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Conservación de suelos

Llamamiento para una acción internacional

por SALEH-UD-DIN AHMAD,
Conservador Adjunto de Montes, Punjab, Pakistán

El hombre debe tratar de dominar el medio físico en que vive. Sobre todo debe combatir la erosión acelerada que originan sus propias actividades desacertadas y suprimir el abuso que se hace de esa fuente fundamental de riqueza de que dispone la humanidad, como es la cubierta natural del suelo.

Es posible que parezca extraño que la idea de conservar los recursos naturales y en especial el suelo, no sea instintiva en el hombre. Algunos sostienen que así ocurre en aquellos que viven en constante contacto con el suelo que les sustenta. Se refieren a las comunidades primitivas que viven de una agricultura nómada y que tienen cuidado de no agotar la fertilidad del suelo, y nos recuerdan que la terraza que, en sus diversas adaptaciones, constituye la base del «sistema moderno» de conservación de suelos, fué un método empleado por los primeros hombres para preservar el suelo. Pero, por el contrario, la mayoría de las tribus de pastores nómadas no comprenden inteligentemente que el insidioso deterioro de los suelos se debe al pastoreo abusivo de sus rebaños.

Es fácil explicarse que el uso pródigo que el hombre ha hecho de los recursos naturales mientras ha vivido en comunidades muy dispersas no afectaba substancialmente a la vegetación y, a través de ella, al clima, al suelo y a los recursos hidrológicos del mundo. Resulta más difícil comprender el porqué, al evolucionar la civilización, el hombre no previó los resultados de un continuo tratamiento de este tipo y permitió actitudes de negligencia hacia los recursos naturales, cuyos desastrosos efectos se multiplicaron e hicieron cada día más complejos y potentes.

La ignorancia y la apatía persisten como razones universales del descuido de la conservación. En las regiones densamente pobladas se ven reforzadas por la necesidad de obtener de la tierra el sustento diario y esta lucha por la existencia relega cualquier consideración a largo plazo a un segundo plano. En las regiones de población escasa, suele ser la simple codicia la que conduce a la destrucción de los bosques o al pastoreo abusivo. Este simple razonamiento, sin embargo, excluye factores secundarios y complicados tales como la estructura agraria defectuosa, el desequilibrio entre las poblaciones agrícolas e industriales, los privilegios o derechos usufructuarios mal definidos, etc., etc.

El éxito de algunas sociedades que aparentemente han logrado aprovechar el suelo para fines inmediatos y que sin embargo lo han mantenido utilizable indefinidamente, puede haberse debido, principalmente, a condiciones naturales favorables: clima templado; precipitación anual suficiente pero no excesiva y distribuida bastante equitativamente; relieve suave y adecuada estructura del suelo. Todas estas condiciones se han combinado para producir un equilibrio entre el suelo, la vegetación que lo protege y otros factores naturales. Los abusos se han corregido mediante la fácil recuperación de este estado de equilibrio que culmina en una vegetación en su clímax, o por lo menos en estado de poder asegurar una razonable conservación del suelo y el mantenimiento de su fertilidad. Otras sociedades no han sido tan afortunadas porque una vez perdido el equilibrio éste no ha podido recuperarse fácilmente y los abusos acumulativos han conducido inexorablemente a la degradación del suelo.

Nuestra civilización actual proporciona al hombre medios mucho más poderosos que en el pasado para influir tanto en la misma humanidad como en el medio ambiente natural - y tan poderosos son que incluso permiten modificar totalmente la naturaleza - que pueden o bien acelerar la degradación del suelo hasta un punto nunca visto o bien destruirlo en absoluto.

El crecimiento demográfico que aumenta el deseo de explotar la tierra en regiones ya excesivamente pobladas, el desarrollo de las industrias forestales, la misma tendencia hacia la industrialización de la agricultura, la construcción de caminos y vías de acceso a los bosques y a los pastizales naturales, incitan a abusar todavía más de la vegetación protectora natural del suelo.

No obstante, al mismo tiempo, nuestra civilización proporciona los medios y las oportunidades para elaborar e introducir métodos más eficaces de conservación, divulgar más ampliamente información sobre los mismos e incluso imponer su empleo obligatorio. Brinda a los usufructuarios del suelo medios baratos de aplicación de tales métodos; permite la fácil coordinación de los esfuerzos en un plano nacional y facilita el establecimiento de la colaboración internacional, aunque no siempre resulte sencillo sacar provecho de ello.

La cuestión es si todo esto basta para compensar las siempre crecientes causas de erosión. Hasta ahora, parece que la respuesta haya de ser tal vez negativa en cuyo caso, debemos preguntarnos cuáles serán los medios que mejor podrían emplearse para salvaguardar el patrimonio común de la humanidad, el suelo; y si la situación requiere una acción internacional concertada.

CARACTERÍSTICAS DEL PROBLEMA DE LA CONSERVACIÓN DE SUELOS

Existe todavía cierta confusión en la mente del público en cuanto al significado de la palabra «conservación», lo cual quizás se deba en parte al hecho de que han sido creados muchos organismos nacionales e internacional - de los que con frecuencia han formado parte hombres de ciencia, artistas y fervorosos amantes de la naturaleza - cuyo objetivo reconocido es la conservación de los recursos naturales en el sentido más estricto de la palabra, prescindiendo de cualquier valor económico que tales recursos puedan encerrar. El poder benéfico de tales grupos no puede negarse y debe admitirse que, por muchas razones - científicas, estéticas o tal vez recreativas - es conveniente que ciertos medios ambientes naturales se mantengan con los menores cambios posibles y otros se dejen casi sin perturbar para que las especies vegetales y animales en peligro de extinguirse tengan oportunidad de sobrevivir. Este concepto de la conservación, sin embargo, es en esencia muy diferente del que nos ocupa aquí. Por «conservación de los recursos naturales» nos referimos a una ordenación racional encaminada a sacar de los recursos el mejor provecho. posible. Esto es simplemente otra forma de expresar lo que los agricultores llaman «ordenación de rendimiento continuo».

El problema

El problema de la conservación de suelos debe abordarse esencialmente como un todo y no fragmentariamente. Es cierto que la conservación del suelo depende, en resumidas cuentas, de la buena ordenación de cada una de las parcelas de terreno, pero el objetivo total sólo podrá alcanzarse si se aplica eficazmente a todas las tierras un sistema racional de aprovechamiento.

Abundan los ejemplos de cómo las tierras agrícolas en los valles profundos, en las ciudades, en las márgenes de los ríos, o en los puertos estuarios dependen del tratamiento que se dé a los montes y pastizales de las cuencas superiores; la desaparición del antiguo puerto de Ostia, en la desembocadura del Tíber, a corta distancia de las Oficinas Centrales de la FAO, puede muy bien citarse en este caso. Un ejemplo más espectacular de las consecuencias de la falta de práctica de un adecuado aprovechamiento de la tierra nos lo ofrecen las extensas llanuras y mesetas especialmente expuestas a la erosión eólica, que han llegado a llamarse cuencas de polvo. Cada fracción de una de estas zonas puede cultivarse con sorprendente éxito con toda clase de precauciones para garantizar la renovación de la fertilidad del suelo. Sin embargo, nada impedirá su destrucción final si en el resto de la zona se practica un pastoreo abusivo y si no se protege a las tierras contra el viento mediante rompevientos adecuados; si las labores descubren negligentemente un suelo propenso a la erosión, si no se ha procedido a la fijación de dunas mediante el establecimiento de vegetación herbácea o arbórea y si, por último, toda la llanura o meseta no se aprovechan con propósitos bien concebidos, con las técnicas adecuadas prescritas para cada una de las diferentes fracciones en forma de asegurar la estabilidad general.

La interdependencia de las diversas formas de aprovechamiento de la tierra no es sólo una cuestión de relaciones físicas, sino que existen también facetas económicas y sociales. No es posible esperar encontrar explotaciones agrícolas fértiles y prósperas en el fondo de un valle con tierras de pastoreo y bosques degradados en sus vertientes superiores. Todos aquellos que ya no pueden vivir de estos bosques y pastizales se trasladan inevitablemente a las tierras más bajas y, acostumbrados a otras formas de vida y a otros métodos de explotación del suelo, ocasionan a su vez el deterioro de estas tierras que en tiempos fueron ricos suelos labrantíos, e incluso llegan a causar tensiones sociales tales como las que surgen entre labradores y pastores en muchas partes del mundo donde ambas clases de explotadores de la tierra compiten entre sí.

La decadencia de las viejas naciones en las regiones oriental y meridional del Mediterráneo suele citarse como ejemplo de las consecuencias de un uso indebido de la tierra, la destrucción de los bosques y la inobservancia de los principios de conservación. Ciertamente las guerras y las invasiones no explican plenamente la decadencia de esta región. Toynbee afirma1 que una sociedad muere por suicidio o por asesinato. Y casi siempre se debe a lo primero. No cabe pensar que los pueblos que enseñaron al mundo los sistemas de riego y de agricultura intensiva en España hayan permitido deliberadamente que las terrazas, canales y tierras agrícolas vayan a la ruina en otros lugares. Quizás no hayan intentado encontrar un método coordinado de conservar el suelo. El sistema de conservación de suelos tuvo éxito en las tierras agrícolas, pero fracasó en montes pastizales y por ello se vino abajo todo el sistema.

[1 Arnold J. Toynbee. A Study of History. Oxford University Press.]

Efectos de la industrialización

En los tiempos actuales, la correlación que existe entre el hombre y su medio ambiente físico se ve ano mayormente complicada por la industrialización. No cabe duda de que algunos países se prestan predominantemente a la agricultura y otros por el contrario a la industria. En cada país, sin embargo, existe un cierto equilibrio óptimo entre el número de personas dedicadas a la agricultura y el de las ocupadas en las industrias. Este equilibrio no es, desde luego, inmutable, y las dificultades que entraña el lograr un equilibrio se siguen experimentando incluso en muchos de los llamados países avanzados, mientras que en aquellos insuficientemente desarrollados este equilibrio está muy lejos de haberse conseguido.

La industrialización debe ir acompañada de un sistema práctico y racional de aprovechamiento de la tierra. Por ejemplo, la expansión industrial requiere un constante suministro de agua, no sólo como materia prima o como fuente de energía, sino también para el consumo de las comunidades que necesariamente origina2. Este agua procede del suelo y para contar con un suministro constante se requiere la ordenación del mismo y métodos racionales de conservación. Además, el desarrollo industrial depende forzosamente de las materias primas de origen mineral, vegetal o animal. Cuando escasean los minerales, la industria principal sólo puede basarse en los productos pesqueros, agrícolas y forestales, y los dos últimos exigen el uso adecuado de la tierra.

[2 Una noticia reciente publicada en Unasylva dice que solamente la ciudad de Nueva York debe suministrar como término medio 800 millones de galones (3.000 millones de litros) de agua potable al día para el consumo doméstico.]

Las tierras cultivadas y los montes

Un punto que debe ponerse de relieve y que con demasiada frecuencia pasa desapercibido es la diferencia de tratamientos que reciben respectivamente las tierras según se exploten con fines agrícolas o forestales.

Los aprovechamientos agrícolas3 del suelo pueden definirse en términos generales como la recolección, anual o a intervalos regulares, de un cultivo introducido por el hombre, después de la labranza suelo y un cuidado y cultivo permanente y regular; mientras que lo que nosotros denominaremos «aprovechamientos forestales, pastorales o silvopastorales» implica la cosecha de la vegetación espontánea, siendo como regla general el método de recolección (ya sea corta de la madera o el pastoreo del ganado o de animales silvestres) el único medio humano de modificar (en pro o en contra) la cantidad y calidad de las cosechas futuras.

[3 Entre los aprovechamientos agrícolas figura evidentemente el de los cultivos naturales para la producción intensiva de ganado o de productos lácteos. Este énfasis en el aprovechamiento «intensivo» incita a describir la agricultura como un aprovechamiento intensivo de la tierra en contraste con el aprovechamiento extensivo de los montes o pastizales, pero esto no puede aceptarse en general puesto que corrientemente se aplica el término de «agricultura extensiva» en los casos en que se esperan bajos rendimientos por unidad de superficie, y el de «silvicultura intensiva» cuando el objetivo es obtener un alto rendimiento de madera por unidad de superficie.

De cualquier manera que los definamos estos dos tipos de aprovechamiento de la tierra se distinguen lo suficiente en la práctica, aunque algunos aprovechamientos agrícolas se combinan, en tiempo y espacio, con el aprovechamiento forestal. Es posible que los barbechos naturales tan comunes en el ciclo de las operaciones agrícolas, puedan ser considerados como aprovechamientos «forestales, pastorales o silvopastorales», aunque no siempre puede determinarse con exactitud dentro de qué clasificación deben entrar las vastas extensiones de tierra utilizadas para la agricultura migratoria.]

Sobre esta base puede decirse que, en comparación con las tierras agrícolas, las tierras forestales, pastorales o silvopastorales, abarcan una superficie mundial muy vasta. Es difícil dar una cifra exacta al respecto, debido a lo insuficiente de las estadísticas o a la duplicación de datos referentes a ambas clases de aprovechamiento, pero podría calcularse que aproximadamente el 60 por ciento de la superficie mundial se utiliza para fines forestales, pastorales o silvopastorales.

¿Puede decirse que esta superficie está en relación de igualdad con la de las tierras agrícolas, en cuanto a la protección de suelos que ofrecen? ¿Existe igual probabilidad de que una parcela de tierra aprovechada para usos forestales, pastorales o silvopastorales reciba la misma cuidadosa atención que una parcela de tierra aprovechada para usos agrícolas? La respuesta es, decididamente «no» y existen muchas razones para ello.

Puede sostenerse que los montes y pastizales ofrecen en general dificultades de acceso, de forma que mientras el hombre intervenga sólo muy ocasionalmente, la naturaleza puede asumir la conservación de suelos. Sin embargo, debe señalarse que el equilibrio debido a esta inaccesibilidad relativa es precario y que puede trastornarse por causas aparentemente triviales, como lo demuestran las consecuencias de la introducción del conejo en Australia o del venado en Nueva Zelandia.

Es evidentemente mucho más fácil despertar el interés en la conservación del suelo en el agricultor cuyo sustento depende directamente de una reducida superficie de tierra, que en un pastor cuyo campo de operaciones está rara vez limitado estrictamente y cuyo interés directo está en el ganado que cría y no en la vegetación que le proporciona el forraje; o en el leñador que muchas veces sólo le preocupa aprovechar el bosque para mantener el abastecimiento de un aserradero el tiempo suficiente hasta amortizar la inversión.

Por otra parte, considerables extensiones de monte y pastizales suelen ser de propiedad pública y con frecuencia están sujetas a derechos de usufructo vagamente definidos, y el usufructuario carece de un incentivo lo bastante fuerte como para preocuparse de la conservación del suelo.

En este aspecto, las tierras forestales, pastorales y silvopastorales están sumamente expuestas a los abusos, y éstos no sólo consisten en la explotación negligente y en la intolerancia al menor control. Puede también consistir en dedicar a la agricultura tierras mucho más adecuadas para monte y pastizal.

Este último proceso es muy natural. No existen más que dos maneras de aumentar la producción de alimentos para satisfacer las crecientes necesidades del mundo. Una es aumentar el rendimiento de las tierras ya bajo cultivo; la otra, aumentar la superficie de tierras cultivadas usurpando terreno a montes y pastizales. A priori, ninguna aventaja a la otra. Es cierto que a veces resulta imposible extender la superficie cultivada, debido a la mala calidad del suelo o a los peligros evidentes a que quedaría expuesto si se eliminara la cubierta vegetal protectora. Pero existen métodos gracias a los cuales las tierras que han servido hasta ahora exclusivamente como monte o pastizal pueden dedicarse permanentemente y con éxito a la agricultura, sin menoscabo de la debida conservación del suelo. No se puede ser dogmático y afirmar que nunca se podrá cultivar con éxito una pendiente pronunciada, ya que físicamente siempre es posible construir terrazas que permitan su cultivo efectivo y asegurando al mismo tiempo la conservación del suelo.

Es cierto, sin embargo, que la construcción de terrazas o cualquier otra obra de mejoramiento encaminada al cultivo de tierras previamente aprovechadas como monte o pastizal, requiere con frecuencia inversiones o gastos periódicos desproporcionados con los beneficios agrícolas que cabe esperar. En otras palabras, en las condiciones actuales, el poner estas tierras en cultivo resulta antieconómico. Sin embargo, abundan ejemplos de tales intentos y el abandono después del fracaso no deja de ser una de las razones más importantes entre las muchas que originan la degradación del suelo en los montes y pastizales.

Existen, en realidad, otros factores físicos y económicos que hay que tener en cuenta al planear el aprovechamiento de la tierra. No obstante, no es nuestro propósito - ni tampoco incumbe al forestal - el investigar aquí el complejo de reglas que deben gobernar tal planeamiento. Ya se ha dicho lo bastante para demostrar que la conservación del suelo en montes y pastizales, aunque debido a la mutua dependencia de los suelos, tan importante como en las tierras agrícolas, está por lo regular mucho más descuidada y es mucho más difícil de lograr. Esto es todavía más deplorable si se considera que posiblemente gran parte de los primeros constituyen una reserva potencial para la extensión de la agricultura. Si llega a ser factible alguna vez la extensión de la superficie cultivada, sería triste que la reserva estuviera muy agotada y que sólo se pudieran destinar a la agricultura terrenos innecesariamente degradados.

EL PROBLEMA Y LAS MEDIDAS INTERNACIONALES PARA SOLUCIONARLO

La conservación de suelos constituye uno de los tacto res de la prosperidad de cada país. Cualquier problema que afecte a dicha prosperidad y cualquier solución comprobada que contribuya a elevar el nivel medio de vida de la población interesa también a los países vecinos e incluso a los distantes.

Hallamos el problema de la conservación de suelos en la raíz de otros muchos de tipo agrícola, industrial y social cuya solución se desea universalmente.

Otro factor es que si constituye un problema de carácter intergubernamental es precisamente por ser esencialmente gubernamental. No se trata de modernizar un sector de la economía nacional que la iniciativa privada, suponiendo que dicho sector dependiese de intereses privados, pueda conseguir hacerlo con idéntico éxito, sino que se trata de una cuestión de política general de conservación, es decir, una buena ordenación de los suelos de un país, y es evidente que el gobierno debe ser en definitiva el responsable de tal política.

No cabe duda de que si hubiera necesidad de actuar exclusivamente en relación con las tierras cultivadas, que por lo regular son de propiedad particular, cabría esperar que el interés del propietario bastaría para asegurar la conservación del suelo. No haría falta, en realidad, una política gubernamental de conservación de suelos y con la adopción de meras medidas locales para ayudar técnica o económicamente al agricultor a corregir ciertos aspectos, por ejemplo de la estructura agraria, habría suficiente. No se necesitarían los objetivos a largo plazo, planes coordinados, o investigaciones, que forman la médula de toda política gubernamental.

Pero precisamente es en relación a tierras bajo explotación extensiva que se requiere sobre todo la acción gubernamental. Vastas extensiones de dichas tierras dependen directamente, como ya se ha dicho, de la responsabilidad de los gobiernos, pero incluso en los casos en que sean de propiedad privada, el propietario no tiene por lo general el mismo incentivo para preocuparse de la conservación de suelos que si se tratase de tierras de cultivo, y con frecuencia tampoco cuenta con los medios para ello, e incluso sus intereses personales pueden estar en pugna con tal conservación.

Por último, tenemos también los grandes latifundios escindidos entre ambos aprovechamientos: agrícola y forestal o pastoral, que igualmente exigen una política gubernamental, ya que los problemas que plantean están íntimamente ligados con el progreso económico general de cada país.

Por lo tanto, ningún gobierno está en situación de eludir la obligación de elaborar una política de conservación de suelos, de la cual forma parte esencial la labor de propaganda y educación. Es posible que para poner en práctica tal política se requieran subsidios, préstamos, etc., pero no habrá que confundir éstos con aquélla.

Esta necesidad ha sido admitida en algunos países que han creado, hace relativamente poco, servicios de conservación de suelos cuya labor ha demostrado su eficacia y ya ha sido coronada por el éxito; Incluso en este caso, sin embargo, puede surgir la cuestión de si los servicios están trabajando en aplicación de una política fundamental de conservación de suelos, o si están más bien interesados en servir otras políticas en las que el aprovechamiento de la tierra no entra más que incidentalmente y si no fueron creados más para remediar situaciones locales (empresa sin duda alguna meritoria) que para aplicar una verdadera política nacional de conservación de suelos.

De cualquier manera, para nosotros la necesidad de tales políticas nacionales, así como su importancia internacional, son evidentes. Y precisamente por ello estimamos aún mucho más necesario coordinar dichas políticas sobre un plano internacional.

Las tierras bajo explotación extensiva, suelen abarcar, dentro de determinada unidad geográfica, mucho más de las fronteras políticas de los estados. Las cuencas de muchos de los ríos importantes del mundo son internacionales. Es evidente que, del tratamiento y cuidados que reciban los suelos de estas cuencas y los de los valles superiores de los ríos, dependerán su caudal, sus crecidas, el sedimento o materiales edáficos que llevan en suspensión y las posibilidades de navegación y aprovechamiento para el riego o producción de energía, factores todos de importancia vital para los países situados en las partes bajas de los ríos. Podría citarse como ejemplo característico el Pakistán occidental, que regularmente está amenazado por las inundaciones de los ríos cuyas cabeceras hidrológicas se encuentran en la India y Cachemira. De igual forma existen vastas llanuras y mesetas situadas a horcajadas sobre fronteras políticas ignoradas, afortunada o desgraciadamente, por los vientos que soplan sobre ellas.

Los rebaños trashumantes tampoco conocen fronteras. La destrucción de suelos ocasionada por el abuso de la ganadería errante en un país, repercute infaliblemente y en forma paralela del otro lado de la frontera. También en este caso el Pakistán nos ofrece un ejemplo: todos los inviernos atraviesan su frontera con Afganistán rebaños migratorios de camellos y hatos de ovejas y cabras hambrientas en busca de mejores forrajes. El fuego tampoco se detiene en los límites de un país y puede originar serios problemas, como en la frontera entre la Argentina y Chile o en la del Canadá con los Estados Unidos. Por último, las plagas de insectos o las enfermedades, suelen reflejar parcialmente la forma en que han sido tratadas la vegetación y el suelo. El suelo denudado de vegetación y los calveros rasos de los bosques, por ejemplo, proporcionan a la langosta migratoria condiciones favorables para la oviposición.

Hay que reconocer también que el fomento de vastas zonas forestales, tales como la cuenca del Amazonas, que están todavía prácticamente intactas, constituye un asunto de carácter internacional, no solamente porque dichas tierras se extienden sobre las fronteras de varios países, ni porque su fomento pueda requerir la inversión de capitales internacionales, sino porque pueden muy bien representar las mayores reservas de tierras todavía disponibles en el mundo para incrementar la producción de alimentos. La colonización de tales tierras prácticamente vírgenes no debe intentarse sin contar previamente con un plan aprobado internacionalmente para así asegurar la conservación del suelo y una producción continua. La tarea - aunque gigantesca - no es esencialmente difícil, ya que teóricamente es posible crear desde un principio las condiciones económicas y sociales compatibles con la ordenación más adecuada de la tierra, teniendo presentes todas las características del medio ambiente y del clima.

Si la conservación de suelos constituye un problema internacional, no existe razón alguna para que la FAO, como Organización, no se empeñe en hallarle solución, y los esfuerzos que se realicen deben apreciarse teniendo en cuenta el hecho de que este problema está en la médula de la mayoría de los demás con que se enfrenta la Organización.

LA CONTRIBUCIÓN DE LA FAO

La importancia del problema de la conservación de suelos ciertamente no ha pasado ignorada por la FAO. Pero debe recordarse que las actividades de la Organización están orientadas por los deseos de sus Estados Miembros y su atención tal vez se fija más fácilmente en problemas inmediatos de menor magnitud, cuya solución puede dar resultados espectaculares.

La FAO ya ha empleado extensamente los tres métodos fundamentales a su alcance: la difusión de información, la ayuda técnica directa y la coordinación de las actividades en escala internacional. Puede decirse que en cierto sentido la conservación de suelos se encuentra implícita prácticamente en todos los proyectos de la FAO y que, indirectamente o de hecho, cualquier mejora en las técnicas agrícolas o silvícolas promueve dicha conservación.

Hagamos un breve examen de las principales actividades de la FAO en este sentido. Se han editado publicaciones tales Conservación de Suelos, que fué uno de los primeros estudios preparados por la Organización, o Clasificación de las Tierras para el Fomento Agrícola, que ha salido a la luz recientemente Dentro del cuadro del programa de asistencia técnica, muchos expertos han estado trabajando en diferentes países en la clasificación de aprovechamientos de las tierras, mejoramiento de la capacidad productiva del suelo, o rehabilitación de suelos deteriorados. La asistencia técnica ha puesto de manifiesto el papel central que representa el problema del aprovechamiento de la tierra y, en muchos casos, especialmente cuando se trata de asesorar o de aplicar políticas de aprovechamiento de montes o pastizales adaptadas a las condiciones locales, ha revelado que no puede esperarse lograr ningún resultado hasta que este problema central se solucione. Por último, en lo que respecta a la cooperación internacional, existe un Grupo Europeo de Trabajo sobre Aprovechamiento y Conservación de Tierras y Aguas; las Comisiones Regionales de Silvicultura y sus organismos subsidiarios, que se han ocupado de la cuestión, aunque naturalmente desde un punto de vista particular; y en 1951 se celebró en Ceilán una reunión sobre los problemas del aprovechamiento de tierras en el sudeste de Asia.

Lo que queda por hacer, quizás no consista tanto en intensificar la acción técnica ya en curso, como en elevar la misma hasta un plano político. Un objetivo interesante sería el hacer que todos los gobiernos aceptaran oficialmente una política racional de aprovechamiento de la tierra como base de su progreso económico, que estuviera fundada en las técnicas de conservación que la investigación moderna y la experiencia han desarrollado y están perfeccionando constantemente. La meta sería la coordinación de las políticas gubernamentales, actuales o futuras, a través de la FAO.

A pesar de la aparente diversidad, es posible que todas las políticas nacionales de conservación de suelos pudiesen estar basadas en principios comunes y generales. En este caso, la declaración oficial de dichos principios podría significar el primer paso hacia una acción internacional más eficaz.

Los «Principios de política forestal», recomendados por la Conferencia de la FAO en 1951 1 constituyen un modelo para dicha declaración. Puede objetarse que este enunciado está expresado en términos muy generales; tanto es así que algunos que lo han leído - tal vez un poco demasiado a la ligera - opinan que estos principios son perfectamente obvios y que una declaración semejante sobre conservación de suelos resultaría ineficaz. Estas críticas no se justifican a los ojos de aquellos que asistieron a los animados debates que se desarrollaron sobre la redacción de cada frase, y casi sobre cada palabra, del enunciado de principios forestales, y pueden confirmar que cada una de las ideas fundamentales tienen repercusiones de gran alcance. Una declaración similar sobre conservación de suelos, redactada con cuidado, tendría el mérito de hacer ver al mundo cómo en la base de todas las actividades de la FAO se hallaba una política de conservación de suelos aceptada por todos.

[1 Resolución N°. 26, aprobada por la Conferencia de la FAO en su Sexto Período de Sesiones, noviembre - diciembre de 1951.]

Si dichos principios pueden establecerse, sólo podrán determinarse y redactarse por personas con una gran experiencia de las muchas y diferentes regiones del mundo y acostumbradas a considerar los problemas del aprovechamiento de tierras no sólo en su aspecto físico, sino también en el económico y social. Sólo la FAO puede pertinentemente convocar una reunión de tales personas.

PRINCIPIOS DE UNA POLITICA DE CONSERVACIÓN DE SUELOS

Posiblemente el primer principio debe admitir que existen ciertos límites, que no hay que rebasar, si no se quiere menoscabar la fertilidad del suelo, al dedicar cualquier parcela de tierra a otros usos de aquellos para los que tiene una «aptitud natural».

Tales límites dependen de las características de cada parcela de tierra y de su relación con la topografía y clima prevalecientes. Pero también dependen de los adelantos técnicos alcanzados en los métodos de conservación así como de las condiciones económicas que, en un momento determinado, hacen que sea posible o imposible la aplicación de los mismos.

Este principio, de aceptarse, supone que la política de conservación de suelos requiere ajustes constantes para permitir el aprovechamiento de los adelantos técnicos y económicos en cada país particular. Implicaría igualmente un sistema de clasificación de tierras que dejara un cierto margen para el progreso de dichos factores técnicos y económicos.

Un segundo principio podría subrayar la naturaleza general del problema de la conservación de suelos, que requiere el establecimiento y mantenimiento de un cierto equilibrio entro los diversos sistemas de aprovechamiento de la tierra que gracias al primer principio parecen posibles. Dicho equilibrio debería obtenerse primero para las dos clases generales de uso de la tierra: agricultura y montes y pastizales - entre las cuales ya hemos hecho una distinción. Esta clasificación no bastaría y con toda seguridad en cada caso habría que acudir a muchas subdivisiones más variadas. El equilibrio que ha de establecerse debe tener un objetivo físico - la conservación del suelo y, un corolario muy importante, la regulación o mejora del régimen hidrológico - y un objetivo económico: la producción óptima en relación con los niveles locales, nacionales, regionales o mundiales. Este segundo principio, por lo tanto, hace que la política de conservación de suelos sea dinámica y no estática.

Desde luego, para asegurar la conservación del suelo de cualquier parcela de tierra, no basta determinar el uso que se le ha de dar. Cualquier aprovechamiento, en ciertas condiciones, o la explotación abusiva, puede causar el deterioro del suelo. Por tanto el tercer principio debe consistir en la adopción, para cada aprovechamiento concreto, de normas que aseguren la conservación del suelo y el mantenimiento de su fertilidad. Dichas normas se referirían, por ejemplo, a la determinación del limite de los cultivos que agotan los suelos agrícolas, el número óptimo de entrada de cabezas de ganado en los pastizales, el turno mínimo en métodos de beneficio del monte bajo. Es evidente, que en un enunciado de principios de este tipo no se puede entrar en todos los detalles, pero se podría, por lo menos, reconocer la necesidad de dichas normas.

La aplicación de una política de conservación de suelos puede implicar restricciones en los métodos tradicionales de aprovechamiento de la tierra, así como modificaciones en las costumbres adquiridas y en algunos casos incluso el desplazamiento o reasentamiento de las poblaciones. Para lograr éxito es esencial que toda la población comprenda y apruebe la política que se quiere aplicar. Esto entraña, y pudiera definirse como otro principio más, el que la idea de la conservación debe inculcarse en la mente del pueblo por todo el país. Quizás el lograrlo, más que de la propaganda dependa de la educación elemental de todos y, más especialmente, de los niños desde su más tierna edad. Mucho es lo que se está haciendo en este sentido en algunos países y es de esperar que los demás sigan el ejemplo. Los ciudadanos, tanto rurales como urbanos, necesitan aprender las nociones de la conservación tanto como aprender aritmética elemental y aceptarlas como un hábito mental.

PERSPECTIVAS FUTURAS

El problema de la conservación de suelos está muy lejos de haber sido descubierto recientemente. No hace mucho, una revista americana citó un pasaje de Platón en el que deploraba la ruina de los bosques y pastizales áticos. Los agricultores, desde que la agricultura se convirtió en un medio de vida, y los especialistas, desde que la agricultura se convirtió en una ciencia, han tratado de conservar la fertilidad de sus suelos y de descubrir los métodos más económicos para lograr este resultado.

Todos los tratados de conservación de suelos terminan con uno o más capítulos sobre la necesidad del aprovechamiento coordinado de la tierra, y señalan claramente el papel esencial que desempeñan los montes y pastizales en la conservación de suelos, y la regulación del régimen hidrológico, si bien no siempre queda explicado detalladamente.

¿Por qué, entonces, continúa la erosión y se extiende en forma alarmante?

Tal vez porque hasta ahora se ha pasado por alto el aspecto humano del problema. Tratándose de un problema humano, es imposible resolverlo solamente mediante la técnica; sino que es preciso contar con una política basada en ella. Consideramos que esta política es una obligación gubernamental e intergubernamental. La existencia de organizaciones internacionales, tales como la FAO, capaces de emprender la acción, no sólo desde el punto de vista técnico, sino también desde el punto de vista de la política, brinda a los gobiernos el mecanismo más eficaz para elaborar dicha política y promover su puesta en práctica. Es de esperar que así se comprenda y que se haga el máximo uso posible de este mecanismo.

BIBLIOGRAFIA

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