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Las plantaciones forestales en el Africa tropical

por M. S. Parry

del Servicio Forestal de Tanganyika

La FAO está publicando una serie de estudios concisos que se piensa refundir en un Manual de Plantación de Bosques. Algunos de ellos ya han salido a luz y otros se hallan en preparación. El autor del presente articulo recibió el encargo de redactar un breve manual con el fin de hacer en él un bosquejo de los métodos de plantación de árboles que suelen emplearse en la zona tropical de Africa, a la vez que un resumen sucinto de los caracteres botánicos de las especies más generalmente cultivadas. Dicha obra ha sido terminada y se publicará dentro de corto plazo. El material que contiene se tomó de trabajos publicados, notas y circulares extraoficiales y comunicaciones privadas de un considerable número de funcionarios forestales en servicio en los países del Africa occidental y oriental1 A continuación, el autor recapitula las particularidades del medio que tuvo bajo estudio.

1 El autor desea expresar su especial reconocimiento a los señores A. Aubreville, Inspecteur général des Eaux et Forêts, Ministère de la France d'Outre Mer, C. J. Taylor (costa del Oro); A. L. Griffith, East African Agriculture and Forestry Research Organization H. C. Dawkins (Uganda); H. H. Pudden (Kenya); y al Gobierno de Tanganyika (Adm. Br.).

Se entiende por Africa tropical toda la zona geográfica comprendida entre los trópicos de Cáncer y Capricornio, extenso y bastante heterogéneo conjunto de países que ofrecen una inmensa variedad de condiciones vegetativas, desde los pastos alpinos hasta los manglares costeros y desde los bosques higrofíticos más húmedos hasta la flora semidesértica. Entre los muchos países que tienen su asiento en este vasto territorio, salvo en época muy reciente, el intercambio de ideas y conocimientos ha sido relativamente escaso. Por tanto, no debe causar extrañeza que con frecuencia la técnica silvícola revele notables divergencias de un lugar a otro, aun tratándose de las especies más comunes. Existen diferentes técnicas de vivero y plantación bien conocidas que, previas adaptaciones locales, se han aceptado en la mayor parte del Africa tropical, pero sorprende la falta de uniformidad que presentan las condiciones y especies a que se aplican.

Se ha conseguido cierto grado de estabilidad en las prácticas de plantación de especies coníferas, pero con pocas excepciones, casi todas las especies frondosas indígenas se plantan aplicando métodos que varían no sólo de un punto a otro, sino también a menudo de un año a otro en un mismo vivero, señal inconfundible de que los silvicultores interesados todavía están haciendo tanteos para subsanar los intentos fallidos. En la mayoría de los países, como prolongación de un período de actividad postbélica, han entrado en una fase de intensificación las investigaciones silvícolas cuyos resultados constituirán sin duda la base de la futura normalización forestal. Es, pues, inevitable que cualquier propósito de elaborar actualmente un manual de plantación para el Africa tropical se considere algo prematuro, pero eso no obsta para apreciar la utilidad de una reseña de los métodos que se emplean hoy en día. La investigación prosigue en marcha continua y es improbable que lleguen a codificarse de manera rígida las técnicas silvícolas en los trópicos. Por consiguiente, haremos una relación de los métodos acostumbrados, con ejemplos de su aplicación, en términos bastante generales. Los procedimientos de plantación han de adaptarse siempre a las condiciones que concurren en cada caso, apoyándose en las experiencias locales.

Clima

Consideraciones generales

Todo empeño de subdividir una gran región en zonas climáticas distintas no pasa de ser por demás artificial, sobre todo si se procede a su ejecución con vistas a elegir las especies aptas para cada zona. Los cambios de clima de un lugar al siguiente no sólo ocurren de un modo imperceptible, sino que sus efectos sobre el crecimiento de los árboles quedan asimismo modificados por la acción de otros agentes, en particular la fertilidad del suelo y la cantidad de humedad del subsuelo. Además, los árboles difieren sumamente en cuanto a su capacidad de adaptación, estando unos constreñidos a vegetar dentro de muy estrechos límites y desarrollándose otros bien en condiciones muy diversas. No obstante, el clima constituye la circunstancia determinante de la idoneidad de una zona para la vida arbórea, y por ende, el elemento más indicado para determinar qué especies serán aptas para una localidad dada.

Los regímenes climáticos del Africa tropical están sujetos primordialmente a la oscilación semestral del sol y a los sistemas eólicos concomitantes que se establecen al través del ecuador. En términos muy amplios, las temporadas de lluvias siguen al sol (con cerca de un mes de atraso), lo cual da lugar a que en la mayor parte de la zona ecuatorial haya dos épocas de lluvias cada año. En el ecuador mismo (o más exactamente en el «ecuador pluvial», a unos tres grados hacia el norte), las precipitaciones máximas de las dos temporadas de lluvias acaecen con poca diferencia un mes después de cada equinoccio. A medida que nos desviamos al norte o al sur del ecuador, las dos estaciones lluviosas se van fundiendo en una sola época de lluvias. En el hemisferio boreal las temporadas se: juntan en el verano septentrional (julio) y en el austral durante el estío meridional (febrero). A causa del desalojamiento del «ecuador pluvial» hacia el norte, la estación única de lluvias no empieza antes de los ocho grados norte, en tanto que a los tres o cuatro grados sur resulta difícil distinguir bien una temporada doble, aunque en febrero puede registrarse una ligera interrupción de las lluvias. Las lluvias más copiosas siempre caen al iniciarse en dirección norte el movimiento solar aparente.

Ocioso es advertir que estas influencias de orden general quedan modificadas de hecho en gran medida por efecto de la topografía local y de la distancia al mar o a los lagos. Por lo común, las condiciones de la localidad ejercen un efecto poderoso sobre la cuantía total de las precipitaciones, pero escasísimo en los cambios de estación, si bien cabe indicar que hay excepciones a esta regla.

En los territorios del Africa tropical donde existe una estación fresca, como sucede en las alturas del Africa oriental, la época más fría del año suele ser la temporada de sequía; allí el régimen climático corresponde al tipo caracterizado por las «lluvias estivales», en contraposición al tipo «mediterráneo» que se distingue por tener una estación seca calurosa y otra húmeda y fría. Tal diferencia afecta el crecimiento de ciertas especies, siendo ésta una de las razones de la buena aclimatación obtenido con especies antillanas en las tierras altas del Africa oriental y en las zonas de lluvias estivales del sur de Africa.

Los principales agentes que determinan el tipo climático son las Lluvias y la temperatura. Como esta última depende en gran parte de la altura, se acostumbra denominar un ambiente cualquiera atendiendo a los fenómenos básicos de:

a) precipitación media anual y
b) altitud.

Sin embargo, solamente estas dos particularidades conducen a una errónea simplificación si se usan como fundamentos de la aptitud de una zona para la vegetación arbórea.

En el Africa tropical la distribución de las lluvias está supeditada en gran medida a que éstas se presenten mayormente en una o en dos temporadas. Si la época de aguas es única y corta, seguida de una larga sequía de seis o más meses, impone condiciones cuyos rigores sobrepujan a los de igual precipitación total repartida en dos estaciones. Con frecuencia se dan casos en que resulta preferible la temporada sencilla para lograr el afianzamiento de las plantaciones, pues suelen ser entonces más favorables y seguras las condiciones de plantación, pero a menos que la precipitación íntegra se eleve lo bastante para eliminar los peligros de la sequía, la estación doble se prestará mejor al crecimiento sostenido de los árboles. En zonas de una sola época de lluvias, puede ser que la precipitación mínima que determinada especie exija haya de superar en 250 mm. (10") a la que bastaría si la estación fuera doble.

La humedad ambiente también influye sobre la eficacia de las lluvias. Por lo general, precipitaciones y humedad se hallan en íntima correlación, pero sucede a veces que en algunos lugares la humedad relativa es elevada y la precipitación escasa; por ejemplo, en montañas donde predominan las nieblas, que dan la falsa impresión de estar en zona seca porque llueve poco. De hecho, puede conseguirse un excelente des arrollo de las especies coníferas con apenas 760 mm. (30") anuales de lluvia con tal que la atmósfera esté siempre cargada de niebla. Mayores consecuencias todavía llega a tener el efecto que sobre el microclima ejerce la propia vegetación. Muchos bosques importantes del Africa, sobre todo alrededor de los límites más secos de los mismos, son de naturaleza residual y subsisten principalmente en virtud de la manera en que ellos a su vez actúan sobre el medio. Cuando hubiera que reponer mediante plantaciones las especies de valor económico en ellos existentes por ser sometidas a explotación, acaso fuese necesario adoptar un método de plantación bajo cubierta, aunque teóricamente sería factible la corta a matarrasa, repoblando después en combinación con cultivos campestres. En el Africa tropical las temperaturas están condicionadas de modo principal por la altura sobre el nivel del mar, pero no parece tener menor trascendencia la altitud relativa con respecto al territorio circunvecino. Así, a la altura de 1.200 metros (4.000 pies) en una montaña que se alza en un llano bajo, el clima será mucho más frío que a elevación y precipitación iguales en medio de una de las inmensas: mesetas características del continente africano. De aquí que la mejor guía para juzgar del clima no sea la altitud, sino la temperatura media si bien dentro de una región limitada será mucho más fácil hablar de alturas, puesto que a menudo se desconocen los datos de temperatura. Las cifras de temperatura más indicadas para definir un tipo son la media máxima de verano (es decir, la media de las máximas diarias durante los meses más calurosos del año) y la media mínima de invierno. Las máximas y mínimas absolutas son menos interesantes, hecha la salvedad de las zonas sujetas a heladas, donde conviene conocer la mínima extrema que haya probabilidad de registrarse.

Subdivisiones en zonas silvícolas

Teniendo presentes las anteriores consideraciones los innumerables tipos climáticos del Africa tropical se agrupan aquí en siete grandes categorías. Se hace hincapié en que éstas no constituyen unidades climatológicas distintas, que serían demasiadas para los fines que ahora perseguimos, sino simplemente una manera cómoda de subdividir una región dotada de inmensa variedad en un número de zonas que facilite su estudio. La mayoría de las especies se adapta a cualquier punto de una zona y muchas de ellas prosperan en varias.

Las zonas caracterizadas para el propósito son las siguientes:

Zona I. - Tierras bajas tropicales lluviosas

Terrenos muy pluviosos en que la precipitación alcanza 1.800 mm. (70") al año, can elevado temperatura uniforme y pocos cambios estacionales. La altura varía desde el nivel del mar hasta unos 450 metros (1.500 pies). La temperatura media máxima es de unos 29° a 32°C (85 a 90°F) en el mes más cálido y la media mínima como de 21° a. (70°F) en el mes más fresco. Comprende las superficies más húmedas de bosques higrofíticos situadas en el Africa occidental y central y extensiones limitadas de laderas en las llanuras costeras del Africa oriental. Cerca del ecuador no existe una estación seca bien definida ni tiene la precipitación dos máximos; sin embargo, a mayor latitud hay una sola temporada de lluvias netamente definida y un período inconfundible de sequía pero el coeficiente de humedad es siempre elevado.

Zona II. - Tierras bajas tropicales húmedas

Pluviosidad moderada comprendida entre los 1.000 y 1.800 mm. (40" y 70") al año, con elevada temperatura uniforme. La altitud varía desde el nivel del mar hasta unos 1.200 m. (4.000 pies) en configuraciones de meseta, o sólo hasta 750 m. (2.500 pies) en tierras de pendiente pronunciada. Las variaciones de temperatura presentan una amplitud ligeramente mayor que en la Zona I, siendo de 29° a 32°C (85° a 90°F) la media máxima de verano y de 15° a 18°C (60° a 65°F) la media mínima de invierno. Hay en esta zona tres regímenes de lluvias; a saber: ecuatorial (dos máximos), tropical boreal (máximo en julio) y tropical austral (máximo en febrero). Este tipo de clima se encuentra en una inmensa y variada zona, susceptible de una subdivisión casi ilimitada. En el presente trabajo se considera que comprende las superficies más secas con monte alto del Africa occidental, gran parte de la cuenca del Congo y los lugares más lluviosos de las llanuras costeras del Africa oriental. Se hace también extensiva a los importantes «bosques de altitud mediana» con caracteres bastante precisos, como los de Uganda, toda vez que gran número de las especies importantes que contienen crecen con igual facilidad hasta el nivel del mar, en tanto que son pocas las que se encuentran algo arriba de los 1.200 m. (4.000 pies).

Zona III. - Clima de montaña húmedo

Precipitación moderada o elevada que oscila entre 1.000 y 1.800 mm. (40" y 70") anuales, rebasando en ocasiones los 2.550 mm. (100") en determinadas localidades. Si las lluvias sólo ocurren en una estación, se necesitan más de 1.250 mm. (50") para producir condiciones equivalentes a las de una precipitación de 1.000 mm. (40") en dos temporadas. El clima es fresco, aunque la temperatura rara vez desciende al punto de congelación, oscilando la media máxima de verano entre 21° y 27°C (70° y 80°F) y la mínima de invierno entre 10° y 15°C (50° y 60°F). La altitud de esta zona se halla comprendida por lo regular entre 1.200 y 2.100 m. (4.000 y 7.000 pies), pero algunas localidades peculiares en que el terreno se levanta abruptamente sobre una llanura, pueden tener un clima semimontano a alturas tan bajas como de 750 m. (2.500 pies), aunque siempre con precipitaciones cuantiosas bien distribuidas y gran nubosidad. Este tipo climático se encuentra sobre todo en laderas de orientación este y sur de las cordilleras del Africa oriental.

Zona IV. - Clima de montaña seco

Pluviosidad escasa o moderada a grandes alturas. La precipitación anual oscila entre 600 mm. y 1.000 mm. (25" y 40") en dos temporadas, o entre 750 y 1.250 mm. (30" y 50") en una sola estación. En la mayoría de los casos, la altitud va de los 1.500 a los 2.750 m. (5.000 a 9.000 pies). A menor altura, las precipitaciones inferiores a 750 mm. (30") en dos estaciones o 1.000 mm. (40") en una sola, crean condiciones que se confunden con las de la Zona V. La temperatura es de clima fresco durante todo el año, que se convierte en muy frío durante la estación seca; no son raras las heladas por encima de los 1.800-2.100 m. (6.000-7.000 pies), con variaciones diurnas considerables v. gr., de 2° a 24°C (35° a 75°F). Se extiende principalmente a las tierras más elevadas del Africa oriental y laderas secas de montañas aisladas.

Zona V. - Altiplanicie seca

Precipitación escasa o moderada, que oscila entre 600 y 1.000 mm. (25" a 40") al año, o llega a los 230 mm. (45") cuando hay una sola temporada de lluvias. Los límites de altitud se establecen casi siempre entre 900 y 1.500 m. (3.000 y 5.000 pies). Las temperaturas son bastante elevadas inmediatamente antes de las estaciones lluviosas, pero descienden durante la de sequía, acercándose con frecuencia la media máxima de verano a los 32° a. (90°F), en tanto que la media mínima de la temporada seca suele ser bastante inferior a los 15° a (60°F). Pueden caer heladas a los niveles superiores citados fuera de la región ecuatorial. Este tipo de clima se encuentra en una zona amplísima de la extensa meseta que comprende la mayor parte interior del Africa oriental desde Uganda hasta las Rhodesias. En la Zona VI se observan condiciones muy análogas, pero con temperaturas medias más altas. Los tres tipos de régimen pluvial se presentan en esta zona, pasando del máximo único meridional de febrero y por los dos máximos ecuatoriales, al septentrional de agosto.

Zona VI. - Tierras bajas secas

Precipitación anual baja o moderada, comprendida principalmente, entre los 600 y 1.000 mm. (25" a 40"). La altitud es inferior a 900 m. (3.000 pies). Las temperaturas suben mucho durante las temporadas de calor, experimentando considerable variación diurna. La temperatura media máxima del mes más caluroso suele ser superior a 35° a. (95" F), variando la media mínima del mes más frío entre 15° y 21°C (60° y 70° F). Tiene este tipo de clima una inmensa zona que se extiende como una faja de 320 a 430 Km. (200 a 300 millas) de anchura, cruzando en dirección recta las regiones septentrionales de los territorios costeros de Guinea, desde el Senegal hasta el Sudán. En esta zona, el régimen de lluvias suele ser del tipo tropical septentrional, con un solo máximo en julio-agosto; pero a alturas menores puede haber una estación doble con un breve intervalo en julio-agosto. Condiciones análogas, pero de régimen meridional, imperan en Angola y en la costa del Africa oriental. En el litoral de Guinea, desde la Costa del Oro hasta Dahomey, se presentan también estos caracteres con régimen ecuatorial.

Zona VII. - Clima semidesértico

Se considera que ésta comprende todas las comarcas de menos de 600 mm. (25") de precipitación anual, independientemente de la altitud. Tales condiciones existen en una faja que cruza toda el Africa en dirección paralela a la de la Zona VI, pero al norte de ella, a la latitud de 12°-15° norte. También existen zonas semidesérticas en el suroeste de Angola y en gran parte del norte de Kenya y Somalia. Se encuentran, asimismo, islotes en el interior de Tanganyika y en otros lugares sobre las faldas de las principales montañas por el lado expuesto a las lluvias.

Suelos

En un artículo como éste es prácticamente imposible tratar de establecer clasificación alguna de los innumerables tipos de suelos que se hallan en la zona tropical de Africa. Habrá que consultar al efecto la bibliografía publicada sobre la materia. Las siguientes notas se refieren a las principales propiedades de los suelos que influyen en la vegetación arbórea, indicándose los elementos que deben examinarse al juzgar la aptitud de un suelo para fines forestales.

Topografía

Normalmente, los terrenos escarpados no deben calificarse de inconvenientes para la plantación de bosques, a menos que ésta haya de encomendárseles a ocupantes sin título. Pero aun siendo así, las pendientes hasta de 30 grados pueden plantarse con bastante seguridad, pues el terreno sólo permanecerá desboscado durante 3 ó 4 años, período en verdad corto para que llegara a perderse la elevada permeabilidad de un suelo forestal natural. Paradójicamente, el suelo suelto y friable está menos expuesto a la erosión que el duro y compacto. Si la plantación se efectúa directamente en dehesas o matorrales, el límite del declive estará determinado en gran medida por el coste de la construcción de caminos, lo que, a su vez, depende casi siempre de la profundidad del suelo y de la regolita. En laderas de pendiente moderada, la construcción de caminos puede costar solamente 52 dólares por Km., pero en terrenos escarpados tal vez los costos pasen de una cantidad diez veces mayor si cerca de la superficie hay roca no desintegrada. La plantación en terreno demasiado empinado para la construcción de carreteras acaso fuese necesaria en ciertos casos por razones de protección o para acabar de cubrir determinada extensión sin dejar claros; no obstante, por regla general debe evitarse dejar las plantaciones incomunicadas.

Profundidad del suelo

El punto importante se refiere a la profundidad del arraigue, que no siempre es la misma que la del suelo. En suelos de pedregosidad somera, la humedad escurre a veces por hondas fisuras donde también pueden penetrar las raíces, dando lugar a una vegetación arbórea bastante buena en un suelo no apto para la agricultura. Si se observa esta circunstancia, por ejemplo a orillas de un corte de carretera, o se colige del crecimiento de los árboles, la presencia de roca cerca de la superficie no es motivo para desistir de la plantación. En cambio, la profundidad de arraigue podría ser muy superficial en suelos que parecen profundos, lo cual proviene a menudo de la mala distribución del agua en el perfil.

Permeabilidad

Hay ocasiones en que el arraigue a escasa profundidad es consecuencia de que la capa freática de algunos suelos sube mucho en determinadas épocas del año, circunstancia que da a conocer el subsuelo por la formación de gley, en tanto que otros suelos son simplemente impermeables, y si el clima es seco, la humedad raras veces se encuentra más allá de unos cuantos decímetros de la superficie, teniendo los árboles que mantenerse de modo exclusivo después de una tormenta hasta la siguiente a base del agua que humedece la superficie. De ordinario los suelos impermeables dan lugar a un abundante escurrimiento superficial, con posibilidad de que una gran parte de la lluvia se pierda, a menos que en la tierra se hagan camellones a nivel. Los árboles casi siempre se avienen mejor a los suelos ligeros permeables que a los de limo compacto o arcilla pesada, aunque en los de arena gruesa, si el perfil es muy profundo, el exceso de agua de las tormentas fuertes puede filtrarse rápidamente hasta alcanzar una capa freática fuera del alcance de las raíces de los árboles. En suelos de este tipo, los árboles que en la fase de brinzales echan una vigorosa raíz principal descendente como el Eucalyptus camuldulensis y la Casuarina, llevan ventaja sobre los que como la Cassia siemea propenden a arraigar en la superficie; en cambio, si el suelo fuese muy impermeable, los favorecidos serían los últimos. La; profundidad máxima que alcanzan las raíces de ciertas especies xerófilas con frecuencia excede de 15 m. (50 pies) y puede pasar de 30 m. (100 pies), pero en muchas de las regiones más secas de Africa no existe virtualmente capa freática antes de los 60 m. (200 pies) o más bajo la superficie. Por tanto, hay probabilidad de que, hasta cierto punto, todas las especies tengan que depender del agua superficial.

Fertilidad

El efecto de la fertilidad del suelo se hace sentir ante todo durante los primeros años del desarrollo de la planta. Con rotaciones largas y pluviosidad bastante elevada, la bondad del terreno depende probablemente más de la naturaleza de la roca madre que de la fertilidad del suelo en la época de la plantación. Esto es, desde luego, lo que ocurre cuando se planta en campos agotados de los cultivadores locales. Al principio, el crecimiento será mejor en los campos recién barbechados que en los temporalmente empobrecidos, pero es de esperar que tales diferencias se desvanezcan en el curso de la rotación. No quiere esto decir que pueda hacerse caso omiso de la fertilidad, pues de hecho hay suelos en los cuales la buena o mala vegetación dependerá mucho del aprovechamiento de la fertilidad inicial antes que desaparezca. Los terrenos arenosos de las zonas lluviosas, profundos y permeables, cubiertos de bosque o matorral degradado, están muy propensos a perder su fertilidad si se desmontan para repoblarlos. Cuando en dichas tierras efectúan el desmonte ocupantes sin título, quizá resulte indispensable plantar árboles en seguida de la roturación a fin de utilizar el aumento temporal de fertilidad que se consigue a raíz de una quema. De no hacerlo así, tal vez el suelo quedara virtualmente impropio para la plantación de especies exigentes hasta lograr su recuperación lenta mediante un largo descanso con matorral. En algunas partes del Africa, la fertilidad primordial de la roca madre es de por sí muy baja y esta sola circunstancia mengua la calidad de la vegetación. Gran parte de la tierra árida cubierta con especies caducifolias de un tipo conocido por el nombre de miombo, tiene la propensión natural a la esterilidad, sobre todo si el perfil permite un des agüe fácil y las precipitaciones son bastante abundantes para superar a la evaporación. En Rhodesia del Norte, por ejemplo, el crecimiento de los árboles está limitado por la general esterilidad del suelo en muchos lugares donde teóricamente el clima favorece la formación de monte alto esposo. Por tanto, al estudiar la aptitud de un terreno para la plantación forestal, hay que distinguir entre los suelos pasajeramente empobrecidos y los escasos de fertilidad propia.

En la práctica, el modo más fácil de enjuiciar la fertilidad inicial de un suelo consiste en observar la calidad de los cultivos o de la vegetación que en ellos crece. Casi siempre es posible percatarse del agotamiento de la tierra por medio de las especies que la población indígena conozca bien como indicadoras de suelos pobres. En todo caso, resulta útil e interesante practicar análisis completos de los suelos, aunque la interpretación de los resultados es difícil. El informe de un químico de suelos sirve para obtener indicaciones más seguras acerca de la adaptabilidad de los mismos a determinados cultivos agrícolas que al establecimiento de plantaciones forestales a largo plazo. La calidad de estas últimas puede en definitiva depender, en mayor proporción quizá, de los elementos nutritivos asimilables de las rocas aún en proceso de descomposición, así como de la profundidad del suelo, su ventilación y capacidad retentiva para la humedad, que del estado inicial en materia de elementos nutritivos en la época de la plantación. Los análisis son útiles principalmente cuando hay indicios de una evidente deficiencia en substancias nutritivas. Algunas especies importantes (v. gr., la Chlorophora) presentan a menudo síntomas que pueden provenir de trastornos de la nutrición, y en todo tiempo vale la pena obtener datos que permitan diagnosticar las irregularidades fisiológicas.

Conviene siempre ensayar la acidez del suelo, ya que muchas especies son sensibles a este respecto y su gama de tolerancia es muy limitada. Por ejemplo, la mayoría de los pinos (salvo el Pinus halepensis) requiere, para el desarrollo óptimo, suelos con grado de acidez comprendido entre pH. 4 y pH. 6. Casi todos los suelos del Africa tropical manifiestan una ligera acidez a menos que procedan directamente de rocas calcáreas.

Humedad del subsuelo

Siempre hay que buscar señales de la presencia de humedad en el subsuelo, pues por lo regular afecta de manera preponderante el crecimiento de los árboles. Pocas especies resisten el anegamiento si pasa de unos cuantos días, y los suelos expuestos a inundaciones temporales o a la elevación del nivel freático en ciertas ocasiones deben clasificarse entre los terrenos especiales. Pueden ser muy apropiados para la plantación de bosques, a condición de seleccionar las especies particularmente adaptadas a estas condiciones (v. gr., Eucalyptus camaldulensis, Lagerstroemia, Populus, etc.). En tierras secas, la presencia de una capa freática a profundidad y alcance de las raíces de los árboles es capaz de modificar por completo la categoría de una estación boscosa, pero es difícil descubrir su existencia. Un árbol grande aquí y allá en una zona de precipitación muy escasa acaso indique la presencia de agua, aunque podría ser consecuencia de una filtración local, sin que haya seguridad de lograr un buen crecimiento uniforme en toda la zona. Las márgenes arenosas de los ríos suelen tener agua cerca de la superficie durante la mayor parte del año y se prestan de modo ideal para la plantación ribereña; sin embargo, conviene recordar que los depósitos aluviales de ambas orillas constituyen casi siempre valiosos suelos agrícolas.

Entre los éxitos más importantes de la misión forestal en Chile figura el centro de demostración de extracción y aserrío en Llancacura y la escuela forestal de la Universidad de Santiago. La misión, compuesta por seis expertos, seguirá desempeñando su labor durante 1955. Sus actividades durante los últimos tres años fueron dirigidas por E. I. Kotok, ex-jefe auxiliar del Servicio Forestal de los Estados Unidos de América. Altas autoridades gubernamentales han expresado su agradecimiento por los servicios prestados por el Sr. Kotok, quien se acaba de retirar de su cargo de jefe de la misión forestal y de todas las misiones de asistencia técnica de la FAO en Chile. En la fotografía puede verse un bosque de Araucaria chilena durante el invierno, sito en el Parque Nacional «Los Paraguas». Con este paisaje están familiarizados los miembros de la Misión Forestal de la FAO.

Fotografía facilitada por el Departamento de Bosques, Chile.


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