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Diseño y producción en viviendas de maderas tropicales

JOHN P.R. FALCONER

JOHN P. R. FALCONER es profesor asociado de arquitectura y director asociado del Centro Internacional de Tecnología para el Desarrollo, de la Universidad de Wáshington, San Luis, Missouri, Estados Unidos. Este documento ha servido, en parte, de base a una Consulta mundial sobre el uso de la madera en la vivienda que se celebrará en Vancouver (Canadá) en julio de 1971. La Consulta se ha convocado por iniciativa de la FAO el Centro de las Naciones Unidas de Vivienda, Construcción y Planificación, la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial y la Unión internacional de Organizaciones de Investigación Forestal.

La forma tradicional de la vivienda rural en los trópicos suele ser la de construcciones de adobos, madera o bambú, o bien una combinación de estos materiales con otros, tales como hierbas, hojas, o canas que se utilizan para los tejados y el relleno del entramado. La disponibilidad de madera no constituye necesariamente un índice de su empleo para la vivienda, ya que, incluso en zonas de densos bosques y en que los suelos no son especialmente adecuados, pueden predominar las construcciones de adobes. Los problemas de conservación de estas construcciones tradicionales no representan un factor de importancia en el contexto rural, donde se puede disponer de mano de obra y materiales con poco o ningún costo. No obstante, en las zonas urbanizadas, los métodos tradicionales de planificación y construcción tropiezan y quedan limitados por cuestiones tales como las necesidades del aprovechamiento de la tierra, la disponibilidad de materiales, el menor tiempo disponible del inmigrante urbano y su familia, y las normas sanitarias y de seguridad más estrictas de las zonas de alta densidad de población. Por ello, en las zonas tropicales, que sufren una mayor presión demográfica, la falta de materiales idóneos y de los métodos de construcción conexos constituyen importantes factores que contribuyen al alto costo de las construcciones y a considerables demoras en la satisfacción de la necesidad de viviendas.

Una forma de resolver este problema es la de poner a punto materiales de construcción no tradicionales, tales como el hormigón, o los productos de arcilla cocida al fuego, o incluso materiales de alto rendimiento con utilización de una tecnología avanzada. Sin embargo, estos nuevos procedimientos suelen tropezar con fuertes restricciones locales, tales como la falta de depósitos explotables de piedra caliza para la fabricación del cemento, la inadecuación o el emplazamiento inconveniente de los suelos arcillosos para la confección de ladrillos y tejas, o el alto precio de la energía necesaria para la fabricación.

Otra forma de tratar el problema de los materiales es el mejoramiento de los materiales indígenas y de los métodos de construcción correspondientes. Las construcciones de adobes, por ejemplo, han sido objeto de extensos estudios en los dos decenios últimos, y las nuevas técnicas de estabilización e impermeabilización han permitido crear viviendas rurales de mejor calidad, aunque su uso no se acepta aún en la mayoría de las zonas urbanas. Por lo que respecta a la madera, desde hace algún tiempo están siendo objeto de investigación y experimentación casi todos los obstáculos técnicos que se oponen a su empleo en los trópicos. Actualmente existe un gran acervo de conocimientos en los cuales se puede basar el diseño y la construcción de viviendas de madera. Se han descubierto muchas especies adecuadas para la construcción de casas. Se han registrado su resistencia, duración y otras características de rendimiento, así como los problemas que su uso plantea. La información técnica al respecto no es completa y deben proseguir los estudios, pero los problemas fundamentales corresponden a aspectos que no son técnicos, sino más bien económicos, y que se relacionan con el suministro de un producto utilizable.

Requisitos climáticos

Uno de los objetivos fundamentales de la vivienda es la protección contra los rigores del clima. En las zonas de clima templado, el control climático se centró primeramente en proporcionar un refugio contra el frío intenso y más tarde se ocupó de las consideraciones de menor importancia relativa del calor y la humedad. Ello se ha conseguido mediante la creación de ambientes interiores por procedimientos mecánicos, y tanto los medios técnicos como los económicos necesarios para ello han sido resultado de la industrialización. La consecuencia que de ello se desprende es la de que, a medida que las zonas tropicales del mundo se van industrializando, sus economías permitirán una proporción creciente de soluciones mecánicas a los problemas del control del ambiente, incluida la investigación necesaria para crear esa tecnología.

La vivienda, naturalmente, es mucho más que un ambiente climático controlado. Las necesidades sociales y psicológicas a que ha de atender la vivienda tienen mucha más fuerza que las consideraciones marginales de comodidad física. Al los problemas de la vivienda tropical, los técnicos de países industrializados pueden tender a otorgar una importancia excesiva a consideraciones puramente físicas y de comodidad material, y dedicarse con excesiva rapidez a introducir perfeccionamientos tecnológicos. Es evidente que las soluciones en materia de vivienda para los países en desarrollo, con excepción de una escogida minoría, no pueden permitirse el lujo del aire acondicionado o de elementos arquitectónicos de alto precio, tales como los tejados dobles, los paneles de fachada irradiantes o el vidrio absorbente del calor. Por ello, los volúmenes inconfortables de entrada, permanencia y emisión del calor deben mantenerse dentro de límites razonables mediante la aplicación de principios climáticos y biológicos a la planificación y el diseño de las viviendas, y la selección y uso de materiales de construcción basados en sus características térmicas.

Los climas tropicales varían entre los extremos cálido-húmedo y cálido-seco y comprenden otros climas de transición que presentan características de ambos. Las maderas idóneas para la construcción existen sobre todo en los climas cálido-húmedos, en zonas que se extienden desde los 15° norte a los 15° sur del ecuador. Tales zonas se caracterizan por una humedad relativamente alta (más del 75 por ciento), escasas variaciones diurnas de temperatura (de 5° a 8°C) y baja variación anual. La espesa cubierta de nubes limita generalmente la temperatura media máxima a unos 32°C a la sombra. Las precipitaciones pueden ser muy abundantes en las estaciones de lluvias - hasta 5 a 8 cm por hora. La velocidad de los vientos es reducida - unos 8 km por hora - pero puede alcanzar de 100 a 130 km por hora durante las tormentas. La brillantez del firmamento puede ser muy intensa y el resplandor causado por la radiación difusa de la cubierta de nubes puede resultar molesto.

CARACTERÍSTICAS TÉRMICAS Y DE CONSTRUCCIÓN

Las variedades tradicionales de la construcción de viviendas tropicales han sido desde hace tiempo objeto de estudio. Tales son la contradicción entre la intimidad y la necesidad de grandes aberturas que permitan el movimiento del aire, el uso tradicional del espacio exterior que ha tomado forma en los patios y pórticos tropicales, la conformación de los espacios interiores y de sus aberturas para elevar al máximo el movimiento del aire y la orientación a la radiación solar y la dirección de los vientos. Es preciso intensificar la investigación en estos sectores para descubrir posibles soluciones de planificación que sean compatibles con las demandas de las viviendas urbanas de alta densidad demográfica. Sin embargo, y exceptuando las construcciones de gran altura, es probable que los criterios presentes y futuros sobre estos aspectos de la vivienda se atiendan tanto con construcciones de madera como con casas de otros materiales. Las características térmicas y de construcción de la madera son, por consiguiente, las que más nos interesan aquí.

Cuando una energía radiante tropieza con una superficie, una parte de ella es absorbida por el material y otra parte es reflejada. De un modo simultáneo, un material refleja, absorbe y emite (por re-radiación) calor a sus inmediaciones más frescas. Las características superficiales del material determinan en gran parte el volumen relativo de energía calórica reflejada, absorbida y emitida. El movimiento del calor a través de un material es función de la diferencia de temperatura, el espesor del material, la resistencia del material a la corriente calórica, y su capacidad térmica, es decir, su capacidad para absorber calor antes de registrar un aumento de temperatura. La resistencia y la capacidad están directamente relacionadas con la densidad: los materiales ligeros tienen alta resistencia y baja capacidad térmica, mientras que los materiales macizos ofrecen poca resistencia, pero tienen una alta capacidad térmica. La corriente de calor que pasa por los elementos de la construcción no es uniforme debido a las variaciones diurnas de la temperatura. Se dice que es periódica, y la temperatura interior de un edificio en respuesta a las variaciones es también periódica. La transferencia de calor se retrasa en relación con la capacidad térmica del elemento, y este retraso se designa con el nombre de «tiempo de retardo», que se mide en horas.

En los climas cálido-húmedos, que se caracterizan por grandes variaciones diurnas de la temperatura, la capacidad térmica puede aprovecharse escogiendo materiales que produzcan un tiempo de retardo calculado para que contenga la entrada de calor en el interior del edificio durante las horas de frío excesivo de la madrugada. Los materiales macizos responden muy bien a este fin. No obstante, en las zonas cálido-húmedas, el objetivo consiste en mantener la temperatura interior del aire al mismo nivel de la temperatura exterior a la sombra o por debajo de él, y especialmente evitar los aumentos de temperatura durante la noche. Para esta finalidad deben evitarse los materiales con un tiempo de retardo elevado, ya que, si bien las variaciones diurnas de la temperatura son inferiores a las de los climas húmedo-secos, los materiales macizos absorberán una gran cantidad de energía calórica durante el día y la re-radiarán durante la noche. El recinto más satisfactorio en los climas cálido-húmedos habrá de ser de color claro y de poco peso: de color claro con objeto de que refleje la mayor cantidad posible de energía y de poco peso o densidad para que el calor acumulado se disipe con la mayor rapidez posible gracias al movimiento del aire. La madera es un material de baja densidad que, después de ser curada, contiene aire encerrado en sus células. Por ello, ofrece una gran resistencia a la corriente calórica, es decir, es un buen aislante, y tiene una baja capacidad térmica. Esas características térmicas hacen que la madera sea un material inherentemente idóneo para la construcción de viviendas en los climas húmedo-cálidos.

Tejados y pisos

De todos los elementos de la construcción, el tejado es el más caro y difícil de construir, y el que tiene mayores efectos en el confort térmico del edificio. Los materiales tradicionales empleados para las techumbres, tales como hojas, hierbas y cañas, no sirven ya para las zonas tropicales urbanizadas debido a su corta vida y a su inflamabilidad. Los materiales fabricados que pueden sustituirlos son escasos, caros y de pobre rendimiento desde el punto de vista térmico, ya que se han elaborado con destino a otros climas. Está aún por crear un material fabricado para techumbres que responda de modo satisfactorio a condiciones tropicales.

El tejado ideal debe absorber menor cantidad posible de calor y ofrecer una resistencia casi total a la corriente calórica. Los estudios realizados han demostrado que, con los materiales para tejados comúnmente disponibles en los trópicos, no es posible obtener este resultado si no se añade además un cielo raso (1). La madera se utiliza, por lo general, como apoyo estructural de los tejados tropicales, pero con ello se mejora muy poco el rendimiento térmico. También constituye un material bastante difundido para techos en las residencias de precio más alto. En los últimos años, se han empleado con éxito los tejamaniles de madera, por lo general elaborados a mano, para los tejados de las viviendas tropicales. Sin embargo, con la introducción de materiales metálicos para tejados, los tejamaniles han pasado de moda y se consideran ahora un «material primitivo». Ello debe lamentarse, ya que los tejamaniles de especies de maderas idóneas pueden proporcionar un tejado atractivo y confortable, de mayor durabilidad que la de algunos materiales manufacturados comunes. En Ghana, por ejemplo, pueden verse algunos edificios con tejados de tejamanil de madera que tienen unos 30 años de edad y se mantienen en condición excelente. El Departamento de Investigación de la Vivienda y la Planificación, de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Kumasi, trabaja actualmente para introducir de nuevo el uso de tejamaniles. En 1968 se construyó, cerca de Kumasi, un edificio con tejamanil de madera cuyo tejado no tenía cielo raso (2). Los ensayos realizados demostraron que las temperaturas interiores se mantenían al nivel de la temperatura exterior a la sombra, o a unos cuantos grados más, durante los períodos de radiación más intensa. Los tejamaniles utilizados en este caso estaban aserrados a máquina, proceso especial que resulta bastante caro en Ghana, y actualmente se trabaja por lograr tejamaniles entablillados, que se cree pueden ser producidos por las pequeñas industrias locales a partir de recortes de trozas, a un precio muy inferior al de los tejamaniles aserrados o los materiales metálicos de importación para tejados.

Otro experimento realizado en Kumasi señala un posible desarrollo futuro. En 1970 se construyó un edificio prototipo de madera, con utilización de paneles de tejado formados de contrachapados de entramado revestido de 10 cm de espesor, rellenos de virutas de encapillado de madera impregnada y cubiertos de asfalto y piedras menudas. Al redactar este documento, habían concluido los ensayos, pero los resultados preliminares señalan muy poca o ninguna ganancia de calor a través del tejado. El costo de este sistema completo de tejado en que el contrachapado de la parte inferior formaba un cielo raso terminado, era ligeramente inferior al de un tejado de chapa de aluminio sin cielo raso.

Aunque los tejados de madera son de por sí difícilmente inflamables y no ofrecen ni mucho menos los mismos riesgos que los de paja u otros materiales vegetales, pueden también arder en caso de un gran incendio en el edificio. Por ello no resultan eficaces para impedir la difusión del fuego entre los edificios, y su empleo en zonas urbanas debe ser objeto de control, aunque no necesariamente prohibido, por medio de códigos de la construcción que establezcan límites de inflamabilidad y de difusión de las llamas. Para las viviendas de menor densidad demográfica en zonas rurales, esos tejados parecen ofrecer buenas posibilidades.

Los aleros de tejado de buenas dimensiones tienen importancia por diversos motivos. Cuando se combinan con la orientación adecuada al sol pueden diseñarse en forma que arrojen sombra sobre los muros exteriores, las aberturas de las paredes y la superficie de suelo adyacente. Reducen el resplandor del firmamento y protegen de la lluvia los muros y las aberturas. La importancia de estas contribuciones a la comodidad y a la conservación ponen en evidencia la necesidad de que los muros exteriores no se consideren como elementos independientes, sino más bien en su relación con el tejado. Desde el punto de vista de la construcción, los muros huecos, producidos con elementos de madera convencionales, originan problemas en los trópicos. Son en efecto un cobijo ideal para la reproducción de insectos, gusanos, etc.; pueden conservar la humedad, lo que crea podredumbre, y no dan tan buen rendimiento en caso de incendios, a no ser que se adopten precauciones especiales y difíciles de instalación de contrafuegos. Su valor de aislamiento es menos importante que en los climas fríos. Por estos motivos, pueden considerarse preferibles los muros formados por un solo espesor de madera o de compuestos de madera o contrachapados.

La construcción de pisos con entramado de madera, que se levantan a bastante altura del suelo para que constituyan una plataforma de apoyo de los espacios habitables, representa una forma tradicional de construcción en muchas zonas de clima cálido-húmedo. Permiten la circulación del aire a través, alrededor y debajo de las zonas habitables y, al propio tiempo, aumentan la seguridad y la intimidad, lo que les hace especialmente idóneos para las construcciones ligeras de madera. Aparte de esta adecuación regional notablemente satisfactoria, la elección del material para los pisos está más influida por consideraciones de construcción que por factores térmicos. Cabe utilizar pisos de entramado de madera suspendidos, o bien losas de hormigón o tierra estabilizada. Los pisos de entramado de madera deben elevarse al menos a la altura suficiente para proporcionar protección contra la humedad y contra las termitas. Si se emplean pisos de hormigón o de tierra, se presentarán detalles críticos al pie de los muros de madera o de los postes de sustentación, que deberán diseñarse en forma que queden aislados del agua superficial y de la humedad del suelo.

Además de sus ventajas térmicas, otras propiedades de la madera contribuyen a su adecuación para la construcción de viviendas. A diferencia del hormigón y de otros materiales de mampostería, la madera es resistente en relación con su peso; su manejo y transporte son más fáciles y baratos, y es fácil de trabajar con herramientas manuales simples. Los edificios de madera construidos de modo apropiado pueden resistir la presión de vientos huracanados y, por ser ligeros y elásticos, ofrecen una mayor capacidad de resistencia a los terremotos que los edificios construidos con materiales macizos, a no ser que se adopten en éstos precauciones sumamente costosas. Las construcciones ligeras de madera se prestan a una planificación flexible, a la producción de elementos prefabricados y, por ende, a métodos de construcción industrializados.

Conservación

Los principales problemas técnicos del empleo de la madera corresponden a su conservación: contra los ataques de insectos y hongos, contra los efectos meteorológicos y contra el fuego. El uso de láminas metálicas o de hormigón para la protección contra las termitas constituye una práctica común. El tratamiento químico del suelo en los cimientos se ha practicado con éxito por sí solo o en conjunción con barreras mecánicas, pero su vida efectiva puede ser incierta. En los lugares en que abundan las termitas subterráneas, se ha otorgado tradicionalmente la máxima importancia a la selección de las especies de madera más resistentes para la construcción. Aunque esta inquietud está justificada, tal preferencia ha ejercido efectos inconvenientes en el desarrollo de las construcciones de madera. Las especies más resistentes no son, por lo general, las más idóneas desde el punto de vista de la construcción, ya que tienden a ser innecesariamente densas y resistentes para fines de edificación, y por ello difíciles de trabajar, y pueden además presentar características e inconvenientes en cuanto a su curado. Se han realizado pruebas de la mayoría de las especies tropicales con respecto a su permeabilidad química y a la efectividad de su tratamiento. Existen maderas tropicales adecuadas para la construcción que son suficientemente resistentes a los ataques de las termitas y exigen poco o ningún tratamiento de conservación, o bien que no son resistentes a las termitas, pero tienen buenas características de permeabilidad. Deben buscarse por ello especies que presenten buenas características para la construcción, que sean de fácil obtención y de escaso precio y que ofrezcan una resistencia natural razonable a las termitas, resistencia que puede aumentarse artificialmente si la situación justifica ese gasto suplementario. Como la madera verde atrae especialmente a los insectos, es imperativo el empleo de madera curada.

El término «duración natural» de la madera se refiere a su capacidad para resistir los ataques de los hongos. Entre las maderas tropicales existen grandes variaciones en lo que respecta a la duración. Aunque los ataques de los hongos y de los insectos son dos problemas distintos, se buscan por lo general tratamientos de conservación que protejan contra estas dos formas de deterioro. En términos generales, es posible hacerlo así, pero debe tenerse presente que aún no existe un producto de conservación único que proporcione inmunidad completa contra todas las formas de ataques de hongos y de insectos. La podredumbre producida por hongos sólo se produce si el contenido de humedad de la madera es de más del 20 por ciento, en una escala de temperaturas de 4,5 a 38°C aproximadamente, y con un suministro adecuado de oxígeno. Si bien es más probable que estas condiciones se presenten simultáneamente en los trópicos que en otras zonas, también es muy posible obtener un contenido de humedad inicial de menos del 20 por ciento por medio de un curado al aire de la madera. Las variaciones en el uso de los edificios y en las condiciones de su servicio hacen que a veces resulte difícil garantizar que el contenido de humedad vaya a mantenerse por debajo del 20 por ciento en todos los sectores del edificio y en todo momento. Debido a ello, tiene una importancia especial en los trópicos la introducción de detalles arquitectónicos que impidan la acumulación y retención de la humedad en las junturas y conexiones. Si existe alguna posibilidad de que el contenido de humedad se eleve por encima del 20 por ciento durante un período prolongado, deberán adoptarse precauciones suplementarias, como un tratamiento de conservación.

Meteorización

Al igual que todos los materiales naturales, la madera está sujeta a cambios en su apariencia exterior producidos por la edad o por la exposición a la intemperie. La «meteorización» de la madera se debe a la erosión mecánica de la superficie como consecuencia de su exposición a los elementos: vientos, lluvia y sol. No todas las especies se meteorizan del mismo modo, y en algunas de ellas la meteorización hace que la superficie se haga más sensible a los ataques de los hongos que pudren la madera. Esta condición, sin embargo, es secundaria, y la meteorización puede producirse, y así lo suele hacer, sin podredumbre alguna. Su efecto principal es una pérdida en el aspecto de madera recién cortada. Muchas maderas tropicales, incluidas las que tienen excelentes características para la construcción, se meteorizan sumamente bien y adquieren una agradable pátina con su exposición al aire. Con todo, la opinión pública puede rechazar este fenómeno, actitud que estaría más indicada en el caso de materiales sintéticos. La solución del problema está en la instrucción del público, y la experiencia obtenido en otros sectores indica que tal instrucción exige tiempo y esfuerzos considerables.

La meteorización puede ser regulada de dos maneras. La primera consiste en la aplicación a la superficie de una barrera mecánica, tal como pintura o barniz, para tratar de impedir totalmente la meteorización. La aceptación muy difundida de esta solución es deplorable, especialmente en los trópicos, donde la intensa radiación y los hongos son enemigos naturales de las pinturas y barnices. Además, los acabados «duros» son costosos y exigen su mantenimiento constante en condiciones casi perfectas si se quiere asegurar la efectividad de la barrera mecánica. Esta constante atención es difícil de realizar. Cuando la superficie se agrieta y aparecen imperfecciones, resultan difíciles de descubrir, lo que crea un falso sentimiento de seguridad, ya que en realidad la película aplicada puede aumentar la probabilidad de podredumbre al encerrar la humedad bajo su superficie, manteniendo así el contenido de humedad de las capas exteriores al nivel suficiente para favorecer el crecimiento progresivo de los hongos. Finalmente, los acabados duros, y sobre todo la pintura, ocultan la belleza natural de la madera.

Una alternativa al empleo de pinturas y barnices es el uso de productos químicos de conservación, que confieren a la madera propiedades tóxicas y al propio tiempo reducen la erosión mecánica de la superficie. Son éstos los llamados acabados «naturales», que no imponen una barrera mecánica, sino que permiten que la madera envejezca naturalmente, pero regulan los efectos de la meteorización. Los productos de conservación de este tipo pueden ser incoloros o bien contener colorantes para obtener efectos decorativos. Es necesario su reaplicación periódica, cuya frecuencia variará según la exposición, pero los acabados de conservación son mucho menos caros y exigen mucha menos habilidad para su aplicación que las pinturas y barnices.

Incendios

La madera es un material combustible, pero no es fácil de inflamar. Cuando se calienta hasta una temperatura de unos 250°C, se descompone, produciendo gases inflamables y carbón vegetal. Cuando esos gases surgen en cantidades suficientes y son inflamados, se produce la combustión. Esta calienta aún más la madera, produciendo más gases, que a su vez se inflaman, y el fuego subsiste hasta su extinción o hasta que la madera queda consumida. A medida que la madera aumenta en dimensión, pierde su capacidad para sostener por sí misma la combustión. La formación de carbón vegetal en las superficies de la madera actúa como barrera aislante contra la fuente del calor, lo cual a su vez retrasa la formación de gases combustibles. En este aspecto, la madera es «autoincombustible», y los maderos de grandes dimensiones suelen sobrevivir en edificios destruidos por las llamas.

No existe un edificio que sea verdaderamente incombustible, sino sólo grados diversos de resistencia al fuego. Ello se debe a que el comportamiento de un edificio en caso de incendio no es tanto función de su estructura como de su contenido y de la forma de su uso. El uso de la vivienda procura la ocasión de iniciar el incendio; los muebles y enseres, más inflamables que la estructura de madera, contribuyen a sostenerlo y difundirlo. Es discutible si el peligro de incendio es mayor o menor en los trópicos que en los climas fríos. El uso tradicional de carbón vegetal o de fuegos de leña descubiertos para la cocina en los trópicos es evidentemente un factor que ha de tenerse presente cuando se planeen los espacios y se escojan los materiales. El diseño debe apuntar a disminuir la inflamabilidad de la construcción lo más posible, en forma que permita la evacuación en caso de un incendio imposible de contener, y limite la expansión de las llamas, tanto en el interior como entre los distintos edificios. Esto último tiene especial importancia en las zonas urbanas en que todavía escasean los servicios municipales de lucha contra incendios. Para realizar estos objetivos se precisa una combinación de planeamiento adecuado de los espacios, elección de los materiales apropiados, buenos detalles de construcción, y aplicación de los códigos de construcción que fijan límites razonables a la difusión del fuego. Los elementos huecos, que resultan de la construcción convencional de muros entramados, actúan como cañones de chimenea naturales en caso de incendio lo que aumenta la difusión de las llamas dentro del edificio; ya se ha hablado antes de las ventajas de los elementos de construcción de madera maciza por éste y otros motivos. El diseñador no debe dudar en rechazar la madera cuando pueda obtener una solución más satisfactoria con otros materiales. Por ejemplo, el estuco de cemento aplicado sobre alguna forma de listones proporciona resistencia a la humedad y al fuego en los espacios de las cocinas y cuartos de baño. En las viviendas unidas entre sí, los muros de mampostería pueden ser el medio más práctico de limitar la expansión de las llamas y proporcionar intimidad acústica.

Cabe examinar la posibilidad del uso de productos químicos retardadores del fuego. Para que sean efectivos, la madera deberá impregnarse totalmente con ellos. En las zonas en que se facilita comúnmente este servicio, no se ha demostrado que resulte particularmente caro, si bien ello no se aplica aún a las zonas tropicales en desarrollo. Existen productos químicos que son a la vez retardadores del fuego y conservadores de la madera y puede suponerse que la permeabilidad de una especie a los productos de conservación de la madera obrará también para los productos químicos retardadores del fuego. Sin embargo, son escasas las investigaciones realizadas sobre la efectividad de los retardadores del fuego en las diversas especies tropicales y tampoco se han realizado estudios económicos al respecto.

Expansión del empleo de la madera

Ya se ha dicho antes que los impedimentos fundamentales al empleo de la madera no son problemas técnicos, sino de costo y de suministro. Pese a la abundancia general de madera en los trópicos, su costo sigue siendo alto por diversos motivos. Los países tropicales productores de madera dependen de la exportación de trozas como fuente de obtención de divisas. Su extracción y transformación se orientan por ello más a la exportación que al mercado interno. Las especies y calidades que se cortan son las más buscadas en el mercado mundial, mientras otras especies suelen ser ignoradas o desperdiciadas. Esta extracción selectiva da por resultado un bajo rendimiento por hectárea, lo que resulta costoso y representa un derroche de los recursos forestales. Si la extracción fuera menos selectiva, el costo de toda la madera producida por hectárea tendería a bajar y el aprovechamiento de los recursos sería mejor. En la mayoría de las zonas existen algunas de esas especies «secundarias» que son aptas para la construcción de viviendas, pero cuya extracción es escasa o nula. Por desgracia, su aprovechamiento no es una cuestión simple. Entre otras cosas, su disponibilidad puede no ser uniforme. Muchas fábricas madereras tropezarían con dificultades para ampliar sus operaciones a la elaboración de nuevas especies.

En los países menos desarrollados existe a menudo un importante elemento en divisas de la industria maderera, provocado por los altos costos del equipo y del personal importados para su ordenación. Cualquier ahorro que se pudiera realizar con la ampliación de la industria y su mejoramiento quedaría por tanto reducido en la medida en que aumentase ese elemento.

Otros dos factores son elementos de disuasión particularmente graves para el crecimiento y perfeccionamiento de la industria. Uno de ellos es el problema del transporte, que produce importantes retrasos en el movimiento de los productos forestales desde su fuente a las zonas de mercado. El otro es la política que suele cargar impuestos de importación al equipo necesario para la producción y, a la vez, impuestos de exportación a los productos que salen del país. El efecto combinado de estos dos factores es el de reducir la producción y los ingresos netos y también el incentivo de modernizar y racionalizar las diversas partes de la industria. Pese a todos estos problemas, y especialmente en vista del ritmo de agotamiento de los recursos forestales tropicales, sería beneficioso para todos los interesados en la industria maderera - el gobierno, los extractores, los aserradores y los consumidores - que se adoptaran medidas de política para obtener un aprovechamiento máximo de las especies secundarias. Un paso fundamental en ese sentido sería la creación de una demanda por obra de una expansión de la industria de la construcción a base de madera.

Otros problemas que se relacionan con el de la oferta de un producto utilizable son los del curado de la madera y la unificación de sus calidades y dimensiones. La mayor parte de las maderas tropicales se venden para la construcción local poco después de su conversión, con un contenido de humedad que muchas veces es superior al punto de saturación de la fibra, es decir, de alrededor del 25 al 30 por ciento de su poso en seco. Esta madera verde se encoge y se arruga a medida que se aproxima al equilibrio de su contenido de humedad acercándose a la humedad de la atmósfera ambiente. La madera verde es por lo general inferior en casi todas sus propiedades de resistencia a la madera seca y es mucho más susceptible a los ataques de insectos y hongos. El mercadeo de madera verde ha contribuido sin duda alguna en gran proporción a la mala reputación que la madera tiene en algunas zonas tropicales para la construcción de viviendas. Esa práctica obedece a varios motivos. Las serrerías suelen ocuparse principalmente de los contratos de exportación. Después de la conversión y selección de las calidades contratadas se evitan los gastos generales de almacenamiento de la madera cortada mediante su mercadeo con la mayor rapidez posible. Los pequeños negociantes pueden simplemente carecer de espacio para instalaciones de desecación. A voces se manifiesta un desdén muy difundido en cuanto a la importancia de utilizar madera bien curada, o, en sentido opuesto, se recalca erróneamente la importancia del desecado de la madera en hornos, que exige un equipo caro y una competencia técnica que no abundan. Por fortuna, no hay necesidad de curar las maderas tropicales en hornos para la mayoría de las finalidades de la construcción, aun cuando la regulación de la humedad que procura el desecado en hornos tiene importancia para la fabricación de muebles y de algunos elementos fijos compuestos de madera. Muchas especies tropicales adecuadas para la construcción en general poseen buenas características para su curado al aire y también resulta muy posible reducir el contenido de humedad a menos del 20 por ciento mediante el curado al aire, que protege a la madera contra la podredumbre. El problema principal que presenta el curado al aire es el espacio y tiempo que exige; se tarda cuatro veces más en curar la madera al aire que si la operación se hace en hornos. No obstante, si se facilitaran al mercado local cantidades suficientes de buena madera para construcción, el tiempo del curado podría planearse con escasos efectos sobre el costo.

Unificación

El mercadeo de la madera tiene su base en la aplicación de normas uniformes de clasificación, que fijan para el productor las necesidades de la industria de la construcción conforme a sus diferentes usos, e indican al consumidor la calidad que normalmente puede conseguir. En los trópicos se ha retrasado la formulación de normas de clasificación basadas en los suministros y necesidades locales. La ausencia de esta forma de control cualitativo ha constituido otro factor que contribuye a la desconfianza en la madera como material de construcción. De no haber normas uniformes de clasificación, resulta sumamente difícil para el arquitecto especificar la madera que necesita para cada finalidad, elevar los requisitos exigidos, o tener confianza en que tales especificaciones puedan o quieran ser cumplidas. Tal situación proseguirá hasta el momento en que los productores y los consumidores convengan en adoptar normas viables y formuladas por escrito para las especies adecuadas a la construcción local. El problema de la clasificación se complica en los trópicos por la gran diversidad de especies existentes.

La unificación de las dimensiones se ha retrasado también en las zonas tropicales, debido, en parte, a la falta de demanda por no existir una tradición de construcción de viviendas de madera y, en parte, a la orientación de la industria hacia los contratos de exportación en los que la madera es aserrada de nuevo después del embarque para cumplir los requisitos del exterior. De aquí que sean inconsistentes las dimensiones y longitudes de las secciones disponibles en el plano local. Muchas veces no existen tamaños unificados que reflejen las necesidades más comunes y racionales del diseñador de los edificios. Los contratistas se ven obligados a instalar nuevas factorías y equipo para producir grandes cantidades de material a partir de una gran diversidad de tamaños y longitudes bastos. El reaserrado, recortado y alisado a la dimensión requerida resultan en estas condiciones ineficaces y caros.

En los contratos más pequeños, los tamaños no especificados se sustituyen frecuentemente por razones de disponibilidad, facilidad o economía, lo que produce cambios inconvenientes en los detalles del edificio. La introducción en la propia serrería de una mayor unificación evitaría muchos de estos problemas.

La falta de una tradición de construcción de casas de madera no significa necesariamente que escasee la mano de obra capacitada en la elaboración de madera, ya que en casi todos los edificios son componentes comunes los subelementos de madera tales como ventanas, puertas, persianas y sus respectivos marcos. Se puede disponer de carpinteros y de ensambladores, pero un problema mucho más grave es el de la falta del personal de supervisión necesario para organizar y ordenar sus trabajos. Cuando esta carencia se combina con los problemas del control de la calidad y del suministro, los gastos generales de la construcción representan un importante elemento del costo del edificio. En cierto sentido, un bajo grado de desarrollo maderero puede considerarse como un factor favorable para la labor futura de desarrollo. Al no existir métodos tradicionales que sea preciso mejorar, y ser inferior el número de trabajadores empeñados en la protección a métodos de construcción anticuados, a la vez que existe la oportunidad de redactar códigos de la construcción basados en normas de rendimiento razonables y no en una especificación o restricción directa de los materiales, se presenta la ocasión de poner a punto métodos regionales de diseño y construcción cuyos objetivos no sean sólo un mejor rendimiento, sino también una disminución de los gastos.

En las zonas donde se puede contar con un suministro constante de materias primas y una demanda continuada del producto, la prefabricación ha demostrado su capacidad para aumentar la eficiencia de la construcción y reducir los costos por debajo de los que supone la construcción sobre el terreno. Estos beneficios se obtienen de dos maneras distintas. Primero, la prefabricación saca al trabajador la intemperie y lo coloca en el taller, organiza y supervisa su trabajo, le procura un suministro constante de materiales, y le exige menos competencia y responsabilidad. Segundo, reduce de modo apreciable los problemas del control de la calidad y del suministro al dirigir la corriente de materias primas a un emplazamiento central y no a lugares de construcción muy separados entre sí. Estos problemas son mucho más importantes en los países en desarrollo, y su solución ofrece proporcionalmente un potencial mayor que en los países más industrializados de aumentar la eficacia y reducir el costo. La prefabricación adecuada de materiales de madera no exige técnicas complicadas ni muy mecanizadas. El ahorro más importante es el que se obtiene desde el principio merced al trabajo en taller con un sistema racionalizado de suministro. Una factoría para la producción de elementos prefabricados de madera de construcción puede efectivamente constituir una operación con gran predominio de mano de obra, lo que permite rebajar los gastos iniciales de instalación y de equipo, y facilita la industrialización progresiva a medida que lo requiera la expansión del mercado de la vivienda.

La vivienda prefabricada de madera construida en el verano de 1970 por el Departamento de Investigación de la Vivienda y la Planificación en Kumasi (3) constituyó un experimento dirigido, en parte, a poner a prueba el supuesto muy difundido de que las viviendas de madera no pueden competir sobre la base del costo con las construcciones de hormigón. Se redujo al mínimo la maquinaria, y los elementos encolados y clavados, a partir de los cuales podía ensamblarse sobre el terreno el entramado del edificio, se fabricaron a mano, utilizando simples plantillas de madera para asegurar la uniformidad de las dimensiones. La casa se construyó totalmente de madera, con excepción de los postes de los cimientos, la impermeabilización y enchapado de los paneles del tejado, los materiales de ferretería y las instalaciones de servicio. Se registraron detenidamente el tiempo y los materiales consumidos, por lo que se comprobó un costo por unidad completada de 38 dólares por m2. Si se incluyen los costos contractuales, el gasto total habría sido aproximadamente de 54 dólares por m2. En este experimento particular el objetivo no era obtener el resultado más económico; en tal caso, los costos unitarios podrían haberse rebajado en un 25 por ciento aproximadamente, y se podrán realizar nuevas economías gracias a la experiencia obtenido en este proyecto. Las viviendas construidas por sociedades en Ghana cuestan actualmente de 64 a 76 dólares por m2. utilizando construcciones de hormigón. De aquí que una de las conclusiones de este proyecto fue la de que la construcción de madera puede competir en materia de costo con otros materiales, o resultar aún más barata si se emplean métodos racionalizados de producción y ensamblaje como base de la construcción.

Cuando la producción de viviendas comprende los aspectos conexos de procurarse tierras, financiación, diseño, producción y mercadeo de las viviendas, puede decirse que existe un «sistema de vivienda». El «Sistema de construcción» para la vivienda es aquella parte del sistema total de la misma que se ocupa del diseño, producción y ensamblaje de las unidades de vivienda. La prefabricación propiamente dicha no constituye una construcción en sistema, si bien forma parte esencial de todos los sistemas de construcción. Los sistemas que exigen el transporte y acarreo de elementos de gran volumen no son adecuados para la mayoría de las zonas en desarrollo. Los más viables son los que se basan en paneles modulares o elementos estructurales fáciles de manejar por unos cuantos trabajadores o con un equipo elevador simple. Estos sistemas ofrecen también un valor potencial para los métodos de ensamblaje basados en la autoayuda y en la ayuda mutua y para la terminación progresiva de centros de viviendas vinculadas a planes de urbanización. Los costos de capital son bajos comparados con los de otros sistemas más altamente industrializados, ya que se hace posible la prefabricación con predominio de la mano de obra y la industrialización progresiva.

En la construcción en sistema, el diseño y la construcción están inextricablemente vinculados entre sí, ya que el diseñador debe ocuparse no sólo del producto final, sino también de los métodos de producción y ensamblaje. En estas condiciones, el proceso de construcción, así como los requisitos del usuario, influirán en el diseño de la vivienda, y debe existir una colaboración completa y continua entre las fases de diseño, manufactura y ensamblaje para que el proceso total funcione con eficacia. Es importante que esta colaboración se refleje en la investigación y desarrollo de la construcción en sistema.

La construcción en sistema prestará en su momento una contribución de la mayor importancia a las necesidades de viviendas de los países en desarrollo, con materiales de madera que formarán la base de una gran diversidad de sistemas ligeros, fáciles de erigir y eficaces desde el punto de vista térmico. No obstante, antes de que el proceso de construcción pueda industrializarse hasta ese extremo, hay que encontrar soluciones a los problemas que existen en toda la serie de procesos, que van desde la silvicultura hasta la construcción, que componen la industria de la construcción de madera. Ello sólo puede conseguirse con eficacia mediante la coordinación de las actividades de investigación y desarrollo dentro del país, que se ocupen no sólo de los métodos de diseño y construcción de la madera, sino, lo que es más importante, del suministro racionalizado de una materia prima unificada.

Referencias

(1) KOENIGSBERGER, OTTO y LYON, ROBERT. 1965 Roofs in the warm hernia tropics, London: The Architectural Association.

(2) Forest Research Nursery for the Forest Products Research Institute, Council for Scientific and Industrial Research, Kumasi, Ghana.

(3) Industrialized Timber Housing. A Joint Research and Development Project sponsored by the Department of Housing and Planning Research University of Science and Technology, Kumasi, Ghana, and the International Development Technology Center, Washington University. St. Luis Missouri, U.S.A.


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