacios hídricos varía con la sequía o con el flujo excesivo de nuevos volúmenes por la lluvia u otros procesos relacionados con su desagüe excepcional, los sistemas pueden verse afectados negativamente y sus funciones amenazadas. La fragilidad de los bosques de tierras bajas, costeras y ribereñas, así como la de otras formaciones, está vinculada a estos fenómenos.

Kabii, Shawdoury, Zheng Songfa y otros autores de comunicaciones al XI Congreso Forestal Mundial han documentado los varios aspectos relativos a estos ecosistemas y a los bosques que prosperan en ellos, pero el más importante corpus de consideraciones es el relacionado con las marismas y las formaciones de manglares. Tal como fueron definidos por la Convención de Ramsar (Kabii y Bacon), las marismas son «áreas de pantano, ciénaga, musgo y agua, sean naturales o artificiales, permanentes o temporales, en las que el agua permanece estática o fluye, dulce, salobre o salada, incluyendo las zonas de agua de mar cuya profundidad no excede los seis metros».

Kabii incluye entre esas áreas «una amplia gama de tipos, entre las que se encuentran las que cuentan con una cubierta forestal, como los manglares, los bosques inundados, las turberas, tremedales, ciénagas de Metaleuca y palmerales». El amplio uso de estos sistemas naturales tal como fue delineado por la Convención incluye: la formulación e implementación de políticas nacionales globales para ser integradas en los procesos de planificación; la aplicación de los criterios de la Convención para identificar y designar los humedales de importancia internacional, para su conservación; la aplicación de los instrumentos y mecanismos generados por la Convención (orientaciones de planificación y gestión, seguimiento de los humedales que experimentan cambios debidos a iniciativas de desarrollo, medidas para obtener o aportar asistencia específica para la resolución de los problemas de los sitios amenazados), y la contribución a la puesta en práctica de los ocho objetivos del Plan Estratégico 1997/ 2002 adoptado recientemente por la Convención. Entre estos últimos, el objetivo vii pide la movilización de «la cooperación internacional y la asistencia financiera para la conservación de los humedales y su uso adecuado, en colaboración con otras convenciones y agencias, tanto gubernamentales como no gubernamentales». Esta disposición abre e] camino hacia la conservación, gestión y desarrollo sostenible de los bosques de humedales, incluyendo los manglares.

En la acción internacional para evaluar los bosques de humedales, se necesita hacer más esfuerzos para lograr un mejor enfoque de su diversidad biológica. Los esfuerzos especiales que la FAO y el Centro Mundial de Vigilancia y de Conservación pretenden dedicar a las áreas protegidas, en la próxima ronda de evaluación mundial de recursos forestales, probablemente mejorará la calidad de los datos disponibles sobre los bosques protegidos en sistemas de humedales.

Los bosques de manglares se encuentran entre los más intensa y diversamente usados del mundo. Aportan recursos de suelo para la agricultura, especialmente para arrozales, son extremadamente ricos en pesca, algunos de sus frutos pueden consumirse directamente y, en muchos países, son una de las mayores fuentes de aprovisionamiento de leña para las ciudades costeras en crecimiento. La silvicultura y gestión de los bosques de manglares han conocido no pocos logros y progresos. Muchas iniciativas de plantación han tenido éxito, pero subsisten problemas técnicos, dependiendo de la biología de las especies, del entrenamiento del personal y de algunas condiciones locales, entre ellas los problemas de contaminación señalados por Zheng Songfa et al., (1977). Los futuros esfuerzos de conservación, gestión y desarrollo de los manglares incluirán reforzar la gestión y la silvicultura de los manglares africanos mediante la reforestación, entre otras medidas; mejorar el conocimiento de los recursos, especialmente en Africa; configurar redes para avanzar en la diseminación de tecnologías relacionadas con los bosques de manglar, habida cuenta del enorme desfase existente entre países, especialmente los asiáticos y los del resto del mundo; e intensificar la investigación sobre estos ecosistemas.

Un cierto número de otros sistemas costeros están quedando al descubierto como secuela del deterioro de las formaciones de hierba y arbustos que suelen crecer sobre las formaciones generalmente arenosas de la costa. Los depósitos de arena sobre la línea costera son movilizados por los vientos y arrastrados hacia tierra adentro, o se depositan formando dunas que invaden y esterilizan valiosas tierras cultivables. Para contrarrestar esa tendencia, muchos países han aplicado técnicas de estabilización de dunas en sus áreas costeras. Los bosques así creados están hoy sometidos a gestión sostenible. En Francia, enormes plantaciones (Pinus marítima) sirven de soporte a una próspera industria de fibra y aportan estabilidad a una línea costera agradable. En las costas del norte y el oeste de Africa, las dunas han sido estabilizadas, usando técnicas similares, con especies de Acacia y Casuarina; estos bosques protegen y promueven la riqueza de tierras de cultivo que permiten la explotación de frutales y producción de vegetales, al tiempo que embellecen el paisaje, aumentando así su potencial para el desarrollo del turismo.

Los bosques ribereños son importantes formaciones biológicas que contribuyen a la conservación de los valles de los ríos y a la mitigación de la erosión de las riberas; junto con las formaciones herbáceas y arbóreas sobre los taludes de las cuencas, garantizan el flujo de aguas claras y reducen los embauques. En Africa, los bosques en galería, junto con la protección que brinda el fondo de los valles de muchos ríos y cursos de agua temporales, son refugios para especies amenazadas en otras áreas, y contienen una rica diversidad biológica de plantas y animales. Debe señalarse que los bosques inundados en Africa han sufrido especialmente durante las últimas dos décadas. Las formaciones ribereñas de Acacia nilotica, por ejemplo, han desaparecido a lo largo de los principales valles bajos, lo que significa que numerosas llanuras inundables estarán sometidas a serios problemas de erosión eólica o serán dedicadas a usos inadecuados. La conservación de esos sistemas requiere grandes esfuerzos de planificación del uso de la tierra y la adopción de una estrategia para la que no hay recursos disponibles en los países en desarrollo. Sin embargo, es necesario dar prioridad a esos esfuerzos si se quiere conservar los valles de los ríos, allí donde se están concentrando o planificando importantes inversiones.

Conclusiones

Los recursos hídricos serán los más sensibles durante el próximo siglo. El crecimiento de las poblaciones con altas necesidades per cápita producidas por el desarrollo han de ejercer fuertes presiones sobre esos recursos. Los ecosistemas montañosos son la primera fuente de agua dulce y limpia, y es evidente que el desarrollo sostenible en las zonas de montaña será uno de los principales retos que esperan a las comunidades humanas. El llamamiento a prestar más atención a la conservación de los ecosistemas montañosos y a promover enfoques integradores de gestión de cuencas debería ser escuchado, si se aspira a responder al desafío de contar con agua limpia para todos, en especial para los 800 millones de personas que todavía no tienen acceso a ese recurso vital. Para lograrlo, es necesario asegurar que se mantengan y mejoren la protección y conservación, así como las funciones ambientales de los bosques en los ecosistemas de montaña.

La línea continua que lleva desde los ecosistemas de montaña a las masas de agua, a través de los ríos y otros flujos superficiales, debería ser reconocida, y tomarse medidas adecuadas para asegurar la conservación de los recursos hídricos. Los bosques serán, por lo mismo, reconocidos en sus varios roles en la protección, conservación y uso sostenible de los recursos. No deberían escatimarse esfuerzos para dictar leyes y normas de regulación y para poner en marcha programas de conservación y desarrollo que estén acordes con la magnitud de los problemas planteados. Los vínculos entre las políticas de conservación de la diversidad biológica y las de conservación de los recursos hídricos deberían ponerse en evidencia, por cuanto están orgánicamente conectados. La lógica consecuencia es un enfoque necesariamente coordinado para la puesta en práctica de la Convención sobre los humedales y la diversidad biológica.

Los bosques son importantes en la restauración de los ecosistemas frágiles y degradados de las tierras secas y en el aumento de su productividad. El conjunto de actividades recomendado por la Convención sobre la Desertización y la Sequía incluye acciones relacionadas, como la gestión de los bosques naturales, particularmente con la participación de las poblaciones, la forestación y la reforestación, y las prácticas de agrosilvicultura para soportar la productividad de las tierras de cultivo y el desarrollo silvopastoral. Un cierto número de otros objetivos ambientales y protectivos han sido incluidos y revisados en la discusión del Grupo intergubernamental ad hoc sobre los bosques y la Consulta sobre el papel de los bosques en la lucha contra la desertización. El apoyo continuado a su implementación debería permitir que las recomendaciones se traduzcan en la práctica.

Las acciones necesarias en el complejo conjunto de sistemas naturales que han sido analizados en este artículo no serán posibles si no se dedican esfuerzos a crear un cierto número de prerrequisitos, entre ellos: la mejora del conocimiento de los recursos involucrados y la evaluación de su situación; el desarrollo de programas de investigación coherentes para consolidar o mejorar las tecnologías; la promoción de la cooperación regional e internacional para intercambiar tecnologías probadas y establecer una red de especialistas; el desarrollo de recursos humanos a través de programas bien orientados de construcción de capacidades. Las convenciones internacionales previas y posteriores a la CNUMAD aportan un conjunto completo de enfoques y orientaciones que deberían servir para promover, a los niveles nacional, regional e internacional, la contribución de la silvicultura al mantenimiento de un medio ambiente sano y al desarrollo sostenible.

Bibliografía

Documentos especiales del XI Congreso Forestal Mundial que se refieren al presente artículo:

Choudhury, J.1997 Sustainable management of coastal mangrove forest development and social needs.

Hernández B.E. 1997. Estrategias para el fortalecimiento del manejo de cuencas hidrográficas de montañas tropicales.

Berthe, Y. 1997. Le rôle de la foresterie dans la lutte contre la désertification.

Kabii, T. y Bacon, P. 1997. Protection of wetlands and coastal lands and their habitats.

Zheng Songfa, Zheng Dezhang, Liao Baowen y Li Yun. 1997. Tidal land pollution in Guangdong Province of China and mangrove afforestation.


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