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Los objetivos de la conservación

J.L. Harley

J.L. HARLEY, ecólogo, dirige el Instituto Forestal de la Commonwealth en Oxford. Este articulo es una adaptación de un discurso que pronunció ante la Royal Society de Londres en 1977.

Los fines que persigue la conservación de la naturaleza son muchos y complejos. Parece que hay gran diversidad en los propósitos manifiestos de diferentes personas y distintas organizaciones. Algunos desean conservar el campo como existe, fundamentalmente un lugar de recreo, otros pretenden conservar las comunidades naturales con sus propias especies de plantas y animales para el estudio científico, como muscos vivos de la flora y la fauna. Hay otros cuyo principal propósito es el de aprovechar sabiamente las tierras, esto es, que se asegure la producción suficiente de alimentos, madera y minerales para las necesidades del ser humano y se atiendan los fines no materiales del recreo y el estudio científico. El autor pertenece al último grupo.

Sin embargo, sea cual fuere el criterio que se adopte en cuanto a los fines perseguidos, la conservación exige la adjudicación de algunas tierras para fines que no son productivos de cosas materiales. Para ello se necesitará disponer de la tierra en su totalidad, por ejemplo, en el caso de reservas naturales o de zonas experimentales, o bien parcialmente, como sucede con los parques nacionales, en los cuales hay restricciones impuestas al uso o a los cambios de uso de la tierra. Por ende, muchos actos de conservación inevitablemente van a competir con las tierras destinadas a la producción de cultivos para alimentación, explotación maderera, tierras de pastos, extracción minera, canteras, comunicaciones, alojamiento y lugares de recreo.

LANCHA MOTORA RÁPIDA EN EL RÍO MISSISSIPPÍ - el problema: equilibrar el recreo, la conservación y el uso dentro de un plan de ordenación

Es ineludible que exista esa competencia, por lo cual vale la pena detenerse a meditar sobre ella. La producción de alimentos, madera y otros materiales que produce la tierra interesa al mundo entero. Actualmente, hay una escasez mundial de alimentos y se ha previsto una escasez mundial de madera en los 25-30 años venideros. Por consiguiente, tenemos que aceptar que todo acto de conservación que tenga como consecuencia la disminución de la producción biológica en cualquier país desarrollado del mundo significaría, en apariencia, una merma de su nivel de vida actual, o que tendría que depender, como parásito, de un mundo en el que hay escasez, o, por último, que tendría que disminuir su población ¿Significa inevitablemente una de estas tres cosas? Hay otra posibilidad más y es que tiene que aumentar la producción por unidad de superficie de tierra cultivada.

El esfuerzo fundamental e inmediato de la conservación debe consistir en elaborar métodos para la eficacia acrecentada de la producción de cultivos; no en el examen pormenorizado del ciclo de nutrientes de los ecosistemas, ni en el de las necesidades de hábitat de las plantas raras, si bien dichas actividades tienen su importancia. En la medida en que los esfuerzos se centren en la producción acrecentada por unidad de superficie y en el insumo menor de energía fósil por tonelada métrica de cosecha, las investigaciones realizadas por organismos tales el Consejo Británico de Investigaciones Agrícolas son más fundamentales para la conservación que las efectuadas por muchos órganos de investigación preocupados por la ecología.

Desde 1947, se ha registrado una tendencia ascendente constante de la producción por hectárea de la agricultura británica y estadounidense. Esta clase de producción acrecentada por unidad de superficie cultivada da la posibilidad de empezar a vislumbrar la conservación de la naturaleza.

Esa competencia entre la conservación para fines no materiales y para la investigación científica, por una parte, y el uso de la tierra para la producción, por otra, existirá siempre. Incumbe a los políticos resolver este problema y a los científicos, especialmente a los biólogos, prestar asesoramiento acertado, sobre todo en lo que atañe a la forma en que la investigación ecológica, agrícola o silvícola puede aumentar la productividad a largo plazo y hacer posible la conservación de beneficios no materiales.

Los problemas que tratan del aumento de la producción y del aprovechamiento eficaz de la tierra para el cultivo pueden comprender como componentes importantes la conservación directa de ecosistemas y ambientes. Un ejemplo pertinente es la labor que se está realizando en la Dependencia de Silvicultura Tropical del Instituto Forestal de la Commonwealth, en Oxford. En el Proyecto en materia de pinos tropicales se presentan varios objetivos claros. El primero de ellos es abastecer de especies madereras de crecimiento rápido a las zonas tropicales de tierras bajas, que pueden plantarse en tierras taladas o abandonadas. Estas especies constituirán una fuente de madera y de otros productos forestales, con lo cual disminuirá la presión que se ejerce en los bosques tropicales naturales para obtener leña y madera para construcción. A fin de lograr este propósito, la Dependencia está reuniendo la mayor diversidad posible de variantes ecológicas (quizás genéticas) del pino centroamericano, como el P. caribaea y el P. oocarpa. Las semillas recogidas se están almacenando y distribuyendo para realizar ensayos en 40 o más países. Se ha observado que muchos de los ecotipos ya están en peligro de ser destruidos en las zonas de origen y, cuando así sucede, el asunto se señala a la atención de los países interesados. Por supuesto, las colecciones constituyen un paso importante hacia la conservación de ecotipos, a la que seguirá su cultivo en ensayos o en zonas de conservación. En la colección de variantes está implícita la evaluación taxonómica intraespecífica de las especies, con la consiguiente deducción de los problemas taxonómicos y ecológicos pertinentes.

Es también necesario un cambio de actitud en el ecólogo. Su trabajo es la investigación científica y el hombre de ciencia no juzga el bien o el mal mejor que otro hombre.

Por cierto, este proyecto sólo cuenta con 7 años, más o menos, pero sigue avanzando hacia el futuro y es buen ejemplo de que las consideraciones sobre producción son fundamentales para una conservación eficaz y válida. El proyecto ha sido directamente financiado por el Ministerio Británico de Desarrollo de Ultramar, en su mayor parte, con la ayuda durante algún tiempo de la FAO.

Pero el insumo invisible supera con mucho la financiación directa, debido a las contribuciones en trabajo científico aportadas por los 40 o más países que participan en los ensayos. Como corolario de esos problemas, el Instituto va a colaborar ahora en investigaciones sobre la estructura y regeneración de los ecosistemas del monte alto tropical que está ayudando a conservar.

Este ejemplo en modo alguno es singular en el mundo de la actividad forestal. El New Zealand Beech Scheme (Plan pro-haya de Nueva Zelandia) (Kirkland & Johns, 1973; Thompson, 1973), que ha sido objeto de críticas, a voces injustas, por parte de extremistas que lo consideran destructivo, potencialmente supone un ejercicio análogo de conservación en un país donde puede ser económica y políticamente ventajoso exportar madera en astillas y pasta de madera y reducir el desempleo. Parece que sería posible aunar la conservación de ecosistemas Nothofagus, la conservación de suelos de montaña y de cuencas hidrográficas, la conservación y dotación de las zonas de recreo con la producción y elaboración eficaces de la madera, si es que los distintos intereses se unen para refinar y perfeccionar el plan vigente.

Para mí el peligro no reside en el propio plan, sino en la debilidad de la especie humana. Es una necesidad lamentable introducir Pinus radiata y Eucalyptus spp. en algunas zonas para que el plan sea viable en función de la producción. Se requiere una autodisciplina honrada para limitar las zonas destinadas a esas especies exóticas al mínimo indispensable, ahora y en el futuro. El riesgo consiste en que su producción va a ser tanto más abundante que la de Nothofagus natural que siempre habrá presión en el sentido de ampliar sus zonas de cultivo.

Es posible aplicar estas ideas a la conservación en los países industrialmente desarrollados. No obstante, ello exige un cambio de enfoque no sólo de la población en general, sino también de muchos ecólogos. Durante demasiado tiempo, en esos países se ha considerado siempre un derecho el obtener los alimentos y las materias primas que necesitan del resto del mundo, y se sigue con la idea de que podemos comprar lo que queremos. Pero, si destinamos nuestras tierras a diversiones y recreo, si las malgastamos debido a la producción biológica o construcción ineficaces, vamos a ser los parásitos del resto del mundo para obtener los productos de la tierra. Tenemos que comprender que la producción eficaz y la conservación deben avanzar de consuno.

También hace falta que el ecólogo cambie su perspectiva. Este tiene que reconocer que no es posible determinar el bien y el mal con una vara de medir, ni tampoco con un fotómetro de llama o con un contador Geiger, y que el científico no está en mejores condiciones que el hombre de la calle para juzgar el bien y el mal. La labor del ecólogo consiste en realizar investigaciones científicas, en pronosticar los cambios que van a producirse en la distribución de organismos en la supervivencia de las especies o en la estructura de los ecosistemas al imponerles esta o aquella restricción. Sólo mediante una labor científica de esa índole, desprovista de toda insinuación de bien o mal o de apreciaciones cualitativas, pueden los ecólogos, como tales, promover la conservación.

Considero que, en el contexto más limitado de la conservación de la naturaleza, estamos tratando de asegurar para el futuro la existencia de especies vivas en sus ecosistemas naturales o seminaturales. El propósito de estos objetivos de conservación es el de proporcionar un telón de fondo adecuado para el escenario humano y, asimismo, lugares de esparcimiento y recreo. Estamos tratando de conservar especies vivas con toda la gama de sus variaciones genéticas, con inclusión de especies útiles cuyo provecho para el hombre puede ser insignificante o desconocido aún. Implícita en la conservación de las especies está la conservación de los sistemas vivos, los ecosistemas, a los que pertenecen esas especies, ya que de ese modo pueden conservarse asimismo su variación, evolución y actividades.

Todas esas actividades requieren más conocimientos ecológicos y más penetración ecológica de los que poseemos hoy en día. Además, podemos clasificar en los epígrafes tradicionales de investigación estratégica y fundamental los esfuerzos que se exigen al científico. La investigación estratégica representa, en especial, todo problema de protección y conservación de zonas o de sistemas biológicos que se haya decidido conservar. La investigación fundamental supone el estudio y la explicación de la gama de variabilidad de las especies, sus necesidades ambientales, su acción recíproca y la estructura y fisiología de los ecosistemas que conjuntamente constituyen. La realización de tal investigación necesita contar con objetivos concretos de conservación, en cada zona determinada, que sean claros, y podemos discernir dos clases de objetivos: uno es el de conservar una situación ecológica tal como existe, y el otro el de conservar una zona ecológica para destinarla a la investigación científica. Ambos objetivos son diferentes, aunque a veces se pueden reunir.

En la agricultura, la tendencia ascendente de la producción por hectárea es lo que hace que sea posible incluso el vislumbrar la conservación de la naturaleza en los países industrializados. Hay que comprender que tanto la conservación como la producción que sean eficientes deben correr parejas.

La primera consideración de importancia en la conservación de un ecosistema según existe estriba en determinar su condición, es decir, los factores que tienden a mantenerlo en su estado actual y aquellos que más rápidamente promueven su transformación. Creo que para mí el hecho más esclarecedor que ha contribuido al estudio de este problema general fue el discurso inaugural del Dr. A.S. Watt, Presidente de la British Ecological Society en 1947, que llevaba el título a Estructura y proceso en la comunidad vegetal o. Esa ponencia ilustró gráficamente un aspecto bien conocido, pero poco valorado, de los ecosistemas, y es que están integrados por partes, cada una de las cuales no es estable, sino que experimenta una serie de cambios que dependen del crecimiento, la senescencia y la regeneración de las plantas que la componen, y con esos cambios vienen los consiguientes cambios de los animales que dependen de las mismas. Esta tesis hace hincapié en que, teóricamente, debe existir una zona mínima que pueda mantenerse estructuralmente constante. El concepto de esa zona mínima se funda en la probabilidad. Son raras las probabilidades que se produzcan catástrofes tales como inundaciones, vendavales, etc. Si tenemos en cuenta esas improbabilidades relativas, aumenta nuestra zona necesaria. Las repercusiones de esos factores poco frecuentes, pero muy influyentes, fueron puestas de relieve especialmente en el estudio sobre las comunidades forestales, como, por ejemplo, el del Dr. T.C. Whitmore sobre las Salomón (Whitmore, 1974), aunque tiene importancia en muchos tipos de comunidad.

Sin embargo, hay otro aspecto más que complica la situación; es el reconocimiento de la relación que guarda un ecosistema con la estructura circundante de otros sistemas tales. Una ilustración de ello es el ejemplo de una turbera elevada. Aquí se presenta una estructura de comunidades ecológicas ordenadas y compuestas con exactitud para dar un ecosistema total, cuya configuración depende de su ordenación espacial y lateral en el contexto de la topografía. La superficie central elevada de turba ombrógena depende de la existencia del rezago menos ácido que ocasiona la salida de aguas de drenaje que contengan bases sin que se afecte a la región ácida central. El cambio de estructura de la vertiente descendente a la ascendente en la zona central de la turbera es el que va de las condiciones relativamente estáticas dominadas por la Callana a las condiciones de cultivo de la turba dominadas por el Sphagnum, que dependen de un elevado nivel sostenido de agua ácida en la vertiente ascendente. Se podría conservar el conjunto, pero las partes realmente no podrían existir sin el conjunto. Esta consideración rige para muchos ecosistemas.

Se escogió este ejemplo elemental para poner de relieve el hecho de que la conservación del statu quo requiere un conocimiento detenido de la situación ecológica y suele requerir, incluso hoy, amplias investigaciones en cualquier caso particular.

La investigación ecológica, la de la interacción de los organismos y sus efectos recíprocos, requiere terrenos, laboratorios al aire libre, donde puedan hacerse observaciones y experimentos. En el trabajo experimental, más que en la observación pura, el ecólogo puede destruir sus materiales experimentales con la misma certeza con que puede hacerlo el fisiólogo o el bioquímico. Por tanto, las zonas conservadas para la investigación ecológica son de dos clases: las que se explotan o fiscalizan atentamente para que mantengan su estabilidad o experimenten cambios mientras los ecólogos las observan y registran ocasionando el mínimo de trastornos; y aquellas cuyos ecosistemas sufren trastornos, o bien, para valernos de una expresión moderna, que son perturbados, es decir, sometidos a muestreos destructores para fines experimentales. Por supuesto, esas dos clases de actividad no están del todo separadas, el muestreo que sería destructor en una comunidad en pequeña escala puede carecer de importancia en la escala de un gran ecosistema. Tampoco puede decirse que el trabajo ecológico requiera sistemas naturales o seminaturales diversos: es mucho lo que se puede aprender de situaciones artificiales. Un ejemplo pertinente de esto puede hallarse en las ventajas de la uniformidad de un cultivo perenne, como lo es la plantación forestal, para el estudio inicial de problemas complejos. Ovington (1962), por ejemplo, ha demostrado elocuentemente su valor en su trabajo, ampliamente citado, sobre ciclos de nutrientes, que dio el impulso inicial a muchos investigadores que observan ahora otros aspectos más difíciles del tema. De igual modo, el Sr. P.K. Entwistle y sus colaboradores de la Dependencia de Virología de Invertebrados, Instituto Forestal de la Commonwealth, en Oxford, están aprovechando la uniformidad de las plantaciones de picea en Gales para estudiar el movimiento y la propagación de patógenos en una población de insectos. El virus de la poliedrosis nuclear de la mosca de sierra de la picea ha ofrecido un ejemplo no sólo para el estudio de la propagación del patógeno, sino también de sus erectos en la población huésped y en las poblaciones depredadoras y en las plantas de que se alimenta ese huésped - estudio que tendrá validez ecológica y económica directa. La complejidad de una comunidad natural plantearía complicaciones casi insuperables hasta que se haya realizado la labor inicial.

Cuando se separan zonas o ecosistemas para fines de investigación ecológica, es preciso que los objetivos para su uso queden en claro y que se planifiquen con gran detalle. A la larga, la planificación de la forma en que van a usarse las zonas experimentales naturales tiene que ser tan detallada como lo son los planes experimentales de Rothamsted o de cualquier estación experimental. Si no lo es, resultarán errores complicados de interpretación que crearán gran confusión. En realidad, más allá de la mera curiosidad sobre los problemas ecológicos hay otros, más mundanos, del aprovechamiento directo de las tierras, que tienen gran pertinencia para la investigación pura.

Para completar el ciclo, hay que preguntarse: ¿podemos aumentar la productividad ecológica de la tierra como aumentamos la productividad agrícola? La contestación es por supuesto que sí. Son grandes e interesantes los problemas que se refieren a la ecología de tierras destruidas o abandonadas, montones de desechos del pozo de la mina, montones de escoria, canteras de arena y de grava, etc. Aquí se plantean auténticos problemas de conservación y surgen los problemas de la resistencia de los organismos a los compuestos tóxicos de los suelos y su variación genética. Si esas tierras pudieran aprovecharse en mayor medida de lo que se aprovechan ahora para experimentar y, luego, para fines de esparcimiento, recreo, pesco y para la flora y la fauna, aumentarían el espacio disponible y disminuirían la competencia entre la producción de alimentos y de otros productos indispensables y la conservación ecológica.

La primera consideración que es de importancia en lo que se refiere a la conservación de un ecosistema, según existe, estriba en la determinación de su condición, es decir, los factores que tienden a mantenerlo en su estado actual y aquellos que más rápidamente están en condiciones de promover su transformación.

Uno de los muchos experimentos que están desarrollándose ahora es el trabajo de Chadwick (1973a, b) sobre montones de escoria y desechos de las minas. La labor experimental del grupo de sus colaboradores ha incluido las investigaciones sobre el desgaste de los materiales del suelo, debido a la acción atmosférica, la lixiviación de sustancias y sustancias químicas tóxicas, los orígenes de la acidez de los suelos, la tolerancia de las especies y de sus genotipos a los ambientes del suelo. Se han creado zonas de recreo y esparcimiento a partir de una situación confusa que resultó de la labor de ese grupo.

La conservación de la naturaleza es una empresa de gran alcance. Es una empresa internacional o global, y hay que costearla. Es una actividad en la que no hay que embarcarse con prejuicios ni emotivamente, sino fría y científicamente. Exige el que se tengan en cuenta tanto las necesidades materiales del hombre como sus necesidades intelectuales. La conservación debe considerar la belleza del paisaje. Algunos piensan que para esa belleza es indispensable que se mantengan las tierras vírgenes; pero también es cierto que puede ser un placer estético un campo en el que cada centímetro cuadrado esté cultivado y sólo queden las rocas intactas.

Referencias

CHADWICK, M.J. 1973a Methods of assessment of acid colliery spoil as a medium for plant growth. En Ecology and reclamation of devastated land (eds. R.J. Hutnik & G. Davis), vol. 1, págs. 8-1-90. Nueva York, Gordon & Breach.

CHADWICK, M.J. 1973b Amendment trials of coal spoil in the north of England. En Ecology and reclamation of devastated land (eds. R.J. Hutnik & G. Davis), vol. 2, págs. 175-186. Nueva York, Gordon & Breach.

ENTWISTLE, P.K. 1971 Possibility of control of a British outbreak of spruce sawfly by a virus disease. Br. Insectic. Fungic. Conf., págs. 475-479.

KIRKLAND, A. & JOHNS, J.H. 1973 Beech forests. N.Z. Forest Service, Wellington, Nueva Zelandia, pág. 48.

OVINGTON, J.D. 1962 Quantitative ecology and the woodland ecosystem concept. Adv. Ecol. Res., 1, 103-192.

THOMPSON, A.P. 1973 Government approval of West Coast and Southland beech forest utilization proposals. N.Z. Forest Service, Wellington, Nueva Zelandia, pág. 16.

WATT, A.S. 1947 Pattern and process in the plant community. J. Ecol., 35, 1-22.

WHITMORE, T.C. 1974 Change with time and role of cyclones in tropical rain forest on Kolombangara in the Solomon Islands. Inst. Pap. Common. For. Inst.


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