Página precedente Indice Página siguiente


Consideraciones generales

Causas históricas de la fragmentación del monte

En la mayor parte de las tierras del mundo, el monte no ha sido objeto de apropiaciones individuales. Las poplaciones primitivas del globo no concebían, en efecto, la posibilidad de semejante apropiación.

Desde entonces acá, las civilizaciones se han desarrollado de diversas formas. En muchos casos, ha subsistido la idea general de que el monte, y más generalmente aún, la tierra que el hombre no trabaja, es el bien común de todos, y los Estados, representantes de la colectividad nacional, se consideran propietarios de dichas tierras. Por regla general, la propiedad individual aplicada al monte cobró existencia en regímenes de tipo feudal. Por esta razón, cada propiedad abarcaba muy vastas superficies. Aún hoy subsisten varios de estos grandes dominios arbolados. No obstante, el régimen de la propiedad forestal del Estado o de la gran propiedad individual se encontraba atemperado por el ejercicio del derecho de uso, del que se beneficiaban las poblaciones colindantes al monte.

Cuando se disolvieron los regímenes feudales, los beneficiarios de estos derechos se convirtieron de modo absolutamente natural en propietarios de una parte por lo menos de estos vastos dominios. Nuevamente varió la suerte de los montes con los hábitos y las legislaciones. En algunas regiones, el disfrute colectivo se transformó en propiedad colectiva. En otras, ha prevalecido la partición individual. En este último caso, las leyes y costumbres de sucesión han tenido una influencia decisiva en el fraccionamiento de la propiedad forestal. Cuando éstas exigen o favorecen la partición de un dominio entre todos los herederos, la extensión de las parcelas arboladas que constituyen la parte de cada uno se aminora cada vez más con las sucesivas generaciones y con frecuencia también, la propiedad de un solo individuo no se encuentra ya constituida por la parcela de un sólo tenedor, sino por un gran número de pequeñas parcelas dispersas y muchas veces muy alejadas unas de otras.

En los países de colonización relativamente reciente, la propiedad forestal individual de poca extensión ha podido nacer de otra manera. En tanto que las grandes compañías industriales han logrado, en algunos casos, asegurarse la propiedad de vastas extensiones boscosas, los colonos, en los lotes que les han sido adjudicados, han dejado subsistir el bosque en los terrenos menos favorables al cultivo, creando así masas de extensión relativamente escasa, pero cuya superficie total representa a veces una proporción considerable de los montes nacionales.

Inconvenientes de la fragmentación del monte

El que una masa forestal, ya pertenezca al Estado, a una colectividad o a un propietario particular, tenga una gran extensión no es garantía de que dicha masa esté bien tratada. Nada se opone, por otra parte, a que un bosque pequeño sea objeto de atentos e inteligentes cuidados. El solo hecho de que sea reducido y de que pertenezca, en general, a un propietario con medios financieros limitados, es sin embargo un obstáculo para una buena gestión. Tan grande es este obstáculo que, en algunos países, especialmente de la Europa mediterránea, la fragmentación del monte acarrea casi fatalmente su pérdida. Viene a ser reemplazado, en los casos más favorables, por cultivos arbóreos más o menos asociados con la agricultura, o bien por rodales muy claros cuya producción leñosa no es más que un accesorio, siendo el principal interés de tales montes el pastoreo o la recolección de frutos u hojas.

¿A qué obedece que un bosque pequeño sea susceptible de ser maltratado? Las razones de ello son múltiples. La principal de todas es que el propietario se desinteresa del mismo porque generalmente sólo obtiene escasos ingresos y muy distanciados. Esto no es absolutamente inevitable. Hay formas de tratamiento que permiten obtener rentas, si no anuales, al menos a intervalos cortos y regulares, de un bosque de pequeña dimensión. Bien es cierto que no es éste el caso general; pero, por falta de formación técnica, el propietario ignora con harta frecuencia lo que, en realidad, puede extraer de su bosque. No se le puede reprochar, porque tiene otras ocupaciones. ¿Quién es, en efecto, este propietario? Pueden presentarse dos casos. En el primero, el propietario es un agricultor que posee una finca en la que una parte del territorio está precisamente ocupada por el bosque. Si la renta en metálico que obtiene no constituye más que un escaso extraordinario, apenas siente estímulo para concederle más atención, aunque por otra parte aprecie las comodidades que le procura este bosque al facilitarle leña, madera de construcción a veces, un pastizal - del que se abusa con mucha frecuencia - para su ganado, y una fuente de barrujo o de humus - del que también abusa con frecuencia - para sus establos o sus abonos. En el segundo caso, el propietario, que ha recibido su pequeño bosque por obra de herencias o particiones, no habita ya en las proximidades de éste y ha perdido todo contacto directo con él. Lo considera quizá como materia de especulación o como ahorro para los tiempos difíciles, pero no como fuente regular de ingresos.

En todos los casos, el hecho de que el pequeño propietario no se preocupe apenas de su bosque más que cuando decide - con razón o sin ella - efectuar la corta de los árboles, le coloca en una posición bastante desventajosa cuando se trata de vender dichos árboles. Sucede con demasiada frecuencia que de ello no obtiene más que una suma relativamente reducida. Es cierto que la explotación de un escaso volumen de madera casi no es económica, pero esto no siempre es así, ya que al pequeño bosque particular se le atiende o muchas veces se le podría atender mucho mejor que a las masas más importantes, puesto que está más próximo a las rutas y a los lugares de residencia. Añadamos también que, por regla general, el bosque se encuentra en terrenos más fértiles y que su renta habría - de ser relativamente mayor.

El pequeño propietario forestal, si carece de conocimientos técnicos, podría remediar esta situación en muchos países recurriento a los servicios de un forestal de profesión. La escasa dimensión del bosque no podría justificar el empleo de un técnico permanente. El utilizar un técnico temporal disminuye consiguientemente los beneficios que es susceptible de producir el bosque pequeño. En el mismo caso se encuentra todo gesto, ya lo haya destinado al mejoramiento del monte o a la formación de un capital forestal. Esto es evidente cuando se trata o bien de repoblar una corta cuya regeneración, por una razón cualquiera, no puede obtenerse naturalmente, o bien de plantar un terreno que ha perdito interés para la agricultura como consecuencia de la evolución de las condiciones económicas de la región donde se encuentra o de la familia a que pertenece. Tales operaciones resultan costosas y por muy interesante que pueda ser el beneficio, en todo caso sólo habrá de obtenerse a largo plazo. Si nada viene a estimular al propietario, lo más probable es que los terrenos en cuestión no sean objeto de trabajo alguno. Se instalará o reinstalará quizás el bosque en ellos, pero se corre el peligro de que su calidad sea mediocre o que sólo se constituya con un gran retardo.

Aún existen muchos más motivos para que un pequeño propietario forestal particular se desinterese del cuidado o de la implantación de un monte. En muchos países, por ejemplo, el pastoreo en los montes es libre, y como consecuencia de una insuficiente vigilancia del ganado, corre el riesgo de dañar o destruir la regeneración natural o artificial.

Sin embargo, no es preciso generalizar en nada. Hemos dicho que la falta de interés del propietario era la causa principal del mediocre rendimiento del bosque pequeño. Ahora bien, hay casos en que la renta del bosque que forma parte de un explotación agrícola constituye el volumen principal de los ingresos del agricultor. Es ésta una situación que se halla muy generalizada en Finlandia, es muy frecuente también en Suecia y Noruega, y que aún nos la encontramos en regiones de una tasa de repoblación elevada, como son las Landas en Francia. Si en tal caso el bosque proporciona a su propietario una renta inferior a la que podría esperar, este déficit no ha de atribuirse a su falta de interés, sino más bien a alguna de las otras razones que acabamos de mencionar: la falta de conocimientos técnicos, la dificultad de dar salida a pequeños lotes en el mercado de madera, la falta de fondos necesarios para su inversión en trabajos de mejoramiento o de repoblación. Añadamos, además, para explicar las cortas excesivas o ejecutadas a una edad insuficientemente avanzada, la necesidad de allegar de modo repentino las sumas relativamente cuantiosas que se necesitan, por ejemplo, para la liquidación de los derechos reales, o para la adquisición de una máquina agrícola.

Remedios contra la fragmentación del monte

La situación que acabamos de describir tiene varios remedios. En algunos casos, las parcelas dispersas que pertenecen al mismo propietario pueden reagruparse por medio de una permuta o de su adquisición, a fin de constituir unidades mayores y más fáciles de tratar. Tal es la concentración que se ha efectuado a veces con éxito, por ejemplo en Suiza. Pero resulta difícil convertir en gran propietario forestal a un pequeño propietario que no posee más que algunas hectáreas, aunque se concentren en una sola unidad las parcelas cuya totalidad cubría anteriormente esta superficie. Otra solución es la ayuda del Estado, en forma directa (subvenciones en efectivo o en especie, ayuda técnica) o indirecta (tributación, protección del mercado de la madera, etc.).

Pero el remedio que a primera vista parece ser más susceptible de estimular el interés del pequeño propietario forestal, corrigiendo al mismo tiempo en la mayor medida posible su aislamiento, sus deficiencias técnicas y las dificultades inherentes a la pequeña dimensión de su monte, es sin duda la asociación entre propietarios forestales que se encuentran en situación análoga.

Esta asociación puede adoptar formas muy diversas y en las páginas que van a continuación nos proponemos examinarlas y extraer de ellas la experiencia adquirida en los diversos países acerca de esta materia, enseñanzas que esperamos puedan ser útiles a los que, teniendo a su cargo el orientar las políticas forestales nacionales, tropiezan con las dificultades que plantea el fomento intensivo de pequeño bosque particular.

Importancia territorial del problema

Antes de entrar en el fondo de la cuestión, nos parece sin embargo necesario hacer dos observaciones.

Se ha dicho que el monte particular y su fragmentación no interesan más que a un número relativamente escaso de países del mundo. Quizá sorprendiese el que consagrásemos un estudio a esta cuestión si no se añadiera que estos países se encuentran en las regiones del mundo en que más elevada es actualmente la productividad del monte y en las que, desde este momento, desempeña un papel económico y social considerable.

El Cuadro 1, tomado de «Recursos forestales mundiales» (FAO), 1955, y que se refiere a los países que han de mencionarse con mayor frecuencia en el presente estudio, muestra la considerable importancia del monte particular ano en ciertas regiones en que la silvicultura no se halla desarrollada todavía.

Pero este cuadro no lo dice todo, ya que no indica nada de la fragmentación del monte particular. Aunque, de un país a otro, la extensión media del monte particular sea bastante distinta, puede decirse que, en casi todos los países muy adelantados en los que el monte particular es importante, dicha fragmentación está más acentuada.

CUADRO 1. - CLASIFICACIÓN DE LOS BOSQUES ACCESIBLES

País

Superficie forestal total

Superficie de los bosques por regiones de profundidad

Porcentaje de los bosques particulares en relación con la superficie de los accesibles

Total de los bosques

Bosques accesibles

Del Estado

Comunales

Pertenecientes a instituciones

De propiedad privada

Europa

Miles de hectáreas

Porcentaje


Austria

3 139

3 139

471

292

446

1 930

61


Dinamarca

438

438

122

16

26

274

63


Finlandia

21 660

20 700

7 100

320

120

13 160

64


Francia

11 407

11 407

1 634

2 473

1

7 299

64


Alemania Occidental

6 732

6 732

2 104

1 499

330

2 799

42


Italia

5 648

5 648

146

1 424

-

4 078

72


Países Bajos

250

250

38

37

13

162

65


Portugal

2 487

2 467

100

-

-

2 367

96


Suecia

22 980

22 980

4 580

750

390

17 260

75


Suiza

950

850

40

550

10

250

29


Reino Unido

1 661

1 661

383

-

-

1 178

75

América del Norte y Central


Canadá

341 963

130 168

107 719

-

-

22 449

17


Guatemala

5 450

2 250

500

-

-

1 760

78


México

25 856

24 563

3 500

11 372

-

10 984

42


Estados Unidos

252 530

191 830

45 330

6 880

-139 620

73


América del Sur


Brasil

480 196

120 048

72 029

..................................

48 019

40


Chile

16 360

6 896

2 111

-

-

4 784

09


Paraguay

20 906

6 272

439

-

-

5 833

93


India

70 979

48 930

39 769

-

-

9 171

19


Japón

22 617

21 780

6 686

3 067

664

11 373

52

En Noruega, de 7.500.000 Ha de monte, hay 5.300.000 en números redondos, excluidas las de sociedades y corporaciones industriales, que pertenecen a la propiedad privada, de las cuales 3.600.000 forman parte integrante de explotaciones agrícolas. La superficie media de estas últimas es de 27,3 Ha. pero de 131.886 propietarios forestales, la cuarta parte poseen menos de 2,5 Ha. de monte y el 60 por ciento, menos de 10 Ha.

En Suecia, las compañías industriales poseen alrededor del 26 por ciento de los montes particulares y la superficie media de los bosques de granja parece ser sensiblemente mayor que en Noruega. En Finlandia, donde casi todos los montes particulares son de granja, su extensión media es del orden de 34 Ha. En los Estados Unidos, de cerca de 140 millones de Ha. de montes particulares comercializables, una importante superficie pertenece a compañías industriales o a grandes propietarios, pero 55 millones de Ha. se hallan repartidas entre 3.200.000 agricultores. La extensión media del bosque de granja es de unas 17 Ha. y, si la superficie media del monte particular llega en conjunto a 32 Ha., el número de propietarios que poseen más de 200 Ha. arboladas no alcanza al 1 por ciento del total de los propietarios de montes.

Ahora bien, la fragmentación es mucho más pronunciada en otros países. En la Alemania Occidental, de 693.235 montes de menos de 100 Ha., 323.136 tienen una superficie inferior a 1 Ha. (su superficie media no llega a 40 áreas). En Francia en 1945, había 2.359.000 Ha. de montes particulares, constituidos por montes de menos de 10 Ha., subdivididos con frecuencia en múltiples parcelas dispersas y pertenecientes a 1.445.730 propietarios, de un total de 1.528.707. La superficie media de los montes de menos de 10 Ha. era de 1,5 Ha. Por último, en el Japón, el monte particular se halla repartido entre poco más de 5 millones de propietarios. Pero, de este número de propietarios, el 73 por ciento, o sea 3.634.000, no poseen más que superficies arboladas inferiores a 1 Ha. La superficie global de estos montes inferiores a 1 Ha. sólo asciende a 1.740.000 Ha., lo que representa el 15 por ciento de la superficie total, de tal manera que la superficie media de estos montes pequeños no llega a las 50 áreas. El número de propietarios que poseen más de 20 Ha., rebasa un poco el 1 por ciento de la cifra total de éstos y la superficie global de sus montes apenas es superior a la tercera parte de la totalidad de la superficie arbolada.

La situación de los países de la Europa mediterránea es bastante singular. Típico es el caso de España. Las estadísticas de este país incluyen bajo la denominación de montes a todos los terrenos pastorales de montaña, íntimamente mezclados con el monte, los matorrales y malezas que se encuentran en el territorio nacional. La extensión de estos montes se eleva a poco más de 25 millones de Ha. De este total, alrededor de 16.800.000 Ha. pertenecen a la propiedad particular, con una superficie media de unas 16 Ha. por monte, que resulta, pues, relativamente elevada. Pero conviene observar que menos del 45 por ciento de esta extensión abarca montes altos más o menos claros, en los que la encina, el alcornoque, el castaño y las plantaciones de chopos y eucaliptos, ocupan un lugar importante, mientras que más del 55 por ciento se halla constituido por matorral, pastos, plantaciones de esparto y cultivos temporales.

Como podrá observarse, las cifras que acabamos de citar son sugestivas. Exceptuando a la Europa Oriental y al bloque de los montes asiáticos de la U.R.S.S. y de la China, puede decirse que en la zona templada del hemisferio Norte, es decir, en las partes del mundo en que es más elevada la producción de madera, el 50 por ciento por lo menos de esta capacidad de producción se encuentra en manos de propietarios particulares. Mayor sería aún esta cifra si el Canadá no hubiese conservado en régimen de dominio público la casi totalidad de sus montes (aun cuando también en este país se plantee el problema de los «bosques de granja»). Además, la superficie forestal particular está, por lo menos en la mitad de su superficie, repartida entre «pequeños propietarios» que, en conjunto, puede decirse que no disponen de los conocimientos técnicos y, sobre todo, de las facilidades económicas que les permitirían aprovecharse plenamente de la capacidad de producción de sus montes.

Importancia económica y social del problema

La segunda observación que ha de hacerse es que la forma de propiedad impone necesariamente límites a la política forestal que cualquier gobierno pueda formularse. Esto puede decirse principalmente del monte llamado a de granja», íntimamente incorporado a una explotación agrícola. El agricultor, del que depende la vida, si no de cada nación considerada aisladamente, por los menos del mundo en su conjunto, tiene necesidades particulares de madera. Se espera, pues, del monte unido a su explotación, que le facilite la leña que necesita, las estacas para sus acotamientos y la madera de escasa dimensión que precisa; si es posible, además, la madera de construcción para conservar o ampliar sus edificios. Por consiguiente, la silvicultura de estos montes habrá de encaminarse ante todo a satisfacer estas necesidades y puede ser que no corresponda en absoluto a la silvicultura que mejor partido podría sacar del suelo forestal, desde el punto de vista de una política forestal nacional racional.

No hay que exagerar, sin embargo, la influencia que sobre este punto ejerce la forma de la propiedad. Podría concebirse indudablemente, en teoría, que un Estado único propietario de los montes nacionales se impusiera una política forestal sin tener en cuenta para nada las necesidades locales, sino solamente las necesidades y actividades del conjunto del país. En la práctica, esto sería imposible, ya que, por razón misma de la dificultad de transportar a largas distancias ciertos productos del monte, de escaso valor, las poblaciones rurales vecinas a éste deben normal y económicamente beneficiarse de ciertas ventajas derivadas del mismo.

Por otra parte, es evidente que el interés que un agricultor pone en extraer de su monte toda la madera que necesita para vivir, tiende a desaparecer cuando, gracias al desarrollo de las comunicaciones, puede procurarse las mismas facilidades y muchas veces con menor gasto o sin tener que consagrar a ello muchas horas de trabajo. Fácilmente comprenderá por sí solo, por ejemplo, el interés que tiene transformar el monte alto en monte bajo, del que hasta entonces obtenía la leña para su consumo, el día en que el carbón o la electricidad le permitan calentarse con menor gasto.

Por poderosas que sean estas consideraciones, conviene sin embargo observar que, de una manera general, la pequeña propiedad forestal particular y sobre todo los bosques de granja se consideran generalmente hasta ahora como los proveedores titulares de las necesidades de madera de las poblaciones rurales. Esto es así, especialmente, en las regiones de difícil acceso, sobre todo, en la montaña. De ello se derivan, como ya se ha dicho,- ciertas limitaciones relativas a la política que ha de seguirse acerca de ello, singularmente a los medios que pueden emplearse para remediar la producción insuficiente de dichos montes.


Página precedente Inicìo de página Página siguiente