Género

Riesgos para la seguridad alimentaria generados por la producción de biocombustibles líquidos

La compleja relación de la bioenergía y la seguridad alimentaria y los desafíos generados por el incremento de la demanda de alimentos y combustible en un mundo cada vez más limitado por el carbono.

Brasil: producción de caña de azúcar para etanol [FAO/G. Bizzarri]

23/11/2009

por Andrea Rossi y Yianna Lambrou

La creciente demanda mundial de biocombustibles líquidos podría afectar a tres dimensiones de la seguridad alimentaria, a saber, la disponibilidad, el acceso y la estabilidad. Las plantaciones a gran escala para la producción de biocombustibles líquidos (PBL), con sus grandes necesidades de insumos, podrían alejar las tierras y otros recursos, como el agua, de los cultivos alimentarios. Además, estas plantaciones, debido a su alta rentabilidad, podrían situarse en tierras de gran calidad, lo que reduciría la disponibilidad de tales tierras para el cultivo de alimentos y de subsistencia.

La posible pérdida de la agrobiodiversidad plantea una grave amenaza para los medios de subsistencia rurales y para la seguridad alimentaria a largo plazo. La PBL podría tener, asimismo, efectos negativos sobre el sector pecuario —fundamental para la seguridad alimentaria de las familias rurales— mediante la reducción de la disponibilidad de tierras de pastoreo y el incremento del precio de los piensos a causa del aumento de la utilización de productos agrícolas para producir combustibles líquidos.  Todos estos factores, combinados, podrían afectar de manera negativa a la disponibilidad de alimentos.

Al mismo tiempo, la PBL ha tenido repercusiones en el acceso a los alimentos. La emergente industria de los biocombustibles líquidos es una fuente nueva y en rápido crecimiento de demanda de productos agrícolas como el azúcar, el maíz, las semillas oleaginosas, el aceite de palma y la yuca. Ello, combinado con otros factores como el incremento de los ingresos y la población, unas condiciones meteorológicas adversas, obstáculos al comercio nuevos o adicionales y restricciones de las exportaciones, ha contribuido a incrementar el precio de los alimentos. Algunos estudios han intentado cuantificar el impacto de la PBL sobre los precios de los alimentos y han llegado a diferentes conclusiones. De acuerdo con las cifras del IIPA, en 2000-2007 el incremento de la demanda de biocombustibles líquidos contribuyó al 30 % de la subida de los precios de los cereales, calculada como media ponderada.

La subida de los precios de los alimentos, los piensos y el combustible

Se espera que la demanda de productos agrícolas para la alimentación de las personas y los animales y, especialmente, para producir combustibles siga aumentando rápidamente en el futuro. La OCDE y la AIE calculan que, entre 2008 y 2017, el 20 % de la producción mundial de aceite vegetal y el 13 % de la producción mundial de cereales secundarios podrían destinarse a la producción de biocombustibles líquidos, en comparación con el 9 % y el 8 %, respectivamente en 2007. En lo que respecta al futuro impacto de los biocombustibles líquidos sobre los precios de los alimentos, el IIPA prevé que en 2020 los precios reales de las semillas oleaginosas y del maíz sean un 18 % y un 26 %, respectivamente, superiores que en el escenario en el que la PBL se mantiene al nivel de 2007. De acuerdo con la OCDE y la AIE, se espera que, por sí solas, las medidas actuales de apoyo a los biocombustibles incrementen el precio medio del aceite vegetal un 19 %, el del maíz un 7 % y el del trigo un 5 % en el período 2008-2017.

La subida de los precios de los alimentos constituye una buena oportunidad para los países en desarrollo exportadores de alimentos, los cuales pueden disfrutar de unos mayores ingresos a partir de las exportaciones. De igual manera, en el ámbito familiar los productores netos de alimentos se beneficiarán de la subida de los precios de los alimentos mediante un impacto positivo sobre los ingresos, lo que podría resultar en un aumento del acceso a alimentos para estas familias.

Sin embargo, 43 de los 52 países menos adelantados (PMA) son importadores netos de alimentos. El incremento notable de los precios de los alimentos amenaza a la balanza comercial y, de manera más general, a la estabilidad macroeconómica y al crecimiento económico de estos países, que tendrán dificultades para satisfacer la demanda nacional. De acuerdo con la OCDE y la FAO, las proyecciones muestran un incremento importante de la vulnerabilidad y una oferta alimentaria incierta para estos países debido a los altos precios de los productos y a la gran volatilidad de los precios.

Dado que el incremento de los precios de los alimentos se transmite desde los mercados mundiales a los mercados locales, las familias que son compradoras netas de alimentos y, especialmente, las que también están en riesgo de quedar excluidas de la PBL como las familias lideradas por mujeres, también se verán  afectadas de modo negativo. La mayoría de los hogares de los PMA y, particularmente, los países de ingresos bajos y déficit alimentario pertenecen a la categoría de compradores netos de alimentos. En Malawi y Bangladesh, por ejemplo, tan sólo el 11,8 % y el 15,7 % de los hogares, respectivamente, son vendedores netos de alimentos básicos, y estos porcentajes aumentan en las zonas rurales y disminuyen en las zonas urbanas. Entre los hogares rurales pobres que disponen de menos de un dólar al día, el porcentaje de vendedores netos es todavía más bajo: 8,6 % en Bangladesh y 7,6 % en Malawi.

Presupuestos alimentarios para las familias pobres

Las familias rurales pobres gastan un 50-70 % de su presupuesto en alimentos. Además, en familias de ingresos bajos los productos alimentarios básicos como el maíz y el trigo representan una proporción mayor de su gasto en alimentos. El acceso a los alimentos podría ser considerablemente reducido para estas familias. La subida de los precios de los alimentos, asimismo, reduce el poder adquisitivo de las familias compradoras netas de alimentos, lo que afecta a la adquisición de otros bienes y servicios como el agua potable, la atención sanitaria, la educación y la iluminación, todos ellos insumos importantes de la nutrición y factores clave para el bienestar y la salud de los miembros de la familia.

La reducción o el incremento del bienestar asociados con la subida del precio de los alimentos no parecen estar distribuidos de manera igualitaria entre las familias lideradas por mujeres y aquéllas lideradas por hombres. De acuerdo con la FAO, en la mayoría de las muestras nacionales, rurales y urbanas las familias lideradas por mujeres sufren una mayor pérdida proporcional del bienestar —o se benefician de un incremento proporcional del bienestar menor— que las familias lideradas por hombres. Esto es así tanto en la población en su conjunto como en sus segmentos más pobres.

En los casos en que las familias lideradas por mujeres representan la mayor proporción de la población pobre, o en los casos en que es más probable que sean pobres, se prevé que su pérdida del bienestar sea mayor debido al hecho de que las familias más pobres gastan un mayor porcentaje de sus ingresos en alimentos que las ricas. Sin embargo, incluso cuando las familias lideradas por hombres representan la mayor proporción de la población pobre, aquéllas lideradas por mujeres podrían sufrir las mayores pérdidas del bienestar, como ocurre en Nicaragua. Esto es debido a dos factores. En primer lugar, se ha observado en múltiples contextos que, en unas circunstancias idénticas, las mujeres tienden a gastar en alimentos un porcentaje de sus ingresos mayor que los hombres. En segundo lugar, como ya se expuso las familias lideradas por mujeres tienen menos acceso a las tierras, el capital, la tecnología y los mercados que las lideradas por hombres y, por lo tanto, son menos capaces de participar en la producción agrícola comercial y de beneficiarse de la subida de los precios de los productos agrícolas.

Finalmente, la creciente demanda de biocombustibles líquidos podría hacer que los precios de los alimentos sean más inestables. Esto tendría repercusiones negativas en particular para las familias pobres y los grupos vulnerables —incluidas las mujeres—, los cuales tienden a estar especialmente expuestos a la inseguridad alimentaria tanto crónica como transitoria debido a su limitado acceso a las actividades que generan ingresos.