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La silvicultura y el fomento de la comunidad

Si se considera la historia evolutiva del hombre, se aprecia que hasta una época relativamente reciente el individuo y la comunidad a que pertenecía coexistieron en un modus vivendi recíprocamente equilibrado y regido por la costumbre. Esta modalidad social puede aún observarse en remotos lugares de Nueva Guinea y de la cuenca del Amazonas.

En dicho estadio evolutivo, la cubierta vegetal natural (el bosque, de ordinario) apenas si se tenía en consideración. El bosque estaba allí para ser aprovechado. Las gentes no ignoraban su explotación, conociendo que si ellos no aprovechaban tal recurso para satisfacer sus necesidades inmediatas, otros lo harían en su lugar. Sus necesidades eran limitadas, y el poder regenerativo del propio bosque con frecuencia contaba con suficiente tiempo para reparar cualquier dono que se le hubiera infligido. Pero la política de que cada individuo mirara por sí mismo condujo a la infelicidad de los vecinos, y de muchas comunidades sólo quedan desiertos como epitafio.

El hombre es una entidad en que predominan los instintos individualistas, y no acepta de buen grado que una minoría, que croe saber lo que es mejor para el bienestar de la colectividad, trace planes para su felicidad futura. Sin embargo, las gentes van teniendo cada vez más fe en la planificación.

Cuando de ello se encarga un organismo exterior, sin que medie la activa y comprensiva cooperación de la colectividad, no es raro que se atienda en forma irregular, y a voces falseada, a los distintos problemas, lo que ocasiona trastornos tales como el empobrecimiento del suelo, la contaminación de las aguas fluviales, la destrucción de los bosques, el descenso del nivel freático, las emanaciones y radiaciones nocivas, el exterminio de la caza y, en resumen, una errónea utilización de todos los recursos fundamentales en que descansa la vida. De ello se sigue un éxodo de la población rural, urbanización no planeada de la que es secuela la aldea de chozas, desocupación y descenso de los valores morales, consecuencia todo ello de la moderna tendencia a ejercer un excesivo control técnico, por una parte y casi ningún control social, por otra, sobre el hombre y su medio ambiente.

Las poblaciones en rápido crecimiento vienen a agravar la situación. Como paliativo se ha mencionado la industrialización, pero esto en los países poco desarrollados crea immediatamente otro grave problema en lo tocante a estabilización y mejoramiento de la vida rural, ya que tiende a agravar las «distancias sociales» entre las comunidades urbano-industriales y las poblaciones agrícolas, a desequilibrar su tradicional economía de subsistencia y dificultar su integridad social y cultural, y a exponerlas al peligro de regresión a formas sociales primitivas.

En los últimos años se ha prestado una considerable atención al «fomento de la comunidad» como respuesta moderna al problema general de combinar el control técnico con el social en pro del «máximo bienestar para el máximo de individuos en último término». El éxito de todo proyecto de esta naturaleza descansa sobre una dable consideración: la armonización de la opinión pública tradicional con los cambios procedentes del exterior, y la de los reformadores con las circunstancias que rijan la comunidad de que se trate. En todo plan deben combinarse, bajo una dirección e iniciativa locales, un íntimo conocimiento del medio ambiente y un sincero encarecimiento de la «autoayuda», contando con información y estímulo del exterior. Dicho de otra forma, el fomento de la comunidad es ante todo una cuestión de educación. A menos de que la ayuda y la orientación técnicas prestadas desde el exterior sean de calidad suficiente para garantizar un fomento general de los recursos naturales disponibles localmente, la estabilidad y bienestar de la comunidad pueden quedar comprometidos. Y a menos de que exista un claro conocimiento y comprensión por parte de la comunidad en cuanto al valor de tal fomento, la respuesta al estímulo inicial será parcial y efímera.

El planeado restablecimiento de la cubierta vegetal natural, o su atenta conservación y mejoramiento, deberá constituir una parte esencial de todo proyecto de fomento de la comunidad. A pesar de esto, bien puede decirse que la silvicultura y la plantación de árboles forestales han desempeñado poca o ninguna parte activa en esos programas. Esto puede imputarse tanto a quienes se encargaron de prestar ayuda y orientación desde el exterior, como a la propia comunidad por haber perdido toda conciencia de los beneficios que podría extraer de una cubierta arbórea.

Todo asesoramiento tendiente a mejorar las condiciones económico-sociales en zonas rurales debe orientarse hacia las necesidades de la familia rural en conjunto. A este fin, resultará mucho más eficaz un servicio integrado que abarque todos los campos de actividad de una organización como la FAO, que diversos servicios separados que sigan cada cual su propia política.

FIGURA 1. Un «Principe» Percival, avión de reconocimiento aéreo. Los dos grupos de ventanillas abiertas en el fondo del aeroplano cubren los compartimientos para dos cámaras aéreas colocadas en «tándem» (una tras otra). Arriba del compartimiento de la cámara posterior se ve una de las troneras laterales para tomar fotografías oblicuas.

FIGURA 2. Esta ilustración muestra un monte cenagoso compuesto principalmente de especies de mangle cerca del puerto de Swettenham, Federación Malaya. Escala 1:5.000. Cámara Wild R.C.5.


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