Género

Invertir en las mujeres rurales contribuye a la seguridad alimentaria

Las mujeres desempeñan una función vital en la agricultura como agentes de seguridad alimentaria y crecimiento económico rural, aunque a menudo soportan condiciones laborales deficientes y reciben un reconocimiento limitado por sus aportaciones. El Día In

Una mujer separando tierra y piedras de cacahuetes en el mercado de Galla Mandi, en Multan (Pakistán). [FAO/A. Hafeez]

15/10/2010

Las mujeres rurales constituyen la columna vertebral de la población activa agrícola en gran parte del mundo en desarrollo. A nivel mundial, más de un tercio de la mano de obra femenina trabaja en la agricultura, aunque en regiones como el África subsahariana y Asia meridional, más del 60 % de todo el empleo femenino se concentra en este sector. Para costearse los alimentos y otros gastos básicos, los hombres y las mujeres de las áreas rurales diversifican a menudo sus ingresos combinando diversas formas de empleo. Generalmente, las mujeres trabajan como agricultoras de subsistencia, empresarias en pequeña escala, trabajadoras no remuneradas en explotaciones familiares o asalariadas eventuales, aunque pueden realizar todas estas actividades o algunas de ellas en distintos momentos. Dado que en muchos países en desarrollo las mujeres llevan a cabo una diversidad de tareas domésticas y asistenciales fundamentales, su horario de trabajo tiende a ser, en total, más amplio que el de los hombres. En países como Benin y Tanzanía, por ejemplo, las mujeres rurales trabajan respectivamente 17,4 y 14 horas semanales más que los hombres.

Proporcionar a las mujeres mejores oportunidades para producir cultivos destinados a la venta, desempeñar un trabajo asalariado en una agroindustria o realizar otras actividades remuneradas en el sector rural es fundamental para incrementar su poder de negociación dentro del hogar y legitimar su control sobre recursos materiales básicos como la tierra y el crédito. Esto es importante dado que eleva su estatus dentro de la familia y la comunidad, pero también porque las mujeres tienen una mayor propensión que los hombres a invertir sus ingresos en alimentos y otras necesidades básicas para el hogar.

Keshta tiene 31 años y vive con su esposo y seis hijos en Al-Shokha, una zona rural en el sudeste de la Franja de Gaza, que sufrió graves daños durante la campaña militar israelí “Operación plomo fundido”. Con el fin de facilitar a la familia ingresos indispensables, un proyecto patrocinado por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) proporcionó a Keshta un conejo macho y cinco hembras, forraje suficiente para tres meses y formación relativa a la cría de conejos. Gracias a esta iniciativa, actualmente Keshta y su familia se benefician directamente de la venta de conejos; además, ella puede reinvertir parte de sus ingresos en forraje y medicamentos para continuar con la cría.

"La formación adquirida antes de recibir el grupo de conejos desarrolló mi capacidad y me permitió emplear de forma sencilla las vacunas y los medicamentos veterinarios,” afirma Keshta. Asimismo, la proteína aportada por el consumo de conejo ha enriquecido la dieta de sus hijos y ha mejorado la resistencia de la familia frente a la inseguridad alimentaria.

"El proyecto me ofreció una gran oportunidad para contribuir al sustento de mi familia. Los ingresos familiares han aumentado. Somos una familia pobre y numerosa, y mi esposo ha permanecido desempleado durante un largo período de tiempo; necesitamos recursos para cubrir nuestros gastos familiares," añadió.

Sin embargo, muchas mujeres rurales siguen enfrentándose a obstáculos que socavan sus oportunidades de éxito, por ejemplo la falta de infraestructuras públicas y sociales y el acceso desigual al crédito, a equipo técnico y a otros recursos importantes como la tierra y el agua. En Burkina Faso, Kenya, Tanzanía y Zambia, por ejemplo, algunos estudios han demostrado que asignar tierra, mano de obra, capital y fertilizantes de forma equitativa entre hombres y mujeres podría aumentar la producción agrícola entre un 10 y un 20 %.

“Invertir en la mejora de las carreteras, el transporte, la red eléctrica, el suministro de agua, el cuidado de los niños y los servicios sanitarios también resulta fundamental para reducir el tiempo que las mujeres dedican al trabajo diario no remunerado y puede darles una oportunidad para ocupar empleos productivos fuera del hogar,” afirma Eve Crowley, Asesora principal de la FAO en la División del Género, Equidad y Empleo Rural. Esto es de particular relevancia en situaciones de degradación ambiental o cuando los efectos del VIH y el SIDA y otras enfermedades incrementan las responsabilidades familiares de las mujeres y las presiones económicas que soportan, ya que cuidan de parientes enfermos y niños huérfanos.

La educación, el desarrollo de conocimientos prácticos y la capacitación técnica también son fundamentales para el empleo rural. Pueden ayudar a los negocios dirigidos por mujeres a ampliar sus redes, hallar mercados más lucrativos que ofrecen oportunidades de empleo y conocer mejores posibilidades de crecimiento. Las mujeres asalariadas que reciben educación y formación en igualdad de condiciones tienen más probabilidades de competir favorablemente con los hombres por empleos de calidad:

“Las mujeres representan entre un 20 y un 30 % de los trabajadores asalariados agrícolas y a menudo predominan en industrias de alto valor para la exportación, como las de frutas frescas, hortalizas y flores. Aunque estos sectores no tradicionales de la agricultura puedan ofrecer a las mujeres unas oportunidades de ingresos inéditas, a menudo nos encontramos con que las mujeres trabajan con contratos temporales o eventuales para realizar tareas manuales que requieren mucha mano de obra. Las mujeres reciben escasas oportunidades para adquirir nuevos conocimientos prácticos y, en general, los cargos de mayor nivel siguen siendo captados por los hombres”, afirma Crowley.

La FAO, en colaboración con la Organización Internacional del Trabajo (OIT), se esfuerza por identificar nuevas tendencias en los mercados laborales rurales y garantizar que en la orientación sobre políticas que ambos organismos ofrecen a nivel nacional se integren medidas que tienen en cuenta la perspectiva de género.

“Para combatir el hambre en el mundo necesitaremos los esfuerzos tanto de hombres como de mujeres. A nivel mundial, las mujeres rurales son fundamentales para la seguridad alimentaria: constituyen una parte importante de los productores agrícolas y desempeñan una función crucial para alimentar a sus familias y sus naciones,” afirma Crowley.

“Reconocer la contribución de las mujeres y tomar en consideración sus necesidades en todos los niveles ―en los países, en las instituciones y en las políticas― resulta, por tanto, imprescindible para incrementar su capacidad productiva y aprovechar en mayor medida sus aportaciones”.